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jueves, 19 de marzo de 2020

El San José más triste de nuestras vidas



     Hoy es día 19 de marzo. Día de San José y del Padre. Os escribo desde Gandia (Valencia). En estos momentos servidor debería estar comiendo con la familia, felicitando a mi padre y siendo felicitado por mi hijo. Llevo nueve días en cuarentena, siete sin ver a mi padre y seis separado de mi hijo. Hablo con mis padres entre tres y cuatro veces al día. Con mi hijo, lo mismo, pero por videoconferencia. No se escucha música por la calle y no hay ningún monumento plantado en ninguna plaza o esquina. Desde luego, no ha habido mascletà a mediodía ni se quemará ninguna falla esta noche. No soy un gran amante de las fiestas falleras, he de reconocerlo. Los años que puedo me evado de la ciudad para huir del mundanal ruido. Pero esta vez echo de menos el ambiente festivo. La vida da muchas vueltas. Todo esto que estamos viviendo es tan surrealista.

     Hoy es el día de San José más triste de la vida de muchos. También para mí. El consuelo, y eso debe ser lo más importante ahora, es saber que se está haciendo lo correcto. Sabemos que con esta cuarentena estamos protegiendo a los nuestros. Es una responsabilidad muy grande para todos. A algunos esta situación les viene demasiado grande. Lo estamos viendo a diario. No hace falta poner ejemplos. Sería una tarea interminable. Ya llegará el momento de pedir cuentas a los irresponsables que, por obra u omisión, han hecho que esta situación se alargue tanto en el tiempo y se agrave. Ahora, durante el mes que aproximadamente ha de durar este encierro, hemos de protegernos y proteger a muestras familias a toda costa.

     Cuando escribo estas líneas las cifras son estremecedoras: 18 mil contagiados y más de 800 muertos en España a causa del coronavirus, con un índice de mortalidad del 4,5% del total de los contagiados. Con todo, lo peor es conocer los datos de Italia --lo que está ocurriendo allí hoy es lo que ocurrirá seguramente en España dentro de una semana--, con 36 mil contagios, 3 mil muertos y un índice de mortalidad del 8,33% del total de los contagiados. Resulta, pues, aterrador pensar que las cifras actuales, siendo horribles, no se acercan ni de lejos a las que alcanzaremos en los próximos días. Todo esto ratifica que nuestro aislamiento es necesario para frenar la curva de contagios, lo que conllevará también la del número de víctimas mortales. Responsabilidad, individual y colectiva, es la palabra que debe guiarnos en estos momentos.

     Dentro de cuatro, seis u ocho semanas --es imposible ahora mismo determinar la evolución del número de contagiados--, cuando todo esto haya terminado, la vida no debería ser igual para nadie. Especialmente para los familiares de los fallecidos. Porque hemos de ser conscientes de que tras las cifras hay nombres y apellidos. Padres, hijas, nietos, abuelas, primos, sobrinas, etc. Ahora solo son números, pero en cualquier momento pondremos rostro a algunos de ellos. Dejarán de ser cifras y se convertirán en personas de carne y hueso. Víctimas de este maldito virus que vimos llegar pero al que no hicimos caso hasta que nos contagió --y, en algunos casos, mató--. Y no hay nada más triste que perder a un familiar y no poder darle el último adiós ni acompañarlo en su entierro.

     Tampoco deberían ser los mismos los afortunados. Los que no hayan perdido a ningún familiar, amigo o conocido. Deberían alcanzar la capacidad de agradecer lo mucho que todos tenemos. Imaginemos la terrible situación en los miles de campos de refugiados repartidos por el mundo, cuyos habitantes mal viven en tiendas de campaña que jamás los protegerán de nada; la de los presos, hacinados en las cárceles de todo el planeta; los sin techo, que no pueden hacer cuarentena porque no tienen casa en la que aislarse de ningún virus. Esa gente no debería seguir siendo víctima de un capitalismo salvaje que, ojalá, salte por los aires debido a la crisis económica que ya se nos viene encima. Sería un mal menor, sin duda, si con ello alcanzamos un mundo más igualitario para todos. 

     Toda crisis tiene sus héroes y heroínas. Esta, por supuesto, no es una excepción. El personal sanitario, que debe trabajar y exponerse al contagio al no contar con los equipos necesarios para realizar sus tareas con un mínimo de seguridad; los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, que tampoco cuentan con mascarillas y guantes suficientes para todos sus miembros; los reponedores y cajeros de los supermercados, farmacias, panaderías y fruterías, que improvisan sobre la marcha para no dejar de atender a la ciudadanía cueste lo que cueste. A todos ellos y ellas van dedicados los aplausos que desde los balcones les brindamos cada día a las ocho de la tarde. Estaría bien, además, que sus conciudadanos apoyaran sus legítimas huelgas y votaran a partidos que apuestan por lo público.

     Y, más allá de esta crisis, no debemos olvidar que tenemos otra mucho más urgente por afrontar entre todos. Han bastado cinco, ocho o diez días de confinamiento en unos pocos países para comprobar que la contaminación mundial ha caído durante tan corto espacio de tiempo. Sin duda, el ser humano es, a día de hoy, un peligro más que evidente para el medio ambiente. Pero, no nos equivoquemos: no nos estamos cargando el planeta. Lo que nos estamos llevando por delante son las condiciones necesarias para la vida de los humanos en él. El planeta cambiará, y continuará vivo más allá de nuestra desaparición de él. Porque, de seguir así, de no afrontar de una vez por todas el problema del cambio climático, no necesitaremos ningún meteorito para extinguirnos. Nos bastaremos nosotros solos. 

