LIBROS

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viernes, 27 de abril de 2018

Asesinato en el Orient Express. Ágatha Christie. RBA Libros. 2013. Reseña





     Basta una sola tarde-noche para comprobar que la fama de reina del suspense y del misterio que acompaña a Ágatha Christie es absolutamente merecida. Es lo que se tarda en leer las doscientas páginas y pico que forman la obra más conocida de la escritora británica. Nacida en 1890, Christie escribió durante sus 86 años de vida (falleció en 1976) un total de 66 novelas policíacas, seis novelas rosas y catorce historias cortas --para las cuales utilizó un seudónimo, Mary Westmacott-- y algunas obras teatrales (como Testigo de cargo y La ratonera, sin duda, la obra más buscada y difícil de encontrar de esta autora). Personajes como Hércules Poirot, Miss Marple, Tommy y Tuppence Beresford se fueron haciendo famosos a través de la aparición de las novelas de Ágatha Mary Clarissa Miller, nombre real de Christie.

     La novelista que más obras ha vendido a lo largo de la historia según el Libro Guinness de los Récords publicó su primera obra, El misterioso caso de Styles, en 1920. En ella apareció por vez primera Hércules Poirot, el archi conocido detective ficticio belga que aparecería en otras 32 novelas más de la autora. En 1934 salió a la luz Asesinato en el Orient Express, su novela más famosa, que nos ocupa en estas líneas. Pero, antes de introducirnos de lleno en ella, he de confesar un pecado personal imperdonable. Es la primera novela de Christie que he leído en mi vida. Como todo el mundo, conocía la figura de la autora --por series, películas y hasta una obra de teatro--, pero no su obra literaria. Algo, repito, imperdonable.

     Asesinato en el Orient Express está escrita a la antigua usanza, es decir, siguiendo el esquema literario clásico de introducción, nudo y desenlace. La introducción, o primera parte, lleva por título Los hechos. Como en toda obra clásica, describe la situación de partida (la estación de Alepo, en Siria, y el tren en el que se va a desarrollar la trama), presenta física y psicológicamente a los personajes y narra el asesinato en cuestión. En este caso, el de Samuel Edward Ratchett, un hombre que aparenta ser poca cosa a no ser por su siniestro rostro. Se sabe en peligro de muerte inminente y, al conocer la presencia del prestigioso Poirit --quien regresa a Inglaterra tras resolver un caso en Palestina-- en el tren, no duda en pedirle ayuda. Ayuda que el detective le niega porque no me gusta su cara, monsieur Ratchett. 

     Poirot dialoga con su viejo amigo monsieur Bouc, director de la Compagnie Internationale des Wagons Lits, y con el dr. Constantine, médico griego que viaja en el mismo vagón que monsieur Bouc. Ambos ayudarán al detective en las pesquisas que llevarán al esclarecimiento del crimen cometido en el Orient Express. Unas investigaciones que no serán en absoluto fáciles y que conducirán al afamado investigador hasta el límite de sus recursos y fuerzas. Y, además, de paso, dará lecciones magistrales tanto a sus acompañantes como a los lectores más atentos. Porque cada diálogo, cada gesto suyo no será casual, sino que buscará sacar información como si de una prospección petrolífera se tratara.  

     Las declaraciones, o segunda parte, supone el nudo clásico literario. Los tres protagonistas toman declaración a los sospechosos, de todas las edades y nacionalidades posibles, tratando de extraer cualquier detalle interesante con la finalidad de aclarar el caso. Los viajeros del vagón en el que se ha perpetrado el crimen son doce en total, y todos ellos parecen tener una coartada perfecta para salir indemnes de las averiguaciones de Poirot y sus acompañantes. Además, pese a no tener conexiones entre ellos, las versiones de unos corroboran las de los demás, complicando el caso hasta límites insospechados. Tanto que monsieur Bouc y el dr. Constantine están perdidos y solo confían en un milagro y en la astucia de Poirot para resolver el tema.

     La tercera parte, Hércules Poirot se sienta y reflexiona, corresponde al clásico desenlace literario. Pistas falsas y reales que deben ser analizadas concienzudamente, diversas contradicciones que van apareciendo y determinados gestos que casi pasan desapercibidos para monsieur Bouc y el dr. Constantine pero no para Poirot llevan a este último a dar por zanjada la cuestión. El final, como corresponde a una obra de estas dimensiones, es realmente inesperado. Un encaje perfecto de intrincadas piezas de puzzle que, de repente, empiezan a acoplarse unas a otras hasta conformar un cuadro espectacular, maravilloso. Un final digno de la gran maestra que fue Christie.

