LIBROS

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jueves, 26 de febrero de 2015

El último judío. Noah Gordon. Ediciones B. 2000. Reseña





     Publicado en 2000 tras la exitosa trilogía dedicada a la familia Cole - compuesta por El Médico (1986), Chamán (1992) y La doctora Cole (1996) -, El último judío retoma el tema estrella de la carrera literaria del escritor norteamericano Noah Gordon: la epopeya judía a lo largo y ancho del mundo en busca de nuevos asentamientos tras sus sucesivas expulsiones de los que habían sido sus hogares hasta entonces. En el caso que nos ocupa, la España de los Reyes Católicos de agosto de 1492.

     Con su estilo ya claramente definido, basado en el rigor histórico, un lenguaje accesible, estructura en capítulos cortos y atractivos y narración directa y entretenida, el autor de origen judío por vía materna nos sitúa en el Toledo de la última década del siglo XV. En un país en el que acababa de ser re-implantada la Santa Inquisición, una institución dedicada a la represión de la herejía en el seno de la Iglesia católica. Un país cuyos reyes decretaron la expulsión de la comunidad judía en 1492.

     La novela, que intercala fragmentos y situaciones de ficción con otros reales, muestra la compleja sociedad española de finales del siglo XV y comienzos del XVI, con la difícil relación de convivencia entre las comunidades católica y judía, en un contexto dominado por la corrupción, el robo y tráfico de reliquias de santos, la superstición, una brutal represión y una intolerancia que llega a la barbarie. En definitiva, un país en el que campaban a sus anchas las traiciones, los asesinatos, la intriga, el miedo y la incertidumbre. 

     En El último judío la Inquisición aparece representada por la figura del sacerdote Bonestruca, asesino y corrupto, que no duda en mandar a la hoguera a quien se opone a sus malévolos planes. Unos planes que van mucho más allá de lo que la bula de creación otorgada por vía papal dictamina. Un personaje siniestro que, además, se salta los preceptos de castidad y tiene una mujer y tres hijos, naturalmente ilegítimos. Un ser maquiavélico que pese a su dulce apariencia carece de escrúpulos, valores y del más mínimo sentido de lealtad. 

     El protagonista principal de la historia, Yonah Toledano, es uno de esos personajes que conmueve por su coraje, valores, firmes creencias, fortaleza mental y capacidad de adaptación a las peores situaciones. Su periplo le llevará, tras perder a sus padres y hermanos, a ciudades como Granada, Gibraltar, Valencia, Zaragoza o Huesca. Y en todos los referidos lugares, y merced a su buen hacer, entablará entrañables amistades que le llevarán a ir superando un sinfín de dificultades. Sus cambios de identidad para mantenerse a salvo de sus perseguidores y su valía humana y actitudinal - trabajará en oficios tan variados como platero, agricultor y ganadero, herrero, carcelero, traductor, personal naval y hasta de médico - serán sus grandes aliados en su lucha por sobrevivir a toda costa.

     La novela narra veinte años de la vida de Yonah, desde 1489 hasta 1509. A lo largo de la narración el chico irá madurando a marchas forzadas y hará frente a todo tipo de situaciones. Conocerá el sexo con distintas mujeres y se hará hombre en el pleno sentido de la palabra. La soledad será un aspecto básico en un hombre taciturno y a veces poco comunicativo por obligación. Un hombre que asume que un mayor contacto con las gentes supone también un mayor riesgo para su propia vida. Un hombre que debe aprender a conocer a las personas y discernir si conviene o no relacionarse con ellas. 

     La profusa documentación histórica - procedimientos de la Santa Inquisición, autos de fe, métodos de interrogatorio y tortura y descripción de lugares y tradiciones, tanto católicas como judías - se acompaña de una gran multitud de informaciones sobre la medicina y la cirugía de la época. En este sentido, podríamos decir que el autor se plagia a sí mismo en algunos momentos de la obra que parecen sacados de su anterior obra titulada El médico. Y es que las enseñanzas de Galeno, Avicena y Maimónides aparecen de nuevo en las nuevas páginas de Gordon, así como distintos conocimientos sobre hierbas curativas y métodos quirúrgicos ya aparecidos en la citada novela.

