LIBROS

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lunes, 21 de septiembre de 2020

Marianela. Benito Pérez Galdós. Cátedra. 1984. Reseña

 




     En 1878 Benito Pérez Galdós publicó Marianela, una de sus Novelas de la Primera Época, como el propio autor canario (1843-1920) llamó al conjunto de sus primeras obras. El futuro miembro de la Real Academia Española y diputado de las Cortes españolas demostró desde muy temprano que iba a ser uno de los grandes protagonistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX. En política manifestó siempre sus profundos anticlericalismo y republicanismo, lo que provocó su continuo asedio y boicoteo por parte de los sectores más conservadores, católicos y tradicionalistas, quienes jamás reconocieron su gran valor literario e intelectual. Debido a ello, en parte, su candidatura al Premio Nobel de Literatura no llegó a cuajar. Todo ello, a pesar de estar considerado uno de los grandes representantes de la novela realista, apartándose del romanticismo anterior y acercándose al naturalismo, la expresividad y el estudio psicológico de cada uno de los protagonistas.


    Marianela parte de un caso real extraído de un manual de psicología: la recuperación de la visión por parte de un ciego congénito. La relación entre Pablo, joven proveniente de una casa de postín, y Nela, una muchacha fea y deforme por fuera pero bellísima por dentro debido a sus hondos valores, es el hilo conductor de una novela que entrelaza sus tres temas principales: la ceguera y su posible cura, la relación sentimental y la situación socioeconómica. El genio galdosiano es capaz de poner frente a frente la belleza física y la belleza moral, la industria y la agricultura, el hoy y el ayer, el pueblo y la ciudad, la cultura y la naturaleza, la riqueza y la pobreza. Cronista de la España del siglo XIX, como demostró con sus maravillosos Episodios Nacionales, supo como nadie dar cabida en sus obras a todo aquello --lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor-- de aquel país y sus ciudadanos. Leer a Galdós no es solo disfrutar de la literatura. También se aprende Historia. Y sociología. Y psicología.


    Pablo, que no puede ver a Marianela, se enamora de su belleza interior --su bondad y sus valores--. Al más puro estilo de Saint-Exupèry en El principito, reconoce que lo más importante de las personas y de la vida en general es lo que no se ve pero sí se siente. Año y medio como lazarillo del ciego le valen a la Nela para hacerse un hueco en el corazón del joven Penáguilas. Con la autoestima por los suelos desde siempre --yo no valgo para nada, repite una y otra vez-- a causa de aquellos que la juzgan solo por su apariencia física, vive su época más feliz al amparo del amor que le profesa Pablo. Un futuro matrimonio entre ambos brilla en un horizonte tan lejano --la Nela nunca se lo acaba de creer en realidad pese a la pasión con que le habla del tema su amado-- y a la vez tan próximo --la joven, sin embargo, se agarra a él con todas sus fuerzas--. Pero, como se suele decir, la alegría en la casa del pobre dura bien poco. Y así se manifiesta también en Marianela.


    La llegada a Socartes --uno de tantos pueblos ficticios de la historia de la literatura universal-- de Teodoro Golfín cambiará la vida de los amados para siempre. Oftalmólogo de profesión --y muy reconocido no solo en España sino también allende de nuestras fronteras--, tratará de curar la vista al joven Penáguilas. Todo el mundo en el pueblo minero ansía el milagro. También la Nela, aunque en su caso puede mucho más el miedo que la alegría. Marianela cree que cuando Pablo sea capaz de ver perderá el amor hacia ella. Da por seguro que huirá de ella, de su apariencia monstruosa. El amor al que se agarraba durante los últimos meses está amenazado, y Marianela piensa insistentemente en quitarse la vida en la misma sima en la que años atrás se la quitara también su madre. Incluso lo intenta, siendo salvada en el último momento por Golfín, quien se muestra dispuesto a hacerse cargo de ella a partir de entonces. No obstante, morir de amor --y de desamor-- es posible. 


    Por si esto fuera poco, llegan también al pueblo el tío Manuel y Florentina Penáguilas, la prima de Pablo. Manuel y Francisco, los padres de Florentina y Pablo acuerdan el matrimonio de sus hijos si el joven acaba recuperando la vista. Y esto, pese a que el joven sigue pensando en mantener su promesa inicial con la Nela, hunde definitivamente a la protagonista. Y eso que la prima de Pablo decide acogerla como si de una hermana se tratara. Finalmente, se desencadenan dos luchas entre los protagonistas de la novela: una, interna, en la mente de la Nela; otra, externa, la que libran Pablo, Florentina y Golfín --quienes quieren y cuidan a la joven-- contra el resto de pobladores del lugar --que siguen despreciándola y humillándola, dando muestras de una gran inhumanidad--. Como curiosidad, que no casualidad, las tres personas que la ayudan son cultivadas y muestran cultura y sabiduría. Por contra, quienes la vilipendian son víctimas de su propia ignorancia e incultura.


