LIBROS

LIBROS

jueves, 14 de marzo de 2024

La última función. Luis Landero. Tusquets. 2024. Reseña

 




    Cuentan los relatores --en plural, pues son algunos vecinos del pueblo en el que se desarrolla la historia-- de La última función, la nueva novela de Luis Landero, que igual que Tito --el protagonista masculino de la historia-- se entregó al mandato paterno de estudiar Derecho sin discusiones ni protestas, lo mismo le pasó a Paula --la protagonista femenina-- con el matrimonio y con el proyecto empresarial --de su esposo--. Los dos sabían que actuaban contra sus impulsos y deseos, y que ese camino podía conducir a la desdicha, pero lo aceptaron como un deber insoslayable, uno por su condición de hijo y la otra por su condición de esposa y madre. Y de eso trata la novela: de los sueños rotos por atenerse a los dictados ajenos y no a los deseos propios. Tito y Paula, sin duda, sienten que han desperdiciado sus vidas por vivir las de otros. Lo llevan lo mejor que pueden, cómo no, qué remedio les queda, pero se preguntan qué habría sido de ellos en caso de haber seguido los caminos que les marcaban sus corazones. 

    Otros temas que trata la nueva novela del escritor extremeño son las segundas oportunidades, el mundo del teatro y el espectáculo, el amor que por él siente muchísima gente --la mayoría de ella, de forma altruista y muy modesta-- y la España vaciada. No en vano, la historia se desarrolla durante los primeros meses de 1994 en San Albín, o solo Montealbín, que de las dos formas se le puede llamar a este lugar, o más bien se le llamaba, porque hace ya tiempo que está abandonado de Dios y de los hombres, como tantos otros de por aquí, de estas tierras pobres de la periferia de Madrid, lindantes ya con Guadalajara y con Segovia, y que tuvieron, aunque cueste creerlo, sus tiempos de esplendor. Y el último, y sin duda el más grande, de esos esplendores, sobrevino precisamente durante esos meses, y con aquella magnífica, deslumbrante explosión, y después de tantos siglos de historia, se extinguió definitivamente este lugar. 

    Tito es un actor vocacional de los de toda la vida que debe renunciar a su sueño porque su padre se empeña en que estudie Derecho para que trabaje con él en su gestoría. Durante años trabaja con su padre. Hasta que este fallece y el negocio pasa a ser de su propiedad. Entonces, fuera de las horas de trabajo, se dedica a montar pequeñas obras de teatro por distintas salas de la capital. Obras de poco presupuesto que, aunque a menudo alcanzan cierto éxito, no le permiten dar el salto a tratar de vivir de ellas y no de la gestoría. Y así, después de 35 años, regresa a su pueblo natal. Todos en San Albín recuerdan a aquel niño prodigio que debería haber triunfado en España y en el mundo entero. Pero allí, donde nunca ocurría nada excepcional o memorable, es una leyenda. Y los vecinos no tardan en pedirle una función que lleve turismo al pueblo. Un pueblo que lucha por no quedar despoblado, abandonado y olvidado para siempre.

    Paula, antes de dormirse y pasarse de estación en el último tren del día, piensa en una juventud arruinada, un matrimonio absurdo, un trabajo odioso, un futuro por delante consabido y vulgar, y la culpa y la rabia contra sí misma por haber desperdiciado su vida sin llegar apenas a vivirla. Lleva una vida aburrida, piensa en abandonar a su marido y querría vivir aventuras. Y se le presenta una, de sopetón, cuando despierta, no reconoce el decorado que ve a través de las ventanas y se baja del tren en la primera estación porque se ha pasado su parada. Encuentra a un único hombre en el andén. De pocas palabras, le pregunta si es Claudia --sin duda, la ha confundido con otra--, la agarra del brazo, la sube a su moto y arranca camino de un pueblo desconocido. Tito ha llamado a una antigua compañera, una actriz llamada Claudia, para que lo ayude en su obra. Claudia no acude, pero la aparición de Paula, aunque sea por error, revoluciona San Albín. Y ella se deja llevar. Por fin va a vivir una aventura.

    Aunque hace tiempo que no ve a Claudia, Tito sabe que no es la mujer que acaba de llegar al pueblo. Sin embargo, sabedor de que su antigua amiga no ha acudido, convence a Paula para que haga de actriz principal en la obra. Y la ayuda a preparar su papel. Ella, por su parte, prefiere eso a los madrugones diarios, las jornadas agotadoras, las más de cuatro horas entre tren y metro y la culpa y la rabia ya referidas más arriba. Se entrega a la tarea de ser actriz como si lo fuera en realidad y no desfallece en su nuevo papel en el mundo. Además, todo el pueblo se vuelca con ella. Y, por primera vez en mucho tiempo, se siente querida, admirada, respetada y bien tratada. Por si fuera poca cosa vivir por fin una aventura excitante y sentirse bien consigo misma, se ve en la situación de poder corresponder el afecto de todo el pueblo participando de forma muy activa en el intento de atraer a esos turistas cuyo dinero podría salvarlo ante el éxodo a las ciudades.

    La mayor parte de la vida de Tito ha transcurrido en Madrid. Su familia se trasladó allí cuando él era un niño ya conocido por todo el pueblo. Los relatores de la historia cuentan su adolescencia, sus estudios, sus trabajos en la gestoría familiar y sus pinitos en escenarios de poca monta de la capital. Escribe los guiones, hace los montajes e interpreta los papeles principales. Y en la mayoría de las ocasiones no cuenta más que con la ayuda de su incomparable voz y de sus inseparables compañeros de andanzas teatrales: Rufete, un electricista del barrio que ansiaba trabajar como luminotécnico en el cine, en la televisión o en el teatro, y Galindo, un profesor de instituto de latín y griego que era medio músico y repartía sus afanes entre la flauta y la guitarra clásica y flamenca. Juntos, los tres forman un equipo entusiasta y muy bien avenido que monta todo tipo de obras y va cosechando pequeños grandes éxitos por toda la capital. Éxitos, sin embargo, insuficientes a la hora de hacerse un hueco y un nombre.

    La última función es la historia de quien quiere pero no puede. De quien da todo lo que lleva dentro pero no consigue más que pequeñas victorias que hacen estériles los esfuerzos por alcanzar una meta mucho más amplia. De quien, pese a ello, atesora una dignidad y una honestidad a prueba de bombas. Porque solo fracasa quien abandona, nunca el que lo intenta con todas sus fuerzas. Por eso, para Tito y sus acompañantes, para Paula y para los ciudadanos de San Albín, esa función se convierte en la gran y última oportunidad de conseguir sus propósitos. A saber: en el caso de Tito, Rufete y Galindo, triunfar en la escena teatral; en el de Paula, vivir una aventura que la lleve a iniciar una nueva vida mucho más satisfactoria; y en el caso de los ciudadanos del pueblo, conseguir que su querido pueblo no caiga en el olvido. La unión de todos ellos hará la fuerza. Sin embargo, algunos conseguirán sus propósitos mientras que otros no. Porque así es la vida.

    La historia de esta novela es así de sencilla y complicada a la vez. Puede que haya un buen puñado de historias más atractivas o llamativas que las que nos cuenta Landero en sus obras. Pero, sin duda alguna, la gran fortaleza del escritor extremeño es cómo nos las cuenta, cómo nos las narra, cómo nos las analiza. Porque es ese estilo landerista o landeriano el que lo ha ido convirtiendo en uno de los grandes escritores españoles y europeos de los últimos años. Un escritor en mayúsculas que, apartado de los focos mediáticos, demuestra conocer al dedillo no solo el alma humana sino las mejores formas de hacer literatura. De ahora y de siempre. Y, para muestra, este párrafo magistral: 

    Quinito Maya también tenía alma de artista. Nosotros lo conocimos bien. Quería ser escritor, pero aún no sabía qué escribir. De momento, solo tenía un afán: pulir el estilo; luego, ya buscaría las historias, temas o ideas de los que tratar. Pero esa elección la haría cuando tuviese ya su propio estilo. Es más, el mismo estilo le revelaría qué camino tomar. De momento, dudaba entre los muchos o pocos adjetivos, entre las frases largas o cortas, entre escribir al modo racional y diáfano de Ortega, por ejemplo, o al borrascoso y turbio de Unamuno. ¿Qué era mejor, y qué le vendría mejor a él, contar extenso y por menudo como Galdós o Tolstoi, o breve y por encima como Chéjov o Hemingway? ¿Desatar la fantasía al modo de Poe o de Borges, o atenerse a los rigores de la cercana realidad como Delibes o Baroja? ¿Retorcer y encoger el lenguaje como Quevedo o allanarlo y dilatarlo como hacía Cervantes? Porque era muy lector, y tenía muchos modelos y todos le parecían bien. En realidad, le hubiese gustado escribir como todos ellos a la vez, y ser a un tiempo turbulento, sereno, opaco, transparente, torrencial y lacónico, culto y popular, leve y denso, severo y burlón...            

      

lunes, 26 de febrero de 2024

Surrender. 40 canciones, una historia. Bono. Reservoir Books. 2022. Reseña

 




    A finales de 2022, acompañado de un recopilatorio de versiones de algunas de las canciones más significativas de la historia de su grupo, U2, bajo el título Songs of surrender, y apoyado en una pequeña gira de presentación realizada por el propio Bono en teatros y aforos de tamaño mediano --que le trajo hasta el Teatro Coliseum de Madrid--, vio la luz Surrender. 40 canciones, una historia, el libro en el que el famoso cantante descubre algunos aspectos menos conocidos de su vida a la vez que explica más detalladamente otros ya conocidos por todos, seguidores y no seguidores de la banda irlandesa. Un libro extenso, de casi setecientas páginas, en la que aparecen también fotos familiares inéditas hasta la fecha. Unas memorias, personales y grupales, que presentan los grandes momentos familiares, musicales y político-activistas de un cantante irrepetible por su importancia a todos los niveles. Un libro que ha hecho las delicias de sus seguidores y también de quienes se han animado a leerlo pese a no ser devotos de los cuatro irlandeses más famosos del mundo.

    Bono se apoya en cuarenta de las canciones más famosas de su repertorio para presentarnos cada uno de los momentos más decisivos de su existencia. Desde la pérdida de su abuelo y de su madre a los 14 años de edad, que sumió a los tres Hewsons --Bono, su hermano y su padre-- en una depresión que se tornó en ira, rabia y constantes peleas, hasta su triple paternidad; desde su pasión por la lectura --a los 12 años ya había leído El señor de las bestias y antes de los 18 Crimen y castigo-- hasta sus influencias musicales --The Clash, Ramones, los Who, Patti Smith, Dylan o Bowie--; desde la apertura de miras que le propició la lectura de la Biblia hasta el sectarismo religioso al que hubo de hacer frente en su Irlanda natal. Sectarismo religioso que no impidió que sus padres (Bob, católico; Irish, protestante) se casaran y fundaran una familia y que el propio Bono, junto a The Edge, Adam y Larry (dos de ellos, católicos; los otros dos, protestantes), hicieran lo propio con una banda de rock que acabó siendo la más famosa de su país y que trascendió mucho más allá de sus fronteras.

