LIBROS

LIBROS

martes, 25 de junio de 2019

Mis diez mejores lecturas del primer semestre de 2019



     Como cada año, Jungleland cierra por vacaciones veraniegas durante julio y agosto. Antes, como viene siendo tradicional ya, os dejo mis diez mejores lecturas de lo que llevamos de año a modo de recomendaciones literarias para este verano de 2019. Espero que os gusten y nos volvemos a leer en septiembre. ¡Mil gracias!




10. Pan. Knut Hamsun. Anagrama. 2006. Pese a su longitud --escasas ciento sesenta páginas--, logra captar la atención del lector. La naturaleza en general, y la humana en particular, son su centro, su corazón. Hamsun se consagró con ella --junto a Hambre, su obra predecesora-- como el magnífico escritor que fue, hasta el punto de que Thomas Mann, Henry Miller, Franz Kafka o Isaac Bashevis Singer lo reconocieron como su particular padre literario y maestro indiscutible de la literatura moderna. Y Thomas Glahn, el neurótico protagonista de sus páginas, capaz de fascinar y horripilar por igual a las mujeres, personaje huraño y soberbio donde los haya, se descuartiza y se abre en canal ante nosotros sin ningún tipo de pudor para mostrarnos cómo de salvajes podemos llegar a ser los humanos.  

9. Trampantojo. Marina Lomar. Ediciones Babylon. 2019. Novela ágil, bien estructurada y montada, narrada de forma detallista y real a través de unos personajes que lo son a causa de sus bondades y sus defectos, sus fortalezas y sus debilidades. Historia de soledades compartidas y de sentimientos y emociones cotidianos que podrían corresponder a las vidas de casi todos los lectores. Novela de gran profundidad psicológica que nos hace reflexionar sobre nuestras propias vidas. Porque qué fácil resulta siempre ver la paja en el ojo ajeno, y cuánto nos cuesta juzgarnos a nosotros mismos. Quizá por ello recurramos a ese trampantojo particular del que tan bien nos habla la autora en este debut que hace presagiar otras y más exitosas obras.

8. Réquiem por un campesino español. Ramón J. Sender. Destino. 2003. Escrita en 1950 y publicada por vez primera en México en 1953 bajo el título Mosén Millán, esta novela corta del afamado escritor español en el exilio Ramón J. Sender tomó el título definitivo con el que es conocido en la actualidad en 1960. La historia de su huida de la persecución franquista, el fusilamiento de su esposa y su posterior exilio en Francia y en EE. UU. después de pasar por un campo de concentración galo es tan rocambolesca como apasionante. Llegó a Nueva York en 1939 para establecerse de forma definitiva en San Diego, donde vivió hasta su muerte, acaecida en 1982. A día de hoy sigue siendo considerado como uno de los grandes autores españoles de la posguerra. Y este Réquiem, como una de las grandes obras sobre la Guerra Civil Española.

7. Reencuentro. Fred Uhlman. Tusquets Editores. 1997. En sus escasas ciento veinte páginas, refleja fielmente la Alemania de entreguerras y de la nueva pre guerra. Además, narra los sentimientos de juventud y de adultez de un personaje que ha debido seguir con su vida pese a haber vivido el horror nazi. Y debo confesar que hay ciertos pasajes en los que, como lector, he llegado a sentir impotencia, rabia y hasta ganas de llorar. Y eso que la historia que nos cuenta Uhlman la conocemos de sobra. Sin embargo, su forma de contarla, a base de pequeñas y descorazonadoras pinceladas, nos llega hasta lo más hondo de nuestro ser. Más pronto que tarde habrá que leer Un alma valerosa, la continuación de una de esas historias que todo el mundo debería leer algún día.

6. La familia de Pascual Duarte. Camilo José Cela. Destino. 1942. De forma consciente o simplemente casual, cuando Cela publicó esta novela en 1942 dio el pistoletazo de salida a una técnica literaria narrativa que hoy conocemos con el nombre de tremendismo. Técnica que se puso de moda a partir de entonces y que se caracterizó por la cruda presentación de la trama, que recurre a hechos violentos muy a menudo, el particular tratamiento de los personajes, seres marginados de la sociedad (criminales, prostitutas, personas con defectos psíquicos o físicos, etc) y el uso de un lenguaje desgarrado, duro, realista al detalle. La relación entre esta tendencia y el contexto histórico --pos guerra civil española-- es clara, habida cuenta de las duras experiencias que los autores de la época hubieron de sufrir durante la contienda.

