LIBROS

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lunes, 29 de diciembre de 2014

Respirar por la herida. Víctor del Árbol. Editorial Alrevés. 2013. Reseña





     Reseñar una novela de Víctor del Árbol es algo complicado. Sus historias contienen tantas intra-historias, tantos matices, tantas cosas por comentar que se hace difícil abordar una correcta mención de sus obras. Ya me pasó hace unos meses con Un millón de gotas, su último trabajo, y me ha ocurrido de nuevo con Respirar por la herida. Volvemos a encontrarnos ante una novela-puzzle en que a medida que avanza la acción vamos entendiendo lo que realmente ocurre y, tan importante como lo anterior, por qué.

     Lo que en un principio parece un libro que va a narrar la triste historia de Eduardo, un pintor de éxito que pierde a su mujer y a su única hija en un trágico accidente de tráfico provocado por un conductor imprudente que se da posteriormente a la fuga y cae en una profunda depresión que le lleva a beber, a dejar de pintar y a malvivir en definitiva, se va convirtiendo poco a poco en un thriller en el que aparecen nuevos personajes que irán tejiendo una trama que pondrá a prueba la inteligencia de los lectores más acostumbrados a este tipo de lecturas.

     Estamos ante una de esas novelas en que las certezas pueden de repente desvanecerse, haciendo caer el castillo de naipes que el lector había ido construyendo en su mente según avanzaba en la lectura; en que no se sabe quienes son los buenos y quienes los malos; en que ni siquiera hay buenos y malos, sino personas que han de seguir viviendo a pesar de las desgracias del pasado, las ausencias, el vacío y las pocas ganas de continuar con sus existencias. Personas que, ante la desgracia y el fracaso, pueden volverse anti-sociales y tener como su único objetivo por cumplir en el presente-futuro la venganza y hacer el mal al prójimo, aunque este no sea culpable de ninguna de sus tragedias.  

     La desesperanza, la maldad y la culpa llenan las páginas de Respirar por la herida. El mal va engendrando todavía mayor maldad, sumiendo a muchos de sus protagonistas en un bucle del que no pueden escapar. Del que, muchos de ellos, ni siquiera intentan escapar, entregados como están a conseguir una venganza que tampoco les permitirá seguir viviendo. Más bien al contrario, los sumirá en un mayor estado de culpabilidad y desesperación. Y, todo ello, contado con una gran maestría y una gran prosa.

     Como ya ocurriera con Un millón de gotas, también en Respirar por la herida disfrutará el amante de la psicología con la caracterización de cada uno de los personajes de la novela. La disección que realiza de todos ellos Víctor del Árbol es realmente magistral. La información sobre ellos se va desgranando en su justa medida según avanzan los capítulos. Ese lento discurrir de los hechos pasados y de la formación del carácter de los protagonistas otorga mayor misterio - y también veracidad - a los acontecimientos narrados. Y solo puede ser resultado de un gran trabajo por parte del autor.

     Nada de ello sería posible sin un guión previo trazado al milímetro. Para que el lector pueda ir encajando las piezas del puzzle es necesario que antes el autor haya pensado cada dato necesario y, ante todo, cuándo y cómo hacerlo visible a sus ojos. Es decir, uno de los éxitos de esta novela es la preparación minuciosa de cada detalle, cada suceso, cada paso que se da en pos de alcanzar la verdad de cada uno de sus protagonistas. Y ese es otro de los éxitos: que cada personaje tiene una verdad que defender ante los demás.

     Solo a tenor de lo anteriormente reseñado es posible que quepan en esta novela personajes tan dispares como Eduardo, la afamada violinista Gloria Tagger, el rico empresario Arthur Fernández, el aclamado director de cine Ian McKenzie, el señor Who o los matones Guzmán e Ibrahim. Y, aunque pueda parecer mentira, sus historias están más conectadas de lo que podamos pensar en un principio. Porque a veces no todo es lo que parece y debemos indagar más para descubrir la realidad.

