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lunes, 14 de marzo de 2011

La madre de los niños del holocausto. Anna Mieszkowska. Reseña

     "La madre de los niños del holocausto" es la biografía de Irena Sendler, toda una heroína clandestina polaca y católica que arriesgó su vida por salvar a más de dos mil quinientos niños y niñas del gueto de Varsovia durante la ocupación nazi de la capital polaca. La autora, Anna Mieszkowska, escritora, periodista y especialista en teatro, conoció la historia de esta mujer y se puso en contacto con ella para contar su historia al mundo. Una historia increíble, pero real como la vida misma, de una mujer que siempre estuvo acostumbrada a sufrir...



     Desde su infancia Irena sufrió mucho de salud, llegando a estar en varias ocasiones al borde de la muerte, lo que le hizo arrastrar durante toda su vida enormes jaquecas y dolores de cabeza a causa de una trepanación que se le hubo de hacer para salvarle la vida casi milagrosamente. A la edad de siete años perdió a su padre, médico de profesión y solidario de vocación. Murió infectado de tifus por un grupo de judíos a los que ningún otro médico quiso ayudar. Pese a estar con él solo siete años Irena vivió con su padre muchos momentos imborrables y siempre le tuvo como modelo de vida honrada, solidaria y honesta. Años más tarde, ella misma arriesgó su vida por volver a ayudar a la comunidad judía de Varsovia cuando casi nadie más quiso saber nada de lo que ocurría intramuros del gueto.

     Irena estudió Trabajo Social y realizó un curso de Enfermería. Pronto se puso a trabajar con los sectores más desfavorecidos de la capital polaca, entre ellos los judíos. Y en 1939 llegaron la invasión y posterior ocupación nazi y el intento de exterminio de la totalidad de judíos polacos y europeos. Irena y buena parte de sus compañeros se dieron cuenta de inmediato de que el gueto judío estaba condenado a ser aniquilado y arrimaron el hombro para ayudarles. Un día una madre desesperada le dijo a Irena que si quería ayudar a su hijo lo sacara del gueto. Desde ese momento se puso a idear el plan para sacar a la mayor cantidad de niños y niñas de allí.

     Irena se puso al mando de las operaciones por iniciativa propia. Se acordaba de las frases de su padre: "hay que estar siempre del lado del que se está ahogando, sin tomar en cuenta su religión o su nacionalidad" o "ayudar a alguien cada día ha de ser una necesidad que salga del corazón". Él fue su gran inspiración sin duda alguna. 

     Irena estableció una extensa e intrincada red de colaboradores entre la gente de su confianza. Sacaban a los niños a la zona aria de mil y una maneras (por los alacantarillados, ocultos en ambulancias; a través del edificio de los Juzgados, que tenía entrada por los lados ario y judío; en coches de bomberos; en tranvías; etc) y los llevaban a puestos de emergencia, donde se les enseñaban costumbres polacas y católicas para que no levantaran las sospechas del resto de población. Se les proporcionaba identidades falsas mediante el uso de documentos de identificación falsificados y actas de nacimiento reales de niños polacos ya fallecidos, y se les llevaba a instituciones religiosas de todo el país o se les facilitaba la adopción por parte de familias católicas polacas. Los más mayores se unían a los partisanos ocultos en las montañas de los alrededores de Varsovia. 

     Las identidades antiguas y nuevas, las familias de procedencia y los lugares de destino de los niños eran anotados personalmente por Irena en una lista cuya existencia y lugar de escondite solo sabía ella por razones de seguridad. De esta lista dependía que en el futuro las familias pudieran reencontrarse. La responsabilidad era muy grande, por supuesto.

     En numerosas ocasiones, tanto nuestra protagonista como el resto de sus colaboradores, estuvieron a punto de ser descubiertos. En septiembre de 1943 alguien la delató y la Gestapo fue a su casa a por ella. La encerraron en la prisión de Pawiak, en el gueto, y la torturaron cruelmente, rompiéndole piernas y pies. Estuvo cerca de morir, pero no consiguieron que delatara a ninguno de sus compañeros. Años más tarde declaró que entendía perfectamente por qué una persona podía delatar a otra tras sufrir semejantes torturas. La Gestapo, al no conseguir sus propósitos, la condenó a muerte por fusilamiento. Estuvo en Pawiak más de tres meses.

     El día de su fusilamiento, cuando era conducida al lugar de ejecución, un soldado nazi sobornado por Zegota, una organización promovida por el gobierno en el exilio en Londres que sabía de la suma importancia de preservar a toda costa la vida de Sendler, la dejó escapar. Cansada y coja, se arrastró como pudo y se puso a salvo. Las listas de ejecuciones del día siguiente la daban por muerta. Sin embargo, la Gestapo supo lo ocurrido, acabó con el soldado y siguió buscando a Irena. Aún así, pudo estar con su madre en sus últimos momentos de vida. Sin embargo, no pudo asistir a su entierro, pues habría sido apresada de inmediato.

     Irena tomó una nueva identidad y siguió colaborando con los rebeldes hasta el fin de la guerra. Ella y su grupo salvaron la vida de más de dos mil quinientos niños judíos. La lista de Sendler sobrevivió y algunos de los niños pudieron reunirse con sus familias, las que todavía existían, al acabar la guerra. Hasta su muerte, en 2008, a la edad de 98 años, recibió visitas y cartas de muchos de los niños a los que salvó durante la guerra. Pese a su increíble gesta, Irena recordó siempre que "podría haber hecho más, y este lamento me seguirá hasta el último día de mi vida". Sin duda, todo un ejemplo de valentía, bondad, generosidad, entrega y enorme sencillez.

     Durante más de cuarenta años Irena siguió con su vida como si nada de lo anteriormente narrado hubiera ocurrido en realidad. Hasta que su caso fue dado a conocer y todo el mundo pudo saber la increíble hazaña de esta gran mujer polaca. Sin duda, su padre debe estar muy orgulloso de ella.

     "No se plantan semillas de comida. Se plantan semillas de bondades. Traten de hacer un círculo de bondades; éstas les rodearán y les harán crecer más y más". Irena Sendler.