Cuando uno finaliza la lectura de un libro y siente un nudo en la garganta es que la historia que acaba de terminar le ha dejado huella. Sé, por experiencia propia, que lo mejor que le puede pasar a un escritor es que alguien que ha dado buena cuenta de su obra le comente este hecho. Sin duda, David tiene motivos para sentirse orgulloso de Un verano en la casa azul. Si hace tres años escribí una reseña sobre El grito del silencio en la que recomendé su lectura, ahora me siento en la obligación de compartir con los lectores de este blog otra historia emocionante y conmovedora.
Desde un presente indeterminado, Leonardo, un anciano nostálgico y melancólico, narra la historia de amor interrumpida con el primer y único gran amor de su vida, Valeria, acaecida en los veranos de 1960 y 1961 en un pequeño pueblo de la Costa Brava. Ya en las primeras páginas se nos deja claro que la pareja de adolescentes no está ya junta, y que la causa de ello es un suceso trágico cuyo desarrollo se nos irá presentando de forma gradual, a base de pequeñas píldoras que nos mantendrán atados a las páginas del libro sin que el lector desee deshacerse de las ligaduras. Al contrario, uno disfruta con las idas y venidas de las acciones contadas por el narrador, sintiéndose feliz en la maraña de sucesos, emociones y bellas y certeras frases ilustrativas. Uno de los puntos fuertes de la novela, sin duda.
Un verano en la casa azul es un canto a la vida, a la libertad y a la dignidad humana. Una novela de contrastes entre la inocencia y las ganas de comerse el mundo de la juventud y la madurez y la añoranza de la vejez. Una amalgama de sentimientos, muchas veces contradictorios, como la vida misma, que van de la valentía a la cobardía, de la cordura a la locura adolescente, de la razón a los modales. Una historia que deja claro algo que sabemos pero queremos a menudo ignorar: que "el pasado jamás regresa" y que "se necesita toda una vida para comprender que la vida es un instante, un suspiro".
La ambientación de la novela es exquisita. El pueblo y sus alrededores cobran vida ante nuestros ojos, de tal manera que podemos llegar a sentir el calor veraniego, el sofocante sol, la brisa de los atardeceres, el frío de las noches estivales, el olor a naturaleza de los montes, la forma de vida de los pueblerinos - dicho esto con el mayor de los respetos - del lugar y hasta los hormonas de los adolescentes protagonistas. En efecto, David consigue que el pueblo sea un personaje de la novela. Y no uno más, sino uno de los centrales. Al terminar la lectura cuesta despedirse de lugares tan fascinantes como la Cala de La Tortuga, el Acantilado de los Cuchillos, la Casa Azul, el faro, la Plaza de la iglesia y hasta del banco del jardín de la casa de los padres de Valeria. Otro tanto en favor del libro.
Según vamos leyendo vamos comprobando cómo la vida no es una sucesión de veranos, tal y como se nos dice en las primeras páginas del libro, sino que el verano de 1961 va a suponer un punto y aparte en la vida de la mayoría de los protagonistas de la historia. Para el pueblo será así por la explosión turística del lugar, lo cual queda reflejado en esa desconfianza de sus moradores respecto a los primeros visitantes desconocidos. El boom turístico de los años 60 se encargaría, como reconoce desde el presente Leonardo, de cambiar por completo la fisonomía de un pueblo al que cuesta reconocer.
Lo mismo ocurre con el resto de protagonistas de la novela. El abuelo de Leonardo, su gran sustento moral y psicológico por ser el único que comprende al joven - los recuerdos de niñez, pesca, barca y mar son recurrentes a lo largo y ancho de la narración -, muere en el invierno que separa los dos veranos objeto de la narración. La historia de amor de Leonardo y Valeria cambiará para siempre la vida de ambos. A Leonardo, un buen chico bastante tímido de solo 17 años, le hará madurar a marchas forzadas y le obligará a tomar decisiones cuyas consecuencias le acompañarán hasta el fin de sus días. A Valeria, una jovencita a la que, por razones obvias que no desvelaré en la reseña, la vida obliga a vivir de forma diferente al resto de chicas de su edad, le hará creer que la felicidad sí existe. En este sentido, el personaje de Valeria es toda una oda a la libertad, a la dignidad y a la vida misma.
Los protagonistas secundarios también aparecen perfectamente caracterizados psicológicamente. Santos, Enrique y Beatriz, cada uno a su manera, son ejemplos vivos de lealtad y de amistad. De modales y apariencias marcadamente diferentes, todos ellos juegan un papel importante en la historia tan bien narrada por Leonardo. Enrique aparece como el típico líder del grupo de jóvenes, siendo un personaje que finalmente se quitará la careta con la que vive. Santos es ese amigo que todos quisiéramos tener y que tan pocas veces se encuentra en la vida. Un amigo que acompaña sin hacer demasiadas preguntas ni recriminaciones. Beatriz podría ser la versión femenina de Santos. Rafael, en cambio, es un personaje que va variando más en cuanto a percepción por parte del lector. Tampoco en este caso comentaré mucho más al respecto, pues ha de ser precisamente el lector quien averigüe el por qué de mis afirmaciones.
