LIBROS

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lunes, 24 de febrero de 2014

La estación espía. Ramón Javier Campo. Península. 2006. Reseña






     La estación internacional de Canfranc, inaugurada en 1928 por Alfonso XIII (también acudió Francisco Franco como general director de la Academia General Militar de Zaragoza, cargo que acababa de estrenar unos meses antes), situada a sólo cuatro kilómetros de Canfranc pueblo, vivió su época de mayor movimiento durante la Segunda Guerra Mundial. Hasta noviembre de 1942 fue un enclave estratégico para las redes de espionaje de los aliados. La Resistencia Francesa y los servicios de inteligencia británicos utilizaron la frontera para pasar mensajes en clave con la finalidad de acabar con el poder nazi.

     En esa fecha la situación empeoró con la ocupación alemana de la Francia hasta entonces libre y de la frontera con España. Los nazis se establecieron en la estación aragonesa, aunque eso nunca detuvo a quienes lucharon por salvar el continente de su barbarie. Multitud de judíos, soldados aliados y franceses que huían de su país ocupado utilizaron también el paso fronterizo para ponerse a salvo y tratar de llegar al norte de África (vía Zaragoza y Madrid) o a Portugal (donde embarcaban rumbo al continente americano en busca de la ansiada libertad).

     La estación espía es un relato construido a partir de una investigación histórica realmente digna de alabar que recrea cómo era la vida en la estación, el pueblo y sus alrededores en una de las épocas más convulsas de la historia de la humanidad. Su autor, Ramón Javier Campo, periodista de El Heraldo de Aragón desde 1991, sigue el camino emprendido en El oro de Canfranc (2001). Oscense de nacimiento, no pudo negarse a investigar la gran cantidad de sucesos acaecidos tan cerca de su lugar de residencia, algo nada difícil de entender cuando uno ha leído las páginas de sus estudios.

     La estación fue también el lugar en el que los regímenes de Franco y Hitler intercambiaron mercancías de alto valor energético (wolframio y hierro) y económico (lingotes de oro y obras de arte). Pese a la neutralidad española a nadie escapa la intensa colaboración que hubo entre los dos dirigentes fascistas, en estrecha unión también con Salazar y Mussolini. El relato muestra, sin embargo, cómo los españoles fueron paulatinamente virando en su política exterior según el signo de la guerra fue cambiando en favor de los aliados.

     En el libro se tratan las varias y variadas redes de espionaje establecidas en la zona (de la Resistencia Francesa y de los republicanos españoles asentados en tierras vecinas), los asentamientos de maquis españoles en los montes de la parte francesa de la frontera e incluso de policías y guardias civiles españoles que trataban de impedir a toda costa que sus amigos los nazis vieran cómo sus expectativas de dominio europeo se vinieran abajo.            

     Dentro de la gran historia de la contienda militar hay multitud de historias o micro-historias que no por desconocidas son menos importantes. Y es gracias a obras como la reseñada que el lector puede asistir a escenas realmente conmovedoras en algunos casos y estremecedoras en otros. La lectura de La estación espía resulta muy agradable en cuanto a forma de escritura y también en cuanto a la vasta información aportada por su autor.

     A buen seguro este libro se convertirá - si no lo es ya - en fuente de información y documentación de primera mano tanto para historiadores y demás estudiosos como para escritores. De todo lo que ocurrió en la imponente y majestuosa estación modernista de Canfranc saldrán tesis, libros, artículos y novelas de gran interés. El tema da para mucho y no está demasiado tratado, por lo que lo que nos presenta Ramón Javier Campo es todo un filón que habrá que explotar. Y servidor, que ha paseado por tan magno edificio, puede asegurar que simplemente imaginar en el lugar a miembros de la Gestapo, espías de todo tipo, huidos de toda índole, vagones y vagones de lingotes de oro y obras de arte, etc produce una sensación realmente emocionante. 

