LIBROS

LIBROS
Mostrando entradas con la etiqueta lucidez. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta lucidez. Mostrar todas las entradas

lunes, 14 de abril de 2025

A través de los ojos. Andrés Suárez. Aguilar. 2021. Reseña

 




    El cantautor de Pantín Andrés Suárez (1983) escribió A través de tus ojos durante los peores meses de la pandemia. Pero no, no se trata de un diario de pandemia. La casualidad quiso que el covid-19 irrumpiera en nuestras vidas justo cuando el bueno de Andrés había comenzado a escribir este libro de recuerdos, estampas y pequeñas historias. Reconoce en sus primeras páginas que no entraba en mis planes, pero nos asoló un tsunami y alguna referencia habela haila. La cuestión es que pasó lo que pasó y admite que no se me ocurre mejor motivo que publicarlos (los textos) a modo de lacónico homenaje de vida. Y es cierto. Porque, aunque el desamor ocupa buena parte de las letras de sus canciones y también de estos escritos, la pasión que le pone a todo lo que hace -componer, cantar, interpretar y escribir- convierte a su obra en un canto a la vida. En toda su expresión: amistad, solidaridad, infancia, inocencia, naturaleza, animales domésticos, plantas y flores. Andrés ama. Y amar es vida. Pura y dura.

    Tras el enorme éxito de sus más recientes discos, sus conciertos multitudinarios -llenando varias veces recintos como el Wizink Center madrileño- y la publicación de su anterior libro, Más allá de mis canciones (2017), también reseñado en este mismo blog, A través de los ojos (2021) supuso un paso más en ese abrirse en canal ante sus fans y ante él mismo. A lo largo de sus páginas reconoce algunos de sus errores del pasado. Por ejemplo, no haberse cuidado mucho durante su etapa universitaria en Santiago, haberse comportado como un cabrón con una de sus ex de aquella época o haberse enamorado de quien no debía. Andrés se sincera. Y la sinceridad se aprecia cada vez más en un mundo cada vez más falso e hipócrita. Algo de lo que él mismo se queja constantemente a través de estos escritos. Unos escritos en los que critica, con mayor o menor dureza pero siempre desde la empatía y a veces desde la mirada de otros, determinados aspectos de una sociedad que parece no entender. 

    Sus orígenes rurales, campestres y costeros -y a mucha honra- salpican las letras de sus canciones y también estos textos. Pese a que confiesa amar Madrid y estar cada vez más a gusto en Torrelodones, son constantes las referencias a Pantín y su playa -de allí son las fotos de las portadas de Más allá de mis canciones y de Todavía más allá de mis canciones, su nuevo libro, recién salido del horno editorial-, Cedeira, Baleo, Santiago y Ferrol. Ya sabemos que los gallegos que no viven en Galicia padecen una enfermedad crónica llamada morriña. Andrés es uno de ellos, por supuesto. Y lo demuestra en todo lo que hace. Nunca dejes de cantarle a los rosales ni a las mujeres que te lo pidan, recuerda que le dijo su abuelo. Así lo hice, abuelo. Vaya si lo hice, pues no me fío de un alma que no atiende a sus rosales antes que a cualquier otra cosa. Algo que ya cantó, entre emocionados susurros, en su magnífico tema Rosa y Manuel

    Como lector, me gustan los libros de escritores valientes -Vilas, Landero, Aramburu- que se desnudan en las páginas de sus libros. Puedes conocer aspectos de sus vidas. Y, algo más interesante todavía, los orígenes de sus obras. En el caso de Suárez, de sus canciones. Ocurre con sus tres libros. También en este. Y es que al lector no le cuesta mucho reconocer en algunos escritos referencias -a veces más veladas, otras menos- a sus canciones. Sin embargo, en A través de los ojos, va un paso más allá. Nos cuenta lo que supone hacerse mayor. Cada vez se muere más gente y ya no sé si es que me hago mayor o si es que hice algo mal. Como cuando habla de la que fue la persona más importante de mi infancia y a la que tanto, tanto quise, un neno que conocí donde y cuando se conoce a los amigos: en verano, en la playa. Un niño que ya debe ser adulto, como él, y del que no ha vuelto a saber nada en treinta años. Eso es hacerse mayor: perder, de unas maneras u otras, a las personas queridas.    

