LIBROS

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viernes, 31 de enero de 2020

1917. Sam Mendes. 2019. Crítica





     Una buena historia contada por alguien que la sabe contar de verdad puede dar origen a un buen libro o a una buena película. Es el caso de 1917, la nueva película del director británico Sam Mendes --American beauty, Camino a la perdición y las dos últimas entregas de James Bond--, basada a su vez en un conjunto de anécdotas narradas por su abuelo paterno, Alfred Mendes, quien sirvió en el ejército británico en la Gran Guerra. Esas anécdotas sirvieron a Mendes para escribir el guión de esta cinta junto a Krysty Wilson-Cairns, guionista especializada en ciencia ficción y terror. Roger Deakins, director de fotografía de films como Blade runner 2049, Fargo o Una mente maravillosa, pone la magia en una película realmente espectacular.

     Acostumbrados a ver cómo se estrenan cada año varias películas sobre la Segunda Guerra Mundial resulta esperanzador observar de vez en cuando que se resucita a esa pequeña gran olvidada que es la Gran Guerra. Films inolvidables como Senderos de gloria (1957) --de Stanley Kubrick, protagonizada por Kirk Douglas--, El sargento York (1941) --con Gary Cooper--, Lawrence de Arabia (1962) --de David Lean, con la participación de Peter O´Toole y Omar Sharif--, Johnny cogió su fusil (1971) --de Dalton Trumbo-- o Gallipolli (1981) --con Mel Gibson-- ya nos introdujeron en el cruel mundo de esta primera conflagración mundial. En la actualidad, 1917 va un paso más allá y nos la hace vivir literalmente desde dentro.

     Sin duda, el gran artífice de sumergirnos de lleno en el paisaje y la acción del film es su director de fotografía, Roger Deakins, mediante la utilización del plano secuencia continuo. Esa técnica, que se convierte en diferentes pasajes de la película en verdadera magia, pura magia, hace que los espectadores acompañemos, en directo, a su lado, a los protagonistas de la historia a través de intrincadas trincheras, pueblos abandonados, ríos furiosos, bosques peligrosos y paisajes tan espectaculares como apocalípticos. Y es que los espectadores estamos en la guerra, junto a los soldados que han de cumplir una misión tan peligrosa como épica: entregar en mano una orden que debe salvar a mil seis cientos soldados de una muerte segura. Incluido el hermano de uno de ellos.

     Como los propios soldados, inocentes pero a la vez aterrados, asistimos a la guerra como paisaje desolado. Observamos, en primera persona, la destrucción en su máxima expresión. Si ya la imagen de Kirk Douglas nos impresionó en su recorrido por las trincheras de Senderos de gloria1917 nos golpea más y más si cabe. Y uno no puede dejar de preguntarse: ¿qué se sentiría en tal situación si la película se hubiera grabado en tecnología 3D? Resulta complicado responder a esta interrogación. Aún así, estremece y acongoja, a la vez que maravilla, asistir al espectáculo, casi teatral, que supone ver este film. Porque si el cine es el séptimo arte, 1917 es la máxima expresión de ese arte. Una maravillosa obra de arte que todo el mundo debe ver en el cine.

     Es un lujo acompañar en su misión, una auténtica carrera contrarreloj en la que el movimiento es clave, pues si se detienen la misión quedará incumplida y se perderán las vidas de mil seis cientos hombres, a Schofield (George MacKay) --Resistencia, Orgullo, Captain Fantastic o El secreto de Marrowbone-- y Blake (Dean-Charles Chapman) --Juego de tronos, El pasajero, Blinded by the light o The king--. Atravesar el territorio enemigo nos pone a todos en peligro --sí, también a los espectadores, presos de la angustia y con el corazón a flor de piel en todo momento--, un peligro que debemos correr para defender valores tan importantes como el de la amistad, el del valor y el de la familia. Porque salvar al hermano de Blake y al resto de soldados es un objetivo ineludible.

     1917 es también un film antibelicista. Son varias las escenas en las que los protagonistas pueden matar fácilmente a soldados enemigos y no lo hacen. A no ser que su propia supervivencia esté en juego. A veces es matar o morir. En una escena incluso ponen sus vidas en juego por ayudar a un aviador alemán estrellado. Nada tan antibélico como eso. Para Schofield, el gran protagonista de la cinta, una medalla no tiene ningún valor. De hecho, él ha cambiado la suya por una botella de vino. En la guerra se viven pocos placeres. Y cuando se tiene ocasión de hacerlo, no hay que dudarlo un instante. Para el espectador resulta de igual manera: una película de guerra ofrece pocos respiros, así que debemos apreciar todo el arte desplegado por los encargados de traernos esta maravillosa cinta.

