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miércoles, 13 de octubre de 2021

Ganarle a Dios. Hanna Krall. Edhasa. 2008. Reseña

 


    



    La periodista, escritora y guionista Hanna Krall (1937) es, junto al también periodista Ryszard Kapuscinski, una de las principales renovadoras de la literatura testimonial polaca. Especialista en temas relacionados con el Holocausto --Polonia es un país donde todavía viven muchos de los testigos presenciales de los hechos acaecidos en aquella época negra--, Ganarle a Dios (1977) es su obra más conocida. Se trata de una entrevista con Marek Edelman, cardiólogo de renombre y último superviviente de la sublevación del gueto de Varsovia (1943). Prohibido en tiempos del comunismo, conoció veinticinco ediciones clandestinas y ha sido traducido a quince idiomas. Edhasa presentó en 2008 la edición que pretendo reseñar en estas líneas. Con tapa dura y letra grande, permite disfrutar y sufrir a la vez de un conjunto de reflexiones, recuerdos y pensamientos acerca de los terribles sucesos que el entrevistado hubo de vivir en primera persona durante la Segunda Guerra Mundial en Varsovia.


    Pese a su brevedad, apenas 120 páginas, nos ilumina sobre temas como el exterminio de los judíos del gueto de Varsovia, el modo de vida de estos en el interior de los cercados, la preparación de los sublevados, la ayuda externa en forma de dinero llegado desde el gobierno polaco en el exilio londinense --comandado por el general Sikorski-- para comprar armas en el mercado negro de la zona aria y los hechos sucedidos durante la sublevación de unos quinientos jóvenes valientes que, en su mayoría, dieron la vida para conseguir la dignidad perdida por parte de su pueblo a manos de los nazis. Del diálogo entre Hanna Krall y Marek Edelman afloran los recuerdos sobre los trenes de la muerte, los momentos encendidos en plena sublevación, el descubrimiento de los cadáveres de los otros cuatro lugartenientes de la ZOB --la Organización Judía de Combate, liderada por Mordejai Anilevich-- o la huida final a través de las alcantarillas, cuando el gueto estaba ya destruido y calcinado por completo. 


    La entrevista y el libro que la transcribe aborda también la vida de Edelman tras la guerra. Sus experiencias como cardiólogo son similares a las vividas durante la ocupación alemana. En ambas situaciones luchó por salvar vidas, primero en el gueto y después en el quirófano. Porque, para él, cuando uno conoce tan bien la muerte, se siente responsable de la vida. Y esa es una manera más de ganarle la carrera a Dios. Resulta grato saber que si algo sale bien es porque le has hecho una jugarreta. Dios quiere apagar la vela, y yo tengo que apresurarme a proteger la llama. Que arda al menos un poco más de lo que Él pretende. De estas afirmaciones proviene el título del libro. Un libro que reflexiona sobre el sentido de aquella resistencia armada condenada al fracaso ya desde su mismo inicio. Un canto a la dignidad que nos recuerda cuál es el verdadero sentido de la vida. Mantener la esperanza y la voluntad de supervivencia.


    El drama existe cuando puedes tomar alguna decisión, cuando algo depende de ti, y allí todo estaba decidido de antemano, reflexiona Edelman en un momento. A lo que, recuerda, respondió Mordejai Anilevich: vamos a la muerte, no hay retirada posible, moriremos por el honor, para la historia. Durante la parte final de las Aktions, entre el 22 de julio y el 8 de septiembre de 1942, los alemanes pedían voluntarios para ser trasladados a otros lugares de trabajo --en realidad, los trenes los llevarían a la muerte en Treblinka-- a cambio de tres kilos de pan y mermelada. Miles de personas acudían diariamente a la Umschlagplatz --plaza de transbordos-- por voluntad propia, como corderos al matadero. Y él lo vio con sus propios ojos, pues su labor en aquellos momentos era estar en la puerta de la plaza tratando de salvar la vida de las personas consideradas necesarias para poder llevar a buen término la sublevación.


