LIBROS

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jueves, 28 de mayo de 2020

Madame Bovary. Gustave Flaubert. Alianza Editorial. 2012. Reseña



La cueva de los libros: Madame Bovary de Gustav Flaubert


    En 1857, previa publicación por entregas en la revista literaria La Revue de Paris durante octubre y diciembre del año anterior, vio la luz la obra más conocida del autor Gustave Flaubert (1821-1880), quien más tarde publicaría también Salambó y La educación sentimental. La novela Madame Bovary se convirtió desde muy pronto en un claro exponente de la literatura realista francesa y universal. También de un romanticismo ya algo tardío en el momento de su escritura. Crítica tanto de la burguesía como de la iglesia francesa de mediados del siglo XIX, la iglesia católica la introdujo, en 1864, en su Índice de Libros Prohibidos a causa de la promiscuidad de Emma, la protagonista de la obra. Censurada por ser considerada perniciosa para la fe católica, la novela vio crecer su popularidad muy rápidamente.  

    Madame Bovary, cuya acción se desarrolla a comienzos del siglo XIX, bebe directamente de la Revolución Francesa, de la monarquía autoritaria napoleónica, del emergente poder burgués y de la feroz pugna entre la firme doctrina católica y la cada vez más consolidada filosofía de Voltaire, cuyo adalid en las páginas que nos ocupan es el boticario, monsieur Homais, uno de los personajes principales de la trama, que odia con toda su alma a la iglesia católica, con cuyos representantes dirime grandes enfrentamientos dialécticos. Flaubert, conocedor y conocido de Víctor Hugo, George Sand, Émile Zola o Alphonse Daudet, hace gala de una gran agudeza narrativa para exponernos su punto de vista sobre la sociedad francesa de su época.

    La novela consta de tres partes, que muy bien podrían enmarcarse dentro de las tres grandes partes de la novela clásica: introducción (nueve capítulos que abarcan unas ochenta páginas), nudo (quince capítulos que ocupan unas doscientas páginas) y desenlace (once capítulos representados en ciento cuarenta páginas). En la primera parte se nos presenta a los personajes principales: el triste y de vida monótona doctor Charles Bovary, viudo de su primera esposa, y la joven Emma, hija del señor Rouault, paciente del médico, que se convertirá en un breve espacio de tiempo en la nueva Madame Bovary. La joven tiene una extraña idea del amor basada en su nula experiencia y en las mil y una lecturas románticas de su adolescencia. No obstante, se dará de bruces con la realidad de una vida inimaginada. Antes de casarse, se había creído enamorada; pero como la felicidad que debía resultar de este amor no llegó, debía de haberse equivocado, pensaba. ¿No debía un hombre sobresalir en actividades múltiples, iniciar a la mujer en la fuerza de la pasión? Este no enseñaba nada, no sabía nada, no deseaba nada. ¿Por qué me habré casado, Dios mío?

    En efecto, esa idea de vida idílica, festiva y llena de privilegios que esperaba encontrar junto a Charles está tan alejada de la realidad que, desencantada y hasta furiosa con su esposo, Emma caerá enferma de depresión. El porvenir era un corredor negro, negro, y terminaba en una puerta bien cerrada. ¿Y aquella miseria iba a durar siempre? ¿No iba a salir nunca de ella? Y Charles, sin duda un buen hombre que la quiere y la adora, decide dar un cambio de aires a sus vidas: abandonar Tostes y a sus pacientes e instalarse en Yonville, cerca de Ruan, ciudad en la que realizó sus estudios como médico. En este punto de la trama comienza la segunda parte de la novela, en la cual se nos presenta al resto de personajes que componen este enorme retrato de la sociedad francesa de principios del siglo XIX. Una sociedad en la que, como en el resto de sociedades europeas de la época, es mucho más importante simular poseer que poseer realmente.

