LIBROS

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jueves, 22 de diciembre de 2016

El psicoanalista. John Katzenbach. Ediciones B. 2016. Reseña





     Quien me sigue sabe que no soy muy de leer thrillers. No porque no me gusten. De vez en cuando va bien leer alguno para desconectar. Pero, ciertamente, thrillers muy buenos hay muy pocos. O eso al menos opino yo. Casi todos suelen seguir más o menos los mismos patrones. El autor en cuestión cambia los nombres, los ambientes y los escenarios, se dedica casi a copiar los guiones establecidos por el género y ¡ya tenemos un thriller prefabricado de gran éxito comercial! Obviamente, respeto absolutamente a todos los autores de cualquier género literario. Escribir un libro cuesta mucho. Muchísimo. Yo lo sé bien. Pero para escribir un gran thriller hace falta innovar.

     Y eso es precisamente lo que hizo John Katzenbach en 2002 al escribir El psicoanalista. Una novela de suspense psicológico en la que poco a poco, a base de una serie interminable de pinceladas discontinuas, no solo conocemos los rasgos psicológicos del protagonista principal, sino también las de los secundarios. Porque, como terapeuta que es, Rickie Starks analiza a cualquier personaje que aparece en la novela, componiendo un enorme mosaico de personalidades y enfermedades mentales diferentes. Psicópatas, neuróticos obsesivos, histéricos, simples depresivos, etc forman todo un análisis psicológico-social de nuestro tiempo. Un tiempo en el que cualquier especialista en salud mental tiene la vida solucionada.

     Starks recibe una felicitación muy especial el día de su 53 cumpleaños, el primer día de su muerte. Rumplestilskin firma una carta en la que amenaza al terapeuta con destrozar la vida de alguno de sus familiares si en un plazo de quince días no averigua su identidad. Sin embargo, el deseo real del señor R no es ese, sino que el terapeuta se suicide a cambio de alejar del peligro a sus familiares. Descubra mi identidad, publique mi nombre en el periódico, o perderá el juego. Un juego que el terapeuta se verá obligado a jugar con las escasas pistas que le irán dando Rumplestilskin y otros dos personajes que parecen empleados del mismo.

     La primera parte de la novela, titulada Una carta amenazante, nos va desentrañando las pistas que Starks recibe de parte del señor R, la extraña y muy atractiva Virgil y el implacable abogado Merlin. Todos ellos, evidentemente, nombres ficticios. Las indagaciones de Rickie le llevarán a averiguar que el señor R es el hijo mayor de una antigua paciente de los inicios de su carrera como terapeuta, de la época anterior a montar su consultorio privado en pleno Nueva York. Recordar cada una de sus pacientes de veinte años atrás no resultará sencillo para él, por lo que la empresa se le antojará casi imposible. No obstante, su larga experiencia como analista le hará llegar a otra solución inesperada por sus torturadores

     Y es que, a veces, para ganar un juego con reglas puestas por tu rival, se hace necesario transgredirlas e inventar las propias. Y a ello se dispone Starks el último de esos quince días de plazo que ya se agotan. Sobre todo, porque ya nada tiene que perder: su mujer había fallecido de cáncer tres años atrás, sin descendencia, y el señor R y sus compinches se habían encargado, en tan solo quince días, de arruinar su vida a base de vaciar sus cuentas de ahorro, difamar su profesionalidad mediante una denuncia falsa de abusos sexuales a una paciente y destruir su casa a través de un accidente en forma de explosión de una cañería. Así las cosas, en efecto, debe suicidarse. Su vida carece de sentido.

     Sobre la segunda y tercera partes de la novela, El hombre que nunca existió y Hasta los malos poetas aman la muerte, no puedo desvelar nada porque desentrañaría la trama y arruinaría la lectura de quienes estén dispuestos a realizarla. Algo que recomiendo. Simplemente diré que la forma de suicidarse del protagonista pillará totalmente desprevenidos a sus instigadores. Y hasta ahí puedo escribir en estas líneas. La innovación a la que me refería al final del primer párrafo es la que hace que esta novela sea una maravilla del género. No en vano, ni siquiera el propio Katzenbach ha logrado escribir otra obra como la que nos ocupa.

     La sorpresa nos espera en cada una de las páginas de El psicoanalista. Y la ficción y la realidad se funden hasta tal punto que nos es cada vez más complicado diferenciarlas. Por si ello fuera poco, las pistas que Virgil y Merlin presentan a Rickie en ocasiones conducen al analista a avanzar en sus averiguaciones y en otras buscan únicamente liarlo y hacerle perder tiempo en pistas falsas. ¿Qué camino seguir, entonces? Esa es la decisión que debe tomar nuestro protagonista. Y, vencidas las presiones iniciales y el agobio de verse enfrascado en una situación tan demencial, demuestra ser capaz de aclimatarse a todo ello y avanzar en búsqueda del que, con el tiempo, se convierte en su verdadero objetivo.

     La novela, al margen de entretener al lector, radiografía una época, una sociedad, un país. Resulta muy inquietante leer la facilidad con la que los delincuentes son capaces de cambiar de identidad para no dejar rastro alguno, con la que se pueden obtener documentos falsos, cometer delitos informáticos, entrar en nuestros domicilios mientras nosotros no estamos, provocar accidentes domésticos, obtener una licencia de armas. Amenazar, en suma, las vidas de los ciudadanos de a pie. Con total impunidad, además. No obstante, la novela debe ser tomada como lo que es: un divertimento, una desconexión. Y te atrapa. Desde la primera página.                  
        

   

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Primera mujer, primer amor. José Ferrandis Peiró. 2016. Reseña





     Esta semana presento en sociedad mi nueva novela, la tercera desde que decidí probar a ver qué salía de mis dedos y de la pantalla de mi ordenador allá por las navidades de 2010. Tras El Círculo de las Bondades --que tendrá continuación, Dios mediante, en 2017 bajo el todavía provisional título de El Grito de los Inocentes-- y Almas Suspendidas, llega la hora de dar a conocer Primera mujer, primer amor. Se trata de una historia en la que Sergio, un joven gandiense --el centro de la acción vuelve a desarrollarse en mi ciudad natal-- con serios problemas de relación trata de buscar un camino que seguir en su vida de la mano de Víctor, un psicoanalista que tiene consulta en la capital valenciana.

     Con la ayuda de su terapeuta, Sergio logrará ir sacando adelante sus estudios y llegará a la universidad. No obstante, las relaciones sociales, sobre todo con el género femenino, seguirán siendo su talón de Aquiles durante un largo período de tiempo. Cómo vencer su timidez, su introversión y su represión sexual --ya sabemos que para Freud todo tiene que ver con el sexo-- se convertirán en el centro de la terapia. Una terapia dura, agónica, profunda que desembocará en una especie de despertar a la vida de nuestro principal protagonista, que verá cómo la superación de unos problemas no conllevará la total felicidad sino la aparición de nuevos miedos, traumas y dificultades.

     La novela está ambientada entre los años 1995 y 1997. Época en la que los escándalos de corrupción de la parte final del gobierno socialista de González provocaron la victoria popular de Aznar. Por aquellos tiempos no existían los móviles, internet, las redes sociales ni el whatsap. Los jóvenes se relacionaban básicamente en los pubs y las discotecas. Y Valencia estaba considerada la capital de la marcha, con la ruta del bakalao a la cabeza. Sin embargo, las discotecas que visitará Sergio junto a sus únicos dos amigos estarán algo apartadas del centro de la fiesta del momento. La Memphis, en Denia, y Ameva, en Castelló de Rugat, serán los lugares en los que Víctor obligará a su paciente a buscar chicas con las que romper su represión. Como es de suponer, un joven de aquel entonces con semejantes dificultades de relación no lo tenía ni mucho menos fácil a la hora de conocer gente en ambientes tan oscuros y ruidosos.

     El caso es que en la vida de Sergio acabará apareciendo Lilith, una joven de Albanta, un pueblo grande/ciudad pequeña donde la mayoría de sus habitantes se dedican a la agricultura y a la industria textil. El término Albanta es ficticio y constituye un guiño y un reconocimiento de mi parte al gran genio filipino Luis Eduardo Aute, que sufrió un infarto mientras esta novela estaba siendo escrita. La relación que se irá estableciendo entre los jóvenes chocará de lleno con la eterna cuestión de las diferencias entre las ciudades más o menos grandes y los pueblos o ciudades más pequeñas. El dichoso qué dirán y el sempiterno mundo de las apariencias. Sin embargo, no será esta la única dificultad a la que tendrán que enfrentarse los jóvenes, aunque el resto ya es cuestión de leerlo, por supuesto.

