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lunes, 21 de marzo de 2022

Queridos niños. David Trueba. Anagrama. 2021. Reseña

 




    Llegamos al parador con el tiempo justo para sentarnos a la comida. De nuevo esa mezcla de fuerzas vivas y de empresariado local, arracimados por la curiosidad de escuchar a la candidata. El Mastuerzo había pasado la tarde anterior por esa misma plaza y había prometido el tren de  alta velocidad desde Madrid. Así que nosotros prometimos el tren y un plan de choque de infraestructuras turísticas rurales. Supongo que el siguiente aumentaría la apuesta y por suerte solo éramos cinco candidatos porque si no los cacereños habrían llegado a pensar que la NASA se instalaría en la ciudad al mes siguiente para desarrollar su nuevo plan de conquistar Marte desde Trujillo. Así, con semejante lucidez, ironía y atrevimiento el cineasta y escritor madrileño David Trueba (1969) plasma sobre el papel de su nueva novela, Queridos niños, una ácida crítica a las campañas electorales, los políticos, la ciudadanía y el país en general. Una novela que por momentos divierte, entretiene y hasta indigna al lector.

    Queridos niños es el resumen del diario de campaña que Basilio escribe a Amelia, la candidata a la presidencia del gobierno de un partido democristiano que no cuesta nada reconocer en nuestra realidad cotidiana. Basilio --apodado El Hipopótamo debido a sus 119 kilos de peso, que él considera síntoma no de gordura sino de firmeza-- le escribe a Amelia los discursos más llamativos de sus actos electorales. Se trata de un hombre altamente mordaz e inteligente, pero también solitario --la soledad es el triunfo de la madurez, afirma--, deshumanizado, que construyó un muro a los trece años de edad para llegar vivo a casa cada día después del cole. Alguien para quien la idea de suicidarse es una fantasía secreta desde que tres compañeros de colegio me patearon mientras los demás niños arremolinados reían. Un hombre que practicó la eutanasia --a la que ahora debe oponerse por programa político-- a su querido padre enfermo de muerte, a petición suya, eso sí, diluyendo pentobarbital en su helado de vainilla.

     De la crítica de Trueba no se salva nadie. Desde luego, no el partido. Pagos inflados con dinero público sirven para pagar a Basilio; sistemático reparto de banderitas del partido y del país, como si ambas cosas fueran lo mismo; aparición de viejas rencillas internas entre los ladronzuelos de siempre y los regeneracionistas --muy pocos, en realidad--; recurso a las malas artes durante la campaña --el empleo de las oscuras prácticas del Tano Allegri, que ataca a los rivales políticos; el aprovechamiento de accidentes y del dolor ajeno para beneficio propio electoralista; las negociaciones bajo mano para desacreditar de todas las maneras posibles a los rivales, con pruebas o incluso sin ellas--; uso de mil y una triquiñuelas para tapar las miserias propias sacadas a la luz por los rivales o por la prensa; permanente manipulación a través de los centenares de cuentas falsas en redes sociales que bombardean cada minuto sus propagandas; o las falsas carreras de la candidata que simula hacer ejercicio y que apenas constan de una vuelta a la manzana para reentrar al hotel por la puerta de atrás.

    Todo, por imposible que parezca, sirve para atraer a los queridos niños, como define Basilio a los ciudadanos, a las urnas. Unas urnas que, desde la propia portada de la novela --toda una declaración de intenciones y una gran muestra de lo que realmente contiene--, está repleta de pirañas --entre pirañas es mejor no ser de carne y hueso, afirma un Basilio que además añade que el salto a la política es un rito de paso al lado oscuro, entrar en la bañera de pirañas, y no se puede salir vivo--. Y es que Basilio se compadece de Amelia. Tanto si pierde como si gana las elecciones. ¿Y qué sabemos de Amelia, por cierto? Pues poca cosa y mucho a la vez. Lo que le confiesa a Basilio en un momento ya cercano a las elecciones: tengo la demoledora sensación de que he tirado mi vida a la basura. He estudiado como una demente para no llegar a otra cosa que transmitir a mis alumnos tres ideas subrayadas y facilonas que condensan los cinco mil años que nos precedieron. He vivido toda mi vida con el mismo hombre --quince años mayor que ella, ya casi en la senectud-- al que he visto hacerse mayor a mi lado. Y si me tiras de la lengua te diré que ni ser madre ni ser esposa ni profesora siquiera han sido aspiraciones que doy por saciadas. Pues ese vacío se llena con esta aventura, te lo creas o no. A mí me llena la idea de que puedo ayudar a mi país.