5. El fotógrafo de Mauthausen. Salva Rubio, Pedro J. Colombo y Aintzane Landa. Norma Editorial. 2018. Norma Editorial lanzó el pasado 2018 esta novela gráfica sobre el guión del escritor, guionista e historiador especializado en proyectos de tipo histórico Salva Rubio y los dibujos y coloreados del matrimonio formado por Pedro J. Colombo y Aintzane Landa. La obra narra las proezas realizadas por Francisco Boix, un joven fotógrafo español que sobrevivió a la barbarie nazi en el campo de concentración de Mauthausen entre el 27 de enero de 1941 y el 5 de mayo de 1945, cuando fue liberado por los aliados. En total, cuatro años, tres meses y diez días. Toda una eternidad teniendo en cuenta el modo de vida --y de muerte-- del temible escenario de sus gestas. Su gran documentación histórica y el realismo de sus dibujos y colores nos llevan de la mano a esta cruda pero magnífica historia. 

4. Jaque al psicoanalista. John Katzenbach. Ediciones B. 2018. Quince años después del éxito mundial de El psicoanalista, el escritor y periodista judicial estadounidense John Katzenbach resucitó al temible Rumpletiltskin para volver a poner entre la espada y la pared al doctor Ricky Starks. No obstante, en la novela no han transcurrido tres lustros, sino tan solo cinco años. Tiempo en el que el psicoanalista ha rehecho su vida y retomado su actividad profesional. No en Nueva York sino en Miami. Un lugar en el que comenzar desde cero una nueva existencia repleta de sol, trabajo, paz y tranquilidad. Hasta que una noche, el hombre que quiso acabar con él cinco años atrás --y al que creía muerto desde entonces-- reaparece como si nada en su consulta. Los amantes del género del thriller pensarán que la espera bien ha valido la pena. 

3. Nueva visita un mundo feliz. Aldous Huxley. Seix Barral. 1984. En 1958, veintiséis años después de la publicación de la distopía Un mundo feliz, Aldous Huxley recopiló una docena de ensayos sobre su novela original en la revista estadounidense Newsday. De ese conjunto de ensayos nació Nueva visita a un mundo feliz, a partir de la cual revisitamos los contenidos de la novela, verificando sus muchos aciertos y sus pocas equivocaciones sobre lo que en ella se vaticinó en relación a la evolución de la civilización occidental durante ese cuarto de siglo. Además, se comparan algunos hechos respecto a la otra gran distopía del momento: 1984, de George Orwell (1948). En cambio, obvia --el autor sabría sus motivos, los cuales desconozco-- la tercera en discordia: Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (1953).

2. Antes de los años terribles. Víctor del Árbol. Destino. 2019. Para contar la verdad hay que tener coraje. Sobre todo cuando esa verdad atenta directamente contra la forma de vida de toda una civilización. Y es que en la nuestra cuenta mucho más el valor de un producto que la forma en la que éste ha sido producido. Poco nos importan los genocidios, asesinatos y demás atrocidades perpetradas en el mundo. Sobre todo, si estas suceden en otro mundo. Uno tan lejano como, por ejemplo, África (Uganda, más concretamente). Por eso, ante el silencio cómplice general, debemos poner en valor la valentía de algunas personas a la hora de dar a conocer historias como las de Isaías Yoweri, Lawino, Joel o Samuel Abu. Porque, como dice el autor de esta gran novela que trata sobre los niños soldado de Joseph Kony, a través de ellas podemos también aprender mucho sobre nosotros mismos.