La política de la época - pleno franquismo - marca las formas de vida del pueblo. La existencia de las dos Españas queda bien patente en diversos fragmentos de la obra, algo que a nadie ha de extrañar, pues ese enfrentamiento, por desgracia, todavía a día de hoy sigue presente en nuestra sociedad. Como no podía ser de otra manera, la política tendrá importancia en el desarrollo de algunos de los pasajes de la historia. Quizá convendría olvidar de una vez el odio y la amargura subyacentes de aquella guerra que jamás debió acontecer. Justamente lo contrario que el recuerdo de nuestros seres queridos ausentes. Porque una de las enseñanzas que podemos destacar de la novela es que la muerte no es el fin de todo. Porque la verdadera muerte es el olvido...
Un verano en la casa azul es un canto a la vida, a la libertad y a la dignidad humana. Una novela de contrastes entre la inocencia y las ganas de comerse el mundo de la juventud y la madurez y la añoranza de la vejez. Una amalgama de sentimientos, muchas veces contradictorios, como la vida misma, que van de la valentía a la cobardía, de la cordura a la locura adolescente, de la razón a los modales. Una historia que deja claro algo que sabemos pero queremos a menudo ignorar: que "el pasado jamás regresa" y que "se necesita toda una vida para comprender que la vida es un instante, un suspiro".
La ambientación de la novela es exquisita. El pueblo y sus alrededores cobran vida ante nuestros ojos, de tal manera que podemos llegar a sentir el calor veraniego, el sofocante sol, la brisa de los atardeceres, el frío de las noches estivales, el olor a naturaleza de los montes, la forma de vida de los pueblerinos - dicho esto con el mayor de los respetos - del lugar y hasta los hormonas de los adolescentes protagonistas. En efecto, David consigue que el pueblo sea un personaje de la novela. Y no uno más, sino uno de los centrales. Al terminar la lectura cuesta despedirse de lugares tan fascinantes como la Cala de La Tortuga, el Acantilado de los Cuchillos, la Casa Azul, el faro, la Plaza de la iglesia y hasta del banco del jardín de la casa de los padres de Valeria. Otro tanto en favor del libro.
Según vamos leyendo vamos comprobando cómo la vida no es una sucesión de veranos, tal y como se nos dice en las primeras páginas del libro, sino que el verano de 1961 va a suponer un punto y aparte en la vida de la mayoría de los protagonistas de la historia. Para el pueblo será así por la explosión turística del lugar, lo cual queda reflejado en esa desconfianza de sus moradores respecto a los primeros visitantes desconocidos. El boom turístico de los años 60 se encargaría, como reconoce desde el presente Leonardo, de cambiar por completo la fisonomía de un pueblo al que cuesta reconocer.
Lo mismo ocurre con el resto de protagonistas de la novela. El abuelo de Leonardo, su gran sustento moral y psicológico por ser el único que comprende al joven - los recuerdos de niñez, pesca, barca y mar son recurrentes a lo largo y ancho de la narración -, muere en el invierno que separa los dos veranos objeto de la narración. La historia de amor de Leonardo y Valeria cambiará para siempre la vida de ambos. A Leonardo, un buen chico bastante tímido de solo 17 años, le hará madurar a marchas forzadas y le obligará a tomar decisiones cuyas consecuencias le acompañarán hasta el fin de sus días. A Valeria, una jovencita a la que, por razones obvias que no desvelaré en la reseña, la vida obliga a vivir de forma diferente al resto de chicas de su edad, le hará creer que la felicidad sí existe. En este sentido, el personaje de Valeria es toda una oda a la libertad, a la dignidad y a la vida misma.
Los protagonistas secundarios también aparecen perfectamente caracterizados psicológicamente. Santos, Enrique y Beatriz, cada uno a su manera, son ejemplos vivos de lealtad y de amistad. De modales y apariencias marcadamente diferentes, todos ellos juegan un papel importante en la historia tan bien narrada por Leonardo. Enrique aparece como el típico líder del grupo de jóvenes, siendo un personaje que finalmente se quitará la careta con la que vive. Santos es ese amigo que todos quisiéramos tener y que tan pocas veces se encuentra en la vida. Un amigo que acompaña sin hacer demasiadas preguntas ni recriminaciones. Beatriz podría ser la versión femenina de Santos. Rafael, en cambio, es un personaje que va variando más en cuanto a percepción por parte del lector. Tampoco en este caso comentaré mucho más al respecto, pues ha de ser precisamente el lector quien averigüe el por qué de mis afirmaciones.
La política de la época - pleno franquismo - marca las formas de vida del pueblo. La existencia de las dos Españas queda bien patente en diversos fragmentos de la obra, algo que a nadie ha de extrañar, pues ese enfrentamiento, por desgracia, todavía a día de hoy sigue presente en nuestra sociedad. Como no podía ser de otra manera, la política tendrá importancia en el desarrollo de algunos de los pasajes de la historia. Quizá convendría olvidar de una vez el odio y la amargura subyacentes de aquella guerra que jamás debió acontecer. Justamente lo contrario que el recuerdo de nuestros seres queridos ausentes. Porque una de las enseñanzas que podemos destacar de la novela es que la muerte no es el fin de todo. Porque la verdadera muerte es el olvido...