     En definitiva, nos encontramos ante un documento de indudable interés para estudiosos pero también para curiosos y ávidos de adquirir nuevos conocimientos. Una lectura que nos hará reflexionar, más si cabe, sobre la época en que Canfranc vivió su época de mayor esplendor. Muy recomendable su lectura, al igual que la visita tanto al pueblo como a la estación misma y su entorno. Un entorno cambiante según la época del año, desde el extremo frío invernal hasta los calores del crudo verano. 


lunes, 17 de febrero de 2014

The Monuments Men. Robert M. Edsel. Destino. 2012. Reseña





     Casi todo el mundo ha escuchado o leído informaciones sobre el expolio cultural europeo perpetrado por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, lo que casi nadie sabe (o sabía) es que hubo una serie de hombres (también denominados "soldados del arte") que, sin fusiles, ni tanques, ni bombas, pero sí con su conocimiento, su sigilo y su astucia lograron salvar el patrimonio artístico de la codicia de Hitler y sus gerifaltes pero también del poder ampliamente destructivo de los ejércitos contendientes. Uno de los temas menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial es tratado en este ensayo divulgativo con gran detenimiento.

     Robert M. Edsel creó en 2007 la fundación Monuments Men buscando sensibilizar a la opinión pública sobre la conveniencia de proteger durante los conflictos el legado artístico de cada país. Además, dicha fundación informa sobre gran número de obras robadas, escondidas, deterioradas, o que, simplemente, se perdieron para siempre.

     Empresario dedicado al gas y al petróleo, ha invertido buena parte de sus ganancias en estudiar y documentar la vida y la actividad de personas que durante la Segunda Guerra Mundial consagraron sus vidas y sus esfuerzos a proteger y preservar las obras de arte europeas del expolio nazi. "The monuments men" es el resultado de trece años de investigación exhaustiva sobre una aventura tan fascinante como poco conocida del peor conflicto bélico que ha vivido la humanidad hasta la fecha. 

     En la misión participaron en total unos trecientos hombres y mujeres, aunque sólo una decena de ellos estuvieron en primera línea de combate (algo necesario para poder ponerse manos a la obra nada más reconquistar territorios y, así, evitar mayores problemas en forma de saqueo, destrucción o pérdida). La práctica totalidad de ellos eran británicos y estadounidenses y pertenecían a la "flor y nata" de oficios relacionados con la conservación, restauración y labores museísticas. Un par de ellos, por desgracia, murieron durante el conflicto.     
     Hitler y sus secuaces robaron obras de arte de todo el continente. Su intención, aparte de lucrarse, era construir el mayor museo del mundo (el Fürhermuseum) para mayor gloria del III Reich. Linz, ciudad austriaca origen del Fürher, sería el nuevo centro artístico mundial, desplazando en importancia a la Florencia renacentista. La maqueta del proyecto acompañó a Hitler en su búnker de Berlín hasta sus últimos momentos.

     Sin embargo, tras el desembarco de Normandía y la batalla de Stalingrado el curso de la guerra cambió progresivamente y los nazis comenzaron a transportar a Alemania las grandes obras de arte (como, por ejemplo, la Madonna de Brujas, de Miguel Ángel, o el retablo de Gante, más conocido como "la Adoración del Cordero Místico", de los hermanos van Eyck). Los lugares de destino fueron minas de carbón o de sal excavadas en las montañas más escondidas (Altaussee o Merkers) y palacios y grandes almacenes convertidos en depósitos de arte (castillo de Neuschwanstein, Siegen o Heilbronn).

     No obstante, lo peor llegó en los últimos meses del nazismo con el Decreto Nerón de Hitler, por el cual debían destruirse todas las infraestructuras alemanas (puentes, vías férreas, fábricas, almacenes, etc) para impedir el avance aliado. Durante las últimas semanas del conflicto en Europa, con Hitler refugiado en su búnker o ya muerto, se creó un vacío de poder que hizo que algunos pensaran en destruir también las obras de arte para que no volvieran a caer manos del enemigo. Algunas obras se perdieron para siempre.