1. Lluvia fina. Luis Landero. Tusquets Editores. 2019. Una historia familiar que encierra en sí misma muchas más. Las de cada uno de los personajes que la componen. Los lectores se verán identificados en muchos de los momentos y hechos narrados y reflexionarán sobre sus propias vidas, la personal y la familiar, y deberán extraer sus propias conclusiones. Porque, si ningún relato es inocente, tampoco lo es quien lo relata. Y eso nos incluye a cada uno de nosotros. Lean y disfruten de esta narración, pues recuerda a El jugador, de Dostoyevski, a Stoner, de John Williams, y a La elegancia del erizo, de Muriel Barbery. Lluvia fina es la obra cumbre de uno de los grandes escritores españoles de los últimos años. No en vano, Fernando Aramburu aconseja leer de Landero hasta su lista de la compra. Y esta historia puede acabar siendo la mejor novela del 2019. 





lunes, 17 de junio de 2019

Western Stars. Bruce Springsteen. Columbia Records . 2019. Crítica





     Cinco años después de High Hopes (2014), Bruce Springsteen lanza un nuevo álbum de estudio. Esta vez, en solitario. Como ya hiciera con Nebraska (1982), The ghost of Tom Joad (1995) y Devils and dust (2005), deja de lado su característico sonido rockero para presentarse ante nosotros mucho más directo y reflexivo. Pese a tratarse de un disco solista, sin la mítica y sempiterna E Street Band, sí le acompañan algunos de sus miembros y músicos habituales, como su esposa, Patti Scialfa, la violinista Soozie Tyrell, el teclista y acordeonista Charles Giordano y el multiinstrumentalista David Sancious, quien ya trabajó con el Boss en sus tres primeros discos. Ron Aniello, el productor del décimo noveno trabajo de Springsteen, toca también el bajo y el teclado en algunos temas. Y Jon Brion se ocupa del órgano. 

     Se trata de un álbum de trece canciones y cincuenta minutos de duración en el que destacan las múltiples y variadas cuerdas, las magníficas secciones de viento, una orquestación muy trabajada y una constante presencia de guiños tanto al pop y el country-folk setenteros de California y Nashville como a algunos de los anteriores trabajos del Boss. Más de veinte músicos en total participan en un disco que conviene escuchar con mucha atención para detectar los mil y un matices que a primera vista --o escucha, más bien-- pueden pasarnos absolutamente desapercibidos. Obviamente, no soy crítico musical, solo un fan que trata de dar su opinión sobre el nuevo lanzamiento de su músico preferido. Y lo hago tratando de ser objetivo y no un talibán para el que cualquier disco de Bruce es siempre algo espectacular. Tampoco como un crítico ansioso y ocioso que busca, al precio que sea, acabar con un mito musical de su talla. Huir de los extremos --el simplemente adulador y el crítico destructor-- siempre es conveniente.

     Por eso, antes de zambullirme en las estrellas del oeste, creo necesario aclarar un tema. Por descontado, Western Stars no es uno de los mejores discos de la carrera del Boss. Pretender convencer a alguien de lo contrario sería ridículo. Lo mismo que hablar de él como de algo horrible y cercano al calificativo de basura. He pasado buena parte de este último fin de semana escuchando el disco y leyendo artículos sobre él. Y, como era de esperar, he tenido que frotarme los ojos ante tantos apriorismos. Respetables, por supuesto, como lo es también este escrito, se esté de acuerdo con él o no, pero apriorismos al fin y al cabo. Porque este Western Stars es un discazo para algunos y un horror para otros. Y, la verdad, creo que ni unos ni otros lo han escuchado suficientemente. Es más, probablemente estas opiniones --tanto las que hablan de que Springsteen está en el mejor momento de su carrera como las que dicen que está acabado-- estaban ya escritas antes del lanzamiento del trabajo.

     Que cualquier nuevo disco del Boss pueda si quiera llegar a parecerse a los de las décadas de los setenta y ochenta es sencillamente imposible. Han pasado treinta o cuarenta años, también para él, y no resulta conveniente esperar milagros. Los milagros no están al alcance de nadie terrenal. Ni siquiera del Boss. Tampoco de U2, Dylan, los Stones, Madonna o McCartney. Aquello pasó, hay que celebrar que ocurriera, pero debemos ser conscientes de que esos tiempos de épica no regresarán. Sin embargo, resulta insultante leer que Springsteen está acabado y que nada ya tiene que aportar a la música actual. De nuevo los extremos. De nuevo los convencionalismos, los apriorismos, las sentencias definitorias y los afanes por encumbrar o matar a los artistas. El tiempo corre y las personas cambiamos. También los artistas. Y, por descontado, los músicos. Pues bien, aclarado todo esto, antes de analizar brevemente las canciones de Western Stars, debo decir que a mí el disco me ha gustado. Bastante.