    Todos los personajes de la novela cumplen una función en la misma. También los secundarios. Qué diferentes comportamientos muestran los hermanos Penáguilas y los hermanos Golfín, por ejemplo. Francisco Penáguilas y Teodoro Golfín son buenas personas, además de inteligentes, rectos y bondadosos. En cambio, Carlos Golfín y Manuel Penáguilas se muestran completamente diferentes. Tanto que resulta increíble que sean hermanos de los anteriores. Lo mismo podemos indicar respecto a Celipín Centeno, hijo menor de los Centeno, familia que da cobijo --abusa, más bien-- a la Nela. Celipín quiere a Marianela, a la que considera casi una hermana más. Sin embargo, su madre, la Señana --señora Ana-- y Sofía, la esposa de Carlos Golfín, no hacen más que ningunearla y burlarse de ella. El diferente trato dispensado a la Nela por cada uno de los distintos personajes constituye una parte fundamental de la novela.


    La crítica social, económica y política de la época y el gran despliegue literario para recrear perfectamente los ambientes, la naturaleza, la belleza y la psicología de los personajes la encontramos también en Charles Dickens. Galdós conocía muy bien la obra dickensiana. No en vano, diez años antes de publicar Marianela, el autor de Las Palmas de Gran Canaria había traducido al castellano la obra del británico Aventuras de Pickwick. Un genio traduciendo a otro genio. Casi nada, ¿verdad? Sorprende la facilidad con la que el canario --y también el británico, por supuesto-- refleja en sus obras la complicada --pero a la vez sencilla-- idea de cómo influye en las personas cómo las ven los demás. Y cómo la aparición en la escena de sus vidas de un nuevo personaje puede ponerlo todo patas arriba. A veces, para bien; otras, para su desgracia. Un muy buen ejemplo de todo ello lo encontramos en Marianela. Una novela de esas que todo el mundo debería leer al menos una vez en su vida.


    El pasado mes de enero se cumplió el primer centenario de la muerte del autor. Antes de terminar de celebrar el Año Galdós estamos a tiempo de leer algunas de sus obras. Por mi parte, Doña Perfecta (1876), otra de las denominadas Novelas de la Primera Época, será la próxima. Nunca es tarde, pues, para iniciarse en las lecturas de uno de los autores españoles más reconocidos a nivel universal. Especialmente si se trata de una llamada a la tolerancia y la solidaridad en unos tiempos como los actuales, en los que priman el egoísmo y la intolerancia respecto al que es u opina diferente a nosotros.                                     


   

lunes, 14 de septiembre de 2020

pequeñas mujeres rojas. Marta Sanz. Anagrama. 2020. Reseña



pequeñas mujeres rojas: 642 (Narrativas hispánicas): Amazon.es ...


     pequeñas mujeres rojas --empequeñecidas ya desde el mismísimo título, con la p inicial en minúscula-- es la nueva novela de Marta Sanz que cierra la trilogía (que no fue concebida como tal, por cierto) dedicada al inspector Arturo Zarco, personaje que se ha convertido en los últimos años en uno de los más importantes de la novela negra española. Tras Black, black, black (2010) y Un buen detective no se casa jamás (2012), la autora madrileña (1967), elogiada hace ya años por el gran y añorado Rafael Chirbes, nos sumerge en una novela tan negra como política --toda literatura es política aunque nos hayan hecho creer que la política mancha la concepción literaria, afirmó en una entrevista cuando fue lanzada la novela, justo una semana antes de decretarse en España el estado de alarma por la pandemia del coronavirus--. Mal augurio tener las librerías cerradas justo en ese momento.

