En mayo de 2015, tan solo tres meses antes de dejarnos y tras casi 18 años de idas y venidas --años en los que publicó una gran cantidad de obras diferentes, entre ellas las más conocidas: La caída de Madrid, Los viejos amigos, Crematorio o En la orilla--, el valenciano universal Rafael Chirbes dio por terminada la que, por desgracia, se convirtió en su novela póstuma. Resultaría romántico añadir que lo hizo como regalo final para el mundo lector. Pero no fue así. La grave enfermedad --cáncer de pulmón-- que se lo llevó todavía no le había sido detectada. Lo cual, dicho sea de paso, impregna a la obra de un carácter mucho más dramático.
Porque uno de los protagonistas de París-Austerlitz --nombre de la conocida estación de trenes parisiense--, que responde al nombre de Michel, es un enfermo terminal que agoniza en un hospital de la capital francesa. Allí, aquejado de la plaga --el narrador no informa del nombre de la enfermedad, pero se intuye que puede ser el SIDA (la novela está ambientada a finales de los ochenta o principios de los noventa, siendo presidente de la República François Mitterrand, quien murió, curiosamente, tras una larga enfermedad a causa de un cáncer de próstata)--, agota sus últimas semanas de vida prácticamente solo, abandonado y triste.
El narrador de la historia es un joven pintor español que ha renunciado a la lujosa vida familiar en Madrid para buscarse un porvenir en el tan complicado mundo artístico. ¿Qué mejor destino que París? Allí, tras ser echado del piso de alquiler compartido por no poder pagar su parte del alquiler, decide emborracharse antes de decidir su nuevo destino. En uno de tantos café-tabacs conoce a Michel, matricero de una fábrica que le dobla no solo la edad sino también experiencia de vida. Entre ellos se iniciará, muy pronto, una relación pasional que colmará los deseos de ambos desde el principio. El joven español acabará viviendo en el piso de Michel, que se ocupará de él en todo momento.
Juntos vivirán una historia de amor --si así se le puede llamar, ya que el propio narrador afirma en varias ocasiones no saber realmente lo que es-- que durará casi un año. En ella dominarán las visitas a los cafés, el alcohol, el desenfreno, la urgencia del sexo y el deambular por las frías calles de París en pleno invierno y sin casi dinero para dar rienda suelta a su nivel de vida. Sin embargo, esos tiempos felices, de enamoramientos fáciles, de sexo placentero y sin condiciones, ese fuego que se enciende porque sí y se extingue no se sabe por qué, llega, como suele ocurrir tantas y tantas veces, a su fin.
De repente, el narrador siente que el hasta entonces deseado cuerpo de Michel comienza a infundirle repulsión; que el hecho de vivir en su casa parece obligarlo a seguir con él pase lo que pase; que necesita un piso con más luz y metros para poder pintar sus cuadros; que el aire que antes respiraban juntos se ha vuelto irrespirable; que el placer se ha transformado en un dolor cada vez más y más difícil de soportar; y que el estilo de vida de su amante no es el que realmente él quiere seguir. Y, claro: decide abandonar el piso e instalarse en uno cercano. Tanto que puede espiar sus movimientos, sus idas y venidas y sus quehaceres diarios. Mientras, el francés lo acusa de no haberse entregado a él en su totalidad ya que siempre había utilizado preservativos en sus relaciones. Algo de lo que se alegra el español, sobre todo teniendo en cuenta la grave enfermedad que ahora lo ha atrapado. Sea como sea, comienza una nueva relación entre ellos. Esta, basada en los celos, los desaires y los reproches.
París-Austerlitz es una novela corta (153 páginas), de lenguaje duro, crudo y directo, de estilo narrativo depurado pero muy rápido y que presenta temas secundarios realmente interesantes: una Francia desgarrada por las dos grandes guerras; la violencia padecida por un niño a manos de un padre autoritario, despótico y maltratador; la entrega de una mujer a los invasores como única manera de poder sacar adelante a sus hijos; los reproches de los ex-amantes; y el amor como única vía de salvación posible y también como trampa mortal.
Leer esta obra le hace sentir a uno como un turista que está paseando por las calles del París de hace 20 o 30 años, como un voyeurista que está presente en los encuentros sexuales de los protagonistas, como un cuidador de un enfermo terminal cuya degradación física (y psicológica) se hace evidente día a día, como un sociólogo que estudia las diferencias entre dos personas de distintas condiciones sociales y aspiraciones de vida, como un terapeuta que destripa la mente culpable de quien utilizó a una persona durante un tiempo para dejarla en la estacada a las primeras de cambio. En efecto, el narrador parece querer expiar sus pecados, descargar su culpa, soltar un lastre pesado que amenaza con hundirlo por completo.
En definitiva, esta obra póstuma de Chirbes rompe radicalmente con aquello a lo que su autor nos tenía acostumbrados en sus últimas novelas. Es un drama, una tragedia, que nos conmueve y nos va golpeando página a página, hasta dejarnos noqueados. Porque, ante todo, es una historia extremadamente psicológica, con todo lo que ello conlleva, y reflexiva que le puede ocurrir a cualquiera de nosotros. Y eso es lo que al lector más lo atolondra: tanto Michel como el narrador son personas corrientes, y sus enfoques y mentalidades, precisamente por ser tan diferentes, impiden que se tome partido por uno u otro. Más bien al contrario: nos hacen sufrir por igual. Porque uno va a morir, pero al otro le va a tocar seguir viviendo a pesar de los pesares. Y nosotros nos quedamos con ganas de más...