Una buena historia contada por alguien que la sabe contar de verdad puede dar origen a un buen libro o a una buena película. Es el caso de 1917, la nueva película del director británico Sam Mendes --American beauty, Camino a la perdición y las dos últimas entregas de James Bond--, basada a su vez en un conjunto de anécdotas narradas por su abuelo paterno, Alfred Mendes, quien sirvió en el ejército británico en la Gran Guerra. Esas anécdotas sirvieron a Mendes para escribir el guión de esta cinta junto a Krysty Wilson-Cairns, guionista especializada en ciencia ficción y terror. Roger Deakins, director de fotografía de films como Blade runner 2049, Fargo o Una mente maravillosa, pone la magia en una película realmente espectacular.
Acostumbrados a ver cómo se estrenan cada año varias películas sobre la Segunda Guerra Mundial resulta esperanzador observar de vez en cuando que se resucita a esa pequeña gran olvidada que es la Gran Guerra. Films inolvidables como Senderos de gloria (1957) --de Stanley Kubrick, protagonizada por Kirk Douglas--, El sargento York (1941) --con Gary Cooper--, Lawrence de Arabia (1962) --de David Lean, con la participación de Peter O´Toole y Omar Sharif--, Johnny cogió su fusil (1971) --de Dalton Trumbo-- o Gallipolli (1981) --con Mel Gibson-- ya nos introdujeron en el cruel mundo de esta primera conflagración mundial. En la actualidad, 1917 va un paso más allá y nos la hace vivir literalmente desde dentro.
Sin duda, el gran artífice de sumergirnos de lleno en el paisaje y la acción del film es su director de fotografía, Roger Deakins, mediante la utilización del plano secuencia continuo. Esa técnica, que se convierte en diferentes pasajes de la película en verdadera magia, pura magia, hace que los espectadores acompañemos, en directo, a su lado, a los protagonistas de la historia a través de intrincadas trincheras, pueblos abandonados, ríos furiosos, bosques peligrosos y paisajes tan espectaculares como apocalípticos. Y es que los espectadores estamos en la guerra, junto a los soldados que han de cumplir una misión tan peligrosa como épica: entregar en mano una orden que debe salvar a mil seis cientos soldados de una muerte segura. Incluido el hermano de uno de ellos.
Como los propios soldados, inocentes pero a la vez aterrados, asistimos a la guerra como paisaje desolado. Observamos, en primera persona, la destrucción en su máxima expresión. Si ya la imagen de Kirk Douglas nos impresionó en su recorrido por las trincheras de Senderos de gloria, 1917 nos golpea más y más si cabe. Y uno no puede dejar de preguntarse: ¿qué se sentiría en tal situación si la película se hubiera grabado en tecnología 3D? Resulta complicado responder a esta interrogación. Aún así, estremece y acongoja, a la vez que maravilla, asistir al espectáculo, casi teatral, que supone ver este film. Porque si el cine es el séptimo arte, 1917 es la máxima expresión de ese arte. Una maravillosa obra de arte que todo el mundo debe ver en el cine.
Es un lujo acompañar en su misión, una auténtica carrera contrarreloj en la que el movimiento es clave, pues si se detienen la misión quedará incumplida y se perderán las vidas de mil seis cientos hombres, a Schofield (George MacKay) --Resistencia, Orgullo, Captain Fantastic o El secreto de Marrowbone-- y Blake (Dean-Charles Chapman) --Juego de tronos, El pasajero, Blinded by the light o The king--. Atravesar el territorio enemigo nos pone a todos en peligro --sí, también a los espectadores, presos de la angustia y con el corazón a flor de piel en todo momento--, un peligro que debemos correr para defender valores tan importantes como el de la amistad, el del valor y el de la familia. Porque salvar al hermano de Blake y al resto de soldados es un objetivo ineludible.
1917 es también un film antibelicista. Son varias las escenas en las que los protagonistas pueden matar fácilmente a soldados enemigos y no lo hacen. A no ser que su propia supervivencia esté en juego. A veces es matar o morir. En una escena incluso ponen sus vidas en juego por ayudar a un aviador alemán estrellado. Nada tan antibélico como eso. Para Schofield, el gran protagonista de la cinta, una medalla no tiene ningún valor. De hecho, él ha cambiado la suya por una botella de vino. En la guerra se viven pocos placeres. Y cuando se tiene ocasión de hacerlo, no hay que dudarlo un instante. Para el espectador resulta de igual manera: una película de guerra ofrece pocos respiros, así que debemos apreciar todo el arte desplegado por los encargados de traernos esta maravillosa cinta.