     Como conclusión, El último judío es una novela rica en personajes, tradiciones y documentos históricos que nos ilustra y entretiene y nos muestra valores personales y humanos dignos de reseñar. Las aventuras y desventuras de Yonah Toledano, siendo ficticias como tales, bien pudieron ser protagonizadas por alguno de los miles de judíos que fueron desterrados de sus casas a fines del siglo XV. Algunos de ellos, como nuestro protagonista, debieron demostrar unos principios y una lealtad, familiar y religiosa, que en nuestra sociedad cuestan cada vez más de encontrar. 

      

lunes, 23 de febrero de 2015

Las pequeñas memorias. José Saramago. Alfaguara. 2007. Reseña





     Desde el poblado de Azinhaga, que le vio nacer y de donde partió de la mano de sus padres cuando solo tenía dieciocho meses, hasta las diez casas diferentes en las que vivió junto a sus padres en distintos barrios de Lisboa; desde sus primeros recuerdos junto a sus abuelos maternos hasta que cumplió los dieciséis años de edad; desde sus primeras correrías por los olivares y los ríos cercanos a su residencia hasta sus primeras experiencias, más o menos fructíferas, en el mundo del sexo. Todo ello forma parte de Las pequeñas memorias, una autobiografía que todo el mundo, sobre todo los devotos de Saramago, debería leer.

     Con su característico estilo narrativo, su afilado sentido del humor, su ácida crítica incluso hacia sí mismo, y sus grandes dotes como contador de historias, el bueno de Saramago desnudó su niñez y adolescencia en este exquisito libro de memorias escrito a los 84 años. Por cierto, algo digno de elogio. No ya por lo difícil de recordar sucesos acaecidos hace más de 70 años, sino por el hecho de mantener una lucidez tan asombrosa a tan tardía edad. Una prueba más, en definitiva, de la grandeza del genio portugués ganador del Premio Nobel de Literatura entre muchos otros galardones que no vienen aquí al caso.

     Lo primero a destacar de esta autobiografía es cómo está escrita. No narra los sucesos solo desde la madurez del presente (2006) sino desde la ingenuidad e ignorancia de la edad correspondiente a cada una de las secuencias contadas. Y, todo ello, para explicarnos quién fue y por qué fue así y no de otra manera. A través de la escritura, José de Sousa - ese debió ser su verdadero nombre, pues el Saramago que todos conocemos era el apodo que recibía su padre, algo que explica de forma irónica en uno de los pasajes del presente libro - recobra la niñez tantos años antes perdida para mostrársenos tal cual era en aquellos momentos.

     Así, Saramago, lejos del pudor que la mayoría podríamos sentir, no duda en mostrarnos el origen extremadamente humilde de su familia; sus diez cambios de residencia en apenas diez años; las necesidades que hubieron de pasar; las correrías de las cucarachas por encima suyo por las noches, en el catre en el que dormía en el suelo, en la misma habitación que sus padres; los maltratos recibidos por su madre a manos de su padre; o la mala relación (por no decir nula) que tuvo con sus abuelos paternos, bastante poco acostumbrados a mostrar cariño por su nieto. 

     Uno de los puntos centrales del libro lo constituye su proceso de aprendizaje lector. En él nos muestra su facilidad a la hora de aprender a leer - al margen de las enseñanzas de la escuela, leía todo lo que cayera en sus manos (diarios, libros, panfletos, etc) - y cómo poco a poco comenzó a no hacer faltas de ortografía. Sin embargo, nos extraña sobremanera el hecho de que el propio autor reconozca no haber escrito nada, literariamente hablando, hasta la plena adolescencia (un protopoema para una chica que le gustaba en aquella época). 

     Según avanzamos en la lectura comenzamos a ver cómo los recuerdos de su vida como niño y como adolescente influyeron después en su carrera literaria. Estos recuerdos son las largas horas pasadas en la encrucijada de los ríos que bañaban los olivares de su aldea, la contemplación del atardecer o del amanecer, los cines de barrio de Lisboa, su soledad de adolescente, sus primeros y tímidos escarceos con el sexo femenino o las tareas del campo junto a su abuelo y su tío y el apego a la tierra que de ello surgió con el tiempo.