   Como era de esperar, tampoco los ciudadanos salen nada bien parados de este particular diario de campaña. Mis queridos niños respetan las reivindicaciones laborales si afectan a su sector profesional, pero las desprecian cuando complican su vida cotidiana, afirma Basilio en relación a la falta de solidaridad de estos. Y, a su vez, el único que verdaderamente curra de toda la comitiva que sigue a la caravana del partido, Rómulo, el conductor del autobús, paga a los políticos con la misma moneda: ya lo verás. A medida que avance la gira, os iréis comportando como niños en el viaje del colegio. No sé lo que tiene el autobús, es una especie de vuelta a la placenta de la infancia, como un encantamiento mágico. Y, de alguna manera, Basilio le da la razón al reflexionar ante Amelia que tras conocer la política desde dentro, he comprendido que sucede al revés de lo que creía antes. Es la gente corrupta la que encuentra en la política un campo por explotar y les atrae ese sector para progresar en su maldad.  

    Tampoco la prensa y los periodistas se libran de las críticas de Queridos niños. Así, escribe Basilio que los periodistas ya no son inquisitivos ni impertinentes. Ahora aspiran a una vida cómoda, parecida a la que se pegan sus jefes. Y habla de un claro ejercicio de hipocresía al reconocer que cuando se trabaja para los partidos políticos conservadores, ya sea como político o como escribidor, lo que era mi caso, tienes que identificarte con un tipo de votante fiel y encastillado. Por eso, durante años, fue imprescindible mantener un discurso político contra el divorcio, mientras los representantes del partido se divorciaban sin problemas. Sucedió lo mismo con el aborto, había que combatirlo, pero no renunciar a ese derecho en el ámbito privado. Luego fue idéntica la posición con el matrimonio homosexual, tan protestado como utilizado, o la investigación con células madre. Y lo mismo con la eutanasia. Una cosa era pedir el voto por unos motivos y otra muy distinta convertir esos motivos en tu pensamiento íntimo. Eso lo tuvimos claro desde el principio en nuestro acuerdo, ¿verdad, Amelia?

    Respecto a la relación entre la política, la psicología y la manipulación cabe destacar un párrafo demoledor: en la política funcionan los condicionantes psicológicos, y cuando se dice de uno mismo que se es humilde, se disfraza la soberbia, cuando se advierte de que vas a decir la verdad, se miente, y cuando se asegura que algo es lo que todo el mundo piensa, en realidad no lo piensa nadie pero se pretende inducir a que todo el mundo lo piense. La clave está en hacerlo sin que se perciba esa constante manipulación. Y, para ello, añado yo, luchar para que los ciudadanos, los queridos niños, prefieran comer de la mano de los políticos antes que buscarse el pan por sí solos, es decir, ejercer el derecho que jamás deberían dejar perder: el de analizar, contrastar y verificar las informaciones y extraer las pertinentes conclusiones. Algo en lo que ayuda poco tener una misma empresa de televisión propietaria de un canal de derechas y otro de izquierdas, que maneja como un asador de dos parrillas para caldear el espíritu de sus audiencias.