    Edelman reflexiona sobre este hecho. Y lo tiene muy claro: es terrible ir con tanta tranquilidad a la muerte. Es mucho más duro que disparar. Morir disparando es tanto más fácil: nos era tanto más fácil morir a nosotros que al hombre que caminaba hacia el vagón, y después entraba allí y después cavaba su fosa y después se desnudaba... Como ya escribió en la obra También hubo amor en el gueto, reseñada hace un tiempo en este mismo blog, la gente se enamoraba. Estar con alguien en el gueto era la única forma posible de vivir. Uno se encerraba en algún lugar con otra persona y hasta la siguiente acción ya no estaba solo. Si por algún milagro uno se salvaba y seguía viviendo, tenía que pegarse a otro ser viviente. Y recuerda, además, que en el gueto también había prostitutas y proxenetas. Algo que tampoco debe sorprendernos. Porque, hasta en la desgracia, y especialmente en ella, la gente siempre busca algún consuelo al que agarrarse para seguir con vida.


    Un hecho que no conocen quienes no han investigado sobre el tema es la colaboración entre las policías alemana, polaca y judía a la hora de exterminar a la población del gueto. La policía judía, con tal de asegurarse su propia supervivencia y la de sus familias, trabajaba codo con codo con los enemigos de su pueblo. Y la ZOB condenó a muerte a varios de sus miembros. Como, por ejemplo, al comandante, Szerynski, y a su ayudante, Lejkin. También ejecutaban a quienes se negaran a dar dinero para comprar armas. Así, un total de diez cañones consiguieron meterse en el gueto. Un revólver podía llegar a costar en el mercado negro entre tres y quince mil zlotys (entre casi mil y cinco mil euros actuales). Y ocultar a un judío en la zona libre aria, entre dos y cinco mil zlotys (entre quinientos y mil quinientos euros). Huelga decir que reunir tal cantidad de dinero en tiempos tan convulsos como aquellos requería un gran esfuerzo por parte de todos los integrantes y/o simpatizantes de la ZOB.


    Uno de los capítulos más llamativos del relato es el del momento en el que los alemanes prendieron fuego al gueto. Los jóvenes sublevados y otros habitantes de las distintas zonas tuvieron que atravesar las llamas para poder escapar a otros lugares más seguros. Muchos murieron quemados, asfixiados, ametrallados. Otros corrieron por los tejados o por los refugios construidos bajo los sótanos. En un momento dado, cavaron una improvisada tumba para cinco personas. Como era primero de mayo, cantamos en voz baja sobre la tumba los primeros versos de La Internacional. ¿Lo creerás? Había que estar realmente mal de la cabeza. En efecto, las canciones, las poesías, los dibujos y los diferentes modos de confraternidad fueron básicos para seguir hacia adelante en un lucha perdida de antemano. En parte por ello, desde el exilio londinense se creó Zegota, el Consejo de Ayuda a los Judíos. Desde dicho Consejo se dio dinero para armas y se trazaron planes para salvar al máximo número de personas posible.


    La colaboración entre la ZOB, el Zegota, el AK --Ejército Polaco del Interior, la mayor organización clandestina de toda la Polonia ocupada-- y el AL --Ejército Popular-- resultó clave para minimizar la aniquilación de la población judía del país, principalmente en su capital, Varsovia. Y es que suele suceder que es en el peor de los escenarios posible donde la unión suele hacer la fuerza. Sobre todo, ante la existencia de un enemigo común cruel, despiadado y bárbaro que amenaza con acabar con todo un país. Ganarle a Dios es un claro ejemplo de dignidad, honor y valor. El valor de las vidas de unas personas que estaban condenadas a muerte simplemente por ser de otra raza, hablar otra lengua y profesar otra religión. Marek Edelman, como último superviviente de los dramáticos hechos ocurridos durante el Holocausto en Varsovia, tiene el derecho y el deber de dejar constancia de cuanto allí sucedió. Y los lectores debemos leer sus testimonios. Porque no conocer la Historia te obliga a repetir los errores del pasado...     
    

   

lunes, 5 de octubre de 2015

Varsovia. Tras las huellas de Irena Sendler y los héroes del gueto

    



     No suelo escribir sobre mis viajes por España y el resto de Europa o del mundo. Considero que éstos forman parte de la intimidad de las personas y que deben quedar en un segundo plano a la hora de relacionarse con el resto de la gente. Sin embargo, esta vez todo ha sido diferente. La pasada semana pasé tres días en Varsovia. El objeto de mi viaje fue doble: por un lado, documentarme para dar mayor verosimilitud si cabe a una historia ya de por sí real - la segunda parte de El Círculo de las Bondades, novela en preparación en la que pretendo terminar mi particular homenaje a la figura de Irena Sendler -; por otro, visitar los lugares por donde transitó en vida y presentarle mis respetos en el lugar de su descanso eterno.

