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lunes, 18 de diciembre de 2023

La dependienta. Sayaka Murata. Duomo Ediciones. 2019. Reseña

 




    La escritora japonesa Sayaka Murata logró en 2016 el Premio Akutagawa, el más prestigioso de su país, por su décima novela, titulada La dependienta. Además, ese mismo año, la revista Vogue Japan la nombró Mujer del Año. Feminista y gran luchadora por la igualdad de género, nos presenta en esta novela a Keiko Furukura, una mujer soltera de 36 años que lleva media vida trabajando a tiempo parcial en una konbini, supermercado japonés que abre las 24 horas del día. Allí ha encontrado lo que considera que es la normalidad. Al menos, su normalidad. Lo que comenzó, a sus dieciocho años de edad, como una manera como cualquier otra de pagarse los estudios universitarios en Tokio acabó por convertirse en su manera de estar en el mundo. Terminó su carrera, pero siguió trabajando en la tienda como dependienta porque considera que no sirve para otra cosa porque, de alguna manera, ha nacido para ser dependienta. Y solo allí encuentra la alegría, la felicidad y la motivación para seguir adelante con su vida.

    ¿Cuál es el problema, pues? Los convencionalismos sociales, que exigen a una mujer de su edad estar casada y tener hijos o, en su defecto, ser económicamente autosuficiente gracias a un trabajo realmente estable y mucho mejor remunerado. Según pasa el tiempo, su familia, sus amistades y su reducido círculo social van amargando su existencia, incapaces de entender el modo de vida que lleva la todavía joven Keiko. Nadie aprueba que tenga un trabajo como ese a su edad, que jamás haya tenido ni pareja ni relaciones ni que viva sola y dedicada casi en exclusividad a un trabajo que, pese a no estar muy bien remunerado, le da para seguir viviendo independiente y sin pedir nada a nadie. La dependienta es, pues, una novela sobre lo difícil que resulta a veces formar parte de un mundo que no te entiende y al cual tampoco tú entiendes. Y, por supuesto, un alegato de la libertad. Especialmente, de la libertad femenina. Porque nadie debería juzgar jamás el modo de vida de nadie, siempre que este no sea dañino para los demás.

    Y Keiko, a la que todo el mundo conoce por su apellido, Furukura, en la tienda en la que lleva dieciocho años trabajando --ya no queda nadie de cuando comenzó a trabajar allí--, no solo no hace daño a nadie sino que atiende a la tienda, a los clientes y a los compañeros y compañeras siempre con una sonrisa en la cara. Especialmente a los nuevos empleados, a quienes enseña su trabajo con una paciencia y una atención admirables. Siempre con los cuatro sentidos en todo lo que tiene que ver con la tienda, es prácticamente una encargada en la sombra. Aunque en ese momento su jefe sea ya el octavo hombre en dirigirla. Ocho hombres por ninguna mujer. Porque las mujeres, salvo muy contadas excepciones, están para casarse, criar hijos y vivir a la sombra de sus maridos. Y todo lo que se salga de eso resulta a todo el mundo raro, anormal y hasta asqueroso. Y Keiko no entiende esa normalidad. Sabe que no encaja en el mundo que la rodea, en la sociedad, pero sí en la tienda. Allí, por cierto, hay dependientes masculinos y femeninos.  

    Así, La dependienta nos presenta una visión hilarante, asombrosa, precisa, absurda, audaz y hasta cómica de las expectativas de la sociedad hacia las mujeres solteras. Una crítica furibunda a la tradicionalmente machista sociedad japonesa --y no solo a la japonesa-- y al papel que juegan en ella las mujeres. Una sociedad que considera a quienes no siguen esa impuesta normalidad inmaduros, no adultos e incluso socialmente inútiles. Esto le dice Shiraha, el protagonista masculino de la historia, a Keiko: Si sigues trabajando por horas, te harás mayor y nadie querrá casarse con una virgen madurita. Das asco. En la Edad de Piedra, las mujeres maduras que no podían tener hijos acababan merodeando por la aldea como almas en pena, solteras para siempre. No eran más que un lastre para la comunidad. El mundo en el que vivimos es la Edad de Piedra disfrazado de sociedad moderna. La estructura social no ha cambiado en absoluto.

    Pero la crítica social que presenta la novela se hace extensible también a los hombres. Shiraha, de nuevo, arroja luz sobre este hecho: Cuando los hombres terminamos los estudios debemos encontrar trabajo, cuando tenemos trabajo debemos ganar más dinero, cuando ganamos dinero debemos casarnos y tener hijos. Las mujeres lo tenéis mucho más fácil. El mundo no ha cambiado nada desde la Edad de Piedra. Las personas que no aportan nada a la comunidad son marginadas, reciben toda clase de presiones y coacciones hasta que, al final, se les expulsa. Si no puedes seguir el ritmo de los demás, estás perdido. ¿Por qué trabajas por horas si tienes más de treinta años? ¿Por qué nunca has salido con nadie? Incluso te preguntan por tus experiencias sexuales como si fuera lo más normal. Pero las de pago no cuentan, ¡te dicen riendo! No molesto a nadie, solo formo parte de una minoría y, a pesar de ello, se creen con derecho a violarme. 

    Aunque Keiko se siente identificada con buena parte de lo que le comenta Shiraha, sin embargo, se siente también atacada y menospreciada por él, y hasta hace notar que me pareció incoherente que Shiraha, que hasta entonces estaba disgustado por las críticas que recibía, me atacara con aquellos reproches procedentes del mismo sistema de valores que tanto lo hacía sufrir. Supongo que a una persona que se siente violada le gusta arrojar a los demás los argumentos que utilizan en su contra. ¡Qué gran frase! ¡Y cuánta carga psicológica y cuánta verdad incluye! La famosa doble vara de medir. ¡Incluso por parte de quienes son medidos de manera tan cruel y despiadada! Y, no obstante, Keiko, pese a sentirse mal tras las palabras de Shiraha, trata de aconsejarle: Yo creo que lo más honesto con tu sufrimiento es que te enfrentes al mundo cara a cara y dediques toda tu vida a obtener la libertad. Y añade: si el mundo está en la Edad de Piedra, actúa según las normas de la Edad de Piedra. Si te disfrazas de persona normal y te comportas según el manual, nadie te echará de la comunidad ni te tratará como si estuvieras de más. Tienes que intentar ponerte el disfraz de persona normal e interpretar al personaje imaginario llamado persona normal.

    De esta manera, La dependienta es la historia de dos seres inadaptados. Y hace hincapié en el caso de Keiko. Una Keiko que ya desde joven había dado señales de ser rara a ojos de los demás. Su familia intentó curarla llevándola a un psicólogo. Pero nada funcionó. Pese a tener una carrera universitaria y a haber crecido solo trabajar en la tienda la hace feliz. Reconoce que la vida que llevaba antes de nacer como dependienta de una tienda está envuelta en una nebulosa y no la recuerdo claramente. Los ruidos de la tienda la reconfortan, y acude a ellos incluso en las jornadas y horarios que pasa alejada de ella. Trabaja ya de forma automática y allí se siente una pieza que forma parte del engranaje del mundo: es curioso que una universitaria, un joven músico, un trabajador por horas, un chico que cursaba el bachillerato nocturno y otras muchas personas pudieran convertirse en aquellas criaturas uniformadas llamadas dependientes.      

