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martes, 31 de marzo de 2020

Absolución. Luis Landero. 2012. Tusquets Editores. Reseña





     Existe en este mundo una gran cantidad de seres atormentados. Personas que viven atemorizadas por la sociedad, por sus familias o por ellos mismos. En la novela que nos ocupa, del gran Luis Landero, aparecen algunos de ellos. Uno de tantos es Lino, el protagonista absoluto de Absolución. Un personaje que, tras una vida insatisfecha, errática y tediosa, parece haber alcanzado al fin la felicidad. Pasea por las calles de Madrid un jueves de mayo, apenas cuatro días antes de casarse con la que, está seguro, es la mujer de su vida. Clara es la directora del hotel en el que también trabaja Lino. Allí se conocieron, allí empezaron a tratarse y allí se enamoraron para siempre. Y eso que Clara está advertida de la idiosincrasia de su futuro marido: un ser que vive en un estado de huida casi permanente. 

     El milagro del hecho de ver alcanzada al fin la felicidad se sostiene, sin embargo, como ya hemos dicho, sobre un pilar muy poco fiable. Porque Lino siempre ha dejado sus trabajos (mil y uno de ellos, y de todas las características habidas y por haber), sus estudios (aunque finalmente se licenció en Historia Antigua) y sus amores (a una de sus chicas la dejó tras verle comer ¡un huevo duro!). Ciertamente, estamos ante un personaje realmente complejo. Alguien muy difícil de definir con una sola palabra. Muchos diríamos que es raro, pero eso es resumir demasiado. Landero nos describe a la perfección cada milímetro de su cerebro, con todas sus certezas y dudas. Algo solo posible a través de la mano de uno de los mejores escritores, narradores y descriptores de la psicología humana de la España contemporánea.

     Todos los infortunios de un hombre vienen de no saber estarse quieto en un lugar. La frase del matemático, físico y filósofo francés Blaise Pascal, citada por un profesor durante la adolescencia de Lino, lo marcaría para siempre. Landero nos lo cuenta así: eso era justo lo que le ocurría a él, y esa era la razón por la que no era feliz ni podría serlo nunca. Era llegar a cualquier parte o conocer a alguien y, transcurrido muy poco tiempo, las cosas empezaban ya a fatigarle y a estorbarle. ¿Por qué la vida era así de rara, de arbitraria, de inhóspita? Estaba lleno de rituales y manías, y a veces los viandantes se paraban, curiosos, asombrados, para verlo pasar. Tan extraña era su actitud ante la vida, que hasta su padre afirma: vaya por Dios. Con la de cosas que hay en el mundo y este muchacho no encuentra nada de su gusto.

     El tedio se apodera de Lino en todo momento, lugar y situación. Incluso en el seno de la familia, que básicamente vive de los siete millones de pesetas recibidos por su padre como indemnización por el conocido caso del aceite de colza en los primeros años ochenta. Por lo demás, su madre es la única que tiene los pies en el suelo. Mientras tanto, su marido y su hijo viven de sueños frustrados y anhelos imposibles. Y en plena desesperación, Lino piensa: qué va a ser de mí, cómo me ganaré la vida. Y añade Landero: y por más vueltas que le daba no conseguía imaginarse una profesión propicia para él. Lo cual lo lleva a despreciarse a sí mismo y, por extensión, al mundo. Incluso se llega a plantear el suicidio. Hasta que llega al hotel, conoce a Clara y todo se torna en felicidad. Una felicidad altamente engañosa.

     Casi toda la novela narra el transcurrir de ese jueves de mayo madrileño. Landero analiza las vicisitudes de la vida del protagonista de manera pormenorizada. Pese a ser un personaje eminentemente solitario, va conociendo a una serie de personajes de los que va aprendiendo diversos aspectos sobre la vida, la felicidad y el amor. Sobre todo su amada Clara, quien lo comprende, lo consuela y trata de encauzarlo; y el tío de esta, el señor Levin, quien se convertirá en su gran apoyo y confidente. El punto de inflexión de la novela es un altercado con un hombre que se propasa con su pareja. Lino entra en la discusión en defensa de la mujer y se produce entre ellos una pelea y una posterior persecución por las calles de Madrid. El protagonista decide de nuevo huir hacia adelante y acaba saliendo de la ciudad rumbo al norte.