     A priori puede parecer que tres días son demasiado poco tiempo para alcanzar ambos propósitos. No obstante, cuando uno prepara con la máxima minuciosidad un viaje relámpago como el que nos ocupa, sí es posible ver todo aquello que ha decidido visitar. Eso sí, la tarea requiere una programación pormenorizada: averiguar los horarios de los museos, imprimir planos de situación de los lugares a visitar, buscar un hotel más o menos equidistante a ellos, contratar a un guía que te explique todas las cuestiones que necesitas aclarar, etc.

     Irena Sendler estuvo presa en la prisión de Pawiak. Lo cual hacía necesaria una visita a lo que queda de una cárcel en la que murieron, entre 1939 y 1944, casi cien mil personas - contando a las que fueron llevadas desde allí a Treblinka y al cercano bosque de Palmiry -. En el museo actualmente existente en la antigua prisión se pueden ver pertenencias personales de los presos, documentación, fotografías, dibujos y demás objetos, los cuales sirven para hacerse una idea de cómo era la vida allí. Una maqueta del lugar me ayudará a describirla con la máxima minuciosidad. Lo mismo ocurre con las celdas del único bloque que quedó en pie en 1944.

     Después de sobrecogerme en Pawiak llegó uno de los momentos emotivos del viaje: la visita al edificio en que vivió Irena durante la II G. M.. Se encuentra cerca del hotel, en el barrio de Wola, más concretamente en la calle Ludwiki 6. Una placa informativa avisa a los paseantes de que en el primer piso vivió la salvadora de dos mil quinientos niños judíos del gueto de Varsovia. Al lado del texto, una imagen de la homenajeada. A continuación, me dirigí a la iglesia de San Adalberto, cercana al antiguo domicilio de nuestra protagonista. Se trata de su lugar de culto habitual. Ferviente católica, Irena acudía a menudo a este recinto, que fue respetado por los alemanes cuando decidieron incendiar y destruir la capital polaca entre 1944 y 1945. Pisar los mismos desgastados ladrillos que en su día pisó ella me causó una sensación de alegría y responsabilidad difícil de explicar aquí. El día finalizó en Plocka 26, lugar donde falleció Irena en 2008, a la edad de 98 años. 

     El segundo día de mi estancia en Varsovia lo dediqué a recorrer las calles de lo que en su día fue el gueto judío. Algunos - muy pocos - de sus pavimentos y edificios permanecen todavía visibles y en pie. De la mano de una formidable guía - sin duda, la mejor que uno pudiera imaginar -, de nombre Anna, licenciada en filología hispánica y gran conocedora del tema en cuestión, visité la sinagoga Nozyk - la única de las tres existentes en aquella época que todavía se puede encontrar en funcionamiento -, el instituto de historia judía Emanuel Ringelblum - junto a la ya inexistente Gran Sinagoga de la calle Tlomackie, demolida en mayo de 1943 -, los monumentos referentes a los héroes del gueto - en Mila 18, cuartel general de la ZOB, y en la calle Zamenhofa, donde comenzó el alzamiento judío en abril de 1943 - y recorrí las céntricas plazas del Mercado y del Castillo. 

     Además, anduve por buena parte del cementerio judío de la calle Okopowa. Allí pude contemplar el monumento dedicado al genial pedagogo Janusz Korczak, que murió en Treblinka junto a los dos cientos niños de su orfanato en el desarrollo de las Aktions Reinhard. Y vi las tumbas de algunos de los rebeldes del gueto, como Marek Edelman o Michal Klepfisz, y del presidente del Judenrat, el ingeniero Adam Cherniakov, que puso fin a su vida el segundo día de las deportaciones. La visita a la Umschlagplatz o plaza de embarque, desde la que partían los trenes de la muerte destino a Treblinka, me encogió el corazón. 




     El tercer y último día en la capital polaca comenzó con otro momento muy emocionante para mí: la visita al cementerio católico Powazkowski, donde deposité unas flores y un cirio en la tumba de Irena, en la sección Q54 de beneméritos de la patria. Pasé unos minutos ante ella, en silencio, dándole las gracias por sus heroicas acciones y pidiéndole que me ayude e inspire en la tarea de contribuir a mantener viva su memoria y la de ese círculo de personas bondadosas que le asistieron en la salvación de los niños. 