    En Yonville, definitivamente incapaz de acomodarse a ese tipo de vida, Emma da a luz a una niña de nombre Berta --de la que no se ocupará prácticamente en ningún momento--, comienza a llenar sus vacíos a base de compras desmedidas de muebles, cortinas, collares y vestidos caros a un despreciable comerciante llamado Lheureux, y a fijarse en los hombres más atractivos y poderosos de la zona. Básicamente, dos: el joven pasante de abogacía León Dupuis, con el cual tiene muchos gustos en común --por ejemplo, la literatura-- y Rodolfo Boulanger, un donjuan que deslumbra a Emma por el lujo de su vida y su poder económico y social. Las ansias sentimentales de la esposa del nuevo médico de Yonville, que solo está en casa a las horas de comer, cenar y dormir, pues sus obligaciones le impiden una mayor presencia en el hogar conyugal, comienzan a hacerla vivir siempre en el alambre. La enfermedad doméstica la impulsaba a fantasías lujosas, el cariño matrimonial a deseos adúlteros. Hubiera querido que Charles la pegara, para poder odiarlo con más justicia, vengarse de él.

    Esta segunda parte de la novela describe las relaciones de Emma con los dos hombres reseñados. Por un lado, con León, la joven peca de una excesiva adulación personal, despreciando al joven, incapaz en esos momentos de asegurarle el lujo y la pasión que cree merecer. León, despechado y desencantado, acaba dejando Yonville para continuar sus estudios en Ruan. ¡Ah, se había marchado, el solo encanto de su vida, la única esperanza de una felicidad! ¡Por qué no le retuvo con las dos manos, con las dos rodillas, cuando quería huir! Y la presencia de la madre de Charles no la ayuda precisamente: Si tuviera que ganarse el pan, como muchas, no tendría esos vapores y esa vagancia en que vive, le dice a su hijo. Por contra, con Rodolfo ocurre todo lo contrario: extasiada por una vida más parecida a la que ella conoce por sus lecturas románticas --y recordó a las heroínas de los libros que había leído, la lección lírica de aquellas mujeres adúlteras que la seducían--, atosiga tanto a su amante que este acaba por huir de ella para dejarse caer en brazos de otras mujeres menos agobiantes. Emma, sola de nuevo tras arruinar estas dos posibles relaciones, vuelve a caer enferma. Llegó a preguntarse por qué detestaba a Charles y si no sería mejor poder amarle, pero estaba muy indecisa en su sacrificio. Y Charles deja de lado su trabajo para dedicarse en exclusiva a la salud de su esposa. Sus deudas no hacen más que crecer y la historia se encamina poco a poco hacia un final trágico.

    En la tercera parte Emma finge acudir a Ruan para tomar clases de piano --pese a las deudas, Charles accede a ello porque para él la salud de su esposa es lo más importante y a esas alturas de la historia ya no sabe qué hacer de ella-- para encontrarse de nuevo con León, quien se convierte, esta vez sí, en su segundo amante. Sin embargo, nuevamente la ansias desmedidas de la joven llevarán a la relación a un punto sin retorno. Además, sus encuentros amorosos en un hotel de lujo que, por supuesto, suele pagar ella, provocan un crecimiento ya insoportable de las deudas contraídas con el malvado Lheureux. ¿Quién tiene la culpa? Mientras yo brego como un negro, usted se lo pasa bien, ironiza el comerciante finalmente. La ruina psicológica, emocional y económica de Emma atrapa finalmente también a su marido. Y la tragedia, en forma de embargo de muebles y bienes, se instala definitivamente en sus vidas.

    Madame Bovary se convirtió en un clásico literario prácticamente desde el mismo momento de su publicación. Grandes escritores contemporáneos y actuales lo auparon desde el principio. Henry James dijo de él que es perfecta porque posee una seguridad inaccesible y excita y desafía todo juicio. Milan Kundera afirmó que no fue hasta la obra de Flaubert que el arte la novela ha sido considerado igual que el arte de la poesía. En la misma línea, Vladimir Nabokov aseguró que estilísticamente es prosa haciendo lo que se supone que hace la poesía. Y Vargas Llosa escribió que Madame Bovary fue la primera novela moderna. Además, la obra está considerada por algunos estudiosos como pionera en el ideario del feminismo: Un hombre, por lo menos, es libre. Pero una mujer, inerte y flexible al mismo tiempo, tiene en contra suya tanto las molicies de la carne como las ataduras de la ley. Su voluntad, igual que el vuelo de su sombrero sujeto por una cinta, flota a todos los vientos; siempre hay algún anhelo que arrebata y alguna convención que refrena.  
                       