     Lo abre, muy bien por cierto, Hitch Hikin´, una canción repleta de campanillas que nos presenta un paisaje abierto, el entorno perfecto para un autoestopista que se guia por el tiempo y el viento, a golpe de cuerdas de violín y viola. Una pieza que constituye un gran arranque de disco que, quién sabe, bien podría convertirse en uno de los himnos de los próximos conciertos del rockero. Le sigue The Wayfarer, un tema tranquilo y feliz presentado a ritmo de guitarras raspadas que recuerda a la época del Tunnel of love y que nos deja unos violines espectaculares y un final cinematográfico con una muy buena orquestación. Country californiano setentero en estado puro. Tucson Train es el tercer tema del disco --también su tercer sencillo--, popero, con reminiscencias del Devils and dust, del Tunnel of love y hasta del Lucky town, en el que a través de una bonita melodía se nos habla de redención y de cambio de vida. El arranque a modo de tren se hace más patente si cabe al final de la canción.

     Western Stars es el tema que da nombre al trabajo. También su cuarto sencillo. Habla de las estrellas brillantes, y destacan sus épicas cuerdas, su plácida pedal steel, una emotiva slide guitar y una brillante orquestación que nos quiere llevar desde el Devils and dust hasta el Human touch pasando por The rising. Sleepy Joe´s Café recuerda a unos calmados Beach Boys y, por qué no, a algo parecido a I´m on fire. Su precioso acordeón, su sección de viento y su repentina trompeta nos presentan un local en el que relajarse y disfrutar. Drive Fast es una especie de diálogo entre el piano y la guitarra, que representan respectivamente a la tristeza y al ritmo. Es una historia --más bien una plegaria-- sobre un perdedor resiliente, un superviviente orgulloso de tener un lugar al que volver, un hogar amoroso. Chasin´ Wild Horses supone el ecuador del disco. Presenta una fluida orquestación, recuerda al Magic --más concretamente, a Your own worst enemy-- y vuelve a hablarnos de redención, de autoperdón y de una nueva oportunidad. De nuevo, asistimos a un final cinematográfico con un gran bajo.

     En Sundown encontramos un piano y un bajo que nos retrotraen al Working on a dream. Destacan el sintetizador, que transmite monotonía, y un gran despliegue vocal de Springsteen. Un milagro que conserve esa voz tras tantos años de maratonianos conciertos. Somewhere North Of Nashville es un medio tiempo que supone una breve caricia --es el tema más corto del álbum--, con unos coros casi religiosos y la sensación de que se está escuchando a Dylan o a Seeger. Folk americano al más puro estilo de The ghost of Tom Joad. En Stones, el Boss habla de mentiras que pesan como piedras a través de una engolación orbisoniana. Parece un tema de banda sonora, con una excelente sinfonía y un sublime violín final que pone también un punto y aparte en la monotonía de esta parte del disco, justo antes de dar paso al trío de canciones que cierra el álbum.

     There Goes My Miracle comienza con un redoble de batería, recuerda de nuevo al mejor Roy Orbison, retorna a la efervescencia anterior a los temas predecesores y se convierte --este sí, desde luego-- en todo un himno para los futuros conciertos springsteenianos. Probablemente no sea la mejor canción del disco, pero sí la más pegadiza, por su melodioso y repetitivo estribillo, y la que más posibilidades tiene de ser la inolvidable del presente trabajo. Fue, además, el segundo sencillo de Western Stars. Hello Sunshine fue el tema elegido como primer sencillo. Las escobillas de la batería nos acarician y nos relajan --casi nos duermen-- a modo de nana. Fluye de tal manera que nos eleva y parece hacernos levitar por momentos. Country suave, muy suave, que nos habla de carreteras vacías, desiertos infinitos, kilómetros en los que perderse y felicidad. Todo ello, a un ritmo muy parecido al del mítico Midnight´s Cowboy de Harry Nilsson. Moonlight Motel cierra el disco. Y lo hace de maravilla. Se trata de una balada country-folk que recuerda al The rising. A través de una atmósfera onírica, arenosa, a ritmo de punteo de guitarra, nos habla de la nostalgia y del lamento que a menudo supone el fin del día, en este caso, del álbum. Dignísimo final de disco.  