     El resto del día lo ocupé en el Museo Polin, dedicado a los mil años de historia de los judíos polacos, situado entre la calle de Mordejai Anilevich, líder de la resistencia judía, y el paseo dedicado a Irena Sendler, y en el Museo del Alzamiento. El Polin es de obligada visita para quienes estén interesados en el tema que nos ocupa, pero también para cualquier turista, pues museos de tanta categoría hay muy pocos en el mundo. El despliegue de medios de todo tipo llega a dejar a los asistentes con la boca abierta. Algo parecido ocurre en el Museo del Alzamiento, ubicado en la calle Grzybowska 79. Entre otras cosas, en él puede uno recorrer una réplica de los canales por los que huían los rebeldes polacos, sobrevolar en 3D la destruida Varsovia de 1944 y observar armamentos y demás objetos pertenecientes a los insurrectos y a los nazis.

     En definitiva, tres días para recordar. Y todo ello pese a la fealdad de una ciudad reconstruida casi desde sus cenizas y la frialdad de unos ciudadanos a los que todavía les cuesta superar las sucesivas tragedias vividas en los últimos ciento cincuenta años de su historia. Años de continuas particiones, escisiones, ocupaciones, devastaciones y reconstrucciones. Un país que uno, pese a todo, aprende a amar. Y una historia que todo el mundo debería conocer y nunca olvidar.                                                                                                                                             

          

lunes, 21 de septiembre de 2015

Voces del gueto de Varsovia. Michal Grynberg. Alba Editorial. 2004. Reseña





     Voces del gueto de Varsovia es una recopilación de testimonios escritos por supervivientes de uno de los capítulos más estremecedores de la historia del siglo XX europeo y mundial. Hasta un total de 29 protagonistas de tan dramáticos acontecimientos desfilan por las más de 450 páginas que componen el libro. Su editor, Michal Grynberg, investigador del Instituto de Historia Judía de la capital polaca, seleccionó los textos y los ordenó cronológicamente y por temas para que los lectores pudieran contrastar las diferentes opiniones de cada uno de los narradores.

     El resultado es este relato coral, una crónica apasionada y terrible, que reconstruye la vida de los judíos de la Varsovia de la II Guerra Mundial. Desde agentes de la Policía de Orden Judía hasta miembros de la resistencia, pasando por relatos de mujeres y hasta de una niña de tan solo once años de edad, recomponen la memoria de un pueblo condenado a muerte por la infamia nazi. Se recupera, así, la identidad de una comunidad sumida en la miseria y en la desesperación, pero también tenaz y luchadora. El libro desgrana la historia de la degradación humana que padecieron más de quinientas mil personas en aquel infame gueto.

     Este desgarrador documento histórico se compone de diez capítulos, a través de los cuales asistimos a la progresiva e imparable pérdida de libertades de una comunidad acostumbrada a luchar por su supervivencia a lo largo de la historia, pero, por supuesto, nada preparada para afrontar el peor de sus martirios. La vida entre los muros narra los aspectos básicos de cómo fue su vida durante los primeros tiempos de la construcción del gueto. La solidaridad y la organización interna de las distintas asociaciones de autoayuda ocupan la mayoría de sus páginas, así como los personajes más conocidos de la comunidad y su impactante capacidad de amoldarse a las circunstancias. 

     La administración del gueto de Varsovia se ocupa del Consejo Judío o Judenrat, liderado por el ingeniero Cherniakov; de la Policía de Orden Judía, bajo la jefatura de Szerynski; de las relaciones entre la policía judía y la polaca, que casi nunca fueron del todo buenas, a no ser por repartirse el pastel del contrabando; de la prisión central de la calle Gesia, que tenía capacidad para unas seiscientas personas pero que acabó albergando a más del triple; y de las instituciones de Protección Social, que hicieron lo que buenamente pudieron ante tanta barbarie.

     Los capítulos 3 y 4, referentes a Las autoridades de ocupación y a La gran acción, ocupan un tercio del total de los testimonios. Narran la preparación y casi-consumación del intento de exterminio de la población del gueto. Son las páginas más sobrecogedoras del libro. Tanto que al lector le cuesta avanzar en sus páginas ya que debe buscar aire en otros lugares para dejar de lado tanta angustia. Se describen minuciosamente las actions, la Umschlagplatz o plaza de embarque desde la que salían los trenes destino al campo de Treblinka, la extremada crueldad de los agentes de la SS y también de los propios policías judíos, y la incesante búsqueda por parte de los pobladores del gueto de trabajo en las shops (fábricas) alemanas o de escondites en refugios, sótanos, azoteas, etc.