        

lunes, 18 de mayo de 2020

El gaucho insufrible. Roberto Bolaño. Anagrama. 2003. Reseña





     En julio de 2003, a la edad de cincuenta años, murió el escritor chileno Roberto Bolaño. El deceso tuvo lugar en Barcelona, donde el polifacético autor de ensayos, cuentos, poesías y novelas esperaba un trasplante de hígado que no llegó a tiempo. Acababa de entregar a Jorge Herralde, editor de Anagrama, el manuscrito de su último libro de cuentos, El gaucho insufrible, que se convertiría en la primera de sus innumerables obras póstumas --hubo casi tantas publicaciones de obras suyas tras su muerte (incluidas sus famosas novelas 2666 y El Tercer Reich) que durante sus cincuenta años de vida--. Su prematura muerte no le impidió, sin embargo, pasar a la historia como uno de los autores más influyentes del panorama literario hispanoamericano del siglo XX, junto a Pablo Neruda, Julio Cortázar, con quien se le comparó en vida, y Jorge Luis Borges, de quien fue un ferviente seguidor.

     Vivió en su Chile natal, en México (donde fundó el infrarrealismo poético en 1976 al grito de déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos) y en Barcelona, Gerona y Blanes. Viajó, además, haciendo honor a lo expresado en el primer manifiesto infrarrealista, por muchos lugares del planeta, dejando reflejo de todas sus experiencias en cada uno de sus ricos y variados libros. En Literatura+enfermedad=enfermedad, una de las conferencias que aparecen en la obra reseñada, hace especial hincapié de nuevo en la idea que llevó hasta sus últimos extremos en su vida: la gran importancia de viajar. Siempre. Navegar es necesario, vivir no es necesario, que diría Mallarmé. Voy a viajar, voy a perderme en territorios desconocidos, a ver qué encuentro, a ver qué pasa, que dirían los viajantes condenados de Baudelaire. 

     En la conferencia citada, nos habla Bolaño de la enfermedad y de la paradójica libertad que puede llegar a traernos saber que estamos cerca de la muerte. Ejercer la tiranía de la enfermedad, lo llama. Fiel a su estilo irreverente, va más allá, afirmando que follar es lo único que desean los que van a morir. ¡Qué mayor liberación, verdad! Viajar, leer y follar como formas de vida. Sobre todo, ante la cercanía de la muerte. Parece, sin duda, un testamento vital a modo de despedida. Pero, obviamente, Bolaño quería salvarse. Confiaba en la llegada de ese hígado desconocido que finalmente no fue para él. Pero, por si acaso, en Los mitos de Chtulhu, la otra conferencia publicada en este libro, no deja títere con cabeza en el panorama literario del momento, incluidos los todopoderosos García Márquez y Vargas Llosa, y salvando de la quema a muy pocos, por ejemplo, a Nicanor Parra, a quien consideraría mi maestro si yo tuviera suficientes méritos como para ser su discípulo.

     Junto a las dos conferencias ya reseñadas, este libro consta de cinco cuentos de diferentes temáticas y extensiones. En Jim, el primero de ellos, se inspiró en un personaje real: el americano más triste del mundo, propietario de una pizzería cercana al Café La Habana, en la cual solía comer Bolaño cuando tenía algo de dinero, tiempo atrás. En el último, Dos cuentos católicos, se acuerda el autor del diácono del obispo de Zaragoza, San Vicente, martirizado hasta su muerte en el 304 por el gobernador de Valencia, Daciano. También de Santa Bárbara, tras cuya decapitación cayó un rayo del cielo que fulminó a sus verdugos. Si en el primer cuento católico el protagonista es un adolescente amante del cine que quiere ser cura, en el segundo lo es un asesino en serie, un desequilibrado que pide lismosnas en las iglesias y que, como el anterior, está poseído por la religión.