     ¿Por qué huía de los sitios, por qué de pronto necesitaba estar en otra parte, donde nadie lo conociera y pudiera pasar inadvertido, libre de obligaciones y reproches? El miedo a todo ello lo impulsa hacia un viaje a través del cual se buscará a sí mismo. Además, en ese nuevo camino emprendido conocerá a un par de personajes cruciales en su nueva vida. Gálvez es un dicharachero y divertido psicólogo que trabaja como comercial/recursos humanos de una importante empresa láctea del país, que le habla de Kant y le indica la existencia de problemas insolubles que debemos aceptar y aprender a convivir con ellos. Gracias a él, Lino consigue pasar unos momentos exultantes de felicidad pese a atravesar uno de los peores trances de su vida. Así, notaba en el fondo de su ánimo el latido de una fuerza interior, una secreta y loca alegría que no recordaba haber sentido nunca.

    Olmedo es el otro personaje que lo ayuda de forma desinteresada a encontrarse a sí mismo. A la vez ingenuo, a la vez atrevido, vive junto a un anciano en una pequeña hacienda situada junto a una nueva urbanización levantada sobre los terrenos de los hermanos de Olmedo, quienes no pudieron dejar de escuchar los cantos de sirena de unos contratistas que les prometieron una vida feliz y repleta de lujos a cambio de sus terrenos. Olmedo es una especie de Robinson Crusoe que trata de seguir con su vida a la antigua usanza. Filósofo e historiador a su manera --la cultura no está ligada en absoluto a los títulos académicos pues existe la educación autodidacta--, le habla de la historia de la humanidad y la analiza con resentimiento. Lino, mientras tanto, trata de vencer su gran sentido de culpa y busca una especie de absolución que le otorgue la paz, consigo mismo y con el mundo. 

     Absolución es una novela que describe la psicología humana con detalle. Pero no solo es eso. También contiene una alta dosis de aventura, de viaje iniciático, de búsqueda de la felicidad. De apreciar el entorno natural que nos envuelve. Los personajes son muy humanos, sobre todo en los casos del señor Levin, Gálvez y Olmedo. De todos ellos se aprenden diferentes maneras de ver la vida. O filosofías de vida. Hacia todos ellos se acerca el lector, víctima de una empatía que lo lleva a comprenderlos hasta tal punto que cuesta ir despidiéndose de ellos según pasan las páginas y Lino avanza en ese camino que lo llevará hacia sí mismo. Se queda uno con las ganas de saber cómo van a seguir siendo sus vidas finalizada la historia tan magistralmente narrada por Landero. Un escritor del que hay que leerlo todo. Absolutamente todo.                                     


      

sábado, 21 de marzo de 2020

Casas y tumbas. Bernardo Atxaga. Alfaguara. 2020. Reseña





     Seis años después de publicar Días de Nevada, su anterior novela en castellano --el autor de Asteasu, Guipúzcoa, miembro de la Academia Vasca, suele escribir más en su lengua natal--, Bernardo Atxaga ha vuelto por todo lo alto con Casas y tumbas. Tras recibir en 2019 el Premio Nacional de las Letras Españolas por el conjunto de su obra literaria, su nueva novela corrobora su posición entre los grandes de la literatura nacional contemporánea. Vertebrada por el valor de la amistad, el amor incondicional a la naturaleza y a los animales y la inminencia de la muerte, Atxaga crea ambientes (el despoblado Ugarte, hoy un barrio de Amurrio, Álava) y personajes inolvidables. Esos de los cuales cuesta despedirse al finalizar la lectura de la obra en cuestión. 