     Respirar por la herida es una novela de intriga, de realidades que no lo son, de venganzas, de traiciones, de amores pasados que quizá pueden volver a nuestras vidas, de matrimonios fracasados aunque no rotos, de héroes y villanos que no son ni héroes ni villanos, de corazones solitarios, de vidas destrozadas, de desesperanza, de viajes sin retorno, de heridas que supuran y agonizan...y , ante todo, de personas corrientes - o no tanto - que deben seguir respirando para sobrevivir a este valle de lágrimas.             

lunes, 22 de diciembre de 2014

Treinta doblones de oro. Jesús Sánchez Adalid. Ediciones B. 2013. Reseña





     El extremeño Jesús Sánchez Adalid, sin duda el gran dominador de la novela histórica en nuestro país durante los últimos años merced a sus numerosos relatos sobre la libertad y la convivencia entre los distintos credos y razas durante la Edad Media y Moderna, narra en Treinta doblones de oro la historia de Cayetano Almendro Calleja, joven escribano y contable de una familia arruinada de la también venida a menos Sevilla de 1680. El ganador de varios premios de novela histórica por trabajos como Alcazaba, El alma de la ciudad, La sublime puerta o El mozárabe, utiliza la técnica del relato omnisciente en primera persona para que sea el propio protagonista de la historia, Cayetano, quien nos cuente de primera mano sus desventuras por la Sevilla de fines del siglo XVII.

     Treinta doblones de oro es, como siempre sucede en las novelas de Adalid, un fiel relato de la España de la época tratada. Un cuadro realista de los sucesos que en nuestras tierras acontecieron en un pasado que nunca conviene olvidar. En este caso, nos lleva a una decadente Sevilla, desplazada de su pretérita preponderancia por Cádiz, cuyo puerto sustituyó al sevillano como centro de operaciones desde mediado el siglo XVII. De esa Sevilla deben salir él, su amada Fernanda, su ama, doña Matilda, viuda de don Manuel de Paredes y Mexía, y el administrador de la casa, don Raimundo, para hacerse cargo en la isla de La Palma de una herencia en forma de finca que debe ser el comienzo de una nueva vida para todos ellos tras ser desahuciados de la que había sido su hogar durante los últimos tiempos.

     La extrema ruina económica tanto de la familia como de todo el país, cuya situación recordará al lector la España actual de tal manera que quedará perplejo, les obliga a navegar hacia Canarias vía norte de África, acompañados por dos frailes trinitarios que deben hacerse cargo del puesto que ha quedado vacante en La Mamora, una población-fortaleza española de apenas tres cientos habitantes cristianos que viven aislados de los árabes, que los rodean y sitian de vez en cuando en busca de cautivos. Su forma de vida. 

     La desgracia querrá que justo durante la que iba a ser breve estancia en la fortaleza se produzca el mayor de todos los ataques, que pondrá fin de forma dramática a la dominación española del enclave norte-africano. Las tropas del sultán Mulay Ismail los apresarán y los llevarán a Mequinez, la capital de su sultanato. Allí deberán subsistir de la mejor manera posible en espera del pago de su rescate por los frailes trinitarios que, según se dice, viajan ya hasta tierras africanas para hacer efectivo el pago que los redima.

     La exacerbada religiosidad de los cristianos de fines del siglo XVII se hace patente a lo largo de toda la novela. Pese a las cada vez mayores dificultades y situaciones límite a las que se ven sometidos los protagonistas, siempre aparecen la fe y la esperanza para iluminar el camino hacia un futuro mejor para todos. La imagen del Jesús Nazareno de La Mamora emergerá en cada ocasión para mantener los ánimos cristianos en territorio beréber. 

     Y es que, en medio de tanta pobreza, corrupción y ruina - tanto moral como económica -, el siglo XVII vio nacer lo que se conoce como Siglo de Oro de las letras y las artes españolas, destacando figuras como las de Góngora, Quevedo, Cervantes, Lope de Vega o Calderón de la Barca; y también las de Juan Martínez Montañés y Juan de Mesa, máximos exponentes de la imaginería barroca española y autores de varias de las más importantes imágenes de Cristos y Nazarenos. Otro fiel retablo de las creencias de los españoles de la época.