     En definitiva, para el equipo de campaña de Amelia, hay tres aspectos básicos que conseguir durante la campaña electoral: recordar el abandono, las catástrofes, los dramas, y presentarse como salvadores y solucionadores; ser capaces de generar la imagen del día cada día; y, ante todo, no dudar, no decir la verdad y no rectificar. Porque ganar lo justifica todo, lo disculpa todo y lo hace olvidar todo. Y es que Queridos niños es una novela que bebe directamente de la pandemia y del clima político tan polarizado que existe en nuestra triste actualidad. Y la campaña que tan magistralmente describe David Trueba bien podría ser la de 2023. Es de esperar que esta obra abra los ojos a cuantas más personas mejor. Es una novela muy necesaria que ilustra a la perfección la realidad de nuestro país y de nuestra clase política. Ojalá sirva como alerta ante lo que puede que se nos venga encima muy, muy pronto ya. 


martes, 8 de marzo de 2022

El frío. Marta Sanz. Caballo de Troya. 2012. Reseña

 




    El frío fue la primera novela de Marta Sanz. Se publicó en 1995 dentro de la colección Punto de Partida de la editorial Debate. En 2012, Caballo de Troya, un sello de Random House Mondadori, la reeditó tras el lanzamiento de su exitosa novela negra Black, black, black. Se trata de una historia corta --137 páginas-- pero intensa. Una historia de ida y vuelta, de trenes, de autobuses, de sanatorio, de manicomio. De locura. De asesinato. Porque a veces es necesario matar un amor para poder desprenderse de él y poder seguir viviendo. Una novela fría desde la propia portada: un halógeno frío. También desde una escritura severa, sobria y, por supuesto, fría. Como queriendo marcar distancia respecto a la historia narrada. Respecto a ese amor convertido en desamor, en odio como modo de salvación. Como modo de superar el dolor provocado por una herida casi de muerte.

    Es una de esas novelas que resultan muy complicadas de reseñar. Todo un desafío para quien se atreve a intentarlo. En este caso, servidor. ¿Por qué esa complejidad? Pues básicamente porque combina partes más ambiguas, que narran acciones con gran sutileza, casi sin apretar el lápiz sobre el papel, con otras mucho más directas, concretas, que amenazan con perforarlo y hasta destruirlo. Un estilo que, bien pensado, es el más acertado para contar la historia de una pasión convertida en odio. De un amor que, como el famoso espía de John Le Carré, surgió del frío. Del frío de un hombre, Miguel, protagonista masculino de la historia, capaz de tratar a su pareja, narradora de la cual conocemos mucho pero sin embargo desconocemos el nombre, de una manera que poco --o nada, más bien-- tiene que ver con el amor. Con el amor bien entendido, claro.

    Desde hace años, estoy cargando con tu parte y la mía, no creas que no me doy cuenta, le recrimina a Miguel la narradora tras uno de los muchos desplantes que debe soportar. La protagonista esconde sus sentimientos ante los demás. Actúa raspándome los labios para no estallar entre desconocidos. Nadie sabe que todo se rompió, hay que concentrar la angustia hacia adentro, no justificarme ante ninguno. No soy débil. Pero hacerlo así no oculta la dura realidad: que sí lo es. Y ella es la primera en saberlo. Me encerraré en la habitación, me taparé la cabeza con las sábanas, gritando contra el colchón, haré humedades y charcos con el sudor del miedo. Me has enseñado bien: aguantaré sola la pena que me doy. Recuerda su niñez, se ve a sí misma de niña, celosa de sus intimidades y pensamientos, y se recrimina que a ti te lo enseñó todo. Tonta, ya no era la misma. 

    Y, ¿qué sabemos de Miguel? Pues que en el presente está encerrado en un sanatorio, donde los hombres se transforman en insectos martirizados por niños que arrancan a los grillos las patas delanteras, y está atendido por Blanca, una enfermera que lo mismo lo mima como lo maltrata. ¿Cuestión del karma, quizás? Sabemos, por Blanca, que Miguel siempre está en un estado de melancolía y dejadez. Y que le cuesta mucho trabajo que se tome las pastillas. Y también sabemos --o intuimos-- que en el pasado le ha sido infiel a la protagonista, quien lo describe así: entre ese olor de ella que yo llevo prendido: me basta con acercar el dorso de la mano a mi nariz. Y, a la vez, se recrimina a sí misma: te acariciaría el pelo y el perfil de la mandíbula. No me movería ni un centímetro para no despertarte. 

