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sábado, 23 de marzo de 2019

Nueva visita a un mundo feliz. Aldous Huxley. Seix Barral. 1984. Reseña





     En 1958, veintiséis años después de la publicación de la distopía Un mundo feliz, Aldous Huxley recopiló una docena de ensayos sobre su novela original en la revista estadounidense Newsday. De ese conjunto de ensayos nació Nueva visita a un mundo feliz, a partir de la cual revisitamos los contenidos de la novela, verificando sus muchos aciertos y sus pocas equivocaciones sobre lo que en ella se vaticinó en relación a la evolución de la civilización occidental durante ese cuarto de siglo. Además, se comparan algunos hechos respecto a la otra gran distopía del momento: 1984, de George Orwell (1948). En cambio, obvia --el autor tendría sus motivos, los cuales desconozco-- la tercera en discordia, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (1953).

     La principal diferencia entre 1984 y Un mundo feliz responde directamente a los diferentes momentos de su escritura: en 1931 todavía no había alcanzado el poder Hitler y Stalin no había mostrado su peor cara. En 1948, por contra, el nazismo había provocado una auténtica catástrofe mundial y el comunismo estalinista campaba a sus anchas por una Europa devastada. Así, mientras que la sociedad de la obra de Huxley era regulada por el poder mediante métodos manipuladores, psicológicos y genéticos, en la obra de Orwell se recurre al castigo violento y a un miedo que roza el terror. Sin embargo, en 1958, en el momento de escritura del conjunto de ensayos que nos ocupa, Stalin había fallecido y el comunismo comenzaba a emplear métodos más acordes a Un mundo feliz que a 1984

     El problema de una población en rápido aumento en relación con los recursos naturales, la estabilidad social y el bienestar de los individuos será el problema central de la humanidad en el siglo XXI, vaticinó Huxley. En su opinión, existe una correlación íntima entre la demasiada gente y la formulación de filosofías autoritarias y la aparición de sistemas totalitarios de gobierno. Si la economía es precaria, el gobierno debe tomar medidas restrictivas, lo cual provoca inquietud política entre los ciudadanos. Asegurar el orden público y la propia autoridad del gobierno conlleva, a su vez, una mayor concentración del poder en manos del Poder Ejecutivo y de su administración burocrática. Y todo ello puede suponer el auge de una dictadura totalitaria y la pérdida de la libertad ciudadana.

     El progreso tecnológico provoca una centralización y una concentración del poder. La democracia difícilmente puede florecer en sociedades donde el poder político y económico se concentra y centraliza progresivamente. Así, el hombre modesto estará en clara desventaja respecto a la dictadura de la Gran Empresa. La Gran Empresa y el Gran Gobierno tienden a convertir al individuo en un autómata frustrado, trastornado y desesperado que vive bajo un frenético afán de trabajo y supuestos placeres. El hombre, en cambio, no está hecho para ser autómata, y si se convierte en tal, la base de su salud mental quedará destruida. Una organización excesiva sofoca el espíritu creador y suprime la libertad. De ahí a la servidumbre no hay más que un pequeño paso. Y parece que vamos de camino hacia ella.

     Huxley dedica un capítulo a la propaganda ejercida desde el poder, y advierte de algunos de sus numerosos peligros: trata de influir en sus víctimas mediante la mera repetición de consignas, la furiosa denuncia contra víctimas propiciatorias extranjeras o nacionales y la astuta asociación de las más bajas pasiones con los más altos ideales, de modo que las atrocidades se perpetran en nombre de Dios y la más cínica de las realpolitik se convierte en cuestión de principio religioso y de deber patriótico. La comunicación en masa es una fuerza, y como tal, puede ser bien o mal empleada. Así, en muchos lugares están dominados por el Estado o por la Élite del Poder. Además, siempre les quedará entretener a los ciudadanos con el opio del pueblo: el circo romano o el fútbol presente, por ejemplo.

     En la actualidad (1958), el arte de gobernar las mentes ajenas lleva camino de convertirse en ciencia, afirmó Huxley. Y lanza una pregunta: ¿Cómo podemos preservar la integridad del individuo humano y reafirmar su valor en la época de un exceso de población y un exceso de organización que se están acelerando, y de unos medios de comunicación en masa cada vez más eficientes? Conviene recordar que las campañas electorales no se basan ya en programas de gobierno futuro ni en principios políticos e ideológicos, sino que los diferentes partidos presentan a un candidato que parezca sincero, repita eslóganes hasta la saciedad y no aburra al electorado con explicaciones farragosas que nadie entiende. Es decir, que los peritos publicitarios mandan en la política más que la propia política.