     Estamos ante una novela muy bien escrita, que utiliza la narración en primera persona y presenta el vocabulario de la época de manera precisa. Una narración amena, descriptiva, reflexiva y hasta apasionada en diversos momentos de la trama. Con unos personajes que resultan cercanos y totalmente creíbles. Y que muestra con pelos y señales las vivencias de un país para el que cualquier tiempo pasado fue, sin duda, mejor. Mucho mejor.

     Además, como anexo, el autor incluye unas notas históricas que harán las delicias de los lectores más ávidos en dicha materia y que, en caso contrario, tampoco aburrirá, al explicar y hacer entender mejor todo aquello leído en la novela. Todo ello para ilustrar mejor si cabe las desventuras de Cayetano, Fernanda, etc, y hacer bueno aquel manido dicho español que afirma que Dios aprieta pero no ahoga. Que este botón sirva de muestra... 

lunes, 15 de diciembre de 2014

El viaje del elefante. José Saramago. Alfaguara. 2009. Reseña





     El escritor portugués José Saramago - Premio Nobel de Literatura en 1998 - acudió a la Universidad de Salzburgo para dar una charla a un grupo de estudiantes. Tras la charla, cenó en un restaurante de nombre El elefante decorado a base de figuras de paquidermos. El bueno de Saramago no pudo evitar preguntar sobre ello. Los motivos decorativos - pequeñas esculturas de madera puestas en fila - hacían referencia al poco conocido viaje de un elefante llamado Salomón desde Lisboa hasta Viena a mediados de siglo XVI. De ahí nació el libro a reseñar.

     En 1551 la reina de Portugal, doña Catalina de Austria, propuso a su esposo, Juan III, aprovechar la presencia en la Valladolid de Carlos V de su primo, el archiduque Maximiliano de Austria, futuro emperador alemán, para completar un anterior regalo de bodas que no le acababa de convencer ni a ella misma. El presente consistió en un elefante asiático (indio) de nombre Salomón (en honor al sabio rey Salomón). Los reyes portugueses mataban, así, dos pájaros de un tiro: se acercaban más al primo de la reina y, de paso, se deshacían de la presencia de un paquidermo que, pasado un primer momento de alegría y expectación, se había convertido en un problema.

     La novela narra de forma pormenorizada la epopeya vivida por el elefante y el séquito de acompañantes y cuidadores del animal a través de la Europa de mediado el siglo XVI. Un auténtico absurdo en el que nadie parece caer a lo largo de los seis meses que duró la gran caminata. Pese a ser una novela histórica, Saramago aprovecha el hecho del viaje en sí para volver a abordar temas ya conocidos en su obra, como la mezquindad humana, las flaquezas, las desigualdades, el egoísmo o la falta de compasión. Una nueva reflexión sobre la imperfección de las personas a través del humor y la ironía.

     El escritor nos muestra cómo eran las sociedades de los países por los que discurrió la caravana que acompañó a Salomón. Desde la Lisboa y el Portugal de Juan III hasta la Viena imperial, pasando por la España de Carlos V y una Italia en plena lucha contra un luteranismo que amenazaba con destruir las bases de la Iglesia católica del momento - como así acabó ocurriendo, dicho sea de paso, por fortuna -. Todo ello, como ya se ha señalado con anterioridad, haciendo gala de una sorna y una burla que otorgan a la novela un punto extra de interés.

     Los personajes más poderosos de cada una de las sociedades de la época son objeto de discreta (o no) burla por parte del autor. Hasta el punto de que no en pocas ocasiones han de ser simples lacayos, con la máxima sensibilidad posible, quienes les saquen de errores poco creíbles en casos provenientes de tan alta alcurnia. Por no hablar de Subhro, el cornaca o conductor del paquidermo, quien a lo largo de toda la novela haca gala de una locuacidad y una inteligencia bastante más elevadas que la de los altos mandatarios a los que sirve.

     En efecto, Subhro, un cuidador de elefantes que acompaña siempre a Salomón, donde quiera que él deba ir, se permitirá aconsejar a los capitanes de los pelotones portugués, primero, y austriaco, después, e incluso a reyes y archiduque. Hecho este que deja patente que todos los humanos somos imperfectos y que, en realidad, lo que nos diferencia es, más que la inteligencia y el buen hacer, la pertenencia a una clase social u otra.

