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jueves, 1 de octubre de 2020

Tierra. Eloy Moreno. Ediciones B. 2020. Reseña


 



    Qué difícil resulta a veces reseñar una novela. Eloy Moreno ha escrito una historia necesaria, oportuna e imprescindible. El azar quiso, además, que viera la luz en febrero, justo antes de la pandemia. Sin duda, el planeta está enfermo. Y, como dice uno de los protagonistas de Tierra, William Miller, el hombre más rico y poderoso del mundo, los humanos son su virus. Precisamente nosotros, los humanos, somos los grandes protagonistas de la novela. Y no salimos en absoluto bien parados de las reflexiones que Moreno, en boca de los personajes de su historia, nos presenta de manera cruda, mordaz y necesaria. Porque el autor de, entre otras, El bolígrafo de gel verde y Lo que encontré bajo el sofá --ambas reseñadas en este blog--, nos coloca ante el espejo para mostrarnos todos y cada uno de nuestros pecados. Todas y cada una de nuestras culpas. Y enfrentarse a todo eso, al lector, no le resulta nada cómodo. Tierra, pues, nos presenta una gran verdad. Una gran verdad incómoda. ¿Qué hacer, pues, con ella una vez descubierta?


    Nuestro planeta ha sobrevivido a todo. Y nos sobrevivirá también a nosotros --y a nuestro turismo depredador--. Sin duda. Negar el cambio climático no lo destruirá, pero sí destruirá las condiciones necesarias para que pueda ser habitado por nosotros, los humanos. Y esa es, pienso yo, una de las pretensiones de Eloy Moreno a la hora de abordar esta novela: denunciar un capitalismo salvaje que induce al consumismo a través del márketing, la publicidad, las redes sociales, la manipulación de la realidad, las mentiras, la destrucción de la ética y los valores y, en suma, la deshumanización del ser humano. Todo ello, en aras de crear una sociedad idiotizada, con una educación progresivamente degradada, que genera una serie de adicciones que crean unas necesidades absolutamente superfluas pero que favorecen negocios que hacen cada vez más y más ricos a los poderosos. El plan que se nos presenta en Tierra es este: una educación mediocre, un empleo de mierda que te hace llegar cansado a casa y una televisión que manipula y favorece el consumo. Una rueda perfecta.


    William Miller se ha hecho rico a costa de jugar con las personas. Es un hombre sin escrúpulos. Sabe que la información es poder. Y que ese poder puede crecer y crecer a través del consumismo. Por eso, no ceja en su empeño a la hora de crear empresas que se apoyan en otras --todas suyas, obviamente-- para construir finalmente un imperio que convierte a los gobernantes en sus títeres. Es el amo del mundo. Y no está dispuesto a perder semejante botín. ¿En qué se apoya para ello? En el enorme poder de la televisión, en las ilimitadas mentiras, en la manipulación y en la gran capacidad que descubre un día para generar audiencia. Una audiencia que atrae también a los publicistas, cuyas empresas invierten ingentes cantidades de dinero para que sus productos aparezcan en pantalla en el momento más oportuno para sus intereses. Las redes sociales, fácilmente manipulables también a partir de perfiles falsos y una serie de logaritmos no tan difíciles de descubrir si uno tiene dinero, acaban de sumarse a los instrumentos que generan poder.


    Tierra es una crítica despiadada --porque así debe ser en este caso-- al conjunto de la sociedad y a la forma de vida de los humanos que la componen. A la crueldad, el ensañamiento, el anonimato y la desfachatez de muchos de los usuarios de las redes sociales. A los influencers, a los selfies y a la necesidad de cada vez más personas de contar su vida a través de las redes sociales. A la creación, con todo lo anterior, de una realidad paralela cada vez más alejada de la verdadera realidad. De la única realidad. Porque cada vez vivimos más de cara a la galería, fingiendo ser lo que no somos. La verdad queda soterrada bajo las mentiras. Y se pierden los valores humanos. La soledad se nos hace más y más irresistible. Y ello nos provoca unas irreprimibles ansias de encontrar a quien nos haga caso y compañía, aunque sea a través del mundo digital. Virtual. No real. Y de ello se aprovechan personas como William Miller. ¿Quién en su sano juicio va a pasarse el tiempo viendo la vida de otras personas cuando podría estar viviendo la suya?, le pregunta a su amigo Dmitri. La respuesta es demoledora: todos los que no tienen vida.


