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lunes, 5 de junio de 2023

Del color de la leche. Nell Leyshon. Sexto Piso. 2013. Reseña

 




    Sorprendente. Original. Inteligente. Conmovedora. Un soplo de aire fresco. Así es Del color de la leche, la novela de la escritora y dramaturga inglesa Nell Leyshon (Glastonbury, 1962) publicada hace casi diez años por la editorial independiente Sexto Piso. Fue la primera obra traducida y publicada en lengua castellana --después le sucedieron, también en Sexto Piso, Memorias de una carterista (2015), El show de Gary (2016) y El bosque (2019)-- de una autora hasta entonces desconocida en nuestro país. Y ello a pesar de que en Inglaterra era ya un personaje importante gracias sobre todo a sus obras de teatro y sus dramas radiofónicos emitidos por la prestigiosa BBC, cuyos inicios se remontan nada más y nada menos que hasta 2002. Además, goza del honor de haber sido la primera mujer en escribir una obra --Bedlam-- para el prestigioso The Shakespeare´s Globe Theatre de Londres. Aún quedan por traducir al castellano --sirva esto como llamada pública y petición a las editoriales de nuestro país-- sus dos primeras obras novelísticas: Devotion (2008) y Black dirt (2004).       

    Del color de la leche es también una novela rebelde. Necesaria. Rescatadora. Desgarradora. Un golpe en la conciencia. Una obra de estructura y escritura muy sencillas --cinco capítulos: Primavera, Verano, Otoño, Invierno y Primavera--, a priori incluso simple --frases cortas y poco elaboradas, típicas de alguien que apenas sabe leer y escribir: una niña de solo quince años de la Inglaterra profunda de 1831--, que, sin embargo, alcanza una gran complejidad desde el punto de vista temático y reivindicativo. Una novela con dos grandes protagonistas: el medio natural --y social-- de la Inglaterra de la época ya reseñada y la joven Mary, la más pequeña de cuatro hermanas. Una joven alegre --a pesar de las circunstancias-- familiar, inocente --en su propia familia se insinúa que incluso algo retrasada--, de gran personalidad y extremada inteligencia --que todo lo analiza y reflexiona--, demasiado impetuosa e impulsiva --que no sabe estar callada y nunca se sienta de día--, coja de nacimiento, cuyo cabello es del color de la leche. 

    El padre de la familia de Mary es un déspota que cree que su mujer e hijas solo están en este mundo para servirle y hacerle las mil y una tareas del campo. Es un abusón que maldice a la vida por no haberle dado ningún hijo varón que lo ayude en su trabajo. La madre secunda al padre y no parece tener ninguna empatía con Mary, a la que toda la familia desecha y no tiene en cuenta para nada por su defecto físico en su pierna y por no tener muchas luces. Solo el abuelo estima de verdad a su nieta pequeña. Solo con él tiene Mary un pequeño espacio de paz y tranquilidad en el agobiante y claustrofóbico seno familiar --no en vano, ellos son los dos miembros defectuosos de la familia, puesto que el abuelo está impedido a causa de una caída--. Y, aún así, la joven ama a su familia y no quiere abandonarla nunca. Por eso trata de oponerse cuando su padre prácticamente la vende al vicario, el señor Graham, para que se vaya a vivir a su casa y cuide a su esposa enferma. Sobrecoge la frialdad con la que la familia despide a Mary cuando toma el camino hacia la casa del vicario. 

    Ni siquiera sus hermanas, con las que se supone ha de tener una relación más estrecha por edad y vínculos, se inmutan ante la pérdida que debería suponer la partida de su hermana pequeña. Beatrice, con quien comparte habitación, solo sabe dormir abrazada a una Biblia que no sabe leer. Y Violet y Hope, envidiosas hasta la médula, compiten entre sí por el amor de Ralph, único hijo del vicario. Un joven egoísta que solo se quiere a sí mismo, que elude todas sus responsabilidades, familiares y extra familiares, y para quien la vida es todo placer y nada de compromiso. Un joven que sabe que Mary es diferente a sus hermanas. Tratará de domarla, pero se dará pronto por vencido. Sabe que nunca cambiará. Mary, por su parte, busca algo en la vida. No sabe exactamente lo que es, hasta que finalmente cae en la cuenta. Tanto en casa de su familia primero, como en la del vicario después, siente que echa algo en falta. Le costará sangre, sudor y lágrimas concluir que lo que tanto ansía es la libertad.  

