LIBROS

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viernes, 11 de diciembre de 2020

Rey blanco. Juan Gómez-Jurado. Ediciones B. 2020. Reseña

 





    Los que seguimos a Juan Gómez-Jurado desde hace ya años sabemos que, si bien Reina Roja es una trilogía --de momento--, la trama que se refiere al señor White viene de lejos. Ya desde sus obras anteriores, El paciente y Cicatriz. El psicópata asesino que pone en jaque a Antonia Scott, a Jon Gutiérrez, a Mentor y al resto de protagonistas de las últimas cinco novelas --pentalogía, por tanto-- de Gómez-Jurado es ya un clásico del género del thriller. A nivel español y también europeo e internacional. Como siempre sucede con este tipo de novelas, es muy difícil escribir reseñas sin caer en algún involuntario e inoportuno spoiler. Trataré de no cometer ningún pecado capital durante las próximas líneas, pues. Y si es así, de entrada pido perdón tanto al autor como a los lectores. Sed benévolos conmigo, porque nadie está libre de pecado. Ni puede tirar, por tanto, la primera piedra. La voluntad, desde luego, siempre es la misma: dar a conocer, más si cabe, la obra de este gran escritor. 


    En Rey Blanco el señor White da un paso más en su permanente hostigamiento a Antonia Scott y a Jon Gutiérrez. Y, de paso, a todo el proyecto Reina Roja a nivel europeo. Antonia está tocada: acaba de dejar morir a su marido tras tomar la decisión de desconectarlo de las máquinas de soporte vital a las que llevaba atado varios años, y a su abuela, muy anciana, no le queda mucho ya. Además, le llega la noticia de que Jon Gutiérrez ha sido secuestrado. El señor White, sin duda, está detrás de la desaparición de su fiel escudero. Otro problema más para una Antonia para la que el suicidio --en el que sigue pensando tres minutos cada día-- es la última solución para poner fin a su existencia. Una existencia a años luz de lo que comúnmente conocemos como felicidad. El infierno en que se ha convertido su vida es la verdad vista demasiado tarde. Un error del pasado. Pese a su extremada inteligencia, a Antonia se le ha pasado por alto una verdad que finalmente comprenderá muy evidente. 


    También es evidente que la soledad hace del alma una esponja reseca, que acepta con gratitud cualquier líquido que le caiga encima. Y su compañero Jon ya hace tiempo que le cayó encima con todo su peso --aunque no es que esté gordo--. Así lo explica el narrador de la historia: la progresión extraño, compañero, amigo, familia culminó en una palabra con tres letras. Una jota, una o y una ene. Jon. Para Antonia, no se puede ser más que eso. Así que no tiene más remedio que aceptar el nuevo juego propuesto por el señor White. Sobre todo, para poder salvar a un Jon al que no le gustan los secuestros. Porque un secuestro es una ausencia, en su mayor parte. Una ausencia que se convierte en un agujero negro de angustia y desesperación, que devora todo. Para Antonia, da igual lo que hagamos, lo que consigamos. Al final, por las noches, de los que te acuerdas es de los que no podemos salvar. Y no quiere tener que hacer eso con Jon a partir de ahora. 


    ¿Qué sería Antonia Scott sin Jon Gutiérrez? El señor White sabe que la Reina Roja hará lo que sea por salvar a su escudero. También que nadie está libre de hacer nada, ni siquiera lo más horrible, por amor. El amor es lo más poderoso que existe. Aunque tiene claro que Antonia no va a sucumbir ante ningún tipo de amenaza, aprovecha que la gente normal no es tan dura psicológicamente para ir acabando con los proyectos de otras Reinas Rojas europeas. Han muerto las Reinas Rojas de Inglaterra, Holanda y Alemania y sus escuderos inglés y alemán. Y han desaparecido las Reinas Rojas de Francia e Italia, además de sus escuderos. Nos están cazando, reconoce angustiada Antonia ante las informaciones de Mentor. A White le resulta muy fácil conseguir sus objetivos. Le basta con amenazar de muerte a maridos, mujeres, madres, padres, hijos o hijas de los componentes de los proyectos europeos para que todo el sistema salte por los aires. Pero Antonia es diferente. Y White lo sabe.


    ¿Qué juego le propone a Antonia esta vez? Muy sencillo. Quiero que haga lo que mejor sabe hacer. Quiero que resuelva tres crímenes y que haga justicia. Y, para ello, deja en libertad a Jon para que la ayude. No obstante, también White cuenta con una ayudante de lujo. Porque Sandra Fajardo ha vuelto. Y Antonia sabe que ahora que ha regresado nadie está a salvo. Así que Mentor y ella deciden que Carla Ortiz --el trofeo que se le escapara en el pasado a la asesina--, su hijo, el hijo de Antonia, la madre de Jon y la abuela Scott han de desaparecer. A un lugar que hasta ellos mismos desconozcan. Tomarán varios aviones de forma sucesiva y aleatoria para salir lo más rápidamente posible del país hacia un destino que nadie --ni siquiera ellos mismos-- saben en realidad. Y Antonia y Jon se ponen manos a la obra para jugar a un juego peligroso que saben que no pueden ganar. Pero del que tampoco pueden ni deben huir. 


    Pero lo que desconoce White, aunque poco a poco va conociéndolo de primera mano, es que a Antonia no le gusta perder. Y después de todo este tiempo huyendo --no sé cuánto te dejaste por el camino, lo que perdiste entonces, lo que ganas ahora, porque recomponerte es como juntar un puñetero puzle, sin tener la foto de la caja, a oscuras, con las manos atadas, piensa Jon sobre ella en un momento de la trama--, la realidad ha acabado alcanzándola. Es cinturón negro en mentirse a sí misma, pero ahora tiene claro que si pierde esta batalla, las habrá perdido todas. También sabe que caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos. Una frase de esas con las que excusamos actos de los que no nos sentimos especialmente orgullosos. Nuestras mentiras, nuestros engaños, nuestros atajos. Su escudero, Jon, también sabe de culpas, pero comparado con su compañera, es poco menos que un novato.   


    Antonia desea, no por primera vez, tener una familia --su madre hace años ya que murió, tras una rápida y repentina enfermedad que la devoró desde dentro, y las relaciones con su padre, embajador de Inglaterra en Madrid, también hace años que dejaron de ser las más aconsejables, hasta el punto de que éste llegó a  arrebatarle a Antonia la custodia de su hijo--, en la que refugiarse, un lugar en el que esconderse. Pero no hay nada, más que el feroz chillido de los monos en las profundidades de su mente. Jon y Mentor son todo lo que tiene, y no piensa darse por vencida, por nada del mundo. Sin embargo, la alianza entre Sonia Fajardo y el señor White --cuando estudiaba en la universidad un profesor nos explicó que las emociones son cambios que preparan al individuo para la acción, y yo pensé que si generamos en el sujeto las emociones adecuadas, podemos orientar sus actos de forma externa, le dice en un cara a cara a Antonia-- la ponen más a prueba que nunca.


    El señor White, convertido finalmente en el Rey Blanco, termina por afirmar que la reina es la figura más poderosa del tablero. Pero por poderosa que sea una pieza de ajedrez, nunca debe olvidar que hay una mano que la mueve. Evidentemente, él pretende ser esa mano. Y, por desgracia para Antonia y Jon, lleva siéndolo ya demasiado tiempo. ¿Será esta la última historia protagonizada por la pareja de investigadores? ¿Podrá el señor White con ellos? ¿Podrán ellos con él? ¿Acabará la partida en tablas y continuará la historia en otra u otras novelas? A saber. Con Juan Gómez-Jurado pasa como con Antonia Scott: nunca sabes por dónde te va a salir en el próximo movimiento. Así que, por el momento, disfrutemos de Rey Blanco. Y lo que tenga que venir, ya vendrá...   


 

jueves, 10 de diciembre de 2020

Siempre preparado. Víctor Rubio Estarlich. NPQ Editores. 2020. Reseña






    Escribir una reseña resulta a veces muy complicado. Uno, cuando lee, toma notas y citas del libro en cuestión para, una vez finalizada su lectura, ordenar, clasificar y organizar todos aquellos aspectos que cree que debe abordar su reflexión sobre el libro. Sin embargo, sucede en algunas pocas ocasiones que se encuentra uno ante tantas notas y citas que resulta prácticamente imposible construir un relato fehaciente sobre todo aquello que ha leído. Y cuando, además, atribuir un género al libro también es algo complejo, la tarea adquiere un cariz todavía más difícil. Es el caso del libro que nos ocupa en estas líneas. ¿Cómo se puede calificar un libro del que el propio autor afirma que nunca pretendí hacer un libro de liderazgo de grupos, ni una guía vital, ni un compendio de lecciones y soluciones, ni un libro de autoayuda, ni siquiera una recopilación de vivencias autobiográficas... este libro no es nada de eso, pero lo es todo a la vez? Al final, uno puede llegar a renunciar a todas esas notas y decidirse a escribir desde el corazón. Que es otra buena manera de afrontar la situación.


    En efecto, Siempre preparado. Gestiona, afronta y lidera tu vida, de Víctor Rubio Estarlich, abarca tal cantidad de temas, provoca tal cantidad de sentimientos y reacciones y hace reflexionar tanto al lector sobre tantísimos aspectos de la vida cotidiana, personal y profesional que es imposible atribuirle un género --aunque, quizás, el que más se le acerque sea el de psicología y autoayuda--. No obstante, de calificarlo así, sería una autoayuda diferente de la habitual. No tan teórica --porque llega un momento en el que todos nos sabemos muy bien la bonita teoría de lo maravillosa que puede ser la vida y cómo debemos (supuestamente) vivirla a tope, pero echamos en falta casos prácticos, cercanos e ilustrativos de esa teoría--. Y ese es el gran valor diferencial del libro del entrenador de baloncesto, docente y coaching: se desnuda ante el lector para transmitir su filosofía de vida, con sus virtudes y sus defectos, con sus aciertos y sus errores. ¡Qué raro resulta que alguien, en los tiempos que corren, reconozca sus errores en público! ¡Más todavía que los deje escritos para la posteridad!


    Acostumbrado a liderar grupos, a nivel educativo, deportivo y empresarial --Víctor también ofrece charlas sobre motivación, dirección de grupos, emociones y comunicación de diversos colectivos no propiamente deportivos--, reconoce seguir cometiendo errores en alguna de sus tomas de decisiones. Lo cual le otorga mayor credibilidad si cabe. Personalmente, me ha llamado la atención leer que, según él, se equivocó en su manera de enfocar la temporada baloncestística 2011-12, en la que el equipo acabó descendiendo como colista de la competición, y que fue el comportamiento de la afición en el último partido de la temporada --que despidió en pie a un equipo que acabó dando la vuelta a la cancha en perfecta comunión con unos aficionados que, pese a todo, supieron reconocer el esfuerzo de cada uno de los jugadores durante todos los partidos-- el que le hizo ver sus errores en cuanto a liderazgo y gestión del equipo aquel año. Y es cierto, como él afirma, que no solo somos los resultados, sino la forma en que los conseguimos (aunque estos sean negativos).


    Cómo gestionar y afrontar las sucesivas adversidades que van surgiendo durante nuestras vidas es uno de los pilares del libro. Es ahí donde el entrenador del Units pel Bàsquet Gandia se moja especialmente y se muestra más cercano y humano. Donde toma el gran riesgo --¡qué gran valentía la suya!-- de abrir su mente y su corazón al lector. Como cuando habla de que el tren no solo pasa una vez y narra su divorcio y su posterior nuevo matrimonio. Y más especialmente en el capítulo dedicado a la trágica muerte de su hermano Héctor, a tan solo cinco días de comenzar una temporada --la 2008-2009-- que se presentaba plena de retos por afrontar y disfrutar en la LEB Oro más competida de la historia; su dimisión como entrenador del club, tan solo dos meses y medio después; y su dedicación a una familia que había quedado seriamente tocada --como es lógico y normal--. Evidentemente, hay aspectos de nuestras vidas que escapan por completo a nuestro control. Pero, como bien afirma el autor, la manera en que los afrontamos sí depende únicamente de nosotros. Qué somos y quiénes queremos ser sí son cuestiones sobre las que hemos de decidir. 