     En definitiva, Western Stars está lejos de ser el típico disco que pasará a la historia de la carrera de su creador. No obstante, es un trabajo honesto y digno. Mucho más de lo que algunos han escrito durante estos últimos días. Ni grande ni grandilocuente. Con algunas piezas que vale la pena escuchar. Un álbum que asume algo que ni los más críticos con el Boss podrán negar: un gran riesgo. Es diferente y auténtico. Podrá gustar más o menos, pero no es, ni mucho menos, más de lo mismo. Algo que, en mi opinión, sí sería causa de una crítica más desaforada y justificada. El Boss ha vuelto. Y, para muchos, es una gran noticia...                                           


miércoles, 12 de junio de 2019

Lluvia fina. Luis Landero. Tusquets Editores. 2019. Reseña





     Apartado de los focos mediáticos y de los grandes medios, el escritor de Alburquerque Luis Landero está construyendo, poco a poco, obra a obra, durante las últimas décadas una carrera literaria fascinante. En sus novelas nos habla a través de los corazones y los cerebros de cada uno de sus personajes. Razón y pasión pugnan entre sí en todos ellos para dilucidar cuál de ellos es el vencedor a la hora de que sus poseedores actúen en el gran teatro que Landero ha ido solidificando bajo la más firme de las bases: la honestidad hacia sus propios personajes y hacia los lectores. Algo que estos, los lectores, agradecemos y sabemos poner en valor a la hora de leer y recomendar sus obras. Pues bien, pese al enorme nivel alcanzado por el escritor de Badajoz --El balcón en invierno y La vida negociable, por ejemplo--, servidor puede asegurar que Lluvia fina es su mejor obra. Porque remueve conciencias.

     Y cuando digo que remueve conciencias me refiero a que cualquier lector puede ver en los textos de esta nueva novela aspectos con los que sentirá reflejada su propia personalidad y la de sus familiares, amigos y conocidos. Porque Lluvia fina es la historia, el retrato minucioso de una familia rota. Rota por los respectivos memoriales de agravios construidos por los propios personajes, a veces fundamentados en la realidad, otras veces bastante más alejados de esta de lo que sería lógico y razonable pensar. Y es que cada miembro de la familia ha ido acomodando la realidad a su propia vida, a los hechos que han ido conformando su presente y su negro futuro. Un negro futuro que todavía está por venir pero que ya se intuye. Todo esto ocurre en la práctica totalidad de las personas y las familias del mundo. Por eso siempre hay varias versiones que explican los hechos ocurridos. 

     Entre muchas más verdades, el autor estadounidense John Williams escribió en su maravillosa obra Stoner que la persona que uno ama al principio no es la persona que uno ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra. Y a sí misma, añadiría yo incluso. Porque la vida, y todo lo que la rodea, incluidos los propios recuerdos y relatos que cada cual afianza con el tiempo, va modelando a las personas. E incluso, a las familias. Porque, como escribe Landero en boca de Aurora, ningún relato es inocente. Siempre hay una finalidad, y en la mayoría de las veces se persigue justificar los actos o las palabras. Y siempre, siempre, los relatos o las palabras que vuelven de los oscuros ámbitos de la memoria llegan en son de guerra, cargados de agravios, y ansiosos de reivindicación y de discordia. Quien pueda, que tire la primera piedra.

     Comentaba el autor hace unos días que se le ocurrió escribir esta novela tras leer una noticia que hablaba de un muerto y tres heridos en una reunión familiar. De repente, imaginó la novela ya escrita y hasta publicada. Por eso, asegura, parece que se haya escrito sola. Evidentemente, no es así. Detrás de una gran novela siempre hay un gran trabajo. Pero esa es la gran virtud que uno observa al ir leyéndola. En efecto, parece que sí se haya escrito sola. El relato fluye, como una lluvia fina que acaba calando, y nos deja absolutamente noqueados con un final imprevisible. Durante seis días --desde que Gabriel, marido de Aurora, intenta montar una reunión familiar para celebrar el cumpleaños de su madre hasta el desenlace de la historia-- la narración nos conduce por los recuerdos de cada uno de los miembros de la familia. Todos, recogidos por Aurora, la dulce y ecuánime Aurora. La pobre Aurora.

