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martes, 22 de abril de 2025

Una historia particular. Manuel Vicent. Alfaguara. 2024. Reseña

 




    El escritor y periodista castellonense Manuel Vicent, Premio Nadal 1986 por Balada de Caín y doble Premio Alfaguara por Pascua y naranjas (1966) y Son de mar (1999), retornó al género de memorias el año pasado con Una historia particular. Tras sus predecesoras en dicho formato -Contra Paraíso, Tranvía a la Malvarrosa, Jardín de Villa Valeria, Verás el cielo abierto y León de ojos verdes-, publicadas entre 1993 y 2008, entrelaza la biografía y la ficción para construir una crónica de la España reciente, mostrándonos una visión propia y particular -de ahí el título- de lo que supone existir y del hecho inexorable del paso del tiempo. Una crónica evocadora y literaria en la que encontramos recuerdos alegres y tristes, memoria del pasado, felicidad y rebeldía. Además, también se nos hacen presentes sueños cumplidos y derrotas implacables. Todo ello, amenizado por las canciones, las lecturas, los perros, los coches y el mar. Por supuesto, el mar.

    Nacido unos pocos meses antes del estallido de la Guerra Civil Española, a sus 88 años de edad, en el tiempo de prórroga de su vida, el habitual columnista (desde hace casi cincuenta años) del diario El País, comienza el libro con dos verdades innegables. La primera: la vida, como el violín, solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres. Con estos mimbres se teje cada historia personal con toda una maraña de sueños y pasiones que el tiempo macera a medias con el azar. La segunda, ahondando en lo anterior: olvidas el paraguas, vuelves al bar a recuperarlo y allí te encuentras con una mujer que va a torcer tu destino. O a encauzarlo, añado yo. Que todo puede ser. La cuestión es que, como muchos otros escritores -Paul Auster o Julio Cortázar, por ejemplo-, Vicent asume la importancia que en la vida de las personas tiene el azar. Porque hay tantísimas cosas que no podemos controlar durante nuestra existencia que casi es preferible no pensar en ellas.   

    Una de las curiosidades del libro es las distintas formas que utiliza el escritor para referirse al tiempo narrado. Porque Vicent mide el tiempo según sus propias unidades de medida. Así, muchos de los capítulos suceden cuando el autor tenía tal o cual perro o este o aquel coche. O cuando triunfaba una canción determinada, se ponía de moda un libro nacional o extranjero o se estrenaba cualquier película de éxito. Porque en la vida de las personas poco tiene tanta importancia como su automóvil, su animal de compañía o sus canciones, películas o libros preferidos. Por no hablar de su equipo de fútbol. Y es que, aunque no en demasía, también el fútbol aparece en las páginas de Una historia particular. Por cierto, hablando del azar (ya que el fútbol tiene mucho de ello): nacer en uno u otro país o región, ¿no es, acaso, el primer golpe de azar al que debemos hacer frente, a veces durante toda nuestra vida? En efecto, España es un protagonista más del libro. Un libro que seguramente no sería el mismo si su autor hubiera nacido en Canadá, Japón o Sudáfrica. 

    La historia particular de Manuel Vicent está repleta de canciones. Desde las marciales -Cara al sol, Prietas las filas o Los voluntarios- y las religiosas -Perdona a tu pueblo- hasta las festivas -Los pajaritos o Mi casita de papel-. Desde Juanito Valderrama o Conchita Piquer hasta Elvis, Little Richard, The Beatles o Chet Baker, pasando por Domenico Modugno o Antonio Machín. También, como no podía ser de otra forma, de cine. A lo largo de las páginas vemos desfilar a los mejores actores, las mejores actrices y los mejores directores. Nacionales e internacionales. Se nos citan muchas de las películas que marcaron una época durante los últimos tres cuartos de siglo. Y, cómo no, tratándose de un periodista y redactor, de viajes. Porque para eso el autor ha dado varias veces la vuelta al mundo durante sus casi noventa años de vida. Y nos narra algunas de sus vivencias en los más recónditos rincones del planeta. Algunas, extravagantes y divertidas. Otras, delicadas y peligrosas. Muy peligrosas.