    Huelga decir que de una situación así solo se sale apoyándose en los restantes seres queridos --en este punto agradece el autor la magnífica educación recibida de parte de sus padres (fundamentada en valores como la autoestima, la autonomía, la independencia y la autocrítica)--. Y ese es, sin duda, otro de los puntales del texto: la pedagogía. Palabra que, como tal, no aparece en el libro (salvo que se me haya escapado), pero cuyo valor, como buen educador, Víctor conoce y defiende. La cultura del esfuerzo, no limitarse uno mismo --pero conocer nuestros límites--, saber ponerse metas altas pero a la vez realizables, la motivación, la perseverancia, saber relativizar los problemas, tomar decisiones --arrepentirse de lo hecho, jamás de lo no hecho--, y, en el caso de grupos, aceptar y convivir con la crítica, saber comprometerse y respetar la diversidad son los bastiones sobre los que se asienta la filosofía de vida de Rubio. No os perdáis, además, el código ético del liderazgo de grupos con el que se cierra el libro.


    Pese a que el libro está repleto de reflexiones y citas muy destacables --¡recomiendo leerlo con subrayador o con un boli y una libreta al lado!--, como aficionado al baloncesto y antiguo socio del club de baloncesto de mi ciudad --ya no lo soy por razones que no vienen al caso, pero sí sigo su actualidad y evolución, casi a diario-- las partes del libro que más me han emocionado son las que hacen referencia al desempeño profesional de Víctor Rubio como entrenador. Es lógico para alguien que ha vivido el baloncesto desde pequeñito. Que el entrenador de tu equipo cuente las interioridades de lo que tú has vivido desde afuera --y lo haga, además, con semejante lucidez y pasión-- es algo que forzosamente ha de tocarle a uno la fibra. Rubio narra algunos de los mejores momentos de la historia del club. También otros no tan buenos, pero igualmente inolvidables (pese a que los resultados no siempre acompañaran). Pequeños y grandes milagros deportivos cuyo recuerdo lo hacen a uno esbozar una sonrisa. Y digo bien, y sin exagerar un ápice, lo de milagros


    Porque eso es lo que ocurrió, por ejemplo, en el famoso play-out en Gijón (2007) --en el que se consiguió la permanencia en la LEB Oro en un épico partido que terminó, contra todo pronóstico (con medio equipo lesionado y tras un eterno viaje de ida y vuelta en autocar desde Gandía hasta Asturias), con una aplastante victoria visitante en una cancha tan mítica como repleta de unos aficionados que se quedaron atónitos ante lo que se le vino encima a su equipo--. También en las temporadas 2009-10 y 2010-11 --las que serán recordadas por buena parte de la afición como los años de los espartanos, y que finalizaron de forma diferente pero igualmente emotiva (¡en un claro ejemplo de que en determinadas circunstancias las derrotas pueden llegar a ser más épicas que las victorias!)--. Ambos milagros merecen capítulos aparte en este libro. Como el del ascenso a la LEB Plata en 2016, tras una exitosa final a cuatro, esta vez como locales. Y es que, como escribí en cierta ocasión, las grandes gestas deportivas no tienen por qué estar protagonizadas por las grandes estrellas. 


    Sucede en numerosas ocasiones que cuando uno deposita grandes ilusiones en un libro éste acaba defraudándolo. Dejándolo frío. Poner el listón demasiado alto puede conllevar un buen batacazo. Pues bien, las altas expectativas suscitadas en mí por este libro no solo no me han defraudado sino que, muy al contrario, me han hecho comprobar que el listón ha sido superado con creces, dejándome muy gratamente sorprendido. Sabía de buena tinta que Víctor tenía cosas muy interesantes que contarnos. Pero cómo las ha contado en Siempre preparado, combinando con gran fluidez teoría, práctica y experiencias personales y vitales, incluso dejando en evidencia al lector en ocasiones --¡es muy difícil no verse retratado en sus páginas, a veces para bien; otras no tanto!--, que debo recomendar su lectura a absolutamente todo el mundo. Porque estas ciento sesenta páginas ponen las pilas a todo el mundo. Lo motiva a trazarse planes y a llevarlos a cabo. Y eso es mucho. Muchísimo.    