     Me gustaría aclarar otros dos aspectos significativos de la novela. Por un lado, el psicoanálisis. Por otro, el nombre de Lilith. Respecto al primero, elegí esta escuela o corriente psicológica por resultarme más desconocida pero también más atractiva que la psicología o la psiquiatría. Al no ser entendido en la materia, debí documentarme sobre sus principales prácticas y teorías, así como sobre la interpretación de los sueños y los diferentes métodos de pergeñar los aspectos más escondidos del inconsciente humano. Una documentación costosa pero también divertida en la que creo que he aprendido bastante sobre el tema. Quién sabe: a lo mejor algún lector se ve identificado con algún personaje de la historia y decide buscar ayuda terapéutica.

     Respecto al nombre de Lilith, se trata de un homenaje a la figura de la mujer. Como explico en el prólogo de la novela, no fue Eva sino Lilith la primera mujer creada a imagen y semejanza del hombre. La Lilith original, no obstante, se cansó muy pronto de los continuos intentos del hombre por someterla a su santa voluntad, lo que la hizo huir para siempre. Entonces, sí, Dios hubo de crear a la dulce y más manejable Eva. Aunque tampoco esta salió tal y como Dios esperaba. Pero esa es otra historia cuyo final sí conocemos todos. La cuestión es que la Lilith que se convertirá en la primera mujer y en el primer amor de nuestro Sergio también deberá luchar contra un hombre inflexible y autoritario. Su propio padre: Alberto.

     Al igual que ocurriera en Almas Suspendidas, el lector capaz de realizar una lectura más pausada y tranquila de la novela descubrirá pequeñas pinceladas, como quien no quiere la cosa, de aspectos de la vida cotidiana de hace veinte años. Amén de los reseñados en los párrafos anteriores, observará cómo la economía sumergida, los trabajos en negro, sin contrato y pagados mediante sobres no es algo tan actual. Tampoco la corrupción política, el machismo --también practicado por las propias mujeres-- o la multiculturalidad del ambiente universitario. Así, se comprenderá que en estos veinte años el mundo ha cambiado mucho en ciertos aspectos, pero poco o nada en otros.

     Primera mujer, primer amor está escrita con el corazón. Con mayor o menor acierto --eso debéis decidirlo vosotros, los lectores-- pero con el corazón. Es una historia de superación personal que supone un largo y duro camino en busca de una dignidad todavía desconocida. Un trayecto que nos descubre los fantasmas interiores de sus principales protagonistas e incluso del grueso de la sociedad en que viven. ¿Conseguirán vencerlos todos, o solo algunos? ¿Se quedará alguno a medio viaje? Espero y deseo que los acompañéis, que riáis y lloréis con ellos. Y que disfrutéis de la historia. Solo así habrá valido la pena escribirla.     
                   

                  

miércoles, 30 de noviembre de 2016

La colmena. Camilo José Cela. Clásicos Castalia. 1987. Reseña





     Cela escribió La colmena entre el Madrid de 1945 y el Cebreros de 1950. Cinco años de idas, venidas, correcciones, reeescrituras, más revisiones e incluso luchas contra la censura franquista. Cinco años en los que debió volverse loco encajando las piezas de un puzzle cuya resolución, me temo, solo conoció y conoce él, incluso más de medio siglo después de regalarnos una obra inmortal por varios motivos. Cerca de trescientos personajes en apenas trescientas páginas. Ahí es nada. Tres días. Una ciudad. Sexo, mucho sexo. Prostitución. Homosexualidad. Miseria. Una técnica narrativa que combina el narrador omnisciente clásico y otro, bien diferente, que comenta las actitudes de sus personajes, llegando en no pocas ocasiones a ironizar sobre ellos e incluso a burlarse de ellos. Pero, vayamos por partes. 

     La obra vio la luz en 1951 en Buenos Aires. En España tardó cuatro años en conseguir ganar la última batalla a la censura franquista. Las causas: las continuas referencias al sexo, el ambiente de prostitución y homosexualidad, la miseria de Madrid que presentaba. Aspectos que, en suma, no decían nada bueno de la España de la época. Un verdadero escándalo. Además, la novela no tiene un hilo argumental establecido. Más bien, es la suma de una gran multitud de escenas que en ocasiones nada tienen que ver entre sí. Anécdotas que acaban por conformar un conjunto de vidas cruzadas a modo de celdas de colmena. Una colmena --no se me ocurre un título mejor para esta novela--, la Madrid de finales de noviembre de 1943, que se convierte en la gran protagonista de la historia.

     Una Madrid descrita a base de retales de historias repletas de miseria, incomodidades, incertidumbre, inestabilidad, marginación. Y un Cela retratando la realidad social y política de la ciudad de manera excelente. Seleccionando solo lo preciso de cada una de las acciones de los trescientos personajes citados en el texto. Todo ello, fruto de un enorme trabajo de encaje, reflexión, estudio sociológico que uno no quiere siquiera imaginar. No es de extrañar que al autor le llevara cinco años plasmar sobre el papel la historia tal y como la tenía concebida en su mente. Y unos personajes, los carnales, que pertenecen a la clase media baja y a la burguesía venida a menos. Personajes que viven atrapados, cuyos mirares jamás descubren horizontes nuevos y que viven en una claustrofóbica mañana eternamente repetida.

     La novela está tan bien escrita que la aparente espontaneidad de la narración logra esconder ese cuidadosísimo trabajo de perfeccionamiento estilístico. La gran multitud de diálogos se combinan con unas narraciones que en unas ocasiones son tan largas que más bien parecen discursos y en otras, en cambio, son cortantes, directas, abruptas. Algo solo al alcance de un escritor de diez. Y valiente, muy valiente. Más todavía, teniendo en cuenta el contexto: posguerra, censura, enfrentamientos, divisiones, miedo. No en vano, la censura civil aconsejó su publicación solo si el autor atenuaba ciertas escenas, mientras que la eclesiástica la rechazó por atacar el dogma y la moral y poseer un escaso valor literario. Por suerte, en breve, podremos disfrutar de esta obra sin censuras de ningún tipo, tal y como fue concebida.

     Dice la crítica que, para escribir La colmena, Cela bebió de la literatura española anterior: de la novela picaresca --de personajes que deben buscarse su sustento de mil y una ingeniosas maneras, olvidando cualquier moral que no sea la de la mera supervivencia--, del esperpento de Valle-Inclán --muy de utilizar la colectividad como un personaje, utilizando técnicas deformadoras de la realidad--, de las novelas abiertas con multitud de personajes de Pio Baroja --para quien la novela ha de reflejar la vida misma--; pero también de la renovación novelística europea (Joyce, Proust, Sartre) y norteamericana (Dos Passos, Faulkner), que buscaba no solo describir sino denunciar la realidad a través de una compleja estructuración y temática. Todo ello, además, salpicado de escenas de sexo nada apropiadas para la época. 

     Si debiéramos resumir el comportamiento de los personajes de carne y hueso de la novela en una sola palabra no habría otra mejor que insolidaridad. Al menos durante el primer noventa por ciento de la obra. Cada uno de ellos, como ha quedado dicho ya, abandona toda moralidad para proporcionarse su propia supervivencia. Así ocurre durante la mayor parte de la novela, salvo en escasas y honrosas excepciones en las que algunos de ellos se prestan dinero, se pagan cafés --¡los cafés son los otros grandes protagonistas no carnales de la novela!--, o incluso piensan en prostituirse para conseguir dinero con el que curar a su novio tullido. En cambio, en las últimas páginas, ante el cariz de unos acontecimientos que desconocemos los lectores pero no los personajes, estos se vuelven solidarios, empáticos, dignos.

     En efecto, ha de meterse en un lío el poeta Martín Marco, protagonista que sirve de nexo de unión entre unos personajes cuyas relaciones parecen no tener nada en común justamente hasta ese desenlace sorprendente y abierto, para que estos saquen lo mejor de sí, dejando de ver únicamente sus propios ombligos, para tratar de ayudarlo y ponerlo a salvo de un peligro que desconocemos y que nos hace quedarnos con ganas de más. Solo entonces la sociedad individualista de la colmena se transforma en una nueva colmena en la que cada uno de sus moradores da la talla de verdad y se preocupa por el prójimo. Ya se sabe: la desgracia, une.  

     Por todo ello: por la temática tratada, por su estilo narrativo, por sus variadas técnicas de expresión, por denunciar la realidad de una sociedad patriarcal de puertas para afuera pero matriarcal en la esfera meramente doméstica, por escribir sin tapujos sobre sexo, por reunir en una misma obra las distintas tradiciones literarias españolas y extranjeras, por abrir un nuevo camino a seguir por la literatura de posguerra española, por, en definitiva, contar lo que cuenta y hacerlo como lo hace, La colmena ha pasado, por méritos propios, a la historia de nuestra literatura. Y también de nuestro cine. Conviene no pasar por alto la versión cinematográfica dirigida por Mario Camus en 1982, protagonizada, entre otros, por Paco Rabal, José Sacristán, José Luis López Vázquez, Victoria Abril o Ana Belén.   