    Lo que podría ser una vía de escape para ella, una forma de librarse de las cadenas familiares, se convierte en realidad, como en su día escribió acertadamente Elias Canetti, en una nueva ligazón a otras cadenas. Puede que no tan duras, tan fuertes, pero igual de alienadoras. Y es que, aunque con el señor y la señora Graham se lleva muy bien, la joven chocará con su hijo, Ralph, y también con Edna, la criada, quien ve que su status en la casa del vicario se puede tambalear con la llegada de Mary. Una Edna, por cierto, que supera la treintena y que guarda bajo su cama tres sudarios: el suyo y el de un marido y un hijo que no tiene --ni seguramente ya tendrá--. La opresión que padece Mary en ambas casas contrasta con un entorno casi bucólico: el campo, la granja, sus tareas estacionales --descritas con exquisita delicadeza y todo lujo de detalles--, los animales enjaulados, los libres, el aire del monte y de la colina, la sensación de no querer estar en ningún otro lugar y de vivir apasionadamente y con alegría a pesar de los pesares.

    Con la señora Graham establece Mary una relación casi materno-filial. Ante el abandono que siente la señora tras la marcha a la universidad de su hijo Ralph, va acogiendo a su nueva criada casi como a una hija. Así, le hará confidencias muy personales. Aunque con el señor Graham no congenia tanto, Mary aprovechará la oportunidad que este le dará de enseñarla a leer y a escribir. Algo impensable para ella y para casi todas las chicas de su edad en aquella época. Quizás la parte más emocionante de la novela resulta ser la que hace referencia a los progresos de la protagonista, que va juntando letras, palabras y párrafos ante la alegría del señor Graham y el sentimiento de orgullo de su abuelo, a quien va informando sobre sus evoluciones lectoescritoras. Así, Mary va dejando de ver en los libros solo rayas negras sin sentido y comenzando a descubrir nuevos mundos. De esta manera, además de la historia que se nos cuenta en ella, la novela puede y debe considerarse también un alegato de la lectura y la escritura. De los libros y de su importancia en la vida de las personas. Algo que nos hace más libres.

    No en vano, lo que leemos en Del color de la leche no es otra cosa que la vida de la joven escrita de puño y letra por la propia Mary. Una joven trabajadora, apasionada, sin mucha educación, pero que nunca miente, nunca ve lo malo de la vida, no tiene pelos en la lengua y ve en la escritura la forma de contar todo lo que le ha ocurrido durante el último año de su vida. Un año con una serie de vivencias desgarradoras de las cuales la protagonista quiere dejar constancia por escrito. Un escrito urgente que habla de un destino del que no puede escapar por un suceso que el lector deberá ir descubriendo a través de la lectura. Un texto íntimo, personal, minucioso y descriptivo. Una lectura que, debido a la inocencia y la conmoción que causa en el lector, y salvando las distancias, nos puede llegar a recordar al Diario, de Ana Frank, o a El niño con el pijama de rayas, de John Boyne. Porque la vida, vista desde los ojos de los niños, siempre nos sorprende y nos hace aprender cosas nuevas. Sobre todo cuando, para más inri, nos cuenta historias no contemporáneas sino algo más pretéritas.

    Por todo ello, e incidiendo en el inicio de esta reseña, Del color de la leche es una historia rebelde, por cuanto el mero hecho de ser escrita demuestra las ansias de alcanzar la libertad denegada. Es necesaria y rescatadora por el hecho de dar voz a tantas y tantas mujeres anónimas que perecieron en la lucha por alcanzarla. Un golpe en la conciencia de quienes, desde el presente, creen que aquello es solo ficción, literatura y no la pura realidad de la vida de las mujeres a lo largo de la Historia. Historia de desencanto, desengaños, malos tratos, opresión y anonimato. Si a todo ello añadimos la originalidad y la frescura, estamos ante una gran novela. De esas que remueve conciencias. De esas de las que no se sale como se entró. De esas de las cuales recuerdas a su protagonista largo tiempo. Quizás para siempre. Porque la Mary de esta novela ya es un personaje clásico de la literatura inglesa, europea y mundial. Si no la conoces todavía, preséntate ante ella y conócela. Es probable que se quede contigo.                       