    Pero, sobre todo, en Una historia particular encontramos Historia (y política) y literatura. Mucha literatura. Desde sus cómics y tebeos favoritos -El hombre enmascarado, El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín- hasta lecturas más adultas -Azorín, Machado, Unamuno, Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Baroja, Chéjov o Heine-, pasando por lecturas intermedias -Hazañas bélicas, El capitán Trueno, las novelas de aventuras La isla del tesoro, El libro de la selva o La isla misteriosa o cualquiera de las muchísimas de Julio Verne-. Lecturas que forjaron la pasión, la imaginación y las ganas de escribir de un chico que ya a los quince años de edad soñaba con ser algún día un buen escritor. Tenía quince años y acababa de leer la novela de Stevenson, pero en ese momento para mí significaba lo mismo leerla que escribirla. Bastaba con un cuaderno y un lápiz para ser escritor, porque la historia ya estaba escrita al despertar por la mañana al final del sueño. 

    En cuanto a la Historia (y la política), durante las doscientas páginas del libro el autor realiza un recorrido por el largo franquismo y la mal llamada transición a la democracia. Así, nos describe diversos capítulos de nuestro pasado más reciente, como la rebeldía juvenil antifranquista, la alegría y también la inquietud suscitada tras la muerte del dictador, algunos de los comportamientos de nuestros políticos, los atentados terroristas de ETA, los de las Torres Gemelas o los de Atocha, la crisis económica de 2008 y sus consecuencias, el asesinato de Bin Laden, la nueva oleada rebelde del 15M o el desencanto actual ante un panorama que hace bueno aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sobre todo para él, un viejo que no sabría explicar por qué una cólera larvada lo ha convertido en un sujeto lleno de dudas. Solo que en medio de su confusión política e ideológica a veces recuerda a aquel niño que iba a la escuela con la cara bien lavada, tan limpio, tan puro, tan lejano. Y se le saltan las lágrimas. 

    El final del libro deja un cierto sabor amargo. Se detecta algo de resquemor en los escritos. A unas cosas el tiempo las embellece y a otras las corroe. Sucede lo mismo con las ideas y con las personas. Leo en los periódicos a algunos intelectuales, escritores y políticos a los que admiré tanto un día, pero cuyos ideales hoy el tiempo ha destruido. Ignoro si seré también yo uno de ellos. La vida es el tiempo que se ha posado sobre todos los objetos que nos rodean y también sobre nuestros sueños. Envejecen los amigos; el sillón en el que me siento a escribir tiene un brazo roto, me pregunto si también habrá envejecido lo que escribo. Envejecida o no su escritura, Vicent parece echar en falta esa llamada de teléfono tan deseada a través de la cual una voz segura me haría saber que el sueño que he acariciado durante tanto tiempo por fin se había cumplido. ¿Un premio literario? ¿Un reconocimiento final al conjunto de su obra? En cualquier caso, pese a que Vicent pueda anhelar más altas cotas literarias, sin duda posee una trayectoria envidiable. Sobre todo como novelista y gran cronista de esta España nuestra.         


miércoles, 12 de febrero de 2025

Blitz. David Trueba. Anagrama. 2015. Reseña

 




    En febrero de 2015, hace exactamente diez años, la editorial Anagrama lanzó la novela Blitz -en alemán, Relámpago- del periodista, escritor, guionista y director de cine madrileño David Trueba. Una obra corta -166 páginas- sobre el complejo mundo de las relaciones y la farragosa lucha, a veces eterna y a menudo estéril, por alcanzar el éxito profesional. Hace una década Trueba ya había cosechado grandes éxitos editoriales -su novela Saber perder fue premiada con el Premio Nacional de la Crítica en 2008- y cinematográficos -con Vivir es fácil con los ojos cerrados había ganado en 2013 los Premios Goya a la mejor película, a la mejor dirección y al mejor guion, y ya había dirigido también Soldados de Salamina en 2003 y escrito el guion de La niña de tus ojos en 1998-, así que ya era muy conocido y todos sus diferentes trabajos eran muy esperados. Blitz fue, por tanto, muy bien acogida, tanto por la crítica como por los lectores.

