LIBROS

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miércoles, 23 de junio de 2021

Mientras escribo. Stephen King. Plaza & Janés. 2001. Reseña




 

    En el verano de 2000 Stephen King estuvo a punto de morir a causa de un atropello mientras daba su paseo diario por los alrededores de su casa de Maine. Se hallaba a medias de la escritura de este ensayo sobre el oficio de escritor. Había escrito sobre su juventud y su temprano interés por la escritura y había dado buena cuenta de la mayoría de las herramientas que él cree básicas y necesarias para convertirse en un buen escritor. Así, a Mientras escribo le faltaba solo la parte final, que debía hablar de las distintas versiones de un libro y las engorrosas pero inevitables correcciones finales. El terrible accidente que casi le cuesta la vida le hizo añadir un nuevo capítulo, una especie de postdata, que fue titulado con un simple pero muy significativo Vivir. El libro, sin duda muy diferente a lo que él siempre había escrito y siguió escribiendo tras recuperarse de las lesiones sufridas aquel verano, constituye un clarificador, útil y revelador testimonio de cómo debe trabajar un escritor que de verdad quiere dedicarse a ese oficio.


    Mientras escribo consta de tres cortos prólogos que, de entrada, lanzan tres mensajes directos y necesarios: nunca me preguntan nada sobre el lenguaje, debemos omitir palabras innecesarias y escribir es humano y corregir divino. Es decir, que King da máxima importancia a la necesidad de poseer un buen vocabulario, ir directo al grano y corregir y depurar el texto antes de darlo por definitivamente terminado. A continuación, durante unas cien páginas, el autor nos presenta su currículum vítae, un relato sobre su niñez, adolescencia y juventud en el que nos muestra su pasión por la literatura a través de vívidos recuerdos de unos años en los que sus lecturas y escrituras --si uno no tiene tiempo para leer, no tendrá el tiempo ni las herramientas necesarias para escribir, afirma con contundencia-- lo llevaron a culminar su primera y ya exitosa novela, Carrie. Una perspectiva, pues, amena y divertida sobre la necesaria formación del escritor.


    Tebeos, cómics, cuentos. Así comenzó a leer y a escribir Stephen King. Copiaba cuentos, hasta que su madre le sugirió que escribiera uno él. Lo hizo, y le siguieron otros muchos cuentos. Y luego relatos y más relatos. Muchos de ellos fueron siendo publicados por revistas literarias de la época --de esas que ya prácticamente no existen--, hasta que se le ocurrió un tema para una novela. Parece que las buenas ideas narrativas surjan de la nada, planeando hasta aterrizar en la cabeza del escritor; de repente se juntan dos ideas que no habían tenido ningún contacto y procrean algo nuevo. El trabajo del narrador no es encontrarlas, sino reconocerlas cuando aparezcan, escribe. Piensa King que la labor del escritor es, pues, desenterrar, como si de un arqueólogo se tratara, los fósiles que con el tiempo se convertirán en historias. Del cine sacó algunas ideas para escribir algunos de sus primeros relatos. Además, escribió en periódicos y diarios. Incluso cubriendo eventos deportivos locales.


    Pero todo el mundo ha de sobrevivir. Y hacerlo de lo que uno escribe requiere, como mínimo, mucho tiempo. Así, el bueno de Stephen trabajó en una fábrica textil y en una lavandería. Lugares que, además, inspiraron también algunos de sus primeros relatos. Además, aconsejado por su madre, obtuvo el título de maestro y, cuando consiguió una plaza, se dedicó a la docencia de lengua inglesa hasta que pudo vivir únicamente de su producción narrativa. Pero, aparte de la literatura, lo que cambió su vida para siempre fue una beca de colaboración en una biblioteca universitaria. Allí conoció a Tabitha Spruce, su futura esposa y también su lectora cero y su gran sostén durante los últimos cincuenta años --porque escribir es una labor solitaria, y conviene tener a alguien que crea en ti--. El matrimonio compaginó sus respectivos trabajos, la creación de una familia (con tres hijos en total) y la escritura (también ella ha escrito varios libros, aunque no tantos como su esposo). El autor utilizaba las noches, los fines de semana y las vacaciones para dar rienda suelta a su imaginación en forma de relatos. Hasta que llegó la novela que lo cambió todo: Carrie


    No obstante, la vida del famoso escritor no debe ser calificada como sencilla. Además de los problemas económicos que debió afrontar hasta el momento de poder vivir de los beneficios de sus libros, cabe destacar otros problemas mucho más peligrosos: el alcoholismo --había firmado El resplandor sin darme cuenta de estar escribiendo sobre mí mismo-- y la drogadicción --tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito--, de los cuales salió gracias, nuevamente, a Tabby. Este capítulo del libro antecede a uno muy breve que lleva por título ¿Qué es escribir?, a lo cual responde King con una palabra, telepatía, aspecto que explica luego así: el ejercicio de comunicación mental entre el escritor y el lector tendrá que realizarse en el tiempo, además de en la distancia. Se han tocado nuestras mentes. Hemos protagonizado un acto de telepatía. Telepatía de verdad. El acto de escribir puede abordarse con nerviosismo, entusiasmo, esperanza y hasta desesperación, pero no hay que abordar la página en blanco a la ligera.