     El ideólogo de los "Monuments Men" fue el teniente George Stout. Como oficial de campo fue el referente del resto de miembros del cuerpo de Museos: J. Rorimer, R. Posey, L. Kirstein, W. Huchthausen, W. Hancock, H. Ettlinger, R. Balfour, etc. Buena parte de la información manejada por todos ellos en su búsqueda de obras de arte por toda Europa provino de Jacques Jaujard, director de los museos nacionales de Francia, y Rose Valland, conservadora temporal del Jeu de Pomme, adyacente al Louvre, durante la ocupación alemana.

     Tomando como base la obra de Edsel el actor George Clooney ha producido, co-escrito y dirigido un film de idéntico título en el que participan, entre otros, el propio Clooney (en el papel de George Stout), Matt Damon (J. Rorimer) y Cate Blanchet (Rose Valland). Habrá que ver si Hollywood hace justicia con estos hombres o si, como es habitual, entrega la gloria a invenciones subjetivas carentes de interés histórico.
     

lunes, 10 de febrero de 2014

El Paciente. Juan Gómez-Jurado. Planeta. 2014. Reseña





     Voy a ser sincero. Cuando supe el argumento de esta novela no me llamó para nada. Una nueva novela sobre conspiraciones o planes para matar al presidente de los EE. UU.. Libros así hay a patadas, pensé en un principio. Sin embargo, le di una oportunidad por su autor. He leído (y reseñado, en este mismo blog) sus cuatro novelas anteriores. Y en todas me sorprendió positivamente. Así que me puse a leer, sin mucha convicción pero deseando ver cómo se las arreglaba Juan para volver a enredarme (dicho esto en el mejor sentido de la palabra) en sus historias.

     ¿Se habrá dado un batacazo en esta novela? Todos los escritores, por buenos que sean, escriben de vez en cuando alguna obra en la que la pifian. Esta tenía toda la pinta en mi opinión. Demasiado arriesgado apostar por una temática tan cansina por recurrente. ¡Qué le vamos a hacer! Quizás tuviera que bajar del altar en que tenía subido al bueno de Gómez-Jurado.

     Me equivoqué. Totalmente. Desde el prólogo (apenas una página) me enganché. Como me pasó con sus obras anteriores, sobre todo con "La leyenda del ladrón". Me van más las novelas históricas que los thrillers. Cuestión de gustos, claro. De hecho, creo que ello sirve para afirmar que el autor es un grande. Que yo haya leído cuatro thrillers es un milagro. No habré leído más de una veintena de ellos en los últimos años.

     Pero vayamos con "El Paciente". ¿Qué os puedo contar de la novela sin desvelar nada básico de su contenido? Varias cosas. En primer lugar, la acción te atrapa desde el principio. En cada página ocurre algo de importancia para la historia. No es que no haya descripciones. Las hay. Las justas, sin florituras ni alardes innecesarios. Al leer sus escenas escuchas los sonidos de tu corazón. Estás en vilo en todo momento.

     La trama, a diferencia de muchos thrillers, es absolutamente creíble. Está planteada al mínimo detalle y parece tan real como la vida misma. Los personajes exactamente igual. El doctor Evans, uno de los mejores neurocirujanos del mundo, se ve acorralado entre el principio hipocrático, su responsabilidad para con sus conciudadanos y su deber como padre. Y el drama personal que arrastra, por desgracia, es compartido por demasiadas personas en el mundo. Su hija es lo único que le queda y el hecho de estar cerca de perderla le hace reaccionar de una manera muy humana y comprensible: si hace falta, matará al paciente, nada más y nada menos que el presidente de los EE. UU..

     Kate, su cuñada, también es un personaje que resulta muy veraz desde el principio. Su historia de amor y sus celos y resquemores la ponen en una tesitura complicada. Debe decidir entre su bien profesional y lo que su corazón le dicta. Y el malvado White es un psicópata de la talla de aquellos que han pasado a la historia de la literatura y del cine.