     Lo que más me ha gustado de la novela es la descripción psicológica de los personajes, con todos los matices y peculiaridades individuales que ellos conllevan, y la forma de abordar la relación entre paquidermo y cornaca, Salomón y Subhro. Y es que merced a ello el elefante acaba por poseer mayores atributos humanos que muchas de las personas (o personajes) que forman parte de la acción narrada. Y, gracias a algunas de sus acciones, llega a conmover al lector como no lo hacen los humanos. Algo más sobre lo que reflexionar tras la lectura de la obra.

     Para finalizar, me quiero centrar en la forma de escritura utilizada por Saramago en El viaje del elefante. Pese a estar narrada en pasado, el autor hace una serie de incisos desde el presente de la acción, lo que nos acerca a los pensamientos de los protagonistas y a sus acciones. Pero es que, además, encontramos otros incisos a base de explicaciones históricas sobre hechos pasados (y también futuros) que también nos llevan a estar presentes en los ambientes descritos. Lo cual convierte al autor en un narrador pleni-omnisciente (por decirlo de alguna manera) que no conoce únicamente el pasado y el presente, sino también el futuro. No un futuro inmediato, no, sino un futuro de incluso varios siglos. Así, encontramos referencias a las incursiones cartaginesas de la mano de Aníbal, pero también a alguna película de Vittorio Mussolini, hijo del dictador italiano y también productor cinematográfico.

     En resumen: aunque intuyo que no estamos, ni de lejos, ante una de las mejores novelas del Premio Nobel portugués, pienso que está bien como aproximación a su obra. Aunque, claro, la mayoría de vosotros pensareis, con toda la razón del mundo, que cualquier obra es válida para acercarse a un genio de tal magnitud. Pues eso: sigamos leyendo obras de este escritor, periodista y filósofo que, como destacó la Academia Sueca al concederle el premio Nobel, es capaz de volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía.    

         
             

martes, 9 de diciembre de 2014

Días de Nevada. Bernardo Atxaga. Alfaguara. 2014. Reseña





     El escritor guipuzcoano Bernardo Atxaga, conocido hasta ahora por obras como Obabakoak - Premio Nacional de Narrativa en 1989 -, El hijo del acordeonista - Premios Mondello y Grinzane Cavour en 2004 - o Siete casas en Francia (2009), miembro de la Academia de la Lengua Vasca y autor traducido a treinta y dos lenguas ha deslumbrado al público con la reciente publicación de un trabajo autobiográfico y de viajes que se ha colocado como uno de los libros de este 2014 que ya casi toca a su fin.

     La obra pone de manifiesto todo aquello que una persona siente cuando se desplaza a vivir a un nuevo lugar, aunque solo sea temporalmente, con lo que ello conlleva, especialmente la morriña y el retorno de recuerdos de infancia, juventud o ya plena adultez que, en algunos casos, parecían olvidados en la mente del viajero. Hasta que, por arte de magia, vuelven a aparecer al ocurrir en el presente una situación que enciende la bombillita del cerebro del referido individuo.

     En la novela de Atxaga los sucesos del presente - situado entre agosto de 2007 y junio de 2008 en la ciudad de Reno, Nevada, USA - nos hacen retornar al País Vasco de décadas anteriores de la mano de una narración original, conmovedora y realmente atractiva. Sin duda, el autor ha hecho en esta obra un gran trabajo de reflexión, hilvanando una historia que entrelaza presente y pasado, desierto y monte, marrón aridez y verde boscoso, Nevada y País Vasco con una maestría al alcance de muy pocos elegidos.

      Con un lenguaje directo, sin artificios, unas descripciones minuciosas de sensaciones, ambientes, personajes y recuerdos - incluso oníricos -, un sentido del humor afilado y en ocasiones causante de carcajadas y una elocuencia digna de mención, Atxaga nos transmite el temor familiar vivido ante una oleada de violaciones y hasta un asesinato en su barrio de residencia en Reno, la sensación de inmensidad del desierto de Nevada, la curiosidad por conocer en vivo la lucha por la supremacía demócrata en USA entre Hillary Clinton y Barack Obama, la desaparición del héroe nacional Steve Fossett en pleno desierto o el ambiente en torno a la presencia de las tropas norteamericanas en Irak y Afganistán.

