LIBROS

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lunes, 19 de diciembre de 2022

No me cuentes cuentos. Sandra Sabatés. Planeta. 2022. Reseña

 





    Tras su primera incursión en el mundo de los libros con Pelea como una chica (Planeta, 2018), en el que se sumergió en la complicada pero necesaria tarea de rescatar las vidas de mujeres ilustres y valientes (Emilia Pardo Bazán, María Moliner, Clara Campoamor, María de Maeztu, Margarita Salas o Dolores Ibárruri, entre otras) que desafiaron prejuicios, superaron barreras y abrieron caminos, Sandra Sabatés (Granollers, 1979) retornó a la escritura el pasado año con No me cuentes cuentos, un nuevo libro en el que aborda, desde otra perspectiva, la temática del feminismo. Si en su primer trabajo centró la atención en mujeres más o menos conocidas, en este nuevo libro poco el foco de atención en otras diez mujeres, en su mayoría anónimas, que padecieron o padecen la violencia de género. Una violencia que, normalizada desde tiempos muy pretéritos, parece no existir todavía para una buena parte de la población mundial. Lo cual hace que este libro sea necesario para abrir los ojos a los negacionistas.

    Sabatés, que fue galardonada con el Premio Meninas 2018 por su sección Mujer tenía que ser en el conocido programa televisivo El intermedio, que co-presenta junto a El Gran Wyoming, y que en el mismo año recibió también el Premio Ondas a la mejor presentadora de televisión, utiliza todos sus altavoces, en este caso un libro, para denunciar el largo camino que todavía le resta por recorrer al feminismo para lograr su objetivo final: dejar de existir como movimiento social tras haber alcanzado la igualdad plena y absoluta entre hombres y mujeres. Es una activista que jamás ceja en su empeño de alcanzar la tan ansiada igualdad entre géneros. Y en este nuevo libro utiliza, como punto de partida, el machismo de los cuentos clásicos de los hermanos Grimm, H. C. Anderson y C. Perrault. Unos cuentos que, a pesar de transmitir valores ancestrales durante siglos, representan la manifestación de un sistema patriarcal que todos, sin excepción, deberíamos querer dejar atrás para siempre. También los hombres.

    Cada uno de los diez capítulos del libro lleva por título el de un cuento o el de uno de sus personajes. Personajes femeninos débiles, indefensos, dependientes, incapaces de actuar por sí solos, infelices. A partir de ello, tras una cabecera constituida por un breve fragmento del mismo, la autora desarrolla la historia personal de cada una de sus protagonistas. Protagonistas víctimas de violaciones, abusos, mutilaciones, maltrato físico y psicológico, explotación sexual y laboral. De violencia de género, en suma. Todo ello para reflejar la sociedad que seguimos siendo y para evidenciar el trabajo que todavía queda por delante para dejar de naturalizar esos comportamientos machistas y conseguir un mundo justo en el que las mujeres sean libres y puedan vivir sin miedo. De ahí que, como reconoce la propia autora en su prólogo, este libro no va de cuentos sino de mujeres reales, auténticas, de carne y hueso, que accedieron a contar su calvario para que las demás sepan que no están solas, para decirles que pueden salir de esta.

    El primero de los testimonios expuestos es el de la manada de lobos que se comió a Caperucita durante los Sanfermines de 2016. Todos conocemos mil y un detalles de lo que aconteció en aquel oscuro portal de Pamplona. Sabatés pone el acento en la campaña de desprestigio de la víctima por parte de la defensa de los violadores y en cómo se contrató a una agencia de detectives para seguirla con la finalidad de desenmascararla. También en los sentimientos contradictorios que todo ello causó en la única y verdadera víctima de la violación, así como en las numerosas manifestaciones que hubo a lo largo del país. Y en que durante los cuatro años posteriores se denunciaron más de doscientas violaciones grupales. Algo que debería avergonzar a los negacionistas. Precisamente la denuncia es también lo más importante para luchar contra los abusos intra familiares. Como se describe en el segundo caso, el de la Infanta que sufrió abusos sexuales por parte de su propio padre, el Rey. Como ocurre en uno de cada tres casos. Los datos hablan por sí solos: según la OMS, una de cada cinco mujeres ha sufrido abuso sexual antes de cumplir los diecisiete años.