    En la novela, que se desarrolla casi por completo en Múnich, Beto nos narra, en primera persona, una historia de naufragio personal, profesional y sentimental. El joven, de treinta y pocos años de edad, un arquitecto paisajista que acude a la capital bávara para concursar en un congreso internacional con un innovador proyecto de jardín decorado con bonitos relojes de arena, se verá envuelto, de repente, en una crisis personal global de la que no es capaz de encontrar una salida. A no ser que la solución pase por un cambio radical de vida. Marta, su pareja y compañera de proyecto, le envía por accidente un mensaje al móvil -aún no le he dicho nada. me cuesta tanto. uff. tq- que en realidad iba dirigido a su ex pareja, un cantautor uruguayo con el que salió años atrás y al que nunca acabó de olvidar. Le confiesa que ha reanudado su relación con él y que piensa volver a intentarlo de nuevo. Beto se ve solo en Múnich. Y también en la vida. 

    La novela se compone de doce capítulos -los cuales llevan por título los meses del año-, aunque es el primero -enero-, el que se desarrolla en Alemania, el que ocupa tres cuartas partes de la narración. En las apenas cuarenta y ocho horas que transcurren en Múnich desde que Marta regresa a Madrid y Beto decide quedarse unos días más allí al joven le ocurren una serie de catastróficas desdichas que por momentos convierten el drama en una comicidad que en algunas ocasiones es graciosa y en otras roza lo grotesco: Beto se queda sin hotel, vagando por la ciudad con una maleta tan pesada como incómoda de llevar, sin dinero para una nueva reserva de avión ni para buscar acogida en un nuevo hotel, con un móvil nuevo (el viejo queda inservible tras un pequeño incidente) que parece que se queda sin batería y, obviamente, sin conocer el idioma hablado por quienes lo rodean. Así, se ve solo, desamparado y con ganas de morir como único remedio a la acumulación de sus males.

    Marta había sido la luz de mis días, la fuerza para sostenerme en actividad y pelear por los proyectos. Era la expresión de mi suerte y con ella al lado me sentía invencible y afortunado. Fue mi exilio, mi país de acogida. Pero ahora me quedaba fuera del sistema solar, sin brújula, a la deriva, en proceso de congelación sin un calor que salvara, nos confiesa el protagonista de la historia. Y, a las palabras de Marta -te juro que el pasado estaba olvidado, Beto, superado. Él (el cantautor uruguayo) es ahora una persona nueva y yo también-, añade finalmente que me veía como un médico de urgencias que había tratado sus heridas pero, una vez recuperada la salud del paciente, no podía hacer otra cosa que darle el alta y verla marchar. Intuí, pues, que el único que se había convertido en una persona vieja y gastada era yo. Por vez primera pensé en morir. Fin de todos los problemas. Y me ahorraba el avión de vuelta y la noche sin hotel. Morir, definitivamente, no ofrecía más que ventajas. 

    Y, en medio de la desolación, de la devastación, de las ganas de morir, emerge la figura de Helga, una voluntaria del congreso Jardines de Vida que ejerce de guía de una pareja que acaba de dejar de serlo. Una mujer que dobla en edad a Beto, que se apiada de él, y que, como el propio protagonista y narrador de la historia reconoce, cada palabra y cada gesto hacia mí fue un consuelo que tardaría demasiado en apreciar. No solo un maternal refugio para el solitario y desamparado desperdicio humano en que me había convertido la despedida de Marta. No. Había más. Fue la inteligencia, la sabiduría de su conversación la que me regaló un espacio al menos mental para sobrevivir. Regalo de aquella mujer abandonada y sola, voluntariosa en oferta de su tiempo libre, con un piso vacío pero no gélido, triste pero con fortaleza para ofrecerme los primeros auxilios que necesité al emprender mi reconstrucción. Vamos, una persona de esas que uno recuerda para toda la vida.

    La cuestión es que, nuevamente de repente -de ahí el título de la novela-, del drama, de la tragedia, de la idea de morir como única y mejor forma de evasión ante una existencia que parece estar vacía de sentido, Beto conoce a una mujer divorciada de más de sesenta años que le hace comenzar a ver la vida de una manera diferente. Y, de la nada, surge con ella una relación que apenas durará un día y medio, con sus dos noches, en la que las reflexiones sobre la vida y el discurrir del tiempo serán puestas en el centro de la narración del libro. Una relación intergeneracional que constituye el corazón del relato de Beto. Un relato que atrapa al lector, que quiere saber qué pasará en la siguiente página. Beto y Helga liquidan una botella de vodka entre los dos, dialogan sobre arquitectura, sobre la vida, sus éxitos y sus fracasos, sobre las relaciones frustradas -que todo acabe mal es una condición inherente al hecho de estar vivo, le reconoce ella, que fue abandonada por su esposo por una más joven- y hasta sobre las relaciones entre personas de diferentes generaciones.

