LIBROS

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miércoles, 24 de mayo de 2017

Cáscara de nuez. Ian McEwan. Anagrama. 2017. Reseña





     Que Ian McEwan es uno de los autores más originales, creativos y arriesgados del panorama literario actual ofrece pocas dudas. Para quien todavía no lo tenga del todo claro: que lea su última novela. Porque Cáscara de nuez cuenta con un narrador inaudito: un feto ya colocado boca abajo, en el vientre materno, a pocos días de conocer, por fin, el mundo de afuera, el de los adultos. Una pirueta creativa que McEwan supera con una brillante audacia, fruto de su habilidad para conmocionarnos, atraparnos y deslumbrarnos. Algo solo al alcance de un escritor genial y superdotado. Y con un amplio bagaje literario trabajado desde hace tantos años.

     McEwan camina sobre la cuerda floja durante toda la obra. Pero no titubea en ningún momento. Sabe que llegará hasta el final, y que lo hará para crear una novela redonda en la que no falta de nada. Así, encontramos sus ya características reflexiones en voz alta sobre el mundo y las más profundas interioridades de las personas, un ritmo a modo de thriller salpicado de notas de su peculiar humor británico, una trama absolutamente genial --especialmente en su desenlace, impactante donde los haya-- y un magnífico despliegue de todas las dotes narrativas aprendidas durante su ya larga trayectoria literaria.

     El feto narrador de la historia se siente impotente, desesperado, atónito. Su madre, Trudy, y su tío, Claude, mantienen una relación de infidelidad hacia su padre, John, al cual planean asesinar para quedarse con su casa, una mansión valorada en varios millones de libras esterlinas que el hermano del futuro asesino heredó hace ya años. Los personajes están caracterizados con precisión milimétrica. John es un poeta y editor que triunfa menos de lo que merece, lo cual lo hace sentir desgraciado. Eso sí, tiene un público escaso pero fiel. Trudy, a punto de dar a luz, cree que ha dejado de quererlo hace ya tiempo y se entretiene con Claude. El hermano del futuro asesinado siempre ha sentido celos de su hermano mayor, al que solo supera a la hora de saber ganar dinero. Es inmobiliario. Y estúpido. Muy estúpido.

     La falta de éxito de John impide que este disfrute de su patrimonio. Sin embargo, lo que amenaza con consumirlo por completo es saber que está perdiendo a Trudy, el gran amor de su vida, a quien no va a renunciar así como así por muchas dificultades que los separen. Y su hermano Claude, pese a ganarse la vida con su trabajo, tampoco consigue disfrutar de la vida por culpa de los celos y su enorme complejo de inferioridad. Así, convence a Trudy para acabar con la vida de su esposo y hacerse con la mansión que han convertido en su particular nidito de amor.    

     El maquiavélico plan de la pareja infiel se completa con la asquerosa intención de colocar al bebé en algún lugar. Hecho que provoca la angustia y la indignación del feto, del que desconocemos su nombre y hasta su sexo. Así, ama y odia a la vez a su madre. Adúltera, y futura asesina y abandonadora de su propio hijo, provoca en su feto multitud de sensaciones contradictorias. Algo acrecentado por el hecho de ser una irresponsable que consume bebidas alcohólicas en los últimos días de su embarazo. Lógico cuando no te importa en absoluto el futuro de la criatura que llevas en tus entrañas. 

     Sin embargo, es Claude, su tío, el personaje más aborrecido por el feto. Así, narra lo siguiente: Él le presiona los hombros, ella se arrodilla, se rebaja y "se lo mete en la boca", tal como les he oído decir. Yo no me imagino deseando algo así. Pero tener a Claude satisfecho, a muchos clementes centímetros de mí, me quita un peso de encima. Me molesta el hecho de que lo que ella traga me llegue en forma de nutriente y me haga parecerme un poco a él. ¿Por qué, si no, los caníbales evitaban comerse a los imbéciles? En efecto, la relación entre Claude y Trudy parece sostenerse únicamente en el sexo. 

