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martes, 2 de septiembre de 2025

El hombre ilustrado. Ray Bradbury. Minotauro. 2020. Reseña

 




    Cuando en 1951 Ray Bradbury publicó El hombre ilustrado dio una nueva vuelta de tuerca a los relatos de ciencia ficción que dominaban en su época, básicamente los de Julio Verne, H. G. Wells y Aldous Huxley. Así, junto a otros autores como George Orwell, Frank Herbert, Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Philip K. Dick o Ursula K. Le Guin, el considerado por no pocos especialistas en la materia como el mejor entre los mejores del género, exploró lo que se conoce como angustia metafísica. No en vano, siempre estuvo convencido de que el destino de la Humanidad era recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiantes para concluir vencido contemplando el fin de la eternidad. Bajo el paraguas de este pensamiento no es de extrañar que sus historias resulten tan desconcertantes y oscuras. Recordemos que en 1951 ya había publicado los relatos que compusieron sus dos primeros libros, Dark carnival y Crónicas marcianas, y ya tenía en mente la que sería su primera y más conocida novela, Fahrenheit 451 (1953). 

    El costumbrismo y el reflejo de la vida diaria de las personas son, sin embargo, también constantes en los relatos de Bradbury. Un Bradbury que siempre negó que escribiera ciencia ficción. Según él, su única obra de este género fue Fahrenheit 451. El resto de su obra la inscribía más bien en el universo de la fantasía. Además, aseveró que en mis obras no he tratado de hacer predicciones acerca del futuro, sino avisos. Eso sí, unos avisos que, en muchos aspectos, se han ido cumpliendo a lo largo de los años. Y los que están todavía por cumplirse -porque camino llevamos de ello-. De hecho, en muchos de los relatos de El hombre ilustrado, los humanos supervivientes de un holocausto nuclear viven en Marte o en la Luna. O incluso están enfrentados con el resto de humanos que se han quedado en un planeta Tierra apocalíptico, arrasado por las bombas, la crueldad, la falta de empatía y el egoísmo. Retrato muy fiel de lo que somos. O de aquello en lo que nos hemos convertido.

    Bradbury, que también trabajó escribiendo guiones para el cine -por ejemplo, Moby Dick, dirigida por John Huston, o El carnaval de las tinieblas, por Jack Clayton- y la televisión -con Alfred Hitchcock en la serie Alfred Hitchcock presenta, en la también mítica The twilight zone o en The Ray Bradbury Theater-, mostró siempre una gran admiración por la pequeña y la gran pantalla. El maestro de la ciencia ficción vio como eran llevadas a las pantallas muchas de sus novelas y también de sus relatos y cuentos. Desde El hombre ilustrado (1969), Fahrenheit 451 (1966 y 2018) o Crónicas marcianas (1980) hasta numerosos capítulos de series archi conocidas, como las ya citadas The twilight zone o Alfred Hitckcock presenta o incluso una que nos toca mucho más de cerca: Historias para no dormir, del director Narciso Ibáñez Serrador. Queda claro que Bradbury abrió nuevos caminos que serían mayormente transitados por otros autores como Orson Scott Card, William Gibson, Neil Gaiman o Stephen King.

    Un narrador anónimo que se encuentra en la última etapa de una excursión de quince días por Wisconsin se encuentra, una cálida tarde de septiembre, con un hombre que luce la práctica totalidad de su cuerpo tatuado. Busca trabajo desde hace cuarenta años. Nadie se lo da. Sus tatuajes, que a plena luz del día pueden resultar hasta vistosas obras de arte, por la noche cobran vida propia en su cuerpo y narran una serie de historias que casi nadie puede soportar. ¿Por qué? Porque predicen el futuro. Un futuro muy negro para la Humanidad. Todo el mundo huye de él y de sus extrañas ilustraciones. Estoy tan orgulloso de ellas que quisiera quemarlas, le confiesa al narrador. He probado el papel de vidrio, el ácido, un cuchillo. Pero los tatuajes no se van. Porque están hechos con algo imborrable. Y la autora de las mismas desapareció tras realizarlas. Una bruja que afirmaba poder viajar en el tiempo. Al principio reí. Ahora sé que decía la verdad, se confiesa. Desde entonces, vaga por los alrededores con dos únicos objetivos: ganarse la vida como puede y encontrar -si es que es posible- y matar a la bruja que le arruinó la vida.

    Un poco incrédulo, el narrador pide al hombre ilustrado pasar la noche juntos en mitad del bosque. Este acepta, aunque le advierte que pronto se arrepentirá de haberse quedado con él. Hacen fuego, cenan, dialogan y finalmente deciden dormir. Y, en efecto, en la quietud de la noche, una tras otra, las figuras de los tatuajes comienzan a contar al atónito narrador dieciocho historias agónicas que describen el oscuro futuro de la Humanidad. Dieciocho historias repletas de cohetes espaciales, seres marginados, desplazados, a veces no de sus ciudades sino de su propio planeta, enfrentados entre sí por la supervivencia, dispuestos a matarse por un pedazo de pan que llevarse a la boca. Unas historias que no se entienden sin contextualizar la obra. Año 1951. Seis años después del final de la Segunda Guerra Mundial. En plena Guerra Fría entre los bloques estadounidense y soviético. En una escalada nuclear y atómica que amenaza el futuro de la vida humana en nuestro planeta. En un momento en el que se busca desesperadamente llegar a la Luna antes que el rival.

    Los avances tecnológicos -algunos para bien, otros no tanto- y la psicología humana se dan la mano en cada uno de los dieciocho relatos que componen El hombre ilustrado. En referencia a lo primero, encontramos casas-máquina inteligentes, habitaciones de juego artificiales, conductos neumáticos para moverse por dentro de las casas, cúpulas solares, armamentos que provocan holocaustos nucleares, todo tipo de cohetes y naves espaciales, globos de luz inteligentes, bombas que difunden enfermedades, viajeros en el tiempo y hasta unos títeres revolucionarios. Entre lo segundo, niños malcriados capaces hasta de matar a sus padres cuando no consiguen salirse con la suya, segregación por razas -de nuevo-, astronautas y exploradores espaciales que pierden la razón, visitantes con poderes, niños colaboradores con extraterrestres invasores, adultos que jamás escuchan a los niños, magos, debates teológicos y filosóficos, discriminaciones de todo tipo y hasta sacerdotes que viajan hasta Marte para difundir el catolicismo entre los desterrados y los refugiados. 

    En definitiva, dieciocho historias que nos avisan -como decía el propio autor- de un futuro terrible para la Humanidad. Avisos que se convierten en no pocas ocasiones en horribles predicciones que en muchos casos ya se están cumpliendo o incluso se han cumplido. Porque el hombre ya llegó a la Luna, donde busca incluso establecer colonias, la segregación por razas ha vuelto en muchos lugares del planeta, existen desde hace ya años las casas inteligentes, las bombas que transmiten virus y enfermedades, los juegos artificiales, etc, demasiados adultos jamás escuchan a los niños, encontramos por doquier niños malcriados capaces de llegar hasta Dios sabe donde para conseguir sus objetivos y a poco que observemos a nuestro alrededor veremos otros tantos fenómenos que aparecen en las historias de este libro. Un libro como mínimo inquietante, perturbador, angustioso. Dieciocho historias que entretienen, sí, pero que también nos hacen pensar en muchos aspectos de nuestra sociedad y de nuestro mundo. Un mundo seriamente amenazado por nuestra hipocresía, egoísmo, codicia y falta de empatía.