     Pero también los recuerdos de su País Vasco natal: la enfermedad y muerte de su padre y la de un demasiado joven primo, sus primeros bailes y sus primeras chicas, sus primeras amistades - algunas de ellas muy duraderas en el tiempo -, la música que le ha ido acompañando durante toda su vida, su madre leyendo aquellos volúmenes del Reader´s Digest, la historia familiar del conocido boxeador Paulino Uzcudun o la forma de vida de los pastores vascos.

     Todo ello mientras asiste, desde la distancia, al lento declive de su anciana madre, con la que casi resulta imposible comunicarse vía telefónica ya que está como en otro planeta debido a su estado de (semi) ausencia. El autor establece una serie de conexiones entre todas y cada una de las historias que, a modo de piezas de puzzle, van encajando antes o después ayudándonos a comprender mejor la personalidad de este magnífico escritor. Los caballos, el boxeo, la música, la literatura y el amor a su familia y a su tierra de origen nos acercan a él de forma tal que, también como personaje de la novela, se convierte en un personaje carismático y a la vez humilde, de alta capacidad intelectual, deseoso de conocer todo lo posible de aquello que le rodea y escrutador de cada mínimo detalle.

     Días de Nevada constituye un magnífico retrato de su autor, pero también una completa guía turística de Reno y sus alrededores - en ella se encuentran excursiones a San Francisco, Las Vegas, Virginia,  el extenso desierto de Nevada y sus zonas escarpadas y las escasas pero todavía presentes minas y reservas indias -; una revisión de las vidas de personajes conocidos, como los boxeadores Paulino Uzcudun o Ringo Bonavena, la saga de poetas de origen vasco Laxalt (Dominique, Robert y Bruce) o el referido hombre-récord Steven Fossett; y un repaso a los músicos y cineastas de las últimas cuatro décadas.

     En definitiva, Días de Nevada es una novela muy intimista sobre la multitud de vivencias, experiencias, historias y emociones que van creando entre sí vínculos personales, espaciales y temporales que tienen como consecuencia la creación de la personalidad de las personas. Una personalidad que sería diferente únicamente eliminando alguna de las características anteriormente reseñadas. Y es que es esa suma de elementos, que permanecen indelebles en nuestro cerebro, la que nos hace ser tal y como somos. Por ello se afirma que no hay dos personas iguales en el mundo...
     

miércoles, 3 de diciembre de 2014

25 años sin Fernando Martín: del hombre al mito





     Recuerdo perfectamente aquella tarde. Yo tenía 14 años, estaba loco por el deporte en general y el baloncesto en particular. Me disponía a ver el partido de la ACB entre el Real Madrid y el CAI de Zaragoza. Cuando TVE conectó con el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid para el previo del encuentro dieron la noticia: un jugador del Real Madrid acababa de fallecer en accidente de tráfico camino del partido. Las primeras informaciones eran confusas. No se sabía a ciencia cierta la identidad del fallecido. Se especuló con que fueran Fernando Romay o Quique Villalobos.

     A los pocos minutos se hizo oficial: Fernando Martín, el primer español en jugar en la NBA - y el segundo europeo - había muerto al estrellarse con su Lancia Thema en la M-30. Iba a recoger a Villalobos para ir juntos al Palacio. Sus dolores de espalda le impedían jugar aquel partido, aunque iba a estar en el banquillo para animar a sus compañeros. Pero no llegó.

     Aquella tarde fue larga, muy larga. Nadie podía creer lo ocurrido. El partido fue suspendido y en una silla del banquillo madridista apareció la camiseta con el número 10, el de Martín, y una rosa. La gente que había acudido al pabellón lloraba desconsolada al conocer la noticia. En aquella época, sin internet ni teléfonos móviles, era más difícil enterarse de las noticias. Casi todos supieron lo ocurrido allí mismo. Las escenas vividas, con TVE en directo, fueron realmente emocionantes. Pronto hubo conexiones con el lugar del accidente. El ocupante del vehículo contra el que chocó Martín estaba grave. Al final sobrevivió y pudo volver a su vida normal, aunque pasó una temporada en el hospital a causa de las heridas.

