LIBROS

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miércoles, 30 de junio de 2021

El retrato de Dorian Gray. Oscar Wilde. Club Internacional del Libro. 1993. Reseña

 





    Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad, dijo en una ocasión Oscar Wilde. La frase, hoy conocida por todo el mundo, es una de tantas que se le atribuyen al escritor, poeta y dramaturgo nacido en Dublín (Irlanda) en 1854. En 1890, con tan solo 36 años de edad, escribió su única novela, El retrato de Dorian Gray, que en un principio fue publicada como cuento corto por una revista literaria mensual estadounidense, la Lippincott´s Monthly Magazine. Tras una revisión, modificación y ampliación, se publicó finalmente como novela de terror gótica en 1891, pasando a la historia como una de las grandes obras del referido género. Y también como una de las más importantes novelas de todos los tiempos. Además, creó una enorme controversia en la Inglaterra de la época el hecho de la gran atracción física que el protagonista inspira al creador de su retrato, el pintor Basil Hallward. ¿Homosexualidad en una novela de finales del siglo XIX? Pues es algo probable.


    La frase con la que comienza esta reseña inspiró, sin duda, la historia que comenzó como cuento y pasó a la historia como novela. Dorian Gray, al ver el retrato que le ha hecho su amigo Basil Hallward, exclama: ¡Qué triste es! Me haré viejo, feo, horrible. Pero este retrato permanecerá siempre joven. No será nunca más viejo que en este día. ¡Si sucediera al contrario! ¡Si fuera yo el que se mantuviese joven y el retrato el que envejeciera! ¡Por eso, por eso, yo daría cualquier cosa! ¡Sí, no hay nada en el mundo que no diera yo! ¡Sería capaz de dar mi alma por ello! Y, desde ese preciso instante, aunque el protagonista no se dará cuenta hasta un tiempo después, su apariencia física queda estanca y es el retrato el que comienza a envejecer. Y Dorian cambia radicalmente: del chico rico pero humilde y tímido que había sido pasa a convertirse en un ser extravagante, desvergonzado, egoísta y hedonista. Las personas ya no le importan por ellas mismas, sino por el placer que le puedan brindar.


    Para Basil Hallward, artista puro y apasionado y buena persona, el arte es lo más importante del mundo. Lord Henry Wotton, amigo en común con Dorian, es un hedonista altamente ingenioso y, por tanto, peligroso para quienes lo rodean. Es él quien corrompe el alma de un Dorian que comienza a dar demasiada importante a su belleza y busca emular a su nuevo amigo, olvidando la rectitud, los valores y la moralidad y buscando únicamente el placer cotidiano. Su frialdad --de ambos, de lord Henry Wotton y de Dorian-- irán poniendo progresivamente los pelos de punta a un lector incrédulo que no puede creer lo que ven sus ojos. Sin embargo, mientras lord Henry se toma la vida y sus propias afirmaciones a broma, Dorian cree todo lo que su amigo dice a pies juntillas. Se lo toma tan en serio que acaba por entrar en una espiral de la que no sabrá salir de ninguna manera. Es más, irá ampliando su lista de pecados, aunque siempre logrará justificarlos de las maneras más crueles e indolentes inimaginables.


    Los tres personajes masculinos de la novela están muy bien buscados y tratados. De hecho, el propio Wilde llegó a escribir una carta en la que afirmó que son, de diferentes formas, reflejos de mí mismo. Basil Hallward es lo que creo que soy; lord Henry, lo que el mundo piensa de mí; Dorian, lo que me gustaría ser en otras edades, tal vez. Si uno analiza los porqués de cada uno de ellos, puede que llegue  a la conclusión de que la afirmación es cierta. Wilde apoyó al movimiento estético que afirmaba que el arte debía ser lo más importante en la vida. Como Basil. En esta novela, escribe su autor que todo arte es más bien inútil. El arte por el arte aparece durante la novela en forma de música, literatura, teatro, ópera, joyas, bordados, tapices, vestimentas, materiales de servicio eclesiástico, decoraciones en interiores y jardines, etc. Dorian es un gran entendido en todos estos temas, a los que dedica gran parte de su tiempo y esfuerzo. Porque, cuando se involucra en algo, lo hace hasta sus últimas consecuencias.