     Un asesinato encarnizado --hasta doce puñaladas de diversa consideración acaban con la vida de Ratchett--; un tren legendario --el Orient Express-- atrapado en la nieve durante más de veinticuatro horas en algún lugar de Yugoslavia; unos personajes --los sospechosos-- que parecen no tener motivos aparentes para asesinar pero sí coartadas fiables y contundentes para escapar de toda acusación; y las astutas mentes de Poirot, por un lado, y de Christie, por otro, completan una novela que sigue dando que hablar casi 85 años después de su escritura y publicación. Una obra maestra inmortal del género del suspense policíaco que atrapa al lector, lo marea, lo deja sin aliento, exprime su cerebro y lo desborda hasta la última línea.

     Si eres un lector como servidor, pecador literario hasta ahora desconocedor de la obra de esta maestra, debes ponerle remedio de inmediato. Por mi parte, aseguro que no será esta la última obra de Christie que lea. Aunque dicha tarea me cueste horas de sueño. Aunque literalmente me arrastre al día siguiente. Porque nada atrapa más a un lector que una novela negra bien estructurada, narrada y desarrollada. Y Ágatha Christie, visto lo visto, era una auténtica maravilla en el dominio de la pluma. 


miércoles, 18 de abril de 2018

El arte de la guerra. Sun Tzu. Plutón Ediciones. 2010. Reseña





     Sun Tzu fue un general, estratega militar y filósofo de la antigua China. Su nombre de nacimiento fue Sun Wu, aunque se le conoce mundialmente por su título honorífico, que significa Maestro Sun. Vivió en el siglo VI a. C.. Figura histórica legendaria, ha tenido un gran impacto en la historia y en las culturas china y asiática por ser el autor de El arte de la guerra, un tratado sobre estrategia militar que influyó, más de dos mil años después, a Maquiavelo. De hecho, El príncipe está considerada como la obra filosófica, política y militar más importante desde el tratado de Sun Tzu. Más cercano en el tiempo, encontramos su influencia en los shogunatos y la Revolución Meiji de 1868 en Japón y en la creación de la China Popular por Mao Zedong, quien finalmente consiguió vencer a Chang Kai Chek tras la Gran Marcha, en parte gracias a estos consejos. 

     El tratado de Sun Tzu contiene trece capítulos breves que parten de ideas más generales y se van concretando a base de desarrollar aspectos más puntuales que completan la información de partida. En el primer capítulo, que versa sobre los planes preliminares, habla de los cinco factores fundamentales que determinan las condiciones existentes en el campo de batalla: la ley moral, el clima, el terreno, el mando y la doctrina. Todo el arte de la guerra se basa en el engaño. El capítulo segundo trata sobre la conducción de las operaciones, desaconseja las operaciones largas y el maltrato de los prisioneros y aconseja el saqueo y el aprovisionamiento de riquezas del enemigo. El capítulo tercero, dedicado a la estrategia ofensiva, nos habla de la conveniencia de tomar el país enemigo lo más intacto posible y de que hacer prisionero al ejército enemigo es mejor que destruirlo.

     El capítulo cuarto desarrolla las disposiciones tácticas, asegurando que nuestra invencibilidad depende de nosotros; la vulnerabilidad del enemigo, de él y que no cometer errores asegura el triunfo. El capítulo quinto, La energía, trata de la cuestión de la organización, de las combinaciones infinitas en el campo de batalla y de la necesidad de mantener las apariencias para engañar al enemigo (la confusión aparente indica una disciplina perfecta; el miedo simulado indica valor; la debilidad simulada indica fortaleza). El capítulo sexto versa sobre los puntos débiles y fuertes, y transmite la necesidad de llegar antes que el enemigo al campo de batalla y de que cuando el enemigo esté descansado, has de saber fatigarlo; cuando esté bien alimentado, hacerle pasar hambre; cuando esté descansando, forzarlo a moverse.