     El viaje de Álvaro Rousselot nos presenta a un escritor argentino cuyas obras primerizas y de escaso éxito editorial --Soledad y Vida de recién casado-- parecen haber sido plagiadas, esta vez sí con un notable triunfo, por un cineasta francés de nombre Guy Morini bajo los títulos Las voces perdidas y Contornos del día. Rousselot, que trabaja en un bufete de abogados, decide no interponer ninguna demanda por plagio al cineasta francés. Sin embargo, tras escribir otras novelas, que curiosamente tienen un gran éxito, asiste a los estrenos de las nuevas películas del plagiador, descubriendo que nada tienen que ver con sus novelas. Lo cual, lejos de aliviarlo, lo desilusiona profundamente. Así, aprovecha un viaje de promoción a Europa para pasar por París y buscar al cineasta para pedirle cuentas y preguntarle de dónde había sacado aquellas novelas tan poco aclamadas.

     El policía de las ratas es un cuento detectivesco en el que Pepe el Tira, sobrino de Josefina la Cantora, personaje que nos descubrió Kafka en uno de sus relatos --Josefina la Cantora o el pueblo de los ratones--, nos informa sobre la política siniestra de las alcantarillas. El protagonista de este thriller metafórico protagonizado por ratas, que rinde homenaje al autor checo en particular y al género negro en general, busca a un asesino en serie, un auténtico psicópata, que llena de víctimas las alcantarillas de la ciudad. Busca la verdad para que se pueda hacer justicia. Y hace de la investigación todo un arte a base de esmerarse para descubrir a un asesino al que nadie parece querer dedicar tantos esfuerzos como él. Ni siquiera el comisario. Quiso saber si había comentado mis sospechas con alguien más. Me advirtió que no lo hiciera. Deje de fantasear, y dedíquese a cumplir con su trabajo.

     El gaucho insufrible es el cuento más largo y sirve para dar título a la colección que compone el libro. En un claro homenaje a Borges, Cortázar y otros ilustres autores sudamericanos de la época, Bolaño aprovecha el corralito argentino para criticar la sociedad de la época y narrarnos la historia de Manuel Pereda, un juez y abogado de Buenos Aires que decide abandonar el mundanal ruido para instalarse en su casita de campo, de nombre Álamo Negro, en Capitán Jourdan. A lomos de un caballo al que da el nombre de José Bianco, en recuerdo al escritor argentino al que tanto admiró también Borges, recorre la Pampa durante tres intensos años, mientras se dispone a olvidar su vida anterior. Viudo, padre de un hijo (el Bebe) y una hija (la Cuca) que viven en Europa, y asqueado por la podrida política y la injusta justicia, trata de vivir con la máxima dignidad los años que le puedan quedar de vida. 

     La policía es el orden, mientras que los jueces somos la justicia, les dice Pereda a los gauchos a los que paga para que trabajen para él en sus terrenos. Pese a ello, si Pepe el Tira, el protagonista de El policía de las ratas, es un entusiasta de la verdad y se esfuerza sobremanera con tal de alcanzarla, Pereda está ya de vuelta de todo. Precisamente, por eso vuelve a un lugar al que su padre, de pequeño, aseguró que jamás volvería. Comienza desde cero, arreglando el techo de la casa, que está medio derruido a su llegada después de tantísimos años de abandono. Las críticas de la primera parte al Buenos Aires capitalino se trasladan en la segunda a la Pampa, un territorio semi olvidado y abandonado. Aún así, cual Quijote, Pereda piensa --más bien, se auto convence de ello-- que es un lugar como otro para volver a empezar una nueva vida. 