     La próxima semana se celebra la ceremonia de entrega de los Óscars 2020. Y 1917 es una de las grandes favoritas. Cuenta con diez nominaciones, ni más ni menos. Ya ganó los Globos de Oro a la mejor película y mejor dirección. Además, es candidata también como mejor fotografía, mejor guión original, mejor banda sonora original --para Thomas Newman, que ya trabajó con Mendes en las dos últimas entregas de James Bond, Camino a la perdición y American beauty--, mejor sonido, mejor edición de sonido, mejores efectos visuales, mejor maquillaje y peluquería y mejor diseño de producción. Como vemos, opta sobre todo a los premios que tienen que ver con cuestiones técnicas. Ningún actor ha sido nominado como candidato por su interpretación. Lo cual puede parecer injusto.

     En el caso de George MacKay, por ejemplo, participó en todas y cada una de las escenas. Incluidas las de riesgo. Al margen de contribuir a una mejor producción de la cinta, se involucró al cien por cien con la misión de su personaje. El tipo de rodaje, comentó en una entrevista, no dejaba mucho lugar a cambios. No hay muchas más opciones cuando una cámara no deja de seguirte. Así, el protagonista aceptó nadar en un río frío y con demasiadas corrientes y ser sepultado por completo por escombros resultantes de una explosión. No en vano, Ben Cooke, coordinador de las escenas de acción, reconoció que la involucración del actor y las horas y horas de ensayos para las escenas arriesgadas son la magia real de la película. O parte de ella, añadiría Deakins, supongo.

     Reciba más o menos premios en los Óscars, 1917 es la mejor película del año. Para mí, por lo menos. Un guión sencillo que nos habla de un acto heroico, absolutamente épico; valores como la amistad, la familia o el valor; una cámara que acompaña a los protagonistas en tiempo real, a cada paso que dan; una maravillosa fotografía, que es pura magia y nos acerca a las escenas hasta el punto de meternos de lleno en ellas; un sonido asombroso y ajustado a lo estrictamente necesario, sin más estridencias de las que al acción aconseja. Todos ellos, ingredientes para calificar este film como original y único en su género. Una delicia para la vista y los demás sentidos. Cine en estado puro (y duro).                     

        

lunes, 27 de enero de 2020

Querido Kobe: gracias por tanto





     Eran las 20:52 de la tarde de un domingo cualquiera. Estaba contento porque mi Estudiantes acababa de ganar el Unicaja de Málaga y dejaba de ser el colista de la ACB, situándose un poco más cerca de la salvación. Sentado en el sofá, observo que mi móvil emite un sonido característico. Un whatsapp. Lo abro tranquilo. Mi sobrino Kike. Supongo que querrá burlarse de mí porque mi Atleti no le gana ni al colista de la liga, que ha jugado los últimos minutos del partido sin portero. El mensaje me remueve: Accidente del helicóptero de Kobe Bryant. Ha muerto al 99%, porque no se sabe nada de él. Me levanto del sofá como un resorte. Mientras camino hacia al ordenador me aferro a ese 1% restante. No puede ser, me digo. Tecleo su nombre en el buscador y abro la primera noticia que aparece. Es cierto. Y está confirmado. Kobe ha muerto. Me paralizo.

     Paso varias horas leyendo detalles del accidente, intercambiando mensajes con familiares, amigos y conocidos y buscando reacciones en las redes sociales. Todo el mundo tiene algo que decir sobre lo ocurrido. No acabo de asimilarlo. Me niego a pensar que sea real. Quiero creer que al final alguien dará la noticia de que él no iba en su helicóptero. O de que no era el suyo. Pero lo es. La incredulidad va dejando paso a la rabia y la impotencia. Busco vídeos con sus mejores jugadas. Veo el cortometraje dedicado al baloncesto con el que ganó el Óscar hace tan solo un par de años, apenas retirado del baloncesto profesional. Me entero, además, de que su segunda hija, de solo trece años, ha fallecido junto a él. Iban a un partido de base de la pequeña cuando el helicóptero se estrelló. Otra hija, de solo siete meses, jamás conocerá a su padre. La vida no es justa, me repito una y otra vez.