          

     

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Patria. Fernando Aramburu. Tusquets Editores. 2016. Reseña





     La historia del País Vasco durante los últimos cuarenta años se ha escrito no con tinta sino con sangre. Gran cantidad de sangre. La violencia desatada no dio lugar a demasiada literatura. Hasta hace poco. Concretamente hasta que ETA anunció que abandonaba las armas. En los últimos años los escritores han comenzado a atreverse a abordar la situación dejando de lado el miedo a las posibles consecuencias. Lógico. Por eso una obra como la que nos ocupa resulta tan interesante a quienes sentimos lo ocurrido en una de las tierras más bonitas de nuestro país. A los que siempre creímos que la verdadera Euskal Herria nada tenía que ver con las extorsiones, los impuestos revolucionarios, las bombas, los autobuses ardiendo y los tiros en la cabeza.

     Afirma Fernando Aramburu que no ha escrito Patria para juzgar a nadie. Toda una declaración de intenciones que puede ser tomada al pie de la letra o justamente al contrario. Porque esta novela --para mí, la mejor que he leído durante este 2016 que ya casi agoniza-- es cierto que no juzga a nadie como individualidad, pero sí lo hace como comunidades de ciudadanos. Me explico: a lo largo de sus más de seiscientas páginas aborda temas como la lucha armada, el encarcelamiento de sus héroes, la ocultación de sus víctimas, la mentalidad de pueblo perseguido, el escalofriante papel jugado por la Iglesia católica y la perpetua división  entre buenos y malos. Todo un juicio social donde los haya. Unas sociedades --la vasca y la española-- a la postre tan similares que ponen los pelos de punta.

     Dos familias amigas enfrentadas por el conflicto se huyen y se buscan para solicitar el perdón de los otros. Un pueblo del que se dan datos pero no nombres ni apellidos. Un asesinato a sangre fría en una tarde lluviosa que aparece ya en la misma portada de la novela. Teñida de rojo. Como el paraguas de su portador. Dos amas de casa --Bittori y Miren-- de armas tomar que ejemplarizan la oscura sociedad matriarcal. Unos maridos --el Txato, empresario asesinado, y Joxian, quejón y llorón-- dominados por sus esposas. Y cinco hijos --Xabier, Nerea, Arantxa, Gorka y Joxe Mari-- que viven las tragedias de su época y ven cómo sus vidas se resquebrajan sin poder evitarlo de manera alguna. 

     Hasta nueve historias diferentes pero interdependientes dentro de una misma historia. Ahí es nada. Contadas desde diversos puntos de vista y utilizando una técnica por la cual todos los personajes nos hacen sentir sus impresiones, sus pensamientos, sus acciones en una primera persona narrativa que se entrelaza con la tercera persona del narrador omnisciente. Narrador que hace un cameo en su propia novela en uno de los capítulos, titulado "Si a la brasa le da el viento". Todas las historias contadas, además, a base de capítulos cortos (125) con gran maestría. La de un escritor al que servidor no conocía hasta esta novela. Craso error que desde ya mismo pienso corregir.

     El autor, que ya trató el tema vasco en 2006 y 2012 con sus obras Los peces de la amargura (Premio Vargas Llosa de Novela, Premio Dulce Chacón y Premio Real Academia Española) y Años lentos (Premio Tusquets Editores de Novela y Premio de los Libreros de Madrid), utiliza como guión/hilo conductor de la novela no la sucesión lineal de los hechos sino una serie de ráfagas o flashes emocionales de cada uno de sus protagonistas. Porque aunque asesinato hay uno, tragedias hay nueve. Porque cada uno de sus personajes lleva a cuestas su propia tragedia personal. Una mochila que en algunos casos parece pesar menos pero que en otros es demasiado pesada para seguir viviendo el día a día.   

     En Patria la tragedia y el dolor no se circunscriben a unos pocos sino que se convierten en algo mucho más generalizado. Sufren las familias de las víctimas, pero también las de los terroristas, que deben cruzar el país una vez al mes para poder ver a sus hijos, hermanos o padres, no solo encarcelados sino víctimas de la sinrazón de un gobierno central igual de inhumano. El desgarro emocional se agranda paulatinamente hasta volverse irreversible. Familias igualmente nacionalistas, con hijos simpatizantes de la izquierda abertzale, que en ocasiones se enamoran de inmigrantes que no saben hablar el euskera, que comparten las mismas ideas... hasta que la violencia los alcanza, divide y hasta destruye. Porque todos, absolutamente todos son humanos.

     Los peligros del nacionalismo --el vasco y también el castellano-- aparecen en cada una de las páginas de la novela. Tradicionalista, casi medieval, sacralizador de la tierra, excesivamente romántico y divisor y violento. Sobre todo, divisor y violento. No en vano, afirma Aramburu sobre las posibles reacciones hacia su libro que lo que de verdad me preocuparía es que gustara a los violentos. Otra declaración de intenciones que no debemos pasar inadvertida. Porque, si algo tiene Patria, es que nos habla de la imposibilidad de olvidar, pero también de la necesidad de perdón en una comunidad rota por el fanatismo político.  

     Existen novelas que nos emocionan por la historia que se nos cuenta. Otras lo consiguen a través de un lenguaje exquisito. Y solo unas pocas, casi contadas con los dedos de las manos, consiguen aunar ambos aspectos. Son lo que solemos llamar obras maestras. Muy raras veces estas se convierten en bestsellers. Pues bien, Patria es todo ello. Nos hace sufrir por la dureza de su contenido. Pero también nos deleita con su lenguaje y su construcción a modo de píldoras emotivas. Porque estamos ante un libro que todo el mundo debería leer: vascos y no vascos; interesados en la política y apolíticos; víctimas y verdugos; grandes lectores y aquellos que apenas leen un par de libros al año. Aramburu no toma partido por nadie. Se limita --¡como si esto fuera poco!-- a compartir con nosotros el dolor resultante de toda violencia. 

                              

miércoles, 2 de noviembre de 2016

El guardián entre el centeno. J. D. Salinger. Edhasa. 2007. Reseña





     Algunos autores no necesitan más que una obra para alcanzar la inmortalidad literaria. Ejemplos hay muchos a lo largo de la historia. El estadounidense J. D. Salinger es uno de ellos. El guardián entre el centeno fue su única novela publicada (se rumorea que existen más obras que nunca han sido plasmadas en libros físicos), hecho que no ha impedido que sea mundialmente conocido. La historia de Holden Caulfield vio la luz en 1951, aunque no se tradujo al castellano hasta diez años después, con el título de El cazador oculto. Una nueva traducción, esta de 1978, fijó el título definitivo por todos conocido.

     Desde el mismo momento de su publicación resultó polémica. Multitud de jóvenes y algunos críticos de la sociedad norteamericana de la época la acogieron de inmediato, convirtiéndola en popular. Sin embargo, otros vieron en su lenguaje provocativo y sus continuas alusiones al tabaco, el alcohol y la prostitución algo ofensivo e instigador de masas. La puritana sociedad de los EE. UU. de los años cincuenta no estaba preparada para una historia tan realista, protagonizada por un joven inadaptado de diecisiete años. Esos casos, obviamente, debían ser escondidos, sepultados, olvidados. Ese fue el tremendo error (por fortuna, solo para algunos) de Salinger.

     Como el tiempo todo lo cura, el paso de los años ha convertido a El guardián entre el centeno en una de las diez obras más leídas en su país de origen, donde además es lectura obligatoria en los institutos. Se han vendido más de sesenta millones de ejemplares en todo el mundo y su influencia en la cultura popular es innegable. Para bien y para mal. En el primer caso, ha influido en la música --Billy Joel compuso su célebre tema We didn´t start the fire tras leerla y grupos como Guns N Roses, Offspring, Green Day o Chemichal Brothers también se han inspirado en la obra para componer algunas de sus canciones más conocidas-- y, pese a que ni Salinger ni su protagonista amaban precisamente el cine --por eso nunca dejó que se adaptara a la gran pantalla--, encontramos referencias más o menos directas en las películas Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), Annie Hall (Woody Allen, 1977), El resplandor (Stanley Kubrick, 1980 (siguiendo el libro de Stephen King, escritor también influenciado por Salinger, al igual que Philip Roth, John Updike o Lemony Snickett)), Conspiración (Richard Donner, 1997) o The good girl (Miguel Arteta, 2002).