    Miller lanza el programa más visto de la historia de la televisión mundial. Un reality total y absolutamente dirigido en el que ocho personas --cuatro mujeres y cuatro hombres-- se van a vivir a Marte para crear allí una colonia. Quizás un nuevo lugar al que acudir cuando este planeta sea definitivamente inhabitable para la especia humana. Todo está preparado para generar audiencia, publicidad e ingresos. Pero el pasado, que siempre nos persigue, va condicionando las acciones de los concursantes en su nuevo y último aposento (porque saben que de allí jamás podrán volver). Los ocho tienen los perfiles sociales con más seguidores del planeta. Y tratan de superar la soledad que sienten allí arriba a través de las redes sociales. Todo se retransmite en directo, incluso los encuentros sexuales entre ellos. A más morbo, más audiencia. Y a más audiencia, más beneficios. Pero, como explica más tarde su propio creador, todo lo que ocurre allí es mentira. Absolutamente todo está manipulado. Ante tal afirmación, el mundo se tambalea durante unos instantes. Solamente. Es lo que tienen las adicciones.


      Nel, la hija pequeña del multimillonario, se distancia de su padre. Nuestra relación hacía aguas por todos lados, su carácter autoritario comenzó a sustituir al cariño. Solo nos necesitaba para sus experimentos, para hacer pruebas de cámara; ya casi no nos abrazaba, ya casi nunca jugábamos a salvar el mundo juntos. Su hermano mayor, Alan, le recuerda que a veces pienso en todo lo que te molestaba de papá: su poco respeto por los seres humanos y por su intimidad, cómo jugaba con los sentimientos de los demás para hacer dinero, jugando con las personas, mostrando imágenes que no deberían aparecer. Pero los periodistas, de alguna forma, hacéis lo mismo, sois capaces de mostrar cualquier imagen por dura que sea, por violenta que sea, y también por dinero. A lo que Nel responde: hay una pequeña diferencia. Nosotros nos ganamos la vida mostrando la verdad y él lo hacía mostrando la mentira. En otra escena, el tema queda zanjado. Alan le dice a su hermana que solo hay que tener dinero, mucho dinero, más dinero del que nunca tendrá ningún periódico, por eso siempre es más fácil ocultar la información que encontrarla. 


    Tierra es también una historia sobre la familia y sus interioridades. Todos conocemos historias familiares desgarradoras. Litigios en un principio inconcebibles. Padres e hijos que no se hablan. Hermanos que pierden el contacto, como si no llevaran la misma sangre corriendo por sus venas. Es el caso de Nel y Alan. Treinta años después de la escena de inicio de la novela, sus destinos vuelven a mezclarse de la mano de su padre, ya muerto. Una vez más, la última, William Miller ha manipulado las cosas. Pero, en esta ocasión, su finalidad sí es positiva. Una especie de redención desde el más allá para conseguir que sus hijos vuelvan a quererse como en su infancia. Como cuando, juntos, jugaban a salvar el mundo. Algo que luego quedó en el olvido. El acto final de Miller es una forma de darse cuenta de que la muerte no solo se lleva a la persona; con ella desaparece también la posibilidad de nuevos recuerdos. A veces, pues, no queda otra que preservar los ya existentes con anterioridad. Aferrarse a ellos. Aunque tengan hasta treinta años de antigüedad.


    En definitiva, la nueva novela de Eloy Moreno supone un soplo de aire fresco, un nuevo punto de vista, una nueva manera de afrontar una realidad que debemos enfrentar desde ya. Porque la realidad está ahí afuera, en la calle, en las montañas, en los pueblos y ciudades de todo el mundo. No en nuestros dispositivos móviles. Y, dado que solo tenemos un planeta, hemos de cuidar de él, olvidando el turismo depredador y abordando, de una vez, el problema del cambio climático. Un problema que, por incómodo que resulte, debemos comenzar a solucionar. Hoy, mejor que mañana. Porque es un hecho demostrado que, en nuestro planeta, cada vez hay más agua y menos hielo. Y salvar el mundo no es ningún juego.  