     Me acuesto tarde, pasada la una de la mañana. Casi no duermo. Apenas cierro los ojos recuerdo su rostro, siempre sonriente. Veo en mi mente imágenes suyas, jugadas suyas, canastas suyas. Él, que tantas noches mágicas me ha regalado en los últimos años, me ha dado hoy una horrible. Me levanto peor que si me hubiera atropellado un camión de gran tonelaje. Por fin comienzo a asimilar que se ha ido. Tengo que escribir sobre él. Han pasado varias horas. Debería haberlo hecho anoche mismo. Pero no se puede escribir sobre algo que uno no asimila. Porque es como si no existiera. No sé los demás, pero yo soy incapaz de escribir sobre algo que no existe. O que creo que no existe. Comienzo a pensar qué puedo decir sobre él. Es el momento. Me siento ante el ordenador, abro Blogger y me pongo a ello.

     El baloncesto fue desde siempre pieza clave en la vida de Kobe y su familia. Era hijo de Joe Bryant, jugador de la NBA --76ers, Clippers y Rockets-- entre los años 1975 y 1982. En 1984, finalizado su periplo por la liga estadounidense, dio el salto a Europa. Se llevó a su familia a Italia, donde jugó en varios equipos entre 1984 y 1991, momento en que se retiró del baloncesto profesional. Kobe pasó en Italia, pues, siete años de su infancia. Tenía trece años cuando regresó a unos EE.UU. que apenas reconocía ya. El baloncesto no le venía solo por parte paterna. Su madre, Pam Cox, es hermana del también ex jugador de la NBA Chubby Cox --Bulls y Bullets--. Su hija Gianna María, fallecida ayer junto a Kobe, también jugaba al baloncesto. Tres generaciones de baloncestistas, ni más ni menos. Toda una saga familiar.

     Bryant jugó en la NBA durante veinte años (1996-2016), todos ellos en Los Ángeles Lakers, con los que ganó cinco anillos de campeón (2000, 2001 y 2002 con Shaquille O´Neal como acompañante, y 2009 y 2010 junto a nuestro gran Pau Gasol). La franquicia de oro y púrpura le vio jugar con las camisetas número 8 y 24, ambas retiradas en 2017, un año después de su adiós a las canchas. Algo que nadie más puede decir. Ni siquiera Jordan (jugó con el 23 y el 45), en cuyo espejo siempre se miró Kobe. Además, la Mamba Negra, como se le conocía en el mundo baloncestístico, fue MVP en las finales de 2009 y 2010, MVP de la temporada regular en 2008 y máximo anotador de la liga en 2007 y 2008. Es el cuarto mejor anotador de la historia de la NBA y fue designado en el quinteto ideal de la liga en 11 ocasiones. Jugó 18 veces el All Star Game, siendo 4 veces el MVP del partido.

     En el plano internacional, el baloncesto FIBA le vio proclamarse campeón olímpico con la selección estadounidense en los Juegos de 2008 y 2012, en ambas ocasiones venciendo a España en la final. La relación de Kobe con España le viene de esos siete años pasados en Italia junto a su familia. No solo se aclimató a la perfección a la vida cotidiana europea, sino que aprendió el italiano y el español. En aquella época jugaba al fútbol y, según declaró en varias ocasiones, de no haber regresado a EE. UU. se habría dedicado al balompié. Sus equipos preferidos desde siempre fueron el Milán y el Barcelona. También declaró que en caso de abandonar la NBA el equipo al que le habría gustado ir era precisamente el Barcelona. Su gran amistad con Pau Gasol no hizo más que acentuar sus sentimientos anteriores.

     Recién retirado de las canchas escribió, protagonizó y narró el cortometraje de animación Dear basketball. Un corto que, dirigido por Glen Keane y musicado por John Williams, le reportó un Óscar como mejor corto de animación en 2018. La pieza narra la carta de despedida que le dedicó a su amado baloncesto en noviembre de 2015, cuando anunció su decisión de poner fin a su exitosa carrera deportiva. Se proyectó en el Staples Center, cancha de juego de los Lakers, el día 6 de abril de 2017, cuando fueron retiradas y colgadas sus camisetas de juego en el techo del pabellón angelino. Ese mismo día se anunció que había sido preseleccionado para los Óscar. Sin duda, y más allá de los premios recibidos, Dear basketball supuso un broche de oro perfecto para despedir a una leyenda de tales dimensiones. Huelga decir que visionarlo y escucharlo hoy emociona mucho más si cabe.

