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lunes, 18 de mayo de 2020

El gaucho insufrible. Roberto Bolaño. Anagrama. 2003. Reseña





     En julio de 2003, a la edad de cincuenta años, murió el escritor chileno Roberto Bolaño. El deceso tuvo lugar en Barcelona, donde el polifacético autor de ensayos, cuentos, poesías y novelas esperaba un trasplante de hígado que no llegó a tiempo. Acababa de entregar a Jorge Herralde, editor de Anagrama, el manuscrito de su último libro de cuentos, El gaucho insufrible, que se convertiría en la primera de sus innumerables obras póstumas --hubo casi tantas publicaciones de obras suyas tras su muerte (incluidas sus famosas novelas 2666 y El Tercer Reich) que durante sus cincuenta años de vida--. Su prematura muerte no le impidió, sin embargo, pasar a la historia como uno de los autores más influyentes del panorama literario hispanoamericano del siglo XX, junto a Pablo Neruda, Julio Cortázar, con quien se le comparó en vida, y Jorge Luis Borges, de quien fue un ferviente seguidor.

     Vivió en su Chile natal, en México (donde fundó el infrarrealismo poético en 1976 al grito de déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos) y en Barcelona, Gerona y Blanes. Viajó, además, haciendo honor a lo expresado en el primer manifiesto infrarrealista, por muchos lugares del planeta, dejando reflejo de todas sus experiencias en cada uno de sus ricos y variados libros. En Literatura+enfermedad=enfermedad, una de las conferencias que aparecen en la obra reseñada, hace especial hincapié de nuevo en la idea que llevó hasta sus últimos extremos en su vida: la gran importancia de viajar. Siempre. Navegar es necesario, vivir no es necesario, que diría Mallarmé. Voy a viajar, voy a perderme en territorios desconocidos, a ver qué encuentro, a ver qué pasa, que dirían los viajantes condenados de Baudelaire. 

     En la conferencia citada, nos habla Bolaño de la enfermedad y de la paradójica libertad que puede llegar a traernos saber que estamos cerca de la muerte. Ejercer la tiranía de la enfermedad, lo llama. Fiel a su estilo irreverente, va más allá, afirmando que follar es lo único que desean los que van a morir. ¡Qué mayor liberación, verdad! Viajar, leer y follar como formas de vida. Sobre todo, ante la cercanía de la muerte. Parece, sin duda, un testamento vital a modo de despedida. Pero, obviamente, Bolaño quería salvarse. Confiaba en la llegada de ese hígado desconocido que finalmente no fue para él. Pero, por si acaso, en Los mitos de Chtulhu, la otra conferencia publicada en este libro, no deja títere con cabeza en el panorama literario del momento, incluidos los todopoderosos García Márquez y Vargas Llosa, y salvando de la quema a muy pocos, por ejemplo, a Nicanor Parra, a quien consideraría mi maestro si yo tuviera suficientes méritos como para ser su discípulo.

     Junto a las dos conferencias ya reseñadas, este libro consta de cinco cuentos de diferentes temáticas y extensiones. En Jim, el primero de ellos, se inspiró en un personaje real: el americano más triste del mundo, propietario de una pizzería cercana al Café La Habana, en la cual solía comer Bolaño cuando tenía algo de dinero, tiempo atrás. En el último, Dos cuentos católicos, se acuerda el autor del diácono del obispo de Zaragoza, San Vicente, martirizado hasta su muerte en el 304 por el gobernador de Valencia, Daciano. También de Santa Bárbara, tras cuya decapitación cayó un rayo del cielo que fulminó a sus verdugos. Si en el primer cuento católico el protagonista es un adolescente amante del cine que quiere ser cura, en el segundo lo es un asesino en serie, un desequilibrado que pide lismosnas en las iglesias y que, como el anterior, está poseído por la religión.