     Viajar, leer (y escribir) y follar. Así nos cuenta Bolaño que fue la mayor parte de su corta pero intensa vida. Cincuenta años son muy pocos, pero le bastaron para disfrutarla. Y también para entrar, por derecho propio, en la historia de la literatura hispanoamericana contemporánea. Buenos Aires es tierra de ladrones y compadritos, un lugar similar al infierno, donde lo único que valía la pena eran las mujeres y a veces, pero muy raras veces, los escritores. La Pampa, en cambio, era lo eterno. Un camposanto sin límites es lo más parecido que uno puede hallar. Un camposanto copia fiel de la eternidad. Pues bien, Bolaño alcanzó la eternidad. Mucho antes de lo que él mismo habría deseado, sin duda, pero la alcanzó.                                                


miércoles, 13 de mayo de 2020

Almacén de antigüedades. Charles Dickens. Club Internacional del Libro. 1993. Reseña




   


     Tal y como había hecho un año antes con Barnaby Rudge. Relato de los disturbios del año ochenta, entre finales de 1840 y comienzos de 1841 el semanario Master Humphrey´s Clock publicó Almacén de antigüedades, de Charles Dickens (1812-1870). Como es habitual, al terminar las entregas, la obra entera fue publicada en un solo volumen. El novelista inglés más conocido de la época victoriana ya había escrito anteriormente Aventuras de Pickwick y Oliver Twist, dos novelas de juventud que sorprendieron a propios y extraños en los años finales de la década de 1830. ¿Cómo un joven sin apenas formación podía haber escrito antes de cumplir los treinta años de edad dos novelas tan formidables? La única respuesta válida para responder a esta pregunta es simplemente una palabra: Dickens fue un gran autodidacta.

     Almacén de antigüedades es una narración repleta de crítica social basada en la muerte de su cuñada, Mary Hogarth, a quien el autor adoraba, a la corta edad de diecisiete años. En la novela asistimos a la caída económica y física de la pequeña Nelly y de su abuelo, propietario de un almacén de antigüedades que conoció tiempos mucho mejores. Nelly es lo único que el anciano tiene en este mundo, y su única obsesión es dejarle a su nieta una herencia bien jugosa. Consciente de que a través de su negocio no va a conseguir su único propósito vital, solo se le ocurre ir a jugarse sus cada vez más exiguas monedas a las cartas. Pese a que siempre pierde, vuelve una y otra noche a las mesas de juego. Hasta que pierde hasta su almacén y su contigua vivienda. Así, humillados y avergonzados, nieta y abuelo huyen de Londres e inician un duro vagabundeo por la campiña inglesa.

     Con el peculiar estilo dickensiano, mezcla de sátira, aventura, ironía, crítica y comicidad, se nos desgranan los hechos constituyentes de la vida de cada uno de los personajes de la trama. Aunque Nelly y su abuelo son los protagonistas principales --y se nos cuentan con todo lujo de detalles y descripciones sus mil y una peripecias por la campiña inglesa a lo largo de sus semanas de huida de la capital--, el lector siente la creciente necesidad de saber qué va a ser de Kit, el amigo íntimamente enamorado de la pequeña y servidor de su abuelo, un joven trabajador y honrado que se gana la vida como buenamente puede pero siempre de forma honrada y legal; o el malvado Daniel Quilp, un enano y deforme prestamista que no conoce los escrúpulos ni con su propia esposa y que no duda en utilizar lo que tenga a mano en cada momento para salirse siempre con la suya al precio que sea.

     Dick Swiveller es quizás el personaje más cambiante a lo largo de la novela. Al principio colabora con Quilp para tratar de averiguar el paradero de Nelly y de su abuelo. Quilp le convence de que el viejo es rico y le promete hacer lo imposible para casarlo con la pequeña en caso de encontrarla al fin. El joven se involucra de inmediato, pensando que de esa manera obtendrá un fácil botín. El devenir de los hechos, a partir de ahí, harán que Swiveller vaya evolucionando hasta posiciones mucho más moralizantes. Se enamorará de la Marquesa, otra casi niña que sirve en la casa en la que Quilp le ha colocado como escribiente. Los procuradores, los hermanos Brass, son otros personajes siniestros que intentan sacar ventaja de las situaciones que se les van presentando en su día a día. Pero hay protagonistas bondadosos también.