     Querido baloncesto,

Desde el momento en que comencé a enrollar los calcetines de tubo de mi padre y a lanzar tiros ganadores imaginarios en el Gran Western Forum supe que una cosa era cierta:

Me enamoré de ti.

Un amor tan profundo que me di por entero: desde mi mente y mi cuerpo hasta mi espíritu y mi alma. Como un niño de seis años profundamente enamorado de ti, nunca vi el final del túnel. Solo me vi a mí mismo fuera de mí.

Y entonces corrí. Corrí arriba y abajo en cada cancha detrás de cada pelota perdida. Me pediste mi empeño y te di mi corazón porque vendría mucho más.

Jugué con sudor y dolor no porque el desafío me llamara sino porque tú me llamaste. Hice todo por ti porque eso es lo que haces cuando alguien te hace sentir tan vivo como tú me has hecho sentir.

Le diste a un niño de seis años su sueño Laker y siempre te amaré por ello. Pero no puedo amarte obsesivamente por mucho más tiempo. Esta temporada es todo lo que me queda por dar. Mi corazón puede soportar los golpes. Mi mente puede manejar la rutina. Pero mi cuerpo sabe que es hora de decir adiós.

Y eso está bien. Estoy listo para dejarte ir. Quiero que sepas ahora que podemos saborear cada momento que pasemos juntos. Lo bueno y lo malo. Ambos nos hemos dado todo lo que tenemos.

Y ambos sabemos que no importa lo que haga después, que siempre seré ese niño con los calcetines enrollados, la basura en la esquina, 5 segundos en el reloj. Balón en mis manos. 5 ... 4 ... 3 ... 2 ... 1.

Te amo siempre.

Kobe.     


         

     Descansa en paz, Kobe. Los vídeos de tus partidos y tus mejores jugadas nos acompañarán siempre. Que sepas que estoy enfadado contigo por irte tan pronto y de esa manera. Pero te lo perdono. Querido Kobe: gracias por tanto...

      
          

jueves, 23 de enero de 2020

A quien corresponda: "Gloria" o el comienzo del fin





     Han pasado cuarenta y ocho horas desde que dejó Gandia Gloria, el terrible temporal que ha asolado ciudades y playas a lo largo de medio país. Aunque todos hemos visto gran cantidad de fotografías y vídeos de lo que iba ocurriendo durante las tres jornadas que duró el fenómeno conviene darse una vuelta por los lugares más afectados para terminar de asimilar lo acaecido. También, sobre todo, para reflexionar sobre sus causas y sus consecuencias. Me ceñiré en el presente escrito a Gandía y su comarca, aunque me temo que aquellos lectores que lo lean desde otras zonas del país se podrán sentir muy identificados con mis sensaciones y mis expresiones. 

     Durante estas tres jornadas hemos visto los cauces de los ríos desbordados, multitud de inundaciones, varias casas que se han venido abajo, las olas del mar visitando nuestras plazas y calles y destruyendo nuestras playas, cocheras anegadas, bajos arrasados, gente aislada en sus casas y edificios durante horas o incluso días --sin poder salir, y sin luz ni agua--, carreteras invadidas por las aguas, personas muertas en horribles circunstancias, la policía y los bomberos desbordados ante una cantidad ingente de urgencias, y caos e impotencia. Mucho caos y mucha impotencia. Y una sensación definitiva de que la naturaleza siempre será mucho más fuerte que nosotros. 

     La imagen que nos sirve de cabecera nos transporta a un paisaje apocalíptico. Sin embargo, no siempre una imagen vale más que mil palabras. Lo peor, con todo, no es el daño que pueda habernos dejado este fenómeno, sino que los científicos aseguran que es tan solo el comienzo de lo que va a venir en el futuro. Un futuro que, visto lo visto, ya está aquí. Y es que esta clase de temporales va a ser cada vez más habitual, y más virulenta. Y con consecuencias mucho peores, por supuesto. Ante ello, cabe reflexionar con hondura para tratar de buscar una solución a tan gran problema. Un problema que amenaza nuestra propia existencia como especie en este planeta. 