     En el capítulo séptimo se habla de las maniobras, que deben transformar un camino tortuoso en la vía más directa y convertir la desventaja en ventaja. Vuelve a hacer hincapié en la importancia del engaño y apuesta por analizar la situación y tomar la decisión conveniente. Además, haciendo referencia a El Libro de la Administración Militar, dice que: como las palabras emitidas no se pueden oír en el fragor del combate, se emplean los tambores y los gongs. Como las tropas no se pueden ver con nitidez durante el combate, se utilizan las banderas y los estandartes. Gongs, tambores, banderas y estandartes pueden unir a las tropas en un punto, de forma que el valiente no avanzará solo y el cobarde no retrocederá.

     El capítulo octavo trata de las variaciones en la táctica. Aconseja no utilizar la misma en dos combates seguidos y subraya los cinco peligrosos errores que pueden afectar al general: si es imprudente, puede perder la vida; si es cobarde, será capturado; si es colérico, puede ser ridiculizado; si su sentido del honor es demasiado susceptible, se le puede avergonzar; si tiene demasiadas contemplaciones con sus hombres, se le puede hacer sufrir.  En el noveno capítulo, titulado En marcha, se nos avisa de que la simple superioridad numérica no debe confiarnos y de que debe tratarse con humanidad a los soldados. Además, afirma que si las órdenes son eficaces, el ejército será disciplinado; si no lo son, el ejército no será disciplinado. 

     Los capítulos décimo y undécimo tratan sobre el terreno y las nueve clases de terreno. El primero clasifica los terrenos en accesibles, difíciles, neutros, cerrados, accidentados y distantes. Asegura que la formación natural del terreno puede ser un factor esencial en el combate, por lo que ha de ser estudiado a conciencia antes de la batalla. Y añade: conoce al enemigo y conócete a ti mismo y tu triunfo nunca se verá amenazado. Conoce el terreno y las condiciones climáticas y tu victoria será completa. En el segundo capítulo de este bloque establece a la rapidez como la esencia misma de la guerra. Cuando el adversario cometa una equivocación has de ser veloz como una liebre. De esta manera, no podrá resistirse.

     El capítulo duodécimo, El ataque con fuego, establece las cinco maneras existentes de atacar con fuego:  quemar a las personas, quemar los almacenes, quemar el equipo, quemar los arsenales y emplear proyectiles incendiarios. Afirma que aquellos que utilizan el incendio para reforzar sus ataques poseen la inteligencia de su lado; los que usan el agua, la fuerza. Y añade que el gobernante sabio delibera acerca de los planes; los buenos generales los ponen en práctica. El capítulo décimo tercero, y último, lleva por título El uso de agentes secretos. La información previa a emprender una guerra es básica para conseguir la victoria final. Y esta no puede conseguirse de los espíritus, ni de las divinidades, ni por semejanza con acontecimientos pasados ni de los cálculos. Es preciso conseguirla a través de hombres. Los agentes secretos se clasifican en : locales, interiores, dobles, falsos y destacados.

     La obra, más allá de los aspectos filosóficos, políticos y estratégicos, es utilizada a día de hoy en múltiples ámbitos que poco o nada tienen que ver con el militar. Es el caso de su uso como guía en programas de administración de empresas y liderazgo destinadas a la gestión de los conflictos y la cultura corporativa. Lo cual otorga una vigencia a la obra de Sun Tzu que no está al alcance de ninguna otra en el mundo. Al menos, de una que data de hace nada más y nada menos que 2.700 años o, dicho de otro modo, 27 siglos.                       

    

miércoles, 11 de abril de 2018

Viento del este, viento del oeste. Pearl S. Buck. Ediciones G. P. 1980. Reseña





     Pearl S. Buck, escritora estadounidense premiada con el premio Nobel de Literatura en 1938, guionista, periodista y activista por los derechos humanos, pasó media vida en China, donde fue llevada por sus padres, misioneros presbiterianos, a los pocos meses de vida. Durante sus ochenta años de vida escribió ochenta y cinco libros de géneros variados (poesía, relato, teatro, guiones de cine, literatura infantil y juvenil, biografía y recetas de cocina). Sin embargo, destacó especialmente en el terreno de la novela. En todas ellas encontramos amables retratos de China y sus gentes. De su estudio de la novela china se nutrió una narrativa de estilo directo y sencillo y siempre preocupada por los valores fundamentales de la vida humana.