    Cuenta Bono que jamás logró superar la ira, el mal genio y ese carácter rebelde y de maleducado que salió de sí mismo tras la muerte de su madre. Y que ello se plasmó en una de sus primeras canciones, Out of control, escrita a los 18 años en su casa de Cedarwood Road, muy poco tiempo después de ver a The Clash en el Trinity y decidir que quería ser músico. Y recuerda cómo se sintió al recibir su primera guitarra --que se convirtió en su cuerda de salvamento y a la vez en su arma-- de manos de su hermano Norman, al ver el anuncio de Larry Mullen Jnr. en un panel del Mount Temple School, al entrar en U2 la misma semana en que se puso a salir con Ali Stewart --su esposa y madre de sus tres hijos--, al escribir sus primeras canciones --las canciones son mis rezos, afirma, mientras completa con la información de que los U2 rezan antes de los conciertos--, al dar sus primeros conciertos en Irlanda e Inglaterra, al conseguir una furgoneta para poder girar con la banda, al convertirse en el puntal del grupo o al conseguir esa fuerte conexión con el público.              

    Pero, como la vida es una sucesión de momentos, buenos y malos, también recuerda acontecimientos desoladores que lo marcaron de por vida. Acontecimientos violentos que alentaron su rebeldía, su inconformismo, su carácter a veces también violento. Por ejemplo, las repetitivas masacres del IRA en su Dublín natal y en el resto del país, los atentados de París y Niza en 2015 y 2016 respectivamente --los cuales le tocaron de cerca, pues estaba en ambas ciudades en esos momentos, con U2 en París y con amigos en Niza--, los asesinatos de JFK en 1963 --huelga decir la importancia de la figura de JFK en Irlanda-- o de John Lennon en 1980 --cuando U2 estaban en Buffalo para dar uno de sus primeros conciertos en los EE.UU., poco después de publicar su primer álbum, Boy, y de comenzar su primera gira fuera de su país-- o sus problemas de salud --especialmente la ampolla que le salió en la aorta, en 2016, y que estuvo a punto de hacerle perder la vida--. Momentos que a uno lo hacen reflexionar sobre la vida. Y también sobre la muerte. Sobre todo cuando la muerte ha estado tan presente en la vida de quien cuenta su historia.

    La lista de las amistades del cantante es casi eterna. También la de los personajes importantes con los que se ha relacionado a lo largo de su vida. Muchos de ellos aparecen en las páginas de este libro. Pavarotti, Sinatra, Obama, Mandela o Michael Hutchence ocupan capítulos enteros en ocasiones. También, como es lógico, Paul McGuinness, considerado el quinto U2, el manager que los llevó desde sus inicios y que les consiguió el contrato con Island Records; y, por supuesto, Brian Eno, Daniel Lanois y Steve Lillywhite, productores y desde siempre figuras capitales en la historia de la banda. Una banda que practicó el glam rock y pasó al punk rock. Todo ello con aquellas míticas primeras grabaciones en los también míticos Windmill Lane Studios. Una banda que tuvo que lidiar con un típico dilema irlandés que preocupaba a sus miembros: el de la compatibilidad entre la fe y la música. Tanto que The Edge llegó a preguntar a sus compañeros, tras el éxito de Boy, si ¿podemos ser una banda y, a la vez, creyentes?     

    Y, hablando de incompatibilidades, hay otras tres muy presentes en estas memorias. Por un lado, entre los cuatro miembros de U2. Por otro, entre la banda y la familia. Y, finalmente, entre la banda y el activismo social. Resulta obvio que no hay muchos grupos que superen los cuarenta años de longevidad. Se pueden contar casi con los dedos de una sola mano. La diferencia de caracteres, los distintos criterios de evolución musical y de estilo, las diferencias a la hora de componer canciones y discos o de diseñar giras o las influencias que en la cohesión del conjunto puede crear un mal momento personal o profesional de uno de sus miembros pueden poner en jaque la estabilidad de todos. U2 ha sufrido distintos altibajos a lo largo de su trayectoria. Y basta leer este libro para conocerlos. A veces, con bastante detalle. Hasta el punto de haber estado a punto de disolverse en varias ocasiones. La amistad entre los cuatro y, por qué no reconocerlo, el interés común, han salvado los muebles en más ocasiones de las que los fans pudieran pensar antes de leer Surrender. 40 canciones, una historia

    ¿He escrito altibajos? Pues para altibajos los que ha tenido Bono con su mujer Ali. Sus constantes viajes, sus idas y venidas --no solo musicales, también activista-políticas-- han causado estragos en un matrimonio que, pese a todo, parece estar construido a base de amor, comprensión y empatía mutua --aunque más por parte de ella, según reconoce el propio autor-- y, desde luego, a prueba de bombas. Un matrimonio que tiene tres hijos. Tres hijos que debieron acostumbrarse a las continuas ausencias del cabeza de familia. Algunas de ellas, largas, casi eternas. Ausencias compensadas con otro tipo de prebendas. Ya se me entiende. Algo parecido podríamos decir de la supuesta incompatibilidad entre la banda y el activismo socio-político de Bono. Y es que si Ali ha tenido mucha paciencia con él, ¿qué decir de sus compañeros musicales? A menudo han debido de trabajar a distancia. Unos desde Dublín y el otro desde New York, Washington o cualquier otro lugar del mundo. Una vez, incluso, entregaron un álbum sin concluir del todo porque se les echaba el tiempo encima y tenían comprometido tanto el álbum como la gira. Una gira, el Popmart Tour, por cierto, de las más exitosas de su carrera. Y en la que acabaron de pulir los detalles inacabados de las canciones del disco. 

    Surrender. 40 canciones, una historia es un libro, en definitiva, para fans y no fans. Porque los interesados en la faceta del activismo político-social del autor pueden encontrar también muchas conexiones con Amnistía Internacional, Greenpeace, RED, ONE, DATA, Jubileo 2000 y el resto de ONGs con las que Bono ha colaborado a lo largo de las últimas décadas. Y asistir, desde dentro, a las complicadas reuniones y negociaciones de campañas como la de la condonación de la deuda externa de los países del Tercer Mundo o la de las ayudas a los países pobres africanos para poner fin a la transmisión incontrolada del SIDA, las injustas reglas de comercio que dañan a sus ciudadanos más empobrecidos y las deudas impagables que todavía mantiene buena parte del continente. El tema del mesianismo político también aparece en el libro. Un tema que a Bono siempre le ha preocupado y por el que ha sido objeto de críticas y alabanzas a lo largo de su dilatada carrera. Una carrera, una vida, una personalidad, muy bien trazada en las páginas de unas memorias absolutamente imperdibles.     

     

viernes, 16 de febrero de 2024

El periodista deportivo. Richard Ford. Anagrama. 2023. Reseña

 




    Publicada originariamente en 1986, El periodista deportivo es la primera de las cuatro obras del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2016 Richard Ford que protagoniza Frank Bascombe, personaje ficticio que algunos han querido ver como el alter ego del propio autor --nació en Misisipi, es hijo único, se quedó huérfano de padre en la adolescencia, quiso ser escritor y trabajó como periodista deportivo--, algo que Ford siempre ha negado, afirmando que las buenas novelas no son autobiográficas. Si escribes una novela autobiográfica estará confinada, limitada por lo que tú eres. Una buena novela es la que utiliza la imaginación para provocar en el lector que experimente lo impredecible. Y eso sucede cuando el escritor imagina cosas que están muy lejos de su vida cándida. Sea como sea, autor y protagonista comparten algunos aspectos personales, como si el autor pensara cómo habría sido su vida si no hubiera decidido luchar para ser escritor. 

    El personaje Frank Bascombe ha otorgado a Richard Ford sus más grandes éxitos, premios, reconocimientos y seguidores. La cuatrilogía sigue con las novelas El día de la independencia (1995) y Acción de gracias (2006) y una serie de cuatro novelas cortas publicadas juntas bajo el título Francamente, Frank (2014). Así pues, tres novelas largas y cuatro cortas separadas por 28 años en los que el autor trazó un exhaustivo retrato psicológico no solo de un personaje y hasta de la propia condición humana sino también de una nación (EE.UU.) y de una región (Nueva Jersey). Porque Nueva Jersey y sus pueblos y ciudades (Haddam, Freehold o Asbury Park) son parte importante de la novela ya que condicionan la vida del protagonista principal. Un personaje que sufre la cotidianeidad, que es un superviviente a tiempo completo de la crisis personal y familiar que sufre desde años atrás, aunque por momentos él mismo no sea capaz de verlo de esa manera.

    Me he enfrentado al arrepentimiento y he evitado la ruina. Y todavía estoy aquí para contarlo, afirma el protagonista narrador en las primeras páginas de su historia. Y es que Bascombe es un escritor fracasado --no por no haber triunfado en ello sino porque, tras un comienzo literario exitoso, decidió dejar de esforzarse para convertirse en un escritor todavía mejor-- convertido en periodista deportivo --profesión que parece no llenarle al cien por cien-- que sufre una crisis espiritual debido a la muerte de su hijo Ralph y a su subsiguiente divorcio de su esposa, a la que denomina X. Es, ante todo, un hombre que busca ser feliz. Que ha pasado una etapa de infelicidad y que trata de reponerse, de hacerse un hombre mejor, un hombre más feliz. Y, para ello, cuenta con Vicki Arcenault, su nueva pareja, con la que todavía cree en la pasión y la aventura amorosa. Sin embargo, entre tanta incertidumbre, guarda en sí diversas certezas. Como las dos que ocupan los dos siguientes párrafos: 

    Si escribir de deportes enseña algo, y en esto hay tanto de verdad como de mentira, es que, para que la vida valga la pena, tarde o temprano hay que enfrentarse a la posibilidad de sentir un terrible y doloroso arrepentimiento. Pero hay que intentar evitarlo o uno echaría a perder su vida. Esta reflexión, que pienso que todos podríamos hacer nuestra por apropiada y acertada, es realmente complicada de seguir a rajatabla. Incluso por el propio autor de la frase. En efecto, Frank Bascombe, pese a tener una nueva pareja, echa de menos a su ex mujer. La busca, casi la espía de vez en cuando, bebe el viento por ella. Y, claro, se arrepiente de haber echado a perder su matrimonio tras el distanciamiento posterior a la muerte de su hijo. Querría seguir viviendo con ellos (su mujer y sus otros dos hijos). Y trata de seguir con su vida entre el anhelo de volver a la situación anterior y la necesidad de mirar hacia adelante a pesar de las adversas circunstancias.  