     El arte de vender, el lavado de cerebros, la persuasión química y la hipnopedia ocupan un tercio de los capítulos de la obra. En condiciones favorables, no hay prácticamente nadie que no pueda ser convertido a cualquier cosa, afirma Huxley. El lavado de cerebros combina el empleo sistemático de la violencia (como en 1984) con una hábil manipulación psicológica (como en Un mundo feliz). La persuasión química aparece en la novela original de la mano del soma, una especie de anti depresivo que evocaba visiones de otro mundo mejor, ofrecía esperanza y promovía la caridad con la finalidad de actuar contra la inadaptación personal, la inquietud social y la difusión de ideas subversivas. En definitiva, lo que los gobernantes buscan con todo ello es que sus gobernados estén apaciguados.

     La educación para la libertad se antoja, pues, como la gran batalla de los próximos años y décadas según el autor. Y es que, en palabras de Huxley, los gobernantes del futuro tratarán de imponer la uniformidad social y cultural a los adultos y sus hijos. Utilizarán todas las técnicas de manipulación de la mente a su disposición y no vacilarán en reforzar estos métodos de persuasión no racional con la coacción económica y las amenazas de violencia física. El futuro pasa, por tanto, por volver a descentralizar el poder en manos de la Gran Empresa y el Gran Poder. Tal vez las fuerzas que amenazan a la libertad son demasiado fuertes, sin embargo, tenemos el deber de hacer cuanto podamos para resistirlas. Pues eso: en nuestras manos está mantener el mundo libre...                                        
       

  

jueves, 16 de noviembre de 2017

Un mundo feliz. Aldous Huxley. Ediciones DeBolsillo. 2000. Reseña





     ¿Te imaginas un mundo en el que el Estado domine absolutamente todos los ámbitos de la sociedad con la finalidad de que cada ciudadano acepte el rol que previamente se le ha asignado para conseguir la felicidad del conjunto de la población? ¿Una felicidad, obviamente ilusoria, prefabricada, que está en realidad a años luz de ser tal? A priori, parece algo imposible, ¿verdad? Sin embargo, resulta escalofriante intuir que poco a poco caminamos hacia una civilización indolente, en la que los ciudadanos viven de cara a la galería, donde predomina por doquier una infelicidad que, por compartida por cada vez un mayor número de gente, se nos vende ya como felicidad, una civilización en la que se le echa carnaza a la gente para mantenerla ocupada y distraída de las cosas verdaderamente importantes.

     Hace ya 85 años, el escritor y filósofo británico Aldous Huxley escribió la primera gran distopía de la historia --con permiso de la vieja y conocida Utopía de Tomás Moro--, basándose en una sociedad idealizadamente feliz que en realidad provoca alienación  moral en sus habitantes. El título, Un mundo feliz, hace referencia a la obra de teatro La tempestad, de William Shakespeare --el gran escritor inglés y muchas de sus obras aparecen a lo largo de esta novela en innumerables ocasiones--, en cuyo Acto V Miranda pronuncia el discurso: ¡Oh qué maravilla! / ¡Cuántas criaturas bellas hay aquí¡ / ¡Cuán bella es la humanidad! Oh mundo feliz, / en el que vive gente así.

     La novela anticipa el auge de las técnicas reproductivas, los cultivos humanos y la hipnopedia --o educación a través del sueño, a base de mensajes cortos, repetitivos y fácilmente memorizables que los científicos graban en el cerebro de los niños mientras estos duermen--, de manera que, ya desde la infancia, cada sujeto aprende cómo ha de vivir en el futuro, asumiendo un rol determinado de antemano. Todo ello, de manera conjunta, permite una especie de lavado de cerebro que hará que los sujetos de las capas sociales más bajas sean felices y se sientan importantes en su sociedad, sin pasárseles por la cabeza siquiera la idea de luchar por mejorar su situación personal. Así, el Londres que describe Huxley en la novela presenta una sociedad desenfadada, saludable, tecnológica, sin pobreza y sin guerras.