miércoles, 25 de enero de 2017

84 Charing Cross Road. Helene Hanff. Anagrama. 2006. Reseña





     En una ocasión alguien --no recuerdo quien-- dijo o tal vez escribió --tampoco este dato lo tengo nada claro-- algo así como que un buen lector no puede ser una mala persona. En sí, la frase parece fuera de lugar. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Sin embargo, si lo pensamos más fríamente, se convierte en una certeza. Sinceramente, opino que quien fuera la persona que dijo o escribió semejante frase dio en el clavo. Y un ejemplo de ello lo tenemos en este libro de Helene Hanff. Una novela epistolar que emociona a todo lector que realmente ame los libros y la literatura. A mí al menos me ha conmovido profundamente. Tanto que al terminarlo me he quedado sin saber exactamente cómo reaccionar. Maravillado y triste a la vez.

     Una historia de lo más sencilla, si está escrita con el corazón en la mano, puede tocar lo más profundo de nuestro ser. Y si está escrita con dos corazones --o incluso alguno más--, tal y como sucede en el caso de 84 Charing Cross Road, más todavía. Y es que, como también se suele decir, la realidad siempre supera a la ficción. Porque esta novela sucedió. Y es el fruto de veinte años de correspondencia entre dos personas que jamás se conocieron en persona pero que se amaron de una manera muy especial. No, no estoy hablando del amor conyugal o sexual, sino de otro amor que también puede conmover: el amor a los libros, a la literatura, a los buenos modales y a la buena educación.

     Helene Hanff fue una escritora estadounidense que trató de que sus obras teatrales fueran llevadas a la escena por algún productor. Algo que no consiguió hasta muy tardíamente. Mientras tanto, hubo de buscarse la vida escribiendo guiones para series televisivas de las distintas televisiones norteamericanas. También ensayos, cuentos y reseñas literarias para revistas. Finalmente, publicó la obra que nos ocupa, la que acabaría dándole gloria, no solo en el mundo literario sino también en el del cine, como veremos más tarde. Siempre autodidacta, trató de conseguir en el Nueva York de los años cincuenta y sesenta las obras más importantes de la literatura inglesa de todas las épocas. Harta de no encontrarlas en ninguna galería ni librería, acabó encontrando solución a su problema en el 84 de Charing Croos Road, en Londres.

     Allí estaba ubicada la librería Marks & Co., donde pudo satisfacer sus deseos en forma de magníficas encuadernaciones en piel y tela de sus obras preferidas. Frank Doel, el encargado de la librería londinense, irá atendiendo de la mejor manera posible sus demandas. Y entre libros, autores y temáticas, surgirá una relación muy especial entre ambos. Pero no solo entre ellos, sino también entre la escritora y el resto de trabajadores de la librería e incluso entre sus familiares. Los pedidos de Hanff son libros casi inencontrables. No obstante, Frank Doel consigue ir consiguiendo la mayoría de los ejemplares. Aunque la tarea le lleve hasta dos años.

     Catulo, Angler, Chaucer, Walton, Milton, Lamb, Hunt, Austen. Por las páginas de las cartas que componen la novela aparecen los grandes nombres de la literatura inglesa. Pero no solo eso. A lo largo de los veinte años de correspondencia, ambos interlocutores van contándose los aspectos más importantes de sus respectivas sociedades, por lo que la obra sirve también para radiografiar a ambas. La situación económica británica tras la II Guerra Mundial, con las consabidas restricciones alimentarias, provocará que Hanff, desde el otro lado del Atlántico, se compadezca de los empleados de la librería y comience a enviarles productos muy poco vistos allí en aquella época. Su solidaridad y su bondad provocará el estrechamiento en los lazos entre ella y todas las familias que algo tienen que ver con la librería.