     Y la tensión entre ellos crece mientras llevan a cabo su macabro plan de asesinato. En relación a este hecho, añade el narrador: Hasta yo sé que el amor no se guía por la lógica ni el poder se distribuye equitativamente. Los enamorados llegan a sus primeros besos con tantas cicatrices como anhelos. No siempre buscan beneficios. Algunos necesitan un refugio, otros solo quieren la hiperrealidad del éxtasis, por lo cual dirán mentiras vergonzosas o harán sacrificios irracionales. Pero rara vez se preguntan a sí mismos qué necesitan o qué desean. Es débil el recuerdo de fracasos anteriores. Las disensiones y el enfrentamiento entre Trudy y Claude son uno de los puntos fuertes de la novela.   

     El feto manifiesta una honda impotencia durante toda su narración. No solo por no poder impedir el asesinato de su padre. También por ver insatisfecho su ansia de volver a unirlos. Y, sobre todo, por el demostrado egoísmo de sus padres, para quienes no parece tener ninguna importancia su inminente llegada a este mundo. Todo ello le llevará por momentos a sentirse culpable e incluso responsable de lo ocurrido. No obstante, se muestra lúcido en casi todas las escenas. Incluso, llega a pensar en qué le conviene más en el futuro: ser adoptado pero libre o quedarse con su madre y criarse entre las paredes de la cárcel. 

     Y, como no podía ser de otra manera, también están presentes en la mente del narrador la crítica a la sociedad británica, a la desunión de Europa, al capitalismo salvaje, a la actuación de la comunidad internacional respecto al cambio climático o la tragedia siria y una serie de interrogantes en forma de escueta enumeración de peligros futuros que nos devuelven de repente a la cruda realidad que nos rodea: ¿se librarán de una contienda nuclear sus nueve mil millones de héroes?, ¿persistirá en su frenesí Oriente Medio?, ¿lo verterá en Europa y la cambiará para siempre?, ¿concedería Israel un centímetro o dos de desierto a aquellos a quienes desplazó del mismo?, ¿será apacible el declive de los Estados Unidos?, ¿tomará China conciencia, lo hará Rusia?, ¿lo harán las finanzas y las corporaciones globales?             


jueves, 11 de mayo de 2017

El monarca de las sombras. Javier Cercas. Random House. 2017. Reseña





     Que la literatura tiene un amplio componente catártico y purgativo queda de manifiesto en multitud de obras a lo largo de la historia. El monarca de las sombras, de Javier Cercas, vuelve a ponerlo de manifiesto. Pese a oponerse constantemente a escribir este libro, finalmente, quince años después de publicar su más famosa novela, Soldados de Salamina, el escritor extremeño-barcelonés retorna a la Guerra Civil para cerrar el círculo abierto con aquella. Y, además, hasta cambia de bando. Para rendir cuentas con su pasado familiar y poner de una vez por todas las cosas en su sitio. Para contar lo que durante buena parte de su vida lo había avergonzado. Para reconciliarse consigo mismo y con sus propios fantasmas. Para redimirse.

     El propósito inicial de Cercas era contar la verdadera historia de su tío abuelo materno Manuel Mena, alférez del Primer Tabor de Tiradores de Ifni, quien en 1936 decidió enrolarse en el ejército franquista para luchar contra los republicanos, falleciendo dos años más tarde en la toma de una cima en Bot, en plena batalla del Ebro. Héroe en el pueblo natal de la familia de Cercas, Ibahernando (Extremadura), donde incluso una calle lleva su nombre, murió con tan solo diecinueve años de edad, con toda la vida por delante. Convertido de inmediato en héroe por morir por España y por la patria, el tío de la madre de Cercas fue durante toda la vida del escritor un motivo más de vergüenza que de idolatría.

     Sin embargo, el libro que finalmente decidió escribir se convirtió al fin en una especie de crónica familiar. Porque, en torno a la historia central su tío abuelo, Javier Cercas reconstruye la historia completa de todos los componentes de su familia a lo largo de los últimos ochenta años. La idea de que no morimos sino que permanecemos dentro de quienes nos sobreviven, de la misma forma que nuestros ancestros permanecen también dentro de nosotros, lo llevó a ampliar la narración no solo a sus familiares sino a los recuerdos de los vecinos de Ibahernando que todavía permanecen vivos en la actualidad. Así, la novela, o crónica, sirve perfectamente como estudio sociológico, justificativo y explicativo de los preámbulos, desarrollo y consecuencias de la Guerra Civil en la Extremadura profunda.