    Ni yo misma sabía por qué solo podía trabajar en una tienda y no aspiraba a obtener un empleo fijo. La tienda disponía de un manual impecable y me desenvolvía muy bien como dependienta, pero no tenía ni idea de cómo ser una persona normal en un lugar sin manual de instrucciones, asegura Keiko en un momento de la historia. Y pienso que todo el mundo nos hemos sentido de esa misma manera en muchos momentos de nuestra vida. Pienso también que cada persona debe ser libre para elegir su camino hacia la felicidad. Y que nadie es más que nadie. Sobre todo para aconsejar a los demás. Porque, mucho más a menudo de lo que podamos pensar, lo que es útil para ti no lo es para otro. O al revés. Y nadie debería sentirse ni ser excluido de la sociedad por el simple hecho de no seguir unos convencionalismos que nos suelen convertir en borregos más que en personas. Y, hablando de tiendas, no hay más que verlas en el black friday o en víspera de Navidad para corroborar esta última afirmación. Porque creo que las únicas tiendas que deberían llenarse, todos los días además, son las librerías.   


jueves, 23 de febrero de 2023

Cuando era divertido. Eloy Moreno. Ediciones B. 2022. Reseña

 



    

    Cada nueva novela de Eloy Moreno es un golpe directo a nuestras conciencias. A nuestros cerebros. A nuestros corazones. El escritor castellonense se las ingenia para sorprendernos con cada una de sus obras. En Cuando era divertido, su séptima novela -conviene no olvidar sus ya famosas recopilaciones de cuentos-, reconoce de entrada que no es apta para todas las edades ni para todos los públicos. Todos tenemos a nuestro lado algún que otro fantasma que preferimos ignorar. Y puede que esta obra -o cualquiera de los de este autor- nos lo ponga justo delante y nos obligue a enfrentarnos a él de una vez. Sin embargo, también puede ocurrir todo lo contrario: que la historia nos haga felices sabiendo valorar aquello que tenemos. Como cada lector es un mundo y sus circunstancias también son diferentes y variadas, es lógico pensar que este libro pueda convertirse en una gran felicidad o en una enorme pesadilla. Y, en ambos casos, lo más seguro es que convenga ser leído con atención a la acción narrada pero sobre todo a los detalles. Porque muy a menudo son los detalles los que pueden marcar la diferencia.

    Dice el propio autor que esta es una novela incómoda. Quizás la más incómoda que he escrito hasta la fecha. Pero precisamente por eso creo que es necesaria. Este es un libro que habla de algo que todos hemos vivido o podemos vivir en algún momento. Y, desde luego, no le falta razón a Moreno. A estas alturas ya todos sabemos que la vida es complicada. Y la vida en pareja, más todavía. Porque no todo es del color de rosa. Y la pasión inicial y la sensación de estar viviendo a tope pueden dar paso a la muerte en vida en forma de rutina, monotonía, tedio, hastío. Y hasta de odio. ¡Ay, esa delgada línea que separa antónimos mucho más cercanos de lo que jamás podríamos llegar a pensar! Que se lo digan, sin ir más lejos, a los protagonistas de esta novela: Ale y Ale. Sí, Alejandro y Alejandra. El mismo nombre. Algo muy original. Porque en muchas ocasiones a lo largo de la novela el autor se refiere a ellos de una manera que cuesta distinguirlos. Porque en realidad ambas partes de una pareja pueden sentirse de una determinada manera. A veces no sabemos qué Ale está pensando y actuando. Y la verdad es que da igual: lo importante es lo que piensa y cómo actúa.

    Un ejemplo de ello es este párrafo: cada noche, Ale y Ale, marido y mujer, miran hacia un mismo televisor pensando en cosas demasiado distintas. Uno de ellos ahora mismo tiene en la punta de la lengua la respuesta correcta del concurso que ven cada noche. La otra parte de la pareja piensa desde hace unas semanas en una persona que no es la que ahora mismo se sienta a su lado. Una persona que le hace sentir una ilusión que ya creía perdida. O en este otro: ambos saben que hace tiempo que ese ¿vamos a la cama? no significa nada más, porque hay cosas que, con el tiempo, se van dejando en cualquier rincón de la casa. Llegan a la habitación y, tras un beso y un buenas noches, se acuestan espalda contra espalda, mirando hacia universos contrarios. Puede que para la historia que se narra sea importante saber cuál de los dos Ale siente algo hacia otra persona, sí, pero este hecho resulta no tener ninguna importancia desde el punto de vista del mensaje que el autor quiere darnos a través de dicha historia. De ahí la originalidad de dar a ambos el mismo nombre. Ale y Ale. 

    Todos hemos buscado en algunos momentos de nuestra juventud los rincones más apartados y oscuros, aquellos que quedan lejos de las miradas más indiscretas, para dar rienda suelta a nuestros sentimientos junto a nuestra pareja. Un banco, un parque, un rellano, la cima de una montaña, una playa, un río. Cualquier lugar en el que poder sentirnos a salvo de los demás pero no de nuestras ansias. Sin importar las circunstancias, el calor o el frío. Porque, como afirma el narrador de la historia, quizás sea cierto eso de que el frío llega con la edad. Y, a propósito del frío, creo conveniente hacer un pequeño inciso musical en este punto. Todos sabemos del gusto de Eloy Moreno por la música. De hecho, suele compartir en Spotify las bandas sonoras de sus novelas. Las canciones que lo han acompañado durante su escritura. Pues bien, aunque ninguna de estas canciones aparezca en la lista de esta novela, en mi cabeza todavía resuenan los temas Fuego apagado y Corazón de mudanza, del genial cantautor vasco Tontxu. Porque ojalá no quiera hacerlo esta noche, piensan a la vez.

    Son muchos los factores que pueden contribuir a que una relación se vaya apagando. Moreno nos habla de unos cuantos en Cuando era divertido. En lo que casi todos podemos coincidir es en que la falta de sexo es uno de los rasgos que más evidencian que las cosas se han puesto muy mal entre la pareja. ¿Cuándo algo tan placentero se convirtió en algo incómodo? Quizás fue cuando ambos dejaron de cuidarse y dos cuerpos que se atraían tanto dejaron de hacerlo; quizás fue cuando olvidaron imaginar pequeñas historias en las que ellos eran los protagonistas; quizás fue cuando dejaron de jugar en la cama, en el sofá, en la cocina; o cuando dejaron de comprarse y regalarse ropa interior.... Quizás fue cuando la televisión en la habitación comenzó a sustituir el sexo; o cuando dejaron que el niño durmiera en su misma cama, entre los dos... Un niño que al final les sirvió de trinchera para evitar el contacto. Y, sin querer, volvemos al frío. Mala señal cuando uno ya no se desnuda ante su pareja porque hace frío.

    La culpa es uno de los puntos clave a tratar a la hora de poner fin a una relación. Sobre todo si hay hijos de por medio. Ale, al ver a su hijo, piensa en el futuro, en los momentos que todos se perderán como familia. Se imagina al pequeño preguntando por qué no están los tres en casa. Piensa en la vida del niño junto a otra persona, quizás en otro hogar... ¿Cómo será todo a partir de ahora? ¿Qué cosas se perderá? ¿Por qué ha tenido que hacerlo? Y es en el interior de ese huracán de preguntas cuando aparece la culpa. La culpa por haber conocido a otra persona, por haberse enamorado de nuevo, por querer ser feliz de nuevo. En efecto, la culpa atenaza a ambos, pero más a la parte de la pareja que ha decidido poner punto y final a una vida en común. Y lo que acontece a continuación, como los títulos de los capítulos de esta novela, es una mezcla y sucesión de sentimientos encontrados, de tormentasde esperanzas, de sexo, de oportunidades, de odio, de guerra, de finales más o menos inesperados. De recuerdos de cuando todo era diferente, de cuando todo era divertido.