    Algo sorprendente y dramático que se repite en la mayor parte de los casos expuestos es el hecho de que la víctima se siente culpable de serlo. Esto le pasa también a la Bella, una joven que pagó los platos rotos de los celos y el complejo de inferioridad de su pareja, la Bestia. Una bestia que la maltrató y la hizo sentir culpable por ello. Desgarrador resulta el siguiente testimonio: el de la Niña, una joven brasileña que quería pagarse sus estudios de Derecho y que fue engañada cruelmente. Aceptó una buena oferta de trabajo de un año en España --tercer país mundial en el ranking de demanda de prostitución según la ONU-- que acabó convirtiéndola en una pobre prostituta sin papeles y endeudada con sus contratadores. Cayó víctima de una trampa en la que caen cada año demasiadas mujeres sudamericanas y centroeuropeas. Una española, la Bella Durmiente, fue drogada y, ya inconsciente, agredida sexualmente por un joven en Madrid. Y se sintió también culpable. Culpable por hacer sufrir a sus seres queridos. Como si ella no fuera la víctima. La víctima de ser una de ese veinticinco por cien de las chicas cuya voluntad es anulada toxicológicamente por sus abusadores.

    Ariel, La Sirenita, es una niña senegalesa que vivía junto a su familia en España. Durante unas vacaciones estivales regresó a su país para conocer a sus familiares. Unos familiares que le practicaron una mutilación genital completa. Algo prohibido aquí, pero no en el país de origen de sus padres. ¿Para qué? Para mantener su pureza y asegurar su inapetencia sexual de por vida. Como les ocurre, cada año, a otros tres millones de sirenas en todo el mundo. Blancanieves se enamoró de un príncipe que acabó saliéndole rana. Le anuló la personalidad, la hizo dependiente y la maltrató psicológicamente. Algo que le ocurre al veintisiete por ciento de las mujeres mayores de dieciséis años en nuestro país. Un dato desolador. Pero mucho menos que el siguiente: quince millones de niñas son casadas contra su voluntad cada año en el mundo. Princesa, que vive en España pero pertenece a una familia que tiene su origen en Bangladesh, estuvo a punto de tener que viajar hasta Australia para casarse con Jamal, un joven musulmán con estudios, buen trabajo y salud de hierro.

    Una sevillana de dieciocho años se enamoró de un cordobés de veinte, Barba Azul. La convenció de que lo dejara todo para irse a vivir con él a Córdoba. Aceptó y, de la noche a la mañana, se convirtió en la esclava de la familia de su amado. Otra bestia que la encerraba bajo llave cuando salía de casa. Otro celoso, otro inseguro, otro inmaduro, otro enfermo. Un enfermo que la sometió a gritos, órdenes, portazos, trompazos y estrangulamientos. Uno de aquellos estrangulamientos casi la convirtió en una de las más de mil cien mujeres asesinadas desde 2003 en nuestro país a manos de sus parejas o ex parejas. El último testimonio recogido en No me cuentes cuentos es el de la Muchacha, una joven onubense que trabajó como jornalera en las plantaciones de fresas de la provincia andaluza. Una de tantas mujeres que trabaja en unas condiciones inhumanas durante unas jornadas interminables e insufribles. Una mujer que denunció los malos tratos sufridos sobre todo por las trabajadoras centroeuropeas y magrebíes a manos de unos jefes sin escrúpulos que en no pocas ocasiones llegaron a abusar de alguna de ellas. 