     El levantamiento se centra en un hito histórico: el gueto judío de Varsovia, casi sin fuerzas ni armas ni comida, aguantó hasta tres meses los asedios del mayor ejército del mundo en el momento. Pese a terminar por sucumbir ante el poderío nazi, la mayoría de los pobladores que todavía permanecían con vida después de más de tres años de encierro, demostraron su ansia de libertad y de justicia. El barrio fue literalmente borrado del mapa, y sus pocos supervivientes hubieron de permanecer encerrados en sus búnkeres durante días, semanas y meses. En el distrito ario se centra en la forma de vida clandestina de los judíos que consiguieron huir del gueto para esconderse en casa de amigos de la parte no amurallada de la ciudad. Algo que, en la mayoría de casos, costó mucho dinero, dilaciones, extorsiones y denuncias por parte de una población polaca que llegó a creer en la propaganda nazi, que aseguraba que los judíos eran los causantes de todos los males de Polonia.

     En la prisión de Pawiak es uno de los capítulos centrales del libro. Sus testimonios cuentan la falta de alimentación e higiene de los presos y de valores y escrúpulos por parte de los carceleros de las SS y de los ucranianos que les servían de ayuda en las tareas especiales. Tratos vejatorios y denigrantes, ataques con perros y palizas sin fin se convirtieron en el día a día de los presos. Recuerdos diversos componen el capítulo octavo. En él leemos testimonios de personas anteriormente antisemitas que, viendo las injusticias cometidas sobre ellos, se convierten en defensores y hasta ocultadores de judíos en sus casas; también relatos de fugados de Treblinka que vuelven al gueto para avisar a sus hermanos; y denuncias de la corrupción existente en las SS, donde algunos agentes hacían la vista gorda a cambio de algunas gratificaciones.

     La liberación describe cómo vivió cada uno de los judíos la llegada de las tropas soviéticas y el fin de la guerra. Sorprendentemente, no fueron mayoritariamente momentos de euforia, sino de aceptación de la triste realidad, de una nueva vida que debía comenzar desde cero, pero sin padres, hijos, hermanos y resto de familiares. Muchos de los supervivientes se vieron libres, pero sin familia, sin dinero ni posesiones y sin un lugar adonde ir. Que nadie pase jamás por una situación como esa. El libro finaliza con un capítulo titulado Apéndice biográfico de autores, en el que se explica la procedencia de los distintos testimonios aparecidos en las páginas anteriores.

     En definitiva, estamos ante un documento - o conjunto de ellos - de carácter histórico de primer nivel. Huelga decir que cualquier persona interesada en esta temática no debe dejar de leer un libro tan importante como este, al nivel de la magnífica Crónica del gueto de Varsovia, del historiador judeo-polaco Emanuel Ringelblum, también publicada por la misma editorial. Conocer la historia debe ayudarnos a no repetir los errores del pasado. Aunque, visto lo visto, tiene razón quien afirma que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.     

    

lunes, 10 de marzo de 2014

La victoria del ghetto. Marc Dvorjetski. Editorial Euros. 1974. Reseña





     Marc Dvorjetski fue uno de los ochenta mil judíos que poblaban la ciudad de Vilna, Lituania, en 1941. La denominada "Jerusalén lituana", auténtica metròpolis del judaísmo europeo, fue tomada por los nazis en junio de 1941. Como en multitud de ciudades polacas y del este de Europa la población judía fue confinada en un gueto. 

     La victoria del ghetto es el resultado de un juramento realizado por muchos judíos en aquella época: los que sobrevivieran a la barbarie nazi contarían todo lo ocurrido para que las generaciones venideras no volvieran a repetir semejantes atrocidades. Evidentemente, el título es simbólico, pues poco pudieron hacer los allí confinados para hacer frente a los alemanes. Sin embargo, a lo largo de los hechos reseñados por Dvorjetski subyace un ferviente mensaje de fe, esperanza y lucha.

     Médico de profesión, se ocupó de hacer algo más llevadera la vida de cuantos conciudadanos pudo atender durante los más de dos años que duró el hacinamiento en un entorno mugriento, gris y sucio. No obstante, lo descrito supone, en palabras de René Cassin, premio Nobel de Literatura, en el prefacio del libro, "un himno triunfal para la celebración mística de una epopeya gloriosa". 

     Aunque el gueto más conocido de la época (el de Varsovia) es bastante conocido gracias a multitud de novelas, ensayos y hasta películas merece la pena leer lo acaecido en otros recintos amurallados similares. Encontramos en este relato múltiples similitudes respecto a la capital polaca. Pero también aspectos diferentes que amplían nuestros horizontes y nos permiten ver cómo los judíos no reaccionaron de igual manera en todos los lugares que sufrieron las atrocidades nazis.