     Montar un cumpleaños para curar las heridas familiares puede parecer una buena idea a priori. A la postre, en cambio, también puede desembocar en un gran desastre. Y eso es lo que sucede en Lluvia fina. ¿Puede hablarse de todo entre los seres queridos? ¿Le vale la pena a Aurora ser tan empática como para acabar metida de lleno en una guerra que no era realmente la suya? En efecto, Aurora escucha las versiones de los hechos familiares de boca de su marido Gabriel, de sus cuñadas Sonia y Andrea y de su suegra. Y va confirmando que sus relatos están tan alejados que ninguno de ellos puede ser realmente fiel a la realidad. Así las cosas, ¿cuál es la realidad? Desde luego, solo una parece indiscutible: la presencia de una madre viuda, autoritaria, excesivamente firme y a la que no se le puede llevar jamás la contraria. Mal caldo de cultivo para sus tres hijos.

     Sonia es la hermana mayor. Obligada a casarse a los catorce años, su niñez quedó interrumpida de forma muy abrupta. Demasiado. Debe abandonar sus muñecas y sus ansias de aprender inglés y de dedicarse a viajar por todo el mundo para convertirse en la jovencísima esposa de Horacio, un gran partido según su madre. Su marido es juguetero y vive anclado en su niñez. El típico niño que nunca dejará de serlo. Así, el matrimonio está destinado a fracasar, pues es el matrimonio de dos niños, el de un adulto que sufre algo así como el síndrome de Peter Pan --además de resultar un personaje realmente perturbador y enigmático--, y el de una niña de verdad que debe hacerse adulta demasiado rápidamente. Tras años de soledad tras su divorcio, Sonia está ahora con Roberto, un psicólogo que la ayuda a tratar de rehacer su vida. Las dificultades de la vida anterior de Sonia, no obstante, pondrán a la pareja en serios aprietos cuando Gabriel pretenda montar la fiesta de cumpleaños de su madre.

     Andrea es la hermana menor de Sonia y la mayor de Gabriel. Vegana, antitaurina y activista político-social, sufrió como la que más la muerte de su padre, para quien era su princesa. Culpa a su madre de haberla abandonado un día de pequeña, de no haberla atendido como era debido cuando trató de suicidarse, de no haberla apoyado en su intento de formar una banda de rock and roll y de no permitirle hacerse monja. Psicológicamente es el personaje más fielmente retratado. O, más bien, el más complejo. Afirma que Horacio, el marido de su prima, fue el amor de su vida, y culpa a su madre y hermana de haberle arruinado la vida amorosa por aquel maldito y equivocado matrimonio. De los tres hermanos es la que más alterada está y la que lleva una vida más desorganizada, falta de cariño y carente de estabilidad y equilibrio.          

     Gabriel es profesor de filosofía. Es el hijo menor, el mimado de su madre. Criado entre mujeres, tampoco ha terminado de madurar como hubiera sido deseable debido a la sobre protección materna. Es el único hijo que se lleva bien con su madre, el único que la suele visitar. También resulta un ser enigmático, aunque no tanto como Horacio, pues hay ciertos detalles de su personalidad y conducta que Aurora va descubriendo y que acaban de presentar ante ella una inquietante pregunta: ¿quién es realmente el hombre con el que se casó, tuvo a su hija Alicia --que sufre una grave alteración del desarrollo-- y vive? Aurora es el único personaje que se salva de la quema en toda esta historia. Pero está harta y cansada, física y mentalmente, de tanta falta de paz en su familia política. Muy lúcida, piensa que lo que el olvido destruye, a veces la memoria lo va reconstruyendo y acrecentando con noticias aportadas por la imaginación y la nostalgia, de modo que entonces se da la paradoja de que, cuanto mayor es el olvido, más rico y detallado es también el recuerdo. 