     El mayor de todos, sin duda, el maestro de escuela. No solo aloja a Nelly y a su abuelo en un primer momento en su propia casa, sino que finalmente les consigue un hogar para ellos solos en Shropshire, el pueblo al que llegan ambos ya con su salud muy deteriorada tras varias semanas de peregrinación y miseria. Además, el maestro logra emplear a la pequeña en la iglesia y en el cementerio del pueblo. Un trabajo no demasiado arduo ni tampoco muy bien pagado, aunque suficiente para que nieta y abuelo puedan dejar de deambular por los campos y tengan siempre un cobijo y algo que echarse a la boca cada día. Pese a su timidez, Nelly se ganará muy pronto a la gente del pueblo gracias a su buen hacer en sus tareas y a sus atenciones hacia cada uno de los ciudadanos. Abuelo y nieta, por fin, se sienten como en casa y se juran que jamás abandonarán Shropshire. 

     El final de la novela --el cual no desvelaré, obviamente-- resultó polémico en su época. A algunos, su alta carga dramática y sentimental los maravilló, cautivó y emocionó --se dice que el líder irlandés Daniel O´Connell, conocido como El libertador, tiró el libro por la ventana nada más terminar de leerlo--; a otros, los no tan románticos, les resultó empalagoso --ojo: no, el final no es lo que aquí parece--. Así, Oscar Wilde afirmó haberse muerto de la risa durante la lectura de las últimas páginas de la novela. Además, como curiosidad, parece real que antes de la última entrega en los EE. UU., los fans de la novela gritaban a los barcos ingleses que encontraban para preguntar por el puerto si la pequeña Nelly seguía con vida todavía. Algo que habla muy bien de la trama, que mantuvo en vilo a mucha gente durante meses a la otra orilla del Atlántico.

     Uno de los fuertes de Dickens fueron siempre las descripciones. Cada personaje es retratado como si de una pintura se tratara. Tanto física como psicológicamente. Lo cual hace que el lector sienta lástima o pena por algunos de ellos y aversión y asco por otros. La evolución de algunos de ellos a lo largo de la obra --hemos citado el caso de Swiveller en esta reseña-- es otro de los aspectos a destacar en la literatura dickensiana. Lo mismo que hemos citado respecto a los personajes ocurre con los ambientes, paisajes y lugares. Así, la misma ciudad de Londres se convierte en una de las grandes protagonistas de sus novelas. Sus calles, sus suelos, sus edificios, tiendas y casas se levantan de las páginas de tal manera que nos parece estar paseando por ese Londres decimonónico victoriano. Y qué decir del salvaje campo, repleto de payasos, saltimbanquis, viajeros, mentirosos y ladronzuelos.

     Aunque a lo largo de la novela hay diversos pasajes dignos de reseñar, me voy a detener, para acabar, en tres de ellos: 

- Sobre Quilp, su esposa y las costumbres de la época: es natural que, estando reunidas tantas señoras, la conversación recayera sobre la propensión del sexo fuerte a dominar y tiranizar al débil, y acerca del deber que tenía éste de resistir y volver por sus derechos y dignidad. Era natural por cuatro razones: primera, porque siendo joven la señora Quilp y sufriendo las brutalidades de su marido, era de esperar que se rebelara; segunda, porque era conocida la inclinación de su madre a resistir la autoridad masculina; tercera, porque cada una de las concurrentes creía manifestar así la superioridad de su sexo, y de ella misma entre las demás; y cuarta, porque, estando acostumbradas las allí reunidas a criticarse unas a otras, una vez reunidas en íntima amistad no podían hallar asunto mejor que atacar al enemigo común. 

- Sobre Nelly y su relación con el abuelo y con el maestro: la bondadosa franqueza del buen maestro, su afectuosa seriedad y la sinceridad que había en sus palabras, inspiraron confianza a la niña, que le contó toda su historia, toda su vida. No tenían parientes ni amigos, ella había huido con su abuelo para librarle de una casa de locos y de todas las desgracias que tanto temía, aún entonces huía otra vez para librarle de sí mismo, buscando un asilo en algún lugar remoto y primitivo, donde no pudiera caer otra vez en aquella tentación (el juego) tan temida. 