    En las páginas de A través de los ojos encontramos la nostalgia de una infancia y una juventud ya dejadas atrás ante la adultez; la melancolía hacia esa Galicia tan querida a la que no puede retornar a causa del covid -mi patria es un folio en blanco con el nombre de mis padres, mis abuelos, mis hermanos, mis amigos-; la constante pérdida de seres queridos -su abuelo y algunos amigos de juventud y un Aute del que ya no habrá una nueva canción-; la incertidumbre vivida en un monótono mes de abril ante una pandemia que no se sabía cómo iba a acabar -pido perdón a quien corresponda si en algún momento de lo que conocimos como antigua realidad le herí. Puede que este sea el final, quién sabe. Debo irme en paz-; la extrema soledad -la del artista tras bajarse del escenario después de cada concierto y la de la persona que debe pasar una pandemia en solitario-, y el agradecimiento -me ha tocado pasarlo solo y resulta que las tres Marías (a saber, la educación física, la música y la religión) de la educación me están salvando el cuerpo y la mente-. Pero no solo eso.

    Además, aparecen también la nobleza animal de sus perros, Bala y Boss; constantes referencias a sus antiguos amores -como Nina y Rúa Xelmírez (¡hay que tener valor para citarlas por su nombre y hasta su apellido!)-; y críticas a quienes causan las guerras, a la hipocresía de quienes están en contra de la llegada de pateras y al acogimiento de los MENAS, a la frágil memoria y a la desmemoria, a la maldad y la cobardía en las redes sociales, a la envidia de quien deja de hablarle a uno porque ha alcanzado el éxito -haciéndole pagar el IRE: impuesto revolucionario de la envidia-, a la pérdida o ruptura de las viejas amistades a causa de discusiones políticas -esa maldita puerta que no debería abrirse jamás-, a ese asqueroso patriotismo basado únicamente en banderas de España por doquier, y a una sociedad que aplaude a los sanitarios pero que se muestra egoísta y antisocial pensando solo en una libertad basada en SUS vacaciones, SU puente, SU dinero, SUS planes frustrados y SU vida. 

    Con una mirada siempre lúcida, Andrés nos escribe, en relación a lo anterior, que tengo una horrible sensación: la de que no hayamos aprendido nada con esto. No es que me rinda, nunca lo he hecho, pero no estoy seguro de si realmente vamos a ser mejores personas después de esto. Escucho a pocos hablar de cómo podemos ayudar entre todos, del agotamiento de los sanitarios, de en qué hemos fallado. Ni en esto estamos juntos, así que tal vez salgamos distanciados, divididos. Es horrible. No obstante, cuando acaba uno de leer A través de los ojos no puede evitar sentirse mínimamente optimista. Quizá sean precisamente esa tres Marías de la educación las que, con ayuda de ciertos personajes públicos valientes, más si cabe si son gentes de cultura, como el propio Andrés -desde luego, no creo que sean nuestros nada desinteresados políticos-, puedan volver a unirnos como sociedad. Por eso son necesarios los libros como este. Libros en los que el autor no solo se desnuda a sí mismo, sino que también desnuda al lector. Un lector que no tiene más remedio que reaccionar ante lo que le muestra el espejo que aparece reflejado a través de sus ojos. Por eso: mil gracias, Andrés.                       

  

martes, 15 de septiembre de 2015

En la orilla. Rafael Chirbes. Anagrama. 2013. Reseña





     Un fulgurante cáncer de pulmón se llevó el pasado 15 de agosto al escritor de Tavernes de la Valldigna (Valencia) afincado en Beniarbeig (Alicante) Rafael Chirbes. Demasiado pronto. A los 66 años de edad. Nos ha dejado con unas cuantas obras de importancia, entre ellas París-Austerlitz, novela de amor homosexual que terminaba de corregir cuando le sorprendió esa maldita enfermedad y que verá la luz a principios del próximo año; Crematorio, un fiel retrato de la especulación inmobiliaria que fue llevado a la pequeña pantalla en forma de mini serie de ocho capítulos; y En la orilla, que sigue la historia de la anterior y se centra en las consecuencias derivadas de dicha especulación. Sus dos últimas publicaciones le han valido el calificativo de escritor de la crisis.

     Tanto Crematorio como En la orilla fueron premiadas con el Premio Nacional de la Crítica en 2007 y 2014 respectivamente. Además, la que aquí nos ocupa, recibió también el Premio Nacional de Narrativa y el Francisco Umbral al libro del año. Pero los galardones y demás reconocimientos no fueron precisamente el motor que empujó a escribir a Chirbes, sino la responsabilidad de denunciar la realidad contemporánea de nuestro país. Hombre de pocas apariciones públicas - las justas y necesarias -, que huía de los flashes y los focos de luz, solía dialogar en alguna cafetería de Beniarbeig con vecinos el pueblo. 