    

jueves, 19 de marzo de 2020

El San José más triste de nuestras vidas



     Hoy es día 19 de marzo. Día de San José y del Padre. Os escribo desde Gandia (Valencia). En estos momentos servidor debería estar comiendo con la familia, felicitando a mi padre y siendo felicitado por mi hijo. Llevo nueve días en cuarentena, siete sin ver a mi padre y seis separado de mi hijo. Hablo con mis padres entre tres y cuatro veces al día. Con mi hijo, lo mismo, pero por videoconferencia. No se escucha música por la calle y no hay ningún monumento plantado en ninguna plaza o esquina. Desde luego, no ha habido mascletà a mediodía ni se quemará ninguna falla esta noche. No soy un gran amante de las fiestas falleras, he de reconocerlo. Los años que puedo me evado de la ciudad para huir del mundanal ruido. Pero esta vez echo de menos el ambiente festivo. La vida da muchas vueltas. Todo esto que estamos viviendo es tan surrealista.

     Hoy es el día de San José más triste de la vida de muchos. También para mí. El consuelo, y eso debe ser lo más importante ahora, es saber que se está haciendo lo correcto. Sabemos que con esta cuarentena estamos protegiendo a los nuestros. Es una responsabilidad muy grande para todos. A algunos esta situación les viene demasiado grande. Lo estamos viendo a diario. No hace falta poner ejemplos. Sería una tarea interminable. Ya llegará el momento de pedir cuentas a los irresponsables que, por obra u omisión, han hecho que esta situación se alargue tanto en el tiempo y se agrave. Ahora, durante el mes que aproximadamente ha de durar este encierro, hemos de protegernos y proteger a muestras familias a toda costa.

     Cuando escribo estas líneas las cifras son estremecedoras: 18 mil contagiados y más de 800 muertos en España a causa del coronavirus, con un índice de mortalidad del 4,5% del total de los contagiados. Con todo, lo peor es conocer los datos de Italia --lo que está ocurriendo allí hoy es lo que ocurrirá seguramente en España dentro de una semana--, con 36 mil contagios, 3 mil muertos y un índice de mortalidad del 8,33% del total de los contagiados. Resulta, pues, aterrador pensar que las cifras actuales, siendo horribles, no se acercan ni de lejos a las que alcanzaremos en los próximos días. Todo esto ratifica que nuestro aislamiento es necesario para frenar la curva de contagios, lo que conllevará también la del número de víctimas mortales. Responsabilidad, individual y colectiva, es la palabra que debe guiarnos en estos momentos.

     Dentro de cuatro, seis u ocho semanas --es imposible ahora mismo determinar la evolución del número de contagiados--, cuando todo esto haya terminado, la vida no debería ser igual para nadie. Especialmente para los familiares de los fallecidos. Porque hemos de ser conscientes de que tras las cifras hay nombres y apellidos. Padres, hijas, nietos, abuelas, primos, sobrinas, etc. Ahora solo son números, pero en cualquier momento pondremos rostro a algunos de ellos. Dejarán de ser cifras y se convertirán en personas de carne y hueso. Víctimas de este maldito virus que vimos llegar pero al que no hicimos caso hasta que nos contagió --y, en algunos casos, mató--. Y no hay nada más triste que perder a un familiar y no poder darle el último adiós ni acompañarlo en su entierro.

     Tampoco deberían ser los mismos los afortunados. Los que no hayan perdido a ningún familiar, amigo o conocido. Deberían alcanzar la capacidad de agradecer lo mucho que todos tenemos. Imaginemos la terrible situación en los miles de campos de refugiados repartidos por el mundo, cuyos habitantes mal viven en tiendas de campaña que jamás los protegerán de nada; la de los presos, hacinados en las cárceles de todo el planeta; los sin techo, que no pueden hacer cuarentena porque no tienen casa en la que aislarse de ningún virus. Esa gente no debería seguir siendo víctima de un capitalismo salvaje que, ojalá, salte por los aires debido a la crisis económica que ya se nos viene encima. Sería un mal menor, sin duda, si con ello alcanzamos un mundo más igualitario para todos. 

     Toda crisis tiene sus héroes y heroínas. Esta, por supuesto, no es una excepción. El personal sanitario, que debe trabajar y exponerse al contagio al no contar con los equipos necesarios para realizar sus tareas con un mínimo de seguridad; los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, que tampoco cuentan con mascarillas y guantes suficientes para todos sus miembros; los reponedores y cajeros de los supermercados, farmacias, panaderías y fruterías, que improvisan sobre la marcha para no dejar de atender a la ciudadanía cueste lo que cueste. A todos ellos y ellas van dedicados los aplausos que desde los balcones les brindamos cada día a las ocho de la tarde. Estaría bien, además, que sus conciudadanos apoyaran sus legítimas huelgas y votaran a partidos que apuestan por lo público.