     Mención especial merece la descripción de las relaciones con su familia (sobre todo la materna) y los vecinos a los que fue conociendo con el paso del tiempo y de las diferentes viviendas donde pasó sus primeros años de existencia. Cabe reseñar sucesos como la felicidad sentida por el adolescente Saramago al concluir una tarea encomendada por su abuelo bajo una copiosa lluvia, la visión de la luna más luminosa que jamás vio una noche en que acompañaba a su tío a una feria de ganado, la contemplación de un cielo repleto de estrellas mientras su abuela reconocía ante él estar triste ante la muerte que se le avecinaba o la especial relación que tuvo con su madre, mujer trabajadora, sacrificada, maltratada y humillada.

     La muerte de su hermano Francisco, a la edad de cuatro años a causa de una bronconeumonía, es uno de los sucesos más mencionados a la largo de Las pequeñas memorias. Saramago reconoce no tener casi recuerdos de él, pues tan solo tenía dos años cuando aconteció. Conserva alguna foto suya, que aparece al final del libro, junto a otras del propio escritor, de miembros de su familia y otros conocidos y vecinos de la época. Como es obvio, la vida de una persona se compone de momentos buenos y malos, de recuerdos propios y de otros que, de tanto nombrarlos, al final nos resulta casi imposible discernir si son recuerdos de verdad o si realmente no sucedieron nunca. En cualquier caso, lo que aparece en este libro es el resultado de una vida digna de ser conocida por los amantes de la buena literatura. 

     

lunes, 16 de febrero de 2015

La gente feliz lee y toma café. Agnès Martin-Lugand. Alfaguara. 2014. Reseña





     Cuando en diciembre de 2012 la psicóloga clínica francesa Agnès Martin-Lugand autopublicó en la plataforma digital Amazon su primera novela, La gente feliz lee y toma café, nadie podía pensar el fenómeno en que se iba a convertir aquella historia de pérdida, duelo y reconstrucción personal. En pocas semanas la novela alcanzó los primeros puestos en las listas de venta de la conocida página y pronto una editorial tradicional apostó por editarla en papel en todo el país. Su éxito en Francia conllevó la traducción a varios idiomas más, entre ellos el castellano, y pronto podremos ver una adaptación a la gran pantalla gracias a una coproducción internacional.

     La novela comienza con la conmoción desatada por la muerte de Colin y Clara, esposo e hija de la protagonista del libro, Diane, copropietaria del café literario La gente feliz lee y toma café. Afincada en uno de los conocidos barrios de París, solo la mantiene a flote la ayuda de su mejor amigo, un homosexual de nombre Félix que se convierte en su ángel de la guardia. Su familia y la de su marido no entienden cómo Diane se sume en el pozo en que se mantiene ya un año después del fatal accidente que la dejó sola en la vida. Ante tal situación, sintiéndose incomprendida y agobiada por su círculo familiar, decide huir de París. El pequeño pueblo de Mulranny, en la costa oeste de la República de Irlanda, lugar al que siempre había querido ir de vacaciones su fallecido esposo, es su destino.

     Entre su equipaje, fotos familiares, la colonia de su hija y algunas prendas de su marido, además de su propia ropa y algunos libros tomados prestados de su café literario. Félix se queda al cargo del mismo, algo que ya había comenzado a hacer tras el accidente y el hundimiento de su amiga. La acomodada situación económica de Diane y la entrega de su amigo y socio le permiten esa huida de la realidad y la inhibición laboral respecto a su ocupación anterior.

     En Mulranny Diane comenzará a sentirse extraña. Es consciente de que no está en su casa, aunque tampoco en ella se había notado cómoda tras el trágico suceso que había puesto patas arriba su existencia. Sin embargo, poco a poco irá conociendo los alrededores de su cottage y a sus pocos vecinos. El más cercano, sobrino de sus caseros, la sacará muy pronto de sus casillas debido a su agrio carácter y a sus violentos gestos hacia ella. No obstante, se sentirá atraída hacia él, hasta el punto de decidir hacerle la vida imposible. Edward se convierte, así, en alguien en quien descargar su ira, su odio, sus frustraciones.

     Con el tiempo, sabremos que también Edward tiene en su haber una serie de condicionantes que le han convertido en alguien huraño, salvaje y antipático. Lo cual nos descubrirá, de forma progresiva, a un personaje nuevo que se nos hará entrañable y que querremos ir conociendo con mayor profundidad. La relación entre los vecinos cambiará desde un suceso inesperado y la novela nos conmoverá, emocionará y hará que no nos separemos de ella hasta su finalización. Las almas humanas de sus protagonistas serán diseccionadas hasta hacer encajar todas las piezas que componen el puzzle de cada uno de ellos.

