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martes, 3 de diciembre de 2013

La elegancia del erizo. Muriel Barbery. Seix Barral. 2007. Reseña





     Hace unos días, tras informar a una persona muy cercana a mí sobre qué novela me disponía a leer, me preguntó por qué iba a hacerlo si ya había visto su adaptación cinematográfica (Mona Achache, 2009). Perdida la sensación de sorpresa del final ya conocido, consideré interesante comprobar hasta qué punto la formidable película había sido fiel a la novela original. Y, ante todo, me pareció una historia tan bien contada, diferente y original que pensé que sería una buena idea acercarme de nuevo a ella pero desde una perspectiva diferente. Por suerte, acerté. Y menudo acierto.
 
     "La elegancia del erizo" es una de esas novelas que nos hacen reflexionar sobre cuestiones que nos afectan mucho más de lo que nosotros mismos creemos a priori. De las que nos sumergen en el descubrimiento de la belleza de las pequeñas cosas y en la magia de los placeres efímeros. De las que nos hacen sentir bien y creer que un mundo mejor es posible. Por desgracia, no todo el mundo lee este tipo de historias.
 
     La segunda novela escrita por la francesa Muriel Barbery, nacida en Casablanca y afincada en Japón, profesora de filosofía y mujer culta e inteligente donde las haya (a las pruebas me remito), escribió una obra extraordinariamente rica en descripciones de todo tipo (ambientes, acciones, sentimientos y hasta pensamientos), consiguiendo emocionar a sus lectores a través de unas historias que podrían estar ocurriendo ahora mismo en cualquier finca, incluida la tuya misma.
 
     La acción se desarrolla en el número 7 de la calle Grenelle, en París (escenario también de su primera novela, "Una golosina", la cual espero leer nada más tenga ocasión), y tiene como protagonistas principales a Renée Michel, la portera del edificio, de 54 años de edad, viuda desde hace quince, y empeñada en ocultar ante los demás su gran secreto y a la vez gran debilidad: disfrutar de la belleza del Arte en todas sus disciplinas (luego volveremos sobre esta cuestión ya que es la clave de la historia); Paloma Josse, una adolescente de doce años amante de la cultura japonesa y superdotada que, ante el convencimiento de que la vida es una farsa, tiene decidido suicidarse e incendiar el piso (de la cuarta planta) en el que vive con su familia (a la que no aguanta) el día en que cumpla los trece; y Kakuro Ozu, un amable sexagenario japonés, rico y jubilado, que compra el piso de la quinta planta tras fallecer el cabeza de familia de sus anteriores habitantes.  
 
     La novela trata, entre otras cosas, de la curiosidad por los demás. Del desconocimiento que tenemos de nuestros vecinos y de la facilidad con la que los etiquetamos sin saber nada de ellos en realidad. De hasta qué punto algunos de ellos pueden volverse casi invisibles ante nuestros ojos mientras que otros están siempre bien presentes. Y también de los motivos y criterios, inconscientes o no, que hacemos valer para hacernos esa imagen, casi siempre irreal, de ellos.
 
     El catalizador de la obra es, como ya he avanzado, el gusto por las diversas manifestaciones del Arte. A través de sus páginas el libro nos presenta el mejor cine japonés (con Yasujiro Ozu, director de "Las hermanas Manukata" entre otras, a la cabeza), la pintura italiana (Miguel Ángel) y holandesa (Vermeer), la música clásica (Mozart y Purcell), la literatura rusa (Tolstoi y su "Anna Karenina") y la filosofía (Guillermo de Ockham, por ejemplo). 
 
     Alrededor del referido hilo conductor se apoya Barbery en otros elementos aglutinadores de la acción: la constante presencia de gatos y perros, la viudedad de Renée y Ozu (en ambos casos a causa del maldito cáncer), la soledad de cada uno de los personajes, la existencia de las almas gemelas (como queda demostrado en los tres protagonistas centrales de la trama), la conveniencia de rodearse de personas adecuadas (de nuevo me remito al trío protagonista), el implacable destino que nadie conoce pero que se acerca de manera inexorable, y el tema de la muerte (muy presente de principio a fin).
 
     Cierro esta reseña con unas frases que pueden (y deben) indicar al lector por dónde vas los tiros en una novela inteligente, culta y reflexiva:
 
- "quizá sea eso la vida: mucha desesperación pero también algunos momentos de belleza donde el tiempo ya no es igual. Es como si las notas musicales hicieran una suerte de paréntesis en el tiempo, una suspensión, otro lugar aquí mismo, un siempre en el jamás".
- "la señora Michel tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos: que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes".