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jueves, 13 de octubre de 2016

El vizconde demediado. Italo Calvino. Siruela. 2011







     Italo Calvino, que pasa por ser uno de los más grandes escritores del siglo XX, vivió 62 años, en los cuales escribió más de cincuenta obras entre novelas, cuentos y ensayos. Conocido sobre todo por El barón rampante, Las ciudades invisibles o El caballero inexistente, El vizconde demediado supuso su incursión en el género fantástico. El escritor italo-cubano, atraído desde siempre por la literatura popular, especialmente las fábulas, decidió, en 1952, dar definitivamente rienda suelta a su imaginación y dejar atrás su obra anterior, donde trató de contar sus experiencias como partisano durante la Segunda Guerra Mundial. 

     Una vez abandonado el neorrealismo --más que una escuela, una manera de sentir común en la juventud de la posguerra--, consiguió escribir las obras que lo harían realmente inmortal. La que nos ocupa es una fábula fantástica en la que, tras una primera lectura superficial agradable --para él, la diversión debe ser siempre la primera función social de la literatura--, encontramos otra más alegórica y simbólica cargada de significados históricos, políticos, públicos y privados --el demediamiento cumple aquí un claro papel de división entre bloques políticos, entre la ética y la ideología, entre la ilusión y la realidad-- que invitan a la moderación y al equilibrio, pues nadie es poseedor de la verdad absoluta.

     Las influencias iniciales de Cesare Pavese dejaron paso a una literatura más al estilo de Robert Louis Stevenson, de simetrías y contrastes (como en Doctor Jekyll y Mister Hyde). De nuevo, el demediado divide el bien y el mal, lo bueno y lo malo. Y el hombre contemporáneo se nos presenta como un ser incompleto, incluso alienado y desarraigado (como en El extranjero, de Albert Camus). A ritmo de cuento y aventura, el sobrino del vizconde Medardo de Terralba narra, en tercera persona omnisciente, la historia de su tío, partido en dos por un cañonazo turco en Bohemia en el transcurso de las famosas guerras contra los infieles. 

     Pese a que la acción no se data con exactitud durante la narración, las continuas referencias al capitán Cook y a los descendientes de los hugonotes franceses asentados en Italia nos indican que nos encontramos en algún momento del siglo XVIII. La historia se cuenta a partir de diez capítulos cortos que componen las escasas noventa páginas de la obra. Obviamente, se lee del tirón. No en vano, está escrita en un lenguaje entendible hasta por los lectores más distraídos y la intriga por conocer su desenlace hace el resto. Además, el ritmo, algo más lento al comienzo, se acelera a partir de la mitad de la obra, lo que le otorga una mayor agilidad.

     La parte mala del vizconde regresa a su castillo y comienza a sembrar el pánico entre sus allegados. Así, parte por la mitad las peras, regala setas envenenadas --también partidas por la mitad-- a los niños, condena a la horca a sus discípulos sin demasiadas razones legales, sierra puentes para provocar trágicos accidentes y hasta envía, sin motivos, a su mejor sirvienta, Sebastiana, a Pratofungo, lugar adonde se retiran los leprosos, comandados por el siniestro Galateo. Todo esto sin olvidar los incendios provocados en las casas y demás posesiones de unos campesinos cada vez más descontentos con sus excesos y sus recurrentes ataques a la comunidad de hugonotes asentada en sus territorios.

     ¿Y el resto de personajes? Pues de lo más variopintos. Aiolfo, el padre del vizconde, vive en una pajarera con sus adorados pájaros; el doctor Trelawney, otrora médico en las expediciones del capitán Cook, persigue fuegos fatuos a la vez que parece perder progresivamente su interés por la medicina; Pietrochiodo, el carpintero del vizconde, disfruta cada vez más construyendo las máquinas malignas demandadas por su jefe en su búsqueda de provocar mayores daños a sus discípulos en los interrogatorios y ejecuciones; Esaú, joven hugonote amigo del narrador, contradice a sus padres y roba todo lo que puede; y Ezequiel, el líder hugonote, se pasa de bueno ante las acciones que a otros les provocarían ira y violencia.

     Mención aparte merecen la joven campesina Pamela y sus padres. Ante la insistencia por parte del vizconde por casarse con ella, hija y padres adoptarán posiciones antagónicas, poniendo de manifiesto una vez más los contrastes buscados por Calvino en esta obra. Pero todo, absolutamente todo, saltará por los aires al conocerse la realidad de la historia: la otra parte del vizconde, que se creía perdida en algún lugar de Bohemia y finalmente resultará ser la buena, fue rescatada por unos eremitas y regresa también a su castillo unos meses después. Bondadosa, esta otra parte del vizconde se compadece de su contraria y trata de dar ejemplos moralizantes a sus discípulos. Pero su llegada, tras la inmensa alegría inicial, acabará desatando una cruel paradoja: ambas mitades --la guerrera y la bondadosa-- se muestran igual de insoportables.

     Y es que, si bien nos provoca rechazo y odio un ser cruel e inhumano, mayor desesperación puede llegar a provocarnos alguien que se excede en su honradez y en su bondad. Porque, como ya ha sido dicho más arriba, la moderación, el equilibrio y el punto medio de las cosas acostumbran a ser los mejores aliados en la búsqueda sino de la verdad absoluta al menos sí de algo que se le acerque lo máximo posible. Esta podría ser precisamente la conclusión de esta fábula. O no...