    Las ganas de Beto de sentirse vivo y acompañado tras ser abandonado por Marta y los deseos de Helga de sentirse eternamente joven aunque solo sea por un par de noches, por un lado; y el alcohol y la soledad compartidas, por otro, son la mezcla perfecta para que esas dos noches acaben con la pareja haciendo el amor. En ese sentido, la novela rompe el tabú referente a la relación amorosa y/o sexual entre un hombre joven y una mujer madura, algo que sí está mucho más normalizado cuando ocurre al revés, es decir, cuando los protagonistas son un hombre maduro y una chica joven. Sin embargo, algo cambia en las veinticuatro horas que separan ambas noches. De la primera, ocurrida en la habitación de invitados, donde duerme Beto, surgen la vergüenza y el pudor. De hecho, a la mañana siguiente ambos se sienten avergonzados por lo acontecido. De la segunda, acaecida ya en la habitación de Helga, observamos algo más sólido y sosegado. No tan pasional, pero tampoco fruto del alcohol. Algo, por tanto, de lo que ambos son plenamente conscientes.

    Beto vuelve a Madrid, decidido a iniciar una nueva vida. En el resto del libro narra su traslado hasta Barcelona para comenzar a trabajar con Àlex Ripollés, un arquitecto paisajista que pasa de ser enemigo de Beto a jefe y casi amigo suyo. ¡Qué interesante resulta ver el desarrollo de la relación entre ambos a lo largo de la historia! Durante los meses que van desde febrero hasta diciembre el protagonista narra sus vanos intentos por olvidar a Marta, pero también sus pensamientos recurrentes hacia Helga, a la que recuerda de manera bien diferente. No mantiene ninguna relación seria con ninguna otra mujer durante todo el año. Y se centra en su trabajo, que, mostrando cómo de rápido cambian algunas cosas en estos tiempos, no se basa ya en los jardines sino en las aplicaciones para teléfonos móviles. El discurrir del tiempo, de nuevo, nos muestra que hay muchas cosas que cambian con rapidez, como un relámpago, aunque otras permanecen ancladas a un momento de nuestras vidas que jamás dejamos atrás. Por no poder o por simplemente no querer dejarlas atrás. Y, además, otra cosa que nos muestra el paso del tiempo es que hay obras -en este caso, literarias- que envejecen mucho mejor que otras. Como Blitz.      

            

   

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Tierra de campos. David Trueba. Anagrama. 2017. Reseña





     Tierra de campos es una comarca natural de Castilla-León que comprende las provincias de Palencia, Valladolid, Zamora y León que tiene como característica principal la inmensa llanura que noquea al visitante. Además, es el escenario que sirve al madrileño David Trueba, escritor, guionista y director de cine, para narrarnos una de esas historias conmovedoras y realistas que siempre apetece leer. Una novela que transcurre entre esas tierras de campos que vieran nacer al padre del protagonista, Madrid y hasta Japón. Una historia repleta de amor, desamor, amistad, pérdida y unas hambrientas ganas de comerse la vida hasta no dejar ni sus migajas. 

     Dani Mosca es un músico que reflexiona sobre su vida a lo largo de un libro que, si contara hechos reales, podría calificarse perfectamente como una autobiografía. A modo de disco de vinilo, encontramos una cara A y una cara B. En la cara A el protagonista nos cuenta su infancia y sus recuerdos de juventud. Su difícil relación con su progenitor, sus visitas a ese pueblo paterno al que regresará años después para enterrar a su padre, su educación en un colegio religioso de la capital, la formación del grupo Las Moscas junto a sus inseparables Gus (Agustín, bajista y vocalista) y Animal (batería que debe su apodo al famoso Teleñeco) y su relación con su primer gran amor: Oliva. La acción principal se desarrolla camino del pueblo, acompañado del féretro de su padre y de un conductor de coches fúnebres tan hablador como soporífero. 