     Cuando finalice esta terrible pandemia no debemos conformarnos con haber superado esta difícil situación. Todo nuestro esfuerzo será un parche estéril si no somos capaces de unirnos todos de nuevo, tal y como estamos haciendo ahora mismo contra el coronavirus, y demandar a los gobiernos que dejen de supeditar sus acciones a los intereses económicos de unos pocos y pasen a defender a todos los seres humanos del planeta (incluidos, claro está, los poderosos). Porque, de la misma manera que el coronavirus no entiende de razas, países o ideologías, tampoco lo hará un medio ambiente hostil respecto a los humanos. Matemos al virus, por supuesto, pero matemos también al cambio climático. Hagamos de este planeta un lugar en el que cada ser humano tenga el mismo derecho a vivir y a ser feliz.

     Hoy es 19 de marzo, día de San José y del Padre. El más triste de nuestras vidas. Pero, al final del largo y oscuro túnel de esta cuarentena, se atisba una luz. Hagamos que sea la luz de la esperanza. Lavaos las manos y ¡¡¡limpiad el planeta!!!
                    

            

miércoles, 20 de abril de 2011

La final de Copa, a 120 decibelios de vergüenza

     Hoy es el gran día. La gran final de la Copa del Rey de fútbol se juega esta noche en Mestalla. Barcelona y Real Madrid protagonizan la gran fiesta del fútbol español. ¿Protagonizan?¿Gran fiesta? Eso es lo que debería de ser hoy, ¿verdad? ¡Pues va a ser que no! La politización del deporte en general y del fútbol en particular empieza a repugnarnos a quienes de verdad amamos el deporte. Y, además, lleva camino de provocar algún día una desgracia. Y no quiero ser agorero.

     Hoy se debería hablar de fútbol, de deporte, pero no es así. Parte de los aficionados del Barça espera con ansias los prolegómenos del partido para pitar al himno español, algo que supone una grave falta de respeto hacia Su Majestad el Rey, hacia el rival, y hacia el resto del país. Por desgracia esto viene ocurriendo desde hace muchos años ya sin que nadie haga nada para remediarlo. Incluso, se llega a justificar como un acto democrático de libertad de expresión.

     La respuesta de los madridistas no se ha hecho esperar. Se ha incitado a sus seguidores a enarbolar las banderas de España (no las del equipo al que se supone deben animar) y a cantar "a muerte" el himno español. Esto, sin duda, supone una grave provocación hacia el rival y otra falta de respeto hacia el resto del país. Los madridistas se apropian de una bandera que es de todos los españoles y no solamente suya.

     Por si todo esto fuera poco, faltaban por aparecer los valencianistas. Resulta que el sábado juegan en Mestalla el Valencia y el Real Madrid. Como el Real Madrid gane esta noche la Copa el Valencia deberá hacerle el pasillo de honor al conjunto merengue el sábado como acto de cortesía y de reconocimiento. ¡Y una mierda! Los valencianistas no quieren que haya pasillo de honor. Así que, ¡todos con el Barça!

     Y para completar el pastel, la guinda. La Federación Española de fútbol, para curarse en salud, decide que el himno español ha de sonar a 120 decibelios para que no se escuchen los pitidos de esa parte de la afición culé. Quienes hemos asistido alguna vez a alguna mascletà fallera, seamos o no valencianos (pues a las Fallas viene gente de toda España y de todo el mundo), sabemos que 120 decibelios es lo que nuestros oídos deben soportar en la parte final de la misma, denominada terratrèmol (terremoto en castellano).

     Sabemos, por añadido, otras tres cosas más: que nuestros cuerpos retumban a cada petardazo como si nos dieran un puñetazo en el estómago, que en los segundos posteriores nos cuesta escuchar con claridad y que el terratrèmol dura escasos segundos. Por tanto, tenemos bien claro que escuchar entero el himno español a 120 decibelios durante un par de minutos se puede convertir en un auténtico suplicio para las más de cincuenta mil personas que van a asistir a tan magno evento. De esta manera, los españoles viviremos esta noche dos acontecimientos que nada tienen que ver con el deporte. TVE y Federación Española de fútbol censurarán el sonido ambiente y provocarán que más de uno haya de visitar con prontitud a un especialista para tratar de restaurar su dañado oído.

     Y digo yo, si de verdad los aficionados madridistas van a cantar el himno español y solo van a pitar algunos culés, ¿no quedarán ahogados estos pitidos entre los cánticos de todo el resto del estadio? ¿Para qué demonios hace falta dejar medio sordas a más de cincuenta mil personas? ¿Lo importante no es que haya un gran espectáculo en el césped y que gane el mejor? ¿Por qué no dejamos de una puñetera vez de politizar el deporte de esta manera? ¿Por qué hace falta un dispositivo de seguridad sin precedentes, compuesto por más de 2500 policías, para un partido de fútbol? ¿Por qué la prensa deportiva no se limita a hablar de fútbol? ¿Tendrá que morir o resultar herido alguien para que todos reflexionemos sobre todos estos temas?

     Lo que va a ocurrir esta noche en Mestalla va a tener repercusión mundial. Un Madrid - Barça es seguido en todo el planeta. Es el partido de los partidos. Más todavía tratándose de una final. Hay medios de todo el planeta cubriendo algo que debería ser un espectáculo deportivo. Y el mundo va a poder ver, una vez más, que "Spain is different". Y lo va a poder escuchar a 120 decibelios. ¡Para vergüenza de todos los españoles!