     Con un sentido del humor sano y algo excéntrico en ocasiones y esos envíos de alimentos en plena época de carestía y racionamientos, Hanff irá ampliando la lista de sus amigos londinenses. Sin embargo, no encuentra la manera de visitarlos. Su mala situación económica se lo impide, Intenta ahorrar a lo largo de los años, pero cuando parece que va a poder cumplir el sueño compartido de reunirse con ellos siempre ocurre algo que la hace tirar mano de los ahorros e ir aplazando el caro viaje. Nos quedan, eso sí, las cartas que se fueron enviando a lo largo de esas dos décadas. Unas cartas llenas de amor, ternura, admiración mutua y pasión literaria y humana que conforman un tesoro para cualquier amante de la literatura.

     Sin duda, 84 Charing Cross Road es una de esas joyas que nos hablan de lo que para muchos de nosotros suponen los libros, las librerías y las bibliotecas. Aunque su publicación pasó casi inadvertida en un primer momento, a lo largo de las décadas siguientes se ha ido confirmando como uno de esos pocos libros denominados de culto a ambos lados del Atlántico. Lo mejor de todo es saber que se trata de una historia real. Sus protagonistas, sin duda, merecen pasar a la historia de la literatura. Lo peor, sin duda, que se hace muy corto y que algunas de las cartas no se conservaron, provocando algunos vacíos informativos que, a pesar de todo, no restan un ápice de encanto a la historia.

     En 1970 Hanff publicó, previo permiso de todos y cada uno de sus interlocutores londinenses, las cartas en forma de novela epistolar. Poco más tarde, se llevó también al teatro. Por fin, ¡el teatro! Y en 1987 la historia llegó también a la gran pantalla. Dirigida por David Hugh Jones, producida por Mel Brooks y protagonizada por Anne Bancroft (como Helene Hanff) y Anthony Hopkins (como Frank Doer), es fiel a la realidad y constituye otra obra maestra que todos los amantes de los libros deberían ver. Su título: La carta final (84 Charing Cross Road). Seguramente, si la obra fuera de ficción, el final habría sido muy diferente. La vida, sin embargo, nos lleva a veces por caminos que no podemos conocer. Por suerte, siempre nos quedarán los libros para mitigar nuestros males...                 


jueves, 22 de octubre de 2015

Chesil Beach. Ian McEwan. Anagrama. 2008. Reseña





     Chesil Beach nos presenta una Inglaterra culta pero timorata y provinciana. Contextualizada en 1962, narra, desde el presente, la peripecia vital de Edward y Florence en su noche de bodas. Una noche que ya desde las primeras páginas se presenta poco pasional y dramática, muy dramática. Su autor, Ian McEwan - más conocido por obras como Amsterdam (1998) o Expiación (2001), además de por la actualmente exitosa La ley del menor (2015)  -, construye una historia de gran emotividad y equilibrio.

     Florence y Edward tienen veintidós años y se casan después de un año de relación. Ella, porque le toca. Él, porque la desea y sabe que únicamente podrá poseerla previo paso por la vicaría. Mal inicio, vamos. Ambos temen por igual lo que pueda ocurrir esa noche. Faltos de experiencia, constatan que la incomunicación solo puede traer aspectos negativos. En el caso de Edward el anhelo sexual le puede al nerviosismo. En el de Florence la cuestión se complica más si cabe, pues siente verdadera repulsión, casi psicótica, hacia el sexo. Tanto que es incapaz hasta de besar con lengua. 

     Estamos ante un drama verídico - ¡todavía en pleno siglo XXI se dan casos como el descrito! - que nos hace reflexionar y analizar cada situación, cada pasaje de la acción. McEwan aprovecha para realizar una fuerte crítica social de una sociedad, la inglesa de postguerra, que impedía la intimidad de los enamorados. Porque, problemas al margen, Edward y Florence se quieren. Lástima que el amor por sí mismo no sea capaz de mantener una relación.