     Afirma el autor que esta será su última novela. Confiemos en que cambie de opinión. Si no es así, se habrá despedido a lo grande. Quizás por eso, como asegura en su epílogo, ha escrito una novela en la que aparecen narrados diversos pasajes de su vida. Desde 1970 hasta prácticamente la actualidad. Así, durante las más de cuatrocientas páginas que componen esta obra aparecen reflejadas algunas de sus vivencias en el cuartel de El Pardo, lugar en el que realizó su servicio militar obligatorio cuando todavía vivía Franco, el angustioso episodio en el que su hija estuvo a punto de fallecer de peritonitis, la fascinación que siempre ha sentido hacia el mundo rural y los animales, sobre todo, los jabalíes, y la importancia que siempre ha tenido para él la poesía como forma de comunicación y evasión.

     En la novela, que se iba a titular primero El soldado que llamó cabrón a Franco, luego Hilos de agua entre las piedras, hasta terminar con el título con el que finalmente se ha publicado, Ugarte es un lugar situado en la frontera entre el viejo y el nuevo universo. De esta manera, escribe Atxaga en el epílogo: Hay dos clases de literatura, la que propone una vuelta por fuera (crímenes en Norlandia, pasiones en la corte china del siglo XII, traiciones letales en un campus norteamericano...) y la que en su propuesta incluye una vuelta más, la que el lector debería dar por dentro de sí mismo. Y debe ser cierto, porque la narración de Casas y tumbas no se desarrolla de forma rectilínea, sino que en ocasiones avanza en constantes zigzags.

     Seis capítulos forman parte de la estructura en zigzag de Casas y tumbas. En el primero de ellos, Érase un pequeño barco, un niño llamado Elías regresa prematuramente a Ugarte de una escuela de verano en Beau-Fréne, en el Pirineo francés. Ha perdido el habla (padece mutismo traumático) y todos en el pueblo se preguntan por el motivo. Su amistad con Mateo, primero, y con los hermanos gemelos Martín y Luis, después, provocarán que la autoestima del niño vaya en aumento. En estas primeras páginas del libro se habla de los negocios de la iglesia (en este caso, a través de la virgen de Lourdes), de la homosexualidad, de la pederastia y, por supuesto, de la amistad y de la proximidad de la muerte. Temas, estos dos últimos, constantes a lo largo de todos los capítulos de la novela.

     Cuatro amigos, el segundo de los capítulos, nos habla de la amistad surgida entre compañeros del cuartel de El Pardo, en pleno servicio militar de época franquista. Entre todos ellos se hacen cargo de la cría de una urraca. Donato y Eliseo llevan la panadería, Celso es el encargado del Centro de Transmisiones del cuartel y Caloco es quien cobra dinero a sus compañeros a cambio de realizar sus aburridas guardias. El tedio, solo superado gracias a la urraca, a la cual llegan a enseñar a hablar, y el desprecio ante la inhumanidad, la codicia y la fanafarronería del teniente Garmendia, el general Franco y el futuro monarca, Juan Carlos de Borbón, marcan el hilo conductor del capítulo, en el que también aparece el tema de la inminente muerte.

     Antoine, protagonista del tercer capítulo, es un ingeniero francés que dirige la industria minera de Ugarte. Las páginas de este episodio están repletas de referencias a huelgas mineras, terrorismo maoísta, sabotajes, amenazas y explosiones. En definitiva, a la lucha de clases desarrollada entre los poderosos, deseosos de que nada cambie ni escape a su control, y los huelguistas, quienes quieren acabar, de una vez por todas y cueste lo que cueste, con su ya larga opresión social y económica. Eliseo y los gemelos Martín y Luis han de hacer frente a todo tipo de situaciones, a cada cual más peligrosa, ante un Antoine que no duda en utilizar a sus perros Troy y Louise como armas defensivas (y también atacantes) contra los enemigos de la industria que dirige.