     Lluvia fina es una historia familiar que encierra en sí misma muchas más. Las de cada uno de los personajes que la componen. Los lectores se verán identificados en muchos de los momentos y hechos narrados --¿demasiados, quizás?-- y reflexionarán sobre sus propias vidas, la personal y la familiar, y deberán extraer sus conclusiones. Porque, si ningún relato es inocente, tampoco lo es quien lo relata. Y eso nos incluye a cada uno de nosotros. Lean y disfruten de Lluvia fina, una narración que recuerda a El jugador, de Dostoyevski, a Stoner, de John Williams, y a La elegancia del erizo, de Muriel Barbery, pero que, sobre todo, es la --hasta ahora-- obra cumbre de uno de los grandes escritores españoles de los últimos años --del que Fernando Aramburu recomienda leer hasta su lista de la compra--. No en vano, estamos ante una de las claras favoritas a alzarse con el premio de novela del año.           


miércoles, 5 de junio de 2019

Antes de los años terribles. Víctor del Árbol. Destino. 2019. Reseña





     Para contar la verdad hay que tener coraje. Mucho coraje. Sobre todo cuando la verdad que se cuenta atenta directamente contra la forma de vida de toda una civilización. Y es que en la nuestra cuenta mucho más el valor de un producto que la forma en la que éste ha sido producido. Nos importa bien poco cómo se confeccionan las camisetas o las zapatillas de tal marca o cómo se extraen los minerales que se alojan en las baterías de nuestros teléfonos móviles. Pero, por si esto fuera poco, tampoco nos importan los genocidios, asesinatos y demás atrocidades perpetradas en el mundo. Sobre todo si todas estas acciones se llevan a cabo en otro mundo. Uno tan lejano como, por ejemplo, África. Por eso, ante el silencio cómplice general, debemos poner en valor la valentía de algunas personas a la hora de dar a conocer historias como las que nos cuenta Víctor del Árbol en su última novela, Antes de los años terribles. Porque, como él mismo dice, podemos aprender mucho sobre nosotros mismos.

     El horror, la oscuridad, las tinieblas están muy presentes en esta novela. Una especie de homenaje a (o de revisitación de) la obra cumbre de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, en el que el personaje de Isaías Yoweri, absoluto protagonista de la acción que él mismo narra en todo momento en primera persona, rinde tributo a Marlow mientras que el temible Christian MF hace lo propio con Kurtz. Así, como Marlow respecto a Kurtz, también Isaías siente hacia el Sueco admiración y repulsión como anverso y reverso de la misma moneda, miedo y excitación al estar cerca de una potencia de la naturaleza que lo ciega. Como Lawino se siente atraída por Joseph Kony, lo cual impide que la protagonista femenina de esta historia pueda seguir los pasos de su amigo Isaías a la hora de tratar de huir de ese horror. Un horror que te desafía, conoce lo que eres, lo saca a flote. Para destruirte o encumbrarte, para hacerte gusano o Dios.

     Isaías Yoweri tiene solo doce años y ama a su poblado, a su casa, a sus padres, a su hermana mayor Rebeca, a su hermano pequeño Joel, a su abuela Ng´o y a su jardín, al profesor Nelson, a su inseparable y querida Lawino y a la vida en todo su esplendor. Pero su feliz infancia queda rota cuando es secuestrado por el LRA (Ejército de Resistencia del Señor) de Joseph Kony, un señor de la guerra que se dedica a robar la infancia de unos niños que acaban convertidos en asesinos de sus familiares y demás compatriotas ugandeses. Christian MF, uno de sus lugartenientes, se hace cargo del niño y trata de hacer de él un cazador de albinos. El fundamentalismo, la magia y la brujería, los sacrificios de albinos, los asesinatos de los rebeldes fieles al gobierno de Museveni y el fin del mundo tal y como era conocido por Isaías constituyen el eje de la nueva vida del protagonista. Un rebelde que tardará cinco años en conseguir huir y llegar hasta Barcelona, donde rehace su vida en torno a las bicicletas.