    Y, como sucede siempre, en todas estas situaciones aparece un detonante a partir del cual ya nada vuelve a ser igual. En esta novela es la relación entre Dorian y Sibyl Vane. El joven afirma estar enamorado de la también joven actriz de teatro, a la que acude a ver actuar a diario. Bella y gran intérprete, la humilde chica cautivará sin saberlo a un Dorian que quiere abandonar todo para casarse con ella, sin importarle en absoluto que no sea de su misma clase social. Está dispuesto a desafiar a la rígida sociedad londinense con tal de salirse con la suya y contraer matrimonio con su venerada Julieta, a la cual Sibyl interpreta a menudo con grandes resultados. Sin embargo, Dorian será influido cada vez menos por Basil y cada vez más por lord Henry, quien afirma que ninguna mujer es genial. La mujer es un sexo decorativo. Las mujeres representan el triunfo de la materia sobre el cerebro, al igual que los hombres el triunfo del cerebro sobre la moral. Mal consejo para alguien que cree estar enamorado.


    Usted me ha llenado de un desenfrenado deseo de conocerlo todo en la vida, le responde Dorian. Las palabras de lord Henry acerca de Basil --los buenos artistas, como usted, existen simplemente en sus obras, de modo que, como personas, no tienen el menor interés-- terminan por convencer al joven respecto a qué amigo debe seguir más estrictamente. Así, Dorian contesta que desde que le conozco a usted, Henry, he descubierto que Basil es el mejor de los amigos, pero me parece que es un poquillo filisteo. En ese momento, el artista sabe que lord Henry es una muy mala influencia para Dorian, pero se siente impotente ante la situación. Sobre todo, porque sus consejos caen en saco roto y Dorian se ha dado a vivir la vida. Tanto que, a las primeras de cambio, Sibyl Vane cae en desgracia y es abandonada de la manera más rastrera, sin miramientos pero con crueldad, viendo roto el compromiso acordado con Dorian. Un Dorian que celebra su ruptura yéndose a disfrutar a la ópera con lord Henry. Gran gesto de total indolencia que demuestra las diferencias entre el verdadero amor y un simple encaprichamiento. 


    Usted, Henry, por su posición y fortuna; yo, por mi talento, tal y como es; y Dorian, por su belleza, tendremos que sufrir por lo que los dioses nos han concedido, sufriremos horriblemente, vaticina el artista. Y la tragedia de Sibyl Vane --antítesis de Basil Hallward, pues vive no para el arte sino para el amor-- y su familia parece confirmar los peores presagios. James Vane, hermano y fiel protector de Sibyl, le dice a su madre que juro que si ese hombre hace algún daño a mi hermana, averiguaré quién es, le perseguiré y le mataré como a un perro. A partir de este momento, la vida de Dorian cambia aparentemente a mejor, pero muy a peor en realidad. Se vuelve inmoral, pierde por completo sus valores, desaparece extrañamente en ocasiones durante días, mantiene una elevada vida social, vive permanentemente rodeado del escándalo y pasa de ser el Príncipe Encantador --como le llamaba Sibyl Vane-- a un Monstruo Encantador, llegando a cometer un horrible crimen que olvidará rápidamente.


    La frialdad y la capacidad que Dorian demuestra para seguir con su vida como si nada a pesar de cargar con varias muertes en su conciencia le extraña incluso a él mismo. Llega a disfrutar del placer que le proporciona esa doble vida. Curar el alma por medio de los sentidos, y los sentidos por medio del alma es la clave de todo, según le dijo lord Henry tiempo atrás. Siente su alma enferma, y se lanza en brazos del alcohol y el opio. Y comienza a frecuentar oscuros tugurios de barrios apartados de la moralidad. La acción se encamina a un mal final, sin duda, pero el lector desconoce cuál será ese final. Y Oscar Wilde sabe mantener el suspense y el interés por la historia y la suerte de sus protagonistas hasta la última página. Por ello, El retrato de Dorian Gray es una novela que hará las delicias de los lectores, sean o no aficionados del género de terror gótico. No en vano, se trata de uno de los clásicos inmortales del siglo XIX y de la historia de la literatura universal.                        