     En la cara B Dani nos narra sus vicisitudes en el pueblo, donde se reencuentra con su amigo de infancia, ahora convertido en alcalde, y del resto de familiares lejanos. El relato está protagonizado por la trágica pérdida de su amigo y compañero Gus, el desarrollo de su carrera musical tras un hecho tan dramático, la larga y tortuosa enfermedad de su madre, la muerte de su padre, su relación con Kei (su segundo gran amor) y el nacimiento de sus dos hijos. Una vida parecida, pero diferente a la anterior, que nos muestra cómo la pérdida (de familiares, amigos y amores) y la paternidad modifican la mentalidad de las personas. Algo que se suele nombrar con una palabra, madurez, que más a menudo de lo deseado se esculpe más a golpes que a base de la introspección personal.

     Reconoce Dani Mosca que sus canciones han cambiado y que se siente un tanto impostor. La mayoría de sus canciones hablan del amor. Un tanto idealizado en sus primeros años, mucho más realista con el paso del tiempo. Sin embargo, tras sus dos fracasos amorosos con Oliva y Kei siente que el desamor se ha impuesto en su vida y no se siente capaz de seguir escribiendo ese tipo de canciones. Es evidente que para escribir buenas canciones de amor se ha de estar enamorado. Y luchar contra una evidencia tal se le hace imposible. Dani se muestra desorientado ante una situación nueva para él. Y la desaparición de su mejor amigo, Gus, no ayuda en absoluto a  remediar su mal. Así, la soledad se va imponiendo en sus días. Algo que solo puede reparar mediante la presencia constante de sus hijos.

     Trueba hace gala de su buen hacer narrativo: diálogos corrosivos, humor ácido, un manejo de la lengua literaria envidiable por parte de quienes tratamos de hacer algo al menos parecido, una extraordinaria capacidad para provocar en el lector melancolía, deseo y sonrisas, y una facilidad pasmosa para pasar de las lágrimas a las carcajadas. Todo ello, muy a menudo ¡en la misma página e incluso en el mismo párrafo! Cuestión esta, que nos habla de un escritor con un talento peculiar para despertar los sentimientos del lector. Yo, sin ir más allá, he preferido no subrayar ninguna secuencia por no estropear el libro. Porque frases para enmarcar y no olvidar hay muchísimas a lo largo de la novela.

     Absolutamente todos los personajes de la trama tienen unos aspectos psicológicos trazados al milímetro. Resulta imposible no sentir simpatía o desprecio por ellos. Animal hace gala a su apodo, Gus se come la vida a bocados hasta que la muerte se lo acaba comiendo a él, Jandrón provoca sensaciones tan diferentes entre sí que nos puede dejar pasmados, los dos amores de Dani solo pueden ser queridas por quien lee las páginas del libro, su padre llega a ser odioso y también entrañable, el conductor del coche fúnebre es pesado pero cómico, Bocanegra y Vicente nos muestran los entresijos del mundo de la música, y los ciudadanos del pueblo paterno de Dani son dignos del mejor Delibes en Los santos inocentes

     La pasión por aprender, los vaivenes de la vida, las ganas (pese a todo lo anterior) de vivir, las frustraciones profesionales y emocionales, la familia, la soledad, los conflictos del amor y el deseo y cómo se componen las canciones y cómo es la vida de un músico tras bajarse del escenario componen una novela en continuo zigzag que atrapa al lector de principio a fin. Tanto que cuesta despedirse de los personajes, de los ambientes, de las canciones. Al terminar la lectura de Tierra de campos resulta irresistible la tentación de leer más a Trueba. Algo que servidor hará de nuevo tarde o temprano.

     En definitiva, creo que no resulta exagerado afirmar que estamos ante una de las novelas españolas del año. Una historia que perfectamente se podría adaptar a la gran pantalla. Y con una portada que rinde un fiel homenaje a esa tierra de campos que marca el origen de un Dani Mosca que pasará a la historia de la literatura española por méritos propios. Como amante de la música que soy, me ha encantado la recreación que aquí realiza Trueba sobre la movida madrileña. Y la división de la novela en cara A y cara B es ciertamente original pero también necesaria. Trueba es auténtico y genuino. Tierra de campos es su primera novela que leo, pero no será la última.