     Y, más allá de esta crisis, no debemos olvidar que tenemos otra mucho más urgente por afrontar entre todos. Han bastado cinco, ocho o diez días de confinamiento en unos pocos países para comprobar que la contaminación mundial ha caído durante tan corto espacio de tiempo. Sin duda, el ser humano es, a día de hoy, un peligro más que evidente para el medio ambiente. Pero, no nos equivoquemos: no nos estamos cargando el planeta. Lo que nos estamos llevando por delante son las condiciones necesarias para la vida de los humanos en él. El planeta cambiará, y continuará vivo más allá de nuestra desaparición de él. Porque, de seguir así, de no afrontar de una vez por todas el problema del cambio climático, no necesitaremos ningún meteorito para extinguirnos. Nos bastaremos nosotros solos. 

     Cuando finalice esta terrible pandemia no debemos conformarnos con haber superado esta difícil situación. Todo nuestro esfuerzo será un parche estéril si no somos capaces de unirnos todos de nuevo, tal y como estamos haciendo ahora mismo contra el coronavirus, y demandar a los gobiernos que dejen de supeditar sus acciones a los intereses económicos de unos pocos y pasen a defender a todos los seres humanos del planeta (incluidos, claro está, los poderosos). Porque, de la misma manera que el coronavirus no entiende de razas, países o ideologías, tampoco lo hará un medio ambiente hostil respecto a los humanos. Matemos al virus, por supuesto, pero matemos también al cambio climático. Hagamos de este planeta un lugar en el que cada ser humano tenga el mismo derecho a vivir y a ser feliz.

     Hoy es 19 de marzo, día de San José y del Padre. El más triste de nuestras vidas. Pero, al final del largo y oscuro túnel de esta cuarentena, se atisba una luz. Hagamos que sea la luz de la esperanza. Lavaos las manos y ¡¡¡limpiad el planeta!!!
                    

            

lunes, 27 de mayo de 2019

Carta abierta a mis compañer@s de Els Verds de Gandia





     Compañeros y compañeras:

     Anoche fue una noche dura. Muy dura. Durísima. Como veis, hoy ha vuelto a salir el sol. Y, aunque me he despertado como si me hubiera pasado por encima un tráiler, quiero dirigiros unas palabras que creo que pueden venirnos muy bien a tod@s. 

     Estábamos muy esperanzados ante la ocasión de devolver a Els Verds al ayuntamiento de nuestra ciudad. Soñábamos con hacer concejal a Joan Francesc. Incluso a Rosa. Hemos trabajado mucho estos últimos meses y estas últimas semanas con toda la ilusión del mundo. Nos han puesto zancadillas, nos han gastado algunas putadas y han dicho cosas de nosotros que todos sabemos y no hace falta repetir. Hemos hecho frente a todo ello y hemos seguido nuestro único camino: el de nuestras convicciones progresistas, ecologistas y animalistas. 

     Finalmente no ha sido posible entrar en el ayuntamiento. Pero sí hemos logrado algunos triunfos. Más allá de las valoraciones meramente políticas, sabemos que hemos conseguido el mejor resultado histórico en Gandia. Hay 1075 personas que confían en nosotr@s. Con tres carteles en toda la ciudad, y no muy visibles, por cierto. Con una sola pancarta. Sin coches con megáfonos, ni pantallas gigantes, ni carpas, ni globitos, ni menciones en la mayoría de medios de comunicación de la ciudad. Solo con nuestro díptico, nuestras camisetas y nuestra honestidad.

     Simplemente por presentar nuestra candidatura y reivindicar y exigir que la recogida de animales debía volver a la protectora comarcal hemos conseguido que el gobierno rectifique y anuncie que así va a ser. Una de nuestras grandes reivindicaciones ha sido conseguida sin ni quiera lograr entrar en el ayuntamiento. Sé que puede parecer poco. Pero no lo es. Demuestra que haciendo bien las cosas se puede conseguir mucho. Desde dentro es más fácil, obviamente. Pero, aunque cueste mucho más, se puede hacer también desde fuera.

     Anoche, en la sede, mientras íbamos conociendo los resultados --cada uno de nosotros era consciente de ellos ya mientras ejercíamos como apoderados en las respectivas mesas asignadas--, estábamos muy apenados, afectados y hasta cabreados. No voy a entrar en detalles, porque lo que allí ocurrió y se dijo solo nos atañe a nosotros y allí debe quedar. Es lógico sentirse así. Por supuesto que sí. Cuando uno trabaja y no se le reconoce su esfuerzo se indigna. Faltaría más. Y es absolutamente lícito plantearse dejarlo todo y salir corriendo. Claro que sí. Pero no hay nada que un sueño reparador no cure.   