     Pese a que no hubo una sublevación como la de Varsovia sí encontramos en el relato de Dvorjetski las mil y una maneras de hacer frente a los alemanes. Figuras como Abba Kovner, Tenenbaum-Tamarov, Yehiel Scheinbaum, Glasmann o Wittenberg, líderes del movimiento resistente de Vilna, reciben aquí su particular homenaje, al igual que las mujeres participantes en los correos clandestinos gracias a los cuales la mayoría de los guetos de Centroeuropa estuvieron en permanente comunicación a lo largo de la guerra: Frumka Plotnitzki, Liona Kazibrodska y Tamara Schneidermann, entre otras muchas. 

     El bosque de Ponar, situado a escasos siete kilómetros de la ciudad de Vilna, uno de los lugares más hermosos de la zona, fue utilizado por los alemanes para fusilar y enterrar a multitud de judíos procedentes de la "Jerusalén judía" y de otros lugares de Europa. Precisamente en los bosques de los alrededores, muchos otros se unieron para luchar contra el gran enemigo. Incluso se constituyeron auténticas colonias judías clandestinas en ellos. El más conocido, el de los hermanos Bielski, llegó a contar con más de mil doscientas personas. El magnífico film "Resistencia", dirigido por Edward Zwick e interpretado por Daniel Craig y Liev Schreiber, cuenta la historia de este grupo comandado por Tuvya Bielski.

     Una particularidad tiene este aspecto de la lucha en el bosque: en la parte final de la guerra, cuando ya se veía que el poder alemán iba a caer con estrépito, soviéticos, polacos, lituanos y ucranianos también se echaron encima de los judíos refugiados en plena naturaleza. Su objetivo era muy simple: acabar con ellos definitivamente y, de paso, hacerse con los territorios hasta entonces ocupados por los nazis. Comenzó, así, otra guerra, totalmente desconocida por el gran público, en busca de poseer los territorios que iban a quedar libres de las huestes de Hitler. Y, nuevamente, los judíos iban a ser las víctimas inocentes de ella.

     En 1961 Dvorjetski declaró como testigo en el proceso de Adolf Eichmann, acusado de crímenes contra la Humanidad. Gracias a su testimonio (y el de otros testigos presenciales) fue declarado culpable y condenado a muerte. El nazi, que se declaró inocente porque "simplemente me ocupé de cumplir las órdenes de mis superiores", fue ejecutado en la prisión de Ramla en 1962.  

     La destrucción del gueto de Vilna, y del resto de los guetos europeos, hizo posible la edificación de la nación de Israel gracias a la voluntad de unos hombres que convirtieron la derrota y la muerte en el terreno de cultivo de una gran victoria histórica demandada durante años y años por todos los judíos del mundo. Eso sí, también fue el germen de una nueva guerra con el pueblo palestino, poniendo de manifiesto, una vez más, la terrible injusticia cometida por la comunidad internacional encarnada por la ONU. Pero esa es otra historia...                   


martes, 5 de junio de 2012

Mila 18. León Uris. 1961. Reseña


     Hace más de cincuenta años el autor de novelas históricas norteamericano León Uris escribió sobre las andanzas de los revolucionarios judíos del gueto de Varsovia durante la ocupación nazi en plena II Guerra Mundial. Y lo hizo tras una notable labor de investigación y documentación histórica que le llevó a reflejar con total detalle todo lo acaecido en la barriada judía de la capital polaca entre agosto de 1939 y abril de 1943.

      Su gran capacidad novelística de ficción le movió a introducir personajes inventados en la sucesión de los hechos reales narrados con gran maestría periodística, algo habitual en todas sus obras. Así, quien nos cuenta la historia es Cris de Monti, un periodista de la agencia suiza de noticias que cubre la capital polaca. Otros personajes de ficción se mezclan con los reales, algunos de ellos "disfrazados" con nombres ficticios, aunque a los conocedores del tema no les costará demasiado reconocer a personajes como Antek Zukierman y Zivia Lubetkin (a quienes dedica el autor la obra aquí reseñada), Mordejai Anilevich y Marek Edelman, líderes del movimiento sublevacionista; Adam Cherniakov, presidente del Consejo Judío o Judenrat; Emanuel Ringelblum, historiador clave en la recogida de los Archivos Oneg Shabbat; o Heinz Auerswald, comisario alemán de Varsovia.