     A tenor de los últimos hechos --y no me refiero únicamente a este último temporal--, negar el cambio climático es una gran irresponsabilidad. Sobre todo si quien lo niega es un político, pues son ellos, los políticos, quienes más pueden hacer para proteger el planeta en que vivimos. Pero no solo ellos. Porque el cambio de modelo de vida necesario para ello ha de comenzar con cada uno de nosotros. Tú, que me lees; y yo, quien te escribe. Porque Gloria no es más que el comienzo del fin de un modelo de vida que ya se ha demostrado que nos conduce directamente a la auto destrucción. ¿Qué hacer, pues? Más allá del conjunto de pequeñas-grandes acciones que todos nosotros podemos realizar en nuestro día a día hay un par de preguntas básicas que deben hacerse los políticos. A saber:

     La primera: ¿deben gastarse millones y millones de euros en rehacer todo lo que la naturaleza vaya deshaciendo cada vez con mayor asiduidad y virulencia? Y la segunda: ¿en qué momento habrá que poner fin a un modelo de vida obsoleto por insuficiente e inútil? Evidentemente, la respuesta a la primera cuestión es un NO. Porque, de seguir así, la economía municipal --me refiero a la gandiense, obviamente-- se convertirá en un pozo negro sin fondo. Reconstruir lo destruido por los temporales será cada vez más caro debido tanto a su cada vez menor tiempo entre uno y otro temporal como a los mayores daños ocasionados por su ascendente incidencia. La respuesta a la segunda cuestión debería ser igual de sencilla que la primera, pues. Es decir, YA es el momento de actuar. 

     Las dos cuestiones anteriores nos refieren, por tanto, a una irremediable tercera. ¿Cómo actuar, entonces? Los científicos afirman que es imposible seguir viviendo de la misma manera sin que ello cause pérdidas, tanto humanas como económicas, que pronto comenzarán a estar fuera de nuestras posibilidades materiales. Urge, por tanto, cambiar nuestra forma de vida. Y ello conlleva que el turismo debe dejar de ser la primera prioridad. Nuestros paseos marítimos pronto dejarán de existir tal y como los hemos conocido hasta ahora. Lo mismo ocurrirá con nuestras playas. Y debemos asumirlo cuanto antes y comenzar a explorar otras posibilidades. No resulta conveniente continuar dándonos de bruces contra la realidad cada dos por tres.

     Siguiendo con el caso de Gandia, y siempre teniendo en cuenta los consejos dados por los científicos, nuestra protección y seguridad futuras --ya presentes, por lo visto estos días-- pasan por estas dos decisiones urgentes: la construcción de escolleras para evitar que las olas del mar continúen visitando nuestras casas e infraestructuras costeras --lo que conllevaría, como parte negativa, la pérdida de las playas tal y como las venimos conociendo-- y preservar y reconstruir las dunas como elementos de defensa natural contra la erosión marina --a la vista está que las zonas de dunas de la playa de l´Ahuir en Gandia y de Oliva han resistido mucho mejor el temporal que las restantes--. Por ahí han de venir, pues, las soluciones a este problema. 

     Las grandes cuestiones, llegados a este punto, son las siguientes: ¿tomarán verdadera conciencia del problema y sus posibles soluciones nuestros políticos? ¿Se dejarán asesorar algún día por los científicos? ¿Hasta cuándo seguirán pesando más los factores económicos que los medioambientales? ¿Llegaremos a tiempo en la lucha por preservar nuestra presencia en este planeta? El gobierno español ha decretado esta misma semana la primera emergencia climática. Pero esto no arregla nada por sí mismo. Hace falta una verdadera ambición política. Y mucha valentía. De momento, hoy mismo, mientras nuestros gobernantes venden en Fitur nuestra playa como gran destino turístico a nivel internacional, tan solo cuatro operarios limpiaban nuestros más de tres kilómetros de playa. 

     Y servidor se plantea una pregunta: ¿que pasará cuando un temporal como este --o peor todavía-- tenga lugar en pleno mes de agosto, con más de trescientas mil personas en nuestra playa? El martes, cuando dejó de llover, los supermercados estaban repletos de gente que compraba para rellenar despensas y neveras. ¿Os imagináis que sucede algo así en plena temporada? El caos más absoluto, sin duda. A quien corresponda...