- Sobre Nelly, su trabajo en el cementerio y el recuerdo de los muertos --de nuevo, en conversación con el maestro--: pero, ¿tú crees que una tumba abandonada, que una planta seca o una flor mustia indican descuido y olvido? ¿Crees que no hay acciones, hechos, que recuerdan mejor a los muertos queridos que todo esto que nos rodea? Hay mucha gente en el mundo que ahora mismo está trabajando pero cuyo pensamiento está al lado de esas tumbas, por muy olvidadas que parezcan estar... No hay nada bueno que desaparezca; todo el bien permanece; no se olvida del todo. Un muerto querido permanece siempre en la mente y en el corazón de los que le amaron en vida. No se suma un ángel más a las huestes celestiales sin que su memoria viva en los que le amaron eternamente. 
                

         

viernes, 1 de mayo de 2020

El club de lectura de David Bowie. John O´Connell. Blackie Books. 2019. Reseña





     La editorial barcelonesa Blackie Books publicó el pasado mes de noviembre la obra del periodista británico John O´Connell en la que nos invita a la lectura a través de los cien libros que cambiaron la vida del mito del rock David Bowie. En realidad, no solo se nos habla de esos cien libros sino que a la hora de exponer cada uno de ellos nos recomienda otro u otros, por lo que la lista total de obras de referencia se alarga hasta más de doscientos títulos. Para leer unos cuantos años, en algunos casos. O toda una vida, en otros. El caso es que la lista de los libros que componen este particular club de lectura fue elaborada por el propio Bowie unos pocos años antes de fallecer el 10 de enero de 2016. Todo un legado literario para ser consultado por fans y por no fans.

     Porque ese es uno de los fuertes del libro. Se puede llegar a él por ser fan o seguidor de Bowie y también por ser amante de los libros. O por ambos motivos. Eso sí, se requiere un toque de curiosidad y otro de apertura mental. Y es que las lecturas de este camaleónico músico fueron de muy amplia variedad temática. Novelas de todo tipo, poesía, teatro, filosofía, ensayos esotéricos, manuales sobre música, arte, historia, cultura y marketing y propaganda, cómics y novelas gráficas, fascículos de todo tipo, libros de magia, de entrevistas, de viajes, de religión o gnosticismo, de psicología, de sexo, de humor, biografías, etc. Como puede uno observar, el Duque Blanco engullía libros sin parar. Y este libro recoge, además, multitud de anécdotas que harán las delicias de sus seguidores.

     Por ejemplo, esta que recogía el Sunday Times en el año 1975: como odia volar, suele viajar por los EE. UU. en tren, acompañado de una biblioteca móvil transportada en unos baúles especiales que, al abrirse, revelan sus libros, perfectamente colocados en baldas. Se dice que esta biblioteca portátil almacenaba hasta mil quinientos títulos. Solo un lector voraz y obsesivo --y algo friki, todo hay que reconocerlo-- sería capaz de viajar así hace casi medio siglo --sin duda, los actuales ebooks habrían hecho las delicias del artista--. En efecto, Bowie leía con un fervor casi maníaco. Y hacía gala de ello en cada entrevista y en cada una de las máscaras que llevaba cuando presentaba en público cada una de sus obras. Un autodidacta que en la escuela solo aprobaba la asignatura de Arte.  

     Conocer los libros que fueron formando y transformando la mentalidad y la personalidad del rockero a través de los años resulta muy interesante tanto para los fans como para los no fans y simples lectores. Saber --unas veces exacta, otras aproximadamente--en qué momento leyó Bowie cada libro, nos acerca más si cabe al Bowie músico y al Bowie persona. Cada una de las obras expuestas nos lleva a otra u otras, de los mismos autores (o de otros) y de las mismas temáticas, y también a diversas canciones o discos enteros del artista. No en vano, como escribe John O´Connell, leer es escapar: a otras personas, otras perspectivas, otras conciencias. Leer hace que salgas de ti mismo para que regreses, enriqueciéndote infinitamente durante la experiencia. Y eso lo hizo Bowie.

