LIBROS

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miércoles, 25 de marzo de 2015

Niebla. Miguel de Unamuno. Espasa-Calpe (Colección Austral). 1939. Reseña





     Cuando Don Miguel de Unamuno escribió Niebla en 1907 - publicada en 1914 y reescrita y re-publicada en 1939 - era plenamente consciente de la magnitud de su obra. Algo muy poco común. Salvo en contados casos. En casos como el que nos ocupa: el de un genio de las letras. Conocedor de las maneras de escribir y presentar las creaciones de su época, en la que el realismo dominaba la escena literaria y artística en general, y sabedor de las críticas que recibiría esta obra maestra, hubo de crear para su original puesta en escena un género literario nuevo denominado nivola.

     Como él mismo explica, en boca de uno de los personajes de la obra que nos ocupa, la nivola es un neologismo que define a una creación literaria que decide apartarse de los principios encorsetados del realismo de fines del siglo XIX y comienzos del XX, es decir, de la caracterización psicológica de los personajes, la ambientación descriptiva de cada detalle y de la narración omnisciente en tercera persona. En este nuevo género el argumento, la trama y los personajes se van haciendo a sí mismos según avanza la historia. Una historia que se mueve a través de los abundantes diálogos que explican los hechos, los caracteres de los personajes y la propia trama. 

     En febrero de 1935, cuando el autor había terminado de reescribir la obra - que finalmente sería re-publicada en 1939, ya fallecido Don Miguel -, incluyó un prólogo escrito por uno de los personajes de la historia, Víctor, el mismo que definiera casi treinta años atrás el término de nivola. En él, el personaje llega a disentir del propio autor sobre el fin del protagonista, Augusto Pérez, prueba más que fehaciente de que, en efecto, los personajes se hacen a sí mismos, llegando incluso a discutir las acciones descritas por el dios creador-narrador, en este caso, Don Miguel. Hecho este que, quienes escribimos, aunque sea de forma no profesional, conocemos de primera mano, pues, no en pocas ocasiones, nuestros protagonistas se empeñan en llevarnos la contraria y actuar por cuenta propia, echando por tierra nuestros esquemas previos de la obra.

     La originalidad de Niebla es manifiesta por lo expuesto. Pero también por incluirse el propio autor como personaje de la nivola. No obstante, este apartado no va a ser más comentado en la presente reseña, puesto que supondría revelar aspectos importantes del desarrollo de la trama de la obra. Un error que jamás debe cometer un reseñador, en este caso, yo. Lo importante es que, como en toda buena nivola - tenemos otros ejemplos en obras unamunianas como La tía Tula, Amor y pedagogía o Abel Sánchez -, el contenido domina sobre la forma, los personajes son planos y muestran únicamente el rasgo más básico que los define como personas y se nos hace presente lo que Unamuno calificó como gestación vivípara, es decir, un nacimiento de la historia rápido, urgente, sin documentación, preparación ni planificación.

     Toda la obra es una confusión, una niebla perpetua que se cierne sobre la mente de Augusto Pérez y, por extensión, sobre el lector. Un lector que también se siente confundido en muchos de los pasajes del libro. Los constantes juegos de palabras y hasta de personajes nos hacen reflexionar sobre el rol que cada uno de nosotros jugamos en nuestras vidas y las de quienes nos rodean. Augusto es un rebelde, pero es visto por los demás como un pelele, un hombre que no había sentido la necesidad de conocer hembra hasta dos años después de fallecer su santa madre. Nuestra existencia, física y espiritual, es otro de los temas tratados en la obra. La certidumbre de la muerte se nos hace presente a los humanos en un momento determinado de la vida. 

     Un momento que Unamuno califica en Niebla como segundo nacimiento. Y es esa certidumbre, y su miedo, la que nos hace despertar del sueño en que hasta entonces vivíamos. El hecho de que la muerte sea algo ineludible para todos nosotros nos puede llevar a buscar una especie de inmortalidad a través de nuestras obras en vida. Sin duda, Unamuno es un gran ejemplo de ello, pues tres cuartos de siglo después de su muerte estamos escribiendo o leyendo sobre una de sus mejores creaciones. Sin embargo, para quienes no somos genios, la inmortalidad se circunscribe a ser recordados, o soñados, por quienes nos sobrevivan en este mundo. Una inmortalidad que tiene fecha de caducidad: el del día de la muerte de nuestro último familiar, amigo o conocido.

     A través de sus treinta y tres capítulos se vislumbran otras temáticas que, aunque menores, no dejan de aportar riqueza y variedad a la historia: la falta de decisión de los humanos, la igualdad de la mujer respecto al hombre, la mezcla de realidad y ficción en las mentes de casi todos nosotros, la hipocresía humana o la lealtad hacia los humanos de parte de los animales (ejemplificada en el perro de Augusto: Orfeo). Todo ello explicado desde la peculiar teoría literaria unamuniana. Una teoría que le otorgaba al autor el poder de escribir lo que quisiera y como le diera la real gana. 

     Niebla es una de las obras más insignes de Don Miguel. Y por méritos propios. No es de extrañar que, a comienzos del siglo XX, fuera tan bien acogida por el público - que no por la crítica, al menos por parte de ella -. Enseñó el camino a seguir a todo autor novel que quisiera ser original y abandonar el dogmatismo literario de su época. Y así fue. Sin ir más lejos, tenemos ejemplos actuales de esa originalidad en La mujer loca, de Juan José Millás - en cuyas páginas cobra vida el propio autor valenciano -, e incluso en Un millón de gotas, de Víctor del Árbol - en cuyo epílogo el magnífico escritor catalán realiza un excelente ejercicio de mezcla de realidad y ficción -. Y es que los maestros siempre sientan cátedra...           

  

miércoles, 18 de marzo de 2015

Un verano en la casa azul. David Casado Aguilera. Editorial Círculo Rojo. 2014. Reseña





     Cuando uno finaliza la lectura de un libro y siente un nudo en la garganta es que la historia que acaba de terminar le ha dejado huella. Sé, por experiencia propia, que lo mejor que le puede pasar a un escritor es que alguien que ha dado buena cuenta de su obra le comente este hecho. Sin duda, David tiene motivos para sentirse orgulloso de Un verano en la casa azul. Si hace tres años escribí una reseña sobre El grito del silencio en la que recomendé su lectura, ahora me siento en la obligación de compartir con los lectores de este blog otra historia emocionante y conmovedora.

     Desde un presente indeterminado, Leonardo, un anciano nostálgico y melancólico, narra la historia de amor interrumpida con el primer y único gran amor de su vida, Valeria, acaecida en los veranos de 1960 y 1961 en un pequeño pueblo de la Costa Brava. Ya en las primeras páginas se nos deja claro que la pareja de adolescentes no está ya junta, y que la causa de ello es un suceso trágico cuyo desarrollo se nos irá presentando de forma gradual, a base de pequeñas píldoras que nos mantendrán atados a las páginas del libro sin que el lector desee deshacerse de las ligaduras. Al contrario, uno disfruta con las idas y venidas de las acciones contadas por el narrador, sintiéndose feliz en la maraña de sucesos, emociones y bellas y certeras frases ilustrativas. Uno de los puntos fuertes de la novela, sin duda.

     Un verano en la casa azul es un canto a la vida, a la libertad y a la dignidad humana. Una novela de contrastes entre la inocencia y las ganas de comerse el mundo de la juventud y la madurez y la añoranza de la vejez. Una amalgama de sentimientos, muchas veces contradictorios, como la vida misma, que van de la valentía a la cobardía, de la cordura a la locura adolescente, de la razón a los modales. Una historia que deja claro algo que sabemos pero queremos a menudo ignorar: que "el pasado jamás regresa" y que "se necesita toda una vida para comprender que la vida es un instante, un suspiro".