     Otro aspecto que me ha llamado la atención es la manera de contar la historia. El doctor Evans narra en primera persona la mayor parte de la novela. De hecho, se presenta como un diario personal en el que cuenta los hechos cronológicamente. Sin embargo, las acciones de Kate, White y el resto de personajes aparecen narrados por el narrador omnisciente clásico. Este contraste le da un toque especial a la novela.

     Como lector, he disfrutado a la vez que sufrido. Lo primero, por deleitarme literariamente. Lo segundo, por lo agobiante que resulta la acción en determinados momentos. La incertidumbre y la angustia son difíciles de transmitir, aunque Gómez-Jurado lo ha conseguido de forma magistral. Y, en parte, ello se debe también a la veracidad de los ambientes y de los términos médicos empleados. Washington y sus alrededores están descritos a la perfección, de la misma manera que los vocablos médicos están explicados al detalle. Ambos aspectos son muy de agradecer como lector.

     Que una novela que se lee en unas doce horas te tenga en vilo dos noches seguidas para terminar leyéndola en apenas 24 horas dice mucho de la calidad de la misma. Por culpa de Juan he estado dos noches casi en vela, con la consiguiente rojez de ojos y dolor de cabeza. Pero la historia vale la pena. Y el desenlace, más todavía. Que un lector básicamente de novela histórica pierda horas de sueño por un thriller lo dice todo. De nuevo, el autor me ha sorprendido gratamente. Y esta vez era la más difícil sin duda. "El Paciente" es una novela altamente recomendable. Aprenderás, disfrutarás, sufrirás y te involucrarás en la historia de tal manera que hasta desearás la muerte del presidente de los EE. UU.. 

     Por cierto, os dejo con el book-trailer de la novela. Pronto, el trailer de la película. Antes de salir a la venta los derechos de "El Paciente" fueron comprados para ser llevada a la gran pantalla. Ahí es nada...


      

     

jueves, 6 de febrero de 2014

El médico. Philipp Stölzl. 2013.





     De entrada debo confesar que no pude con la novela. Sé que es un best-seller, sé que la han leído más de veinte millones de personas en todo el mundo. Pero son cosas que pasan. No pude pasar de la página 90. Lo mismo me ocurrió con "La bodega", otra obra del escritor Noah Gordon. Por tanto, aclaro que el presente artículo se ciñe únicamente a la película dirigida por Philipp Stölzl, dejando de lado la polémica sobre si está o no bien adaptada la novela en esta versión para la gran pantalla.

     El director alemán ("El último testigo" o "Goethe!") se apoya en el guión adaptado por Jan Berger ("Somos la noche" y "En busca de la piedra mágica") para acercarnos a la aventura épica que originó la medicina casi tal y como la conocemos a día de hoy. El personaje de Rob Cole, soberbiamente interpretado por un desconocido, Tom Payne, nos arrastra merced a sus ansias de conocer los secretos de la medicina. 

     Todo comienza a sus siete años de edad, a raíz de la muerte de su madre y a su instinto de supervivencia, lo que le llevará a conseguir que le acoja un viejo barbero inglés, también muy bien interpretado por el actor sueco Stellan Skarsgard ("El indomable Will Hunting" o "Mamma mía!"). Con él comenzará a aprender pequeños aspectos de la por entonces primitiva medicina británica. El gran cambio, sin embargo, se dará al asistir a cómo un joven judío cura la ceguera del barbero. Su interés le llevará a preguntar. Y de esa pregunta surgirán un lugar (Ispahan, Persia) y un nombre (Ibn Siná, más conocido por todos nosotros como Avicena).

     Tras no conseguir convencer a su acompañante para viajar hasta allí emprenderá el viaje en solitario. Un año de penurias. Pero también un año que cambiaría su vida. En ese viaje conocerá al amor de su vida, una joven judía española que viaja hasta Ispahan para casarse con un conocido mercader local. Emma Rigby, bellísima actriz inglesa también prácticamente desconocida, borda su personaje.