  

miércoles, 23 de junio de 2021

Mientras escribo. Stephen King. Plaza & Janés. 2001. Reseña




 

    En el verano de 2000 Stephen King estuvo a punto de morir a causa de un atropello mientras daba su paseo diario por los alrededores de su casa de Maine. Se hallaba a medias de la escritura de este ensayo sobre el oficio de escritor. Había escrito sobre su juventud y su temprano interés por la escritura y había dado buena cuenta de la mayoría de las herramientas que él cree básicas y necesarias para convertirse en un buen escritor. Así, a Mientras escribo le faltaba solo la parte final, que debía hablar de las distintas versiones de un libro y las engorrosas pero inevitables correcciones finales. El terrible accidente que casi le cuesta la vida le hizo añadir un nuevo capítulo, una especie de postdata, que fue titulado con un simple pero muy significativo Vivir. El libro, sin duda muy diferente a lo que él siempre había escrito y siguió escribiendo tras recuperarse de las lesiones sufridas aquel verano, constituye un clarificador, útil y revelador testimonio de cómo debe trabajar un escritor que de verdad quiere dedicarse a ese oficio.


    Mientras escribo consta de tres cortos prólogos que, de entrada, lanzan tres mensajes directos y necesarios: nunca me preguntan nada sobre el lenguaje, debemos omitir palabras innecesarias y escribir es humano y corregir divino. Es decir, que King da máxima importancia a la necesidad de poseer un buen vocabulario, ir directo al grano y corregir y depurar el texto antes de darlo por definitivamente terminado. A continuación, durante unas cien páginas, el autor nos presenta su currículum vítae, un relato sobre su niñez, adolescencia y juventud en el que nos muestra su pasión por la literatura a través de vívidos recuerdos de unos años en los que sus lecturas y escrituras --si uno no tiene tiempo para leer, no tendrá el tiempo ni las herramientas necesarias para escribir, afirma con contundencia-- lo llevaron a culminar su primera y ya exitosa novela, Carrie. Una perspectiva, pues, amena y divertida sobre la necesaria formación del escritor.


    Tebeos, cómics, cuentos. Así comenzó a leer y a escribir Stephen King. Copiaba cuentos, hasta que su madre le sugirió que escribiera uno él. Lo hizo, y le siguieron otros muchos cuentos. Y luego relatos y más relatos. Muchos de ellos fueron siendo publicados por revistas literarias de la época --de esas que ya prácticamente no existen--, hasta que se le ocurrió un tema para una novela. Parece que las buenas ideas narrativas surjan de la nada, planeando hasta aterrizar en la cabeza del escritor; de repente se juntan dos ideas que no habían tenido ningún contacto y procrean algo nuevo. El trabajo del narrador no es encontrarlas, sino reconocerlas cuando aparezcan, escribe. Piensa King que la labor del escritor es, pues, desenterrar, como si de un arqueólogo se tratara, los fósiles que con el tiempo se convertirán en historias. Del cine sacó algunas ideas para escribir algunos de sus primeros relatos. Además, escribió en periódicos y diarios. Incluso cubriendo eventos deportivos locales.


    Pero todo el mundo ha de sobrevivir. Y hacerlo de lo que uno escribe requiere, como mínimo, mucho tiempo. Así, el bueno de Stephen trabajó en una fábrica textil y en una lavandería. Lugares que, además, inspiraron también algunos de sus primeros relatos. Además, aconsejado por su madre, obtuvo el título de maestro y, cuando consiguió una plaza, se dedicó a la docencia de lengua inglesa hasta que pudo vivir únicamente de su producción narrativa. Pero, aparte de la literatura, lo que cambió su vida para siempre fue una beca de colaboración en una biblioteca universitaria. Allí conoció a Tabitha Spruce, su futura esposa y también su lectora cero y su gran sostén durante los últimos cincuenta años --porque escribir es una labor solitaria, y conviene tener a alguien que crea en ti--. El matrimonio compaginó sus respectivos trabajos, la creación de una familia (con tres hijos en total) y la escritura (también ella ha escrito varios libros, aunque no tantos como su esposo). El autor utilizaba las noches, los fines de semana y las vacaciones para dar rienda suelta a su imaginación en forma de relatos. Hasta que llegó la novela que lo cambió todo: Carrie


    No obstante, la vida del famoso escritor no debe ser calificada como sencilla. Además de los problemas económicos que debió afrontar hasta el momento de poder vivir de los beneficios de sus libros, cabe destacar otros problemas mucho más peligrosos: el alcoholismo --había firmado El resplandor sin darme cuenta de estar escribiendo sobre mí mismo-- y la drogadicción --tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito--, de los cuales salió gracias, nuevamente, a Tabby. Este capítulo del libro antecede a uno muy breve que lleva por título ¿Qué es escribir?, a lo cual responde King con una palabra, telepatía, aspecto que explica luego así: el ejercicio de comunicación mental entre el escritor y el lector tendrá que realizarse en el tiempo, además de en la distancia. Se han tocado nuestras mentes. Hemos protagonizado un acto de telepatía. Telepatía de verdad. El acto de escribir puede abordarse con nerviosismo, entusiasmo, esperanza y hasta desesperación, pero no hay que abordar la página en blanco a la ligera.