    Y de reproches: ¿Cuánto tiempo hace que no viajamos? ¿Cuánto tiempo hace que no nos llamamos al trabajo para decirnos un te quiero? ¿Desde cuándo no recibes un mensaje bonito mío, cuándo fue el último que me enviaste tú a mí? ¿Cuánto tiempo hace que no nos sorprendemos el uno al otro? ¿Cuándo fue la última vez que nos reímos juntos? Y de certidumbres: De vez en cuando juntamos los labios pero ya no nos besamos. Cuando salimos por ahí es con amigos porque si vamos solos no sabemos ni qué decirnos. Nos hemos convertido en unos compañeros de piso que tienen un niño en común. Y de violencia (o casi): y dos personas que se han llegado a querer como una sola, que hubieran llegado a dar su vida por el otro, ahora se odian como nunca han odiado a nadie. Pero, como en todo, conviene no perder la perspectiva nunca. Y hay un personaje secundario que viene a tratar de poner cordura en la locura en que se convierte la relación de los Ale. Alguien que ya ha pasado por ello antes. Alguien que sabe de lo que habla.

    Alguien mucho más objetivo que afirma que no te imaginas el daño que ha hecho eso de hasta que la muerte nos separe. Las personas cambian, y eso hace que las relaciones también cambien. Algunas se adaptan y otras no. Comprendí que cuando una tercera persona entra en una relación es porque uno de los dos le ha dejado entrar. Y si lo ha hecho es porque algo no funciona ya en esa pareja. ¿Conoces a alguien que esté enamorado y piense en terceras personas? Nunca. Ale no ha hecho esto para hacerte daño, lo hace porque se ha enamorado de otra persona, pero su finalidad no es hacerte daño a ti. ¡Qué bien nos iría a todos si tuviéramos a una persona tan cabal en nuestras vidas! Alguien que nos mostrara que no somos el ombligo del mundo; que no todo gira en torno a nosotros; que cada persona tiene vida propia, ¡incluso nuestras parejas!; que cada cual es libre de buscar su camino en la vida, ¡aunque sea lejos de nosotros!; que el hecho de no querernos ya más en su vida ¡nos es por jodernos la nuestra! Cuando era divertido es una novela muy incómoda, sí, pero también necesaria. Por eso, desde aquí, mil gracias a Eloy Moreno por haberla escrito.

    

 

lunes, 15 de octubre de 2018

Autorretrato sin mí. Fernando Aramburu. Tusquets Editores. 2018. Reseña





     Todavía bajo los efectos de Patria (2016) --dos años consecutivos presente en los puestos cabeceros de todas las listas de ventas de libros de este país, Premio Nacional de Narrativa, Premio de la Crítica, Premio Dulce Chacón y Premio Francisco Umbral, entre otros varios--, Tusquets Editores lanza la nueva obra de Fernando Aramburu. Un trabajo que no es novela ni tampoco ensayo, sino una recopilación de hechos, recuerdos y pensamientos del escritor vasco afincado en Hannover. Un libro personal y arriesgado, especialmente tras el éxito de una de las mejores novelas españolas de los últimos años. Porque, quien espere algo similar a la exitosa Patria, puede sentirse decepcionado. Autorretrato sin mí nada tiene que ver con ella. Pero es una obra bella, bellísima, donde las haya.

     Aramburu, amante de la poesía desde su juventud --algo que queda patente a lo largo de este nuevo trabajo--, nos presenta una serie de prosas, la mayoría de ellas poéticas o rozando la poesía, en las que nos habla de sí mismo, pero también de nosotros, pues en no pocas nos vemos reflejados. El mundo que describe es el nuestro. Nuestro país, nuestra sociedad, nuestra naturaleza. Nuestra vida. Siempre con las palabras justas, yendo directo al grano y dejándonos a menudo sentencias que nos muestran aspectos en los que probablemente jamás habíamos caído hasta ahora. Iluminándonos. Haciéndonos reflexionar sobre todo ello.

     A lo largo de sus ciento ochenta páginas Autorretrato sin mí plasma en diferentes escenas las relaciones familiares del escritor. De su padre nos cuenta que lo añora --no estas ahí, donde solías, en la silla de siempre, y casi se me escapa preguntarte cómo estás, inducido por una obstinada resistencia a aceptar tu muerte... ¿No habrá, padre, un techo que proteja de tu muerte?--, que no lo juzga y que le perdona sus problemas con el alcohol porque trabajaba largas horas en la fábrica y era bondadoso, incapaz de violencia. Por eso lo quise; por eso él es en mi recuerdo, ahora que desdichadamente no puedo decírselo, el héroe modélico que no era.

     Sobre su madre escribe que en su abrazo encuentra el calor más antiguo de mi vida y que te debo una decidida propensión a la perseverancia, la voluntad acaso maniática de terminar cualquier trabajo emprendido, y lo que más he admirado siempre en ti: esa capacidad de cuarzo que tienes para mantener a raya la tristeza. De su esposa afirma que ningún muro lingüístico truncó el designio común de compartir, más allá de la atracción física, el agua y los panes del ser entero. Desde entonces miro por sus ojos, ella mira por los míos, y no hay dolor que le duela sin que a mí me duela ni hay risa en sus labios que no me doble de alegría. 

     El autor añora a su hija Cecilia, que ya no toca el piano de la sala de la casa familiar porque dio la niña en mujer como da el sábado en domingo... y se fue a conocer de cerca su destino. Un destino que, transformado en un médico inepto, estuvo a punto de arrebatarle a su otra hija, Isabel, a causa de unas meninges dañadas que dejaron menguadas sus capacidades intelectuales. Problema este que, acrecentado por la incomprensión de la sociedad, permitió sin embargo a Aramburu humanizarse y humanizar a la pequeña. Te lo debo a ti, Isabel, a cuyo lado, sin que te dieras cuenta, aprendí la compasión.  

     El amor juega un papel importante en la vida de las personas. También en la de Aramburu. Ama a su San Sebastián natal, recordando la escena de su partida en tren. Ama a los amigos y sus abrazos. Ama el mar, la vida, la intimidad y la soledad. Porque, sin soledad (confortable), esfuerzo y tenacidad, no habría alcanzado jamás la libertad adquirida a través de su aprendizaje literario. Porque, evidentemente, ama a los libros. Una pasión firme y duradera que le viene de una juventud ya perdida en la que nació un fervor incurable por la poesía y la lengua gracias a la disciplina impuesta por los frailes de su colegio --quienes confundían la educación con el adiestramiento--, en medio de cuyas explicaciones comenzó a leer a hurtadillas textos breves, poemillas y fábulas que aparecen en los manuales

     Así comenzó a amar a García Lorca, a Bécquer, a Góngora, a Aleixandre. Y, de ahí, a la narrativa. A Camus, por ejemplo --quien murió justamente el día en que Aramburu cumplió su primer año de vida--, de quien aprendió a amar al hombre por encima de la idea. Fruto de todo ello, de la rebeldía y la irreverencia cultural, nació, años más tarde (1978), el Grupo Cloc, donde la risa --antídoto del dogmatismo-- era lo principal, además de la palabra que da envoltura y ocasión a la belleza. Es decir, que parece claro que el objetivo era buscarles el lado poético a las cosas. Porque, sin duda, una de las necesidades más humanas es no abandonar nunca a nuestra imaginación, a nuestro niño interior.    