     Al llegar a tierras persas logrará ser admitido por Ibn Siná, el más gran sabio de su tiempo, magistralmente interpretado por el inglés Ben Kingsley ("La invención de Hugo", "Oliver Twist"), de la mano de quien aprenderá los mil y un secretos de la medicina oriental, la verdadera medicina en aquella época. Merced a su relación con el sabio, llegará a trabar amistadv personal con el Sha de Persia, encarnado por el francés Olivier Martínez ("Infiel", "Antes que anochezca").

     En la madraza de Ibn Siná se relacionará con estudiantes árabes y judíos por igual. Pero deberá guardar su gran secreto: obviamente, es cristiano. Se esforzará en aprender los ritos judíos para conseguir su gran propósito: convertirse en un gran médico. La película nos va ilustrando con sus progresos médicos, además de situarnos en el ambiente de gran intolerancia religiosa (cristiana, judía y musulmana) y de enseñarnos cómo su relación con la joven judía española se va estrechando más y más.

     Todo ello con un vestuario, una ambientación, una escenografía, una fotografía (Hagen Bondanski) y una música (Ingo Frenzel) que deleitan nuestros sentidos de inicio a fin. Y es que, pese a durar dos horas y media, el film no se hace largo ni pesado, sino que es fácil de ver y de digerir dada la belleza de sus imágenes y su colorido. Ciertamente, no es nada que no se haya visto antes (es más, recuerda ese cine de Hollywood de los años cincuenta o sesenta - nada que ver, por ejemplo, con "El reino de los cielos" y demás atrocidades cometidas en la actualidad -), pero uno se va a casa muy contento y satisfecho.

     De todo lo anterior surge una reflexión en forma de pregunta: ¿por qué se ha tardado 27 años en llevar esta historia al cine? La explicación más plausible es que la novela fue un éxito en todo el mundo, sobre todo en Europa, pero no en EE. UU.. De ahí que Hollywood no se haya lanzado nunca a la aventura. El dinero manda, como siempre. Por esa razón ha habido que esperar a que un director alemán y este maravilloso elenco de actores (europeos todos) se decidieran a dar el paso hacia adelante.   
                           
     En definitiva, y repitiendo que debo dejar de lado las críticas acerca del escaso acierto a la hora de adaptar la novela de Gordon al cine, debo aconsejar a todo el mundo ver esta magnífica película. No creo que nadie se arrepienta de pasar dos horas y media visionando una historia dramática pero épica desarrollada en el siglo XI, una época que, visto lo visto, no fue tan oscura. No en vano, alumbró las bases de la civilización moderna.


lunes, 3 de febrero de 2014

Luis Aragonés (1938-2014). Genio y figura...





     Recordar a Luis Aragonés únicamente por haber llevado a la selección española a vencer en la Eurocopa de 2008 es realmente injusto. El Sabio de Hortaleza ha significado para el fútbol español mucho, muchísimo más. Los triunfos no vienen de la nada. Nunca. Para conseguirlos hace falta un cambio de mentalidad, una nueva manera de ver las cosas y una nueva forma de afrontar las distintas situaciones. Luis hizo que la selección se convirtiera en un equipo, y que de la conocida Furia Española se pasara a jugar al fútbol con más cabeza que corazón.

     No obstante, Aragonés comenzó a gestar su leyenda hace muchos años. Cuando el fútbol era en blanco y negro, cuando la selección española optaba a todo para no ganar nunca nada. Y, sobre todo, cuando vestía los colores rojiblancos y lucía sus conocidos zapatones. Porque, más allá de sus éxitos con La Roja, Luis Aragonés siempre tuvo el corazón rojiblanco. 

