LIBROS

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lunes, 3 de octubre de 2016

El Principito. Mark Osborne. 2015. Crítica





     Confieso que cuando acudí a ver El Principito lo hice con sensaciones encontradas. Esperaba disfrutar de una gran película basada en la inmortal obra de Antoine de Saint-Exupéry, pero los recelos me hacían poner los pies en el suelo y optar simplemente por ver qué me ofrecía la cinta sin mayores pretensiones. Los motivos de mi indecisión se basan en la imposibilidad de llevar una historia así a la gran pantalla. Adaptar la obra como tal habría sido un error gravísimo, imperdonable. Sin embargo, el director de Bob Esponja: La película (2004) y Kung Fu Panda (2008) --más motivos para recelar, más por la primera que por la segunda--, ha acertado de pleno al mezclar la historia original con los personajes de este emotivo homenaje al creador de tan conocida y fascinante historia.

     La película dura una hora y tres cuartos, algo más de lo habitual en los films de animación y, desde luego, bastante más de lo que tarda en leerse el libro original en una edición medianamente normal. No obstante, se hace corta. La convivencia de las dos historias --que, dicho sea de paso, están entrelazadas de manera magnífica-- se hace visible a simple vista al dividir sus espacios narrativos mediante las diferentes técnicas de rodaje: el 3D para la historia de la niña y el viejo y el stop-motion para preservar la original. Sin duda, la estética es el mayor acierto de la película.   

     La banda sonora, que apunta directamente a los Oscars, está compuesta por cuatro emocionantes piezas que acompañan a las mil maravillas la acción de la película y nos transportan de unos escenarios a otros: Salvation, de Gabrielle Aplin, Somewhere only we know, cover del grupo Keane interpretada aquí por Lily Allen, el clásico Don´t let it bother, de Fats Waller, y muy especialmente Suis-mois, de Camille Dalmais, que en castellano lleva el título de Sígueme y está interpretada por la hasta ahora injustamente poco conocida voz de Roko, prometedora cantante, compositora y actriz jienense. Cuesta no salir de la sala silbando el tema central, con una pegadiza melodía, de las que elevan el ánimo y hacen esbozar una sonrisa.

     El film fue presentado en el festival de Cannes de 2015, ha recibido ya el premio César a la mejor película de animación y respeta, como el libro, los dibujos originales que Saint-Exupéry incluyó en la primera edición (1943). Ha contado con un presupuesto de 57 millones de euros, recuperados tan solo unos días después de su estreno en Francia. Las productoras encargadas de traernos la historia han sido Onyx Films, Orange Studio y On Entertainment, y la distribuidora de la misma es Paramount Pictures. 

     La historia original es de sobra conocida, por lo que me limitaré aquí a dar unas leves pinceladas de la que sirve de introducción a la misma. Una niña se muda a un nuevo hogar junto a su madre. Madura para su edad, el estricto régimen de vida al que la somete su madre, que la quiere preparar para integrarla en la prestigiosa escuela de su nuevo barrio, la predispone a seguir la historia que le presenta su nuevo vecino, un excéntrico viejo al que todos en el barrio consideran un loco de atar. Un loco adorable tanto para la niña como para los espectadores. Y es que se revela como un ser entrañable, amigable y sabio.

     Gracias a la compañía del viejo --que al final de la película resulta ser... bueno, ese pequeño detalle no toca darlo a conocer aquí...--, la niña retoma su infancia medio perdida y vuelve a soñar con historias de aviadores, rosas, zorros y mensajes esenciales invisibles a los ojos pero que, en cambio, se pueden ver con el corazón. Y es que aprende que lo verdaderamente importante en la vida son las relaciones humanas, la magia, las emociones y no olvidar la niñez nunca. No en vano, el problema no es crecer sino olvidar

     La niña protagonista --podría ser un niño-- representa en realidad a cualquier lector de la obra de Saint-Exupéry, es decir, tú o yo, por ejemplo, y sufre el mismo efecto que cualquier otro lector tras conocer y adentrarse en la historia del Principito. Lo cual constata, una vez más, que nadie tiene tanta imaginación como un niño. Y, ¿qué decir del final de la película? Pues que resulta imposible no emocionarse y derramar alguna lágrima durante las últimas secuencias y el principio de los títulos de crédito, donde de nuevo la canción central de la misma nos hace bailar, cantar y abrazar a nuestro hijo (porque, quien lo tenga no debe dudar en llevarlo al cine, tenga la edad que tenga y entienda lo que entienda... que ese es otro tema).

     En definitiva, El Principito es un espectáculo para los sentidos, un trabajo pleno de creatividad, belleza y poesía hecha imágenes --sobre todo en las secuencias de papel que recrean la obra original--, un alegato en defensa de la importancia de las pequeñas cosas y un acercamiento de la obra de Saint-Exupéry a las nuevas generaciones, que (espero) todavía llegan a tiempo de incorporarse al universo de ese niño que vivía en un planeta apenas más grande que él mismo y en el que cualquier cosa era posible... Imprescindible para aquellos adultos que han olvidado la niñez y también para aquellos niños que quieran introducirse en un universo todavía desconocido e inexplorado por ellos pero mágico...