     En la televisión se sucedieron, durante la tarde y la noche, imágenes de partidos y jugadas de Fernando Martín. Con el Estudiantes, con el Real Madrid, con los Portland Trail Blazers y con la selección española. El baloncesto en aquella época había alcanzado casi al fútbol en índices de popularidad y seguimiento. Estaban muy frescos los éxitos del equipo nacional - como Antonio Díaz-Miguel siempre decía - en los últimos tiempos: la plata olímpica en Los Angeles 84 y la plata europea en Nantes 83. Además, el propio Martín había estado en la NBA hasta hacía apenas dos años y medio. Era el jugador europeo más conocido del momento - junto a Sabonis y Petrovic, que también moriría en accidente pocos años después tras jugar en el Real Madrid y en los Portland Trail Blazers entre otros - y el país quedó en estado de shock.

     A su entierro acudieron representantes de todos los clubs e instituciones deportivas del país, entre ellos jugadores del FC Barcelona como Epi y Audie Norris, su gran rival en la pista, con quien había dirimido duelos épicos. El norteamericano apenas pudo disimular las lágrimas. Sus compañeros de selección y del Real Madrid estaban si cabe más impactados por su repentino y trágico fallecimiento. Sobre todo su hermano, Antonio, quien se convirtió en el gran protagonista de las ceremonias.

     Fernando Martín nació 27 años antes en Madrid. Deportista nato, despuntó en el colegio en balonmano y en natación (llegando a proclamarse campeón de Castilla en su categoría hasta en cinco ocasiones), aunque su vida fue el baloncesto. En 1977 llegó a las categorías inferiores del Estudiantes. Debutó en la ACB en 1979 de la mano del conjunto estudiantil, con el que llegó a la titularidad siendo todavía junior y se proclamó subcampeón de la competición en la temporada 1980-81. Ese mismo año debutó también con la selección absoluta de la mano de Díaz-Miguel. Y, como en tantos otros casos a lo largo de la historia, el Real Madrid se hizo con los servicios de la joven perla estudiantil.

     En el Real Madrid consiguió los títulos ligueros de 1982, 84, 85 y 86, las Copas de 1985, 86 y 89, la Recopa europea de 1989 y el Mundial de Clubes de 1982. Ese mismo año se proclamó subcampeón de la Copa de Europa. Se convirtió en el mejor pívot español de la época - y en uno de los mejores de Europa - pese a sus escasos 2,05 de estatura. Poco en comparación a los Romay, Sabonis, Tachenko y compañía. Su manera de jugar, su garra y su lucha hizo que se fijaran en él varios ojeadores de la NBA. 

     En 1986 se convirtió en el primer español en jugar en la NBA. Las lesiones y la poca confianza que por aquel entonces tenían en los foráneos los entrenadores estadounidenses hicieron que su estancia en Portland fuera bastante poco exitosa. Jugó 24 partidos, distribuidos en 146 minutos, en los que anotó 22 puntos y capturó 28 rebotes. En 1987 retornó al Real Madrid, con el que consiguió la Copa del Rey y la Recopa de Europa de 1989. El Barcelona de Epi, Solozabal y Norris reinaba en la España baloncestística del momento.

     El 3 de diciembre de 1989, hace hoy 25 años, murieron la persona y el jugador. Pero nació un mito: el del mejor jugador de la historia del baloncesto español - hasta la llegada de Pau Gasol -, el del eterno 10 blanco. Nadie más ha lucido el número 10 en la camiseta del Real Madrid. Más allá de sus éxitos y logros, Fernando Martín formó parte de una generación, de la que fue su líder, que tendió el puente que ha servido al baloncesto español actual para lograr medallas y títulos hasta hace poco impensables. El baloncesto de este país no sería el que es de no ser por figuras como la de Fernando Martín. ¡Que viva el ba-lon-ces-to!