    La parte central del ensayo, que ocupa más de ciento cincuenta páginas, se compone de dos capítulos. El primero se titula Caja de herramientas, y hace referencia a todo aquello que necesita un autor a la hora de abordar su obra con las mayores garantías de éxito. Es decir, recomendaciones --¡Ojo! Estamos ante un ensayo de gran valor, pero tampoco ante la Biblia de todos los escritores, por lo que cualquiera de todas estas recomendaciones pueden ser seguidas o no--. A saber: vocabulario --de todo tipo--, lenguaje --directo e indirecto--, estilo, desechar la timidez, gramática, frases simples, evitar usar la voz pasiva, despreciar la mayoría de los adverbios --sobre todo los acabados en mente: escribir adverbios es humano, pero escribir "dijo" (en lugar de graznó, jadeó, espetó o gritó) es divino--, saber utilizar los párrafos expositivos --frase y tema en el encabezado y breve explicación en las líneas siguientes--, el ritmo y la fluidez como métodos de seducción del lector, y una advertencia: para escribir bien hay que practicar, hay que escribir mucho.          


    Escribir es el segundo de los capítulos centrales. El más largo y también el verdadero objeto y motivación del ensayo. Se trata de dieciséis apartados que hacen referencia a la necesidad de leer muchísimo, tanto mala como buena literatura --de ambas se aprende mucho, más incluso de la primera: leer es el centro creativo de la vida del escritor--, de escribir mucho --aunque buena parte de la producción acabe no viendo la luz, la práctica hace al monje--, utilizar para escribir un rincón sereno, tranquilo, modesto, pero siempre con la puerta cerrada --y con un único día de descanso semanal, pues se perdería la urgencia o inmediatez del relato--, combinar fabulación y verosimilitud, ser franco y valeroso, utilizar la intuición personal, dar mayor preferencia a la situación concreta que al esquema argumental --si se hace al revés, el resultado quedará forzado--, mantener el mayor suspense posible, visualizar las descripciones antes de llevarlas al papel --no abusar de las descripciones físicas, destacando solo lo primordial--, dar siempre prioridad a la acción, ser original --utilizando símiles y metáforas-- e intentar que el texto resultante sea fresco y sencillo.


    La importancia del diálogo en las novelas es un aspecto obvio que no elude King. La observación y la sinceridad son claves para ser un buen escritor de diálogos. Estos deben mostrar más que contar. Los personajes deben hablar con libertad y contar la verdad. Lo cual transmite una mayor proximidad a la realidad: mi trabajo es procurar que los personajes tengan un comportamiento que sea a la vez útil para la historia y verosímil a la luz de lo que sabemos de ellos. Además, el escritor debe utilizar todos los recursos disponibles: trucos, artilugios, formas tradicionales y otras más modernas, experimentar y probarlo todo. Para eso están las segundas versiones y las correcciones finales, para pulir, añadir y eliminar aquello que no resulte convincente. También para clarificar el tema y desarrollar posibles simbolismos --si estos no quedan suficientemente claros en el texto original--. Y, por supuesto, para subsanar errores de ortografía, incoherencias y lagunas argumentales. Es en este momento cuando adquiere gran importancia el lector cero o ideal. Sus opiniones subjetivas deben ser tenidas en cuenta, aunque a veces acaben en discusiones


    Como ha quedado escrito al inicio de la reseña, en el último capítulo --Postdata: Vivir--, Stephen King narra cómo fue el referido accidente, las heridas resultantes, las diversas y sucesivas operaciones que padeció y la larga rehabilitación a la que debió enfrentarse hasta recuperar su vida normal y poder volver a sentarse a escribir y terminar este ensayo. Una auténtica fe de vida y toda una declaración de intenciones que finaliza así: escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. En definitiva, Mientras escribo es un libro que todo escritor o aprendiz de escritor debería leer. No como un manual, obvio --repito: no es ni debe ser tomado como una Biblia del escritor--, pero sí como un conjunto de recomendaciones de parte de uno de los grandes novelistas de los siglos XX y XXI. Si todos estos consejos le sirven a él, ¿por qué algunos de ellos no van a servirnos también a los demás?