     Confiesa el autor que se reserva siempre unas horas de serenidad para disfrutar de la lectura, del olor literario del papel. Una manzana, un libro y la sensación de no ser un ser definitivo. De que todo está en constante cambio. Y de que la muerte a todos nos espera en cualquier momento. Algo que él mismo estuvo a punto de comprobar en primera persona --aprendió en soledad el arte tranquilo de morir, a despedirse de los demás, de los árboles, de los pájaros, las paredes, los libros, las estrellas de forma silenciosa-- hasta que supo que todo se trataba de un error de diagnóstico médico. Por suerte para él y para todos sus lectores.

     Autorretrato sin mí es, pues, la historia del escritor, pero también la de la mayoría de nosotros. Un relato que no se lee del tirón, sino a pequeños sorbos, pues no es una novela, y que, viniendo de la mano de un autor en plena madurez, personal y literaria, debe ser leída con emoción y agradecimiento a la vida, a la lengua y a la literatura. Porque, ¿qué sería de la vida sin esos ratitos de soledad confortable y sin esos libros inolvidables (como el que nos ocupa) cuyo simple recuerdo nos provocará en un futuro más o menos lejano un hondo sentimiento de nostalgia?            

          

viernes, 18 de mayo de 2018

La insoportable levedad del ser. Milan Kundera. Tusquets Editores. 1985. Reseña





     El novelista, dramaturgo, poeta y ensayista checo Milan Kundera suena casi cada año, como el japonés Murakami, como candidato al premio Nobel de Literatura. Ambos ven pasar los años sin que se les otorgue el galardón. Merecido, todo sea dicho, en los dos casos. El mes pasado, Kundera cumplió 89 años de edad. Su última obra publicada --la novela La fiesta de la insignificancia-- data de 2014. Probablemente no podamos leer ninguna obra más suya. No obstante, tenemos en las librerías y bibliotecas un total de diez novelas, cuatro ensayos, una obra de teatro, dos poemarios y varios cuentos y relatos cortos. Sin embargo, si es mundialmente conocido es por su celebérrima La insoportable levedad del ser, publicada en 1984 (a la que fue otorgada el Premio Jerusalén en 1985). 

     Se trata de una novela de difícil encaje categórico. Algunos la consideran filosófico-psicológica por sus ideas existencialistas y sus continuas referencias a ideas como el eterno retorno de Nietzsche y a teorías y a obras tan reconocidas como el psicoanálisis --los sueños y lo freudiano juegan un papel muy importante durante el desarrollo de la trama--, Parménides, Platón, Descartes, el Edipo de Sófocles, etc. Para otros, estamos ante una novela político-social, por cuanto describe cómo fue la vida en la capital checa durante la campaña soviética de 1968, así como en las épocas inmediatamente anterior y posterior, pertenecientes ambas a la etapa que conocemos como Guerra Fría. Por ello, no faltan quienes le otorgan también un componente histórico, aunque parece complicada su categorización como novela histórica propiamente dicha. Por último, muchos hablan de la obra como si se tratara de una obra sexual, afectiva y de pareja. Probablemente, todos tengan buena parte de razón. 

     De todo lo anterior es fácil deducir que nos encontramos ante una novela compleja y completa. El aspecto físico de los personajes no tiene ninguna importancia en la obra de Kundera. Modela sus protagonistas a base de una serie casi interminable de pinceladas --palabras-- que permite al lector tirar de su propia imaginación para hacerse una composición de las acciones y tramas de las novelas del escritor checo. La gran paradoja de este estilo literario es que, pese a tratarse de obras de gran componente psicológico, tampoco el mundo interior de los personajes forman parte de la composición esencial de los personajes de Kundera. Es decir, que cada lector ve de manera diferente a cada uno de ellos según otorgue mayor importancia a unos aspectos que a otros. 

     Temas como la disidencia, el exilio, la identidad, la forma de ver la vida, el amor, la sexualidad o el arte conforman las composiciones novelísticas del checo. Todo ello, para abofetearnos con la pura realidad. Con la pura realidad de cada uno de sus personajes. Las escenas de la vida cotidiana configuran el mapa de cada protagonista: sus dudas, su existencialismo, su vida en pareja, sus roces afectivos, sus experiencias sexuales, sus deseos o sueños no cumplidos, etc. Durante las siete partes de que consta la novela, Kundera desgrana las vidas de Tomás, Teresa, Sabina, Franz o Karenin. Unas vidas que el lector desea ir conociendo con el mayor detalle posible no por morbo sino por comprender sus actos. Porque una decisión --acertada o equivocada-- en un momento dado puede cambiar la vida de cada uno de ellos.

     Tomás es el protagonista principal de la trama. Cirujano de profesión, se ve obligado a dejar su trabajo tras escribir un artículo contrario al régimen establecido. Queda apartado de su vida anterior y decide, junto a su esposa, Teresa, cambiar de aires. Ginebra y Zurich no encajarán en Teresa, que decide regresar a Praga. Tomás la sigue, aunque ambos deberán afrontar su destierro rural como única manera de eludir las persecuciones policiales. Tomás ama profundamente a su esposa, pero no puede evitar serle infiel con cualquier otra mujer que se cruza en su camino. Teresa acepta sus infidelidades por temor a perderlo. No en vano, es él quien le ha dado razones para seguir viviendo una vez ha abandonado ésta a su madre, por la que solo siente vergüenza y odio.

     Sabina es la eterna amante de Tomás. Es un personaje básico en la novela, por cuanto se mete en la cama con hombres comprometidos --no solo Tomás--, lo cual otorga a la infidelidad una importancia insignificante y a la moral y a los valores un papel de ligereza que constituye la verdadera levedad de la que habla el propio título de la obra. Además, Sabina es el nexo de unión de la trama principal con la secundaria, que protagoniza Franz, un hombre que, amante pasajero de Sabina, acaba de iniciar una relación con una alumna que lo admira, lo cual abre una nueva etapa en su vida que lo llevará a abandonar a su esposa y a su hija. La conducta de Franz, que también puede ser interpretada de diversos modos según cada lector, también nos habla de levedad, así como de madurez (o inmadurez).

     Karenin es la mascota de Tomás y Teresa. Es, nunca mejor dicho, un nexo de unión de la pareja. A través de la perrita, ambos reflexionan sobre sus vidas individuales y también sobre la conyugal. Especialmente emotivo es el pasaje final de la novela, donde el pequeño animal une y separa, más que nunca, a sus propietarios. Además, Tomás tiene un hijo de una relación de juventud fracasada. Simón no detesta a su padre pese a que éste jamás lo ha reconocido. Al contrario: su odio hacia su madre lo hace admirar a ese padre al que prácticamente nunca ha conocido. La vida los vuelve a unir (de alguna manera) muchos años después, y Tomás se siente incómodo al verse reflejado en él en algunas cosas.

     Ha quedado dicho más arriba que una de las claves de la novela son las palabras. Así, servidor ha destacado multitud de frases --en ocasiones, párrafos enteros-- que deberían subrayarse. Como es imposible recalcarlas todas, dejo al menos unas cuantas a modo de despedida de esta reseña:

-Tomas se decía: hacer el amor con una mujer y dormir con una mujer son dos pasiones no solo distintas sino casi contradictorias. El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien (este deseo se produce en relación con una cantidad innumerable de mujeres), sino en el deseo de dormir junto a alguien (este deseo se produce en relación con una única mujer).

