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lunes, 6 de octubre de 2014

El extranjero. Albert Camus. Alianza Editorial. 2012. Reseña





     En 1957 Albert Camus recibió el Premio Nobel de Literatura por el conjunto de una obra que pone de manifiesto los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy . El escritor francés de origen argelino desarrolló a lo largo de su obra un humanismo fundado en la conciencia del absurdo en la condición humana. 

     El Extranjero fue su primera obra publicada - que no escrita - y, junto a La peste, la más reconocida de su extensa trayectoria. Como siempre, resulta imprescindible estudiar el momento en que Camus escribió la novela: el frío invierno parisino de 1942, en plena ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Un París en el que se pasaba hambre y frío y se moría de terror ante las injusticias perpetradas por la barbarie hitleriana. 

     Camus narra en primera persona la historia personal de Meursault, ser indiferente a la realidad por resultarle esta inabordable y absurda, un extranjero dentro de lo que deberia ser su propio entorno. Y, por desgracia, un paria de la sociedad que comete un absurdo crimen del que será incapaz de defenderse pese a sentirse no culpable de la acción que causa la muerte del otro individuo. 

     Meursault es un hombre frío como un saco de hielo que no muestra nunca sentimiento de injusticia, arrepentimiento o lástima, ni siquiera de sí mismo. Un personaje pasivo y escéptico frente a todo lo que le rodea, incluídas la aburrida existencia humana e incluso la muerte. En definitiva, un ejemplo cruel de la sociedad deshumanizada y carente de valores morales que Camus percibió en un momento en que la existencia humana fue realmente mezquina. Sin duda, influyó en el autor la honda sensación de frustración y desesperanza creada por la ocupación alemana de París y el resto del continente europeo.

     El personaje central de de la novela nos invita a reflexionar con profundidad sobre el sentido que cada uno de nosotros ha de dar a su propia vida. Y, ante todo, nos obliga a luchar por una libertad cuya pérdida nos puede abocar a la cotidianidad, el absurdo y al sentido de pecado. En suma, una alienación total que puede llegar a hacernos sentir extranjeros, extraños, en nuestra propia casa. Estos factores precisamente son los que conducen a Meursault a una indiferencia tal que lo despoja del espíritu de lucha necesaria para defenderse ante el juez y el fiscal, víctima de lo absurdo, de su silencio, de su pasividad.

     Su comportamiento extraña a su jefe, ante quien no muestra alegría tras su ascenso y traslado a la capital; a María, su chica - por llamarla de alguna manera -, a la cual invita a bañarse y al cine justo después de celebrar el entierro de su propia madre; al director y al conserje de la residencia donde fallece esta, por no pedir por ella ni llorar ni pedir ver su cuerpo ya sin vida; y al lector, por todo ello y otras actitudes que nos lo muestran como frío y casi inhumano. 

     El estilo sencillo, de frases cortas, empleado por Camus nos adentra todavía más en la acción. Es una novela que parece estar escrita con la misma desgana que percibimos en su protagonista a la hora de abordar su propia existencia. Este es, en mi opinión, uno de los grandes aciertos del autor al abordar la escritura de la historia. Todo, absolutamente todo, desprende un cierto olor a aburrimiento, una desidia, un pasotismo . No se me ocurre mejor manera de narrar esta novela. Meursault habla de sí mismo como podría hacerlo de cualquier otra persona, sin emoción, de forma plenamente objetiva y como si hablara en realidad de un reflejo percibido en un espejo. Con un desapego de sí mismo que en el lector causa sorpresa y hasta espanto.

     Y lo peor de todo - y lo que más debe inquietarnos como lectores y como personas -, es que la sociedad juzga al protagonista más por sus actos pasados ​​y su evidente falta de apego a sí mismo que por su absurdo crimen. Una sociedad que juzga a sus integrantes sin conocer prácticamente sus pecados ni interesarse por ellos está destinada a deshumanizarse de forma progresiva. Y en esa sociedad es precisamente en la que vivimos. Inquietante, ¿verdad? Reflexionemos, pues ...     

miércoles, 25 de enero de 2012

¿Por qué es necesario leer, sobre todo hoy en día?