     Al cerrar el libro cuesta despedirse de sus personajes. Su mensaje, directo al corazón del lector, nos hace ver la vida de manera diferente. La vida misma se nos muestra como un regalo que debemos aprovechar durante cada minuto. El viaje interior y exterior que emprende Diane para superar el peor momento de su vida nos arrastra con ella. Su historia es una lección que queremos (y debemos) aprender. Y además es un libro que se lee de forma rápida debido a su lenguaje directo, sus escasas descripciones y sus ágiles diálogos, convirtiéndolo en una montaña rusa de sensaciones y emociones de la cual no queremos bajar.

     El único "pero" que le pongo a La gente feliz lee y toma café es que en determinados momentos es un poco predecible. Lo cual se vuelve a su favor a la hora del desenlace. No, no estamos ante la típica novela romántica que acaba con la manida frase de ...y fueron felices y comieron perdices. Más bien, ante una introspección, una reflexión profunda sobre la facilidad con la que a veces buscamos un clavo que quite otro clavo. Sobre la extrema dificultad - pese a ser algo totalmente necesario - que conlleva coger el toro por los cuernos y tomar nuestras propias decisiones, analizando los pros y las contras de las situaciones.

     En definitiva, La gente feliz lee y toma café es una novela adictiva, original y ágil, de las que se leen en una sentada (o dos, dependiendo del tiempo disponible), que nos invita a reflexionar sobre nuestras propias vidas. Resulta difícil abordar su lectura sin un cigarrillo y una taza de café como compañeros - quien la haya leído ya sabe a qué me refiero - y nos deja un buen sabor de boca. Aunque también, quizás, con el mono de saber más sobre ciertos aspectos que, como en la vida misma, en ocasiones quedan sin cerrar de forma definitiva...      

        

lunes, 9 de febrero de 2015

The Imitation Game (Descifrando Enigma). Morten Tyldum. 2014





     Alan Turing fue un matemático, lógico, criptógrafo y científico de la computación inglés. Considerado uno de los padres de la ciencia de la computación y el precursor de la informática moderna fue, además, homosexual. Esta información, que a día de hoy carecería de importancia para la mayoría de gente - aunque siempre hay algún retrógrado - colocó al científico en un callejón sin salida a mediados de los años cincuenta en la Inglaterra de la posguerra. Hecho que convirtió a uno de los máximos responsables de la victoria aliada en la II Guerra Mundial en un ser socialmente visto como depravado, vicioso e indecoroso.

     Turing consiguió descifrar los códigos nazis contenidos en la máquina Enigma, con lo que contribuyó de manera casi decisiva al triunfo sobre el nazismo. Nada de ello le sirvió para ser reconocido públicamente en la Inglaterra de su tiempo. Es más, acabó cayendo en desgracia cuando, siete años después de terminar la guerra, fue acusado y condenado a castración química para atajar sus inclinaciones sexuales. Ser homosexual fue su pecado mortal. Y por ello, pagó bien caro. Su trabajo en Bletchley Park, la formalización del concepto de algoritmo, la creación de la máquina de Turing, dar el pistoletazo de salida a la inteligencia artificial y diseñar y crear una de las primeras computadoras electrónicas promagrables digitales pesaron mucho menos que el hecho de ser gay en aquella Inglaterra conservadora e intransigente.

     Hasta aquí lo que es de dominio casi público. A partir de ahora paso a analizar aquellos aspectos de la película que me parecen más llamativos. En primer lugar, debo destacar la extraordinaria interpretación de Benedict Cumberbatch en el papel de Alan Turing. Conocido por sus apariciones en la serie televisiva Sherlock y en films como El Hobbit, Star Trek, 12 años de esclavitud o War horse, entre otros, está ante el papel de su vida (hasta el momento). Un trabajo que le ha situado como uno de los grandes candidatos al Oscar. Es un personaje complicado, emocional, explosivo y solo al alcance de un actor de enorme talento. Su gran trabajo ante las cámaras permite conseguir un retrato creíble de cómo debió vivir aquellos años Turing. Nos transmite de manera realista y fiel el dolor, el sufrimiento y la obstinación del genio que fue. Cumberbatch es, sin duda, el pilar en el que sostiene la película. Como en su día el propio Turing lo fue en el proceso de descifrado de Enigma.