    En definitiva, No me cuentes cuentos recoge diez testimonios desgarradores que sirven de ejemplo de la violencia machista o de género que todavía, a día de hoy, deben soportar demasiadas mujeres. En todo el mundo, y también en nuestro país. Sin embargo, lo más destacable de todos los casos es que comparten algo en común. Algo que debe darnos esperanza de cara al futuro. Y es que todas ellas vencieron a los que ejercían violencia contra ellas. Todas ellas, antes o después, de una manera u otra, arrastrando traumas más o menos graves, con ayuda o sin ayuda --¡mejor con ella, por favor!--, se libraron de la opresión y de los malos tratos recibidos por parte de sus familiares, parejas, jefes y demás bestias en general. Lo cual nos deja claro que las Caperucitas de hoy en día sí son capaces de defenderse. Porque tienen las armas necesarias. Porque saben que no están solas. Porque se quieren libres y felices. Porque saben que cada vez hay más hombres de su lado. Porque, entre todos, acabaremos deshaciéndonos de la manada de lobos, del Rey, del Príncipe, de la Bestia, de Barba Azul y de cualquier otro siniestro personaje salido del más oscuro cuento. Porque la violencia de género es un problema que nos atañe a todos, y no debemos dejar que nadie lo normalice ni le reste importancia.                  

      

jueves, 1 de diciembre de 2022

Los extraños. Jon Bilbao. Impedimenta. 2021. Reseña

 




    De vez en cuando a uno le apetece leer algo de un autor hasta entonces desconocido. Alguien que escriba sobre temas diferentes a los que suele leer normalmente. Buscar aire fresco, vaya. Entonces, se deja llevar por recomendaciones de familiares, amigos y conocidos. O de otros lectores o escritores. O simplemente por pálpitos. Por algo que ve en un libro que le llama la atención, sin saber muy bien el motivo. Y casi siempre suele descubrir cosas que valen la pena. Así llegué yo a Jon Bilbao y su libro Los extraños. Aunque Basilisco, su obra anterior, tenía más fama a priori --recibió el Premio de las Librerías de Navarra en 2021--, por alguna razón decidí leer este. Y no solo no me ha defraudado, sino que escribo estas líneas a modo de recomendación. Por supuesto, leeré también en un futuro Basilisco, ya que, finalizada la lectura de Los extraños, me entero de que algunos de sus personajes ya aparecieron en su anterior obra. En fin, que, como se suele decir, mataré dos pájaros de un tiro. 

    Jon Bilbao nació en Ribadesella (Asturias) en 1972, es ingeniero de minas y licenciado en filología inglesa. Actualmente vive en Bilbao y trabaja como traductor. Ha sido galardonado con varios premios por algunas de sus obras anteriores y justo antes de la pandemia escribió esta novela corta --o nouvelle--, que apareció finalmente en septiembre de 2021 de la mano de la editorial Impedimenta --Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural en 2008--, que, dicho sea de paso, presenta siempre unos libros cuidados, preciosos y coloridos. De esos que te llaman desde las estanterías de las librerías y bibliotecas y te piden que los lleves contigo. Ya me entendéis. Pues bien, que me hice con él y me lo he leído en apenas una tarde. Y no porque no sea un libro extenso --133 páginas--, sino porque me ha atrapado desde el principio por varias razones. Las cuales paso a explicar con detalle en los siguientes párrafos.

    El estilo de escritura de Bilbao, de entrada, me ha llamado mucho la atención. Y para bien. El lenguaje, sobrio y directo, es meticuloso y detallista. Las descripciones de los ambientes, lugares, objetos, personas y personalidades te hacen ver con gran nitidez aquello que la prosa del autor pretende. Las frases, cortas y sugerentes, dan un ritmo vivo a la acción --todo ello, sin dejar de atender al más mínimo detalle, como he dicho ya--. Los diálogos, a los que no les falta ni sobra una sola coma, aportan lo justo y necesario para entender --y dar a entender-- lo que está pasando en cada situación. Y la doble temática de la nouvelle --esas inquietantes luces de colores que irrumpen en la quietud de la noche invernal cántabra y la llegada a la casa en la que viven Jon y Katharina de esa extraña pareja que forman Markel y Virginia-- dejan al lector con ganas de seguir leyendo para tratar de discernir si ambos sucesos guardan o no relación entre sí.