-Entonces se percató con sorpresa de que no era desdichado. La presencia física de Sabina era mucho menos importante de lo que había supuesto. Lo importante era la huella dorada, la huella mágica que había dejado en su vida y que nadie podría quitarle. Aquella inesperada felicidad, aquella comodidad, aquel placer que le producían la libertad y la nueva vida, ése era el regalo que le había dejado.

-Un drama vital siempre puede expresarse mediante una metáfora referida al peso. Decimos que sobre la persona cae el peso de los acontecimientos. La persona soporta esa carga o no la soporta, cae bajo su peso, gana o pierde. ¿Pero qué le sucedió a Sabina? Nada. Había abandonado a un hombre porque quería abandonarlo. ¿La persiguió él? ¿Se vengó? No. Su drama no era el drama del peso, sino el de la levedad. Lo que había caído sobre Sabina no era una carga, sino la insoportable levedad del ser.

-A los que creen que los regímenes comunistas de Europa Central son exclusivamente producto de seres criminales, se les escapa una cuestión esencial: los que crearon estos regímenes criminales no fueron los criminales, sino los entusiastas, convencidos de que habían descubierto el único camino que conduce al paraíso. Lo defendieron valerosamente y para ello ejecutaron a mucha gente. Más tarde se llegó a la conclusión generalizada de que no existía paraíso alguno, de modo que los entusiastas resultaron ser asesinos.

-¿Qué era entonces lo correcto? ¿Firmar o no firmar? La pregunta puede también formularse del siguiente modo: ¿Es mejor gritar y acelerar así la propia muerte? ¿O callar y lograr así una muerte más lenta? La vida humana acontece solo una vez y por eso nunca podremos averiguar cuáles de nuestras decisiones fueron correctas y cuáles fueron incorrectas. En la situación dada solo hemos podido decidir una vez y no nos ha sido dada una segunda, una tercera, una cuarta vida para comparar las distintas decisiones.

-La tierra puede estremecerse por las explosiones de las bombas, la patria puede ser expoliada cada día por un invasor distinto, todos los habitantes de la calle contigua pueden ser conducidos ante el pelotón de ejecución, todo eso lo soportaría con mucha mayor facilidad de lo que estaría dispuesto a reconocer. Pero era incapaz de soportar la tristeza de un solo sueño de Teresa.

-El redactor que organizaba la recogida de firmas para la amnistía de los presos políticos de Praga sabía perfectamente que aquello no ayudaría a los presos. El verdadero objetivo no era liberar a los presos, sino demostrar que aún había gente que no tenía miedo. Lo que hacía era teatro. Pero no tenía otra posibilidad. No podía elegir entre actuar o hacer teatro. La elección era: hacer teatro o no hacer nada. Hay situaciones en las que las personas están condenadas a hacer teatro. Su lucha contra el poder silencioso (el poder silencioso al otro lado del río, la policía convertida en silenciosos micrófonos en la pared) es la lucha de un grupo de comediantes peleando contra un ejército.                             


viernes, 1 de septiembre de 2017

El cielo es azul, la tierra blanca. Hiromi Kawakami. Alfaguara. 2017. Reseña





     Es japonesa, tiene 59 años, lleva escribiendo dos décadas y cuenta con varios prestigiosos premios literarios en su país natal. Entre ellos, el Tanizaki, precisamente por la obra que ahora reedita Alfaguara: El cielo es azul, la tierra blanca. Su prosa es elegante, sutil, delicada y detallada y siempre encuentra las palabras justas para noquear al lector y conmoverlo hasta el límite. Eso es, al menos, lo que me ha transmitido la lectura de esta obra. Una belleza literaria que nos presenta de forma descarnada y talentosa las marcas del alma, la indefinición y la duda en la que a menudo nos movemos las personas. Y también nuestros miedos, frustraciones, melancolía y demás cuestiones que nos atormentan.

     Todo ello, no obstante, ofreciéndonos una vía para la esperanza, la ilusión, la auto afirmación personal y la posibilidad, siempre presente, de volver a empezar. De superar todas las dificultades y seguir nuestro camino en este mundo. En definitiva, de vivir de la mejor manera posible. De disfrutar de los pequeños placeres, de los pequeños gestos cotidianos que podemos regalarnos --a nosotros mismos y a los demás--. Si lo referido anteriormente se adereza con abundante sake, cerveza, aperitivos y platos típicos japoneses --en el texto encontramos una completa guía culinaria del país nipón--, además de mercados, béisbol, bares y tabernas, aspecto este que recuerda al Murakami primigenio, encontramos una ambientación realista y cercana.

     En efecto, la taberna de Satoru y el bar Maeda --lugares en que Tsukiko se encuentra con el maestro Matsumoto y Takashi Kojima respectivamente-- son los protagonistas ambientales de la novela, en la que también disfrutamos de islas, montañas, parques y museos. A través de haikus, recetas de cocina, recogida de setas y otras excursiones, la relación entre Tsukiko y su antiguo maestro de japonés del instituto irá creciendo de manera lenta, progresiva y sólida. Enseñando que el amor no entiende de edades y que el sexo sin amor es algo imposible de sostener (sin negar, eso sí, el hondo placer que provoca dormir juntos y abrazados).  

     La relación de amor mutuo que se establecerá entre ellos estará fundamentada en la bondad y en el estricto sentido de la justicia del maestro. Así, Tsukiko, protagonista y narradora de la historia, nos dice que el maestro no era amable conmigo para hacerme feliz, sino porque analizaba mis opiniones sin tener ideas preconcebidas. Se podría decir que su bondad era más bien una actitud pedagógica. Por eso cuando me daba la razón me sentía mucho más feliz que si se hubiera limitado a decirme que sí para tenerme contenta. Aquello fue todo un descubrimiento. No me siento cómoda cuando me dan la razón sin tenerla. Prefiero mil veces que me traten con justicia.

     Pero hasta el momento de formalizar su relación, ambos pasan por incertidumbres, ilusiones amorosas, miedos, sensación de amor no correspondido, celos --respecto a la señora Ishino y Takashi Kojima--, desencuentros, reconciliaciones nada fáciles, encuentros esporádicos y casuales, impotencia, soledad, resignación y rebeldía. Tsukiko y el maestro se distancian durante tiempo en varias ocasiones. Sus debilidades les convierten en mortales, en reales, lo que los hace además entrañables. Así, cuesta despedirse del eterno maletín del maestro, de sus cavilaciones, de sus enseñanzas y de sus composiciones de haikus. Porque esta historia, sus personajes y sus lugares comunes nos acompañan aunque cerremos el libro una vez terminado.

     Tsukiko, que siempre había estado sola, bebía sola, se emborrachaba sola y se divertía sola, es feliz cuando está cerca del maestro. Y este, que aún llora el abandono y posterior muerte de su mujer, Sumiyo --Mi esposa no era una mujer de trato fácil, pero yo tampoco. Dicen que nunca falta un roto para un descosido. Es evidente que yo no era el roto ideal para su descosido--, se siente renacer junto a su antigua alumna. Y a ambos se les hace cada vez más complicado vivir sin la presencia del otro. De esta manera, aquel sofá duro e incómodo me parecía el lugar más agradable del mundo. Me sentía feliz a su lado. Eso era todo.