    Cuando más viejo me hago, más me asusta todo y más claro veo que te pueden pasar, y de hecho te pasan, cosas malas. Pero la verdad es que no me quita el sueño. No cambiaría muchas cosas, si es que cambiaba alguna. Preferiría no estar divorciado y que mi hijo, Ralph Bascombe, no hubiera muerto, pero eso es lo único. Y, más adelante, continúa su narración con esta afirmación: no crean que el divorcio le convierte a uno en un alegre mujeriego o le abre las puertas a una vida exótica que nunca había imaginado. Es algo que he aprendido en el Club de Divorciados. Tanto a mí como a mis camaradas, el divorcio nos ha llevado al celibato y a la fidelidad total, aunque sin nadie a quien ser fiel o por quien seguir siendo célibe. Las reuniones del Club y la relación del protagonista con algunos de sus miembros son una de las pequeñas partes del puzzle que compone el mundo de Frank Bascombe en esta novela. 

    La novela, aunque se retrotrae a momentos del pasado, se desarrolla durante un único fin de semana, el del Viernes Santo. Hoy es un día especial para mí. Cuando me desperté me pareció como si se avecinara un cambio y como si esa ensoñación teñida de expectación en la que estoy sumido desde hace algún tiempo se desprendiera de mi cuerpo en el frío y sombrío amanecer. En esa especie de nuevo comienzo tiene mucho que ver que Frank va a viajar hasta Detroit para conocer en persona y empezar a escribir la historia de un famoso ex futbolista que quedó postrado en una silla de ruedas por un accidente de esquí acuático y que se ha convertido en un ejemplo de coraje y determinación. Pero mis expectativas van más allá porque pienso llevar conmigo a mi nueva novia. Estoy casi seguro de que me he enamorado de ella. Y, tras el fin de semana en Detroit, que promete, y mucho, acudirán a Barnegat Pines, donde vive la familia de Vicki. Me han invitado allí para exhibirme con todos los honores en la comida de Pascua.   

    Más arriba he aludido al exhaustivo retrato que Richard Ford hace de la condición humana en esta novela. Y, ¿qué aspecto puede hablar de ella de forma más completa que las contradicciones de las personas, las idas y venidas, los vaivenes emocionales y de todo tipo? Pues, para muestra, este botón en el que se ahonda en referencia al tema del arrepentimiento. Por un lado, Bascombe afirma que es desconcertante, pero a veces es mejor no arriesgarse. Puedes arriesgarte demasiado y acabar sin nada, salvo el arrepentimiento como única compañía, del que que ya nunca te librarás durante toda tu vida. Por contra, en otro momento, parece sentirse de manera diferente: aquel día me desperté con una sensación , una impresión de que algunas cosas cambiarían, se asentarían y llegarían a su fin, y podría contar algo importante e interesante. Y ahora estoy en el punto de ignorar otra vez el resultado de las cosas, un estado de ánimo que me gusta. Siento que me he enfrentado a un gran momento de vacío, pero sin sufrir el habitual y terrible remordimiento.

    Y, sin embargo, es capaz de escribir sobre su ex, ¡en el mismo párrafo!, cosas de nuevo tan contradictorias como que siento una gran admiración por ella, le tengo afecto, pero ya no la amo; y que a veces la veo en la ciudad, por la calle o en su coche, inesperadamente y sin que ella se dé cuenta, y asombrado, me pregunto qué más puede desear ahora de la vida y cómo pude quererla y dejar que se fuera. De eso precisamente trata la novela: de los remordimientos, de los vaivenes emocionales, de las contradicciones, de la búsqueda de la felicidad y de uno mismo, de la verdad de la vida. Una novela muy recomendable que, pese a su título, como afirmó George Vecsey, periodista deportivo de The New York Times, tiene tanto que ver con la crónica deportiva como Moby Dick con la caza de ballenas. En efecto, El periodista deportivo no habla de deportes. Ni de periodistas. Solo de un hombre en crisis que busca retazos de felicidad. Y, por lo que a mí respecta, leyendo su historia la he alcanzado. Tanto que en un futuro leeré, Dios mediante, los siguientes libros sobre este gran personaje llamado Frank Bascombe.  

     

lunes, 5 de febrero de 2024

La biblioteca de la medianoche. Matt Haig. Alianza. 2021. Reseña

 




    Todos hemos cometido el tremendo error de quitar sentido a nuestras vidas. La depresión, la monotonía, las desgracias o la falta de anhelos --o la imposibilidad de alcanzarlos-- nos provocan en ocasiones una desazón, un hastío, una pérdida de esperanza y de alegría y una dejadez que pueden conllevar la llegada de pensamientos suicidas. Multitud de obras --literarias y cinematográficas-- han abordado la temática a lo largo de las últimas décadas. Muchas de ellas se centran, además, en el espeluznante pero inevitable hecho demostrado de que en realidad pocas cuestiones que tienen que ver con nosotros mismos están bajo nuestro control. La idea de que la vida es una eterna --o casi-- sucesión de acontecimientos más o menos casuales que alteran nuestra existencia se repite en muchas de estas creaciones que son plasmadas sobre el papel o la gran pantalla. Y no faltan aquellas obras, muy originales y que nos hacen reflexionar sobre ello, que nos muestran las vueltas que podrían dar nuestras vidas cambiando cualquier pequeño suceso que forma parte de ellas. 

    Así, a bote pronto, recuerdo la maravillosa película protagonizada por James Stewart ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra, o la novela 4, 3, 2, 1, de Paul Auster, elegida por servidor como la mejor novela extranjera de la pasada década. Si en la obra de Capra es un ángel sin alas, Clarence, quien muestra a un suicida James Stewart cómo serían las vidas de su familia y de su ciudad si él no hubiera existido, haciéndole recobrar sus perdidas ganas de vivir, en la de Auster se nos muestran hasta cuatro vidas diferentes del protagonista de la historia, Archie Ferguson, todas ellas sujetas a pequeños acontecimientos que cambian para siempre la vida del adolescente. ¿Qué tiene que ver esta introducción con la reseña de La biblioteca de la medianoche, de Matt Haig? Pues que el punto de partida del autor inglés es el intento de suicidio de su protagonista, Nora Seed, quien ha perdido toda esperanza de seguir con una existencia vacía, solitaria y repleta de contradicciones y fracasos. Hasta que decide tomarse un buen puñado de pastillas.

    Hasta que decide tomarse un buen puñado de pastillas y aparece, mientras agoniza en el hospital, en una extraña biblioteca en la que siempre es medianoche. Una biblioteca regentada por la señora Elm, una especie de ángel de la guarda --al más puro estilo del Clarence de ¡Qué bello es vivir!-- que en realidad fue la bibliotecaria del instituto en el que estudió la protagonista durante su adolescencia. Una biblioteca en la que todos los libros narran vidas diferentes de Nora Seed. Vidas resultantes de mil y una diferentes decisiones, situaciones, sucesos y casualidades. Como las que tan bien describió Auster en su novela. Y así, a caballo entre las ideas surgidas de las referidas obras --y, por qué no añadirla, por aquello de hacer algo de patria, la película Morir (o no), de Ventura Pons, que entrelaza las vidas de siete protagonistas cuyas decisiones intervienen directamente en la de los otros seis--, Matt Haig construye una elaborada trama a través de la cual conseguirá que nos demos por fin cuenta de las cosas que realmente son importantes.

    Llega un momento en la vida de Nora en la que piensa que no ha dado la talla. No ha conseguido ser buena en nada de lo que había imaginado: nadadora, música, filósofa, pareja, viajera, glacióloga, feliz, amada. Ni siquiera como dueña de un gato que acaba de morir atropellado. En la biblioteca de la medianoche, según le explica la señora Elm, está a salvo de la muerte. Por el momento. Pero debe decidir cómo quiere vivir. Y acepta la invitación de tomar libros y ver cómo le va en cada una de sus vidas paralelas a la original, a la matriz, a la que agoniza en la cama de un hospital tras la ingesta de las pastillas. Puede que muera esa misma noche pero, si no es así, puede elegir una de entre todas las vidas que componen la biblioteca. Esta vez sí, ha de tomar las decisiones oportunas. Es una nueva oportunidad de comenzar una de esas vidas que tanto ansiaba conseguir vivir. Pero en la biblioteca también hay reglas. Unas reglas que también conllevarán renuncias, toma de decisiones y asunción de consecuencias.

    La primera regla es leer el Libro de los arrepentimientos, detallada lista con todas las decisiones no tomadas o mal tomadas, las cuales la han llevado a tratar de suicidarse. Y descubre que la culpa, el remordimiento y la pena pesan demasiado para ella. Y, ahora sí, abre otros libros que la llevan a otras vidas en las que ella es la protagonista. El gran problema de la biblioteca es que los libros solo se pueden leer una vez. Es decir, si decide abandonar una vida que no le gusta o satisface ya no podrá volver a ella nunca más. Y si decide quedarse en una para siempre no habrá forma de saber si podría haber sido más feliz en cualquiera de las otras vidas. Y, ¿qué pasa con los otras Noras cuando la original, la matriz, la intrusa abandona la escena? La señora Elm responde: ¿nunca has entrado a una habitación y te has preguntado a qué habías ido allí? ¿No has olvidado nunca de repente lo que acababas de hacer? ¿No te has quedado nunca en blanco o has registrado erróneamente lo que estabas haciendo en un momento dado? 

    En los libros de esas vidas paralelas que Nora visita y vive por momentos le cuesta reconocerse. En algunas de ellas ha conseguido ser nadadora olímpica, cantante famosa, filósofa reputada, pareja feliz, viajera empedernida, glacióloga reconocida, madre, empresaria millonaria, etc. Sin embargo, en todas esas vidas hay aspectos que la llevan a querer saltar de unas vidas a otras. Observa que no existe ninguna vida perfecta, y que la felicidad no es algo que tenga continuidad sino que son momentos muy puntuales que una debe buscar y aprender a disfrutar. En muchas de esas vidas sigue siendo infeliz pese al éxito alcanzado. Incluso tiene problemas serios con el alcohol o es una drogadicta. En algunas su hermano ha fallecido. O se llevan todavía peor que en la vida matriz, original. En otras la que ha fallecido es su mejor amiga, Izzy. Y cae en la cuenta de una frase de la señora Elm que se le queda grabada: no infravalores nunca la gran importancia de las cosas pequeñas. No lo olvides nunca. ¿No recuerda a El Principito, de Saint-Exupéry?

