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martes, 1 de diciembre de 2020

Un lugar llamado Antaño. Olga Tokarczuk. Anagrama. 2020. Reseña





    Publicada por vez primera en Polonia en 1996 y editada en España por Lumen en 2001, Anagrama reedita para nuestro país una de las obras de la Premio Nobel de Literatura de 2018 Olga Tokarczuk. Graduada en psicología por la Universidad de Varsovia y miembro del partido político Los Verdes --tanto la psicología como lo medioambiental juegan un papel importante en esta obra (la primera suya que he leído)--, la novelista, ensayista, poetisa y psicóloga polaca nos propone en Un lugar llamado Antaño un viaje por el siglo XX polaco. Por su historia, la de sus pobladores, la de sus pueblos y la de sus bosques y montañas. Porque el mundo rural es uno de los grandes protagonistas de esta novela, la cual podríamos calificar tanto como costumbrista como histórica-social. Una novela que nos adentra en un mundo de ficción lejano y desconocido pero que a la vez nos resulta inquietantemente familiar y cercano. Imaginar es en suma crear, es el puente que reconcilia a la materia con el espíritu. La imagen se transforma en una gota de materia y se incorpora a la corriente de la vida. Por eso, todos los deseos humanos se cumplen si son lo suficientemente fuertes. Aunque no siempre del todo, ni tal y como uno esperaba.  

    Antaño es un pueblo ficticio, imaginado por Tokarczuk, situado en pleno centro de Polonia. Un lugar situado en el centro del universo. Al menos, para sus moradores. Un microcosmos que parece tener delimitadas unas claras fronteras con un mundo exterior tan alejado como irreal y prácticamente inexistente. En Antaño conviven el mismísimo Dios --Polonia es uno de los países más católicos del mundo--, ángeles guardianes y almas en pena --estamos también ante una novela con un fuerte componente de realismo mágico--, ríos, peces, caballos, vacas, perros y todo tipo de árboles, plantas y vegetación --el medio ambiente, en suma--, invasores y combatientes de todo tipo de moral y formas de vivir --Polonia fue probablemente el país de Europa más devastado por las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, y no me refiero únicamente a la destrucción física sino también a la moral y psicológica-- y una serie de variopintos ciudadanos de los que nos ocupamos a continuación.

    La autora no pierde el tiempo en describirnos a los personajes con sus propias palabras. Lo hace a través de las obras de estos. Es decir, los personajes se describen a sí mismos por sus hechos, sus gestos y sus acciones. Obviamente, también por sus palabras. A lo largo de las doscientas cincuenta páginas de la novela desfilan ante nosotros multitud de hombres y mujeres y niños y niñas. Algunos solo aparecen en una escena. Otros nos llevan de la mano a ese Antaño que unos odian y algunos veneran. Porque el pueblo donde nacimos despierta en nosotros sentimientos contradictorios según los hechos que nos tocan vivir en él. Así, el mismo Antaño que es una prisión para muchos --por ejemplo, Ruta e Izydor, quienes anhelan conocer lugares más alejados-- se convierte en un paraíso terrenal para otros tantos. Como suele suceder en la vida misma. 

    La barbarie y la miseria protagonizan la historia de Polonia en el siglo XX. La Gran Guerra, la dura etapa de entreguerras, la Segunda Guerra Mundial, los campos de concentración, el exterminio judío, la terrible posguerra y la posterior dominación soviética son episodios demasiado dramáticos de asimilar, y se sucedieron en apenas medio siglo. No es difícil imaginar que entre la mayoría de los personajes la locura --en todas sus múltiples formas-- campe a sus anchas. Así, Florentynka se entiende mejor con los perros que con las personas; Espiga abandona la prostitución para vivir sola en una cabaña en medio del bosque; el Hombre Malo se aparta también del mundanal ruido y se convierte en un animal más del bosque; el viejo Boski vive solo para arreglar el tejado del palacio del señor Popielski, del que apenas se baja nunca; y el señor Popielski pierde la cabeza y se dedica a jugar a un misterioso juego educativo para un jugador, ajeno a la colectivización soviética, que le va retirando todas sus posesiones.