     Yoweri defiende en todo instante lo bueno que queda de esa infancia robada por los golpistas. Los recuerdos de su vida antes de la llegada de esos tiempos terribles a los que hace referencia el título de la novela. Los momentos en los que fue arrancado de su infancia para ser trasplantado en la edad adulta sin tener las herramientas necesarias para defenderse de los peligros de una edad todavía (lógicamente) desconocida por él. Sin embargo, el gran drama de esta historia es que no solo Isaías fue secuestrado, pues se calcula que fueron unos treinta mil los niños y niñas obligados a enrolarse en el LRA y a prostituirse y convertirse en mujeres de Kony y sus lugartenientes y en madres de futuros líderes del movimiento. Y, evidentemente, no todos reaccionaron de igual manera. Así, en las páginas de esta novela, Víctor del Árbol nos hace asistir a la desgracia de Lawino y el hermano pequeño de Isaís, Joel, quienes acaban por sucumbir a los encantos del Ejército de Resistencia del Señor. 

     Probablemente, el mayor éxito del protagonista principal sea el hecho de haber sido capaz de no caer, de no rendirse, de seguir luchando siempre. Así, rehace su vida en un lugar tan apartado del que lo vio nacer y crecer. Joseph Kony no consigue abducirlo para su causa. Pero no solo eso: tampoco deja en él un poso de odio ni de sed de venganza. Por eso regresa a Uganda más de dos décadas después. Por eso, y por su curiosidad sobre cuál habrá sido el destino de Lawino y de Samuel Abu, un niño albino al que salvó la vida justo antes de huir de su país. Unas jornadas sobre la reconciliación histórica en Uganda servirán para satisfacer esa curiosidad. Y, de paso, para demostrar que otras personas sí ansían la venganza. Unas ansias que a veces convierten a las personas en monstruos capaces de hacer cualquier cosa con tal de rendir cuentas con el pasado. Sobre todo, en personas acostumbradas a vivir con el horror.

     Sobre este tema, hay algo que no debemos olvidar nunca: para que esos monstruos pervivan en el tiempo --y Joseph Kony sigue vivo, en pleno 2019, ya ni siquiera es buscado por sus crímenes contra la humanidad, y la mayoría de sus más de ochenta hijos siguen su camino (por ejemplo, vinculados a los terroristas de Boko Haram)-- solo se necesita a gente débil que le siga hasta la muerte y a gente cobarde que se mienta a sí misma y a los demás y haga de la indiferencia su bandera, interiorizando que aquello que ocurre tan lejos de nosotros no nos afecta y nos debe traer completamente sin cuidado. Ocurrió y sigue ocurriendo en Uganda, pero también en lugares tan distantes e inconexos como Guatemala, Siria, la antigua Yugoslavia, Ruanda o Palestina. Defender los derechos humanos de todos nos atañe a todos. Y, si hablamos de crímenes, no los hay peores que aquellos que atentan contra los más tiernos e indefensos: los niños.    

     Asegura el autor que el noventa por ciento de lo que cuenta en Antes de los años terribles es cierto. La soledad, el desarraigo, la necesidad de un abrazo, la inseguridad de todos esos niños queda encarnada en un personaje que, siendo ficticio, da vida a todos ellos para conseguir empatizar con cada lector. Y es que las novelas de del Árbol se caracterizan por este elemento: el desarrollo psicológico de los personajes, que se hacen entendibles --amados u odiados-- por quienes los leen. Sus libros se sufren y se disfrutan por igual. Se sufren por sus temáticas, que atacan a todo tipo de corazones, y se disfrutan porque están escritos de manera impecable. Por explicarlo con una sola frase, podría decirse que Víctor del Árbol es un escritor de historias de satanases narradas por ángeles. Historias duras narradas desde la dignidad de sus personajes y desde la honestidad de un escritor que se supera novela a novela y cuyo límite parece estar todavía lejano de alcanzar. 

     Antes de los años terribles es un dignísimo homenaje a la obra de Conrad y, en mi opinión, la mejor novela del autor barcelonés. Y eso ya es mucho decir, habida cuenta de las magníficas historias con las que nos ha deleitado hasta la fecha --El peso de los muertos (Premio Tiflos, 2006), La tristeza del samurái (2011), Respirar por la herida (2013), Un millón de gotas (2014), La víspera de casi todo (Premio Nadal, 2016) o Por encima de la lluvia (Premio Valencia Negra, 2017)--, amén de la todavía inédita El abismo de los sueños (finalista del Premio Fernando Lara, 2008). Una obra de siete novelas publicadas --todas ellas reseñadas en este blog-- que no deja indiferente a nadie y que cada vez es recomendada por más lectores. Esperando ya la próxima...