     A lo largo de la novela encontramos varias frases más para enmarcar. Como esta: Cuando tienes un gran amor, debes cuidarlo como si fuera una planta. Debes abonarlo y protegerlo de la nieve. Es muy importante tratarlo con esmero. Si el amor es pequeño, deja que se marchite hasta que muera. Y es que, en ocasiones, nos vemos obligados a matar al amor para poder seguir con nuestras vidas. ¿Por qué no conseguía sentirme a gusto conmigo misma si estaba acostumbrada a estar sola?, se pregunta Tsukiko en el peor momento de su relación con el maestro, cuando toma la decisión de terminar con ese sentimiento amoroso hacia él.

     En definitiva, y siempre teniendo en cuenta que el presente escrito es una mera opinión personal que no tiene por qué ser seguida a pies juntillas, creo que nos encontramos ante una escritora que hay que seguir con mucha atención a partir de ahora. Sobre todo, viendo cómo narra y cómo utiliza su prosa para golpearnos sin siquiera tocarnos. A mí, por lo menos, me ha ganado como lector. Porque El cielo es azul, la tierra blanca es una maravillosa historia de amor (como ya indica su subtítulo en esta reedición de Alfaguara) como hacía tiempo no leía. No, no es la típica historia romántica prefabricada de moda, sino una original, delicada, cuidada y exquisita historia de amor en el más amplio de los sentidos de la palabra. ¡Ahí es nada! 
       


miércoles, 2 de diciembre de 2015

La ley del menor. Ian McEwan. Anagrama. 2015. Reseña





     Me fascina la enorme facilidad con la que determinados autores son capaces de contar varias historias diferentes dentro de una misma novela sin que ninguna de ellas te haga desconectar un poco respecto a la que, por el motivo que sea, te atrae más. Ian McEwan es uno de esos autores a los que me refiero. Si hace un mes ya me atrapó con Chesil Beach, ahora ya no pienso oponer la más mínima resistencia a leer cada una de sus obras que vaya cayendo en mis manos en el futuro. La ley del menor mejora, todavía más, la percepción que de él alcancé tras leer la anterior obra. Quizás no llega a la altura literaria de John Williams, mi autor extranjero preferido, pero creo que es uno de los que más se le acercan. Sin duda.

     Una de las claves de que McEwan me guste es, aparte de su indudable audacia a la hora de escribir, que plantea en sus obras temas que, ya de entrada, nos golpean y nos predisponen a leerla. En este caso, la protagonista de la novela, la jueza Fiona Maye, debe decidir sobre la vida de Adam Henry, un menor - le faltan tres meses para cumplir los dieciocho- que se opone a una transfusión de sangre que podría curar su leucemia. El motivo: es Testigo de Jehová. El dilema moral que se le plantea a Fiona es de órdago: respetar las creencias religiosas de Adam o mantener su seguridad personal por encima de sus creencias. La verdad: no quisiera verme nunca en una situación así.

     He comentado al principio que McEwan es un artista a la hora de enlazar las diferentes historias que componen sus novelas. Pues bien. Para completar el difícil cuadro que debe afrontar la jueza, su marido le acaba de presentar una propuesta: dado que ambos rondan los sesenta años de edad y llevan más de siete semanas sin mantener relaciones sexuales -algo que parece no importar a su mujer, pero sí a él- ha decidido mantener una relación pasional con una joven de veintiocho, de profesión estadística y de nombre Melanie, antes de que sea demasiado tarde.

     Como es de comprender, una propuesta así planteada es difícil de aceptar. Máxime cuando lo que busca Jack no es separarse o divorciarse sino simplemente informar a su mujer de una decisión que no tiene nada que ver con el amor que por ella dice mantener todavía, sino con el hecho de estar viendo pasar ante sí el último tren de pasión y lujuria desenfrenada. Un tren que no quiere perder. Aunque tampoco quiere perder a su mujer. Otro dilema complicado que debe resolverse. Otro que -creo- nadie debería querer enfrentar jamás en su vida.

     Fiona debe convivir a diario con sus compañeros de profesión, abogados, fiscales, vistas y demás juicios. Y, además, decidir sobre la vida de Adam y, lo que es más importante pero parece afectarle menos, sobre la suya propia. Sin hijos -nunca encontró el momento oportuno mientras subía peldaño tras peldaño en la escalera que la llevó hasta su magistratura como Defensora del Menor y, cuando quiso darse cuenta y ya ocupaba un gran cargo, era demasiado tarde para ser madre, algo que le comía las entrañas día a día-, se imagina ya anciana, sola y aburrida. Y con muchos miedos. Porque McEwan demuestra ser un genio a la hora de describir los miedos de las personas. Y sus novelas llevan a una carga psicológica enorme que muy pocos autores son capaces de explicar con la maestría con la que lo hace él.

     Fiona debe atender a la eterna pugna entre la razón y la fe; entre el derecho humano a decidir sobre su propia muerte y la obligación del Estado y de su sistema sanitario de procurar a sus ciudadanos el derecho a la vida. ¿Es suficiente una creencia religiosa para decidir morir? ¿Debe el Estado intervenir? ¿Y si, encima, el protagonista es un menor de edad que, legalmente, no puede decidir sobre un asunto tan dramático? Para terminar de poner en un serio aprieto a la jueza, Adam es un chico inteligente, mucho más de lo normal para su edad, escribe unas poesías sublimes y tiene facilidad para aprender en muy poco tiempo a tocar el violín. ¿Debe Fiona dejarle morir? Finalmente -¡ojo!: ¡la siguiente frase contiene un spoiler y no debe ser leída antes que la novela!-, decide denegar la solicitud del chico y sus padres y ordena la transfusión inmediata, amparada en la sección I (a) de la Ley del Menor de 1989, que dice así: Cuando un tribunal se pronuncia sobre cualquier cuestión relativa a la educación de un niño el bienestar del menor será la consideración primordial del juez.

     McEwan explica las posturas encontradas respecto al futuro de Adam de tal manera que el lector, pese a tener una idea previa de lo que decidiría si llegara el caso de enfrentarse a algo así, llega a dudar de si su razonamiento es el más apropiado. Porque Adam sabe que va a morir y, sin embargo, se niega a esa transfusión. Y llega a llamar a Fiona entrometida. ¡Y el lector le entiende! Y llega a desear la muerte de Adam, pese a ser un chico entrañable y con un futuro por delante que todos quisiéramos para nuestros propios hijos. Y eso es, precisamente -la conjunción de posiciones irreconciliables pero igualmente comprensibles y aceptables-, lo que entusiasma de este autor. ¡Y la sentencia que escribe Fiona sobre este caso es de lectura obligatoria!

     De nuevo, la música juega un papel importante en la novela. A Jack le encantan el jazz y el blues. A Fiona, la música clásica. Incluso toca el piano muy bien. Algo parecido ocurría en Chesil Beach. McEwan introduce la música en sus historias. Supongo que piensa que esta le sirve para abrir a sus personajes, para explicar aspectos interesantes de su personalidad. Y yo lo comparto totalmente. Por eso en Almas Suspendidas, mi segunda novela, hay tanta música. Aunque, dependiendo de la temática, no siempre su inclusión es oportuna.