     Y, sin embargo, Marta Sanz, nada dada a las redes sociales y a las apariciones públicas, ha sabido vender su libro --con la inestimable ayuda de su editorial, obviamente-- a las mil maravillas. Tanto es así que pequeñas mujeres rojas ha sido, sin ninguna duda, uno de los libros de la pandemia. Apoyado, además, por el lanzamiento, público y gratuito, de Sherezade en el búnker, un relato tan tierno como salvaje para hacer menos tediosa la obligada cuarentena, y una serie de videoconferencias en las que la autora se ha mostrado más cercana que nunca a unos lectores con ganas --y mucho tiempo-- para dedicar a los libros. Una gran campaña de márketing que ha aupado a la novela a la cúspide de este para muchos maldito 2020. Pero, como siempre, hasta de los peores momentos y situaciones puede uno salir airoso. Que se lo digan a pequeñas mujeres rojas

     Pero, ojo, no quiero decir con ello que el éxito de la novela se fundamente en el márketing. En absoluto. Estamos ante una grandísima novela que reconstruye la realidad a través de una crudeza descarnada pero necesaria. No hay mejor manera de tratar el tema de la Guerra Civil, las fosas comunes, la recuperación de la memoria histórica y democrática, la deuda que con todo ello guarda la mal llamada Transición, el peligro de la equidistancia política --en determinados temas uno ha de mojarse, sí o sí-- o la desfachatez del discurso del odio de la ultraderecha de VOX. Sí, pequeñas mujeres rojas es una novela ideológica. Por supuesto que sí. Porque, para Marta Sanz --y para la mayoría de escritores del mundo--, el mero hecho de escribir hace necesaria una gran responsabilidad que convierte a la literatura en una magnífica forma de resistencia política ante el fascismo y los radicalismos.

     A través de las trescientas cuarenta páginas de la novela nos hablan directa o indirectamente --o, más bien, nos escriben-- Paula Quiñones, inspectora de Hacienda y ex mujer de Arturo Zarco, que busca localizar fosas comunes de la Guerra Civil en un pueblo de la España profunda; Luz Arranz, nueva suegra del detective, cuya actual pareja es su hijo Olmo, y amiga de Paula; las mujeres muertas y los niños perdidos, cuyas intervenciones vienen precedidas de un aviso oportuno y necesario: lean despacio; y algunos de los enterrados en las fosas de Azafrán --o Azufrón--, que nos transmiten toda su rabia e impotencia, pero también su intacta humanidad. Zarco se diluye como un azucarillo en el texto. Presente solo a través de comentarios que se intercambian las amigas Paula y Luz, pierde todo el protagonismo de las novelas anteriores y pasa a ser una especie de fantasma, casi siempre odiado y reprochado, pero también, en el fondo, de alguna manera querido y añorado.

     Casi todo el pueblo de Azafrán --o Azufrón-- pertenece a una misma familia, la de los Beato. Algo que de inmediato levanta las sospechas de Paula --en todas las lenguas Paula significa pequeña--, quien investiga en ese pueblo de picos de avestruz y garras de pterodáctilo la posible existencia de un delator en época franquista. Un delator que, a base de ayudar al bando nacional fuera haciéndose con las pertenencias de los desafectos a dicho bando --tesorero de la casa del pueblo, promotor de un intento de huelga, blasfemo, anticlerical, maestro y amigo de comunistas, dueño de tierras fértiles, etc--. Estos, desde sus fosas, recuerdan que nos mataron y nuestros huesitos no salieron a la luz hasta un verano de principios del siglo XXI. Los torturadores de nuestros descendientes y simpatizantes aún cobraban sus pensiones, y Francisco Franco ocupaba su espeluznante mausoleo. Ahora vuelven a pasear por las calles españoles con pistolas a los que se les llena la boca llamándose es-pa-ño-les. 

     La familia de los Beato es muy singular. A simple vista todos sus miembros parecen muy unidos porque siempre están juntos y hacen piña en torno al abuelo, Jesús, que acaba de cumplir cien años de edad. Pero, a poco que Paula comienza a escarbar, encuentra no pocas desafecciones y tremendos odios internos y enfrentamientos. ¿Por qué no dejáis en paz a las personas mayores?, ¿no os da vergüenza? Esos dos hombres tambaleándose, como borrachos, pegándose, ¡a estas alturas! Nosotros hemos pasado ya mucho, mucho, para que nadie venga aquí a escarbarnos la tierra, que es nuestra la tierra, ¿me oís? ¡Nuestra!, le espeta María Melgar a Paula en un momento tenso de la trama. Pero Paula y su compañera Rosa lo tienen muy claro: un pueblo con dignidad ha de saber dónde están todos y cada uno de sus muertos. Quiénes los mataron. Cómo. Qué muertos llegaron de otras partes y por qué reposan en esta tierra de serpientes de cascabel.

