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martes, 24 de diciembre de 2013

Campo de amapolas blancas. Gonzalo Hidalgo Bayal. Tusquets. 2008. Reseña





     Lo mejor es cuando sucede por casualidad. Cuando lees una reseña sobre una novela de la cual jamás habías tenido noticias y cuyo autor es para ti un auténtico desconocido. Y así es como hace unos días conocí la existencia de esta novela. Se publicó en 2008 en la "colección andanzas" de Tusquets Editores. Es muy corta (no alcanza las cien páginas) pero llega directa al corazón. Cuando una catedrática de Lengua y Literatura castellana afirma que hacía tiempo que una novela contemporánea no me llegaba tan dentro es por algo. Así que, como ella, me hice con un ejemplar de la misma (creo que incluso el mismo) y me dispuse a leerla.
 
     Gonzalo Hidalgo Bayal nos cuenta, como si estuviera junto a nosotros, tomando un café, la historia de una amistad de juventud. Sin artificios, tirando de memoria pura y dura y sin demasiada elaboración previa nos desgrana los catorce capítulos que componen la evolución de dicha amistad, desde un principio casi borroso hasta un final todavía presente veinticinco años después.
 
     Por su escasa longitud y su enorme calidad se lee en menos de dos horas, de una sola sentada, y le deja a uno el corazón encogido. Es la vida lo que ocurre ante nuestros ojos. Con todo lo bueno y con todo lo malo. Y ello viene propiciado, sobre todo, por un final que no puede dejar indiferente a nadie. Por supuesto, no estamos ante una novela de suspense, pero el final nos hará ver cómo encajan en la historia diversas escenas que en un primer momento nos parecían "descartables", sobre todo en una novela corta, donde podemos pensar que "se debe ir directo al grano".
 
     Un viejo brigada de la Guardia Civil con el que se cruza el narrador y protagonista de la historia, un cuadro de Kandinsky recortado de una revista y otros pocos datos en principio inconexos llegarán a unirse en un final que nos dejará melancólicos, pesarosos y hasta tristes. Y, sin embargo, con ganas de releer ciertos pasajes de la novela. Y de volver a vernos reflejados en ellos.
 
     Porque todos hemos compartido alguna etapa de nuestra vida con alguien que fue un amigo especial y que, con el tiempo, se fue distanciando de nosotros (o nosotros de él) hasta dejar de verlo y acabar por no saber si está bien o mal o incluso si vive o no. Y es que "Campo de amapolas blancas" trata de los cambios que da la vida, de lo volubles que somos, de los caminos que se bifurcan o se cortan de repente. En definitiva, de sueños incumplidos, de un viaje hacia quién sabe dónde y por qué, de rebeldía, de cultura en el sentido más amplio de la palabra (porque se aprende sobre literatura, pintura, filosofía y música a través de constantes citas y referencias a grandes artistas nacionales y mundiales).
 
     A lo largo de esas cien páginas nos sumergimos en las profundidades de la psicología humana, con todas sus rarezas y contradicciones, pero también en las enseñanzas que H., el otro gran protagonista de la novela, nos irá dejando dispersas por esos campos imposibles de encontrar. A través de un soneto de catorce capítulos a modo de prosa (homenaje al inicio verdadero de la amistad entre el narrador y H.) Gonzalo Hidalgo Bayal nos mete de lleno en un mundo tan real como la vida misma: repleta de gran belleza, la cual nos hace más humanos, pero también de "elementos" que pueden apartarnos de ella (de la humanidad y hasta de la vida misma) para siempre.
 
     Podría citar muchas frases de la novela, pero me voy a detener en un par de ellas. Una es de Leopardi y dice así: "la felicidad es lo que tenemos antes de empezar a buscarla". La otra es obra de Camus: "los hombres mueren y no son felices". Y en el epílogo de Luis Landero se citan también unas palabras sobre el autor por parte de Rafael Sánchez Ferlosio: "jardinero de la lengua castellana que al cultivar un campo de amapolas blancas hizo extinguirse las rojas amapolas para que pudieran florecer las amapolas rojas". El referido epílogo finaliza así: "el corazón tiene sus secretos (...), y ese trémulo conocimiento es el que indaga este inolvidable y magistral relato: la humilde realidad de los campos de amapolas, y el desesperado sueño de su blancura".  
 
     El narrador finaliza su historia de esta manera: "A mí me quedan los eslabones del tiempo en la memoria; la espinela, los tribunos de la plebe, la náusea, ay, infelice, Butch Cassidy and the Sundance Kid, das Ewigweibliche, la mansarda de Les Halles, Charlie Parker, Lucy in the Sky with Diamonds, el sueño de la script, una sonrisa triste y bondadosa y la persistencia plural de la lluvia, la lluvia que se esconde en las palabras y los libros, la lluvia que azota la ciudad y las ventanas, la lluvia que cae sobre el olvido y la ceniza. Por mi parte, he contemplado campos de fresas, de trigo, de algodón, oigo a veces el sonido compacto de Strawberry Fields Forever, he sabido de campos de batalla, magnéticos y santos, pero, por más que miro a los lados de la carretera cuando viajo en coche por tierras de murgaños, aún no he encontrado campos de amapolas blancas".
 
     Sinceramente, no sé que podría albergar más belleza: si un campo de amapolas blancas o un relato como este. Un gran regalo de Navidad.