    En efecto, La biblioteca de la medianoche es un libro que rezuma filosofía. Y lo hace ya desde el principio. Porque Nora, la original, la matriz, es filósofa. Una fiel seguidora y estudiosa de Henry David Thoreau, filósofo y escritor, autor de Walden --donde narró sus dos años, dos meses y dos días viviendo al aire libre, en soledad y cultivando sus alimentos y escribiendo sus vivencias-- y La desobediencia civil --donde criticó la autoridad de un Estado que mantenía la esclavitud y emprendía guerras injustificadas--. Ese espíritu rebelde y apasionado inspira e impregna las páginas de esta novela. Una novela que quizá tenga algo de autobiográfica y de retrospectiva, pues el propio Matt Haig sufrió una depresión que lo llevó también a pensar en el suicidio --depresión de la que salió en parte gracias a una conocida frase escrita por Jean-Paul Sartre: la vida empieza al otro lado de la desesperación--. Una novela que recibió el Premio Goodreads 2020 a la mejor obra de ficción y que pronto verá su adaptación a la gran pantalla de la mano de StudioCanal y BluePrint Pictures.  

    La biblioteca de la medianoche es, en definitiva, un canto al poder de los libros como fuerza impulsora de vitalidad y de amor. Una celebración de la multitud de posibilidades que nos ofrece la vida. Un estudio filosófico y casi psicológico --y muy empático-- sobre la condición humana. Una fantasía en torno a lo que de verdad importa --o debería importar-- en la vida. Una inyección de posibilidades en tiempos difíciles e inquietantes. Una experiencia sobre el amor, las segundas oportunidades y la valoración de la vida que nos ha tocado vivir. Una historia que mueve a la reflexión acerca de nuestra relación con el remordimiento por lo que hicimos o dejamos de hacer. Porque, como dice la propia Nora, el auténtico problema no son las vidas que lamentamos no vivir sino el lamento, el arrepentimiento en sí. Es ese arrepentimiento el que nos entristece y marchita, lo que nos hace sentirnos nuestro peor enemigo y el peor enemigo también de los demás. Además, entretiene de una manera absolutamente absorbente. Argumentos, todos ellos, más que suficientes para leer una novela.        

         

lunes, 1 de enero de 2024

Mis diez mejores lecturas de 2023

 






10. Basilisco. Jon Bilbao. Impedimenta. 2020 Consta de ocho relatos autoconclusivos pero también interconectados que abarcan el presente de las vidas de Jon y Katharina y los sucesos acaecidos un siglo atrás en el Lejano Oeste en torno a las figuras de Basilisco y Araña. Una mezcla original y sugerente que alterna la actualidad, que bebe de la novela costumbrista contemporánea, y el western, al más puro estilo clásico (y no tan clásico). Casualmente, en ambos contextos, la vida parece desmoronarse por momentos. Con una prosa perturbadora y de gran potencia visual y descriptiva, Jon Bilbao pone en jaque nuestra realidad combinando a la perfección lo clásico, la cultura popular y las responsabilidades y frustraciones propias de la edad mediana de un personaje que vive insatisfecho como ingeniero porque en realidad quiere ganarse la vida como escritor.

9. Contar lo mínimo. Agustina Pérez. Lletra Impresa. 2022 En sus páginas encontramos multitud de resonancias literarias, guiños y referencias a obras y autores de todo tipo -García Márquez, Borges, Víctor Mora, Unamuno, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, José Hierro, John Berger, Antonio Gramsci y un largo etcétera-, lo que hace de la obra un compendio, una especie de pequeña enciclopedia temática de la cual podrá echar mano el lector en cualquier otro momento de su vida. Todo ello con la máxima de que la literatura debe ser incisiva pero educada para decir verdades, aunque escuezan. Porque, como decía Borges, uno no es por lo que escribe, sino por lo que ha leído. La curiosidad, pues, se antoja como el inicio del camino literario. Una curiosidad que a Agustina le viene de su abuela -a la que rinde homenaje desde la propia portada del libro-, empedernida lectora de cuentos troquelados, calendarios taco -con sus citas y frases célebres-, revistas y libros de todo tipo, y de su padre, un fanático de la radio que la enseñó a leer antes de que lo hicieran en el colegio. Estamos ante un OLNI -Objeto Literario No Identificado-, como lo definió la misma autora, dividido en tres partes compuestas por relatos, microrrelatos y aforismos (o vilanos, como diría Vicente Aleixandre). Una obra que defiende la lectura como acicate de la vida.   

8. Nadie en esta tierra. Víctor del Árbol. Destino. 2023 Cuando todo está perdido solo quedan dos caminos: hacer el bien o hacer el mal. Intentar irse con la cabeza alta y la conciencia tranquila o arrasar con todo y con todos. Este es uno de los puntos de partida de la nueva novela de Víctor del Árbol. Una novela policiaca de las que atrapan al lector hasta introducirlo en sus páginas y no dejarlo marchar hasta terminada la última de sus frases. Con personajes de los que a uno lo marcan. Como el protagonista principal, Julián Leal, un inspector de policía que se debate entre la vida y la muerte a causa de un cáncer que no parece tener ya solución y que acaba de ser expedientado por dar una paliza casi mortal a un miembro de la alta sociedad barcelonesa. Y, por si todo ello fuera poco, tras una breve visita a su pueblo natal de la costa de Galicia comienzan a aparecer cadáveres de personas que tuvieron mucho que ver con él treinta años atrás. Y, claro, el principal sospechoso de los crímenes es él. Todos los dedos lo señalan y ya ni su compañera Virginia parece fiarse de él.

7. Hijos de la fábula. Fernando Aramburu. Tusquets. 2023 El autor guipuzcoano retorna a la temática de ETA con una sátira que, tirando de ironía y humor, nos muestra la reacción de dos jóvenes vascos que quedan abandonados a su suerte al otro lado de la frontera con Francia tras el abandono de las armas por parte de la banda terrorista en octubre de 2011. La novela demuestra que es posible hacer sátira hasta de las grandes desgracias. Que en cualquier lugar y situación, por dramática que esta sea, cabe lo cómico. Que algunos escritores son capaces de construir una historia desde la nada. Que algunas de estas historias pueden tener finales inesperados y magistrales. Y que Fernando Aramburu es un escritor valiente que, cuando se pone a escribir, no puede evitar meterse en estanques llenos de caimanes. Por su originalidad, virtuosismo y comicidad, nos recuerda a la más reciente obra de Luis Landero, Una historia ridícula (2022, misma editorial). Y es que solo dos genios como el extremeño y el vasco son capaces de sacar de donde parecía no haber nada unas historias tan peculiares.

6. Novela de ajedrez. Stefan Zweig. Acantilado. 2002 La tranquilidad de un viaje en barco desde Buenos Aires hasta Nueva York salta por los aires por un simple juego. Un juego que acabará enfrentando a todo un campeón del mundo con un enigmático vienés que huye del nazismo. Un contrincante que lleva más de veinte años sin jugar a ese juego, pero que es capaz de poner contra las cuerdas al vigente campeón mundial. Dos seres absolutamente antagónicos, en todos los sentidos, que dirimen sus diferencias sobre un tablero de ajedrez. Que han de hacer frente a una extraordinaria presión. Una presión para la que, tal vez, no están preparados. Todo ello descrito de una manera magistral por una pluma mágica que provoca que también el lector lea la historia con una tensión que le impide cerrar el libro hasta llegar a su final. Habiendo de resistirse a la tentación de echarse una partidita. Algo que yo mismo hice nada más terminar la lectura.

5. Mendel, el de los libros. Stefan Zweig. Editorial Alma. 2022 Entrañable relato breve que narra la vida de un librero ambulante judío de origen ruso que atendía a sus clientes en su cuartel general, el Café Gluck. Se sentaba junto a una pequeña mesa de mármol cuadrada del salón de juego y, mientras esperaba a sus clientes, leía compulsivamente, absorto por completo al ruido del salón. De memoria prodigiosa, recordaba títulos, autores, ediciones, años de publicación, precios, etc de cada libro. La novela, además, nos muestra el terrible impacto causado por la Gran Guerra en la vida y la cultura vienesa de la época. Aúna, pues, un emotivo homenaje al mundo de los libros y un claro alegato contra el terror de la guerra. Y lo hizo tan solo una década antes de que Europa saltara por los aires a causa del nazismo en 1939. La preciosa edición ilustrada de Editorial Alma otorga a la lectura una sensación todavía más fantástica.    

4. Cuando era divertido. Eloy Moreno. Ediciones B. 2022 Dice el propio autor que esta es una novela incómoda. Quizás la más incómoda que he escrito hasta la fecha. Pero precisamente por eso creo que es necesaria. Este es un libro que habla de algo que todos hemos vivido o podemos vivir en algún momento. Y, desde luego, no le falta razón a Moreno. A estas alturas ya todos sabemos que la vida es complicada. Y la vida en pareja, más todavía. Porque no todo es del color de rosa. Y la pasión inicial y la sensación de estar viviendo a tope pueden dar paso a la muerte en vida en forma de rutina, monotonía, tedio, hastío. Y hasta de odio. ¡Ay, esa delgada línea que separa antónimos mucho más cercanos de lo que jamás podríamos llegar a pensar! Que se lo digan, sin ir más lejos, a los protagonistas de esta novela: Ale y Ale. Sí, Alejandro y Alejandra. El mismo nombre. Algo muy original. Porque en muchas ocasiones a lo largo de la novela el autor se refiere a ellos de una manera que cuesta distinguirlos. Porque en realidad ambas partes de una pareja pueden sentirse de una determinada manera. A veces no sabemos qué Ale está pensando y actuando. Y la verdad es que da igual: lo importante es lo que piensa y cómo actúa.

3. Los ingratos. Pedro Simón. Espasa. 2021 Magnífica radiografía familiar. También histórica y social. Veníamos de la España que escuchaba un serial radiofónico. Íbamos hacia esa España que se sentaba a mirar una pantalla. Aquella España donde se viajaba sin cinturones de seguridad en un Simca y la comida no se tiraba porque no hacía tanto que se había pasado hambre. De la España de 1961 pasamos a la de 1975 para llegar, finalmente, a la de 2020, momento en que la historia narrada llega a su fin de una manera emocionante, muy conmovedora, que deja al lector con el libro abierto entre sus manos, sin ánimo para cerrarlo definitivamente. Porque Emérita ha aprendido de los hijos de la maestra que perfectamente podría haber criado. Que tengo más paciencia que otras. Que sé alejar a un niño de los peligros. Que soy sorda, pero no soy un animal. En suma, ha aprendido todo sobre la dignidad y la gratitud. Por eso se pasa años y años enviando cartas a la familia, interesándose por ella, preguntando por David. Recordando la mejor época de su vida con un eterno agradecimiento.

2. Nosotros. Manuel Vilas. Destino. 2023 Qué mal visto ha estado siempre el placer, siempre perseguido por todas las civilizaciones, condenado por todas las religiones, y sin embargo protegido por la naturaleza y la vida, cómo explicar semejante hipocresía, reflexiona el narrador de Nosotros en las últimas páginas de la novela ganadora del Premio Nadal 2023. Una novela existencialista desgarradora de principio a fin. Especialmente en sus últimas páginas. Una últimas páginas que, sin embargo, son de una belleza sin igual. Como prácticamente todo lo que lleva escribiendo Manuel Vilas durante estos últimos años de una carrera literaria ya envidiable. Una carrera literaria repleta de historias y personajes en los que dominan la tristeza, la melancolía, la profundidad de las almas humanas y, paradójicamente, también  el placer, la belleza y la alegría de vivir. De estar vivo pese a todo. Como le ocurre a Irene, la mujer de cuarenta y muchos años que protagoniza Nosotros. Un ángel mortal y corriente, de una vulgaridad excepcional, pero que da belleza a este planeta

1. Todo lo que importa sucede en las canciones. Fernando Navarro. Pepitas de calabaza. 2022 A través de la lectura de los capítulos el lector, además de disfrutar de la trama propiamente dicha de la novela, muy destacable ya de entrada, aprende aspectos relevantes y a menudo no muy conocidos sobre los cantantes y grupos que aparecen en ellos (por ejemplo, Bob Dylan, Bruce Springsteen, Elvis Presley, Patti Smith, Aretha Franklin, The Beatles o The Beach Boys). Una banda sonora de lujo --que recomiendo ir escuchando de fondo mientras se lee la novela-- para acompañar a un joven cuarentañero en un período de crisis personal que lo llevará a refugiarse en su música preferida. Si es cierto aquello de que con la buena literatura puede uno entretenerse y aprender, este es un claro ejemplo de ello. Cumple con ambos objetivos. Y lo hace con creces. Hasta el punto de convertirse, por derecho propio, en mi mejor lectura de este año. Lo dicho: a leerla y a darle volumen a la lista de reproducción. 






lunes, 18 de diciembre de 2023

La dependienta. Sayaka Murata. Duomo Ediciones. 2019. Reseña

 




    La escritora japonesa Sayaka Murata logró en 2016 el Premio Akutagawa, el más prestigioso de su país, por su décima novela, titulada La dependienta. Además, ese mismo año, la revista Vogue Japan la nombró Mujer del Año. Feminista y gran luchadora por la igualdad de género, nos presenta en esta novela a Keiko Furukura, una mujer soltera de 36 años que lleva media vida trabajando a tiempo parcial en una konbini, supermercado japonés que abre las 24 horas del día. Allí ha encontrado lo que considera que es la normalidad. Al menos, su normalidad. Lo que comenzó, a sus dieciocho años de edad, como una manera como cualquier otra de pagarse los estudios universitarios en Tokio acabó por convertirse en su manera de estar en el mundo. Terminó su carrera, pero siguió trabajando en la tienda como dependienta porque considera que no sirve para otra cosa porque, de alguna manera, ha nacido para ser dependienta. Y solo allí encuentra la alegría, la felicidad y la motivación para seguir adelante con su vida.

    ¿Cuál es el problema, pues? Los convencionalismos sociales, que exigen a una mujer de su edad estar casada y tener hijos o, en su defecto, ser económicamente autosuficiente gracias a un trabajo realmente estable y mucho mejor remunerado. Según pasa el tiempo, su familia, sus amistades y su reducido círculo social van amargando su existencia, incapaces de entender el modo de vida que lleva la todavía joven Keiko. Nadie aprueba que tenga un trabajo como ese a su edad, que jamás haya tenido ni pareja ni relaciones ni que viva sola y dedicada casi en exclusividad a un trabajo que, pese a no estar muy bien remunerado, le da para seguir viviendo independiente y sin pedir nada a nadie. La dependienta es, pues, una novela sobre lo difícil que resulta a veces formar parte de un mundo que no te entiende y al cual tampoco tú entiendes. Y, por supuesto, un alegato de la libertad. Especialmente, de la libertad femenina. Porque nadie debería juzgar jamás el modo de vida de nadie, siempre que este no sea dañino para los demás.

    Y Keiko, a la que todo el mundo conoce por su apellido, Furukura, en la tienda en la que lleva dieciocho años trabajando --ya no queda nadie de cuando comenzó a trabajar allí--, no solo no hace daño a nadie sino que atiende a la tienda, a los clientes y a los compañeros y compañeras siempre con una sonrisa en la cara. Especialmente a los nuevos empleados, a quienes enseña su trabajo con una paciencia y una atención admirables. Siempre con los cuatro sentidos en todo lo que tiene que ver con la tienda, es prácticamente una encargada en la sombra. Aunque en ese momento su jefe sea ya el octavo hombre en dirigirla. Ocho hombres por ninguna mujer. Porque las mujeres, salvo muy contadas excepciones, están para casarse, criar hijos y vivir a la sombra de sus maridos. Y todo lo que se salga de eso resulta a todo el mundo raro, anormal y hasta asqueroso. Y Keiko no entiende esa normalidad. Sabe que no encaja en el mundo que la rodea, en la sociedad, pero sí en la tienda. Allí, por cierto, hay dependientes masculinos y femeninos.  

    Así, La dependienta nos presenta una visión hilarante, asombrosa, precisa, absurda, audaz y hasta cómica de las expectativas de la sociedad hacia las mujeres solteras. Una crítica furibunda a la tradicionalmente machista sociedad japonesa --y no solo a la japonesa-- y al papel que juegan en ella las mujeres. Una sociedad que considera a quienes no siguen esa impuesta normalidad inmaduros, no adultos e incluso socialmente inútiles. Esto le dice Shiraha, el protagonista masculino de la historia, a Keiko: Si sigues trabajando por horas, te harás mayor y nadie querrá casarse con una virgen madurita. Das asco. En la Edad de Piedra, las mujeres maduras que no podían tener hijos acababan merodeando por la aldea como almas en pena, solteras para siempre. No eran más que un lastre para la comunidad. El mundo en el que vivimos es la Edad de Piedra disfrazado de sociedad moderna. La estructura social no ha cambiado en absoluto.

    Pero la crítica social que presenta la novela se hace extensible también a los hombres. Shiraha, de nuevo, arroja luz sobre este hecho: Cuando los hombres terminamos los estudios debemos encontrar trabajo, cuando tenemos trabajo debemos ganar más dinero, cuando ganamos dinero debemos casarnos y tener hijos. Las mujeres lo tenéis mucho más fácil. El mundo no ha cambiado nada desde la Edad de Piedra. Las personas que no aportan nada a la comunidad son marginadas, reciben toda clase de presiones y coacciones hasta que, al final, se les expulsa. Si no puedes seguir el ritmo de los demás, estás perdido. ¿Por qué trabajas por horas si tienes más de treinta años? ¿Por qué nunca has salido con nadie? Incluso te preguntan por tus experiencias sexuales como si fuera lo más normal. Pero las de pago no cuentan, ¡te dicen riendo! No molesto a nadie, solo formo parte de una minoría y, a pesar de ello, se creen con derecho a violarme. 

    Aunque Keiko se siente identificada con buena parte de lo que le comenta Shiraha, sin embargo, se siente también atacada y menospreciada por él, y hasta hace notar que me pareció incoherente que Shiraha, que hasta entonces estaba disgustado por las críticas que recibía, me atacara con aquellos reproches procedentes del mismo sistema de valores que tanto lo hacía sufrir. Supongo que a una persona que se siente violada le gusta arrojar a los demás los argumentos que utilizan en su contra. ¡Qué gran frase! ¡Y cuánta carga psicológica y cuánta verdad incluye! La famosa doble vara de medir. ¡Incluso por parte de quienes son medidos de manera tan cruel y despiadada! Y, no obstante, Keiko, pese a sentirse mal tras las palabras de Shiraha, trata de aconsejarle: Yo creo que lo más honesto con tu sufrimiento es que te enfrentes al mundo cara a cara y dediques toda tu vida a obtener la libertad. Y añade: si el mundo está en la Edad de Piedra, actúa según las normas de la Edad de Piedra. Si te disfrazas de persona normal y te comportas según el manual, nadie te echará de la comunidad ni te tratará como si estuvieras de más. Tienes que intentar ponerte el disfraz de persona normal e interpretar al personaje imaginario llamado persona normal.

    De esta manera, La dependienta es la historia de dos seres inadaptados. Y hace hincapié en el caso de Keiko. Una Keiko que ya desde joven había dado señales de ser rara a ojos de los demás. Su familia intentó curarla llevándola a un psicólogo. Pero nada funcionó. Pese a tener una carrera universitaria y a haber crecido solo trabajar en la tienda la hace feliz. Reconoce que la vida que llevaba antes de nacer como dependienta de una tienda está envuelta en una nebulosa y no la recuerdo claramente. Los ruidos de la tienda la reconfortan, y acude a ellos incluso en las jornadas y horarios que pasa alejada de ella. Trabaja ya de forma automática y allí se siente una pieza que forma parte del engranaje del mundo: es curioso que una universitaria, un joven músico, un trabajador por horas, un chico que cursaba el bachillerato nocturno y otras muchas personas pudieran convertirse en aquellas criaturas uniformadas llamadas dependientes.      