     La ambientación de la novela es exquisita. El pueblo y sus alrededores cobran vida ante nuestros ojos, de tal manera que podemos llegar a sentir el calor veraniego, el sofocante sol, la brisa de los atardeceres, el frío de las noches estivales, el olor a naturaleza de los montes, la forma de vida de los pueblerinos - dicho esto con el mayor de los respetos - del lugar y hasta los hormonas de los adolescentes protagonistas. En efecto, David consigue que el pueblo sea un personaje de la novela. Y no uno más, sino uno de los centrales. Al terminar la lectura cuesta despedirse de lugares tan fascinantes como la Cala de La Tortuga, el Acantilado de los Cuchillos, la Casa Azul, el faro, la Plaza de la iglesia y hasta del banco del jardín de la casa de los padres de Valeria. Otro tanto en favor del libro.

     Según vamos leyendo vamos comprobando cómo la vida no es una sucesión de veranos, tal y como se nos dice en las primeras páginas del libro, sino que el verano de 1961 va a suponer un punto y aparte en la vida de la mayoría de los protagonistas de la historia. Para el pueblo será así por la explosión turística del lugar, lo cual queda reflejado en esa desconfianza de sus moradores respecto a los primeros visitantes desconocidos. El boom turístico de los años 60 se encargaría, como reconoce desde el presente Leonardo, de cambiar por completo la fisonomía de un pueblo al que cuesta reconocer.

     Lo mismo ocurre con el resto de protagonistas de la novela. El abuelo de Leonardo, su gran sustento moral y psicológico por ser el único que comprende al joven - los recuerdos de niñez, pesca, barca y mar son recurrentes a lo largo y ancho de la narración -, muere en el invierno que separa los dos veranos objeto de la narración. La historia de amor de Leonardo y Valeria cambiará para siempre la vida de ambos. A Leonardo, un buen chico bastante tímido de solo 17 años, le hará madurar a marchas forzadas y le obligará a tomar decisiones cuyas consecuencias le acompañarán hasta el fin de sus días. A Valeria, una jovencita a la que, por razones obvias que no desvelaré en la reseña, la vida obliga a vivir de forma diferente al resto de chicas de su edad, le hará creer que la felicidad sí existe. En este sentido, el personaje de Valeria es toda una oda a la libertad, a la dignidad y a la vida misma.

     Los protagonistas secundarios también aparecen perfectamente caracterizados psicológicamente. Santos, Enrique y Beatriz, cada uno a su manera, son ejemplos vivos de lealtad y de amistad. De modales y apariencias marcadamente diferentes, todos ellos juegan un papel importante en la historia tan bien narrada por Leonardo. Enrique aparece como el típico líder del grupo de jóvenes, siendo un personaje que finalmente se quitará la careta con la que vive. Santos es ese amigo que todos quisiéramos tener y que tan pocas veces se encuentra en la vida. Un amigo que acompaña sin hacer demasiadas preguntas ni recriminaciones. Beatriz podría ser la versión femenina de Santos. Rafael, en cambio, es un personaje que va variando más en cuanto a percepción por parte del lector. Tampoco en este caso comentaré mucho más al respecto, pues ha de ser precisamente el lector quien averigüe el por qué de mis afirmaciones.

     La política de la época - pleno franquismo - marca las formas de vida del pueblo. La existencia de las dos Españas queda bien patente en diversos fragmentos de la obra, algo que a nadie ha de extrañar, pues ese enfrentamiento, por desgracia, todavía a día de hoy sigue presente en nuestra sociedad. Como no podía ser de otra manera, la política tendrá importancia en el desarrollo de algunos de los pasajes de la historia. Quizá convendría olvidar de una vez el odio y la amargura subyacentes de aquella guerra que jamás debió acontecer. Justamente lo contrario que el recuerdo de nuestros seres queridos ausentes. Porque una de las enseñanzas que podemos destacar de la novela es que la muerte no es el fin de todo. Porque la verdadera muerte es el olvido...    

       

lunes, 16 de marzo de 2015

La Ropavejera, el génesis del mal. Ramón Cerdá. El fantasma de los sueños. 2014. Reseña





     La Ropavejera, la génesis del mal, última novela del ontinyentí Ramón Cerdá, forma parte de un ambicioso proyecto completado con el corto, de idéntico título, dirigido por Nacho Ruipérez. Sin embargo, a diferencia del film, abarca toda la vida de la protagonista de la historia, Enriqueta Martí, más conocida como La Ropavejerala Vampira del Raval de Barcelona. Personaje real, la prostituta, proxeneta, secuestradora de niños y asesina en serie natal de Sant Felíu de Llobregat, estuvo a punto de poner en jaque a la alta burguesía barcelonesa de principios del siglo XX. De ahí, quizás, su polémica muerte en la prisión de mujeres Reina Amalia de la ciudad condal.

     La historia de La Ropavejera es un conjunto de situaciones que explican unas a partir de otras. Y es que en la psique humana nada sucede por casualidad. Probablemente Enriqueta no hubiera sido como fue si su padre, alcohólico y maltratador, no hubiera abusado de ella desde temprana edad. Ante las repetidas vejaciones sufridas, la protagonista de la novela hubo de huir de casa y buscarse la vida en la capital catalana de finales del XIX y principios del XX. Y lo hizo como pudo: prostituyéndose en la calle y en burdeles y utilizando a los hombres dejando que éstos pensaran que era realmente al revés. 

     Enriqueta fue un monstruo cruel, despiadado y sin ningún tipo de escrúpulos. Su inteligencia y su frialdad, altamente elevadas, hicieron el resto. Siempre tuvo claro cuáles eran sus propósitos y los métodos para alcanzarlos. Consciente de que algunos hombres gustan de los placeres sexuales con jovencitas y niños, dedicó su vida a conseguir regentar un burdel de alto standing para la gente rica de la ciudad. Su dinero le serviría para alcanzar la libertad tan anhelada desde su infausta niñez. Y no escatimó gastos ni depravadas acciones.

     En su lujoso meublé de la calle Ponent La Ropavejera supo ofrecer a la alta burguesía barcelonesa de la época todo aquello que fuera capaz de proporcionarle placer: sexo con mujeres, sexo con niños / as y toda clase de ungüentos y elixires elaborados con la sangre y la grasa de los niños de la casa. Quizás lo más llamativo de esta asesina en serie sea que estaba convencida de que los niños eran más felices con ella en esa casa que en la calle. Y es que la mayoría de niños que ofrecía a sus adinerados y pervertidos clientes habían sido previamente recogidos e incluso secuestrados y adoctrinados.

     Pero todo ello no habría sido posible sin que la madame de la casa, ¡que llegaba a vender la virginidad de los niños y niñas hasta por cien pesetas de hace más de un siglo!, tuviera una ayudante fiel y dispuesta a todo. Y esa era Angelita. La joven era, en realidad, hija de la cuñada de Enriqueta, quien se la robó nada más nacer con la ayuda de otra mujer tan poco escrupulosa como ella. Angelita fue educada como hija de Enriqueta, quien siempre pensó en ella como su heredera en el negocio del meublé. La Ropavejera, sin duda, lo tenía todo muy bien pensado. Angelita era una pieza básica tanto en el engranaje de adoctrinamiento de los rapaces como en el propio funcionamiento de la casa.

     En previsión de futuros problemas, Enriqueta llevaba registro, en un diario personal, de todo cuanto acontecía en la casa. Todo aparecía en él: nombres de clientes, servicios prestados a ellos, elixires y ungüentos vendidos, etc. Todo ello podía servirles a ella y a su hija en caso de ser detenidas algún día. Esperaba que, en caso de extrema necesidad, sus clientes les echaran una mano, aunque solo fuera para salvar sus identidades y escapar de cualquier acusación por parte de la justicia. No obstante, como suele ocurrir, hasta en los mejores planes siempre falla algo. Y Enriqueta acabó con sus huesos en la cárcel en 1912. Y allí falleció, en muy extrañas circunstancias, en 1913. Probablemente, a esos burgueses clientes suyos no les interesó que la causa llegara a juicio.

     La novela atrapa al lector desde el principio, algo ya acostumbrado en Ramón Cerdá, autor ya conocido por los seguidores de este blog. Con un lenguaje directo, sin artificios y con las descripciones justas, Cerdá desgrana la historia de manera original, empleando hasta tres narradores diferentes a lo largo de la narración: el clásico omnisciente en tercera persona, la propia Enriqueta en primera persona (lo que otorga a la obra una mayor dosis de verosimilitud) y Angelita, también en primera persona, que aclara en última instancia un final sorprendente.  