     Para mal, ha influido también a varios asesinos famosos que declararon ser fans o estar obsesionados con la novela: John Hinckley Jr. (quien trató de asesinar al presidente Ronald Reagan en 1981), Mark David Chapman (quien, tras matar a la puerta de su casa a John Lennon, esperó tranquilamente a que la policía lo detuviera leyendo un ejemplar de este libro) o Robert John Bardo (que también llevaba una copia de la misma en su bolsillo el día que mató a la actriz Rebecca Schaeffer). Tanto es así que se rumorea que las librerías de los EE. UU. tienen hilo directo con el FBI y la CIA, que conocen al momento la identidad de los compradores de la novela.

     Realidades o mitos al margen, está claro que estamos ante una de esas novelas que no dejan a nadie indiferente. Pero, ¿qué tiene la obra para cautivar tanto a defensores como a detractores e influir de esa manera a creadores y asesinos por igual? La clave la encontramos en su protagonista y narrador. Holden Caulfield (¿probable alter ego del propio Salinger?) tiene diecisiete años, es alto y tiene cabello gris en la parte derecha de su cabeza, lo cual lo hace parecer mayor de edad, posibilitando su acceso a lugares y vicios no permitidos a los jóvenes de la época. Su edad explica su lenguaje a la hora de narrar su historia. Su mirada, ingenua pero cruda, y su inteligencia y capacidad para detectar los aspectos más ridículos de las personas --narcisismo, superficialidad, hipocresía o escasas luces-- le permiten criticar sin ton ni son a todo el que lo rodea.

     Holden no encaja en ningún colegio. Pese a ser extremadamente inteligente para algunas cosas, no logra aprobar sus asignaturas por evidente falta de interés. No encuentra su camino en la vida y se dedica a dar tumbos por la ciudad de Nueva York. Se fuga de Pencey, el colegio en el que está interno, tres días antes de su expulsión del centro. Una de tantas. Es una alienado, un paria, un excluido, un indolente, un extranjero al más puro estilo Camus (¿quizá influyó en él la obra del autor francés?). En su periplo de cuarenta y ocho horas por la ciudad, visitará hoteles, lugares de ocio nocturno y teatros, donde conocerá o se reencontrará con conocidos que encarnarán lo peor de la sociedad neoyorkina de la época.

     El protagonista está alienado incluso de su propia familia, con la que ni siquiera convive al estar recluido siempre en colegios internos. Se lleva mal con sus padres, especialmente con su padre; considera que su hermano mayor, D. B., es un vendido a Hollywood por escribir guiones en lugar de novelas; su hermano Allie había muerto un par de años antes y lo echa de menos; y su hermana pequeña, Phoebe, es la única que parece entenderlo pese a su escasa edad. Vive una vida económicamente privilegiada aunque vacía. Y cuestiona casi intransigentemente los valores de la sociedad hasta el punto de convertirse en un rebelde sin causa.

     El joven Caulfield nos presenta página a página, capítulo a capítulo los defectos de su sociedad y también los propios. Nos hace reír con esa crítica feroz de sus hipócritas y ridículos compañeros de andanzas y nos conmueve según nos lleva de la mano hacia su tragedia personal. Es un personaje lúcido para algunos aspectos, ignorante para otros, desconfiado para todos ellos y, sin duda, trágico. Hasta la médula. No lleva buen camino. Va a descarrilar y vemos que se acerca el momento. Sin embargo, nos deja frases para enmarcar y tratar de seguir en nuestras vidas. Como la que cierra la novela: Tiene gracia. No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo. ¿Quizás sea ese el motivo de que no conozcamos más obras de este genial novelista?                      

       

jueves, 27 de octubre de 2016

Farándula. Marta Sanz. Anagrama. 2015. Reseña





     El diccionario de la RAE define la palabra faralá (plural, faralaes) como volante ancho puesto como adorno en un vestido, cortina, etc. El término se aplica principalmente al adorno de la parte baja de la falda del típico traje regional andaluz. En una segunda acepción, la RAE simplemente dice que es un adorno excesivo y de mal gusto. El mismo diccionario nos dice, sobre la palabra tarántula --dejando de lado la conocida especie de arácnidos de picadura letal--, que deriva del término italiano tarántola, al igual que taranta, vocablo que define con epítetos como desmayo, mareo, arrebato, humor pasajero, inquieto o desazonado por alguna causa física o moral. Finalmente, la palabra farándula viene definida así: profesión o ambiente de las personas que que se dedican al espectáculo, especialmente el teatro. Charla embrollada con la que se pretende desorientar o engañar. 

     ¿A qué viene todo esto? El presente escrito, ¿no es una reseña literaria? Por supuesto que sí. ¿Qué manera es esta, entonces, de comenzar la reseña de una novela?  Pues solo una como cualquiera otra. Simplemente, es que, para entender el punto de arranque de la novela que nos ocupa, Farándula, de Marta Sanz, he creído conveniente definir el título y las dos partes en que esta se divide: Faralaes y Tarántula. ¿Por qué? Pues porque estamos ante una novela no al alcance de cualquier lector. Entre otras cosas porque su autora, doctora en Filología, hace gala de su saber sobre el mundo de las letras y, a lo largo de su texto, introduce multitud de vocablos cuyo significado ha de ser consultado en el diccionario de la RAE para una perfecta comprensión del mismo. 

     ¿Es esto bueno o malo? Pues, depende del nivel lector de quien esté ocupado en la lectura del libro. Me ocurrió lo mismo con Intemperie, la obra de debut de Jesús Carrasco. Particularmente, pienso que aquellos lectores que gusten de visitar el diccionario y aprender nuevas palabras, disfrutarán de la lectura de este tipo de novelas. Quienes no, casi mejor que tomen cualquier otro libro. Pero esta es mi modesta opinión. Lo que está fuera de toda duda es que un libro así requiere paciencia y tiempo. Lógicamente, la consulta del diccionario ralentiza el ritmo de lectura. Y conjugar esto con un ritmo narrativo que pretende ser alto, como creo que es el caso, resulta muy complicado para el escritor. Su solo intento ya merece un aplauso.

     Farándula es una historia de decadencia. Decadencia social de un mundo huérfano de sentido crítico. Y decadencia moral y política, por supuesto. Porque, ahora más que nunca, no corren buenos tiempos para la lírica --en cualquiera de sus campos--. En lugar de subvenciones, impuestos; en lugar de difusión, descrédito. Farándula es una denuncia urgente, una llamada, a quien corresponda, para salvar el arte escénico. Su ironía y su sarcasmo son las herramientas más fiables para diagnosticar una sociedad superficial y en quiebra. Su lenguaje, directo, a veces triste, en ocasiones divertido, se convierte a menudo en borde, incluso obsceno, para no dejar indiferente a ningún lector. ¡Y lo consigue!

     El Premio Herralde de Novela 2015 narra la historia de tres actrices --no creo que por casualidad, Farándula fue también el nombre de una de las principales compañías ambulantes de cómicos del siglo XVII, constituida precisamente por tres actrices y bastantes más actores-- de diferentes edades y situaciones en un mundo que se desmorona a su alrededor. Ana Urrutia es una vieja gloria de la escena teatral, ahora decadente, que vive los últimos y también peores momentos de su vida. Una mujer irreverente, antipática, antisocial que no tiene donde caerse muerta y vive sola en un mugriento piso --su única pertenencia en este mundo-- del centro de la capital. Solo la visita, una vez por semana, Valeria Falcón, actriz de cierta notoriedad que sobrevive como puede en tiempos de desprestigio de la cultura en general y de la escénica en particular. Y Natalia de Miguel, la tercera actriz en discordia, está a punto de explotar en la escena. Más por su participación en un famoso reality show que por sus méritos como actriz. 

     En efecto, serán el morbo y la atracción que suscita la joven televisiva los que llenarán el teatro de gente que no va a entender nada en absoluto de la obra representada. Solo hay aplausos para las intervenciones de la protagonista famosa. Decadencia. Arrebato. Ruina. Inquietud. Desazón. Tarántula. Público desentendido. De mal gusto. Superfluo. Superficial. Adornado. Exagerado. Faralaes. Tarántula y faralaes confluyendo en Farándula. Y, así, retrocedemos al principio de esta reseña y todo cobra sentido --o eso espero--. Charla embrollada con la que se pretende desorientar o engañar. En mi opinión, esa es la intención de Marta Sanz al presentarnos esta historia. Y lo hace con un lenguaje y un ritmo narrativo elevado, rápido, directo al corazón.

     Porque, como ya he escrito con anterioridad, el mensaje que la autora pretende transmitirnos con esta novela es urgente, decisivo, definitivo: el teatro se muere ante nuestros ojos. La cultura está desprestigiada por nuestros gobernantes. Y trabajar en ella y para ella sale cada vez más caro. Sobre todo si se pretende combinar el glamour y el éxito con el compromiso social y político, tal y como le ocurre a Daniel Valls, el protagonista masculino de la novela. Y es que ser reaccionario, en estos días, es complicado. Y el miedo a perder el sitio que tanto cuesta llegar a ocupar lo dificulta todavía más. Devaluación artística. Precariedad. ¿Renovarse o morir? Envejecimiento. Relevo generacional. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?    

     Farándula nos presenta la posibilidad o no de que el teatro cambie el mundo, nos muestra cómo es el día a día del conjunto de personas que forman parte del pequeño-gran mundo del espectáculo, nos enseña que bajo una superficie de glamour, éxito y dinero existe un fondo de oscuridad, sombras y miseria, nos entretiene, nos divierte, nos emociona, nos hace reír, nos hace llorar, nos hace pensar y reflexionar, nos enfada, nos cabrea, nos irrita. Y nos lanza un órdago que deberíamos ser capaces de asumir: de nosotros depende que continúe vigente aquello del that´s entertainment...      
              

   

viernes, 21 de octubre de 2016

Born to run. Memorias. Bruce Springsteen. Random House Mondadori. 2016. Reseña





     El pasado 27 de septiembre, casi coincidiendo con 67º cumpleaños, Random House Mondadori publicó Born to run, las memorias del músico estadounidense Bruce Springsteen. Ya de entrada, el título es altamente significativo. El tema, que dio nombre al tercer disco del Boss, que vio la luz en 1975, habla no solo de cómo era la vida en Freehold, Nueva Jersey, en un momento dominado por la pobreza, la industrialización de la zona --que dejó altas cifras de desempleo y miseria en toda la región-- o las crecientes tensiones raciales, sino también de cómo influyó todo ello en un joven que trataba de adentrarse en el complicado escenario musical de la época, así como del hondo sentimiento de hermandad que surgió entre el grupo de compañeros que dieron inicio a una de las aventuras musicales más extraordinarias del siglo XX.

     Porque comprender a Bruce es imposible sin conocer a la E Street Band, la más grande banda de acompañamiento jamás formada en el universo rock. Y la figura que mejor ejemplifica el significado de la sólida máquina en que se convirtió es Clarence Clemons, Big Man, el saxofonista de color que aparece en la portada del disco del 75. Amistad, compañerismo, mezcla racial, solidaridad y sinergia: cada componente, conocedor de su papel, de su rol, de su función en el conjunto. Como afirma el Boss, somos una filosofía, un colectivo con un código de honor profesional. Se basa en el principio de que cada noche daremos lo mejor, todo lo que tenemos, para recordarte todo lo que tú tienes, lo mejor de ti. De que es un privilegio y un honor intercambiar directamente sonrisas, alma y corazón con la gente que tienes enfrente. De que es un gran placer reunirte en concierto con aquellos en los que has invertido tanto de ti mismo, y ellos en ti, tus fans.

     No en vano, el Boss y los estreeters se sienten agradecidos por ser un eslabón de la cadena que forman junto a sus fans. Y el mero hecho de experimentar esa sensación ya es algo por lo que vivir. A lo largo de las casi seiscientas páginas de sus memorias Springsteen narra el proceso de formación de la banda, sus tomas de decisiones sobre cuestiones musicales y extramusicales, sus interioridades --no exentas de problemas de mayor o menor consideración--, el período de doce años (1987-1999) en que cada uno de sus miembros desarrolló por separado su carrera musical, el retorno en 1999 y la muerte de Danny Federici y Clarence Clemons, así como la entrada en la banda de sus sucesores (que nunca sustitutos: Charles Giordano y Jake Clemons, sobrino de Big Man). Las anécdotas referentes a la grabación de los discos y las giras constituyen la cara amable y risueña del libro.

     Sin embargo, estamos ante un conjunto de confesiones llamativas y hasta sorprendentes. Muy celoso de su vida privada, Springsteen afirma haber tenido una relación tempestuosa con su padre --víctima tanto de sus fantasmas personales como de la pobreza del Freehold de los sesenta y setenta--, con quien siempre tuvo sus tira y afloja. A lo largo de los capítulos nos muestra abiertamente la evolución de las heridas, el desafecto y la crueldad emocional que heredó de él. Mi padre nos hizo creer que nos despreciaba por amarle, que nos castigaría por ello, y lo hizo. Parecía que aquello podía arrastrarle a la locura, y a mí también (...). Era una fuente de poder maligno a la que podía acudir cuando me sentía físicamente amenazado, cuando alguien trataba de llegar hasta un lugar que simplemente no podía tolerar... más cerca de mí. Como prueba fehaciente de ello, ninguna relación sentimental suya duró más de dos años. Hasta que apareció en escena Patti Scialfa. 

     Antes de ello, se casó con la modelo Julianne Phillips. Así habla de su divorcio, tan solo dos años después: Cuando nos casamos era joven y su carrera estaba empezando, mientras que yo, con treinta y cinco años, podía parecer ya una persona realizada, razonablemente madura y bajo control, aunque en mi interior seguía siendo alguien emocionalmente poco desarrollado y secretamente inaccesible. Ella es una mujer de gran discreción y decencia y siempre me trató, a mí y a mis problemas, de forma honesta y con buena fe, pero al final, realmente no supimos solucionarlo. La puse en una situación terriblemente difícil para una chica joven y le fallé como pareja y como esposo. Solventamos los detalles del modo más civilizado y discreto posible, nos divorciamos y seguimos adelante con nuestras vidas.      

     Los capítulos más escalofriantes de estas memorias los constituyen los episodios de depresión del rockero. Desde joven se refugió en la música como forma de evasión de una realidad opresiva y claustrofóbica. Algo que, a pesar del éxito, del dinero y de la fama no cambió con el paso de los años. Daba igual tener que mendigar que ser rico. Springsteen nos informa de una terapia psicoanalítica de veinticinco años de duración, hasta la muerte de su terapeuta. Solo se sentía bien componiendo y tocando. Pero, fuera de los escenarios, tuve un ataque de depresión, me sentía tan profundamente incómodo en mi pellejo que solo quería salirme de él. Es una sensación peligrosa que atrae muchas ideas indeseables (...). El único respiro era dormir doce, catorce horas. Por vez primera, sentí que comprendía lo que impulsa a algunas personas al abismo. Lo único que me ayudó fue Patti. Su amor, su compasión y la seguridad de que saldría de aquello fueron, durante muchas horas de oscuridad, todo lo que tenía para seguir adelante. En efecto, su esposa desde hace casi veinticinco años sale muy bien parada de estas memorias, situándose como el verdadero sostén de un Bruce que se muestra más humano que nunca.

     En Born to run hay espacio para la risa, las anécdotas, la música y, ante todo y por encima de todo, la reflexión. Una reflexión honda, profunda y sosegada. Una especia de catarsis en la que el Boss hace un examen psicoanalítico puro y duro, llegando a afirmar que en psicoanálisis trabajas para convertir los fantasmas que te atormentan en ancestros que te acompañan. Para hacerlo se requiere mucho esfuerzo y mucho amor, pero ese es el modo en que aligeras la carga que tus hijos tendrán que soportar. No obstante, a luchador no le gana nadie. Como él mismo dice, su voz no hacía presagiar que pudiera ser cantante solista. Pero su tenacidad, su buen hacer y conocerse a la perfección a sí mismo, con sus límites pero también con sus fundamentos, le valieron para convertirse en quien es en la actualidad.

     Es de agradecer el hecho de que la narración de su vida se haya detenido mucho más en sus años iniciales, junto a los Castiles, Steel Mill y la Bruce Springsteen Band. Y también en su gran pilar de los últimos años: su mujer y sus tres hijos. Su familia. En mi opinión, la gran particularidad de estas memorias es que, pese a mostrar el lado más desconocido y hasta oscuro del músico, ello no hace que al lector se le caiga un mito. Nada más lejos de la realidad: conocer a ese Bruce tan imperfecto, problemático y, en definitiva, humano agranda más si cabe su leyenda. Una leyenda que podrá ser estudiada, además de por sus míticos discos y sus legendarios directos, por una biografía extensa escrita de su puño y letra. Y, sea dicho de paso, de una manera impecable.    


jueves, 13 de octubre de 2016

El vizconde demediado. Italo Calvino. Siruela. 2011







     Italo Calvino, que pasa por ser uno de los más grandes escritores del siglo XX, vivió 62 años, en los cuales escribió más de cincuenta obras entre novelas, cuentos y ensayos. Conocido sobre todo por El barón rampante, Las ciudades invisibles o El caballero inexistente, El vizconde demediado supuso su incursión en el género fantástico. El escritor italo-cubano, atraído desde siempre por la literatura popular, especialmente las fábulas, decidió, en 1952, dar definitivamente rienda suelta a su imaginación y dejar atrás su obra anterior, donde trató de contar sus experiencias como partisano durante la Segunda Guerra Mundial. 