    Ni yo misma sabía por qué solo podía trabajar en una tienda y no aspiraba a obtener un empleo fijo. La tienda disponía de un manual impecable y me desenvolvía muy bien como dependienta, pero no tenía ni idea de cómo ser una persona normal en un lugar sin manual de instrucciones, asegura Keiko en un momento de la historia. Y pienso que todo el mundo nos hemos sentido de esa misma manera en muchos momentos de nuestra vida. Pienso también que cada persona debe ser libre para elegir su camino hacia la felicidad. Y que nadie es más que nadie. Sobre todo para aconsejar a los demás. Porque, mucho más a menudo de lo que podamos pensar, lo que es útil para ti no lo es para otro. O al revés. Y nadie debería sentirse ni ser excluido de la sociedad por el simple hecho de no seguir unos convencionalismos que nos suelen convertir en borregos más que en personas. Y, hablando de tiendas, no hay más que verlas en el black friday o en víspera de Navidad para corroborar esta última afirmación. Porque creo que las únicas tiendas que deberían llenarse, todos los días además, son las librerías.   


lunes, 4 de diciembre de 2023

El librero Vollard. Pierre Péju. Ediciones Témpora. 2004. Reseña

 




    Conocí la existencia de Pierre Péju y de su obra El librero Vollard a través de uno de esos libros que tanto gustan a los bibliófilos por el hecho de que hablan de otros libros. Hasta entonces desconocía por completo que el autor, nacido en Lyon en 1946, es filósofo y ensayista además de novelista. Ha escrito más de una docena de obras, entre las que destacan varias novelas y ensayos sobre temas tan diversos como la interpretación de cuentos y el romanticismo alemán. Enseña filosofía en la Escuela de Francia y es director del Colegio Internacional de Filosofía de París. El librero Vollard, su obra más conocida, la más aclamada por la crítica, que le valió uno de los premios literarios más prestigiosos de su país, el Prix du Livre Inter en 2003, se convirtió en un fenómeno de ventas en su país hace dos décadas de la mano de Ediciones Gallimard. En 2004 Ediciones Témpora decidió traducirla --trabajo a cargo de Cristina Zelich-- y publicarlo en lengua castellana. 

    Como era de prever, la novela es un homenaje a los libreros, a los libros y a la literatura en general. Construida de forma sencilla --tres partes diferenciadas que engloban quince capítulos-- y utilizando a menudo la prosa poética, narra las vidas de unos personajes, tres principales y otros secundarios, que se caracterizan por una infancia repleta de dificultades y de una adultez de una soledad absoluta. Tan absoluta que, de una u otra forma, todos ellos rozan la alienación e incluso la enajenación. Más abajo volveremos a tratar los temas de la infancia complicada y la soledad. De momento, me quiero detener en algo que concierne al texto en sí. A cómo el autor nos presenta la historia. Al modo en que nos la hace sentir mientras la leemos. La manera que tiene Péju de narrar la forma que tienen sus personajes de convivir en un mundo que a menudo les es ajeno llega a conmover, a  emocionar, a sobrecoger. A desgarrar.

    La historia nos presenta a Eva, una niña de diez años, que sale corriendo del colegio ante una nueva tardanza de su madre, Teresa, que no trabaja pero necesita huir cada día de su monótona vida, buscando una fuerte dosis de olvido solitario, un gran trago de indiferencia pura. Casi siempre llega tarde a recoger a su hija, que finalmente se cansa y, asustada, corre sin mirar hacia atrás. Ni hacia los lados. Hasta que la camioneta de Étienne Vollard, cargada de libros --los lee, los compra, los vende, y vive con ellos--, choca contra ella y la atropella. A Vollard, macizo, grande, voluminoso, no le gusta conducir, pero para el transporte de libros antiguos, de libros de ocasión que a veces va a comprar lejos, en otra ciudad, está obligado a utilizar su camioneta. Después de tratar de asimilar que deberá aprender a vivir con la idea de que ha atropellado, y quizá matado, a una niña, va al hospital para ver cómo se encuentra la pequeña. Y casi no se separa de ella. 

    Teresa lleva diez años haciéndose a la idea de que es madre de una niña. Mientras su hija está en la escuela ella conduce durante horas o coge trenes para perderse en ciudades, calles o centros comerciales, sentirse anónima y libre, evadirse de una realidad solitaria que no puede aceptar. Madre soltera, reflexiona sobre que cuando Eva era un bebé, conseguir hacer lo que debe hacer una verdadera madre era casi más fácil. Ahora es una hermosa chiquilla. Crece rápido. Pronto, por suerte, podrá quedarse sola, arreglárselas. Y Teresa lucha con fuerza contra el deseo envenenado de no regresar jamás. De huirY le espeta a Vollard, quien se esfuerza pero no logra entenderla, que estuve terriblemente sola. Únicamente las mujeres solas con un bebé pueden comprender. La presencia de un hijo hace que la soledad se vuelva dura como una piedra. Por eso, solo ansía que Eva crezca para poder dejarla vivir su vida y poder ella misma vivir la suya.

    Vollard, que recuerda por su memoria prodigiosa, su vasto conocimiento de obras y autores y su gran amor a los libros al famoso Mendel de Stefan Zweig, siempre ha leído compulsivamente. Desde una infancia y una adolescencia de soledad y maltratos escolares en la que la lectura fue su único refugio. Una época de su vida descrita con bastante detalle en la segunda parte de la novela, en la que se destaca su aspecto físico --todos se ríen de él y le llaman gordinflón--, su extraordinaria memoria --que despierta a la vez celos y fascinación-- y su inquietante y misteriosa aureola de soledad. Hasta que, con los años, esa pasión se convirtió, además, en su sustento. El Verbo Ser es su librería de libros viejos y de ocasión. Un refugio ya no infantil ni adolescente, sino adulto. Una adultez también solitaria, retirada, aislada del mundo. Ajena a él. Como el Meursault de Camus en El extranjero. Como el Cauldfield de Salinger en El guardián entre el centeno. Como el Maxley de Williams en Solo la noche. 

    Y, sin embargo, y a diferencia de los casos expuestos justo arriba, Vollard se muestra empático y humano. Al menos con la pequeña --aquel pequeño cuerpo inerte encarnaba una soledad espantosa que reconocía como el inverso exacto de su propia soledad--. Porque Eva sobrevive, despierta del coma que padecía y muestra signos de recuperación. Camina, bebe y come. Incluso abandona el hospital. Y es trasladada a un centro especializado en la parte alta de la ciudad, cerca de las montañas. Vollard no se separa de ella. Primero, en el hospital, donde, siguiendo las indicaciones y recomendaciones de doctores y enfermeras, y ante la pasividad y despreocupación de una indolente e impotente Teresa, contribuye al despertar de la niña a base de recitarle cuentos de memoria. Más tarde, en el centro, desde donde la lleva de excursión al monte y al río. Soledad de soledades: un hombre solitario ocupándose de una niña solitaria desatendida y dejada de lado por su madre solitaria.

    La novela transcurre entre las quejas de una Teresa que reconoce que era una niña sola que tiene una niña, con ese permanente deseo de ir a otro lugar, de buscar otra cosa, de huir, y que, ahora que Eva está tan enferma estará siempre con ella, para siempre pegada a ella, por tanto, con la desesperada imposibilidad de marcharse a ningún otro lugar, y, por contra, un Étienne que, por momentos, piensa que Eva se convertía en el hijo que no había tenido, que no tendría jamás, de ninguna mujer. Me necesita como yo necesito ese vapor del nacimiento que flota en torno a él. En efecto, Eva se convertía también en el niño que Vollard había sido, el que hubiese podido ser, en un inaccesible pasado. En este sentido, Teresa y Étienne se transforman en dos solitarios contrapuestos. Ella, una solitaria que se evade de sus responsabilidades como madre. Él, un solitario que, quizá movido también por la culpa, asume muchas más responsabilidades de las que debería. Dos caras opuestas del mismo problema.

    El librero Vollard no tiene grandes expectativas. Sin grandes alardes, con las palabras justas pero necesarias, se limita a contar, a narrar, a describir las distintas formas que tienen las personas de afrontar la soledad y de tratar de vivir con ella. De las maneras que tienen de llenar esas carencias afectivas con libros, viajes, paseos, asistencia a grandes almacenes, etc. De lo muchísimo que marcan las infancias difíciles. De la imposibilidad de ser adultos completos en determinados casos. De lo fácil que es hablar de los demás sin conocer las circunstancias de su pasado. Incluso de su presente. De la impotencia que se puede sentir cuando, pese a ser un virtuoso de las palabras, de conocer el enorme poder que estas poseen, no se alcanza a asimilar las problemáticas que se nos van presentando en la vida cotidiana. Una novela magnífica, en definitiva, que me recuerda, por su simplicidad, además de a las ya reseñadas con anterioridad, a La elegancia del erizo, la famosa novela de la también autora francesa Muriel Barbery. Y es que en ambas novelas hay mucho de filosofía.               


lunes, 20 de noviembre de 2023

Un amor. Sara Mesa. Anagrama. 2020. Reseña

 




    En septiembre de 2020, durante los últimos coletazos de aquel extraño verano pandémico de aislamiento, soledad y nueva realidad, vio la la luz Un amor, la novela de la escritora madrileña Sara Mesa. Una historia que, desde la misma portada --la ilustración Chica buscando, de Gertrude Abercrombie, 1945--, nos muestra la imagen de una mujer errante y meditabunda en un mundo solitario, raquítico y casi desértico. En la novela, esa chica se llama Natalia, aunque se hace llamar Nat. Y ese mundo solitario es La Escapa, un pequeño núcleo rural dependiente de Petacas al que la mujer, joven e inexperta traductora, acaba de mudarse huyendo de una ciudad no menos agobiante para ella. Una mujer que robó algo en su anterior trabajo y que, tras ser pillada y perdonada, no pudo aguantar la vergüenza y acabó prefiriendo irse de allí y buscar un lugar tranquilo y barato en el que seguir con su vida. Una vida llena de dudas, inseguridades, obsesiones y una especie de auto boicot.

    Así, llega a La Escapa, donde el imponente monte El Glauco se acabará convirtiendo en el único sitio en el que oxigenarse en un lugar que acabará oprimiendo y confundiendo más todavía a una joven que terminará por enfrentarse no solo al entorno y a sus vecinos --su abominable casero, Píter el hippie, Andreas el alemán, la chica de la tienda, la joven familia que llega cada fin de semana y Joaquín y la vieja demente Roberta, antigua maestra de la escuela de Petacas--, sino también a sus propios fantasmas y fracasos. Y es que la aparente normalidad con la que todos la acogen en un principio va dejando paso a la incomprensión y la extrañeza --en este caso, mutua--, lo cual situará a Nat en una situación muy complicada, repleta de silencios, equívocos, tabús, prejuicios y transgresiones. En definitiva, a una exclusión e indefensión que llegará a amenazar la propia estabilidad emocional y psíquica de una protagonista que ya había llegado allí tocada. Y, como sus nuevos vecinos, con bastantes prejuicios.

    Estáis hablando en lenguajes diferentes, le dice Píter a Nat en un momento de la historia. Y esa frase, que podría pasar más o menos desapercibida para la mayoría de los lectores es, para mí, la clave de la historia. Porque Un amor aborda un tema complicado de explicar, pero que hace referencia al uso del lenguaje no como forma de comunicación, sino de aislamiento, de soledad y de diferencia. Es cierto: los protagonistas de la historia hablan la misma lengua, pero con un lenguaje que los separa mucho más que los une. Como si fuera posible entenderse pero imposible comprenderse. Un lenguaje que no une sino que separa. Que hace del diferente un enemigo, un transgresor. Y es que los protagonistas acaban por no aceptar la forma de vida de Nat. Pero ella tampoco se integra en un lugar que desde el principio, antes de que haya ocurrido nada significativo, ve como algo peligroso, hostil, diferente. Y, claro, el ambiente se constituye en algo agobiante, lento, opresivo, obsesivo. 