     Y he dejado para el final el retrato psicológico de la protagonista porque me parece lo más acertado de una novela ya de por sí magnífica. Cerdá pinta un retrato profundamente realista de La Vampira del Raval. Tanto es así que llegamos a comprender - ¡nunca a justificar ni a compartir, por supuesto! - sus acciones. Y en ocasiones, hasta a admirarla. No evidentemente sus crímenes, pero sí su tenacidad, su confianza en sí misma y su capacidad para conseguir todo aquello que se propone. Tengamos en cuenta que le tocó vivir una época (finales de siglo XIX y principios del XX) y una sociedad (la revolucionaria barcelonesa) en que las mujeres, sobre todo las de origen modesto, estaban destinadas a mendigar y a malvivir. Enriqueta, en cambio, llegó a codearse con la alta burguesía. 

     Lástima que todo ello no fuera usado para hacer el bien a la sociedad, sino para servir a una clase social (políticos, comerciantes, banqueros, etc) corrupta, enferma y despreciable. Porque los verdaderos monstruos de la historia tan bien llevada por Cerdá son precisamente ellos: unos seres depravados que usaron su poder para vivir por encima de la ley a la que en ocasiones representaban en su actividad diaria. Quizás algún día se haga justicia con ellos y aparezca el diario de Enriqueta. Más de uno de aquellos ricos y famosos personajes, cuyas identidades se desconocen todavía a día de hoy, pasen a ser conocidos por motivos bien diferentes a los de la actualidad...        

         

lunes, 9 de marzo de 2015

Cinco horas con Mario. Miguel Delibes. Destino. 1966. Reseña





     Cinco horas con Mario es una de las novelas más conocidas de Delibes. Publicada hace casi medio siglo, no ha perdido vigencia, ni literaria ni humanamente. Es lógico que el país haya cambiado mucho desde entonces. También la mentalidad de sus ciudadanos. Sin embargo, los sentimientos de los personajes, salvando las distancias, sí permanecen. Y, desde luego, el monólogo interior que cada uno de nosotros mantiene en las horas y días posteriores a la pérdida de un ser querido existe de forma innegable. ¿Quién no ha hablado con un muerto, sobre todo en esas primeras horas sin él, aunque todavía con su cuerpo visible y con algo de calor en su interior? ¿Quién no le ha agradecido lo bueno y reprochado (en menor medida, pues parece que la muerte casi todo lo perdona) lo malo?

      La novela comienza con la impresión de la esquela aparecida en los periódicos de marzo de 1966, fecha del extraño y desde luego inesperado fallecimiento de Mario Díez Collado, a la temprana edad de 49 años. Además de informar de la muerte de Mario, la esquela nos sirve para conocer a su familia: su esposa Carmen, sus hijos Mario, María del Carmen, Álvaro, Borja y María Aránzazu y hermanas, cuñadas, etc. Esto es importante, pues todos los personajes citados en la esquela, y algunos más, irán apareciendo en el monólogo de Carmen ante el féretro de su esposo.


     El monólogo, de 27 capítulos, va precedido de una introducción y seguido de un epílogo o desenlace en el que aparecen los signos y gestos más o menos típicos de momentos tan desagradables como el que la novela trata. Los besos, los pésames, los apretones de manos, los golpecitos en la espalda, las frases que vienen (o no) a cuento en esos instantes, los reconocimientos, los susurros, las alabanzas, las críticas, el recogimiento de unos, la entereza de otros, los aspavientos de los más exagerados, etc. Todo ello, para realzar, más si cabe, la parte central de la obra, esa especie de diálogo entre Carmen y su esposo ya fallecido.

     Lo primero que llama la atención de la novela es la forma en que la esposa se dirige a Mario. Le habla como si aquel todavía estuviera vivo y, por tanto, pudiera escucharla. Algo que se mantiene hasta la última línea del monólogo, que conmueve y sobrecoge a la vez. Algo que indica que Carmen se resiste a la idea de que su marido, con sus mil y un defectos, no volverá ya a la vida. La impotencia que siente al ver que él no le responde irá creciendo a lo largo de novela, hasta un final que no desvelaré (por si alguien todavía no la ha leído).

     Del monólogo, por no demorarme demasiado - pues daría para muchos párrafos -, me centraré en la presentación de las dificultades y momentos tensos del matrimonio, que los ha habido, desde luego; y en la crítica social que Delibes hace de la sociedad de la época: hipócrita, fingida y vivida de la cara a los demás. Carmen es presentada como una mujer conservadora, estricta, intransigente, defensora a ultranza de su familia y de la moral y los valores cristianos y criticona de todo lo que atente contra lo anteriormente expuesto. Por contra, Mario representa el polo opuesto: luchador, comprometido, inconformista, intelectual, moderno y no expuesto a la norma de la época. Las discusiones entre ambos, pues, serán la norma durante el casi cuarto de siglo de convivencia en común.

     La novela aborda temas tan importantes e interesantes como la falta de comunicación en el matrimonio, la necesidad de compartir aspectos básicos sobre la educación de los hijos, el machismo (visto desde ambas perspectivas, la femenina y la masculina), el conflicto de las "dos Españas" - recordemos que la época abordada por la novela es 1966, en pleno franquismo - y hasta la lucha de clases. El lenguaje coloquial de la época, el desorden temporal en la exposición de los hechos y las repeticiones de los más importantes (para Carmen) otorgan a la novela mayor verosimilitud, agobio y también carácter cómico.

     Los largos párrafos de cada capítulo - todos ellos comienzan con introducciones sacadas de la Biblia que Mario leía a menudo y que descansaba en su mesita de noche, con algunos pasajes subrayados -, con muchas comas pero pocos puntos, imprimen una velocidad a la lectura y a los pensamientos que en ocasiones llegan a provocar vértigo. Un vértigo que es, precisamente, el que debe sentir la propia Carmen al pronunciar su soliloquio. Una amalgama de hechos, acciones y sentimientos que amenazan con desprenderse de su boca y perderse para siempre. De ahí esa urgencia en sacarlos a toda velocidad antes de que sea demasiado tarde.

     Con todo, pese a que Carmen es presentada de forma que caiga mal al lector - sobre todo de género masculino -, tampoco Mario sale bien parado en algunos temas: desatención de su esposa y de sus hijos, falta de ímpetu en las tareas domésticas, incomprensión hacia su mujer, depresión, etc. Y es que cuando un matrimonio fracasa - y lo hace con mayor facilidad de la mostrada por el número de divorcios -, aunque una de las partes tenga más responsabilidad que la otra, ambas son copartícipes del mismo. Eso sí, como bien demuestra Carmen a lo largo de las cinco horas que pasa a solas con su esposo, siempre quedan los "te quiero", los "cariño" y los "amor". Sobre todo cuando uno siente la pérdida...     

           

lunes, 2 de marzo de 2015

El héroe discreto. Mario Vargas Llosa. Alfaguara. 2013. Reseña





     Con El héroe discreto, Mario Vargas Llosa vuelve a su Perú natal tras recibir el Premio Nobel de Literatura y publicar El sueño del celta, novela también reseñada en este mismo blog en su momento. Para ello, retoma algunos personajes que ya aparecieran en trabajos anteriores: Lituma (Lituma en los Andes o ¿Quién mató a Palomino Molero?), Rigoberto (Elogio de la madrastra o Los cuadernos de don Rigoberto), Lucrecia (Elogio de la madrastra) y Fonchito (Elogio de la madrastra). La novela viene a recuperar algunos de los valores humanos que parecen perderse por momentos en esta profunda crisis social y humana que venimos padeciendo durante más años de los que en principio apreciamos.