     El accidente de Luis, Daisy en la televisión y Orquídeas son los tres breves capítulos finales de la historia. Luis sufre un accidente y está dos semanas en coma. Los sueños que tiene durante este proceso se entrelazan con sucesos reales. Daisy es la protagonista de un reality show en el que trata de perder peso aún poniendo en grave riesgo su propia vida. Y Martín asiste, horrorizado, a la posibilidad de perder a su hija Garazi a causa de una peritonitis causada por la mala praxis de una doctora incapaz de diagnosticar la inicial apendicitis. Las historias personales de los gemelos Martín y Luis se entrelazan en estos episodios finales para dar luz a espacios que habían quedado en la oscuridad en los capítulos anteriores.

     Casas y tumbas entrelaza de forma brillante realidad y ficción. La realidad de momentos de la vida de un Atxaga que despliega, también en los fragmentos inventados, su habitual poder literario para narrar sus historias mediante un estilo que roza lo poético en numerosas ocasiones. Como siempre, nos deja frases que merecen ser rescatadas de sus páginas para pasar a formar parte de nuestra memoria colectiva. Como esta con la que pongo fin a esta reseña: Si se pudieran voltear los nombres impresos como las piedras de un huerto y ver la vida que esconden, comprobaríamos que no hay dos vidas iguales. Pues bien, tampoco existen dos escritores iguales. Y Bernardo Atxaga demuestra, de nuevo, ser uno de los mejores.      


                   

jueves, 19 de marzo de 2020

El San José más triste de nuestras vidas



     Hoy es día 19 de marzo. Día de San José y del Padre. Os escribo desde Gandia (Valencia). En estos momentos servidor debería estar comiendo con la familia, felicitando a mi padre y siendo felicitado por mi hijo. Llevo nueve días en cuarentena, siete sin ver a mi padre y seis separado de mi hijo. Hablo con mis padres entre tres y cuatro veces al día. Con mi hijo, lo mismo, pero por videoconferencia. No se escucha música por la calle y no hay ningún monumento plantado en ninguna plaza o esquina. Desde luego, no ha habido mascletà a mediodía ni se quemará ninguna falla esta noche. No soy un gran amante de las fiestas falleras, he de reconocerlo. Los años que puedo me evado de la ciudad para huir del mundanal ruido. Pero esta vez echo de menos el ambiente festivo. La vida da muchas vueltas. Todo esto que estamos viviendo es tan surrealista.

     Hoy es el día de San José más triste de la vida de muchos. También para mí. El consuelo, y eso debe ser lo más importante ahora, es saber que se está haciendo lo correcto. Sabemos que con esta cuarentena estamos protegiendo a los nuestros. Es una responsabilidad muy grande para todos. A algunos esta situación les viene demasiado grande. Lo estamos viendo a diario. No hace falta poner ejemplos. Sería una tarea interminable. Ya llegará el momento de pedir cuentas a los irresponsables que, por obra u omisión, han hecho que esta situación se alargue tanto en el tiempo y se agrave. Ahora, durante el mes que aproximadamente ha de durar este encierro, hemos de protegernos y proteger a muestras familias a toda costa.

     Cuando escribo estas líneas las cifras son estremecedoras: 18 mil contagiados y más de 800 muertos en España a causa del coronavirus, con un índice de mortalidad del 4,5% del total de los contagiados. Con todo, lo peor es conocer los datos de Italia --lo que está ocurriendo allí hoy es lo que ocurrirá seguramente en España dentro de una semana--, con 36 mil contagios, 3 mil muertos y un índice de mortalidad del 8,33% del total de los contagiados. Resulta, pues, aterrador pensar que las cifras actuales, siendo horribles, no se acercan ni de lejos a las que alcanzaremos en los próximos días. Todo esto ratifica que nuestro aislamiento es necesario para frenar la curva de contagios, lo que conllevará también la del número de víctimas mortales. Responsabilidad, individual y colectiva, es la palabra que debe guiarnos en estos momentos.