    Nat es una chica muy contradictoria en sí misma. Y se equivoca al elegir La Escapa como su lugar de reconstrucción. Porque allí no encuentra un sitio idílico sino el escenario de una especie de tragedia griega que desde muy pronto se sabe que no va a acabar bien. Algo que queda claro desde la escena en la que el casero, un hombre desaliñado, malhablado, peor mirado --siempre luciendo una especie de sonrisa irónica malencarada--, antipático y machista hasta la médula, la recibe en su nuevo hogar de alquiler y le regala como bienvenida un perro maltratado, al que pone de nombre Sieso, que, víctima de su pasado, huye de ella, se esconde y no hace caso ni de la comida que le pone. Un perro que, como Píter le anticipa a Nat, le va a traer más problemas que satisfacciones. Píter, vidriero de profesión, se erige desde pronto como su defensor y su protector en la comunidad, Al resto, Nat los ve así: ruidosos y desordenados, se parecen extrañamente entre sí.       

    De forma sorpresiva y original, la relación amorosa de Nat que se anticipa ya desde el mismo título de la novela no se da con Píter el hippie --pese a que su cuerpo es atractivo y firme, su robustez resulta indudablemente erótica, es encantador, buen vecino, sabe de libros, música y películas, todo lo que se presupone interesante..., está sorprendida, incluso decepcionada. ¿No iba él a besarla, o a intentar besarla? ¿No trataría de llevársela a la cama? ¿No es lo previsible, lo que se espera de un hombre?--, sino con Andreas el alemán. Y solo es posible debido al estado emocional que atraviesa la protagonista. Porque el 99,9 por ciento de las mujeres se indignarían y no querrían volver a saber nada, nunca más, de un hombre que se ofrece a arreglar las goteras de su casa a cambio de que le deje entrar en ella un rato. Se lo dice así: No eres prostituta, no quiero que pienses que te tomo por tal. Te tumbas y acabo pronto. Solo eso. Hace mucho que no he estado con una mujer. Mi cuerpo lo necesita. Pensé que podría pedírtelo.            

    Sin embargo, y contra todo pronóstico, Nat acepta el intercambio y se deja hacer por Andreas el alemán. Había demostrado sensibilidad. Una delicadeza que no hubiese imaginado en él, con su aspecto rudo y no precisamente sofisticado. Trató de no hacerle daño, yendo despacio. Al recordarlo, todavía siente el calor entre sus piernas, un calor mucho más mental que físico... Y, a partir de entonces, repite cada noche. Nat, la distante, impasible, la brusca Nat, se ha transformado en un ser hambriento. Tanto que tiene que refrenarse para no ir a verlo a todas horas y para no quedarse a dormir por las noches. Y entre ellos comienza una nueva historia. Una historia de sexo, placer, pasión y amor, pero también de dependencia, inseguridad, dudas y desconfianza por parte de ella. Todo ello mientras el resto de vecinos --excepto Píter-- se escandalizan por el tipo de vida de la joven, le hacen el vacío y el ambiente se va enrareciendo cada vez más.

    Y, de nuevo, el carácter de Nat, los fantasmas de su pasado, sus inseguridades, la llevan hacia el precipicio. Entre todas las interpretaciones posibles, siempre escoge la peor. Ni siquiera cuando se convence de que sus ideas carecen de sentido está a salvo. Cualquier variación, cualquier matiz que no hubiese previsto, consigue que se tambalee. Los celos, ese monstruo de ojos verdes, se cuelan hasta en la cama, con su lengua picuda y sus muecas obscenas, inspeccionándolos a ambos para devorarlos, corrompiendo el sentido de sus movimientos, tiñéndolos de suciedad y recelo. ¿Por qué Andreas cierra los ojos cuando está con ella? ¿Es porque piensa en otra? ¿Porque recuerda a su joven exmujer? Su desazón no es ya con Andreas, sino con todo el mundo. Así, en el mercado, observa mujeres charlatanas, tenderos deslenguados, niños astutos y tramposos, adolescentes con un brillo arrogante en los ojos, retador. No puede ser tan horrible, se dice. Es ella, su mirada, que está enferma. Ojalá pudiera cerrar los ojos para no ver más.

    Más arriba he hecho alusión a una frase capital, la que le dice Píter a Nat en referencia al lenguaje. También he comentado el hecho de que Nat no sea capaz de integrarse en su nueva comunidad. Pues bien, la otra frase clave de la novela, para mí, es la que le dice Andreas a Nat en otro momento de la historia: aquí nos manejamos con otras reglas. Y tú no las entiendes. No es que no las asumas. Es que eres incapaz de entenderlas. Ambas frases, sin duda los motores de la historia, hablan de las diferencias de moral de los protagonistas de la novela. Y también de las de los lectores. Porque ellos, simples espectadores en un principio, se convierten también en jueces de cada uno de los personajes según avanza la historia. Una historia que se lee rápida pero se abandona poco a poco. Porque al final, son los lectores quienes buscan los porqué de la vida. Sara Mesa nos hace visitar lo más oscuro y profundo del alma humana en esta gran novela. Conociendo a Isabel Coixet, seguro que en su nueva película, basada en esta obra, le da otra vuelta de tuerca a la historia. Habrá que verla...                    


  

viernes, 3 de noviembre de 2023

Todo lo que importa sucede en las canciones. Fernando Navarro. Pepitas de calabaza. 2022. Reseña

 




    Algunos libros, por su composición, contenido y formas narrativas, son de difícil calificación. Pasa, por ejemplo, con Todo lo que importa sucede en las canciones, la última novela del periodista musical Fernando Navarro --no confundir con el guionista, crítico de cine y novelista de mismo nombre y apellido cuya primera novela, Malaventura, fue también reseñada por este mismo blog hace unos meses--. El Navarro al que me refiero en esta reseña es redactor de El País, colaborador musical en la Cadena SER y autor del blog La Ruta Norteamericana. Ha publicado con anterioridad un par de ensayos --Acordes rotos (66 RPM, 2011) y Maneras de vivir (Muddy Waters Books, 2021)-- y una novela titulada Martha. Música para el recuerdo (66 RPM, 2015). Además, colaboró en el libro conjunto Bruce Springsteen. De Greetings from Asbury Park a la Tierra Prometida (Grijalbo, 2012). Todo lo que importa sucede en las canciones es su segunda novela. Así fue presentada. Aunque a mí me parece mucho más que una novela.

    Y es que su título y hasta su misma portada --un disco de vinilo surcado por una aguja--, muy acertadamente presentada en blanco y negro, nos da a entender que estamos también ante un libro musical. Un libro en el que la música tiene tanta importancia como la historia narrada. Porque, además, van de la mano y cuesta entender la historia sin ese acompañamiento musical. Algo parecido a lo que en su día yo mismo hice con mi novela Almas suspendidas (Círculo Rojo, 2012). Una novela con banda sonora, vaya. Algo que, por lo visto en la sinopsis de su primera novela, Martha. Música para el recuerdo --que ya obra en mi poder para una pronta lectura--, es común a la obra de su autor. Un autor que no entiende la vida sin canciones. Que habla a través del personaje central de su libro (que bien podría ser él mismo, aunque esa cuestión es lo de menos), quien afirma que solo parece que amaina el temporal cuando las canciones me rodean.

    Un personaje central del que no sabemos su nombre pero sí que afirma cosas sinceras de sí mismo. Como esta: ya no sé si arrastro la crisis de los treinta o me he adelantado a la de los cuarenta. Tal vez me mueva entre ambas, enlazando una con otra como esas canciones que saben hilar los buenos pinchadiscos, sin espacios en blanco. Todo seguido para dar sentido al título de mi propio disco: Hombre en crisis permanente. Un personaje que de repente ve desmoronarse su mundo. Que se debate entre seguir con su vida actual o dar un brusco cambio de rumbo. Que no se perdona el hecho de fallarles a su esposa, Rosa, y a su hijo, Alejandro. Que decide darse un tiempo e irse temporalmente --o no-- a un piso cercano de alquiler. Un piso en el que recuerda su vida pasada para intentar averiguar cómo ha llegado a esa situación. Una vida pasada de la que salva principalmente a su madre, su tío, la casa de su infancia y, por supuesto, sus discos.  

    La vida del protagonista discurre entre canciones y reproches continuos hacia sí mismo. Por ejemplo, por el hecho de no haber sabido conformarse con todo lo bueno que tenía. Una familia sólidamente construida. Una mujer enamorada de él que se desvive por su bienestar y cuida y educa a su hijo en sus ausencias por motivos de trabajo. Que cuando la deja, comprendiendo su crisis personal, lejos de enfadarse con él, le hace prometerle que visitará a una psicóloga que lo ayude en un momento tan importante de su vida. Un hijo que a menudo lo espera para leer juntos cuentos de dinosaurios. Que lo acompaña en su nuevo piso aunque no le gusten ni el propio piso ni la idea de no compartir ya el mismo techo. En efecto, el protagonista no acaba de perdonarse haber deshecho una familia. Quizá por el hecho de que él mismo jamás conoció a su padre, que los abandonó a él y a su madre para irse con otra mujer más joven. La familia. Sí, la familia es uno de los puntos centrales de la novela.

    Y, en estos tiempos que corren, sabemos que hay distintos tipos de familia. Así lo explica el narrador: la última noche antes de mudarme, Rosa me aseguró que nadie iba a quererme nunca como ella me quería. No pude rebatirla porque, en el fondo, yo también lo pensaba. Casi un año después lo sigo pensando. Acostumbrarme a vivir alejado del latido de su amor puro y cotidiano es algo que me llevará todavía un tiempo. Creo que poco a poco voy lográndolo. También creo que los dos estamos aprendiendo a manejarnos con el futuro que nos espera. El día de mi cumpleaños, fuimos los tres a comer a un restaurante. Era la primera vez que lo celebraba desde que mi madre no estaba. Aprovechamos ese día para hablar de ir los tres juntos a celebrar el de Alejandro. Todavía somos una familia. Una familia distinta, como tantas. Mantener la unión de nuestra familia a pesar de estar separados es la segunda promesa que le hecho a Rosa desde que llegué al piso. Realmente, es una promesa que los dos le hacemos a Alejandro, aunque él ahora esté más preocupado por conocer nuevas especies de dinosaurios.