     Una vez abandonado el neorrealismo --más que una escuela, una manera de sentir común en la juventud de la posguerra--, consiguió escribir las obras que lo harían realmente inmortal. La que nos ocupa es una fábula fantástica en la que, tras una primera lectura superficial agradable --para él, la diversión debe ser siempre la primera función social de la literatura--, encontramos otra más alegórica y simbólica cargada de significados históricos, políticos, públicos y privados --el demediamiento cumple aquí un claro papel de división entre bloques políticos, entre la ética y la ideología, entre la ilusión y la realidad-- que invitan a la moderación y al equilibrio, pues nadie es poseedor de la verdad absoluta.

     Las influencias iniciales de Cesare Pavese dejaron paso a una literatura más al estilo de Robert Louis Stevenson, de simetrías y contrastes (como en Doctor Jekyll y Mister Hyde). De nuevo, el demediado divide el bien y el mal, lo bueno y lo malo. Y el hombre contemporáneo se nos presenta como un ser incompleto, incluso alienado y desarraigado (como en El extranjero, de Albert Camus). A ritmo de cuento y aventura, el sobrino del vizconde Medardo de Terralba narra, en tercera persona omnisciente, la historia de su tío, partido en dos por un cañonazo turco en Bohemia en el transcurso de las famosas guerras contra los infieles. 

     Pese a que la acción no se data con exactitud durante la narración, las continuas referencias al capitán Cook y a los descendientes de los hugonotes franceses asentados en Italia nos indican que nos encontramos en algún momento del siglo XVIII. La historia se cuenta a partir de diez capítulos cortos que componen las escasas noventa páginas de la obra. Obviamente, se lee del tirón. No en vano, está escrita en un lenguaje entendible hasta por los lectores más distraídos y la intriga por conocer su desenlace hace el resto. Además, el ritmo, algo más lento al comienzo, se acelera a partir de la mitad de la obra, lo que le otorga una mayor agilidad.

     La parte mala del vizconde regresa a su castillo y comienza a sembrar el pánico entre sus allegados. Así, parte por la mitad las peras, regala setas envenenadas --también partidas por la mitad-- a los niños, condena a la horca a sus discípulos sin demasiadas razones legales, sierra puentes para provocar trágicos accidentes y hasta envía, sin motivos, a su mejor sirvienta, Sebastiana, a Pratofungo, lugar adonde se retiran los leprosos, comandados por el siniestro Galateo. Todo esto sin olvidar los incendios provocados en las casas y demás posesiones de unos campesinos cada vez más descontentos con sus excesos y sus recurrentes ataques a la comunidad de hugonotes asentada en sus territorios.

     ¿Y el resto de personajes? Pues de lo más variopintos. Aiolfo, el padre del vizconde, vive en una pajarera con sus adorados pájaros; el doctor Trelawney, otrora médico en las expediciones del capitán Cook, persigue fuegos fatuos a la vez que parece perder progresivamente su interés por la medicina; Pietrochiodo, el carpintero del vizconde, disfruta cada vez más construyendo las máquinas malignas demandadas por su jefe en su búsqueda de provocar mayores daños a sus discípulos en los interrogatorios y ejecuciones; Esaú, joven hugonote amigo del narrador, contradice a sus padres y roba todo lo que puede; y Ezequiel, el líder hugonote, se pasa de bueno ante las acciones que a otros les provocarían ira y violencia.

     Mención aparte merecen la joven campesina Pamela y sus padres. Ante la insistencia por parte del vizconde por casarse con ella, hija y padres adoptarán posiciones antagónicas, poniendo de manifiesto una vez más los contrastes buscados por Calvino en esta obra. Pero todo, absolutamente todo, saltará por los aires al conocerse la realidad de la historia: la otra parte del vizconde, que se creía perdida en algún lugar de Bohemia y finalmente resultará ser la buena, fue rescatada por unos eremitas y regresa también a su castillo unos meses después. Bondadosa, esta otra parte del vizconde se compadece de su contraria y trata de dar ejemplos moralizantes a sus discípulos. Pero su llegada, tras la inmensa alegría inicial, acabará desatando una cruel paradoja: ambas mitades --la guerrera y la bondadosa-- se muestran igual de insoportables.

     Y es que, si bien nos provoca rechazo y odio un ser cruel e inhumano, mayor desesperación puede llegar a provocarnos alguien que se excede en su honradez y en su bondad. Porque, como ya ha sido dicho más arriba, la moderación, el equilibrio y el punto medio de las cosas acostumbran a ser los mejores aliados en la búsqueda sino de la verdad absoluta al menos sí de algo que se le acerque lo máximo posible. Esta podría ser precisamente la conclusión de esta fábula. O no...                


lunes, 3 de octubre de 2016

El Principito. Mark Osborne. 2015. Crítica





     Confieso que cuando acudí a ver El Principito lo hice con sensaciones encontradas. Esperaba disfrutar de una gran película basada en la inmortal obra de Antoine de Saint-Exupéry, pero los recelos me hacían poner los pies en el suelo y optar simplemente por ver qué me ofrecía la cinta sin mayores pretensiones. Los motivos de mi indecisión se basan en la imposibilidad de llevar una historia así a la gran pantalla. Adaptar la obra como tal habría sido un error gravísimo, imperdonable. Sin embargo, el director de Bob Esponja: La película (2004) y Kung Fu Panda (2008) --más motivos para recelar, más por la primera que por la segunda--, ha acertado de pleno al mezclar la historia original con los personajes de este emotivo homenaje al creador de tan conocida y fascinante historia.

     La película dura una hora y tres cuartos, algo más de lo habitual en los films de animación y, desde luego, bastante más de lo que tarda en leerse el libro original en una edición medianamente normal. No obstante, se hace corta. La convivencia de las dos historias --que, dicho sea de paso, están entrelazadas de manera magnífica-- se hace visible a simple vista al dividir sus espacios narrativos mediante las diferentes técnicas de rodaje: el 3D para la historia de la niña y el viejo y el stop-motion para preservar la original. Sin duda, la estética es el mayor acierto de la película.   

     La banda sonora, que apunta directamente a los Oscars, está compuesta por cuatro emocionantes piezas que acompañan a las mil maravillas la acción de la película y nos transportan de unos escenarios a otros: Salvation, de Gabrielle Aplin, Somewhere only we know, cover del grupo Keane interpretada aquí por Lily Allen, el clásico Don´t let it bother, de Fats Waller, y muy especialmente Suis-mois, de Camille Dalmais, que en castellano lleva el título de Sígueme y está interpretada por la hasta ahora injustamente poco conocida voz de Roko, prometedora cantante, compositora y actriz jienense. Cuesta no salir de la sala silbando el tema central, con una pegadiza melodía, de las que elevan el ánimo y hacen esbozar una sonrisa.

     El film fue presentado en el festival de Cannes de 2015, ha recibido ya el premio César a la mejor película de animación y respeta, como el libro, los dibujos originales que Saint-Exupéry incluyó en la primera edición (1943). Ha contado con un presupuesto de 57 millones de euros, recuperados tan solo unos días después de su estreno en Francia. Las productoras encargadas de traernos la historia han sido Onyx Films, Orange Studio y On Entertainment, y la distribuidora de la misma es Paramount Pictures. 

     La historia original es de sobra conocida, por lo que me limitaré aquí a dar unas leves pinceladas de la que sirve de introducción a la misma. Una niña se muda a un nuevo hogar junto a su madre. Madura para su edad, el estricto régimen de vida al que la somete su madre, que la quiere preparar para integrarla en la prestigiosa escuela de su nuevo barrio, la predispone a seguir la historia que le presenta su nuevo vecino, un excéntrico viejo al que todos en el barrio consideran un loco de atar. Un loco adorable tanto para la niña como para los espectadores. Y es que se revela como un ser entrañable, amigable y sabio.