     Los problemas de Florence son dignos de terapia psicoanalítica, algo que ella misma llega a insinuar en la parte final de la novela. ¿Quizás esa repulsión sexual y esa frigidez tengan su causa en esas excursiones en barca y en esos viajes por Europa con su padre, un rico negociante? McEwan pasa de puntillas sobre el tema, dejando simplemente la puerta abierta para que el lector opine lo que considere oportuno. La madre de Edward es una perturbada mental a la que la familia entera sigue la corriente siempre. ¿Puede que sea ese el motivo de su falta de comunicación con las mujeres? El autor tampoco aclara esta cuestión, aunque probablemente así sea.

     El contexto en el que se desarrolla la acción contribuye a que los dos protagonistas sean como son y actúen como actúan. Finalizada la II G.M. y en plena Guerra Fría, el Imperio británico ha ido perdiendo colonias y posesiones, algo que no todos los ciudadanos - y, lo que es más grave, los políticos - asimilan. Ese ambiente de pérdida de grandeza ahonda en la psicología de una sociedad a la que le cuesta reconocerse a sí misma. Lo cual influye sobremanera en los ciudadanos. Buena prueba de ello son las familias de Edward y Florence. Y huelga decir lo que una familia influye, a su vez, en sus miembros, sobre todo en los menores.

     La novela se divide en cinco partes, a saber: una primera en la que se presenta el ambiente y a la pareja de protagonistas, con sus temores, anhelos y preocupaciones; una segunda en la que el narrador se centra en los pasados individuales y familiares de cada uno de ellos; en la tercera los grandes problemas de la insinceridad y la frustración personal y sexual estalla; en la cuarta, volvemos al pasado para saber cómo, cuándo y dónde se conocieron Edward y Florence; y en la quinta llegan el desenlace y esos fogonazos finales que describen los años y las décadas siguientes a esa fatídica noche de bodas.

     A lo largo de sus 180 páginas Chesil Beach nos presenta varias contraposiciones: la ascendencia de la familia rica de Florence choca con la pobreza de la de Edward; la música clásica, la verdadera vida y pasión de ella, con el emergente rock británico que tanto ama él; la vida moderna en la ciudad de Londres con el atraso y anquilosamiento de Oxford; el auge de la democracia europea occidental de la posguerra con las ideas del comunismo en la parte oriental del continente.

     McEwan describe con perfección casi milimétrica la psicología de ambos personajes. Sus ambiciones, sobre todo en el caso de Florence; sus diferentes anhelos; sus temores - no dar la talla en el caso de él; la fobia al sexo en el de ella -; la falta de sinceridad y de comunicación de ambos. Y, como conclusión, podríamos decir que la historia nos demuestra que una relación no puede sostenerse únicamente con amor. Sin duda, es la parte más importante, pero acabará siempre sucumbiendo ante la falta de comunicación, de sinceridad, de empatía y de sexo. En 1962 y en la actualidad.  


lunes, 9 de febrero de 2015

The Imitation Game (Descifrando Enigma). Morten Tyldum. 2014





     Alan Turing fue un matemático, lógico, criptógrafo y científico de la computación inglés. Considerado uno de los padres de la ciencia de la computación y el precursor de la informática moderna fue, además, homosexual. Esta información, que a día de hoy carecería de importancia para la mayoría de gente - aunque siempre hay algún retrógrado - colocó al científico en un callejón sin salida a mediados de los años cincuenta en la Inglaterra de la posguerra. Hecho que convirtió a uno de los máximos responsables de la victoria aliada en la II Guerra Mundial en un ser socialmente visto como depravado, vicioso e indecoroso.

     Turing consiguió descifrar los códigos nazis contenidos en la máquina Enigma, con lo que contribuyó de manera casi decisiva al triunfo sobre el nazismo. Nada de ello le sirvió para ser reconocido públicamente en la Inglaterra de su tiempo. Es más, acabó cayendo en desgracia cuando, siete años después de terminar la guerra, fue acusado y condenado a castración química para atajar sus inclinaciones sexuales. Ser homosexual fue su pecado mortal. Y por ello, pagó bien caro. Su trabajo en Bletchley Park, la formalización del concepto de algoritmo, la creación de la máquina de Turing, dar el pistoletazo de salida a la inteligencia artificial y diseñar y crear una de las primeras computadoras electrónicas promagrables digitales pesaron mucho menos que el hecho de ser gay en aquella Inglaterra conservadora e intransigente.