    Por reprocharse, se reprocha hasta no haber sabido llevar mejor su relación con Mar, una chica que conoció tiempo atrás y con la que comparte una historia de pasión. Una historia de pasión por el rock and roll y por el sexo. Reconoce el protagonista que conocer y medio afianzar la relación con Mar aceleró su decisión de dejar a su esposa. No es que sustituyera a una por otra. Su relación con Rosa estaba en un callejón sin salida y habría acabado finalmente. Pero la presencia de Mar hizo que todo se precipitara a mayor velocidad. No a cámara lenta sino a cámara rápida. Una relación, la que tiene con Mar, que sufre continuos altibajos ya que ambos buscan cosas diferentes y, por tanto, necesitan ritmos de vida diferentes. Y también diferentes tipos de compromiso. Por todo ello, Todo lo que importa sucede en las canciones es también la historia de vidas y familias desestructuradas. Primero, la de la adolescencia, formada por la abuela, la madre y el tío del protagonista. Ahora, la que forman Rosa y Alejandro, con el protagonista como satélite cercano. No extraña que necesite ayuda psicológica.  

    Y, sin embargo, lo que de verdad ayuda al protagonista a sobrellevar la situación no es el hecho de acudir semanalmente a la consulta de la psicóloga sino escuchar canciones, analizar sus letras y las vidas de sus intérpretes y saber cuáles de ellas necesita en cada momento. En ese sentido, la novela es también un compendio, una recopilación de las canciones más importantes de la vida del protagonista (y también del autor). Por un lado, desde Patti Smith hasta Lucinda Williams, pasando por Aretha Franklin. Por otro, desde Elvis Presley hasta Bruce Springsteen, pasando por Bob Dylan. Porque en Bob Dylan comienza y termina todo según el protagonista de la novela. Así, su narración se presenta en quince capítulos que van acompañados de quince canciones. Quince canciones que describen los hechos narrados. Como una especie de justificación o razón de ser. De ellos, los hechos, y de la vida y las decisiones del propio protagonista.  

    A través de la lectura de los distintos capítulos el lector, además de disfrutar de la trama propiamente dicha de la novela, muy destacable ya de entrada, aprende aspectos relevantes y a menudo no muy conocidos sobre los cantantes y grupos que aparecen en ellos. Además de los referidos más arriba, aparecen también The Beach Boys, The Beatles, Roy Orbison, Tom Waits, Warren Zevon, Billy Joel, Neil Young y Tom Petty. Una banda sonora de lujo. Una banda sonora, además, que aconsejo ir escuchando según se lea la novela. Por ejemplo, antes y después de cada capítulo. Así lo he hecho yo, y puedo asegurar al lector de esta reseña que, después de la lectura del capítulo en cuestión, cada canción deja de ser en la segunda escucha lo que era en la primera. No en vano, las canciones y los libros no se perciben de la misma manera pasado el tiempo. Si con la buena literatura puede uno entretenerse y aprender, Todo lo que importa sucede en las canciones cumple con ambos objetivos. Y lo hace con creces. A leer la novela y a darle volumen a la lista de reproducción de Todo lo que importa sucede en las canciones en Spotify...        

           

lunes, 23 de octubre de 2023

Novela de ajedrez. Stefan Zweig. Acantilado. 2002. Reseña

 




    Novela de ajedrez fue la última obra escrita por Stefan Zweig. Lo hizo en su exilio brasileño a finales de 1941, escasos meses antes de su suicidio, el 22 de febrero de 1942. Considerada por todo el mundo una de sus obras cumbre --si es que un autor tan sobresaliente puede tener alguna que no lo sea--, se publicó de forma póstuma en Argentina, no llegando a la Europa libre (la no ocupada por los nazis) hasta 1943. El escritor austríaco critica en ella el nazismo y los métodos demoníacos de la Gestapo. De gran crudeza en muchos de sus pasajes, describe, sin una palabra de más pero con toda su significación, aspectos tan relevantes como la deshumanización, el aislamiento, la incomunicación y el exilio forzoso a que fueron sometidas millones de personas durante los años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, durante la contienda. Hechos que provocaron que el bueno de Zweig decidiera poner fin a su vida.

    Todas las novelas cortas de Zweig --en este mismo blog ya han sido reseñadas un gran número de ellas-- comparten una serie de características, las cuales también se hacen presentes en la que nos ocupa. En primer lugar, se funden con gran maestría la realidad del momento de escritura de la obra en cuestión --en este caso, obviamente, la feroz expansión del nazismo, que amenazaba con hacerse dueño de toda Europa--, una buena idea del autor --llevar a un tablero de ajedrez toda la angustia que la realidad le causaba-- y su inagotable capacidad para crear una gran obra de ficción a partir de todo ello. En segundo lugar, la utilización de la obra en sí para denunciar una situación tremenda e injusta --la ya descrita--. Y, en tercer lugar, en las novelas de Zweig aparecen muy pocos personajes pero, eso sí, magistralmente presentados, descritos y psicoanalizados --descuartizados en espíritu--. Mención especial, en este sentido, para Czentovicz y el señor B.. Sobre todo en el caso del segundo.

    En Novela de ajedrez, la tranquilidad de un viaje en barco desde Buenos Aires hasta Nueva York puede saltar por los aires por un simple juego. Un juego que acabará enfrentando a todo un campeón del mundo con un enigmático vienés que huye del nazismo. Un contrincante que lleva más de veinte años sin jugar a ese juego, pero que es capaz de poner contra la cuerdas al vigente campeón mundial. Dos seres absolutamente antagónicos, en todos los sentidos, que dirimen sus diferencias sobre un tablero de ajedrez. Que han de hacer frente a una extraordinaria presión. Una presión para la que, tal vez, no están preparados. Todo ello descrito de una manera magistral por una pluma mágica, la de Zweig, que provoca que también el lector lea la historia con una tensión y unos nervios que le impiden cerrar el libro hasta que llega el final. Habiendo de resistirse a la tentación de echarse una partidita. Algo que yo mismo hice nada más terminar la lectura.

    Por supuesto, otro componente de las obras de Zweig es la intriga, el misterio. No son sus obras thrillers ni novelas policíacas, ni falta que les hace, claro, pero sí saben mantener en vilo al lector ante situaciones que, lejos de la artificialidad y la desconexión con la realidad cotidiana, podrían sucederle a cualquiera. Un tanto más que anotar en el casillero de uno de los mejores autores del siglo XX. En Novela de ajedrez, el misterio viene de la mano del señor B., de quien nada sabemos más allá de que lleva veinte años sin sentarse ante un tablero y es capaz de enfrentarse al actual campeón de campeones. ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Cómo aprendió a jugar así? ¿Por qué lleva tantos años apartado de algo para lo que, sin duda, es tan válido? ¿Cómo puede ser que un hombre así sea un completo desconocido en el mundillo del juego? Y, sobre todo, ¿por qué se comporta de esa manera tan particularmente desconectada del mundo y de la realidad?

    La información que el lector necesita para comprender la historia se nos va dando a su debido tiempo. A Czentovicz, en cambio, nos lo presenta el narrador desde las primeras páginas de la novela como un hombre incapaz en su vida privada de escribir una frase en el idioma que fuese sin faltas de ortografía. Como un ser perezoso, silencioso y apático que no hacía nada que no se le ordenara de manera explícita, es decir, con una absoluta falta de iniciativa. Como un chico cuya incultura era igualmente universal en todas las materias. Cuyo cerebro tardo no tenía la capacidad de retener hasta los conceptos más elementales. Y, sin embargo, todo ello no le impide labrarse una asombrosa carrera. A los diecisiete años había ganado ya una docena de premios, a los dieciocho el campeonato húngaro, y a los veinte, finalmente, el del mundo. De todas formas, en cuanto se levantaba de una mesa de ajedrez se convertía sin remedio en una figura cómica, casi grotesca. 

    Así, lo único que comparten ambos contendientes es su pasión por el ajedrez --al que el narrador califica como juego de reyes; juego entre los juegos; el único ideado por el hombre que escapa soberanamente a cualquier tiranía del azar, y otorga los laureles de la victoria exclusivamente al espíritu, o mejor aún, a una forma característica de agudeza mental; el único juego que pertenece a todos los pueblos y a todas las épocas y del que nadie sabe qué dios lo legó a la tierra para matar el hastío, aguzar los sentidos y estimular el espíritu-- y su aislamiento respecto a los demás ciudadanos del mundo. Pero por causas bien diferenciadas. Czentovicz, para ocultar su monomanía y su monocordia intelectual, denotando una gran habilidad de no mostrar nunca sus puntos flacos. Alguien que conoce su desidia intelectual absoluta --que posee una sola veta de oro entre quintales de roca estéril-- y que apenas detecta la presencia de una persona instruida, se encierra en su cocha como un caracol. 

    El señor B., en cambio, se esconde de los nazis. Arrastra, desde hace más de dos décadas, una carga demasiado pesada: un año de encierro e interrogatorios a cargo de la Gestapo que acabaron por volverlo prácticamente loco. Algo que evitó, solo en parte, gracias a que la fortuna quiso poner en sus manos un libro con las jugadas maestras de los grandes genios del ajedrez mundial. Un libro que fue toda su compañía durante su largo encierro. Un libro que se sabía ya de memoria y que lo mantuvo con vida y lo alejó de la locura completa pero no de una cierta locura. Una locura que había mantenido a raya durante casi veinticinco años. Hasta que, paseando tranquilamente por el barco que lo lleva hasta Nueva York, asiste a una partida cuyos contrincantes --un rico, caprichoso y despreocupado noble británico y un hombre introvertido que resulta ser todo un campeón del ajedrez-- van a poner a prueba, con gran tensión, su capacidad de resistencia y de resiliencia.

   Por sus escenas de mayor crudeza, básicamente las que describe el señor B. al narrar su encierro y los interrogatorios que sufrió a manos de la Gestapo, Novela de ajedrez recuerda al célebre ensayo El hombre en busca de sentido, del también afamado autor austríaco Viktor Frankl, que fue escrito por el psicólogo y filósofo en 1946. Aspecto este que habla, para muy bien, de la obra reseñada. Si Zweig siempre describe psicológicamente a sus personajes de forma magnífica, en esta obra concreta lo hace más admirablemente todavía. Tras leerla resulta imposible no empatizar con sus personajes, sobre todo con el señor B., cuya angustia y casi locura son irremediablemente compartidas por el lector. Un lector que tampoco puede resistirse a echar una partidita, aunque sea contra el ordenador. A ello voy de nuevo. ¡Gracias, maestro!