La próxima semana se celebra la ceremonia de entrega de los Óscars 2020. Y 1917 es una de las grandes favoritas. Cuenta con diez nominaciones, ni más ni menos. Ya ganó los Globos de Oro a la mejor película y mejor dirección. Además, es candidata también como mejor fotografía, mejor guión original, mejor banda sonora original --para Thomas Newman, que ya trabajó con Mendes en las dos últimas entregas de James Bond, Camino a la perdición y American beauty--, mejor sonido, mejor edición de sonido, mejores efectos visuales, mejor maquillaje y peluquería y mejor diseño de producción. Como vemos, opta sobre todo a los premios que tienen que ver con cuestiones técnicas. Ningún actor ha sido nominado como candidato por su interpretación. Lo cual puede parecer injusto.
En el caso de George MacKay, por ejemplo, participó en todas y cada una de las escenas. Incluidas las de riesgo. Al margen de contribuir a una mejor producción de la cinta, se involucró al cien por cien con la misión de su personaje. El tipo de rodaje, comentó en una entrevista, no dejaba mucho lugar a cambios. No hay muchas más opciones cuando una cámara no deja de seguirte. Así, el protagonista aceptó nadar en un río frío y con demasiadas corrientes y ser sepultado por completo por escombros resultantes de una explosión. No en vano, Ben Cooke, coordinador de las escenas de acción, reconoció que la involucración del actor y las horas y horas de ensayos para las escenas arriesgadas son la magia real de la película. O parte de ella, añadiría Deakins, supongo.
Reciba más o menos premios en los Óscars, 1917 es la mejor película del año. Para mí, por lo menos. Un guión sencillo que nos habla de un acto heroico, absolutamente épico; valores como la amistad, la familia o el valor; una cámara que acompaña a los protagonistas en tiempo real, a cada paso que dan; una maravillosa fotografía, que es pura magia y nos acerca a las escenas hasta el punto de meternos de lleno en ellas; un sonido asombroso y ajustado a lo estrictamente necesario, sin más estridencias de las que al acción aconseja. Todos ellos, ingredientes para calificar este film como original y único en su género. Una delicia para la vista y los demás sentidos. Cine en estado puro (y duro).
Acostumbrados a ver cómo se estrenan cada año varias películas sobre la Segunda Guerra Mundial resulta esperanzador observar de vez en cuando que se resucita a esa pequeña gran olvidada que es la Gran Guerra. Films inolvidables como Senderos de gloria (1957) --de Stanley Kubrick, protagonizada por Kirk Douglas--, El sargento York (1941) --con Gary Cooper--, Lawrence de Arabia (1962) --de David Lean, con la participación de Peter O´Toole y Omar Sharif--, Johnny cogió su fusil (1971) --de Dalton Trumbo-- o Gallipolli (1981) --con Mel Gibson-- ya nos introdujeron en el cruel mundo de esta primera conflagración mundial. En la actualidad, 1917 va un paso más allá y nos la hace vivir literalmente desde dentro.
Sin duda, el gran artífice de sumergirnos de lleno en el paisaje y la acción del film es su director de fotografía, Roger Deakins, mediante la utilización del plano secuencia continuo. Esa técnica, que se convierte en diferentes pasajes de la película en verdadera magia, pura magia, hace que los espectadores acompañemos, en directo, a su lado, a los protagonistas de la historia a través de intrincadas trincheras, pueblos abandonados, ríos furiosos, bosques peligrosos y paisajes tan espectaculares como apocalípticos. Y es que los espectadores estamos en la guerra, junto a los soldados que han de cumplir una misión tan peligrosa como épica: entregar en mano una orden que debe salvar a mil seis cientos soldados de una muerte segura. Incluido el hermano de uno de ellos.