                          

       

martes, 1 de diciembre de 2020

Un lugar llamado Antaño. Olga Tokarczuk. Anagrama. 2020. Reseña





    Publicada por vez primera en Polonia en 1996 y editada en España por Lumen en 2001, Anagrama reedita para nuestro país una de las obras de la Premio Nobel de Literatura de 2018 Olga Tokarczuk. Graduada en psicología por la Universidad de Varsovia y miembro del partido político Los Verdes --tanto la psicología como lo medioambiental juegan un papel importante en esta obra (la primera suya que he leído)--, la novelista, ensayista, poetisa y psicóloga polaca nos propone en Un lugar llamado Antaño un viaje por el siglo XX polaco. Por su historia, la de sus pobladores, la de sus pueblos y la de sus bosques y montañas. Porque el mundo rural es uno de los grandes protagonistas de esta novela, la cual podríamos calificar tanto como costumbrista como histórica-social. Una novela que nos adentra en un mundo de ficción lejano y desconocido pero que a la vez nos resulta inquietantemente familiar y cercano. Imaginar es en suma crear, es el puente que reconcilia a la materia con el espíritu. La imagen se transforma en una gota de materia y se incorpora a la corriente de la vida. Por eso, todos los deseos humanos se cumplen si son lo suficientemente fuertes. Aunque no siempre del todo, ni tal y como uno esperaba.  

    Antaño es un pueblo ficticio, imaginado por Tokarczuk, situado en pleno centro de Polonia. Un lugar situado en el centro del universo. Al menos, para sus moradores. Un microcosmos que parece tener delimitadas unas claras fronteras con un mundo exterior tan alejado como irreal y prácticamente inexistente. En Antaño conviven el mismísimo Dios --Polonia es uno de los países más católicos del mundo--, ángeles guardianes y almas en pena --estamos también ante una novela con un fuerte componente de realismo mágico--, ríos, peces, caballos, vacas, perros y todo tipo de árboles, plantas y vegetación --el medio ambiente, en suma--, invasores y combatientes de todo tipo de moral y formas de vivir --Polonia fue probablemente el país de Europa más devastado por las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, y no me refiero únicamente a la destrucción física sino también a la moral y psicológica-- y una serie de variopintos ciudadanos de los que nos ocupamos a continuación.

    La autora no pierde el tiempo en describirnos a los personajes con sus propias palabras. Lo hace a través de las obras de estos. Es decir, los personajes se describen a sí mismos por sus hechos, sus gestos y sus acciones. Obviamente, también por sus palabras. A lo largo de las doscientas cincuenta páginas de la novela desfilan ante nosotros multitud de hombres y mujeres y niños y niñas. Algunos solo aparecen en una escena. Otros nos llevan de la mano a ese Antaño que unos odian y algunos veneran. Porque el pueblo donde nacimos despierta en nosotros sentimientos contradictorios según los hechos que nos tocan vivir en él. Así, el mismo Antaño que es una prisión para muchos --por ejemplo, Ruta e Izydor, quienes anhelan conocer lugares más alejados-- se convierte en un paraíso terrenal para otros tantos. Como suele suceder en la vida misma. 

    La barbarie y la miseria protagonizan la historia de Polonia en el siglo XX. La Gran Guerra, la dura etapa de entreguerras, la Segunda Guerra Mundial, los campos de concentración, el exterminio judío, la terrible posguerra y la posterior dominación soviética son episodios demasiado dramáticos de asimilar, y se sucedieron en apenas medio siglo. No es difícil imaginar que entre la mayoría de los personajes la locura --en todas sus múltiples formas-- campe a sus anchas. Así, Florentynka se entiende mejor con los perros que con las personas; Espiga abandona la prostitución para vivir sola en una cabaña en medio del bosque; el Hombre Malo se aparta también del mundanal ruido y se convierte en un animal más del bosque; el viejo Boski vive solo para arreglar el tejado del palacio del señor Popielski, del que apenas se baja nunca; y el señor Popielski pierde la cabeza y se dedica a jugar a un misterioso juego educativo para un jugador, ajeno a la colectivización soviética, que le va retirando todas sus posesiones.