    El bloque central de los personajes de la novela lo componen Genowefa y Michal y sus hijos Misia e Izydor. Michal sirve en el ejército soviético durante la Gran Guerra. Genowefa, que ha quedado encinta de Misia, deja de tener noticias de su marido y lo cree muerto. Se enamora de un joven judío. Pero Michal vuelve finalmente del frente, sano, salvo y convertido en padre. Luego llega Izydor, su segundo hijo, un chico retrasado que padece hidrocefalia y que se enamora perdidamente de Ruta, hija de Espiga. A Ruta, en plena Segunda Guerra Mundial, la violan sucesivamente soldados alemanes y soviéticos. Decide huir de Antaño para siempre. Claro que he cambiado. ¿Te extraña? El mundo es malo. Tú mismo lo has visto. ¿Qué Dios puede haber creado un mundo así? O Él mismo es malo o simplemente permite el mal. O bien todo se Le ha hecho un lío. E Izydor se queda solo y perdido. Su pasión por los sellos y las cartas lo introducen en un mundo en el que será feliz por un tiempo, aunque también lo pondrá en peligro al ser acusado de espionaje por los soviéticos. Su sueño de ir a Brasil y encontrar a Ruta se desvanece y pierde las ganas de vivir.    

    Un lugar llamado Antaño nos narra la historia de varias generaciones de lugareños. Todos ellos se mueven por las pasiones, las dudas, los anhelos --todas necesitamos niñas. Si nos pusiéramos de acuerdo en tener solo niñas, habría paz en el mundo, le dice la señora Szenbert a Genowefa-- y los miedos. Encontramos nacimientos, amores, desamores, amistad, traiciones, violencia, enfermedades, envejecimientos y muertes. El paso del tiempo, la fugacidad de la vida y la imposibilidad de evitar esa muerte marcan también muchas de las páginas de la novela. Mientras es joven el ser humano se halla ocupado en su propio desarrollo, se esfuerza por progresar y ampliar sus horizontes. Después, cuando ya es un hombre hecho y derecho, le llega el momento de soñar o de algo todavía más grande. Alrededor de los cuarenta se produce una crisis. La juventud, con toda su intensidad, se cansa de su propia fuerza. Una noche o una mañana, el hombre cruza la frontera, alcanza la cima y da el primer paso hacia abajo, hacia la muerte. Entonces, surge la pregunta: ¿bajar orgulloso de cara a la oscuridad o volver la vista a lo que hubo, mantener las apariencias, fingir que no hay oscuridad alguna y que la luz de la habitación se ha apagado? 

    Las historias de cada uno de los personajes se entrelazan poco a poco hasta convertir el texto en una novela coral que describe una rica y variada temática impregnada de historia, psicología, medio ambiente, lecciones de vida (y muerte) y violencia. Además, Tokarczuk maneja a las mil maravillas el mundo de los contrastes: lo viejo y lo nuevo, lo femenino y lo masculino, lo bonito y lo feo, lo verosímil y lo mágico, la cordura y la locura, la vida y la muerte. Algo muy difícil de plasmar tan solo a través de hechos y pocas palabras. Pero Tokarczuk lo consigue en boca de Genowefa, cuando le dice a su amante Eli: Todo nos separa. Tu eres joven, yo soy vieja. Tú eres judío, yo soy polaca. Tú eres de Jeszkotle y yo de Antaño. Tú eres libre y yo estoy casada. Tú eres puro movimiento y yo ya estoy parada en este lugar. También en el pensamiento del joven Boski, quien estaba seguro de algo: del poder de la educación. La cultura y la educación estaban al alcance de todos. Claro que a otros les resultaba más fácil. Y no era justo. Pero, por otra parte, él también podía estudiar, aunque con mayor esfuerzo. Él debía ganarse la vida y, además, ayudar a sus padres.    

    Afirma Tokarczuk que sus influencias más firmes provienen de Carl Gustav Jung, padre de la psicología analítica; Edgar Alan Poe, cuyas historias fantásticas son mundialmente conocidas; y los escritores Thomas Mann --recordado por su profundo espíritu crítico del alma europea y alemana de la primera parte del siglo XX--, Antón Chéjov --miembro de la corriente más psicológica del realismo y el naturalismo-- y Nikolai Gógol --considerado el primer novelista ruso moderno--. Conociendo este hecho, no resulta extraño que el estilo narrativo de esta obra se desarrolle a modo de capítulos o relatos cortos que, a través de la cruda realidad o del realismo mágico o del mundo de los sueños, nos plantee dilemas morales y psicológicos que nos muevan internamente. Y es que una de las características de Un lugar llamado Antaño es precisamente que las historias, pese a parecernos lejanas en espacio y tiempo, nos atrapan por completo debido a su proximidad temática y humana.