     La ley del menor conmueve, sorprende, intriga, indigna y hace reflexionar sobre los dos temas principales que trata: la eutanasia y las relaciones matrimoniales y extra matrimoniales. Se lee de una sentada -o dos- y deleita y agobia a la vez. Porque el disfrute que se alcanza con su lectura anticipa la angustia del momento de su finalización. Es esa clase de novelas que el lector devora pero que, a la vez, no quisiera que acabara nunca. ¡De lectura obligatoriamente recomendada!          

                                         

jueves, 29 de octubre de 2015

Rumbo hacia la perdición. Ramón Cerdá. El fantasma de los sueños. 2014. Reseña





     Que el escritor de Ontinyent Ramón Cerdá es muy prolífico es algo que quienes le conocemos tenemos muy claro. Que a menudo sorprende a sus lectores con novelas de temas algo diferentes a lo que viene siendo habitual en su ya dilatada carrera literaria -es decir, thrillers-, también. Y buena prueba de ello es este relato erótico -el segundo que escribe en su vida, tras Recuerdos (2000)- en el que el sexo, sus perversiones y las consecuencias de las mismas juegan un papel principal en la trama. 

     A través de su propia editorial independiente, El fantasma de los sueños, lanzó el año pasado esta novela corta -de 132 páginas- en la que el narrador y principal protagonista, Carlos, un cuarentón que lleva veinte años casado con Cristina, cuenta su particular camino hacia la perdición. Su amigo íntimo desde la adolescencia, Raúl, le conduce por la senda equivocada después de proponerle un intercambio de parejas con sus respectivas esposas. Algo a lo que en un principio se opone el protagonista, a sabiendas de que Cristina jamás aceptaría tal propuesta.

     Para acabar de instalar a Carlos en un círculo vicioso del que le será imposible escapar, Pablo, otro amigo que regenta un restaurante venido a menos en el cual se reúnen los amigos para cenar casi todas las semanas, les mete de lleno en el mundo de las drogas y la prostitución. Las tediosas vidas de casado de Carlos y Raúl -Pablo, apodado Noquiero por sus reticencias a compartir su vida con ninguna mujer, pues prefiere estar con la que guste en cuanto lo estime oportuno, es un hombre libre-, mezcladas con el alcohol y las drogas y el acceso fácil a Carmela, una prostituta que acostumbra a quedar con sus clientes en el local, harán el resto.

     Los tres amigos participan en orgías con Carmela en el propio restaurante. Además, desestimada Cristina para los intercambios de pareja, Clara, la esposa de Raúl, convencerá a su marido y al propio Carlos para hacer tríos en su propia casa. Así, Carlos, atraído tanto por Carmela como por Clara, se verá metido en una vorágine de sexo y perversión que ni siquiera su alto sentimiento de culpa podrá detener pese a sus intentos. Unos intentos, por otra parte, escasos y carentes realmente de voluntad. 

     La actitud de Cristina, que castiga a su marido con largos períodos sin sexo cuando tienen alguna discusión o disputa, no contribuye precisamente a otorgar a Carlos el valor necesario como para tratar de salir de esa senda que le llevará directo a la perdición. Un último y desesperado intento, que aparentemente tiene un cierto éxito y que puede permitir al protagonista recuperar las distancias perdidas con su esposa, acabará convirtiéndose en la antesala del mayor de los desastres. Porque Cerdá no lo puede negar: le encantan los finales imprevisibles. Y, para muestra, este botón.

     El estudio psicológico de Carlos está muy bien trabajado a lo largo de toda la historia. Ama a su esposa, aunque el paso de los años, el aburrimiento y la falta de comunicación entre ellos -como ocurre en tantas y tantas parejas- serán el resquicio por el que se colarán una serie de acontecimientos -a perro flaco, todo son pulgas- que le llevarán a perder el control sobre su vida y sus actos. A partir de ahí comienza a ser difícil que todo tenga un final feliz. Y más en una historia en la que no todo es lo que parece y en la que los comportamientos de los distintos personajes en ocasiones responden a hechos que el lector desconoce por completo.

     La novela está estructurada en dos partes divididas en cinco y seis capítulos respectivamente. Está narrada en un lenguaje sencillo y coloquial, de la calle, por el propio Carlos, quien nos oculta deliberadamente parte de la información mientras, como contrapartida, nos adelanta hechos que están por venir, lo cual nos mantiene en vilo durante la lectura de la obra, que se puede hacer del tirón en unas tres horas. Tres horas entretenidas, amenas y reflexivas.

     En definitiva, en Rumbo hacia la perdición encontramos un poco de todo: altas dosis de sexo y erotismo; imprescindibles toques de intriga y misterio; algo de psicología; drogas y alcohol; y hasta acciones que dibujarán una sonrisa en los labios de los lectores -sobre todo en la primera parte, durante la introducción de la historia, justo antes de que todo se complique y nos pongamos serios-. Una novela de desconexión que se lee de una sola sentada.                

      

lunes, 5 de mayo de 2014

Lo que encontré bajo el sofá. Eloy Moreno. Espasa. 2013. Reseña





     La venden como la novela indignada de Eloy Moreno. Ciertamente, lo es. La segunda novela del joven autor castellonense confirma lo que ya se vio en El bolígrafo de gel verde - también reseñada en este mismo blog hace un par de años -, es decir, que este creador de historias debe ser seguido muy de cerca ya que, al margen de sus grandes dotes para contar varias historias encadenadas en las mismas páginas, se está erigiendo en un agitador (en el buen sentido de la palabra) de conciencias.

     Durante buena parte de las páginas de esta novela Moreno critica la sociedad en la que vivimos. Y lo hace con crudeza y sencillez a la vez, no dejando títere con cabeza ni siquiera entre los propios ciudadanos, los primeros que tratamos de ahorrarnos unos eurillos fotocopiando cosas particulares en nuestros lugares de trabajo, sustrayendo cartuchos de impresora o paquetes de folios de nuestras oficinas, o estafando - aunque sea en menor medida - a esa Hacienda que se supone que somos todos aunque se libran siempre unos cuantos (generalmente, los mismos).

     En efecto, tras la lectura de la obra uno llega a ver con total claridad que si los políticos son unos corruptos y unos ladrones es debido a que el pueblo también lo es: que cada cual roba en la medida de sus posibilidades. Lógicamente, esto no exime en absoluto a unos políticos que deberían buscar el bien común y no el particular. En el libro encontramos un compendio de los grandes males de nuestra sociedad. Prácticas ilícitas, recortes injustificados, corruptelas y amiguismos entre (se supone) enemigos políticos a ultranza, pasotismo (y hasta colaboracionismo, más o menos pasivo) ciudadano, indignación, etc.

     Subyace, además, la cada vez más extendida idea de que todo esto debe cambiar y que, por desgracia (o quizás por fortuna, que nunca se sabe), puede que sea de manera violenta. Y es que la clase política vive amparada por una policía entre la que también es probable encontrar a personas - que lo son, aunque a veces se nos olvide - igual de indignadas que nosotros los ciudadanos. Sin duda, no estamos ante una novela pesimista, ni mucho menos. Más bien al contrario: se dejan ver recovecos para la esperanza de un futuro mejor para este país.

     El referido contexto de la obra sirve para presentarnos a unos personajes que dudan hasta de sí mismos. Unos personajes que viven de la mejor manera posible pese a los acontecimientos a los que deben hacer frente. Unos personajes que aman, que sufren, que toman decisiones o que se dejan llevar por los sucesos que acontecen a su alrededor. Todos ellos forman una serie de historias cotidianas, de las que a cualquiera de nosotros les podría ocurrir, lo que crea una empatía que atrapa al lector de principio a fin. 