     Dentro de cuatro, seis u ocho semanas --es imposible ahora mismo determinar la evolución del número de contagiados--, cuando todo esto haya terminado, la vida no debería ser igual para nadie. Especialmente para los familiares de los fallecidos. Porque hemos de ser conscientes de que tras las cifras hay nombres y apellidos. Padres, hijas, nietos, abuelas, primos, sobrinas, etc. Ahora solo son números, pero en cualquier momento pondremos rostro a algunos de ellos. Dejarán de ser cifras y se convertirán en personas de carne y hueso. Víctimas de este maldito virus que vimos llegar pero al que no hicimos caso hasta que nos contagió --y, en algunos casos, mató--. Y no hay nada más triste que perder a un familiar y no poder darle el último adiós ni acompañarlo en su entierro.

     Tampoco deberían ser los mismos los afortunados. Los que no hayan perdido a ningún familiar, amigo o conocido. Deberían alcanzar la capacidad de agradecer lo mucho que todos tenemos. Imaginemos la terrible situación en los miles de campos de refugiados repartidos por el mundo, cuyos habitantes mal viven en tiendas de campaña que jamás los protegerán de nada; la de los presos, hacinados en las cárceles de todo el planeta; los sin techo, que no pueden hacer cuarentena porque no tienen casa en la que aislarse de ningún virus. Esa gente no debería seguir siendo víctima de un capitalismo salvaje que, ojalá, salte por los aires debido a la crisis económica que ya se nos viene encima. Sería un mal menor, sin duda, si con ello alcanzamos un mundo más igualitario para todos. 

     Toda crisis tiene sus héroes y heroínas. Esta, por supuesto, no es una excepción. El personal sanitario, que debe trabajar y exponerse al contagio al no contar con los equipos necesarios para realizar sus tareas con un mínimo de seguridad; los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, que tampoco cuentan con mascarillas y guantes suficientes para todos sus miembros; los reponedores y cajeros de los supermercados, farmacias, panaderías y fruterías, que improvisan sobre la marcha para no dejar de atender a la ciudadanía cueste lo que cueste. A todos ellos y ellas van dedicados los aplausos que desde los balcones les brindamos cada día a las ocho de la tarde. Estaría bien, además, que sus conciudadanos apoyaran sus legítimas huelgas y votaran a partidos que apuestan por lo público.

     Y, más allá de esta crisis, no debemos olvidar que tenemos otra mucho más urgente por afrontar entre todos. Han bastado cinco, ocho o diez días de confinamiento en unos pocos países para comprobar que la contaminación mundial ha caído durante tan corto espacio de tiempo. Sin duda, el ser humano es, a día de hoy, un peligro más que evidente para el medio ambiente. Pero, no nos equivoquemos: no nos estamos cargando el planeta. Lo que nos estamos llevando por delante son las condiciones necesarias para la vida de los humanos en él. El planeta cambiará, y continuará vivo más allá de nuestra desaparición de él. Porque, de seguir así, de no afrontar de una vez por todas el problema del cambio climático, no necesitaremos ningún meteorito para extinguirnos. Nos bastaremos nosotros solos. 

     Cuando finalice esta terrible pandemia no debemos conformarnos con haber superado esta difícil situación. Todo nuestro esfuerzo será un parche estéril si no somos capaces de unirnos todos de nuevo, tal y como estamos haciendo ahora mismo contra el coronavirus, y demandar a los gobiernos que dejen de supeditar sus acciones a los intereses económicos de unos pocos y pasen a defender a todos los seres humanos del planeta (incluidos, claro está, los poderosos). Porque, de la misma manera que el coronavirus no entiende de razas, países o ideologías, tampoco lo hará un medio ambiente hostil respecto a los humanos. Matemos al virus, por supuesto, pero matemos también al cambio climático. Hagamos de este planeta un lugar en el que cada ser humano tenga el mismo derecho a vivir y a ser feliz.

     Hoy es 19 de marzo, día de San José y del Padre. El más triste de nuestras vidas. Pero, al final del largo y oscuro túnel de esta cuarentena, se atisba una luz. Hagamos que sea la luz de la esperanza. Lavaos las manos y ¡¡¡limpiad el planeta!!!