     No obstante, todo ello solo es posible gracias a  la eliminación de la familia --los niños no nacen del vientre materno sino de probetas, y no tienen ni madre, ni padre ni hermanos, porque lo más importante para ser feliz es no sentir la pérdida de los seres queridos ni tampoco la de uno mismo--, de los avances tecnológicos --más allá de los meramente genéticos, incluyendo la clonación--, de la cultura, el arte, la filosofía y la literatura --porque estas disciplinas hacen pensar, y para ser feliz es conveniente no pensar-- y de la religión --Dios es sustituido por Ford (el fundador de Ford Motor Company e inventor de las modernas cadenas de producción en masa)--. En suma, lo que encontramos en realidad es una humanidad deshumanizada y narcotizada. En efecto, solo un gramo de soma cura diez sentimientos melancólicos.

     La sociedad se divide en cinco grados de población. De más inteligentes a más estúpidos, encontramos a los Alpha (la élite), los Betas (los ejecutantes), los Gammas (los empleados subalternos), los Deltas (los trabajadores rasos) y los Epsilones (los destinados a los trabajos más arduos). Todos ellos, fieles a una dictadura disfrazada de democracia que consiste en un sistema de esclavitud donde, gracias a la sociedad de consumo, el entretenimiento, el soma y la hipnopedia, no solo ningún esclavo ansía dejar de serlo, sino que ama serlo y vive felizmente para ello. Una forma de vida en la que se renuncia a la libertad a cambio de vivir sin problemas.

     La novela consta de 18 capítulos, los cuales podríamos dividir en tres apartados. Los capítulos 1-6 nos introducen en ese mundo feliz en el que viven los dos grandes protagonistas civilizados de la novela: Bernard Marx (guiño a Karl Marx, inventor del materialismo histórico) y Lenina Crowne (alusión a Lenin, líder de la revolución socialista soviética). Ambos aportan dos puntos de vista diferentes sobre el mundo en el que viven. Mientras Lenina actúa como ciudadana perfecta y participa de todos y cada uno de los elementos de su sociedad, Bernard es un inadaptado social, un inconformista y prefiere sentirse miserable antes que tomar un solo gramo de soma.   
     Los capítulos 7-9 marcan un giro en la trama de la novela. Un punto de inflexión a partir del cual todo cambia. Bernard y Lenina viajan a una reserva norteamericana de no civilizados. Allí conocen a John, el Salvaje, hijo de dos ciudadanos civilizados que visitaron años atrás la reserva y cuyos métodos anticonceptivos fallaron. John fue abandonado en la reserva por su padre. Su madre, Linda, dio a luz en la reserva y lo crió allí. John, obviamente, tiene un gran sentimiento religioso, ha recibido la influencia cultural de su madre, pero también de la tribu con la que viven, y goza de la lectura de los autores clásicos, con William Shakespeare a la cabeza.

     La tercera parte de la novela, entre los capítulos 10-18, es, sin duda, la más interesante. Presenta el choque cultural desatado por la visita del Salvaje John a ese mundo feliz que tanto anhelaba conocer pero que tanto rechazo le provoca casi desde el principio. Un choque que anticipa que el final de la novela no va a ser precisamente feliz. Demasiados dilemas morales que salvar por parte de individuos con formas de pensar tan diferentes. John no acepta una felicidad manipulada, vacía, falsa, sin alma. La escena en la que discute con el Interventor Mundial de Europa Occidental, Mustafá Mond, es crucial en el desarrollo de una novela que nos habla de que el dolor y la angustia son parte tan necesaria e insustituible en la vida como la alegría, y de que, sin aquellos, la alegría pierde todo su sentido.

     En conclusión, estamos ante una novela que plantea si realmente hemos avanzado tanto como sociedad. Y si estamos en el camino correcto de cara a un futuro como mínimo incierto. Una novela que critica con dureza el montaje en línea por humillante; el papel de la ciencia en nuestra sociedad; el capitalismo salvaje y el consumismo; el carácter paparazzi y sensacionalista de los medios actuales; y la liberación de la moral sexual como una afrenta al amor y a la familia tradicionales. Todo ello, desde la perspectiva de hace 85 años. Ni más ni menos. Definitivamente, una historia para reflexionar sobre el mundo actual y futuro. Visto lo visto, ¿realmente estamos tan cerca/lejos de vivir en un mundo feliz?