     Las relaciones son complejas. La distancia entre amor y desamor en ocasiones es tan corta que cuesta dilucidar en qué momento de nuestra existencia dejó de hacernos reír nuestra pareja. Una ausencia de risas que desemboca, antes o después, en el aburrimiento, el tedio, la dejadez y el alejamiento de la persona que tenemos al lado. ¿Qué ocurre si aparece, de la noche a la mañana, una persona que nos vuelve a hacer reír, que nos hace volver a sentir, que nos vuelve a enamorar? De ello trata también Lo que encontré bajo el sofá: de todos esos secretos que casi todo el mundo guarda bajo su cerebro, junto a su corazón...o debajo del sofá.

     Dentro de las evidentes diferencias existentes entre los protagonistas de la novela sí hay algo que todos comparten sin saberlo si quiera: todos ellos guardan secretos que condicionan el resto de sus vidas. En ocasiones, para bien; en otras, para mal. Cada persona reacciona de forma diferente ante un mismo hecho. Y ello es debido a que no hay dos personas iguales. Y también a que la realidad - si es que existe la realidad absoluta - se puede analizar desde tantos puntos de vista, más o menos interesados, que cuesta demasiado hacerse un juicio objetivo sobre ella. De esto trata también la segunda novela de Eloy Moreno.

     El qué dirán y los convencionalismos sociales nos llevan a actuar en numerosas ocasiones - muchas más de las deseables - de manera diferente a como nuestro corazón nos indica. Este hecho ocupa determinados pasajes de las historias que componen esta gran obra. Como con El bolígrafo de gel verde, en Lo que encontré bajo el sofá Eloy Moreno nos invita a reflexionar sobre nuestras propias vidas, sobre nuestras relaciones y sobre lo fácil (y, por supuesto, absurdo e injusto) que nos resulta a los humanos enjuiciar los actos de los demás para sentirnos mejor con nosotros mismos.

     ¿Sobre el argumento? Prefiero no entrar. Sólo es sugiero que os hagáis de inmediato con un ejemplar de esta novela. Os indignaréis, sí, pero también reflexionaréis y hasta disfrutaréis de una de las mejores narrativas actuales en el panorama nacional. ¡Ah! Y comprobaréis el embrujo de Toledo, sobre todo cuando el sol se pone y los fantasmas salen a pasear por la ciudad... 
                   

lunes, 16 de septiembre de 2013

¿Quiénes sois? Mamen Fernández. Ediciones Hades. Reseña





     Licenciada en psicología por la Universidad Autónoma de Bellaterra, Mamen Fernández publicó a finales de 2012, de la mano de Ediciones Hades, su primera novela, titulada "¿Quiénes sois?". Como bien sabemos, la tarea de dar a luz una primera obra es siempre complicada. Sin embargo, de vez en cuando, nos encontramos ante la agradable sorpresa de leer una historia bien contada, intrigante y hasta absorvente. "¿Quiénes sois?" es un buen ejemplo de ello.
 
     Sin duda, el que la autora sea licenciada en psicología la habrá ayudado a describir tan minuciosamente a los personajes que forman parte de esta magnífica historia. Lucía, quien nos narra en primera persona la sucesión de acontecimientos que componen la novela, es una idealista que piensa, como la autora, que sí es posible un mundo mejor. Estudiante de biología, amante de los animales y amiga de sus pocas amistades verdaderas, decide dejar de lado a una familia que no le aporta nada en absoluto e iniciar una nueva vida en la que compagina sus estudios con un trabajo como cocinera y una colaboración con una protectora de animales, su verdadera pasión. No en vano, siempre se ha sentido atraída por Dian Fossey (cuya historia fue contada en la película "Gorilas en la niebla").
 
     La novela toca tantos temas interesantes que seguramente olvidaré abordar alguno de ellos en esta reseña. Lucía no se muestra nada sociable. Al contrario, odia las aglomeraciones de gente. Su timidez y sus creencias personales sobre la sociedad que la rodea marcan cada una de las acciones en su vida cotidiana. En la Universidad prefiere pasar desapercibida, igual que en su trabajo. Como cocinera, casi no se relaciona con nadie, lo cual agradece. Y con los animales de la protectora (la micro-historia de Nela, una perrita coja que vive en el lugar, es realmente enternecedora) se siente mejor que con la mayoría de las personas. Incluso con sus tres compañeras de piso mantiene una relación más bien distante, aunque respetuosa en todos los sentidos. Será Aida, una de ellas, la que tratará de arrastrarla a fiestas y eventos sociales. Sin demasiado éxito a decir verdad.
 
     De la mano de esta última, que llegará a ser su mejor amiga, Mamen nos describe cómo vive una mujer maltratada por su pareja. No me voy a extender demasiado en ello, pues no debo caer en el spoiler, pero me ha gustado mucho la descripción de la autora sobre cómo se sienten la maltratada (autoengaño, culpabilidad, falta de autoestima, autodestrucción, etc) y las personas queridas de su entorno (impotencia y desesperación). Para mí ha sido una de las partes más interesantes de la novela, sin ninguna duda.
 
     Otro de sus puntos fuertes es la historia de amor que vive Lucía con Álex. Un amor incondicional, intenso y pasional que a todo el mundo le gustaría vivir aunque fuera una sola vez en su vida. Implicación máxima, sinceridad, empatía y mirar el uno por el otro. ¡Casi nada! Y aquí llegamos al nexo de unión de todas partes de la historia de Lucía.
 
     La vida de nuestra protagonista cambiará para siempre desde que entren en ella Helena, Álex, Alberto y compañía. El título de la novela, "¿Quiénes sois?", es en mi opinión acertado ya que es una de las frases más repetidas a lo largo de la misma. El grupo provocará un giro de ciento ochenta grados en la existencia de una Lucía que tratará de explicar todo lo que le ocurre de la manera más racional posible, intentando no aceptar lo que poco a poco se va haciendo evidente ante sus ojos: como todos los demás miembros del grupo, también ella tiene capacidades digamos extrasensoriales, siendo capaz de dialogar telepáticamente.
 
     Como no creo demasiado en este tipo de cosas (telepatía, lectura de mentes, predicción del futuro, curación con las manos y la mente, etc) no me voy a detener demasiado en este punto. Lo que sí debo decir es que todo lo referente a estos temas está tan bien explicado que a uno llega a erizársele el vello en determinadas escenas, lo cual es un enorme mérito por parte de la autora. Tanto que en muchos momentos el lector llega a creer a pies juntillas todo lo que la narradora cuenta sobre ello.
 
     "¿Quiénes sois?" es un alegato contra la violencia en todos los sentidos que esta palabra implica: la crueldad hacia los animales, el maltrado machista y el desgobierno de las sociedades ante una clase política codidosa, corrupta e inhumana. En definitiva, una magnífica crítica hacia quienes no saben amar de forma incondicional el mundo en el que vivimos y todo lo que este contiene.
 
     Como primeriza que es, Mamen Fernández debe ser calificada como autora novel. Sin embargo, atendiendo a la enorme calidad (tanto literaria como humana) que se desprende de esta su primera novela publicada, pronto dejará de serlo. Por lo que a mí respecta, es, desde ya mismo, una de esas autoras a las que trataré de no perder de vista. Una escritora a la que conviene seguir bien de cerca...