     Cada uno de nosotr@s tiene su propia historia. No os quiero cansar con la mía, pero ahí van unas pocas pinceladas. No tengo librería, pero soy librero. Vendo libros en mercados y rastros. Muchas veces acabo los mercados con ganas de prender fuego a todo: a los libros, a las mesas, a la furgoneta y hasta al mundo entero. A menudo pierdo el tiempo --mañanas o tardes-- en mercados en los que no logro vender casi nada. Nunca me voy de vacío, cierto, pero muchas veces quedarme en casa me saldría más barato. ¿Me frustra? Por supuesto. Pero me gustan los libros. Y hablar de literatura con esos clientes que me voy encontrando y por los que sí vale la pena salir cada día a la intemperie. Aunque pase frío o calor. A pesar del viento o la lluvia, que me impiden trabajar y ganarme la vida más veces de las que desearía.

     A veces siento que mi parada es invisible. La gente pasa de largo sin ni siquiera mirar, o mira y pone cara extraña. ¿Una parada de libros? ¿Quién va a comprar libros? ¿Quién va a leer algo? ¿Está loco ese tío? Me gustaría saber lo que piensan de mí, aunque me lo puedo imaginar. La cuestión es que sé que estoy haciendo una pequeña-gran labor social. Estoy vendiendo cultura. La mía propia --los libros que yo mismo escribo-- y la del resto de escritores del mundo entero. Y, además, a precios modestos, pues son libros seminuevos y/o de segunda mano.

     Acabo con mi historia personal con otros datos muy rápidos (repito que no os quiero cansar): nunca he votado al PP ni al PSOE, sino a partidos progresistas o que yo entendía como tales; no soy ni del Madrid ni del Barça, sino del Atleti, del Estudiantes y del Bàsquet Gandia, que ganan algo solo de uvas a peras; no soy de escuchar la música de moda ni de ver las películas más premiadas que todo el mundo quiere ver. Voy contra corriente. Lo cual implica recibir hostias como panes muy a menudo. A veces casi a diario. Como la que recibimos tod@s anoche. 

     ¿Adónde quiero llegar con todo esto?, os estaréis preguntando. Pues a algo mucho más sencillo de lo que pueda parecer a priori. A que hay cosas que son necesarias y por las que hay que luchar. Aunque sea contra corriente. Aunque implique que has de recibir mil y una hostia. Porque todos nosotr@s, progresistas, ecologistas y animalistas, debemos seguir luchando por lo que consideramos justo. Porque si es justo es también necesario. Y debemos hacerlo por nosotros mismos y también por esa mayoría de gente que no entiende la problemática de un mundo y una sociedad criticables por muchísimos aspectos. 

     Incluso debemos hacerlo por quienes nos ponen la zancadilla y nos ningunean, pobres almas de cántaro, que no entienden que también luchamos por ellos. Y no me refiero a los políticos, que esos sí saben lo que hacen, el porqué lo hacen y cómo lo hacen, sino por sus votantes. Esos votantes ciegos, autómatas, cuya conciencia hay que despertar. Porque, si no lo hacemos nosotr@s, nadie lo hará. Alguien me ha dicho hace un rato que "sois necesarios". Y tiene toda la razón. Somos necesarios. Por eso, pese a esas mil y una hostia que todos nosotr@s podamos recibir, debemos seguir. Por un mundo progresista, ecologista y animalista que luche contra el cambio climático y la injusticia social.

     Nos queda el consuelo de ver los resultados de Los Verdes en Europa. Es un partido de futuro que está en pleno auge (segunda fuerza en Alemania y Francia y cuarta en la Eurocámara). Sabemos que a España, desde siempre, todo llega con retraso. Sobre todo lo realmente necesario. Pero en un momento no tan lejano Los Verdes será un gran partido. Pero, antes, debemos seguir recibiendo hostias. Y, por supuesto, levantándonos. Algún día la gente despertará --la habremos despertado nosotr@s-- y hará caso de nuestro lema de campaña: #PONLOSVERDES. Un abrazo a tod@s. ¡Es un placer haberos conocido y compartir con vosotr@s esta inolvidable campaña!