     A Paula, mujer de números, no le cuadran las cifras. Demasiados vecinos reclamando cuerpos de familiares y muy pocos huesos encontrados en las fosas. Debe haber más, y más grandes. Y se empeña en descubrirlas, como sea. Porque hay cosas que han de ser olvidadas a la fuerza y otras que deben ser recordadas para siempre con la misma intensidad. Pero siempre es algo muy peligroso alterar el orden establecido en un pueblo en el que en paralelo y en perpendicular a la avenida Caídos de la División Azul nos encontramos retículas de calles con el nombre de generales franquistas. Como si no hubiese pasado el tiempo y la conciliación solo se pudiese producir olvidando masacres y crímenes pero sin borrar de las fachadas de las iglesias los nombres de los caídos por Dios y por España. La onomástica vencedora. No obstante, debe hacerse justicia con los enterrados en las fosas, para que --nos hablan ellos mismos-- nuestros descatalogados fémures dejarán de pertenecer al hoyo y al montículo y podrán ser enterrados en algún lugar donde se nos homenajee y nos coloquen coronas otra vez rojas, amarillas y moradas.

     Resulta indudable que cuando un escritor ejerce su labor no puede dejar de lado su ideología política. Este aspecto se nota en esta novela más que en muchas otras. Sin embargo, hay temas en las que todos, absolutamente todos, deberíamos coincidir: hay cosas que están muy por encima de la ideología. Porque son de justicia. Y es lamentable que en esta España del siglo XXI --ya en 2020-- todavía se debata sobre la memoria histórica, la democracia y la justicia. Por eso, resulta necesario leer pequeñas mujeres rojas. Una novela negra, en muchos momentos, más que el betún, sobre una de las etapas más negras de nuestra historia. Sin duda, pese a la pandemia --o, incluso, también gracias a ella-- firme candidata a novela española del año.                          



martes, 1 de septiembre de 2020

La vieja calle donde el eco dijo. Víctor Fernández Corras. Amazon Createspace. 2020. Reseña.



La vieja calle donde el eco dijo: Relatos de [Víctor  Fernández Correas]


    El autor extremeño Víctor Fernández Correas se aventuró en el mundo de la autopublicación a principios de verano de la mano de esta antología de relatos escritos durante los últimos años. Al escritor de La conspiración de Yuste (2008), La tribu maldita (2012) y Se llamaba Manuel (2018) le apetecía ver publicados sus relatos y vivir en primera persona los entresijos de la autopublicación, así que, consciente de la cada vez mayor dificultad a la hora de encontrar una editorial que apueste por la edición de libros de relatos, vio la ocasión propicia para darse el gusto y probar nuevas experiencias. El resultado es esta recopilación de historias cortas cuyo título, La vieja calle donde el eco dijo, proviene de una de las estrofas de la famosa canción Volver, del cantante argentino Carlos Gardel, considerado por muchos como el padre del tango.  

    No es ni mucho menos una casualidad que el título haya sido tomado de una canción. Cualquier seguidor de Víctor sabe que es un gran amante de la música. De muchos de sus estilos, además. Y buena prueba de ello es la banda sonora de esta recopilación. Tanto es así que el propio autor hizo pública una playlist en la plataforma Spotify con los temas y artistas que aparecen citados en los textos aquí presentados (https://open.spotify.com/playlist/3fmQ557bUOSZkN0RtCBETO). Por experiencia propia puedo asegurar que es una delicia leer los relatos a la vez que se escuchan los temas referidos en cada uno de ellos. Si solo a través de los textos de Fernández Correas ya se disfruta, con el acompañamiento de Leonard Cohen, Gloria Lasso, Mecano, El Último de la Fila, Charles Aznavour, Artie Shaw, Baccara o Frédéric Chopin la experiencia se ve ampliamente mejorada y completada.

    La vieja calle donde el eco dijo está compuesto por veintisiete relatos de no más de cinco páginas cada uno. Desde su espectacular portada nos invaden la nostalgia y la melancolía. Y es que una noche oscura y una calle desierta nos sugieren el ambiente ideal para escuchar los ecos de nuestro pasado, tanto el individual como el colectivo. Y de ello tratan básicamente la mayoría de los textos de la antología. Casi todos sus protagonistas --podríamos perfectamente ser yo, que te escribo, o tú, que me lees-- soportan sobre sus hombros los inmensos pesos de unas mochilas --unos hechos de su pasado personal o familiar-- que a veces resultan insoportables de sobrellevar a través de los años que componen sus existencias. Porque, como sucede en la vida misma, cada uno de nosotros hemos de cargar con nuestros errores y el resultado de estos. Sean los que sean.   