     Llegó a la ribera del Manzanares a los 26 años de edad y lució la elástica colchonera durante diez temporadas, en las que consiguió 3 Ligas (66, 70 y 73), 2 Copas (65 y 72) y un subcampeonato de Europa (1974, tras marcar un gol de falta que pudo significar la primera Copa de Europa para su equipo). Pese a ser centrocampista, en 1970 ganó el trofeo Pichichi como máximo goleador de la Liga. El Atlético de Madrid le marcó tanto que nada más retirarse se puso a entrenar a sus ex-compañeros. Se sentó en el banquillo del Calderón durante 15 temporadas (hasta en cuatro épocas diferentes), consiguiendo 1 Liga (77), 3 Copas (76, 85 y 92), 1 Supercopa de España (85), 1 Copa Intercontinental (74) y la Liga de Segunda División (2002), con la que volvió a situar a su equipo en la Primera División.

     Además, logró la Copa del Rey del 88 con el F. C. Barcelona, el Premio Don Balón al mejor entrenador de la Liga en el 77 y la Medalla de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo en 2001. Luego, ya con la selección española, llegaron la Eurocopa del 2008, el trofeo al mejor entrenador según la IFFHS en el 2008 y el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes en 2010 (junto al resto de los componentes de la selección española de fútbol).   

     Entrenó a otros siete equipos españoles de Primera División y hasta al Fenerbahce turco en la temporada 2008-9. Fue el último equipo al que entrenó (y el único fuera de nuestras fronteras), aunque no anunció su retirada hasta diciembre de 2013, ya enfermo de leucemia. Una enfermedad que mantuvo en silencio hasta el final. Porque, si algo tuvo siempre El Abuelo, fue el sentimiento de querer estar en un segundo plano. Sus jugadores recuerdan que siempre decía que cuando el equipo ganaba "lo hacía por sus jugadores" y que cuando perdía "era por culpa del entrenador". En las celebraciones se mantenía apartado de sus pupilos, cediéndoles todo el protagonismo. Y en las derrotas, salía a dar la cara por ellos y "a recibir las hostias se hacía falta".

     Indudablemente, Don Luis no fue ningún santo. Le gustaba disfrutar al máximo de la vida. Fumador incansable, bebedor un poco más que ocasional y jugador nato de quinielas (en más de una ocasión llegó a ser agraciado con algún que otro premio), primitivas y casinos (los trabajadores del Casino Monte Picayo de Valencia, ciudad en la que entrenó entre los años 95 y 97 pueden dar buena fe de ello), tenía un carácter muy marcado. En más de una ocasión tuvo alguna salida de tono bastante desafortunada. Pero siempre, siempre iba de cara hacia la persona que tenía enfrente.

     Sin embargo, todos sus jugadores hablan maravillas de él. Incluso hombres como Samuel Eto´o, camerunés al que empujó contra el banquillo del Mallorca tras una protesta del jugador posterior a un cambio; Raúl González, mítico jugador del Real Madrid al que "jubiló" de La Roja; o Paolo Futre, capitán atlético con el que tuvo en algunas ocasiones sus más y sus menos. Todos ellos han hablado de su míster como alguien sin el cual el fútbol - y ellos mismos - no serían como es en la actualidad. ¿Y quién no recuerda sus discusiones con presidentes de clubes (por ejemplo, con Jesús Gil, de quien fue amigo pese a defender posiciones diferentes en no pocas situaciones)?

     Ganador nato (para él, el fútbol era "ganar, ganar, ganar y volver a ganar"), pidió a los médicos que le atendieron de su corta pero demoledora enfermedad mortal que no hicieran público su estado. "Se marchó", en palabras de Pedro Guillén, su médico y colaborador en muchos de los clubes en los que militó como entrenador, "en silencio; sin hablar. Como el deportista que medita y se concentra antes de saltar al terreno de juego. En el anonimato de quien se va mirando de frente a la muerte". Genio y figura...  

     Don Luis se ha ido. Pero su leyenda, su carácter, su genio y su particular forma de ver y de vivir la vida y el fútbol permanecerán en todos los que pudimos disfrutar de él en vida. Sea desde la parcela que sea. Descanse En Paz, míster.