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jueves, 30 de junio de 2022

Mis diez mejores lecturas del primer semestre de 2022

 




10. El frío. Marta Sanz. Caballo de Troya. 2012. Novela intensa, descorazonadora pero a la vez esperanzadora. A veces conviene asegurarse de haber llegado a tocar fondo, de haber sido consumido por las llamas, para ascender, resurgir, cual ave fénix, a una nueva vida, a una nueva existencia, a una nueva manera de ver el mundo y a nueva forma de estar en él y formar parte de él. Es esa conjunción entre ambigüedad y sutileza, por un lado, y concreción y dirección, por otra, lo que la hace más interesante. Más llamativa. Más absorbente. Porque estamos ante una de esas historias que cuesta dejar. De las que quieres saber más. Y Sanz sabe mantener el misterio sobre muchos aspectos, principalmente en lo que respecta a la resolución de la misma. La novela constituye un muy buen debut literario, y ya deja muestras de la gran escritora en la que con el tiempo se ha ido convirtiendo la escritora madrileña. 

9. Renegados. Born in the USA. Barack Obama & Bruce Springsteen. Debate. 2021. El libro desgrana los sueños y los mitos americanos del músico y del político, la música preferida de ambos y el inicio, desarrollo y definitiva consolidación de una firme amistad forjada a través de los últimos años. Concretamente, desde que en 2008 a alguien del equipo de Obama se le ocurrió la idea de pedir a Springsteen que amenizara con su música algunos de sus actos electorales. Algo que volvió a ocurrir en la campaña de reelección de 2012. A través de sus trescientas páginas conocemos mejor a ambos no como profesionales de sus respectivos campos sino como personas, hijos, maridos y padres. Unas personas quizá demasiado positivas --que llegan a idealizar algunos temas, cuestión genuinamente americana-- pero también anhelantes a la hora de tratar de conseguir para el futuro una nación de iguales pese a las diferencias de cada uno de sus conciudadanos.


8. Desde el otro lado. Bernardo Atxaga. Alfaguara. 2022. El escritor guipuzcoano anunció en 2020 que Casas y tumbas era su última novela. Por suerte para sus lectores en 2022 se ha editado una recopilación de cuatro relatos del autor de Obabakoak en el que se revisita Obaba-Ugarte, el pueblo imaginario que hizo célebre en la citada obra. Los tres primeros relatos están ambientados en sus casas y calles. De hecho, el primero, Dos hermanos, ya se publicó en euskera en 1985 y en castellano en 1995. El texto actual es, pues, una nueva revisión del autor para la ocasión. El segundo, La muerte de Andoni a la luz del LSD, se editó ya en euskera y ahora se ha traducido al castellano. Los dos relatos restantes, Conferencia sobre la vida y la muerte en el cementerio de Obaba-Ugarte y Un crimen de película son textos hasta ahora inéditos. El último de ellos, el único que no tiene lugar en la población anteriormente citada sino en Nevada (USA), donde el autor escribió en su momento Días de Nevada.


7. A prueba de fuego. Javier Moro. Espasa. 2020. A finales de 2020 el escritor madrileño Javier Moro, autor de, entre otras, Pasión india (2005), El sari rojo (2008) y El imperio eres tú (Premio Planeta 2011), publicó una obra en la que pasa revista a la aventura norteamericana del arquitecto valenciano Rafael Guastavino y uno de sus hijos, Rafael Guastavino Jnr.. Llegados a Nueva York en 1881 junto a Paulina Roig y sus otras dos hijas, que hubieron de regresar a España tan solo unos meses después a causa de los problemas económicos familiares, los Guastavino comenzaron a cimentar poco a poco una larga y muy fructífera carrera arquitectónica en la costa este de los USA. Sobre todo desde que en 1885 fue patentado el sistema Guastavino, consistente en una técnica constructiva de arcos y bóvedas autoportantes de baldosas de terracota adheridas con capas de mortero siguiendo la curvatura de la cubierta. Un sistema, también denominado de bóveda tabicada, que conseguía gran cohesión, resistencia y abaratamiento de costes. 


6. Mühlberg. Víctor Fernández Correas. Edhasa. 2022. Novela repleta de niebla --la de las primeras horas del día de la batalla--, de oscuridad --la del bosque, justo después de la batalla--, de inmensidad --la del río Elba y sus paisajes (el paisaje es parte esencial de la novela)--, de soledad --sentirse solo en medio de la multitud es algo mucho peor que la soledad estrictamente solitaria--, de valentía y de cobardía --que van por barrios y momentos--, de libertad --la que ansían los luteranos-- y de opresión --la que sienten los anteriores ante el yugo católico español--. Y, por encima de ello --llámeseme romántico si se desea--, de literatura y de ansias de contar cosas. Porque, personalmente, me quedo con la conversación entre Diego y Cristóbal, de la que destaco estas líneas: escribiré, Cristóbal, escribiré cosas para que se me recuerde una vez muera. También para recordaros a vos y a tantos otros que estáis aquí. Para que nunca muráis, pues un simple trazo sobre un pliego de papel es lo que media entre el olvido y la eternidad. Buena respuesta para la eterna pregunta de por qué escribimos los que escribimos. 


5. Queridos niños. David Trueba. Anagrama. 2021. Para el equipo de campaña de Amelia, protagonista de la novela junto al narrador, hay tres aspectos básicos que conseguir durante la campaña electoral: recordar el abandono, las catástrofes, los dramas, y presentarse como salvadores y solucionadores; ser capaces de generar la imagen del día cada día; y, ante todo, no dudar, no decir la verdad y no rectificar. Porque ganar lo justifica todo, lo disculpa todo y lo hace olvidar todo. Y es que la novela de Trueba bebe directamente de la pandemia y del clima político tan polarizado que existe en nuestra sociedad actual. Y la campaña que aquí tan magistralmente describe bien podría ser, por ejemplo, la de 2023. Es de esperar que esta obra ayude a abrir los ojos a cuanta más gente mejor. Es una novela necesaria que ilustra a la perfección la realidad de nuestro país y de nuestra clase política. Ojalá sirva como alerta ante lo que puede que se nos venga encima muy muy pronto ya.


4. El peligro de estar cuerda. Rosa Montero. Seix Barral. 2022. La escritora y periodista ha demostrado, no pocas veces, que es una especie de detective; una investigadora de temas. Lo hizo, por ejemplo, en su maravilloso libro La ridícula idea de no volver a verte (2013). Y lo ha vuelto a hacer, más exhaustivamente si cabe, en esta nueva obra. El sugerente título, extraído de una poesía de Emily Dickinson, nos atrapa para hacer que la acompañemos en sus pesquisas sobre la estrechísima relación entre la genialidad y la locura. Unas pesquisas que, como reconoce la autora, comenzaron hace ya muchos años. Desde que se dio cuenta de que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza. Aunque, por suerte, añade que una de las cosas buenas que fui descubriendo con los años es que ser raro no es nada raro. Y, para sustentar dicha afirmación, se apoya en diversos textos de psiquiatras, neurólogos, psicoanalistas y filósofos de todas las épocas. 


3. Una historia ridícula. Luis Landero. Tusquets. 2022. Que el autor extremeño tiene una capacidad sin igual para crear una magnífica novela casi desde la nada es algo que sus lectores sabemos desde hace ya muchos años. Que su prosa es excelente, también. Pero es que, en mi opinión, su estilo, que sabe combinar la ambigüedad con la concreción y lo tajante según lo requiera la situación, es su verdadero gran valor. Y un ejemplo más de todo ello lo encontramos en esta nueva obra. La historia que narra en boca de Marcial es realmente ridícula. Como ridículo es también su protagonista, un pedante o redicho --emplea términos muy cultos con una autosuficiencia que exaspera en ocasiones al lector-- que encarna a la perfección el papel de antihéroe, de embaucador, de inventor de una realidad falsa con la que intenta engañar a los demás sobre su verdadera identidad. 


2. Los besos. Manuel Vilas. Planeta. 2021. Después de los merecidos éxitos conseguidos con Ordesa y Alegría, el autor aragonés retorna a la ficción --más o menos, porque la realidad también aparece en la mayoría de las páginas de la obra-- con una novela de amor romántico y quizás algo idealizado cuyo título es corto, directo y significativo. Una historia de amor, sí, pero también de erotismo, sexo, carne, piel, células y almas. En la que Salvador y Montserrat acaban dando las gracias a la Naturaleza por haber creado una pandemia que les permite conocerse y amarse. Que les permite volver a sentirse vivos de nuevo, más que nunca incluso, en un momento en el que la muerte y un maldito virus amenazan con arrasar con todo. Y es que el amor, y la necesidad de amar y ser amados, está presente en la vida de las personas. Puede aparecer hasta en las circunstancias más inimaginables. Y eso es lo que les sucede a estas dos almas nobles que, solitarias, ya casi no podían esperar nada más en sus vidas.


1. Los vencejos. Fernando Aramburu. Tusquets. 2021. Cómo consigue el autor vasco afincado en Alemania que el diario de un suicida quemado y cabreado con el mundo y con sus congéneres --al más puro estilo del señor Meursault de El extranjero de Camus, del joven Holden Caulfield de El guardián entre el centeno de Salinger o del también desencantado joven Arthur Maxley de Solo la noche de Williams-- acabe convertido en una lección de vida, de amor, de amistad, de dignidad y de esperanza es todo un misterio para la mayoría de los mortales. Incluso después de leída la novela. Alcanzar algo así está tan solo al alcance de un genio literario. Si con Patria deslumbró a  los lectores, con su nueva obra Aramburu los hará reír, reflexionar y finalmente llorar en sus últimas páginas. Unas páginas de gran belleza y emoción no carentes de tragedia pero tampoco de esperanza. 






viernes, 21 de enero de 2022

Renegados: Born in the USA. Barack Obama/Bruce Springsteen. Debate. 2021. Reseña






    Durante los últimos meses de 2020, en plena pandemia, Barack Obama y Bruce Springsteen grabaron en el estudio que el músico tiene en su rancho de Nueva Jersey ocho podcasts que, bajo el título de Renegados, recogieron una serie de conversaciones y reflexiones de ambos sobre temas fundamentales de la vida cotidiana y la Historia de los EE. UU., sobre ellos mismos y sus respectivas carreras y también sobre sus familias. Presentados originalmente en marzo de 2021, finalmente llegaron en noviembre a las librerías como libro de gran formato. Un volumen muy atractivo --aunque no excesivamente cómodo de leer debido a su tamaño-- que incluye extras de los podcasts originales, así como fotografías inéditas de ambos, manuscritos de canciones y discursos, notas aclaratorias y explicativas de los diferentes temas tratados y fotografías de sucesos históricos y de aquellos quienes según los autores fueron y son héroes de la patria.   
    