     La lectura del texto resulta muy amena durante casi toda la obra, salvo cuando se entretiene --quizá en demasía-- en detalles como las maniobras militares y las tácticas de los respectivos contendientes, ralentizando la acción y provocando cierta monotonía. Algo que, evidentemente, no compartirá jamás cualquier entendido en las referidas materias, el cual probablemente habrá disfrutado más estas partes de la crónica que las demás. Como siempre, es imposible contentar a todos los lectores. Por eso, el escritor es el que debe de escribir la obra que quiere o considera más oportuna, sin detenerse a pensar excesivamente en demás detalles. Todos los componentes de la familia de Cercas son personajes de la historia, incluido el propio autor, quien habla de sí mismo también en tercera persona. Como buscando cierta distancia. Como no queriendo restar protagonismo a los demás personajes.

     Haciendo bueno aquello de que los escritores no pueden dejar de lado el hecho de ser personas con diversos bagajes culturales, en El monarca de las sombras encontramos referencias culturales de todo tipo. Así, aparecen en la narración el director de cine David Trueba --no creo que sea descabellado afirmar, a tenor de lo leído, que esta novela no existiría de no haber existido la amistad entre el director (que en su día ya adaptó al cine Soldados de Salamina) y el escritor--; el periodista Ernest Folch; muchas referencias a Aquiles y Ulises, a La Ilíada y La Odisea --no deseo hacer spoiler, pero sí avisar al lector de que el título del libro proviene de estos personajes y de estas obras--; el escritor serbio Danilo Kis (autor de Es glorioso morir por la patria); la obra El desierto de los tártaros, del escritor italiano Dino Buzzati; o la filósofa alemana de origen judío Hannah Arendt.

     El monarca de las sombras no busca juzgar a nadie, sino exponer los hechos tal y como sucedieron. O tal y como se cree que sucedieron. Porque los testimonios orales y las fuentes documentales no siempre son cien por cien fiables. Y ejemplos de ello tenemos también en la crónica que nos ocupa. Pese a que el propio Cercas afirma que su tío abuelo peleó por una causa injusta y murió en el lado equivocado, lo cual le instó durante años a no investigar al héroe oficial de su familia --y de su pueblo natal--, finalmente se vio obligado a hacerlo por una serie de acontecimientos que no deben desvelarse en una reseña, decidiendo hacerse cargo del pasado, por incómodo que este le resultase. El resultado es un texto de exploración, personal y colectiva, local y universal, que nos hace plantearnos diversas cuestiones de gran hondura.

     Pensé que hay mil formas de contar una historia, pero solo una buena, y vi o creí ver, con una claridad de mediodía sin sombra de nubes, cuál era la forma de contar la historia de Manuel Mena... Debía desdoblarme: debía contar por un lado una historia, la historia de Manuel Mena, y contarla igual que la contaría un historiador, con el desapego y la distancia y el escrúpulo de veracidad de un historiador, atendiéndome a los hechos estrictos y desdeñando la leyenda y el fantaseo y la libertad del literato, como si yo no fuese quien soy sino otra persona; y, por otro lado, debía contar no una historia sino la historia de una historia, es decir, la historia de cómo y por qué llegué a contar la historia de Manuel Mena a pesar de que no quería contarla ni asumirla ni airearla, a pesar de que durante toda mi vida creí haberme hecho escritor precisamente para no escribir la historia de Manuel Mena.

     El extracto del párrafo anterior constituye la justificación de la novela. Una justificación que habla de la integridad, la dignidad y la honestidad de su autor. Porque para una persona de izquierdas, como el propio Cercas se define, no debe de ser algo nada cómodo asumir que el héroe familiar era falangista y franquista. Y vencer las reticencias hasta el extremo de escribir sobre su historia es digno de elogio. Soldados de Salamina fue, según el propio autor, una manera de reconciliarse con sus ideales, dejando de lado el pavoroso pasado familiar. Sin duda, con El monarca de las sombras cierra el círculo abierto hace quince años. Y lo hace, valga la redundancia, de forma redonda. Demostrando que juzgar muchos años después los hechos y las acciones del pasado es demasiado fácil. Pero que en ocasiones uno se equivoca o es engañado, creando el mal cuando quería hacer el bien. Porque de humano es errar. Y quien esté libre de pecado...