     "La televisión ha hecho maravillas por mi cultura. En cuanto alguien enciende la televisión, voy a la biblioteca y me leo un buen libro". La frase, de Groucho Marx, resume muy bien mi forma de pensar en la actualidad. Cuando "la caja tonta" era en blanco y negro la programación de las pocas cadenas existentes todavía valía la pena. Hoy, no. En aquella época, algunos políticos lo eran por vocación, no por intereses personales y familiares. Y la mayoría de los futbolistas estudiaban una carrera porque el dinero que ganaban practicando su deporte no les daba para vivir a cuerpo de rey durante toda su vida. Ciertamente, eran otros tiempos.

     La sociedad tiende hacia la comodidad. Supongo que es eso a lo que se refieren con aquello de la "sociedad del bienestar". Del bienestar de algunos, claro. Porque el nivel de vida de los ciudadanos decrece alarmantemente gracias al aborregamiento general que conlleva la pasividad a la que nos tratan de obligar desde "arriba". Y es que George Orwell no iba desencaminado cuando escribió "1984", algo que hizo en 1949, por cierto. Sin duda, su visión sobre el "Gran Hermano"  fue todo un acierto y un adelanto de lo que estaba por llegar.

     Y es que, innegablemente, las personas somos cada vez más pasivas. Las televisiones, sean del signo que sean, potencian los aspectos más vanales de los seres humanos. Y la democracia en que vivimos esconde, en realidad, una dictadura: la de la ignorancia. Mientras la gente permanece sentada ante su aparato receptor de imágenes viendo culebrones sudamericanos e incluso españoles (sí, también los hay ya), partidos de fútbol en que unas personas cada vez más analfabetas dan patadas a un balón a razón de millones de euros que pagamos entre todos nosotros) y programas en que famosos, famosetes y aspirantes a piltrafillas cuentan sus verdades y mentiras, caminamos hacia algún lugar de donde, quizás, no logremos volver.

     Sin embargo, este artículo no es negativo, aunque lo parezca. Ni una mayoría de políticos corruptos que buscan su bien particular y no el general, ni unas cadenas televisivas que sirven a los anteriormente citados, ni Belén Esteban o Kiko Matamoros, ni Sergio Ramos o Messi, conseguirán derrotar la voluntad de las personas de mantenerse activas y controlar sus vidas. Por eso mismo es importante leer, sobre todo en la actualidad.

     Porque leer enriquece, forma, hace pensar y, como todo lo anterior, entretiene. Pero, ante todo, nos mantiene activos frente a la pasividad de ver desfilar ante nuestros ojos a políticos interesados que nos hacen creer que no se pueden ver entre sí en los debates pero que luego comen juntos en los mejores restaurantes a costa nuestra tras aprobar, también de la mano, las leyes que a ellos solo conviene; famosillos incultos que buscan su momento de gloria en esta vida, ya que es a lo único a lo que pueden aspirar estos "lumbreras"; o futbolistas que no saben ni leer ni escribir (ni falta que les hace, pues tienen a sus pies a millones de personas, pendientes de si Mourinho se rasca la oreja o la nariz, de si Guardiola hace tal o cual gesto o de si Messi o CR7, que tiene nombre de personaje de una peli de ciencia-ficción, escupen a alguna cámara porque son los que mejor le dan patadas a un balón, los más guapos y, además, no tienen abuela).

     Leer es una de las pocas cosas que nos quedan que es realmente auténtica. Y los lectores somos legión. A pesar de los pesares. Así que ¡no podrán con nosotros! Como dijo Saramago: "la botella hay que verla siempre medio llena, no medio vacía". Y Blas de Otero escribió un poema titulado "Me queda la palabra" que decía así:

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

... Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la
 palabra.
 
     Pues eso: nos queda la palabra. Y la mejor manera de acceder a ella es a través de la lectura, a través de una actividad que nos active y no nos haga pasivos, a través de una ocupación que nos mantenga, en una palabra, vivos. Así que: leed, sobre todo tal y como están las cosas hoy en día...