    Resulta imposible resumir todos los temas tratados --y tampoco es el objetivo de esta reseña--, pero sí me gustaría destacar algunas cuestiones que me han resultado especialmente interesantes. Por ejemplo, la difícil relación que ambos tuvieron con sus padres. El político prácticamente no recuerda nada del suyo, puesto que cuando tenía tan solo dos años sus padres se separaron y su padre regresó a Kenia. A partir de ahí, la relación fue muy fría y solo se vieron un par de veces. El músico, en cambio, tuvo que sufrir a causa de un padre que padecía graves problemas mentales y de alcoholismo. Obama tuvo suerte, puesto que pudo tener como modelo de padre a la nueva pareja de su madre, a la que él mismo define como una buena persona. Springsteen, por su parte, reconoce que el miedo a amargar las vidas de sus posibles esposa e hijos lo llevó a destruir todo tipo de relación seria con las mujeres que se encontró durante muchos años.

    Ambos reconocen el gran valor de sus madres, quienes hubieron de tirar hacia adelante pese a que las circunstancias no fueron las más apropiadas en aquellos primeros tiempos. En los dos casos, fueron ellas quienes mantuvieron a flote la economía y la vida familiar. Y sin una sola mala palabra respecto a sus maridos --o ex marido, en el caso de la madre del ex presidente estadounidense--. Además, tanto uno como otro ponen en valor también la gran fortaleza y espíritu de sacrificio de sus respectivas esposas, Michelle y Patti, sin las cuales sus carreras no podrían haberse desarrollado tal y como las conocemos. Mujeres fuertes, independientes, con ideas claras y sabedoras de que no son meras comparsas sino compañeras por igual de sus maridos. Obama buscaba precisamente eso. Springsteen reconoce que le costó algo más llegar a la conclusión de que debía dejar de huir para echar raíces y crear su propia familia y su propio hogar.

    Uno de los aspectos sobre los que dialogan Obama y Springsteen es el que se refiere a la familia y a cómo conciliar sus obligaciones profesionales con la crianza de sus hijos e hijas. El músico reconoce que ser un padre cuarentón que ya atesoraba una dilatada carrera como estrella del rock lo ayudó a la hora de poder tomar decisiones sobre pasar menos tiempo fuera de casa y ayudar a Patti en las tareas domésticas y familiares. En cambio, para el ex presidente fue todo muy diferente. En su carrera como senador --cuando su hija tenía solo tres años-- hubo de pasar un año y medio fuera de casa casi todo el tiempo. Y lo mismo cuando afrontó su carrera presidencial en 2008. Y comenta que eché mucho de menos a mis hijas y cargué con un enorme peso a Michelle. Lo superamos gracias a su heroica capacidad para gestionar las cosas y a la increíble generosidad de mis hijas, que a pesar de todo querían a su padre. 
 
    El problema de la raza ocupa bastantes páginas del libro. Y los autores reconocen que queda mucho camino por recorrer todavía. Así, dice Springsteen, acostumbrado desde su adolescencia a trabajar con músicos de color --y a trabar con ellos una gran amistad--, que en Estados Unidos hemos querido a los negros y a los latinos cuando nos entretienen, pero cuando quieren vivir en la puerta de al lado seguimos siendo una sociedad tribal. Es parte de una tragedia que evidentemente persiste hasta el día de hoy. Estamos ligados a la historia del racismo. A este respecto, reconoce Obama que en los sesenta y setenta ser negro era algo de lo que estar orgulloso y debía valorarse. Las propias luchas que protagonizaban los negros en Estados Unidos eran parte de lo que los hacía especiales. Porque, de alguna manera, se habían fortalecido con el sufrimiento. Y el baloncesto se convirtió en el lugar donde un blanco y un negro podían encontrarse en igualdad de condiciones y ser parte de una comunidad.

    El anti belicismo y la forma en que se hacen determinadas cosas en los EE. UU., especialmente el capitalismo salvaje y devorador de la felicidad que implantó la administración Reagan, también fue objeto de diálogo entre los autores. Springsteen perdió varios amigos en Vietnam. Él mismo se libró de ir a la contienda por una artimaña. Se negó a ir a una guerra a la que los ricos podían decidir no ir simplemente pagando una determinada cantidad de dinero --o incluso matriculándose en alguna universidad--. La injusta y cruel guerra de Irak tampoco se libra de las críticas de este par de renegados. Y sobre el capitalismo, recuerda Bruce que salí de casa con veinte de los grandes en el banco y al final de aquella gira pensé: Oh, Dios mío, soy rico. Me odio a mí mismo. He caído en la trampa. Y recuerda sentir una extraña mezcla de satisfacción y vergüenza al conducir el Chevrolet Camaro que se compró con parte de aquel dinero. 

    Y, sin embargo, afirma Obama que, a pesar de todos los problemas referidos, lo que hace que EE. UU. sea un lugar excepcional no es su riqueza, su tamaño, sus rascacielos o su poder militar. Es el hecho de que es la única nación en la historia compuesta por personas de todas las razas, religiones y culturas, llegadas de todos los rincones del planeta. Y que creemos en nuestra democracia, en nuestro credo común, para unir esa mezcolanza humana y convertirla en un único pueblo. Lo bueno de ser candidato a presidente es visitar los cincuenta estados, conocer a gente que lleva distintos tipos de vida y en diferentes circunstancias, y ver el hilo conductor que nos une. Hay un vínculo, un lazo. Cuando hacemos las cosas bien y realmente somos quienes decimos ser el mundo respira un poco más tranquilo. Me da esperanza la próxima generación. Nuestros hijos creen en la igualdad de las personas casi como una reacción instintiva.

    Renegados: Born in the USA desgrana los sueños y los mitos americanos del músico y del político, la música preferida de ambos y el inicio, desarrollo y definitiva consolidación de una firme amistad forjada a través de los últimos años. Concretamente, desde que en 2008 a alguien del equipo de campaña de Obama se le ocurrió la idea de pedir a Springsteen que amenizara con su música algunos de los actos electorales. Algo que volvió a ocurrir en la campaña de reelección en 2012. A través de sus trescientas páginas conocemos mejor a ambos no como profesionales de sus respectivos campos sino como personas, hijos, maridos y padres. Unas personas quizá demasiado positivas --que llegan a idealizar algunos temas, cuestión genuinamente norteamericana-- pero también anhelantes a la hora de tratar de conseguir para el futuro una nación de iguales pese a las diferencias de cada uno de sus conciudadanos.             


lunes, 25 de enero de 2021

Jungleland cumple 10 años: los 10 mejores libros internacionales de la década



    Este blog está de aniversario. Una década de vida. Ni más ni menos. Más de cuatrocientas entradas en total. Casi nada. La mayoría de ellas, como es lógico, reseñas de muchos de los libros que voy leyendo. No todos, puesto que jamás reseño un libro que no me haya gustado (algunos pocos son abandonados a mitad de lectura; otros, pese a ser finalizados, no acaban de llamar especialmente mi interés). La cuestión es que nunca publico una reseña crítica con ningún libro, pues no me considero quién para escribir mal sobre el trabajo de ningún escritor. Pienso que hasta el peor de los libros conlleva muchas horas de trabajo y la ilusión y la pasión de quien lo escribe. También opino que hasta del peor de ellos se puede aprender --¡aunque sea cómo no hay que escribir uno!--. De manera que solo reseño en este blog los libros que me dicen algo. Que me aportan algo. Aunque sea un poquito solamente. 


    El otro día se me ocurrió una idea: ¿qué mejor manera de celebrar la década de existencia del blog que recuperando los mejores libros de estos últimos diez años? Y decidí, además, acotar la lista únicamente a aquellos publicados durante esta última década. Porque la celebración de Jungleland coincide con el fin de la década 2011-2020. Buena coincidencia, por cierto. Así que, allá van, mis diez libros preferidos de todos los que he leído durante estos diez años y que han sido publicados también durante este lapso de tiempo.     





10. La gente feliz lee y toma café. Agnès Martin-Lugand. Alfaguara. 2014. Es uno de esos libros de cuyos personajes cuesta despedirse cuando se finaliza la lectura. Su mensaje, directo al corazón del lector, le hace ver la vida de manera diferente. La vida misma se muestra como un regalo que debemos aprovechar durante cada minuto. El viaje interior y exterior que emprende Diane para superar el peor momento de su vida nos arrastra con ella. Además, la casi ausencia de descripciones, el lenguaje directo y los diálogos ágiles convierten al libro en una montaña rusa de emociones de la cual nos cuesta bajarnos. El final tampoco es el típico fueron felices y comieron perdices, sino una introspección, una reflexión profunda sobre la facilidad con la que a veces buscamos un clavo que quite otro clavo. Resulta complicado abordar esta lectura sin un cigarrillo y una taza de café como compañeros de viaje literario. 

9. El ferrocarril subterráneo. Colson Whitehead. Random House. 2017. Se conoció como el ferrocarril subterráneo a una red clandestina organizada durante el siglo XIX en EE. UU. y Canadá para ayudar a escapar hacia los estados libres del norte y Canadá a la máxima cantidad posible de esclavos afroamericanos. Su nombre se debió a que sus miembros se referían a sus actividades utilizando un lenguaje metafórico, en clave, relacionado con el mundo ferroviario. Los esclavos eran los pasajeros, los que los escondían eran los jefes de estación y a los que les ayudaban a escapar de las plantaciones se les conocía como maquinistas o conductores. Pese a que cuesta entrar en la acción, la novela va arrancando destellos que propician que el lector vaya conectando paulatinamente con la historia. Hasta que queda atrapado en ella y en cada uno de sus protagonistas, a los que llega a adorar u odiar, y solo piensa en conocer el desenlace final, que nos deja con el corazón en vilo hasta la última frase.