     Hasta aquí lo que es de dominio casi público. A partir de ahora paso a analizar aquellos aspectos de la película que me parecen más llamativos. En primer lugar, debo destacar la extraordinaria interpretación de Benedict Cumberbatch en el papel de Alan Turing. Conocido por sus apariciones en la serie televisiva Sherlock y en films como El Hobbit, Star Trek, 12 años de esclavitud o War horse, entre otros, está ante el papel de su vida (hasta el momento). Un trabajo que le ha situado como uno de los grandes candidatos al Oscar. Es un personaje complicado, emocional, explosivo y solo al alcance de un actor de enorme talento. Su gran trabajo ante las cámaras permite conseguir un retrato creíble de cómo debió vivir aquellos años Turing. Nos transmite de manera realista y fiel el dolor, el sufrimiento y la obstinación del genio que fue. Cumberbatch es, sin duda, el pilar en el que sostiene la película. Como en su día el propio Turing lo fue en el proceso de descifrado de Enigma.

     La mayoría de genios de la historia de la humanidad han sufrido una tremenda soledad en sus vidas. Solo unos pocos se han salvado de este hecho. Turing no pudo. La película muestra cómo, ya de niño, hubo de hacer frente a la pérdida de su único amigo, su compañero Christopher, con quien tuvo una amistad mucho más cercana de lo habitual. Veinte años después, bautizará a su máquina descifradora de Enigma con ese mismo nombre, mostrando el anhelo y la melancolía del genio inglés. Algo que le acompañó hasta el final, según el film. 

     Su único sostén durante el complicado proceso de descifrado de Enigma fue Joan Clarke, interpretada por Keira Knightley (Anna Karenina, Piratas del Caribe, Orgullo y prejuicio o El Rey Arturo). Nominada al Oscar como mejor actriz de reparto por su papel, cumple con lo que se espera de ella en cada momento, en cada situación. Clarke se enamorará de Turing pese a vislumbrar sus inclinaciones y estará a su lado en todo momento. Su mente prodigiosa, casi a la altura de la del propio protagonista, será clave en la perseverancia de aquel.

     Matthew Goode (Belle, Watchmen, Match Point o Al sur de Granada) interpreta a Hugh Alexander, campeón de Inglaterra de ajedrez. Inteligente y guapo, es el típico gentleman inglés, seductor y conquistador. El giro que se da en la relación entre los dos principales protagonistas masculinos es otro de los fuertes de la cinta. El reflejo más patente de que la unión siempre hace la fuerza, de que remar todos en la misma dirección es la mejor opción. De que el trabajo en equipo es el más productivo. Porque en el mundo, además de ciencia, debe haber también humanidad. 

     Y, como en todas las películas debe haber un malo, en este caso aparece Charles Dance (Underworld, Scoop, Gosford Park), el superior de Turing, el comandante Alastair Denniston, quien espera el más mínimo error del jefe de los descifradores para despedirlo y despellejarlo vivo. Ante él, más que ante nadie, deberá Turing cifrar sus pensamientos, sus inclinaciones sexuales y su personalidad para defenderse ante ese poder material, perverso e inmoral dominante en su Inglaterra natal. Y también este punto queda resuelto en el film por el buen hacer de Cumberbatch.

     El director noruego Morten Tyldum (Headhunters) y el guionista novel Graham Moore, ambos también nominados a los Oscars en sus distintas parcelas, contribuyen a dar vida a Turing con sus grandes trabajos. Sobre todo a la hora de adaptar a la pantalla la biografía escrita por Andrew Hodges, pionero y líder del movimiento de liberación gay inglés en los años setenta. Hodges escribió Alan Turin: the Enigma para recuperar la figura del denostado científico. Un homenaje justo y merecido que el propio gobierno británico tardaría todavía treinta años más en realizar. Sea como sea, el film hace justicia con un personaje sin el cual el mundo en que vivimos podría ser muy diferente de lo que es. No en vano, como queda demostrado en The Imitation Game (Descifrando Enigma), el amor puede hacer perder guerras...