     En la orilla es una obra densa y algo complicada de leer. Desde luego, sus largos párrafos, que en ocasiones se alargan hasta más allá de doce páginas, pueden provocar en ciertos momentos agobio en el lector, que no encuentra descansos ni forma de respirar durante unos minutos que pueden hacerse casi eternos. Quizás su autor prefiriera esa forma de presentación de la obra para transmitir esa sensación de desazón de los protagonistas de la historia: gente para la que cualquier tiempo pasado fue, sin duda, mucho mejor. Su lenguaje, directo y hasta obsesivo, ayuda a aumentar dicha sensación de angustia.

     Esto no significa que se sufra leyendo el libro. Cierto es que la historia es muy dura - caer desde tan alto duele, incluso a quien lo ve como simple lector -, pero se disfruta desde el punto de vista de la narrativa. Porque Chirbes narra, describe y transmite como nadie los sentimientos, las desesperanzas, las desesperaciones de aquellos que ven que no pueden seguir con sus vidas anteriores. Y es que, como sabemos, la explosión de la burbuja inmobiliaria se ha llevado por delante a buena parte de la economía de los ciudadanos de este país. Y eso ha conllevado tragedias en multitud de familias. Todos conocemos casos. A veces, varios. 

     Esteban narra la parte central de la historia en primera persona. Cuenta su vida y la de sus familiares. Con 70 años, solo y al cuidado de su anciano padre - que padece demencia senil -, está arruinado, amargado, desolado y acorralado. Solo guarda buen recuerdo de su tío Ramón, un padre para él. Casi no habla de su madre y sus hermanos. Y odia profundamente a su padre, republicano que pasó un tiempo en prisión tras la Guerra Civil y que se convirtió en un ser retraído, apartado de la realidad y maltratador de una familia a la que consideró siempre una carga, un estorbo. Un hombre para el cual la guerra no ha terminado todavía. Como si siguiera en 1939.

     La historia familiar de Esteban es la de la mezquindad humana, la del egoísmo, la de la falta de solidaridad. Cada cual va a la suya y la familia solo importa cuando hay algún tema económico que zanjar. Algo muy común en este país, por cierto. Y la personal es la de la resignación, la rabia y las ganas de venganza. Esteban culpa a los demás de todo lo que le ha ocurrido en su vida. Abandonado por Leonor, el amor de su vida, que acabó huyendo a Madrid con su mejor amigo, se da al licor, las putas y la mala vida. Su carpintería - mejor dicho, la de su padre - le ocupa la mayor parte del tiempo, hasta que se deja liar por el rico del pueblo y acaba perdiendo todo tras el estallido de la burbuja inmobiliaria.

     La crisis le obliga a cerrar la carpintería y a despedir a sus trabajadores y a Liliana, la joven colombiana que cuidaba tanto de él como de su padre. Resulta desgarrador el testimonio de cada uno de sus trabajadores y amigos, quienes se ven, de la noche a la mañana, sin poder pagar sus hipotecas, los libros de sus hijos, los coches y hasta con dificultades para comer. Todo ello, en un ambiente opresivo y agobiante, en el que el bosque de grúas - actividad, actividad, actividad - se ha convertido en un cementerio de esqueletos de hormigón, desesperanzas y dignidades rotas. La única vía de escape que ve Esteban es el pantano, que, situado en plena marjal, es su rincón de desconexión de una realidad insoportable, insufrible. 

     Muchas son las palabras que pueden definir el ambiente, los sentimientos de los personajes y la narrativa de En la orilla. Por quedarme con unas pocas, destacaré las siguientes: crónica (la de una crisis anunciada a la que no se le prestó la atención debida hasta que fue demasiado tarde); realismo (duro, puro y crudo); derrota (la de unos protagonistas sin capacidad de reacción); desolación (la del paisaje de los pueblos y sus turísticas playas); crítica (la de la condición humana y la de los valores de la misma); hipocresía (la de aquellos listillos que se enriquecieron a base de aprovecharse de los demás  poniendo en práctica negocios en parte ilícitos y que vivieron por encima de sus posibilidades - y también de las de los demás -); intimista (porque su lectura nos desgarra al comprobar cómo los distintos personajes se ven perdidos ante sus circunstancias y sin donde agarrarse); y lucidez (la de un autor al que ya se está echando de menos).