     Gracias a la compañía del viejo --que al final de la película resulta ser... bueno, ese pequeño detalle no toca darlo a conocer aquí...--, la niña retoma su infancia medio perdida y vuelve a soñar con historias de aviadores, rosas, zorros y mensajes esenciales invisibles a los ojos pero que, en cambio, se pueden ver con el corazón. Y es que aprende que lo verdaderamente importante en la vida son las relaciones humanas, la magia, las emociones y no olvidar la niñez nunca. No en vano, el problema no es crecer sino olvidar

     La niña protagonista --podría ser un niño-- representa en realidad a cualquier lector de la obra de Saint-Exupéry, es decir, tú o yo, por ejemplo, y sufre el mismo efecto que cualquier otro lector tras conocer y adentrarse en la historia del Principito. Lo cual constata, una vez más, que nadie tiene tanta imaginación como un niño. Y, ¿qué decir del final de la película? Pues que resulta imposible no emocionarse y derramar alguna lágrima durante las últimas secuencias y el principio de los títulos de crédito, donde de nuevo la canción central de la misma nos hace bailar, cantar y abrazar a nuestro hijo (porque, quien lo tenga no debe dudar en llevarlo al cine, tenga la edad que tenga y entienda lo que entienda... que ese es otro tema).

     En definitiva, El Principito es un espectáculo para los sentidos, un trabajo pleno de creatividad, belleza y poesía hecha imágenes --sobre todo en las secuencias de papel que recrean la obra original--, un alegato en defensa de la importancia de las pequeñas cosas y un acercamiento de la obra de Saint-Exupéry a las nuevas generaciones, que (espero) todavía llegan a tiempo de incorporarse al universo de ese niño que vivía en un planeta apenas más grande que él mismo y en el que cualquier cosa era posible... Imprescindible para aquellos adultos que han olvidado la niñez y también para aquellos niños que quieran introducirse en un universo todavía desconocido e inexplorado por ellos pero mágico...                             

          

viernes, 23 de septiembre de 2016

París-Austerlitz. Rafael Chirbes. Anagrama. 2016. Reseña



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     En mayo de 2015, tan solo tres meses antes de dejarnos y tras casi 18 años de idas y venidas --años en los que publicó una gran cantidad de obras diferentes, entre ellas las más conocidas: La caída de Madrid, Los viejos amigosCrematorio o En la orilla--, el valenciano universal Rafael Chirbes dio por terminada la que, por desgracia, se convirtió en su novela póstuma. Resultaría romántico añadir que lo hizo como regalo final para el mundo lector. Pero no fue así. La grave enfermedad --cáncer de pulmón-- que se lo llevó todavía no le había sido detectada. Lo cual, dicho sea de paso, impregna a la obra de un carácter mucho más dramático.

     Porque uno de los protagonistas de París-Austerlitz --nombre de la conocida estación de trenes parisiense--, que responde al nombre de Michel, es un enfermo terminal que agoniza en un hospital de la capital francesa. Allí, aquejado de la plaga --el narrador no informa del nombre de la enfermedad, pero se intuye que puede ser el SIDA (la novela está ambientada a finales de los ochenta o principios de los noventa, siendo presidente de la República François Mitterrand, quien murió, curiosamente, tras una larga enfermedad a causa de un cáncer de próstata)--, agota sus últimas semanas de vida prácticamente solo, abandonado y triste. 

     El narrador de la historia es un joven pintor español que ha renunciado a la lujosa vida familiar en Madrid para buscarse un porvenir en el tan complicado mundo artístico. ¿Qué mejor destino que París? Allí, tras ser echado del piso de alquiler compartido por no poder pagar su parte del alquiler, decide emborracharse antes de decidir su nuevo destino. En uno de tantos café-tabacs conoce a Michel, matricero de una fábrica que le dobla no solo la edad sino también experiencia de vida. Entre ellos se iniciará, muy pronto, una relación pasional que colmará los deseos de ambos desde el principio. El joven español acabará viviendo en el piso de Michel, que se ocupará de él en todo momento.

     Juntos vivirán una historia de amor --si así se le puede llamar, ya que el propio narrador afirma en varias ocasiones no saber realmente lo que es-- que durará casi un año. En ella dominarán las visitas a los cafés, el alcohol, el desenfreno, la urgencia del sexo y el deambular por las frías calles de París en pleno invierno y sin casi dinero para dar rienda suelta a su nivel de vida. Sin embargo, esos tiempos felices, de enamoramientos fáciles, de sexo placentero y sin condiciones, ese fuego que se enciende porque sí y se extingue no se sabe por qué, llega, como suele ocurrir tantas y tantas veces, a su fin.

     De repente, el narrador siente que el hasta entonces deseado cuerpo de Michel comienza a infundirle repulsión; que el hecho de vivir en su casa parece obligarlo a seguir con él pase lo que pase; que necesita un piso con más luz y metros para poder pintar sus cuadros; que el aire que antes respiraban juntos se ha vuelto irrespirable; que el placer se ha transformado en un dolor cada vez más y más difícil de soportar; y que el estilo de vida de su amante no es el que realmente él quiere seguir. Y, claro: decide abandonar el piso e instalarse en uno cercano. Tanto que puede espiar sus movimientos, sus idas y venidas y sus quehaceres diarios. Mientras, el francés lo acusa de no haberse entregado a él en su totalidad ya que siempre había utilizado preservativos en sus relaciones. Algo de lo que se alegra el español, sobre todo teniendo en cuenta la grave enfermedad que ahora lo ha atrapado. Sea como sea, comienza una nueva relación entre ellos. Esta, basada en los celos, los desaires y los reproches. 

     París-Austerlitz es una novela corta (153 páginas), de lenguaje duro, crudo y directo, de estilo narrativo depurado pero muy rápido y que presenta temas secundarios realmente interesantes: una Francia desgarrada por las dos grandes guerras; la violencia padecida por un niño a manos de un padre autoritario, despótico y maltratador; la entrega de una mujer a los invasores como única manera de poder sacar adelante a sus hijos; los reproches de los ex-amantes; y el amor como única vía de salvación posible y también como trampa mortal. 

     Leer esta obra le hace sentir a uno como un turista que está paseando por las calles del París de hace 20 o 30 años, como un voyeurista que está presente en los encuentros sexuales de los protagonistas, como un cuidador de un enfermo terminal cuya degradación física (y psicológica) se hace evidente día a día, como un sociólogo que estudia las diferencias entre dos personas de distintas condiciones sociales y aspiraciones de vida, como un terapeuta que destripa la mente culpable de quien utilizó a una persona durante un tiempo para dejarla en la estacada a las primeras de cambio. En efecto, el narrador parece querer expiar sus pecados, descargar su culpa, soltar un lastre pesado que amenaza con hundirlo por completo.

     En definitiva, esta obra póstuma de Chirbes rompe radicalmente con aquello a lo que su autor nos tenía acostumbrados en sus últimas novelas. Es un drama, una tragedia, que nos conmueve y nos va golpeando página a página, hasta dejarnos noqueados. Porque, ante todo, es una historia extremadamente psicológica, con todo lo que ello conlleva, y reflexiva que le puede ocurrir a cualquiera de nosotros. Y eso es lo que al lector más lo atolondra: tanto Michel como el narrador son personas corrientes, y sus enfoques y mentalidades, precisamente por ser tan diferentes, impiden que se tome partido por uno u otro. Más bien al contrario: nos hacen sufrir por igual. Porque uno va a morir, pero al otro le va a tocar seguir viviendo a pesar de los pesares. Y nosotros nos quedamos con ganas de más...            


miércoles, 21 de septiembre de 2016

El segundo hijo del mercader de sedas. Felipe Romero. Comares. 2011. Reseña





     En apenas 117 años (1492-1609) el otrora reino nazarí de Granada fue conquistado, sometido y aniquilado por completo, no quedando ni rastro de la mayoría de sus pobladores anteriores y sus descendientes. Como explica en una de las páginas de esta novela su autor, Felipe Romero, sus campos quedaron abandonados, el ganado sin pastores, las iglesias sin construirse por falta de alarifes, las fraguas sin herreros, las maderas sin orfebres talladores y las lanas y las sedas sin tejedores y tintoreros. En este contexto, Alonso de Lomellino, segundo hijo del mercader de sedas Esteban de Lomellino, de origen genovés pero afincado en Venecia primero y en Granada después, donde se casó con María de Granada, descendiente de una princesa nazarí, narra en primera persona su azarosa vida.

     Al no tratarse del hijo primogénito, Alonso no pudo dedicarse a mercadear con la seda, trabajo que recayó en su hermano mayor, Jacobo, quien llegaría a ser duque de Venecia. Al segundo hijo le podían esperar dos destinos bien diferenciados: soldado o religioso. Gracias a los contactos de su padre, eludió el arte de las guerras y fue a parar a las órdenes del arzobispo de Granada, Pedro Vaca de Castro, quien consiguió que se le nombrara clérigo en la abadía del Sacromonte, donde habían sido descubiertos los cuerpos martirizados de San Cecilio, uno de los siete varones apostólicos discípulos del apóstol Santiago, y sus seguidores. La aparición de los Libros Plúmbeos, que supuestamente habrían sido revelados por la mismísima vírgen María en árabe para ser divulgados en España, contribuyeron al auge del lugar.