    El bloque central de los personajes de la novela lo componen Genowefa y Michal y sus hijos Misia e Izydor. Michal sirve en el ejército soviético durante la Gran Guerra. Genowefa, que ha quedado encinta de Misia, deja de tener noticias de su marido y lo cree muerto. Se enamora de un joven judío. Pero Michal vuelve finalmente del frente, sano, salvo y convertido en padre. Luego llega Izydor, su segundo hijo, un chico retrasado que padece hidrocefalia y que se enamora perdidamente de Ruta, hija de Espiga. A Ruta, en plena Segunda Guerra Mundial, la violan sucesivamente soldados alemanes y soviéticos. Decide huir de Antaño para siempre. Claro que he cambiado. ¿Te extraña? El mundo es malo. Tú mismo lo has visto. ¿Qué Dios puede haber creado un mundo así? O Él mismo es malo o simplemente permite el mal. O bien todo se Le ha hecho un lío. E Izydor se queda solo y perdido. Su pasión por los sellos y las cartas lo introducen en un mundo en el que será feliz por un tiempo, aunque también lo pondrá en peligro al ser acusado de espionaje por los soviéticos. Su sueño de ir a Brasil y encontrar a Ruta se desvanece y pierde las ganas de vivir.    

    Un lugar llamado Antaño nos narra la historia de varias generaciones de lugareños. Todos ellos se mueven por las pasiones, las dudas, los anhelos --todas necesitamos niñas. Si nos pusiéramos de acuerdo en tener solo niñas, habría paz en el mundo, le dice la señora Szenbert a Genowefa-- y los miedos. Encontramos nacimientos, amores, desamores, amistad, traiciones, violencia, enfermedades, envejecimientos y muertes. El paso del tiempo, la fugacidad de la vida y la imposibilidad de evitar esa muerte marcan también muchas de las páginas de la novela. Mientras es joven el ser humano se halla ocupado en su propio desarrollo, se esfuerza por progresar y ampliar sus horizontes. Después, cuando ya es un hombre hecho y derecho, le llega el momento de soñar o de algo todavía más grande. Alrededor de los cuarenta se produce una crisis. La juventud, con toda su intensidad, se cansa de su propia fuerza. Una noche o una mañana, el hombre cruza la frontera, alcanza la cima y da el primer paso hacia abajo, hacia la muerte. Entonces, surge la pregunta: ¿bajar orgulloso de cara a la oscuridad o volver la vista a lo que hubo, mantener las apariencias, fingir que no hay oscuridad alguna y que la luz de la habitación se ha apagado? 

    Las historias de cada uno de los personajes se entrelazan poco a poco hasta convertir el texto en una novela coral que describe una rica y variada temática impregnada de historia, psicología, medio ambiente, lecciones de vida (y muerte) y violencia. Además, Tokarczuk maneja a las mil maravillas el mundo de los contrastes: lo viejo y lo nuevo, lo femenino y lo masculino, lo bonito y lo feo, lo verosímil y lo mágico, la cordura y la locura, la vida y la muerte. Algo muy difícil de plasmar tan solo a través de hechos y pocas palabras. Pero Tokarczuk lo consigue en boca de Genowefa, cuando le dice a su amante Eli: Todo nos separa. Tu eres joven, yo soy vieja. Tú eres judío, yo soy polaca. Tú eres de Jeszkotle y yo de Antaño. Tú eres libre y yo estoy casada. Tú eres puro movimiento y yo ya estoy parada en este lugar. También en el pensamiento del joven Boski, quien estaba seguro de algo: del poder de la educación. La cultura y la educación estaban al alcance de todos. Claro que a otros les resultaba más fácil. Y no era justo. Pero, por otra parte, él también podía estudiar, aunque con mayor esfuerzo. Él debía ganarse la vida y, además, ayudar a sus padres.    

    Afirma Tokarczuk que sus influencias más firmes provienen de Carl Gustav Jung, padre de la psicología analítica; Edgar Alan Poe, cuyas historias fantásticas son mundialmente conocidas; y los escritores Thomas Mann --recordado por su profundo espíritu crítico del alma europea y alemana de la primera parte del siglo XX--, Antón Chéjov --miembro de la corriente más psicológica del realismo y el naturalismo-- y Nikolai Gógol --considerado el primer novelista ruso moderno--. Conociendo este hecho, no resulta extraño que el estilo narrativo de esta obra se desarrolle a modo de capítulos o relatos cortos que, a través de la cruda realidad o del realismo mágico o del mundo de los sueños, nos plantee dilemas morales y psicológicos que nos muevan internamente. Y es que una de las características de Un lugar llamado Antaño es precisamente que las historias, pese a parecernos lejanas en espacio y tiempo, nos atrapan por completo debido a su proximidad temática y humana.