     A través de las anotaciones en su diario, Alexander Brandel (Emanuel Ringelblum) va contando todo lo ocurrido en el gueto y en el resto de Varsovia. Desde las acciones nazis hasta la paulatina aglutinación o unión de todos los movimientos clandestinos judíos, desde comunistas hasta derechistas pasando por los propios rabinos, en su lucha por defender la libertad y la dignidad de su comunidad. En efecto, los nazis, en su intento de acabar con el pueblo judío, conseguirán un efecto claramente contrario: la unión de todas las confesiones judías en una sola facción de lucha y resistencia.

     Desde el refugio de la calle Mila 18 Andrei Androfski (Mordejai Anilevich), Tolek Alterman (Antek Zukierman) y el resto de jóvenes van construyendo un improvisado ejército capaz de plantar cara a los nazis, sembrando la semilla de lo que acabará siendo, pocos años después, el ejército del Estado de Israel.

     León Uris también cuenta detalladamente el difícil papel jugado por el Cosejo Judío, con Paul Bronski (Adam Cherniakov) a la cabeza, y el paso de los nazis de un estado de euforia desatada a otro de rabia no disimulada ante las sucesivas proezas conseguidas por un "ejército" judío capaz de aguantar, y hasta de humillar, al más poderoso de los ejércitos de la época.

     Quizás, de todo lo narrado por el autor, podría pensarse que el declive nazi en la II Guerra Mundial no vino por las derrotas de Stalingrado, el Afrikan Korps de Rommel o la entrada en la contienda de EE. UU. sino por las consecuencias que tuvo en el resto del mundo el levantamiento judío de Varsovia, el cual demostró y mostró al mundo que el potente ejército alemán distaba mucho de ser invencible si se le atacaba con verdadera pasión y fe en la victoria. En ese sentido, la sublevación judía sería el ejemplo a seguir por el mundo occidental en su lucha contra el imperio hitleriano.

     Estamos, sin duda, ante una novela de valor eterno e incalculable, tanto desde el punto de vista histórico (pues narra con todo detalle la verdadera historia del levantamiento) como desde el novelesco (pues realiza una perfecta simbiosis entre los personajes reales, los inventados y los "disfrazados"). En ocasiones, hasta cuesta discernir si determinados hechos contados en esta novela son reales o ficticios.

     Una novela no recomendable sino obligatoria para los amantes de la historia que nos enseña que los judíos no fueron "como ovejas al matadero" y que destierra para siempre el falso mito de la cobardía judía (fruto de un aplastante aparato propagandístico nazi). Un libro sobre el amor, la valentía y la lucha por la supervivencia presente y futura de una comunidad condenada a muerte por la barbarie. Un ejemplo de que en las peores situaciones siempre cabe esperar la ayuda de una mano amiga. Un canto a la vida desde el más allá...


lunes, 14 de marzo de 2011

La madre de los niños del holocausto. Anna Mieszkowska. Reseña

     "La madre de los niños del holocausto" es la biografía de Irena Sendler, toda una heroína clandestina polaca y católica que arriesgó su vida por salvar a más de dos mil quinientos niños y niñas del gueto de Varsovia durante la ocupación nazi de la capital polaca. La autora, Anna Mieszkowska, escritora, periodista y especialista en teatro, conoció la historia de esta mujer y se puso en contacto con ella para contar su historia al mundo. Una historia increíble, pero real como la vida misma, de una mujer que siempre estuvo acostumbrada a sufrir...



     Desde su infancia Irena sufrió mucho de salud, llegando a estar en varias ocasiones al borde de la muerte, lo que le hizo arrastrar durante toda su vida enormes jaquecas y dolores de cabeza a causa de una trepanación que se le hubo de hacer para salvarle la vida casi milagrosamente. A la edad de siete años perdió a su padre, médico de profesión y solidario de vocación. Murió infectado de tifus por un grupo de judíos a los que ningún otro médico quiso ayudar. Pese a estar con él solo siete años Irena vivió con su padre muchos momentos imborrables y siempre le tuvo como modelo de vida honrada, solidaria y honesta. Años más tarde, ella misma arriesgó su vida por volver a ayudar a la comunidad judía de Varsovia cuando casi nadie más quiso saber nada de lo que ocurría intramuros del gueto.

     Irena estudió Trabajo Social y realizó un curso de Enfermería. Pronto se puso a trabajar con los sectores más desfavorecidos de la capital polaca, entre ellos los judíos. Y en 1939 llegaron la invasión y posterior ocupación nazi y el intento de exterminio de la totalidad de judíos polacos y europeos. Irena y buena parte de sus compañeros se dieron cuenta de inmediato de que el gueto judío estaba condenado a ser aniquilado y arrimaron el hombro para ayudarles. Un día una madre desesperada le dijo a Irena que si quería ayudar a su hijo lo sacara del gueto. Desde ese momento se puso a idear el plan para sacar a la mayor cantidad de niños y niñas de allí.

     Irena se puso al mando de las operaciones por iniciativa propia. Se acordaba de las frases de su padre: "hay que estar siempre del lado del que se está ahogando, sin tomar en cuenta su religión o su nacionalidad" o "ayudar a alguien cada día ha de ser una necesidad que salga del corazón". Él fue su gran inspiración sin duda alguna. 

     Irena estableció una extensa e intrincada red de colaboradores entre la gente de su confianza. Sacaban a los niños a la zona aria de mil y una maneras (por los alacantarillados, ocultos en ambulancias; a través del edificio de los Juzgados, que tenía entrada por los lados ario y judío; en coches de bomberos; en tranvías; etc) y los llevaban a puestos de emergencia, donde se les enseñaban costumbres polacas y católicas para que no levantaran las sospechas del resto de población. Se les proporcionaba identidades falsas mediante el uso de documentos de identificación falsificados y actas de nacimiento reales de niños polacos ya fallecidos, y se les llevaba a instituciones religiosas de todo el país o se les facilitaba la adopción por parte de familias católicas polacas. Los más mayores se unían a los partisanos ocultos en las montañas de los alrededores de Varsovia. 

     Las identidades antiguas y nuevas, las familias de procedencia y los lugares de destino de los niños eran anotados personalmente por Irena en una lista cuya existencia y lugar de escondite solo sabía ella por razones de seguridad. De esta lista dependía que en el futuro las familias pudieran reencontrarse. La responsabilidad era muy grande, por supuesto.

     En numerosas ocasiones, tanto nuestra protagonista como el resto de sus colaboradores, estuvieron a punto de ser descubiertos. En septiembre de 1943 alguien la delató y la Gestapo fue a su casa a por ella. La encerraron en la prisión de Pawiak, en el gueto, y la torturaron cruelmente, rompiéndole piernas y pies. Estuvo cerca de morir, pero no consiguieron que delatara a ninguno de sus compañeros. Años más tarde declaró que entendía perfectamente por qué una persona podía delatar a otra tras sufrir semejantes torturas. La Gestapo, al no conseguir sus propósitos, la condenó a muerte por fusilamiento. Estuvo en Pawiak más de tres meses.

     El día de su fusilamiento, cuando era conducida al lugar de ejecución, un soldado nazi sobornado por Zegota, una organización promovida por el gobierno en el exilio en Londres que sabía de la suma importancia de preservar a toda costa la vida de Sendler, la dejó escapar. Cansada y coja, se arrastró como pudo y se puso a salvo. Las listas de ejecuciones del día siguiente la daban por muerta. Sin embargo, la Gestapo supo lo ocurrido, acabó con el soldado y siguió buscando a Irena. Aún así, pudo estar con su madre en sus últimos momentos de vida. Sin embargo, no pudo asistir a su entierro, pues habría sido apresada de inmediato.

     Irena tomó una nueva identidad y siguió colaborando con los rebeldes hasta el fin de la guerra. Ella y su grupo salvaron la vida de más de dos mil quinientos niños judíos. La lista de Sendler sobrevivió y algunos de los niños pudieron reunirse con sus familias, las que todavía existían, al acabar la guerra. Hasta su muerte, en 2008, a la edad de 98 años, recibió visitas y cartas de muchos de los niños a los que salvó durante la guerra. Pese a su increíble gesta, Irena recordó siempre que "podría haber hecho más, y este lamento me seguirá hasta el último día de mi vida". Sin duda, todo un ejemplo de valentía, bondad, generosidad, entrega y enorme sencillez.

     Durante más de cuarenta años Irena siguió con su vida como si nada de lo anteriormente narrado hubiera ocurrido en realidad. Hasta que su caso fue dado a conocer y todo el mundo pudo saber la increíble hazaña de esta gran mujer polaca. Sin duda, su padre debe estar muy orgulloso de ella.

     "No se plantan semillas de comida. Se plantan semillas de bondades. Traten de hacer un círculo de bondades; éstas les rodearán y les harán crecer más y más". Irena Sendler.