     El viaje de Álvaro Rousselot nos presenta a un escritor argentino cuyas obras primerizas y de escaso éxito editorial --Soledad y Vida de recién casado-- parecen haber sido plagiadas, esta vez sí con un notable triunfo, por un cineasta francés de nombre Guy Morini bajo los títulos Las voces perdidas y Contornos del día. Rousselot, que trabaja en un bufete de abogados, decide no interponer ninguna demanda por plagio al cineasta francés. Sin embargo, tras escribir otras novelas, que curiosamente tienen un gran éxito, asiste a los estrenos de las nuevas películas del plagiador, descubriendo que nada tienen que ver con sus novelas. Lo cual, lejos de aliviarlo, lo desilusiona profundamente. Así, aprovecha un viaje de promoción a Europa para pasar por París y buscar al cineasta para pedirle cuentas y preguntarle de dónde había sacado aquellas novelas tan poco aclamadas.

     El policía de las ratas es un cuento detectivesco en el que Pepe el Tira, sobrino de Josefina la Cantora, personaje que nos descubrió Kafka en uno de sus relatos --Josefina la Cantora o el pueblo de los ratones--, nos informa sobre la política siniestra de las alcantarillas. El protagonista de este thriller metafórico protagonizado por ratas, que rinde homenaje al autor checo en particular y al género negro en general, busca a un asesino en serie, un auténtico psicópata, que llena de víctimas las alcantarillas de la ciudad. Busca la verdad para que se pueda hacer justicia. Y hace de la investigación todo un arte a base de esmerarse para descubrir a un asesino al que nadie parece querer dedicar tantos esfuerzos como él. Ni siquiera el comisario. Quiso saber si había comentado mis sospechas con alguien más. Me advirtió que no lo hiciera. Deje de fantasear, y dedíquese a cumplir con su trabajo.

     El gaucho insufrible es el cuento más largo y sirve para dar título a la colección que compone el libro. En un claro homenaje a Borges, Cortázar y otros ilustres autores sudamericanos de la época, Bolaño aprovecha el corralito argentino para criticar la sociedad de la época y narrarnos la historia de Manuel Pereda, un juez y abogado de Buenos Aires que decide abandonar el mundanal ruido para instalarse en su casita de campo, de nombre Álamo Negro, en Capitán Jourdan. A lomos de un caballo al que da el nombre de José Bianco, en recuerdo al escritor argentino al que tanto admiró también Borges, recorre la Pampa durante tres intensos años, mientras se dispone a olvidar su vida anterior. Viudo, padre de un hijo (el Bebe) y una hija (la Cuca) que viven en Europa, y asqueado por la podrida política y la injusta justicia, trata de vivir con la máxima dignidad los años que le puedan quedar de vida. 

     La policía es el orden, mientras que los jueces somos la justicia, les dice Pereda a los gauchos a los que paga para que trabajen para él en sus terrenos. Pese a ello, si Pepe el Tira, el protagonista de El policía de las ratas, es un entusiasta de la verdad y se esfuerza sobremanera con tal de alcanzarla, Pereda está ya de vuelta de todo. Precisamente, por eso vuelve a un lugar al que su padre, de pequeño, aseguró que jamás volvería. Comienza desde cero, arreglando el techo de la casa, que está medio derruido a su llegada después de tantísimos años de abandono. Las críticas de la primera parte al Buenos Aires capitalino se trasladan en la segunda a la Pampa, un territorio semi olvidado y abandonado. Aún así, cual Quijote, Pereda piensa --más bien, se auto convence de ello-- que es un lugar como otro para volver a empezar una nueva vida. 

     Viajar, leer (y escribir) y follar. Así nos cuenta Bolaño que fue la mayor parte de su corta pero intensa vida. Cincuenta años son muy pocos, pero le bastaron para disfrutarla. Y también para entrar, por derecho propio, en la historia de la literatura hispanoamericana contemporánea. Buenos Aires es tierra de ladrones y compadritos, un lugar similar al infierno, donde lo único que valía la pena eran las mujeres y a veces, pero muy raras veces, los escritores. La Pampa, en cambio, era lo eterno. Un camposanto sin límites es lo más parecido que uno puede hallar. Un camposanto copia fiel de la eternidad. Pues bien, Bolaño alcanzó la eternidad. Mucho antes de lo que él mismo habría deseado, sin duda, pero la alcanzó.