     La mayoría de genios de la historia de la humanidad han sufrido una tremenda soledad en sus vidas. Solo unos pocos se han salvado de este hecho. Turing no pudo. La película muestra cómo, ya de niño, hubo de hacer frente a la pérdida de su único amigo, su compañero Christopher, con quien tuvo una amistad mucho más cercana de lo habitual. Veinte años después, bautizará a su máquina descifradora de Enigma con ese mismo nombre, mostrando el anhelo y la melancolía del genio inglés. Algo que le acompañó hasta el final, según el film. 

     Su único sostén durante el complicado proceso de descifrado de Enigma fue Joan Clarke, interpretada por Keira Knightley (Anna Karenina, Piratas del Caribe, Orgullo y prejuicio o El Rey Arturo). Nominada al Oscar como mejor actriz de reparto por su papel, cumple con lo que se espera de ella en cada momento, en cada situación. Clarke se enamorará de Turing pese a vislumbrar sus inclinaciones y estará a su lado en todo momento. Su mente prodigiosa, casi a la altura de la del propio protagonista, será clave en la perseverancia de aquel.

     Matthew Goode (Belle, Watchmen, Match Point o Al sur de Granada) interpreta a Hugh Alexander, campeón de Inglaterra de ajedrez. Inteligente y guapo, es el típico gentleman inglés, seductor y conquistador. El giro que se da en la relación entre los dos principales protagonistas masculinos es otro de los fuertes de la cinta. El reflejo más patente de que la unión siempre hace la fuerza, de que remar todos en la misma dirección es la mejor opción. De que el trabajo en equipo es el más productivo. Porque en el mundo, además de ciencia, debe haber también humanidad. 

     Y, como en todas las películas debe haber un malo, en este caso aparece Charles Dance (Underworld, Scoop, Gosford Park), el superior de Turing, el comandante Alastair Denniston, quien espera el más mínimo error del jefe de los descifradores para despedirlo y despellejarlo vivo. Ante él, más que ante nadie, deberá Turing cifrar sus pensamientos, sus inclinaciones sexuales y su personalidad para defenderse ante ese poder material, perverso e inmoral dominante en su Inglaterra natal. Y también este punto queda resuelto en el film por el buen hacer de Cumberbatch.

     El director noruego Morten Tyldum (Headhunters) y el guionista novel Graham Moore, ambos también nominados a los Oscars en sus distintas parcelas, contribuyen a dar vida a Turing con sus grandes trabajos. Sobre todo a la hora de adaptar a la pantalla la biografía escrita por Andrew Hodges, pionero y líder del movimiento de liberación gay inglés en los años setenta. Hodges escribió Alan Turin: the Enigma para recuperar la figura del denostado científico. Un homenaje justo y merecido que el propio gobierno británico tardaría todavía treinta años más en realizar. Sea como sea, el film hace justicia con un personaje sin el cual el mundo en que vivimos podría ser muy diferente de lo que es. No en vano, como queda demostrado en The Imitation Game (Descifrando Enigma), el amor puede hacer perder guerras...      

    

lunes, 2 de febrero de 2015

Opiniones de un payaso. Heinrich Böll. Seix Barral. 2000. Reseña





     Heinrich Böll, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1972 por, según la Academia Sueca, contribuir a la renovación de la literatura alemana por su combinación de una amplia perspectiva sobre su tiempo y una habilidad sensible en la caracterización, fue el máximo exponente de lo que se conoció en la Alemania de su tiempo, en plena posguerra, como literatura de escombros. Böll nació en 1917, cuando la Gran Guerra giró de curso gracias a la retirada del conflicto del imperio soviético y la entrada en el mismo de los USA. Vivió las posguerras de las dos grandes conflagraciones mundiales y retrató la situación en que quedó Alemania tras el desmoronamiento del III Reich.