8. Escucha la canción del viento / Pinball 1973. Haruki Murakami. Tusquets Editores. 2015. Escribe el propio autor en el prólogo de esta edición que las novelas de la mesa de la cocina, escritas a altas horas de la madrugada sobre la mesa del bar que regentaba a finales de los setenta, constituyen algo decisivo e irremplazable. Fiel reflejo de que los inicios de uno como novelista pueden quedar atrás, pero nunca olvidarse. En estas dos primeras obras de Murakami aparecen ya muchas de sus señas de identidad. Por ejemplo, el surrealismo, el amor por el jazz, la soledad, la huida, los bares, las relaciones sentimentales frustradas, lo excéntrico, lo absurdo, un lenguaje extraño, casi alienígena, y unos personajes jóvenes, melancólicos, perdidos, inadaptados y hasta depresivos. Y también el riesgo. A buen seguro, para los fans del escritor nipón, poder conocer estas obras constituirá todo un alimento para su espíritu. Y también para su conocimiento. Porque a todos nos gusta saber más sobre nuestros ídolos. Especialmente sobre sus inicios, cuando todavía eran desconocidos y anónimos.

7. El cielo es azul, la tierra blanca. Hiromi Kawakami. Alfaguara. 2017. Belleza literaria que nos presenta de forma descarnada y talentosa las marcas del alma, la indefinición y la duda en la que a menudo nos movemos las personas. Y también nuestros miedos, frustraciones, melancolía y demás cuestiones que nos atormentan. Todo ello, no obstante, ofreciéndonos una vía para la esperanza, la ilusión, la auto afirmación personal y la posibilidad, siempre presente, de volver a empezar. De disfrutar de los pequeños placeres, de los pequeños gestos cotidianos que podemos regalarnos, a nosotros mismos y a los demás. Si todo lo referido se adereza con sake, cerveza, aperitivos y platos típicos japoneses --en el texto encontramos una completa guía culinaria del país nipón--, además de mercados, béisbol, bares, tabernas, etc, encontramos una ambientación realista y muy cercana. Su prosa es, además, elegante, sutil, delicada y detallada, y siempre encuentra las palabras justas para noquear al lector y conmoverlo hasta el límite. 

6. Canadá. Richard Ford. Anagrama. 2013. Novela de gran carga psicológica en la que los sucesos narrados tienen menor importancia que el modo en que sus protagonistas los viven. Canadá gira en torno a varias ideas, conectadas entre sí, que componen una historia atractiva, emocionante, que en unas ocasiones libera y en otras agobia. La frontera entre EE. UU. y Canadá simboliza mucho más que el simple paso de un país a otro. A saber: una huida hacia adelante sin posibilidad de retorno; la pérdida de la juventud y la inocencia del protagonista, que debe madurar rápidamente para sobrevivir en solitario y tratar de olvidar un pasado tormentoso; y la lucha entre el presente y el pasado. Otro de los elementos clave de la novela es la dificultad de la toma de decisiones y su influencia sobre las vidas de quienes nos rodean. Pero estamos también ante una novela sobre las segundas oportunidades y sobre las diferentes maneras de afrontarlas. La intimidad de los personajes y el realismo de los ambientes, pese a ralentizar en ocasiones la acción, le da a la historia un toque extra de veracidad.

5. La ley del menor. Ian McEwan. Anagrama. 2015. Una de las claves que hacen grande a McEwan es que, más allá de su indudable audacia a la hora de escribir, plantea en sus obras temas que, ya de entrada, predisponen al lector a ser golpeado. Además, sabe enlazar magistralmente cada una de las diferentes historias que componen sus novelas. En este caso, la jueza Fiona Maye debe decidir sobre la vida de Adam Henry, un menor de edad que se opone a una transfusión de sangre que podría curar su leucemia. ¿El motivo? Es Testigo de Jehová. El dilema moral que se le presenta a la jueza es de órdago: respetar las creencias religiosas de Adam o mantener su seguridad personal por encima de estas. Para completar el cuadro que debe afrontar la protagonista, su marido le acaba de presentar una propuesta: dado que ambos rondan los sesenta y llevan varias semanas sin mantener relaciones sexuales --algo que no parece importar a su esposa, pero sí a él--, ha decidido mantener una relación pasional con una joven de veintiocho. Con este panorama, la novela conmueve, sorprende, intriga, indigna e invita a reflexionar. Así, el goce de su lectura anticipa la angustia de ver que las páginas avanzan y finaliza un libro que desearías que no terminase nunca. 

4. Jaque al psicoanalista. John Katzenbach. Ediciones B. 2018. Quince años después de la archi conocida precuela, Katzenbach resucitó al temible Rumplestiltskin para volver a poner entre la espada y la pared al doctor Starks. Sin embargo, en la novela solo han transcurrido cinco años. Tiempo en el que el psicoanalista ha rehecho su vida y ha retomado su actividad profesional. No en Nueva York sino en Miami. Un lugar como otro en el que comenzar desde cero una nueva existencia repleta de sol, paz, trabajo y tranquilidad. Hasta que una noche el hombre que quiso matarlo --y al que creía muerto-- reaparece como si nada en su consulta. Pero en esta ocasión no quiere acabar con él, sino pedirle ayuda para salvar a su hermano Merlin y a su hermana Virgil, amenazados por un desconocido que pretende cobrarse sus vidas a toda costa. Starks debe investigarlo, encontrarlo y entregárselo a R., quien dará buena cuenta de él. A cambio, los tres hermanos lo dejarán en paz para siempre. La novela casi llega a los niveles de tensión, intriga y misterio de El psicoanalista. Cualquier amante del género la disfrutará como la anterior, comprobando que ha valida la pena la espera. Porque ya sabemos que lo bueno se hace esperar.             

3. Born to run. Memorias. Bruce Springsteen. Random House. 2016. Risa, anécdotas, música y reflexión. Una reflexión honda, profunda y sosegada. Una especie de catarsis en la que el Boss hace un examen psicoanalítico puro y duro, llegando a afirmar que en psicoanálisis trabajas para convertir los fantasmas que te atormentan en ancestros que te acompañan. Para hacerlo se requiere mucho esfuerzo y mucho amor, pero ese es el modo en que aligeras la carga que tus hijos tendrán que soportar. A luchador, al Boss, le ganan muy pocos. No en vano, como él mismo escribe, su voz no hacía presagiar que pudiera ser cantante solista. Pero su tenacidad y conocerse a sí mismo, con sus límites pero también con sus fundamentos, le valieron para ser quien es en la actualidad. En las memorias encontramos confesiones llamativas y sorprendentes. Muy celoso de su vida privada, Springsteen afirma haber tenido una relación tempestuosa con su padre. Hecho que hizo que el Boss no lograra mantener ninguna relación sentimental que durase más de dos años --incluyendo su primer matrimonio--. Hasta que apareció en escena Patti Scialfa. Born to run es una biografía extensa escrita de puño y letra por un músico que, dicho sea de paso, escribe de forma impecable.

2. Stoner. John Williams. Baile del Sol. 2012. ¿Cómo es posible que esta novela --y su autor-- hayan pasado desapercibidos durante medio siglo cuando ambos deberían estar considerados clásicos indiscutibles del siglo XX estadounidense y mundial? Lo primero que llama la atención de la novela es su estilo narrativo. Una prosa elegante que crea una gran empatía con su protagonista. Williams demuestra tener una fuerza brutal para narrar historias cotidianas, quizás con la emoción de quien ha amado y sufrido a partes iguales a lo largo de su vida. Nos presenta una Universidad de la América profunda del siglo pasado. Y lo hace de forma magistral, con todo lo bueno y lo malo que allí hubo. A través de un personaje que quizás sea un alter ego de sí mismo, pues la novela tiene un trasfondo autobiográfico indudable: tanto el autor como su personaje fueron profesores de literatura inglesa en la Universidad de Misouri. Hace ya siete años que leí y reseñé la novela, pero la emoción con la que leí sus últimas páginas, con los ojos anegados por las lágrimas, casi sin poder finalizar la lectura, con la visión borrosa, me acompañará mientras viva. Stoner es una obra maestra literaria de primera magnitud. ¡Y debemos decirlo muy alto!

1. 4321. Paul Auster. Seix Barral. 2017. Paul Auster estuvo siete años sin publicar una sola novela. Demasiado tiempo para sus seguidores. Sin embargo, la espera bien valió la pena, puesto que 4321 son en realidad cuatro novelas en una. Cuatro historias diferentes protagonizadas por el mismo personaje en un mismo intervalo de tiempo según los azares de la vida. Porque leer estas cuatro novelas nos demuestra que no somos dueños de nuestro destino más que en unos pocos aspectos que sí podemos controlar conscientemente. Son las casualidades las que finalmente hacen que un camino trazado siga recto o se desvíe. Auster recrea, al más puro estilo Forrest Gump, la Norteamérica de los años centrales del siglo XX, desgranando los grandes acontecimientos que marcaron a toda una generación. 4321 es un originalísimo drama social que cautiva, emociona y divierte. Una obra completa --en el pleno sentido de la palabra-- que nos presenta una vida de Fergusones de los que cuesta despedirse según avanzan los capítulos. Una de esas novelas que desde su misma publicación se convierten en clásicos de la historia de la literatura universal. Y, como el Meursault de Camus en El extranjero, el Edmundo Dantés de Dumas en El conde Montecristo, el Holden Caulfield de Salinger en El guardián entre el centeno o la misma Emma Bovary de Flaubert en Madame Bovary, el Archie Ferguson --o, más bien, los cuatro Archies Fergusones-- de Auster en 4321 entra por derecho propio en ese pequeño gran museo vivo de los personajes inmortales de la historia literaria.





viernes, 23 de octubre de 2020

Letter To You. Bruce Springsteen. 2020. Crítica

 




    En noviembre de 2019, poco antes de desatarse la pandemia, Bruce Springsteen y la E Street Band se reunieron en la granja del Boss en Colts Necks, Nueva Jersey, para grabar un nuevo disco. Quedaron en hacerlo en tan solo cinco días, pero les sobró uno, pues el disco estaba grabado ya al terminar el cuarto día. Siguiendo los consejos de Stevie Van Zandt y Roy Bittan, Springsteen dejó de lado las demos y dejó que cada miembro de la banda tocara hasta acoplarse a los demás. Después de tocar juntos durante casi una vida entera, no fue demasiado complicado. El resultado, un disco orgánico en el que la E Street Band suena como hace décadas no lo hacía en un estudio --que sí en los conciertos--. No en vano, el sonido de Letter to you es compacto, épico, excitante. Como en la época del Born to run o The river. Finalmente, la producción de Ron Aniello y las mezclas de Bob Clearmountain y Bob Ludwig hicieron el resto.

 

    Me encanta el disco. Estoy feliz por cómo ha quedado la parte emocional impresa en él. Lo grabamos en solo cinco días y resultó ser una de las mejores experiencias de grabación que he tenido en mi carrera. El sonido de la E Street Band tocando en mi estudio completamente en vivo y sin regrabaciones ha sido espectacular. Algo que nunca antes habíamos hecho, afirmó Bruce hace un mes en una entrevista para la revista Rolling Stone. Es como una vuelta atrás, como una manera de recuperar un viejo hábito que acabó por hacer de la E Street la banda de bares más grande del mundo. Además, la temática del trabajo le va al pelo a la manera de grabar. Hacerlo como antaño. Como cuando todavía estaban el saxofonista Clarence Clemmons, el teclista Danny Federici, el mánager del Boss, Terry Magovern, y su recientemente fallecido amigo George Theiss, antiguo componente de The Castiles, una de las primeras formaciones del por aquel entonces adolescente Springsteen.


    En efecto, el tema del disco es el paso del tiempo, la muerte, la constante pérdida, la necesidad de seguir adelante a pesar de todo. Bruce también perdió a su padre, y su ya anciana madre está gravemente enferma de alzheimer. Pero, como él mismo reconoce, una parte bonita de la vida es lo que nos dejan los muertos. Su espíritu, su energía y su eco continúan resonando en el mundo físico mucho después de su partida. Por eso, Letter to you es también un compendio, un conjunto coral en forma de ofrenda-homenaje a aquellos que ya no están con nosotros. Afirmó Springsteen tras la muerte de Clemmons y Federici que la E Street Band no quedaría finiquitada hasta que el último de sus miembros abandonara este mundo. En efecto, mientras quede en pie uno solo de ellos, todavía será posible cumplir los sueños y reparar las promesas incumplidas. Y los fantasmas de los desaparecidos seguirán apoyando, inspirando y dando caña.


    Letter to you está formado por doce temas, de los cuales nueve fueron compuestos por Springsteen durante los años 2018 y 2019. Los otros tres --Janey needs a shooter, If i was the priest y Song for orphans-- son revisiones de viejos temas de los setenta descartados de los discos de la época. Las rescaté porque quería cantar con voz adulta las ideas de la juventud. Algo un poco loco. Bendita locura, pues. Porque, de esta manera, los fans recuperamos tres joyas de las que solo se conservan viejas maquetas y directos de bastante baja calidad. Nos ocuparemos de estas tres canciones más abajo, cuando abordemos el análisis de las doce canciones en su conjunto. De momento, cabe recordar que la primera fue compuesta, con otra letra, en 1971, en tiempos de la Bruce Springsteen Band. La tercera, también de 1971, fue la que hizo que Mike Apel se convirtiera en su mánager. Y la segunda, de 1972, fue una de las canciones que le cambió la vida aquel 5 de mayo de 1972, cuando Bruce la tocó en acústico ante John Hammond, quien le abrió de par en par las puertas de Columbia Records. 

  

    Estas son las doce piezas que componen el vigésimo disco de estudio de Bruce Springsteen y la E Street Band:    

       

1. One minute you´re here: un minuto estás aquí y al siguiente te has ido, canta Bruce acompañado solo de su guitarra. El primero de los homenajes a quienes estuvieron, ya no están, pero se les echa tanto de menos que en todo momento se siente su presencia. Un medio tiempo acústico que recuerda al disco Devils and dust y a Moonlight motel, tema que cierra su trabajo anterior, Western stars. Como si no hubiera pasado un año y medio y todavía estuviera en el granero de su granja. De hecho, como ya ha quedado dicho, allí precisamente ha grabado también este nuevo disco. 


2. Letter to you: una carta directa al corazón de sus seguidores que fue presentada como single de lanzamiento de su disco homónimo. El Boss, como viene haciendo últimamente, se despoja de sus miedos y miserias y, al dictado de su corazón, nos muestra lo que descubrió en los buenos y en los malos momentos, lo fácil y lo difícil que le fue llegar hasta adonde llegó y la felicidad y el dolor que hubo de soportar. Y lo escribe y canta para mí, para ti y para quien lo quiera escuchar. Y, por supuesto, muchos somos todo oídos.  


3. Burnin´ train: si durante décadas el Boss utilizó los automóviles como medio para huir de algún lugar o para llegar a otro sitio, en los últimos años el vehículo preferido por él para seguir tales fines ha pasado a ser el tren (como en Land of hope and dreams o Tucson train). Pero, a diferencia de los anteriores, el ritmo de este tren ardiente quema las vías y se muestra imparable. Sabe que va a llegar a su destino. Y su destino no es otro que el corazón ardiente y apasionado de sus fans. En directo, promete ser un momento épico.


4. Janey needs a shooter: la primera de las piezas de los setenta que el Boss ha querido presentar por fin en formato disco. Temazo que bien podría haber formado parte del Darkness on the edge of town. Su comienzo, al estilo del Like a rolling stone dylaniano, deja paso a una épica y oscura historia que, con una letra modificada, nos habla de una mujer que no conoce la paz ni a través de su médico, ni de un predicador ni de un policía. Y el narrador canta que así que la abracé mucho. Ella era más una santa que un fantasma. Y le dije cuánto tiempo había estado preparándome para ella.    


5. Last man standing: de nuevo aparece el tema de la pérdida. Y es que, tras la muerte de su amigo George Theiss, Springsteen es ya el único superviviente de una de sus primeras formaciones, The Castiles. Fue la primera canción que compuso para este disco. Y, tras los primeros acordes de guitarra del Boss, la batería de Max Weinberg introduce a la banda, incluyendo el magnífico saxo de Jake Clemmons desde la mitad de la canción. Todo ello, para hablarnos sobre la celeridad de la muerte, pero también sobre la riqueza de la vida. 


6. The power of prayer: canción al más puro estilo de sus discos Magic (I´ll work for yor love, por ejemploo Working on a dream, nos habla de la plegaria, del amor y de sus recompensas. Como buen católico que es, Springsteen confiesa refugiarse a menudo en las plegarias. Gran intro de Roy Bittan al piano. Muy buenas guitarras de Nils y Stevie. Resulta prácticamente imposible diferenciar el saxo de Jake Clemmons del de su tío Clarence. Como sucede con Charles Giordano, sustituto de Federici, también Clarence ha tenido un gran recambio en la figura de su sobrino Jake. Todo queda en familia. 


7. House of a thousand guitars: si para el escritor Jorge Luis Borges el paraíso sería un tipo de biblioteca, para Springsteen sería una casa de mil guitarras --¿quizá su propio establo-estudio de grabación de Colts Neck?--. El piano de Roy Bittan y la voz y la vocalización del Boss imprimen al tema un gran misticismo. El tenue saxo de Jake Clemmons acentúa este sentimiento en la parte central-final. El mundo espiritual toma cancha en una canción que también será muy bien recibida en los directos post pandemia. 


8. Rainmaker: tema protesta que llega a recordar a Death to my hometown --del celebrado Wrecking ball--, cuenta la historia de un impostor que dice ser capaz de traer la lluvia al oeste americano. A veces los amigos necesitan creer en algo tan malo que acabarán contratando a un hacedor de lluvias, nos canta Bruce. La canción, que también nos puede llegar a recordar a The ghost of Tom Joad y al Reason to believe acústico de la gira Devils and dust, muestra un tono fiero, desolador, atacante de farsantes. Conociendo sus firmes convicciones demócratas, ¿será una crítica directa a Donald Trump? Seguro.


9. If i was the priest: el segundo de los temas de los setenta que aparece en el disco es una especie de rememoración de la relación entre Jesús y su madre, María. Suena irreverente, sobre todo en el caso de alguien tan religioso como el Boss, pero en esta canción Jesús es el sheriff de un pueblo del lejano oeste, y la virgen María regenta el Holy Gray Saloon, desde donde da misa los domingos y otros servicios los lunes. La armónica y la guitarra de la parte final nos recuerdan de nuevo a la E Street Band de antaño.  


10. Ghosts: es, sin duda, el temazo del disco. Sonido E Street Band en estado puro. Perfecto homenaje al saxofonista Big Man Clarence Clemmons y al teclista Danny Federici, fallecidos durante la última década. Pero sus recuerdos, energía y espíritu dan fuerzas al resto de la banda para seguir, al grito de ¡estoy vivo! Cuando la pandemia pase --que pasará-- y los chicos puedan volver a la carretera Ghosts será, seguro, uno de los puntos álgidos de los conciertos. Unos conciertos a los que tanto ellos como nosotros acudiremos con nuevas energías y ganas de prender el fuego del rock and roll más apasionado. Como ese saxo final y los coros con los que terminan la canción tras contar Bruce hasta cuatro. Brazos arriba, palmas, sudor y subidón entre los subidones.


11. Song of orphans: el tercer y último de los temas de los setenta del disco, nos presenta a un Bruce que soñaba con las estrellas y una guitarra. Una canción sobre la esperanza, basada en la forma de cantar y tocar del Dylan de aquella época. Los hijos buscan padres, pero los padres se han ido. Las almas perdidas buscan salvadores, pero los salvadores no duran mucho. Esos mocosos renegados sin rumbo que viven sus vidas en canciones, corren a lo largo de una vela, en un susurro de buenas noches y se van. Sin embargo, nunca pierden la esperanza.   


12. I´ll see you in my dreams: el disco se cierra con un nuevo recuerdo a los que no están, a esos fantasmas que siguen inspirando a la banda todavía, a pesar del paso de los años. Y es que hay conexiones que ni la muerte logra cortar. Sobre todo cuando los que aquí siguen buscan de forma continuada esos inspiradores espíritus con los que algún día compartieron absolutamente todo. Te veré en mis sueños suena a un hasta luego, amigos. Porque la muerte, en efecto, no es el fin de todo. Una gran manera de despedir un disco hecho, más que nunca, con el corazón. 


    El piano de Roy Bittan, el ritmo marcial de Max Weinberg y Gary Tallent, las destellantes guitarras de Nils, Stevie y el propio Springsteen, el oportuno saxo de Jake Clemmons, el gran teclado de Charles Giordano y los intermitentes coros de Patty Scialfa potencian las armónicas y la voz de un Bruce cuya garganta parece haber rejuvenecido varias décadas en este disco. Una garganta que nos canta una carta directamente a cada uno de nosotros. Con las fuerzas, el talento y la visión ya conocidas para hacernos vibrar con un sonido no perdido pero, sin embargo, sí recobrado. Como si de la primera vez se tratara. Y con la E Street Band en pleno funcionamiento. No en vano, el propio Springsteen lamenta no poder salir a la carretera. Sin embargo, comenta que todo lo que puedo decir es que cuando termine esta experiencia voy a dar la fiesta más disparatada que te puedas imaginar. Yo no sé vosotros, pero esa fiesta no me la pienso perder. Por nada del mundo. Sobrevivir a la pandemia habrá valido la pena si, por añadidura, nos sirve para poder volver a ver en directo al Boss y a una E Street Band a punto, engrasada y, además, enrabietada.  


lunes, 17 de junio de 2019

Western Stars. Bruce Springsteen. Columbia Records . 2019. Crítica





     Cinco años después de High Hopes (2014), Bruce Springsteen lanza un nuevo álbum de estudio. Esta vez, en solitario. Como ya hiciera con Nebraska (1982), The ghost of Tom Joad (1995) y Devils and dust (2005), deja de lado su característico sonido rockero para presentarse ante nosotros mucho más directo y reflexivo. Pese a tratarse de un disco solista, sin la mítica y sempiterna E Street Band, sí le acompañan algunos de sus miembros y músicos habituales, como su esposa, Patti Scialfa, la violinista Soozie Tyrell, el teclista y acordeonista Charles Giordano y el multiinstrumentalista David Sancious, quien ya trabajó con el Boss en sus tres primeros discos. Ron Aniello, el productor del décimo noveno trabajo de Springsteen, toca también el bajo y el teclado en algunos temas. Y Jon Brion se ocupa del órgano. 

     Se trata de un álbum de trece canciones y cincuenta minutos de duración en el que destacan las múltiples y variadas cuerdas, las magníficas secciones de viento, una orquestación muy trabajada y una constante presencia de guiños tanto al pop y el country-folk setenteros de California y Nashville como a algunos de los anteriores trabajos del Boss. Más de veinte músicos en total participan en un disco que conviene escuchar con mucha atención para detectar los mil y un matices que a primera vista --o escucha, más bien-- pueden pasarnos absolutamente desapercibidos. Obviamente, no soy crítico musical, solo un fan que trata de dar su opinión sobre el nuevo lanzamiento de su músico preferido. Y lo hago tratando de ser objetivo y no un talibán para el que cualquier disco de Bruce es siempre algo espectacular. Tampoco como un crítico ansioso y ocioso que busca, al precio que sea, acabar con un mito musical de su talla. Huir de los extremos --el simplemente adulador y el crítico destructor-- siempre es conveniente.

     Por eso, antes de zambullirme en las estrellas del oeste, creo necesario aclarar un tema. Por descontado, Western Stars no es uno de los mejores discos de la carrera del Boss. Pretender convencer a alguien de lo contrario sería ridículo. Lo mismo que hablar de él como de algo horrible y cercano al calificativo de basura. He pasado buena parte de este último fin de semana escuchando el disco y leyendo artículos sobre él. Y, como era de esperar, he tenido que frotarme los ojos ante tantos apriorismos. Respetables, por supuesto, como lo es también este escrito, se esté de acuerdo con él o no, pero apriorismos al fin y al cabo. Porque este Western Stars es un discazo para algunos y un horror para otros. Y, la verdad, creo que ni unos ni otros lo han escuchado suficientemente. Es más, probablemente estas opiniones --tanto las que hablan de que Springsteen está en el mejor momento de su carrera como las que dicen que está acabado-- estaban ya escritas antes del lanzamiento del trabajo.

     Que cualquier nuevo disco del Boss pueda si quiera llegar a parecerse a los de las décadas de los setenta y ochenta es sencillamente imposible. Han pasado treinta o cuarenta años, también para él, y no resulta conveniente esperar milagros. Los milagros no están al alcance de nadie terrenal. Ni siquiera del Boss. Tampoco de U2, Dylan, los Stones, Madonna o McCartney. Aquello pasó, hay que celebrar que ocurriera, pero debemos ser conscientes de que esos tiempos de épica no regresarán. Sin embargo, resulta insultante leer que Springsteen está acabado y que nada ya tiene que aportar a la música actual. De nuevo los extremos. De nuevo los convencionalismos, los apriorismos, las sentencias definitorias y los afanes por encumbrar o matar a los artistas. El tiempo corre y las personas cambiamos. También los artistas. Y, por descontado, los músicos. Pues bien, aclarado todo esto, antes de analizar brevemente las canciones de Western Stars, debo decir que a mí el disco me ha gustado. Bastante.

     Lo abre, muy bien por cierto, Hitch Hikin´, una canción repleta de campanillas que nos presenta un paisaje abierto, el entorno perfecto para un autoestopista que se guia por el tiempo y el viento, a golpe de cuerdas de violín y viola. Una pieza que constituye un gran arranque de disco que, quién sabe, bien podría convertirse en uno de los himnos de los próximos conciertos del rockero. Le sigue The Wayfarer, un tema tranquilo y feliz presentado a ritmo de guitarras raspadas que recuerda a la época del Tunnel of love y que nos deja unos violines espectaculares y un final cinematográfico con una muy buena orquestación. Country californiano setentero en estado puro. Tucson Train es el tercer tema del disco --también su tercer sencillo--, popero, con reminiscencias del Devils and dust, del Tunnel of love y hasta del Lucky town, en el que a través de una bonita melodía se nos habla de redención y de cambio de vida. El arranque a modo de tren se hace más patente si cabe al final de la canción.

     Western Stars es el tema que da nombre al trabajo. También su cuarto sencillo. Habla de las estrellas brillantes, y destacan sus épicas cuerdas, su plácida pedal steel, una emotiva slide guitar y una brillante orquestación que nos quiere llevar desde el Devils and dust hasta el Human touch pasando por The rising. Sleepy Joe´s Café recuerda a unos calmados Beach Boys y, por qué no, a algo parecido a I´m on fire. Su precioso acordeón, su sección de viento y su repentina trompeta nos presentan un local en el que relajarse y disfrutar. Drive Fast es una especie de diálogo entre el piano y la guitarra, que representan respectivamente a la tristeza y al ritmo. Es una historia --más bien una plegaria-- sobre un perdedor resiliente, un superviviente orgulloso de tener un lugar al que volver, un hogar amoroso. Chasin´ Wild Horses supone el ecuador del disco. Presenta una fluida orquestación, recuerda al Magic --más concretamente, a Your own worst enemy-- y vuelve a hablarnos de redención, de autoperdón y de una nueva oportunidad. De nuevo, asistimos a un final cinematográfico con un gran bajo.

     En Sundown encontramos un piano y un bajo que nos retrotraen al Working on a dream. Destacan el sintetizador, que transmite monotonía, y un gran despliegue vocal de Springsteen. Un milagro que conserve esa voz tras tantos años de maratonianos conciertos. Somewhere North Of Nashville es un medio tiempo que supone una breve caricia --es el tema más corto del álbum--, con unos coros casi religiosos y la sensación de que se está escuchando a Dylan o a Seeger. Folk americano al más puro estilo de The ghost of Tom Joad. En Stones, el Boss habla de mentiras que pesan como piedras a través de una engolación orbisoniana. Parece un tema de banda sonora, con una excelente sinfonía y un sublime violín final que pone también un punto y aparte en la monotonía de esta parte del disco, justo antes de dar paso al trío de canciones que cierra el álbum.

     There Goes My Miracle comienza con un redoble de batería, recuerda de nuevo al mejor Roy Orbison, retorna a la efervescencia anterior a los temas predecesores y se convierte --este sí, desde luego-- en todo un himno para los futuros conciertos springsteenianos. Probablemente no sea la mejor canción del disco, pero sí la más pegadiza, por su melodioso y repetitivo estribillo, y la que más posibilidades tiene de ser la inolvidable del presente trabajo. Fue, además, el segundo sencillo de Western Stars. Hello Sunshine fue el tema elegido como primer sencillo. Las escobillas de la batería nos acarician y nos relajan --casi nos duermen-- a modo de nana. Fluye de tal manera que nos eleva y parece hacernos levitar por momentos. Country suave, muy suave, que nos habla de carreteras vacías, desiertos infinitos, kilómetros en los que perderse y felicidad. Todo ello, a un ritmo muy parecido al del mítico Midnight´s Cowboy de Harry Nilsson. Moonlight Motel cierra el disco. Y lo hace de maravilla. Se trata de una balada country-folk que recuerda al The rising. A través de una atmósfera onírica, arenosa, a ritmo de punteo de guitarra, nos habla de la nostalgia y del lamento que a menudo supone el fin del día, en este caso, del álbum. Dignísimo final de disco.  

     En definitiva, Western Stars está lejos de ser el típico disco que pasará a la historia de la carrera de su creador. No obstante, es un trabajo honesto y digno. Mucho más de lo que algunos han escrito durante estos últimos días. Ni grande ni grandilocuente. Con algunas piezas que vale la pena escuchar. Un álbum que asume algo que ni los más críticos con el Boss podrán negar: un gran riesgo. Es diferente y auténtico. Podrá gustar más o menos, pero no es, ni mucho menos, más de lo mismo. Algo que, en mi opinión, sí sería causa de una crítica más desaforada y justificada. El Boss ha vuelto. Y, para muchos, es una gran noticia...                                           


miércoles, 4 de enero de 2017

Mis diez libros preferidos de 2016





     Como cada año por estas fechas comparto con vosotros la lista de mis diez libros preferidos del año. Aún estáis a tiempo de regalarlos a vuestros seres queridos con motivo de la inminente llegada de los Reyes Magos de Oriente. Tal y como podréis observar, no solo de novedades vive el hombre, por lo que la lista incluye obras ya conocidas desde hace años. Es la siguiente:


10. Lo que el hielo atrapa. Bruno Nievas. Ediciones B. 2015.  La tercera novela del escritor y pediatra almeriense supone su incursión en el género épico y de aventuras de la mano de la expedición al Polo Sur de Ernest Shackleton a bordo del Endurance. Tras los dos exitosos thrillers --Realidad aumentada y Holocausto Manhattan-- que lo dieron a conocer en el mundo editorial demuestra que es un autor que se atreve con cualquier temática a la hora de abordar sus historias.


9. París-Austerlitz. Rafael Chirbes. Anagrama. 2016. La novela póstuma del genial maestro valenciano. Tras veinte años de idas y venidas, correcciones y modificaciones, la dio por terminada pocas semanas antes de fallecer en agosto de 2015. Una historia cruda, provocativa, realista sobre una relación homosexual venida a menos por las diferentes procedencias sociales y formativas de sus protagonistas. Una despedida digna de uno de los grandes autores españoles de los siglos XX y XXI.


8. El tambor de hojalata. Günter Grass. Alfaguara. 1999. La novela más conocida de otro de los genios literarios universales que nos dejó en 2015. Crítica social, ironía, sentido del humor y una narrativa ligera que llega al corazón del lector. Un drama tierno y a la vez crudo sobre la Alemania en tiempos de guerra y posguerra. Una novela que todo el mundo --tanto los interesados en la historia como los que simplemente buscan entretenimiento-- debería leer.


7. El guardián entre el centeno. J. D. Salinger. Edhasa. 2007. Una prueba fehaciente de que en ocasiones basta una sola obra para pasar a la posteridad del mundo literario. Holden Caulfield narra sus peripecias en la Nueva York de posguerra. Una novela emotiva que nos habla de temas como el fracaso escolar, la rigidez de una familia tradicional de la época y de la sexualidad adolescente. Un personaje entrañable que nos atrapa desde el principio pese a contarnos una historia realmente dura.


6. La víspera de casi todo. Víctor del Árbol. Ediciones Destino. 2016. El Premio Nadal 2016 narra la huida de su protagonista hacia un anonimato en el que se siente mucho mejor que como héroe. Sin embargo, la aparición de una extraña mujer que también huye de sus propios fantasmas volverá a sumirlo en una situación difícil de superar. Dos historias que confluyen en un mismo lugar y tiempo, lo que amenaza con provocar la deriva de ambos.


5. La colmena. Camilo José Cela. Clásicos Castalia. 1987. Una de las grandes novelas españolas del siglo XX. La pluma del futuro Premio Nobel plasmó una novela coral en la que Madrid, sus cafés y sus gentes son los grandes protagonistas. Escenas simultáneas, historias de todo signo, vidas que confluyen formando una red o mosaico que nos atrapa hasta sus últimas consecuencias. Un toque de genialidad final que nos deja conmocionados. Una maravilla de novela.


4. El psicoanalista. John Katzenbach. Ediciones B. 2016. Un magnífico thriller. De los que cuesta soltar aunque sea a altas horas de la madrugada. Una carta anónima que busca el suicidio de su receptor. Una sucesión de acontecimientos que, en efecto, parecen abocarlo a un final dramático. Un giro genial que cambia las cosas de la noche a la mañana. Un psicópata sediento de venganza por algo ocurrido veinte años atrás. Unos personajes soberbiamente caracterizados. Tanto que la historia incluso llega a parecer real.


3. Tengo en mí todos los sueños del mundo. Jorge Díaz. Plaza Janés. 2016. La cuarta novela de Jorge Díaz. Basada en la historia real del navío Príncipe de Asturias, conocido como el Titanic español por hundirse, hace exactamente un siglo, en costas brasileñas. Una novela coral en la que los protagonistas se van relacionando entre sí de muy diferentes maneras hasta llegar a un desenlace que no por conocido deja de inquietarnos y sorprendernos.


2. Born to run. Memorias. Bruce Springsteen. Random House Mondadori. 2016. Escritas de puño y letra por el propio Springsteen, estas memorias dejarán a más de uno realmente sorprendido. Conocer mejor al Boss, con todas sus luces --ya conocidas de antemano-- y sus sombras --parte fundamental de esta autobiografía-- agranda más si cabe la leyenda de este genio del rock and roll contemporáneo. Bruce se muestra tan cercano que casi podemos tocarlo.


1. Patria. Fernando Aramburu. Tusquets Editores. 2016. Pocas veces he tenido tan claro a qué novela otorgar el número uno en mi lista. Sin duda, la novela del año. Y puede que hasta de la década. Una novela necesaria que todo el mundo debe leer. Las dos caras de un dramático conflicto, el vasco, narrado de forma maravillosa, directa, sin florituras, y, lo más importante de todo, sin tomar partido por nadie. El narrador desaparece ante unos personajes que nos conmueven por igual. Una prueba definitiva de que el dolor humano no conoce límites. Y de que el concepto víctima debería ser ampliamente revisado. ¡Una joya!




viernes, 21 de octubre de 2016

Born to run. Memorias. Bruce Springsteen. Random House Mondadori. 2016. Reseña





     El pasado 27 de septiembre, casi coincidiendo con 67º cumpleaños, Random House Mondadori publicó Born to run, las memorias del músico estadounidense Bruce Springsteen. Ya de entrada, el título es altamente significativo. El tema, que dio nombre al tercer disco del Boss, que vio la luz en 1975, habla no solo de cómo era la vida en Freehold, Nueva Jersey, en un momento dominado por la pobreza, la industrialización de la zona --que dejó altas cifras de desempleo y miseria en toda la región-- o las crecientes tensiones raciales, sino también de cómo influyó todo ello en un joven que trataba de adentrarse en el complicado escenario musical de la época, así como del hondo sentimiento de hermandad que surgió entre el grupo de compañeros que dieron inicio a una de las aventuras musicales más extraordinarias del siglo XX.

     Porque comprender a Bruce es imposible sin conocer a la E Street Band, la más grande banda de acompañamiento jamás formada en el universo rock. Y la figura que mejor ejemplifica el significado de la sólida máquina en que se convirtió es Clarence Clemons, Big Man, el saxofonista de color que aparece en la portada del disco del 75. Amistad, compañerismo, mezcla racial, solidaridad y sinergia: cada componente, conocedor de su papel, de su rol, de su función en el conjunto. Como afirma el Boss, somos una filosofía, un colectivo con un código de honor profesional. Se basa en el principio de que cada noche daremos lo mejor, todo lo que tenemos, para recordarte todo lo que tú tienes, lo mejor de ti. De que es un privilegio y un honor intercambiar directamente sonrisas, alma y corazón con la gente que tienes enfrente. De que es un gran placer reunirte en concierto con aquellos en los que has invertido tanto de ti mismo, y ellos en ti, tus fans.

     No en vano, el Boss y los estreeters se sienten agradecidos por ser un eslabón de la cadena que forman junto a sus fans. Y el mero hecho de experimentar esa sensación ya es algo por lo que vivir. A lo largo de las casi seiscientas páginas de sus memorias Springsteen narra el proceso de formación de la banda, sus tomas de decisiones sobre cuestiones musicales y extramusicales, sus interioridades --no exentas de problemas de mayor o menor consideración--, el período de doce años (1987-1999) en que cada uno de sus miembros desarrolló por separado su carrera musical, el retorno en 1999 y la muerte de Danny Federici y Clarence Clemons, así como la entrada en la banda de sus sucesores (que nunca sustitutos: Charles Giordano y Jake Clemons, sobrino de Big Man). Las anécdotas referentes a la grabación de los discos y las giras constituyen la cara amable y risueña del libro.

     Sin embargo, estamos ante un conjunto de confesiones llamativas y hasta sorprendentes. Muy celoso de su vida privada, Springsteen afirma haber tenido una relación tempestuosa con su padre --víctima tanto de sus fantasmas personales como de la pobreza del Freehold de los sesenta y setenta--, con quien siempre tuvo sus tira y afloja. A lo largo de los capítulos nos muestra abiertamente la evolución de las heridas, el desafecto y la crueldad emocional que heredó de él. Mi padre nos hizo creer que nos despreciaba por amarle, que nos castigaría por ello, y lo hizo. Parecía que aquello podía arrastrarle a la locura, y a mí también (...). Era una fuente de poder maligno a la que podía acudir cuando me sentía físicamente amenazado, cuando alguien trataba de llegar hasta un lugar que simplemente no podía tolerar... más cerca de mí. Como prueba fehaciente de ello, ninguna relación sentimental suya duró más de dos años. Hasta que apareció en escena Patti Scialfa. 

     Antes de ello, se casó con la modelo Julianne Phillips. Así habla de su divorcio, tan solo dos años después: Cuando nos casamos era joven y su carrera estaba empezando, mientras que yo, con treinta y cinco años, podía parecer ya una persona realizada, razonablemente madura y bajo control, aunque en mi interior seguía siendo alguien emocionalmente poco desarrollado y secretamente inaccesible. Ella es una mujer de gran discreción y decencia y siempre me trató, a mí y a mis problemas, de forma honesta y con buena fe, pero al final, realmente no supimos solucionarlo. La puse en una situación terriblemente difícil para una chica joven y le fallé como pareja y como esposo. Solventamos los detalles del modo más civilizado y discreto posible, nos divorciamos y seguimos adelante con nuestras vidas.      

     Los capítulos más escalofriantes de estas memorias los constituyen los episodios de depresión del rockero. Desde joven se refugió en la música como forma de evasión de una realidad opresiva y claustrofóbica. Algo que, a pesar del éxito, del dinero y de la fama no cambió con el paso de los años. Daba igual tener que mendigar que ser rico. Springsteen nos informa de una terapia psicoanalítica de veinticinco años de duración, hasta la muerte de su terapeuta. Solo se sentía bien componiendo y tocando. Pero, fuera de los escenarios, tuve un ataque de depresión, me sentía tan profundamente incómodo en mi pellejo que solo quería salirme de él. Es una sensación peligrosa que atrae muchas ideas indeseables (...). El único respiro era dormir doce, catorce horas. Por vez primera, sentí que comprendía lo que impulsa a algunas personas al abismo. Lo único que me ayudó fue Patti. Su amor, su compasión y la seguridad de que saldría de aquello fueron, durante muchas horas de oscuridad, todo lo que tenía para seguir adelante. En efecto, su esposa desde hace casi veinticinco años sale muy bien parada de estas memorias, situándose como el verdadero sostén de un Bruce que se muestra más humano que nunca.

     En Born to run hay espacio para la risa, las anécdotas, la música y, ante todo y por encima de todo, la reflexión. Una reflexión honda, profunda y sosegada. Una especia de catarsis en la que el Boss hace un examen psicoanalítico puro y duro, llegando a afirmar que en psicoanálisis trabajas para convertir los fantasmas que te atormentan en ancestros que te acompañan. Para hacerlo se requiere mucho esfuerzo y mucho amor, pero ese es el modo en que aligeras la carga que tus hijos tendrán que soportar. No obstante, a luchador no le gana nadie. Como él mismo dice, su voz no hacía presagiar que pudiera ser cantante solista. Pero su tenacidad, su buen hacer y conocerse a la perfección a sí mismo, con sus límites pero también con sus fundamentos, le valieron para convertirse en quien es en la actualidad.

     Es de agradecer el hecho de que la narración de su vida se haya detenido mucho más en sus años iniciales, junto a los Castiles, Steel Mill y la Bruce Springsteen Band. Y también en su gran pilar de los últimos años: su mujer y sus tres hijos. Su familia. En mi opinión, la gran particularidad de estas memorias es que, pese a mostrar el lado más desconocido y hasta oscuro del músico, ello no hace que al lector se le caiga un mito. Nada más lejos de la realidad: conocer a ese Bruce tan imperfecto, problemático y, en definitiva, humano agranda más si cabe su leyenda. Una leyenda que podrá ser estudiada, además de por sus míticos discos y sus legendarios directos, por una biografía extensa escrita de su puño y letra. Y, sea dicho de paso, de una manera impecable.    


lunes, 16 de mayo de 2016

Y Springsteen tomó el Camp Nou (14-05-2016)





     Han pasado casi 48 horas desde la mágica noche --y van siendo ya innumerables-- que Springsteen regaló a las casi setenta mil almas entregadas a él y a la E Street Band en un Camp Nou que fue un clamor durante las tres horas y media de show. En la mente de los asistentes, entre los que afortunadamente me incluyo, se agolpan tantos sentimientos y recuerdos que resulta prácticamente imposible escribir una crónica de todo lo que allí aconteció en una noche histórica.

     Bruce es para millones de personas en todo el mundo como un familiar muy especial que vive muy lejos y solo viene a vernos de vez en cuando. Como la familia es tan amplia, casi nunca viene a nuestra ciudad, por lo que hemos de tomar un avión, tren, autobús o nuestro propio coche para poder ir a visitarlo durante unas horas. Centenares o miles de kilómetros para pasar con él una noche que, aparte de agradable, resulta siempre única e irrepetible. Porque Bruce no ha hecho jamás dos conciertos iguales. Porque, consciente de que muchos de los que una noche cualquiera van a verle quizá no repitan, piensa que deben guardar para siempre esa noche en su memoria, por lo que no duda en hacer de cada concierto algo especial e imborrable.
   
     Lo peculiar y lo que hace de él quien es a día de hoy es que, a diferencia de la gran mayoría de artistas de todo tipo, le encantan los baños de masas no para engrandecer su ego, sino para hacer mucho más grande a cada una de las individualidades que forman esas masas. Porque el Boss es una arma de destrucción masiva que aniquila las depresiones e impurezas de las almas de quienes van a sus conciertos. De ellos sale uno revitalizado en el plano espiritual y anímico. Que no físico. Porque un fan entregado a la causa, que canta, grita, hace palmas y da saltos durante tantas horas seguidas sale del recinto como si le hubiera pasado por encima un camión. Y tarda incluso días en recuperarse de tan gran esfuerzo. Y quienes soléis ir a verlo de vez en cuando sabéis que no exagero un ápice. Sé perfectamente de lo que hablo.

     Y, llegado a este punto, he de hacerle un reproche a Bruce. No sé si alguien se lo habrá hecho ya, aunque no creo que sea yo el primero. Alguien debe decirle a este señor que sus conciertos deberían durar un par de horas. Como los de los Rolling Stones, U2, Coldplay o ACDC, por ejemplo. Porque él, que sin duda ha hallado la pócima secreta de la eterna juventud, no envejece, peros sus seguidores sí. Él aguanta sus tres horas y media de show como si nada, pero nosotros no. Nos cansamos mucho y cada vez nos cuesta más retornar a la normalidad. Él, que tanto respeta a cada uno de sus fans, debería pensar también en su salud. No en la suya, por supuesto, sino en la nuestra.

     No es saludable que, tras casi tres horas de concierto, estos tíos toquen seguidas Born in the USA, Born to run, Dancing in the dark y Tenth Avenue freeze-out. Menos todavía que, a renglón seguido, y cuando parece que todo ha terminado por fin, se arranquen con unos impresionantes e interminables Shout, Bobby Jean y Twist and shout. Porque servidor, cuando media hora antes tocaron The rising, se sentía ya con ganas de un Demolition (suponiendo que tuviera una canción con semejante título, a buen seguro la habría tocado también).

     Dicho esto --en tono irónico, o quizá no tanto--, el concierto, que incluyó hasta 36 canciones de todas las épocas del artista y la banda, tuvo momentos que permanecerán en las retinas y en los oídos de todos nosotros: desde las notas más rockeras --Badlands, My love will not let you down, I wanna be with you, Ramrod, Prove it all night o Because the night-- hasta las indispensables baladas --I wanna marry you, The river, Pointblank, The price you pay, Drive all night o Thunder road--, pasando por los ya clásicos himnos generacionales --No surrender, Hungry heart, Out in the street o The promised land--. 

     Otros momentos emotivos de la noche fueron la interpretación del mítico Purple rain del recientemente fallecido Prince --con un magnífico solo de guitarra de Nils Lofgren y la emocionada voz de Bruce--, que abrió los bises; las tradicionales peticiones, con Glory days y I´m going down a la cabeza; y el apoteósico final, con las ya mencionadas versiones de los Beatles. Todo ello, sin olvidar las canciones del álbum The river, con protagonismo, además de las ya reseñadas, de The ties that bind, Sherry darling, Jackson cage o Two hearts, interpretadas seguidas en las primeras posiciones del set list.

     El Barça, que acababa de ganar la Liga de fútbol, no pudo celebrarlo en su estadio. Lo cual no significa que no hubiera en él una gran fiesta. Es más, para los seguidores culés del Boss, sin duda, fue la fiesta perfecta. Y, por supuesto, a los no culés no nos importó unirnos a ella. En absoluto. Y es que el Boss es capaz de unir a culés, pericos, merengues y atléticos. La fuerza del rock and roll hermana a gente a priori irreconciliable. La de Springsteen, más si cabe. La imagen del Boss saludando desde la escalerilla de salida del escenario, guitarra alzada en mano incluida, justo antes de desaparecer, me hace realizar una petición a quien corresponda: por favor, que no sea la última vez que podamos ver a este tan querido familiar... ¡Vuelve pronto, tío Bruce!



                     

lunes, 7 de septiembre de 2015

Malas tierras. Jordi Sierra Fabra. Alfaguara. 1994. Reseña





     Jordi Sierra Fabra es un periodista y escritor catalán dedicado al estudio del rock y a la literatura juvenil. A los doce años, haciendo gala de una increíble precocidad - sobre todo en aquel momento, 1960 -, ya había escrito una novela de quinientas páginas. Fundó revistas de reconocido prestigio, como El Gran Musical o Popular 1, y ha escrito numerosas obras - en total, más de cuatrocientas -, de las cuales ha vendido más de diez millones de libros. Algo al alcance de muy pocos escritores.

     Su literatura se caracteriza por un estilo directo marcado por los diálogos, el ritmo, las frases cortas y cierto suspense. Algo que también se puede comprobar al leer la novela que nos ocupa: Malas tierras. He de confesar que el motivo de haber leído este libro es su portada y su sinopsis. El hecho de que aparezca Bruce Springsteen y de que parte de su trama se desarrolle en uno de sus míticos conciertos en el Palau Sant Jordi de Barcelona sirvieron para que me decidiera con rapidez.

     Se trata de una novela urbana desarrollada en la Barcelona inmediatamente posterior a los JJ. OO. de 1992. Y dos son sus puntos de partida: Barcelona, con el referido concierto del Boss en el Sant Jordi, y Madrid, donde una niña y sus padres esperan en el Gregorio Marañón un corazón que no acaba de llegar. Mientras muchos rockeros disfrutan en Barcelona, una familia agoniza en Madrid. El tiempo se detiene para unos, pero vuela para otros. La felicidad y la desesperanza corren de la mano durante las casi doscientas páginas de la novela.

     Mientras la niña alterna episodios de sueño y duermevela, sus padres no quieren separarse de ella ni un solo segundo. Porque puede ser el último de vida de su pequeña y no se perdonarían no aprovechar cada instante. Ambos viven momentos de esperanza, pero también de dolor y amargura. La situación está clara: o aparece un corazón durante la madrugada o su hija morirá. En las escenas que se desarrollan en el hospital madrileño los sentimientos están a flor de piel. Un donante es todo lo que se necesita. Tan sencillo. Tan difícil.

     Descripciones de algunas de las escenas del concierto del Boss aparte, el centro de la historia desarrollada en Barcelona está marcada por las relaciones entre los cuatro protagonistas: Cati, una joven estudiante de veterinaria que demuestra una seguridad y una madurez a prueba de bomba; Cristo, un inseguro y joven guitarrista aspirante a formar parte de una banda de rock local; Toni, que a la semana siguiente debe abandonar la ciudad para viajar a Melilla e incorporarse al servicio militar - todavía obligatorio por aquellas fechas -; y Neli, una alegre y extrovertida zaragozana que ha viajado de incógnito a la ciudad condal para tratar de ver a Bruce.

     Cati es el típico bombón que toda madre quisiera como novia de su hijo. Cristo y Toni, claro está, la quisieran como novia, pero ambos son tímidos y no se atreven a declararle su amor. Cristo cree tener más tiempo para hacerlo. Cuando su amigo se vaya a la mili tendrá su ocasión. Pero para Toni esa es su última noche: o se declara a Cati o la pierde para siempre (según cree él). Esa angustia crea situaciones tensas entre los amigos a lo largo de la noche: concierto + fiestas nocturnas.

     Y la tensión crece también porque otro personaje, secundario al principio, va cobrando protagonismo. Un protagonismo que nos anticipa una tragedia final. Y es que según avanzamos en la lectura, vemos cómo la niña de Madrid va a ser salvada por uno de los jóvenes de Barcelona. Porque ese otro personaje, recientemente divorciado y sin encontrar plan para esa noche - tras fundir su teléfono llamando a todas las chicas conocidas -, se dispone a salir a conducir como un loco por las calles barcelonesas. Alguien va a morir para que la niña madrileña viva. ¿Quién? He ahí la clave.

     La cuestión es que, en el amanecer barcelonés, el gozo, la rabia, la esperanza y la casualidad se encuentran en una encrucijada que decide el futuro de prácticamente todos los protagonistas de la acción. Los sentimientos de los chicos y chicas quedan a flor de piel y el lector, sin quererlo, busca saber quién va a morir, tomando partido por aquél o aquellos protagonistas que mejor le caen. Así es la vida en ocasiones: la desgracia de unos suele ocasionar la suerte de otros. Y la casualidad juega un papel importante en ella, mal que nos pese a todos (a veces).        

    

viernes, 4 de septiembre de 2015

Springsteen: 40 años corriendo para ganar





     25 de agosto de 1975. Bruce Springsteen y Columbia Records publican su tercer trabajo discográfico juntos. Mike Appel y John Landau, junto al propio Bruce, supervisan su grabación y producción. Solo 8 temas - con largas y magníficas introducciones instrumentales -, dos singles promocionales - Born to run y Tenth avenue freeze-out - y 39 minutos de duración bastan para poner a Springsteen en el lugar que nunca abandonaría desde entonces: la cúspide del rock and roll contemporáneo. Y eso que han pasado 40 años.

     A priori, 8 canciones y 39 minutos pueden parecer poco bagaje para un disco. Pero Springsteen y sus compañeros de la E Street Band trabajaron en él durante año y medio (enero de 1974-julio de 1975) en los Record Plant Studios y en los 914 Sound Studios de Nueva York. El resultado fue un disco épico y atemporal que aún a día de hoy emociona a quienes lo escuchan por vez primera. Un clásico que suena como nuevo a pesar de los años. Una descarga de rock and roll que la crítica acogió desde el principio con los brazos abiertos. Tanto que en 2003 la revista Rolling Stone lo colocó como el número 18 en su lista de los 500 mejores discos de la historia. Algo que, en mi opinión, se queda corto. Muy corto.

     Springsteen compuso el disco con la ayuda de un piano, no de una guitarra, y utilizó la técnica de sonido del "muro de sonido" para que sonara como Roy Orbison con Bob Dylan cantando y Phil Spector en la producción. ¿Y la portada? La portada merece mención aparte. Esa imagen tomada por Eric Meola de Bruce sosteniendo su Fender y apoyado en el hombro del saxofonista Clarence Clemons forma parte de la historia del rock. Big Man siempre fue uno de los sostenes de Springsteen. Su amistad y lealtad permanecen incluso más allá de la muerte del saxofonista el 18 de junio de 2012.

     La primera de las ocho obras maestras que componen Born to run es Thunder road. Estamos ante una canción que evolucionó tanto desde su primera versión que cuesta reconocerla. Cuando Bruce la compuso la tituló Wings for wheels, aparecían nombres de mujer como Angelina y Christina - finalmente sustituidos por el de Maria - y la estrofa final decía "is a town full of losers, and baby i was born to win" (Esta es una ciudad llena de perdedores, y nena yo nací para ganar) y no el ya legendario "it´s a town full of losers, and i´m pulling out of here to win" (Es una ciudad llena de perdedores, y yo estoy saliendo de aquí para ganar). La manida metáfora de la carretera como libertad jamás fue tan soberbiamente utilizada como en este caso. Esa armónica desgarradora simboliza a la perfección tanto la nostalgia por la juventud que se escapa como la imperiosa necesidad de cambiar de rumbo en la vida. Y el solo de saxo final de Big Man confirma ese triunfo, ese acercamiento a la tierra prometida de la que habla la canción.

     Tenth avenue freeze-out es un tema autobiográfico. Habla de cómo se va formando la E Street Band, destacando el glorioso momento en que "Big Man joined the band" (Big Man se unió a la banda). La canción suena a descarada y festiva, como no podía ser de otra manera. La mano de Steven van Zandt se nota en ese toque casi humorístico. Night es el tema más corto del álbum. Pero en sus escasos tres minutos promete escapar a toda prisa, con urgencia. La ametralladora del inicio (con la batería de Max Weinberg a la cabeza) da paso a ese saxo de Clarence, que llora y nunca descansa.

     Backstreets cierra la cara A del formato original de vinilo. Es un tema melodramático narrado con gran maestría. Otra pieza eterna, de museo. La desesperación que subyace puede ser debida a la relación del narrador con un hombre llamado Terry, junto a quien debe apartarse de la sociedad. Quizás haga referencia a una relación homosexual, pues en aquella época los amantes homosexuales debían vivir en la sombra. También es posible que simplemente sea un tema que habla de la amistad, en el pleno sentido de la palabra. El caso es que el órgano de Roy Bittan, la guitarra de Bruce y la batería de Max Weinberg nos ayudan a entender mejor a estos personajes que deben sentirse como cowboys de medianoche, siguiendo el efecto cinematográfico que Bruce buscó desde el primer momento en el disco. 

     La cara B del elepé comienza con Born to run. Al principio de esta entrada hablé de lo atemporal del álbum. Pues bien, este es el más claro ejemplo de cómo algo grabado hace cuarenta años puede sonar como actual, como algo que nunca pasa ni pasará de moda. Seis meses costó grabar un tema de cuatro minutos y medio. Cuatro minutos y medio que sirvieron para establecer el sello Springsteen para la posteridad. Esperanza, romance y carácter épico en una sola pastilla. Siguiendo la línea de Thunder road, Bruce le canta a su chica - que en esta ocasión se llama Wendy - que "tenemos que salir mientras seamos jóvenes, porque los vagabundos como nosotros, nena, nacimos para correr". Sin embargo, a diferencia de la anterior, es una canción que habla de confusión, desorientación, sentimiento de pérdida. Y no solo del propio Bruce sino de un país entero. Y es que estamos ante un disco grabado tras la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo o el caso Watergate que acabó con el gobierno de Nixon. Es decir, en plena decadencia del mal llamado "sueño americano". 

     She´s the one es toda una declaración de amor. Y, fantástica letra aparte, el abrasador solo de saxo de Clarence y el hecho de que Bruce cante a lo Elvis la convierten en una de las mejores declaraciones de amor posibles. Meeting across the river es una canción para escuchar a oscuras y con el volumen al máximo. Es casi una nana que nos relaja y nos eleva el espíritu. Puede que pase desapercibida en las primeras escuchas del disco, pero no desmerece en absoluto del resto de las siete magníficas. Su piano nos conduce por un río del cual no queremos regresar.

     Y llegamos a Jungleland. ¿Qué puedo decir de esta maravilla? Este modesto blog debe su título a esta enorme joya. ¿Cómo puede una canción de nueve minutos dejarnos con ganas de más y con la sensación de quedarse corta? ¿Cómo puede dejarnos con los ojos llorosos, el pelo erizado y el cuerpo sudado, aunque la escuchemos tumbados en la cama en pleno invierno? Un introductorio violín triste; un piano que nos cosquillea; un saxo que nos empuja hacia arriba con fuerza inusitada; un Bruce, convertido ya en el Boss que todos conocemos, cantando a la par con melancolía y esperanza, con fragilidad y rabia; y un solo de saxo de Clarence capaz de levantar a un muerto. Un tema de diez. Muy emotivo. Redondo. La gran canción. La madre de todas las canciones. Un broche final perfecto para el disco perfecto. Para el disco.

     En definitiva, un disco optimista que nos invita a elegir nuestro futuro. El Bruce de 24 años (¡solo 24!) convertido en el Boss del rock and roll. El que cruzó por primera vez el charco para dejarnos imágenes y notas como las registradas en el legendario concierto del Hammersmith Odeon de Londres aquel 18 de noviembre de 1975. El Springsteen que eligió ser el futuro del rock no porque lo hubiera dicho John Landau sino porque era su sueño desde que, todavía más joven, imaginaba ser Elvis o Roy Orbison.