    Jon y Katharina viven juntos en la casa de los padres de Jon. Una casa demasiado grande para solo dos personas en la que les cuesta encontrarse. Él escribe por encargo sobre temas de geología; ella traduce al alemán un aburridísimo manual de odontología. Se sienten solos. Y, aunque ella está embarazada, no deja de preguntarse si fue buena idea dejar su Múnich natal para vivir en Ribadesella. Ojo: aspecto importante. Sí, la acción de la historia transcurre en la Ribadesella del propio Jon Bilbao, lo cual ayuda a ambientar la novela. Me ayuda sobremanera conocer los escenarios de mis novelas, declaró de hecho en una ocasión. Sigamos. La cuestión es que la vida rutinaria de la pareja se ve alterada de la noche a la mañana por los dos sucesos ya reseñados: las luces de colores nocturnas y la llegada de la extraña pareja. Máxime cuando el recién llegado afirma ser primo de Jon. Un primo desconocido que poco a poco, junto a su acompañante, va tomando las riendas de la casa. 

    Lo que en un principio iba a ser una estancia rápida --a los visitantes los esperan en Madrid en unos pocos días-- se va convirtiendo en una cada vez más controvertida vida en común. Jon recela desde el principio. Algo no le cuadra. A Katharina, en cambio, le encanta compartir la casa con los desconocidos porque su sola presencia le da vidilla. Sin embargo, de forma paulatina comenzará a sentirse incómoda al ver que los inquilinos comienzan a comportarse como si la casa fuera en realidad de ellos. Así, en un principio la acción pasa de la rutina al divertimento. Y luego al temor ante lo desconocido y a la preocupación. Y es que no solo son los extraños que viven en su casa. Afuera, frente a la casa, hay otros extraños: decenas primero y centenares luego de ufólogos que, atraídos por los extraños sucesos nocturnos, ansían ver con sus propios ojos lo que a todos ojos parece un intento de contacto de corte alienígena.     

    La acción de la novela se torna claustrofóbica por momentos. Solo pequeños paseos por los alrededores de la casa y por el pueblo permiten un mínimo de oxigenación. El suspense es tal que llega a cortar la respiración ante la inquietud de cuanto ocurre. Algo de mucho mérito en una obra de ese tamaño. Y es que, como el propio Bilbao afirmó, no hacen falta 400 páginas para contar historias. Algo totalmente cierto y muy de agradecer, ya que uno empieza a cansarse de leer libros que contienen más paja de la que cabe en los establos. En este caso, encontrar en 133 páginas una historia dominada por la austeridad narrativa y unas temáticas a priori tan alejadas como la crisis de pareja y los ovnis y todo lo que ello conlleva, y que el autor sea capaz de salir de semejante embrollo de forma tan magistral, sin dejar de progresar y sin altibajos resulta todo un placer para el lector. Eso sí: la ambigüedad y falta de concreción en la que a menudo se mueve el relato puede provocar cierto desencanto final en según qué lectores. No es mi caso.

    El pulso literario de Jon Bilbao me recuerda, por su sobriedad, su perfección léxica y sintáctica y su dominio de la media distancia, así a bote pronto y salvando las distancias, a autores como Heinrich Böll, Knut Hamsun o Stefan Zweig. O, a nivel nacional y más actual, al extremeño Jesús Carrasco o al chileno Roberto Bolaño. Escribe, por decirlo de alguna manera, a la antigua usanza. Directo al grano. Con las palabras justas. Sin milongas ni escaparates engañosos. Con honestidad. Con el gusto por contar por contar --pero teniendo muy claro qué y cómo contar--. Pero, a la vez, haciéndolo de forma original, arriesgada. Rezumando actualidad y contemporaneidad. No sé si me explico: lees una página, cierras los ojos y te parece haber leído, a la vez, algo escrito el siglo pasado y algo absolutamente actual. Escribe Bilbao de una manera que parece asequible para casi cualquiera pero que, realmente, está al alcance de muy pero que muy pocos. Y, probablemente, sea ese su gran mérito.

    En definitiva: estoy seguro de haber encontrado a uno de esos autores a los que un lector descubre casi por casualidad pero del que acaba leyendo (prácticamente) todo con el paso del tiempo. Basilisco será lo próximo. Sin duda. Mientras tanto, sirvan estas líneas como modesta y sincera reseña y como una encarecida recomendación para quienquiera que la lea. No se arrepentirá.