     En 1963 escribió Opiniones de un payaso, novela escrita en primera persona que analiza el estado de una Alemania dividida por el muro de Berlín y en plena Guerra Fría. El narrador de la historia es Hans Schnier, un payaso de solo 29 años que, pese a su edad, vive en una penumbra que se antoja definitiva. Ateo empedernido, siente que la felicidad le ha sido vetada por completo por tres hechos diferentes pero coincidentes en el tiempo que amenazan con acabar con él para siempre: su abandono por parte de Marie, su compañera sentimental desde la adolescencia, para casarse con un católico; su ruina física y económica; y las críticas de los más conocidos críticos artísticos, que le dan prácticamente por acabado.

     Schnier llega a su piso de Bonn en plena crisis personal y se refugia en su piso, desde donde analiza su delicada situación y busca posibles alternativas: pedir dinero a su familia o a alguna de sus amistades y preparar la revancha, incluso en forma de asesinato, respecto a quienes le han traicionado. Böll, católico declarado, realiza, en boca del payaso, una exacerbada crítica de la sociedad alemana de posguerra, sobre todo en el tema religioso, donde no deja títere con cabeza. Ni en el bando protestante ni en el católico. Además, el autor hace varios guiños al dialecto renano en comparación con el alemán.

     Böll y Schnier se unen en las páginas del libro para criticar la hipocresía de una Alemania que afirma arrepentirse del nazismo y de unos demócrata-cristianos que buscan la fórmula perfecta para conservar una importante parcela en el poder político del país germano. Aunque, en mi opinión, lo verdaderamente importante en la novela es la afirmación de que el mundo de la política sí se inmiscuye en la vida personal de los ciudadanos. Un payaso que solo quiere ensayar y trabajar y ser amado por su esposa - porque, pese a no estar casados, la considera como tal - habrá de rendirse a la evidencia de que todo aquello que sucede a su alrededor - política, economía y sociedad - le aboca a cambiar sus números cómicos para no ofender a nadie. Y, además, verá cómo su compañera cede a las presiones de un grupo de activistas católicos y acaba dejándolo por uno de sus más afamados miembros.

     Parte importante de esa crítica a la doctrina católica imperante es el tema de la concupiscencia carnal. Böll critica la manera en que los católicos vulgarizan el instinto sexual hasta llegar a sublimarlo, impidiendo que las personas vivan el sexo como algo normal e inherente al género humano. Se refiere a la cuestión como hacer la cosa, hasta ridiculizar la hipocresía demo-cristiana. La elección de un payaso como protagonista le da a la obra un mayor dramatismo. Porque, ¿qué puede haber peor que un payaso desencantado que ha perdido la sonrisa con que hacer feliz a la gente?

     Sin duda, el objetivo de Böll al escribir Opiniones de un payaso fue devolver al catolicismo la conciencia de su espiritualidad y de sus deberes con las personas. Y, viendo el notable éxito y las ventas del libro en la época en que fue publicado, cabe pensar que sus demandas eran compartidas por millones de alemanes que vieron en esta historia una manera perfecta de hacer reflexionar seriamente a la sociedad alemana sobre el camino a seguir en la reconstrucción nacional. Y todo ello lo consigue Böll mediante una ironía capaz de conmover y hacer carcajear a la vez.

     El ejemplo de cómo estaba la Alemania de la posguerra lo tenemos en el círculo del propio Schnier. El payaso tiene un hermano seminarista, una hermana muerta en la II Guerra Mundial, una madre rígida e inmóvil, un padre prácticamente ausente, una ex-mujer convertida al catolicismo más bárbaro y un agente artístico que parece ajeno a la realidad de su representado. Su vida, como la de Alemania en general, se caracteriza por la división, la hipocresía, el arrepentimiento, la culpa y la lucha por mantener el poder a toda costa.

     Con todo, lo que más me ha llamado la atención de esta novela es la evolución del propio protagonista. Comienza clamando venganza contra las traiciones recibidas y pensando en pedir dinero a sus conocidos para poder salir adelante. Más tarde, sintiéndose incapaz de sobrevivir y viendo que nadie está realmente dispuesto a ayudarle, llega a verse en el espejo como un futuro suicida. Y, finalmente, decide tomar las riendas de lo que le queda de su vida y hace lo único que en verdad puede y debe hacer para salir del embrollo en que está metido: tira de sus propios recursos y comienza a actuar a las puertas de la estación de tren de Bonn. Un bonito final en el que la esperanza de un futuro todavía posible hace ver algo de luz al final de un túnel realmente muy sombrío.