     Viento del este, viento del oeste es una de sus obras más reconocidas. Publicada en EE. UU. en 1930, está narrada en primera persona por la protagonista de la historia, Kwei-lan, una joven china de 17 años que asiste, aterrorizada, al choque de civilizaciones contrapuestas --la atrasada China oriental y los EE. UU. como paradigma de los nuevos vientos occidentales--, que amenaza con poner fin a su hasta entonces tranquila y parsimoniosa vida. Recién casada --prometida desde su nacimiento con un médico que, merced a su estancia en Occidente por razones de estudio, ha acogido numerosas formas de vida occidentales--, debe asimilar que la vida adulta quizás no se va a parecer en nada a aquello para lo que su madre la ha preparado.

     Su marido la trata de igual a igual, de tú a tú, algo totalmente contrapuesto a la educación tradicional china recibida por Kwei-lan. Y la joven cuenta las vicisitudes de su nueva vida a una persona a la que se dirige como mi hermana, aunque su identidad se desconoce por completo. La lucha interna de Kwei-lan entre sus valores primigenios y las novedades que en su vida (y, sobre todo, en su mente) va introduciendo su marido la llevarán a ir asimilando de forma progresiva las enseñanzas de su cónyuge, comenzando con la necesidad de quitarse las vendas de los pies y ponerse a caminar en la vida como una mujer que no es sirvienta de su marido sino su igual.

     Por si sus dudas en lo personal eran pocas, su preocupación crecerá cuando su hermano, como anteriormente su cuñado, afincado en EE. UU. para culminar sus estudios, anunciará su deseo primero y su decisión después de romper su compromiso con su prometida, una hija de la familia Li, para casarse con una joven estadounidense de nombre Mary a la que ha conocido en la universidad. Los venerados padres de Kwei-lan se opondrán a semejante aberración, lo que pondrá en jaque a toda la familia. Porque el hermano de la protagonista es el único hijo varón de sus padres, por lo que le corresponde ser el heredero de estos. Aspecto este que lo complica todo sobremanera.  

     A este respecto, reflexiona la narradora así: Hemos aprendido, puesto que las Escrituras Santas nos lo enseñaron, que un hombre no debe nunca anteponer el cariño de su mujer al de sus padres. El que comete ese pecado ofende las tablillas de sus antepasados, ofende a los dioses. Pero, ¿se pueden oponer barreras al ímpetu del amor? El amor se impone, tanto si el corazón quiere, como si no... Finalmente, se dice a sí misma que el amor es una cosa terrible si su vena no se derrama, pura y libre, de corazón a corazón. Así, impotente ante la tensión en la que vive sumida su familia, decide que el amor debe vencer siempre.

     De todo lo anterior se deduce que no solo cobra importancia en la novela ese choque de civilizaciones entre Oriente (o viento del este) y Occidente (o viento del oeste), sino que también lo hace un enfrentamiento entre el viejo orden (la China tradicional y atrasada) y el nuevo (que amenaza con acabar con el anterior merced a la modernidad). Así, Liú, una amiga del marido de Kwei-lan, afirma lo siguiente: Días difíciles para los viejos. Entre los ancianos y los jóvenes ya no existe posibilidad alguna de comprensión; están separados, como un afilado cuchillo separa la rama del tronco. Y es que a veces hay cosas que ya no tienen arreglo.

     Los mundos de Kwei-lan y su familia cambian con la aparición en escena del marido de la joven y de Mary, esposa de su hermano, a la que todos conocen como la extranjera. El aislamiento anterior a estos hechos, con el consiguiente desconocimiento de cuanto ocurre fuera de su casa y de su país, se da de bruces con la realidad: hay otros mundos ahí afuera, y antes o después habrán de juntarse la sangre de los chinos y la de los bárbaros, que así es como se califica a los habitantes de tierras occidentales. Y la narradora cumple a la perfección con su misión: transmitir al lector la zozobra, la agonía de quien ve venir los cambios y no sabe cómo reaccionar ante ellos y ante sus iguales más poco propensos a que tal cosa suceda.

     Viento del este, viento del oeste es una novela que golpea al lector; una historia en la que el amor trata de imponerse a las tradiciones y a los prejuicios; una obra que nos obliga a entender la angustia y el agobio de una joven de tan solo 17 años que debe asimilar que el mundo real es bien distinto del que sus padres le han enseñado; una lectura que nos enseña, además, viejas tradiciones ancestrales de una civilización, la china, en buena parte todavía por descubrir; una novela escrita con el corazón y desde el amplio conocimiento --la de Pearl S. Buck-- de una cultura diferente pero para nada inferior a la nuestra.