    La parte central del ensayo, que ocupa más de ciento cincuenta páginas, se compone de dos capítulos. El primero se titula Caja de herramientas, y hace referencia a todo aquello que necesita un autor a la hora de abordar su obra con las mayores garantías de éxito. Es decir, recomendaciones --¡Ojo! Estamos ante un ensayo de gran valor, pero tampoco ante la Biblia de todos los escritores, por lo que cualquiera de todas estas recomendaciones pueden ser seguidas o no--. A saber: vocabulario --de todo tipo--, lenguaje --directo e indirecto--, estilo, desechar la timidez, gramática, frases simples, evitar usar la voz pasiva, despreciar la mayoría de los adverbios --sobre todo los acabados en mente: escribir adverbios es humano, pero escribir "dijo" (en lugar de graznó, jadeó, espetó o gritó) es divino--, saber utilizar los párrafos expositivos --frase y tema en el encabezado y breve explicación en las líneas siguientes--, el ritmo y la fluidez como métodos de seducción del lector, y una advertencia: para escribir bien hay que practicar, hay que escribir mucho.          


    Escribir es el segundo de los capítulos centrales. El más largo y también el verdadero objeto y motivación del ensayo. Se trata de dieciséis apartados que hacen referencia a la necesidad de leer muchísimo, tanto mala como buena literatura --de ambas se aprende mucho, más incluso de la primera: leer es el centro creativo de la vida del escritor--, de escribir mucho --aunque buena parte de la producción acabe no viendo la luz, la práctica hace al monje--, utilizar para escribir un rincón sereno, tranquilo, modesto, pero siempre con la puerta cerrada --y con un único día de descanso semanal, pues se perdería la urgencia o inmediatez del relato--, combinar fabulación y verosimilitud, ser franco y valeroso, utilizar la intuición personal, dar mayor preferencia a la situación concreta que al esquema argumental --si se hace al revés, el resultado quedará forzado--, mantener el mayor suspense posible, visualizar las descripciones antes de llevarlas al papel --no abusar de las descripciones físicas, destacando solo lo primordial--, dar siempre prioridad a la acción, ser original --utilizando símiles y metáforas-- e intentar que el texto resultante sea fresco y sencillo.


    La importancia del diálogo en las novelas es un aspecto obvio que no elude King. La observación y la sinceridad son claves para ser un buen escritor de diálogos. Estos deben mostrar más que contar. Los personajes deben hablar con libertad y contar la verdad. Lo cual transmite una mayor proximidad a la realidad: mi trabajo es procurar que los personajes tengan un comportamiento que sea a la vez útil para la historia y verosímil a la luz de lo que sabemos de ellos. Además, el escritor debe utilizar todos los recursos disponibles: trucos, artilugios, formas tradicionales y otras más modernas, experimentar y probarlo todo. Para eso están las segundas versiones y las correcciones finales, para pulir, añadir y eliminar aquello que no resulte convincente. También para clarificar el tema y desarrollar posibles simbolismos --si estos no quedan suficientemente claros en el texto original--. Y, por supuesto, para subsanar errores de ortografía, incoherencias y lagunas argumentales. Es en este momento cuando adquiere gran importancia el lector cero o ideal. Sus opiniones subjetivas deben ser tenidas en cuenta, aunque a veces acaben en discusiones


    Como ha quedado escrito al inicio de la reseña, en el último capítulo --Postdata: Vivir--, Stephen King narra cómo fue el referido accidente, las heridas resultantes, las diversas y sucesivas operaciones que padeció y la larga rehabilitación a la que debió enfrentarse hasta recuperar su vida normal y poder volver a sentarse a escribir y terminar este ensayo. Una auténtica fe de vida y toda una declaración de intenciones que finaliza así: escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. En definitiva, Mientras escribo es un libro que todo escritor o aprendiz de escritor debería leer. No como un manual, obvio --repito: no es ni debe ser tomado como una Biblia del escritor--, pero sí como un conjunto de recomendaciones de parte de uno de los grandes novelistas de los siglos XX y XXI. Si todos estos consejos le sirven a él, ¿por qué algunos de ellos no van a servirnos también a los demás?