     David Jones, ese era su nombre real, dudó, investigó, buscó, interpretó y puso en práctica todos los conocimientos adquiridos a través de cada uno de los libros que fue leyendo a lo largo de su vida. Su carácter autodidacta, su atrevimiento y su extravagante sentido del espectáculo lo llevaron a innovar en cada uno de sus trabajos --unas veces con más éxito y fortuna que otras, pero siempre con originalidad y mostrándose auténtico incluso desde sus poses impostadas copiadas de autores de cómics, distopías o libros de ocultismo o de marcianos y de ciencia ficción--. Así creó, por ejemplo, los inolvidables personajes Ziggy Stardust y Starman. En definitiva, Bowie utilizó siempre los libros como herramientas para viajar por la vida de la manera más enriquecedora posible.

     Pero vayamos con la lista de este particular club de lectura. Como curiosidad, solo aparecen dos autores por partida doble: George Orwell --1984 y En el vientre de la ballena-- y Anthony Burgess --La naranja mecánica y Poderes terrenales--. El resto de obras son de distintos autores y temáticas, lo que demuestra su gran riqueza y variedad. Desde El extranjero, de Camus, hasta El gatopardo, de di Lampedusa, desde Berlin Alexanderplatz, de Döblin, hasta Lolita, de Nabokov, desde La conjura de los necios, de Kennedy Toole, hasta Madame Bovary, de Flaubert, las novelas componen, como cabía esperar, el grupo más rico y amplio de la lista. Otras obras de este grupo que aparecen son El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, El amante de lady Chatterley, de Lawrence, o A sangre fría, de Capote. 

     Entre los libros de poesía destacan la Ilíada de Homero, el Infierno de Dante, La tierra baldía, de Eliot y los Poemas selectos, de O´Hara. Sobre música deben ser citados títulos como Una historia de la música pop, de Nik Cohn, Oooh, My Soul: la explosiva historia de Little Richard, de Charles White --libro de cabecera de Bowie, pues este músico fue siempre su favorito, el que le hizo dedicarse a la música-- e Historia del rock: el sonido de la ciudad, de Charlie Gillett. Sobre historia, el Duque Blanco leyó con pasión La revolución rusa. La tragedia de un pueblo (1891-1924), de Orlando Figes, La otra historia de los EE. UU., de Howard Zinn, y Antes del diluvio: una semblanza del Berlín de los años veinte, de Otto Friedrich --otro libro de cabecera del rockero, que vivió en la ciudad durante unos años, allá por finales de los setenta--.

     El arte y la cultura jugaron un papel importante en la vida de Bowie, destacando las obras Diccionario de temas y símbolos artísticos, de James Hall, Más allá de la caja Brillo: las artes visuales desde la perspectiva poshistórica, de Arthur Danto, y En el castillo de Barba Azul: aproximación a un nuevo concepto de cultura, de George Steiner. Además, aparecen en la lista títulos sueltos de otros temas mucho más variopintos, como Dogma y ritual de la Alta Magia, de Eliphas Levi, La brutalidad de los hechos: entrevistas con Francis Bacon, de David Sylvester, El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral, de Julian Jaynes, El cero y el infinito, de Arthur Koestler, o Sexual personae: arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson, de Camille Paglia.

     La creatividad despierta a la creatividad. Y muchos de los libros, poesías, relatos y novelas que leyó el rockero londinense originaron muchas de sus canciones y algunos de sus discos. El club de lectura de David Bowie. Una invitación a la lectura a través de los 100 libros que cambiaron la vida del mito, de John O´Connell, no solo nos acerca a la figura del rockero sino que nos presenta una gran cantidad de libros, muchos de ellos absolutos desconocidos para el gran público. Puede usarse como una guía de lectura o como manual previo de acercamiento a los diferentes temas que aparecen reflejados en sus páginas. En cualquier caso, todos podemos y debemos continuar leyendo. Por libros y sugerencias no será...