Como los propios soldados, inocentes pero a la vez aterrados, asistimos a la guerra como paisaje desolado. Observamos, en primera persona, la destrucción en su máxima expresión. Si ya la imagen de Kirk Douglas nos impresionó en su recorrido por las trincheras de Senderos de gloria, 1917 nos golpea más y más si cabe. Y uno no puede dejar de preguntarse: ¿qué se sentiría en tal situación si la película se hubiera grabado en tecnología 3D? Resulta complicado responder a esta interrogación. Aún así, estremece y acongoja, a la vez que maravilla, asistir al espectáculo, casi teatral, que supone ver este film. Porque si el cine es el séptimo arte, 1917 es la máxima expresión de ese arte. Una maravillosa obra de arte que todo el mundo debe ver en el cine.
Es un lujo acompañar en su misión, una auténtica carrera contrarreloj en la que el movimiento es clave, pues si se detienen la misión quedará incumplida y se perderán las vidas de mil seis cientos hombres, a Schofield (George MacKay) --Resistencia, Orgullo, Captain Fantastic o El secreto de Marrowbone-- y Blake (Dean-Charles Chapman) --Juego de tronos, El pasajero, Blinded by the light o The king--. Atravesar el territorio enemigo nos pone a todos en peligro --sí, también a los espectadores, presos de la angustia y con el corazón a flor de piel en todo momento--, un peligro que debemos correr para defender valores tan importantes como el de la amistad, el del valor y el de la familia. Porque salvar al hermano de Blake y al resto de soldados es un objetivo ineludible.
1917 es también un film antibelicista. Son varias las escenas en las que los protagonistas pueden matar fácilmente a soldados enemigos y no lo hacen. A no ser que su propia supervivencia esté en juego. A veces es matar o morir. En una escena incluso ponen sus vidas en juego por ayudar a un aviador alemán estrellado. Nada tan antibélico como eso. Para Schofield, el gran protagonista de la cinta, una medalla no tiene ningún valor. De hecho, él ha cambiado la suya por una botella de vino. En la guerra se viven pocos placeres. Y cuando se tiene ocasión de hacerlo, no hay que dudarlo un instante. Para el espectador resulta de igual manera: una película de guerra ofrece pocos respiros, así que debemos apreciar todo el arte desplegado por los encargados de traernos esta maravillosa cinta.
La próxima semana se celebra la ceremonia de entrega de los Óscars 2020. Y 1917 es una de las grandes favoritas. Cuenta con diez nominaciones, ni más ni menos. Ya ganó los Globos de Oro a la mejor película y mejor dirección. Además, es candidata también como mejor fotografía, mejor guión original, mejor banda sonora original --para Thomas Newman, que ya trabajó con Mendes en las dos últimas entregas de James Bond, Camino a la perdición y American beauty--, mejor sonido, mejor edición de sonido, mejores efectos visuales, mejor maquillaje y peluquería y mejor diseño de producción. Como vemos, opta sobre todo a los premios que tienen que ver con cuestiones técnicas. Ningún actor ha sido nominado como candidato por su interpretación. Lo cual puede parecer injusto.
En el caso de George MacKay, por ejemplo, participó en todas y cada una de las escenas. Incluidas las de riesgo. Al margen de contribuir a una mejor producción de la cinta, se involucró al cien por cien con la misión de su personaje. El tipo de rodaje, comentó en una entrevista, no dejaba mucho lugar a cambios. No hay muchas más opciones cuando una cámara no deja de seguirte. Así, el protagonista aceptó nadar en un río frío y con demasiadas corrientes y ser sepultado por completo por escombros resultantes de una explosión. No en vano, Ben Cooke, coordinador de las escenas de acción, reconoció que la involucración del actor y las horas y horas de ensayos para las escenas arriesgadas son la magia real de la película. O parte de ella, añadiría Deakins, supongo.
Reciba más o menos premios en los Óscars, 1917 es la mejor película del año. Para mí, por lo menos. Un guión sencillo que nos habla de un acto heroico, absolutamente épico; valores como la amistad, la familia o el valor; una cámara que acompaña a los protagonistas en tiempo real, a cada paso que dan; una maravillosa fotografía, que es pura magia y nos acerca a las escenas hasta el punto de meternos de lleno en ellas; un sonido asombroso y ajustado a lo estrictamente necesario, sin más estridencias de las que al acción aconseja. Todos ellos, ingredientes para calificar este film como original y único en su género. Una delicia para la vista y los demás sentidos. Cine en estado puro (y duro).