    Porque, durante el tiempo que duró la relación, lo importante era que tú te encontraras a gusto, que yo me hiciera imprescindible, que estuviese dentro de tus deseos y poderlos preparar de antemano. Yo no tenía otra cosa que hacer. Solo ser mejor que tu madre, mejor que tu hermana, mejor que la mejor de tus amigas, la amante más solícita y predispuesta. Con la simple certeza de que te acurrucarías en mí, confiado, para dormir hasta que mis muslos fueran dos piezas de escarcha. ¿A que me hubieras frotado los tobillos hasta que la sangre volviera a ponerse en circulación?, ¿verdad que me hubieras dado un masaje para que el calor retornara a mis extremidades? Mentira. Lo cual muestra bien a las claras que la relación nunca fue un fifty-fifty, sino una subordinación, un claro ejemplo de servilismo por parte de ella hacia Miguel.     

    Luego vinieron los insultos, los malos tratos psicológicos, el dejarla mal en público a base de gritos y aspavientos, las infidelidades, los reproches, etc. Y la narradora vuelve a verse desde fuera para recordar: y ella se pregunta cuándo podrá volver a casa, cuándo se lo ibas a permitir. La cabeza arde. Podría gritar más que tú e insultarte y echarte en cara tantas cosas. Pero le da miedo. O no, no es eso, realmente, no quiere hacerlo, no quiere al reprocharte, caerse al precipicio. Después de tanto creer. Más tarde me echaste de tu cama. Y la vida de la protagonista se convierte en un callejón sin salida, carente de autoestima y amor propio y sobrada de una perturbadora obstinación en salvar lo insalvable. De preferir mirar hacia otro lado para crear una realidad paralela para no ver la realidad verdadera. En una sinrazón. En una locura. Como siempre, yo volví contigo y, además, contenta.  

    Y en el autobús de regreso a su casa, la narradora vive una experiencia común llevada al máximo desatino cuando una pareja joven se besa en sus asientos. Cree explotar y desearía recriminarles, intimidar, censurar con el aplauso del resto de los pasajeros, idiotas que tanto me hubiesen molestado si este trayecto fuera otro. Es decir, si los jóvenes fueran los que en su día fueron ella misma y Miguel --las mismas buenas razones que siempre imaginé que los demás pensaban para mí. Sin atreverse a decírmelas, pero con todo el peso de una culpa grande y muda. Insultos de transeúntes al mirar, cuando andaba por la calle con el cuello mordido y tú me llevabas cogida por la cintura--. Iros a un parque, pequeños imitadores. Meteos detrás de un árbol y coged reúma, a ver si perdéis las bragas entre los espinos y se os llena la garganta del barrillo que se forma en los jardines con el meado de los perros.   

    El frío es, pues, una novela intensa, descorazonadora pero a la vez esperanzadora. A veces conviene asegurarse de haber llegado a tocar fondo, de haber sido consumido por las llamas, para ascender, resurgir, cual ave fénix, a una nueva vida, a una nueva existencia, a una nueva manera de ver el mundo y a una nueva forma de estar en él y formar parte de él. Y, como ya he escrito al principio, es esa conjunción entre ambigüedad y sutileza, por un lado, y concreción y dirección, por otra, lo que la hace todavía más interesante. Más llamativa. Más absorbente. Porque es una de esas historias que cuesta dejar. De las que quieres saber más. Y Marta Sanz sabe mantener el misterio sobre muchos aspectos, principalmente en lo que respecta a la resolución de la misma. El frío, por tanto, constituye un muy buen debut literario, y ya deja muestras de la gran escritora en la que con el tiempo se ha ido convirtiendo la escritora madrileña.