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miércoles, 14 de diciembre de 2016

Primera mujer, primer amor. José Ferrandis Peiró. 2016. Reseña





     Esta semana presento en sociedad mi nueva novela, la tercera desde que decidí probar a ver qué salía de mis dedos y de la pantalla de mi ordenador allá por las navidades de 2010. Tras El Círculo de las Bondades --que tendrá continuación, Dios mediante, en 2017 bajo el todavía provisional título de El Grito de los Inocentes-- y Almas Suspendidas, llega la hora de dar a conocer Primera mujer, primer amor. Se trata de una historia en la que Sergio, un joven gandiense --el centro de la acción vuelve a desarrollarse en mi ciudad natal-- con serios problemas de relación trata de buscar un camino que seguir en su vida de la mano de Víctor, un psicoanalista que tiene consulta en la capital valenciana.

     Con la ayuda de su terapeuta, Sergio logrará ir sacando adelante sus estudios y llegará a la universidad. No obstante, las relaciones sociales, sobre todo con el género femenino, seguirán siendo su talón de Aquiles durante un largo período de tiempo. Cómo vencer su timidez, su introversión y su represión sexual --ya sabemos que para Freud todo tiene que ver con el sexo-- se convertirán en el centro de la terapia. Una terapia dura, agónica, profunda que desembocará en una especie de despertar a la vida de nuestro principal protagonista, que verá cómo la superación de unos problemas no conllevará la total felicidad sino la aparición de nuevos miedos, traumas y dificultades.

     La novela está ambientada entre los años 1995 y 1997. Época en la que los escándalos de corrupción de la parte final del gobierno socialista de González provocaron la victoria popular de Aznar. Por aquellos tiempos no existían los móviles, internet, las redes sociales ni el whatsap. Los jóvenes se relacionaban básicamente en los pubs y las discotecas. Y Valencia estaba considerada la capital de la marcha, con la ruta del bakalao a la cabeza. Sin embargo, las discotecas que visitará Sergio junto a sus únicos dos amigos estarán algo apartadas del centro de la fiesta del momento. La Memphis, en Denia, y Ameva, en Castelló de Rugat, serán los lugares en los que Víctor obligará a su paciente a buscar chicas con las que romper su represión. Como es de suponer, un joven de aquel entonces con semejantes dificultades de relación no lo tenía ni mucho menos fácil a la hora de conocer gente en ambientes tan oscuros y ruidosos.

     El caso es que en la vida de Sergio acabará apareciendo Lilith, una joven de Albanta, un pueblo grande/ciudad pequeña donde la mayoría de sus habitantes se dedican a la agricultura y a la industria textil. El término Albanta es ficticio y constituye un guiño y un reconocimiento de mi parte al gran genio filipino Luis Eduardo Aute, que sufrió un infarto mientras esta novela estaba siendo escrita. La relación que se irá estableciendo entre los jóvenes chocará de lleno con la eterna cuestión de las diferencias entre las ciudades más o menos grandes y los pueblos o ciudades más pequeñas. El dichoso qué dirán y el sempiterno mundo de las apariencias. Sin embargo, no será esta la única dificultad a la que tendrán que enfrentarse los jóvenes, aunque el resto ya es cuestión de leerlo, por supuesto.

     Me gustaría aclarar otros dos aspectos significativos de la novela. Por un lado, el psicoanálisis. Por otro, el nombre de Lilith. Respecto al primero, elegí esta escuela o corriente psicológica por resultarme más desconocida pero también más atractiva que la psicología o la psiquiatría. Al no ser entendido en la materia, debí documentarme sobre sus principales prácticas y teorías, así como sobre la interpretación de los sueños y los diferentes métodos de pergeñar los aspectos más escondidos del inconsciente humano. Una documentación costosa pero también divertida en la que creo que he aprendido bastante sobre el tema. Quién sabe: a lo mejor algún lector se ve identificado con algún personaje de la historia y decide buscar ayuda terapéutica.

     Respecto al nombre de Lilith, se trata de un homenaje a la figura de la mujer. Como explico en el prólogo de la novela, no fue Eva sino Lilith la primera mujer creada a imagen y semejanza del hombre. La Lilith original, no obstante, se cansó muy pronto de los continuos intentos del hombre por someterla a su santa voluntad, lo que la hizo huir para siempre. Entonces, sí, Dios hubo de crear a la dulce y más manejable Eva. Aunque tampoco esta salió tal y como Dios esperaba. Pero esa es otra historia cuyo final sí conocemos todos. La cuestión es que la Lilith que se convertirá en la primera mujer y en el primer amor de nuestro Sergio también deberá luchar contra un hombre inflexible y autoritario. Su propio padre: Alberto.

     Al igual que ocurriera en Almas Suspendidas, el lector capaz de realizar una lectura más pausada y tranquila de la novela descubrirá pequeñas pinceladas, como quien no quiere la cosa, de aspectos de la vida cotidiana de hace veinte años. Amén de los reseñados en los párrafos anteriores, observará cómo la economía sumergida, los trabajos en negro, sin contrato y pagados mediante sobres no es algo tan actual. Tampoco la corrupción política, el machismo --también practicado por las propias mujeres-- o la multiculturalidad del ambiente universitario. Así, se comprenderá que en estos veinte años el mundo ha cambiado mucho en ciertos aspectos, pero poco o nada en otros.

     Primera mujer, primer amor está escrita con el corazón. Con mayor o menor acierto --eso debéis decidirlo vosotros, los lectores-- pero con el corazón. Es una historia de superación personal que supone un largo y duro camino en busca de una dignidad todavía desconocida. Un trayecto que nos descubre los fantasmas interiores de sus principales protagonistas e incluso del grueso de la sociedad en que viven. ¿Conseguirán vencerlos todos, o solo algunos? ¿Se quedará alguno a medio viaje? Espero y deseo que los acompañéis, que riáis y lloréis con ellos. Y que disfrutéis de la historia. Solo así habrá valido la pena escribirla.