El pasado 27 de septiembre, casi coincidiendo con 67º cumpleaños, Random House Mondadori publicó Born to run, las memorias del músico estadounidense Bruce Springsteen. Ya de entrada, el título es altamente significativo. El tema, que dio nombre al tercer disco del Boss, que vio la luz en 1975, habla no solo de cómo era la vida en Freehold, Nueva Jersey, en un momento dominado por la pobreza, la industrialización de la zona --que dejó altas cifras de desempleo y miseria en toda la región-- o las crecientes tensiones raciales, sino también de cómo influyó todo ello en un joven que trataba de adentrarse en el complicado escenario musical de la época, así como del hondo sentimiento de hermandad que surgió entre el grupo de compañeros que dieron inicio a una de las aventuras musicales más extraordinarias del siglo XX.
Porque comprender a Bruce es imposible sin conocer a la E Street Band, la más grande banda de acompañamiento jamás formada en el universo rock. Y la figura que mejor ejemplifica el significado de la sólida máquina en que se convirtió es Clarence Clemons, Big Man, el saxofonista de color que aparece en la portada del disco del 75. Amistad, compañerismo, mezcla racial, solidaridad y sinergia: cada componente, conocedor de su papel, de su rol, de su función en el conjunto. Como afirma el Boss, somos una filosofía, un colectivo con un código de honor profesional. Se basa en el principio de que cada noche daremos lo mejor, todo lo que tenemos, para recordarte todo lo que tú tienes, lo mejor de ti. De que es un privilegio y un honor intercambiar directamente sonrisas, alma y corazón con la gente que tienes enfrente. De que es un gran placer reunirte en concierto con aquellos en los que has invertido tanto de ti mismo, y ellos en ti, tus fans.
No en vano, el Boss y los estreeters se sienten agradecidos por ser un eslabón de la cadena que forman junto a sus fans. Y el mero hecho de experimentar esa sensación ya es algo por lo que vivir. A lo largo de las casi seiscientas páginas de sus memorias Springsteen narra el proceso de formación de la banda, sus tomas de decisiones sobre cuestiones musicales y extramusicales, sus interioridades --no exentas de problemas de mayor o menor consideración--, el período de doce años (1987-1999) en que cada uno de sus miembros desarrolló por separado su carrera musical, el retorno en 1999 y la muerte de Danny Federici y Clarence Clemons, así como la entrada en la banda de sus sucesores (que nunca sustitutos: Charles Giordano y Jake Clemons, sobrino de Big Man). Las anécdotas referentes a la grabación de los discos y las giras constituyen la cara amable y risueña del libro.
Sin embargo, estamos ante un conjunto de confesiones llamativas y hasta sorprendentes. Muy celoso de su vida privada, Springsteen afirma haber tenido una relación tempestuosa con su padre --víctima tanto de sus fantasmas personales como de la pobreza del Freehold de los sesenta y setenta--, con quien siempre tuvo sus tira y afloja. A lo largo de los capítulos nos muestra abiertamente la evolución de las heridas, el desafecto y la crueldad emocional que heredó de él. Mi padre nos hizo creer que nos despreciaba por amarle, que nos castigaría por ello, y lo hizo. Parecía que aquello podía arrastrarle a la locura, y a mí también (...). Era una fuente de poder maligno a la que podía acudir cuando me sentía físicamente amenazado, cuando alguien trataba de llegar hasta un lugar que simplemente no podía tolerar... más cerca de mí. Como prueba fehaciente de ello, ninguna relación sentimental suya duró más de dos años. Hasta que apareció en escena Patti Scialfa.
Antes de ello, se casó con la modelo Julianne Phillips. Así habla de su divorcio, tan solo dos años después: Cuando nos casamos era joven y su carrera estaba empezando, mientras que yo, con treinta y cinco años, podía parecer ya una persona realizada, razonablemente madura y bajo control, aunque en mi interior seguía siendo alguien emocionalmente poco desarrollado y secretamente inaccesible. Ella es una mujer de gran discreción y decencia y siempre me trató, a mí y a mis problemas, de forma honesta y con buena fe, pero al final, realmente no supimos solucionarlo. La puse en una situación terriblemente difícil para una chica joven y le fallé como pareja y como esposo. Solventamos los detalles del modo más civilizado y discreto posible, nos divorciamos y seguimos adelante con nuestras vidas.
Los capítulos más escalofriantes de estas memorias los constituyen los episodios de depresión del rockero. Desde joven se refugió en la música como forma de evasión de una realidad opresiva y claustrofóbica. Algo que, a pesar del éxito, del dinero y de la fama no cambió con el paso de los años. Daba igual tener que mendigar que ser rico. Springsteen nos informa de una terapia psicoanalítica de veinticinco años de duración, hasta la muerte de su terapeuta. Solo se sentía bien componiendo y tocando. Pero, fuera de los escenarios, tuve un ataque de depresión, me sentía tan profundamente incómodo en mi pellejo que solo quería salirme de él. Es una sensación peligrosa que atrae muchas ideas indeseables (...). El único respiro era dormir doce, catorce horas. Por vez primera, sentí que comprendía lo que impulsa a algunas personas al abismo. Lo único que me ayudó fue Patti. Su amor, su compasión y la seguridad de que saldría de aquello fueron, durante muchas horas de oscuridad, todo lo que tenía para seguir adelante. En efecto, su esposa desde hace casi veinticinco años sale muy bien parada de estas memorias, situándose como el verdadero sostén de un Bruce que se muestra más humano que nunca.
En Born to run hay espacio para la risa, las anécdotas, la música y, ante todo y por encima de todo, la reflexión. Una reflexión honda, profunda y sosegada. Una especia de catarsis en la que el Boss hace un examen psicoanalítico puro y duro, llegando a afirmar que en psicoanálisis trabajas para convertir los fantasmas que te atormentan en ancestros que te acompañan. Para hacerlo se requiere mucho esfuerzo y mucho amor, pero ese es el modo en que aligeras la carga que tus hijos tendrán que soportar. No obstante, a luchador no le gana nadie. Como él mismo dice, su voz no hacía presagiar que pudiera ser cantante solista. Pero su tenacidad, su buen hacer y conocerse a la perfección a sí mismo, con sus límites pero también con sus fundamentos, le valieron para convertirse en quien es en la actualidad.
Es de agradecer el hecho de que la narración de su vida se haya detenido mucho más en sus años iniciales, junto a los Castiles, Steel Mill y la Bruce Springsteen Band. Y también en su gran pilar de los últimos años: su mujer y sus tres hijos. Su familia. En mi opinión, la gran particularidad de estas memorias es que, pese a mostrar el lado más desconocido y hasta oscuro del músico, ello no hace que al lector se le caiga un mito. Nada más lejos de la realidad: conocer a ese Bruce tan imperfecto, problemático y, en definitiva, humano agranda más si cabe su leyenda. Una leyenda que podrá ser estudiada, además de por sus míticos discos y sus legendarios directos, por una biografía extensa escrita de su puño y letra. Y, sea dicho de paso, de una manera impecable.