     Realmente en la historia podemos encontrar a varios héroes discretos. El primero de ellos, Felícito Yanaqué, transportista y dueño de Transportes Narihualá. Casado con Gertrudis y padre de dos hijos (Tiburcio y Miguel, cuya paternidad pone en duda desde siempre), decide seguir el consejo de su padre - Nunca te dejes pisotear por nadie, hijo. Este consejo es la única herencia que vas a tener - y poner en manos de la policía un caso de extorsión por el cual uno o varios individuos le exigen el pago de una cuota para preservar su seguridad y la de su familia. Negarse a pagar la referida cuota le pondrá entre la espada y la pared. Solo su coraje le hará salir del entuerto.

     El segundo héroe discreto de la novela es el millonario Ismael Carrera, dueño de la aseguradora más prestigiosa de Lima, que decide tomar como esposa a su criada, de nombre Armida, para vengarse de sus hijos, Miki y Escobita, quienes ansían tanto disponer de su herencia que llegan a festejar su muerte antes de tiempo, mientras su padre se debate entre la vida y la muerte víctima de un infarto. El matrimonio deja a sus hijos sin herencia, lo que provoca un escándalo de grandes dimensiones en todo el país. 

     El tercer héroe discreto es don Rigoberto, gerente de la aseguradora, que firma como testigo para el enlace de su antiguo jefe. Se verá acosado por los hijos de aquel, verá cómo su jubilación queda paralizada y deberá anular un viaje ya pagado a Europa con su mujer y su hijo, Fonchito. Su casa se convertirá, como la de Felícito Yanaqué, en el centro de la noticia y será rodeada por los periodistas de todos los medios. Por cierto, parte importante de la novela es esa crítica velada a unos medios cada vez más sensacionalistas y asquerosos que confunden la libertad de expresión con el atosigamiento y el agobio.

     Y el cuarto héroe discreto es Narciso. Chófer personal y hombre de confianza de Ismael Carrera, será el segundo de los testigos de boda de su jefe, con lo cual también habrá de sufrir el incordio de las hienas, adjetivo calificativo de los hijos del millonario. Su situación será mucho peor que la de los demás, pues su posición económica, mucho menos acomodada, no le permitirá actuar de igual manera en las causas judiciales a las que debe enfrentarse por culpa de los despechados desheredados. La lealtad de Narciso y don Rigoberto hacia su jefe y amigo es el otro valor que Vargas Llosa busca destacar en su última novela.

     Cada uno de los referidos héroes discretos trata de vivir su vida según sus respectivos anhelos e ideales, dejando de lado las mezquinades humanas. Sus vidas se convertirán en laberintos de los que solo su astucia, temple y valores les sacarán. Para ello, deberán enfrentar lo peor de las personas: la avaricia, la traición, la maldad. Los escenarios, Piura y Lima, son otros personajes importantes de la novela, en los que también encontramos la maldad y la bondad en sus habitantes. Y es que los personajes principales no dudan en ayudarse los unos a los otros con tal de derrotar a quienes se empeñan en amargar sus vidas. Por tanto, El héroe discreto es una historia moral y ejemplar.

     La novela es un retrato fiel del Perú actual. Con su prosperidad (sobre todo en su capital) y también su atraso. En efecto, Lima y Piura se nos muestran como son, con sus virtudes y sus defectos. Como lugares habitados, vivos. Como recipientes de mezquindades y maldades; de bondades y valores. Lugares donde resistirse al chantaje y a los convencionalismos sociales se convierten en actos de valentía, como si se pretendiera rescatar del olvido viejos valores olvidados por sus respectivas sociedades. Donde se pueden encontrar, aunque para ello haya que escarbar a gran profundidad en la tierra, algo más que dinero y poder.

     A pesar de todo lo expuesto con anterioridad, lo que más me ha gustado de la novela, al margen de esos valores destacados por su autor, es cómo enlaza las historias. La narración es fluida y amena, y va incluyendo personajes, situaciones y diálogos con una gran maestría, narrando a la vez ¡hasta tres situaciones diferentes! Una maestría al alcance de muy pocos escritores. No en vano, Mario Vargas Llosa fue uno de los más grandes escritores latinoamericanos del siglo XX. Y, por lo visto en El sueño del celta y El héroe discreto, también lo es del XXI...