     Sin embargo, todo --el Sacromonte, Granada y definitivamente los moriscos-- cayó en desgracia al descubrirse que los textos encontrados eran una falsificación obra de un escritor morisco de nombre Alonso del Castillo. Así lo decretó, a instancia de la Santa Inquisición, el papa Inocencio XI. El objetivo del falsificador no era otro que reclamar un lugar para el cristianismo árabe dentro del catolicismo ibérico. Así, se intentó sincretizar la cultura islámica con la fe cristiana. Algo que finalmente no llegó a buen puerto.

     ¿Qué tiene que ver todo esto con el protagonista de la novela, Alonso de Lomellino? Pues muy sencillo: Alonso de Castilla fue su maestro, su mentor religioso y también lingüístico, como gran conocedor de la lengua árabe que era. Su caída en desgracia y posterior muerte hicieron mella en su discípulo, quien no pudo hacer frente a la muerte de su maestro. Tan afligido quedó que, por primera vez en su vida, decidió no seguir los designios de su padre, quien, ante la pronta ruina de Granada, decidió regresar, con toda su familia, a tierras italianas.

     Alonso, sin embargo, renunció a todas sus riquezas para quedarse, solo y desamparado, en la ciudad de sus antecesores maternos. En las postrimerías de su vida, más de cincuenta años después de los hechos reseñados, escribe sus memorias. Una memorias en las que narra no solo los sucesos más importantes de su vida sino también la vida cotidiana de la Granada de su época, sus calles, sus elevadas cumbres --con el Veleta y el Mulhacén como testigos visibles de todo cuanto sucede--, sus ríos --Genil y Darro--, sus personajes y oficios, su gran riqueza de expresiones y el progresivo abandono del Generalife y la Alhambra, en cuyo espacio ya dominaba el fastuoso palacio de Carlos V.

     La novela, además, critica con dureza la cristiandad de la época. Y no solo desde el punto de vista de las supersticiones y las creencias, sino desde el que hace referencia a la carrera emprendida por las distintas órdenes religiosas por asentarse en tierras granadinas y construir las más grandes iglesias de la España conquistada. De esta crítica no se libra, ni siquiera, la orden de los carmelitas descalzos, adonde va a parar nuestro protagonista tras la marcha de su familia. Solo el futuro San Juan de la Cruz, compañero de orden de la ya declarada Santa Teresa de Jesús, se libra de los ataques del narrador y protagonista. La veneración del asceta por excelencia por parte de Alonso de Lomellino no conoce fin durante la segunda parte de la obra.

     En un mundo vencido por la hipocresía y las convenciones y las conveniencias sociales, Alonso decidirá siempre lo que su corazón le manda --sin desechar, por supuesto, las enormes dudas que estarán a punto de vencerlo en más de una ocasión--, lo cual habla de su entereza moral. Algo destacable en un contexto en el que la Inquisición campaba a sus anchas por toda Europa. Alonso, en cambio, aboga por la coexistencia de religiones y razas y por un sentido altamente religioso de la existencia humana. Una existencia basada en el amor: a su maestro Alonso, a la niña Aisca, al Perro Amigo y al novicio Alberto.

     La novela nos transporta de manera fidedigna a la Granada de finales del siglo XVI y principios del XVII y a una sociedad en la que la virtud humana era cada vez más difícil de alcanzar. Motivo por el cual el testimonio --ficticio pero construido de manera muy convincente sobre personajes que sí fueron reales-- que nos dejó como legado Felipe Romero es como mínimo digno de alabar. Y es que Alonso de Lomellino siempre aceptó que la única verdad verdadera, como ya rezaban los azulejos de la Alhambra desde años atrás, como prueba fehaciente de la hermandad existente realmente entre ambas religiones, es que La galib ily Allah (Solo Dios es el vencedor).     
             

        

jueves, 15 de septiembre de 2016

El hombre en busca de sentido. Viktor E. Frankl. Herder. Reseña


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     La logoterapia es la tercera escuela vienesa de psicoterapia, tras el psicoanálisis de Sigmund Freud y la psicología individual de Alfred Adler. Desarrollada por el neurólogo y psiquiatra Viktor E. Frankl, este nuevo tipo de psicoterapia se centró en una voluntad de sentido, en oposición a la voluntad de poder de Adler y a la voluntad de placer de Freud. La logoterapia trató de buscar un sentido a la vida de las personas y para ello se basó en tres supuestos filosóficos fundamentales: la libertad de voluntad (antropología: explica que todo hombre es capaz de tomar sus propias decisiones, lo cual lo hace libre para escoger su propio destino y no convertirse en un títere del mismo), la voluntad de sentido (psicoterapia: busca el componente interior humano, que lo aleja del reino animal y vegetal) y el sentido de vida (filosofía: factor que no se pierde pero que puede escapar de la comprensión humana).

     El término fue usado por primera vez por Frankl en 1938, aunque no se desarrolló definitivamente hasta después de la II Guerra Mundial. La concepción final de la logoterapia se vio marcada por la larga estancia de su fundador en diversos campos de concentración nazis. Por supuesto, las diferentes maneras de actuar de sus compañeros de barracones determinaron el desarrollo de la psicoterapia. El hombre en busca de sentido, el ensayo que nos ocupa, nació de esa estadía personal de su autor en los infames campos.

     Considerado uno de los diez libros más influyentes en Estados Unidos, relata vivencias personales y la historia diaria de un campo de concentración vista desde dentro. El texto se divide en tres partes: internamiento en el campo, la vida en el campo y la vida tras la liberación. En la primera de ellas destaca el estado de shock de los recién detenidos y trasladados. La llegada de los vagones a Auschwitz deja a todos atónitos ante lo que a esas alturas ya se había escuchado sobre aquel lugar. La única posesión humana a partir de ese momento es la desnudez.

     La frase central de esta primera parte la toma Frankl de Nietzsche: quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo. Las creencias religiosas, el amor hacia uno o varios seres queridos y el sufrimiento como forma de supervivencia son aspectos claves para seguir adelante en un entorno tan dramático. La apatía como forma de autodefensa para huir de la cruel realidad es otra de las premisas para lograr seguir con vida. Frankl analiza los sueños de los presos, su desnutrición, su falta de apetito sexual y la carencia de valores humanos.

     La segunda parte trata la añoranza sin límites de la familia y la casa, la repugnancia ante todo lo que a uno lo rodea (hielo, fango, excrementos y hasta cadáveres) y la desvalorización de absolutamente todo lo que no tuviera que ver con la mera supervivencia individual. Curiosamente, afirma Frankl que quienes alcanzaron un mayor desarrollo de los planos espiritual y religioso resistieron mejor en el campo, al conseguir aislarse del entorno y refugiarse en su vida anterior, más plena desde el punto de vista intelectual e interior. De ahí que el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. 

     El aprecio de la belleza o del arte, el sentido del humor, la añoranza de la intimidad y la soledad y el crecimiento de la irritabilidad y el recurso a la violencia son otros aspectos que deben ser tenidos en cuenta entre los presos. El autor cita a Dostoievski (solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos) al hacer referencia al punto que hace al hombre un ser libre que elige su destino hasta las últimas consecuencias. Y es que hasta en un campo de concentración puede un hombre mantener su dignidad, sus valores y su generosidad. En este sentido, la fe en el futuro era básica. Así, sin fe no hay futuro posible que no sea la muerte. Incluso las lágrimas no deben avergonzar a los presos, pues testifican su valentía y su valor para sufrir.

     La tercera parte, la que se ocupa de la vida tras la liberación, es la más conmovedora del texto en mi opinión. Lejos de volverse locos de alegría, los presos se despersonalizaban tras relajar la enorme tensión acumulada durante tanto tiempo. Todo les parecía irreal, una ensoñación de la que serían cruelmente despertados en cualquier momento. Incluso, fueron bastantes los que buscaron sacar fuera de sí la violencia tan largamente reprimida, optando por una forma de vida fuera de la legalidad. Frankl habla de deformidad moral, amargura y desilusión. Sobre todo en quienes habían encontrado en sus mujeres e hijos el sentido de su existencia y conocieron la noticia de que estos habían muerto tiempo atrás. Así, el hombre que durante años había creído alcanzar el límite absoluto del sufrimiento humano se encontraba ahora en que este no tiene límites. 

     La conclusión de este ensayo es que la experiencia final de un hombre que vuelve a su hogar es la maravillosa sensación de que, después de todo lo que ha sufrido, ya no hay nada a lo que tenga que temer, excepto a su Dios y que a un hombre le pueden robar todo menos una cosa, la última de las libertades del ser humano: la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino.