El frío fue la primera novela de Marta Sanz. Se publicó en 1995 dentro de la colección Punto de Partida de la editorial Debate. En 2012, Caballo de Troya, un sello de Random House Mondadori, la reeditó tras el lanzamiento de su exitosa novela negra Black, black, black. Se trata de una historia corta --137 páginas-- pero intensa. Una historia de ida y vuelta, de trenes, de autobuses, de sanatorio, de manicomio. De locura. De asesinato. Porque a veces es necesario matar un amor para poder desprenderse de él y poder seguir viviendo. Una novela fría desde la propia portada: un halógeno frío. También desde una escritura severa, sobria y, por supuesto, fría. Como queriendo marcar distancia respecto a la historia narrada. Respecto a ese amor convertido en desamor, en odio como modo de salvación. Como modo de superar el dolor provocado por una herida casi de muerte.
Es una de esas novelas que resultan muy complicadas de reseñar. Todo un desafío para quien se atreve a intentarlo. En este caso, servidor. ¿Por qué esa complejidad? Pues básicamente porque combina partes más ambiguas, que narran acciones con gran sutileza, casi sin apretar el lápiz sobre el papel, con otras mucho más directas, concretas, que amenazan con perforarlo y hasta destruirlo. Un estilo que, bien pensado, es el más acertado para contar la historia de una pasión convertida en odio. De un amor que, como el famoso espía de John Le Carré, surgió del frío. Del frío de un hombre, Miguel, protagonista masculino de la historia, capaz de tratar a su pareja, narradora de la cual conocemos mucho pero sin embargo desconocemos el nombre, de una manera que poco --o nada, más bien-- tiene que ver con el amor. Con el amor bien entendido, claro.
Desde hace años, estoy cargando con tu parte y la mía, no creas que no me doy cuenta, le recrimina a Miguel la narradora tras uno de los muchos desplantes que debe soportar. La protagonista esconde sus sentimientos ante los demás. Actúa raspándome los labios para no estallar entre desconocidos. Nadie sabe que todo se rompió, hay que concentrar la angustia hacia adentro, no justificarme ante ninguno. No soy débil. Pero hacerlo así no oculta la dura realidad: que sí lo es. Y ella es la primera en saberlo. Me encerraré en la habitación, me taparé la cabeza con las sábanas, gritando contra el colchón, haré humedades y charcos con el sudor del miedo. Me has enseñado bien: aguantaré sola la pena que me doy. Recuerda su niñez, se ve a sí misma de niña, celosa de sus intimidades y pensamientos, y se recrimina que a ti te lo enseñó todo. Tonta, ya no era la misma.
Y, ¿qué sabemos de Miguel? Pues que en el presente está encerrado en un sanatorio, donde los hombres se transforman en insectos martirizados por niños que arrancan a los grillos las patas delanteras, y está atendido por Blanca, una enfermera que lo mismo lo mima como lo maltrata. ¿Cuestión del karma, quizás? Sabemos, por Blanca, que Miguel siempre está en un estado de melancolía y dejadez. Y que le cuesta mucho trabajo que se tome las pastillas. Y también sabemos --o intuimos-- que en el pasado le ha sido infiel a la protagonista, quien lo describe así: entre ese olor de ella que yo llevo prendido: me basta con acercar el dorso de la mano a mi nariz. Y, a la vez, se recrimina a sí misma: te acariciaría el pelo y el perfil de la mandíbula. No me movería ni un centímetro para no despertarte.
Porque, durante el tiempo que duró la relación, lo importante era que tú te encontraras a gusto, que yo me hiciera imprescindible, que estuviese dentro de tus deseos y poderlos preparar de antemano. Yo no tenía otra cosa que hacer. Solo ser mejor que tu madre, mejor que tu hermana, mejor que la mejor de tus amigas, la amante más solícita y predispuesta. Con la simple certeza de que te acurrucarías en mí, confiado, para dormir hasta que mis muslos fueran dos piezas de escarcha. ¿A que me hubieras frotado los tobillos hasta que la sangre volviera a ponerse en circulación?, ¿verdad que me hubieras dado un masaje para que el calor retornara a mis extremidades? Mentira. Lo cual muestra bien a las claras que la relación nunca fue un fifty-fifty, sino una subordinación, un claro ejemplo de servilismo por parte de ella hacia Miguel.
Luego vinieron los insultos, los malos tratos psicológicos, el dejarla mal en público a base de gritos y aspavientos, las infidelidades, los reproches, etc. Y la narradora vuelve a verse desde fuera para recordar: y ella se pregunta cuándo podrá volver a casa, cuándo se lo ibas a permitir. La cabeza arde. Podría gritar más que tú e insultarte y echarte en cara tantas cosas. Pero le da miedo. O no, no es eso, realmente, no quiere hacerlo, no quiere al reprocharte, caerse al precipicio. Después de tanto creer. Más tarde me echaste de tu cama. Y la vida de la protagonista se convierte en un callejón sin salida, carente de autoestima y amor propio y sobrada de una perturbadora obstinación en salvar lo insalvable. De preferir mirar hacia otro lado para crear una realidad paralela para no ver la realidad verdadera. En una sinrazón. En una locura. Como siempre, yo volví contigo y, además, contenta.
Y en el autobús de regreso a su casa, la narradora vive una experiencia común llevada al máximo desatino cuando una pareja joven se besa en sus asientos. Cree explotar y desearía recriminarles, intimidar, censurar con el aplauso del resto de los pasajeros, idiotas que tanto me hubiesen molestado si este trayecto fuera otro. Es decir, si los jóvenes fueran los que en su día fueron ella misma y Miguel --las mismas buenas razones que siempre imaginé que los demás pensaban para mí. Sin atreverse a decírmelas, pero con todo el peso de una culpa grande y muda. Insultos de transeúntes al mirar, cuando andaba por la calle con el cuello mordido y tú me llevabas cogida por la cintura--. Iros a un parque, pequeños imitadores. Meteos detrás de un árbol y coged reúma, a ver si perdéis las bragas entre los espinos y se os llena la garganta del barrillo que se forma en los jardines con el meado de los perros.
El frío es, pues, una novela intensa, descorazonadora pero a la vez esperanzadora. A veces conviene asegurarse de haber llegado a tocar fondo, de haber sido consumido por las llamas, para ascender, resurgir, cual ave fénix, a una nueva vida, a una nueva existencia, a una nueva manera de ver el mundo y a una nueva forma de estar en él y formar parte de él. Y, como ya he escrito al principio, es esa conjunción entre ambigüedad y sutileza, por un lado, y concreción y dirección, por otra, lo que la hace todavía más interesante. Más llamativa. Más absorbente. Porque es una de esas historias que cuesta dejar. De las que quieres saber más. Y Marta Sanz sabe mantener el misterio sobre muchos aspectos, principalmente en lo que respecta a la resolución de la misma. El frío, por tanto, constituye un muy buen debut literario, y ya deja muestras de la gran escritora en la que con el tiempo se ha ido convirtiendo la escritora madrileña.