    Bares --qué lugares, tan gratos para conversar, que cantaban los Gabinete Caligari-- de todo tipo, hoteles --y hostales y pensiones--, costas del Mediterráneo --este y sur peninsulares--, calles oscuras, fenómenos extraños o paranormales, música -- también a piano y flamenco salvaje--, hombres, mujeres, historias cotidianas --pérdidas, reencuentros, amores interrumpidos y recuperados, desamor, dramas, separaciones, esperas infinitas, casualidades de la vida, promesas malditas, búsquedas, redenciones, viajes interiores-- y gente de todo tipo --anodina, feliz (a su manera), con suerte, sin suerte--, infidelidades, falsas apariencias y mil y una lecciones de vida forman parte de estos veintisiete relatos que componen un mural de lo que es realmente nuestra forma de ser y desarrollarnos a través de los años de nuestra estancia en estas tierras que, sin duda, nos sobrevivirán.

    Comenta el autor que su relato preferido es el quinto, El coño de la Reme, porque, lo aúna todo: la alegría de vivir, la necesidad de compartir esa alegría con los demás; y, de puertas para dentro, esa pena que creemos guardar en lo más profundo de nuestros sentimientos, pero que, por cualquier razón, aflora cuando menos lo esperamos. Añade que todos los relatos que componen esta recopilación --tiene muchos más que no encajaban en la temática de La vieja calle donde el eco dijo-- dejan un poso melancólico, de lo que fue y no pudo ser. Es esa vida que todos hubiéramos querido vivir y que quedó en el camino, esos momentos casi anecdóticos que, una vez pasado el tiempo, se manifiestan en toda su grandeza y nos revelan lo efímero de la vida, de sus momentos. La vida es como una botella de nuestra bebida preferida, y la mejor manera de disfrutarla es bebiéndonosla de un trago. Y cuantas más botellas, mejor.

    Mi favorito, en cambio, es el séptimo, El vaso de whisky de Don Leonardo. Porque, aunque Víctor y servidor compartimos varias cosas en nuestras vidas --ambos somos del Atleti (el más que yo) y ambos escribimos (él mejor que yo)--, una de las más destacables es el amor hacia la obra de Leonard Cohen, el genial cantautor, poeta, novelista y humanista canadiense. Y el referido relato es todo un homenaje a una de esas figuras que de no haber existido per se alguien debería haber creado de alguna otra manera. El protagonista se llama Lorenzo, pero todo el mundo lo conoce como Don Leonardo porque viste como el famoso cantante, se conoce sus canciones, las canta y susurra de maravilla con una voz ronca muy similar a la suya --imposible igualar la original, por descontado--, es un bebedor empedernido de whisky, un notable fumador y un gran cortejador de mujeres. El caso es que al narrador del relato en cuestión le da --y gratis, además-- una lección que este jamás olvidará y que cambiará su vida. 

    Otros relatos que me gustaría destacar aquí son: Un bar al pie de la muralla, La calle donde mueren los que matan y El piano de Alicia, por su sorprendente, interesante y pertinaz componente paranormal; Las lágrimas de la gitana, El día que ese caño deje de manar y Una taza de té, porque demuestran de lo que somos capaces de hacer las personas por amor; Los enamorados, La pena de la sombra y Una copa de treinta euros, que nos hablan de la pena, el dolor y la rabia que nos pueden llegar a causar el desamor y la pérdida; Lluvia con sabor a reencuentro, Una ventana al mar y Beguin the beguine, porque a veces la casualidad hace posible lo que parecía imposible; y La ilusión de un penalti, El desconocido del mar y Aquel tipo enclenque del banco, que nos demuestran cuándo merece la pena (y cuándo no) jugarnos la vida por perseguir la felicidad.

    Conociendo el hecho de que Víctor Fernández Correas guarda todavía unos cuantos relatos en el disco duro de su ordenador e imaginando que, a buen seguro, irá escribiendo más según pase el tiempo, cabe esperar, dentro de un tiempo --el que él considere oportuno--, una segunda recopilación o antología. Estaremos atentos a ello, pues, mientras esperamos la publicación de alguna otra novela suya. Desde aquí, para finalizar, solo me quedan por decir dos cosas: felicitar al autor (espero esa segunda recopilación) y hacerle una observación: los buenos relatos sí pueden tener la ocasión de ser publicados por alguna editorial algún día. ¡Y estos lo son...!