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miércoles, 19 de febrero de 2020

Parásitos. Bong Joon-ho. 2019. Crítica





     Tan cerca, y tan lejos. Así es la vida. Dos mundos aparentemente a años luz de distancia pueden estar en realidad tan cercanos entre sí que a menudo llegan a tocarse con la punta de los dedos. En este mundo encontramos de todo. También ricos y pobres. Unos ricos y unos pobres que no en pocas ocasiones viven mucho más próximos de lo que nos pueda parecer en un principio. Eso es lo que sucede en la oscarizada Parásitos --mejor guión original (Bong Joon-ho), mejor director (Bong Joon-ho), mejor película de habla no inglesa y mejor película del 2019--. Dos familias, dos modos de vida y un mismo escenario para mostrarnos la crudeza de la vida en todo su esplendor (u oscuridad, según escenas y situaciones). Una película diferente, original y divertida.

     En la cinta surcoreana, estrenada en Cannes en mayo del pasado año, encontramos por igual drama, suspense y humor negro. En efecto, hay momentos para todo en la vida. Una vida cuyo devenir puede cambiar de un segundo para el otro. Y es que cuando dos mundos están separados tan solo por un par de largas escalinatas que nos transportan en un santiamén de uno al otro no es difícil pensar que puedan llegar a conectar a la menor ocasión. Sobre todo cuando la picaresca interviene. Ríanse de la picaresca española, por cierto. Porque, por lo visto, la surcoreana gana por goleada. No en vano, aunque casi siempre existe una salida para todos los problemas, las personas tendemos a veces a no elegir precisamente la más honrada. 

     La familia Kim es extremadamente pobre. El matrimonio y sus hijos, Ki-woo y Ki-jeong, sobreviven como buenamente pueden a base de trabajos rutinarios y aburridos con sueldos vergonzosos. Habitan un semi sótano en compañía de chinches y demás roedores fuera de los límites de la higiene y de la salud física y mental. No obstante, un golpe de suerte los pone en la órbita de la familia Park, que vive en una lujosa casa de la parte alta de la ciudad. Tan diferentes, y tan parecidas. Pese a sus distintas formas de vida, ambas familias comparten algunos aspectos internos que las acercan. ¿Cómo consiguen los pobretones Kim introducirse en la vida de los ricachones Park? Utilizando todo su ingenio y sus escasos valores morales. Es decir, merced a la picaresca.  

     A través de los ciento treinta minutos de metraje descubrimos que los ricos son confiados, que los pobres huelen mal, que a veces nada es lo que parece, que todo vale con tal de escapar de la justicia, que la comedia y el drama también beben --como los ricos y los pobres-- de las mismas copas y que a veces el mejor plan es no tener un plan, pues los planes siempre acaban fallando. También que todas las familias, sean cuales sean sus condiciones, tienen problemas por resolver, y que estos problemas pueden unir o separar a sus miembros para siempre. Así, mientras los Kim, a pesar de su pobreza --o quizá gracias a ella-- permanecen unidos en todo momento, los Park no consiguen la sintonía adecuada ni siquiera contando con la tranquilidad de un dinero que, cierto es, no siempre da felicidad.

     Los olorosos Kim se convierten muy pronto en seres imprescindibles para el feliz desarrollo de la vida cotidiana de los confiados Park. Y una trama a priori cercana a la comedia va transformándose en otra más negra, oscura, casi de lucha de clases, hasta desembocar en un auténtico drama. Todo ello, gracias a un magnífico guión --¡siempre la clave de toda buena película es el guión!-- que sabe combinar en cada momento los elementos adecuados para conseguir su objetivo inicial. Porque el film te engancha pronto, te atrapa y te acaba zarandeando en unos minutos finales de gran tensión y angustia que demuestran que, en efecto, los planes siempre acaban fallando. En ocasiones, incluso de forma altamente estrepitosa.

     ¿Que si recomiendo ver Parásitos? Por supuesto que sí. Es una gran película que, a la vez, te hace sonreír y estremecer. Es original y su verosimilitud viaja siempre muy próxima a lo inverosímil. Pese a ser una obra de ficción, parte de supuestos sociales que son tan reales como motivo de vergüenza para cualquier sociedad que pretenda ser justa. Y es que basta una reflexión algo más sosegada para darse cuenta de que los parásitos de la trama no son solo los Kim, sino que también los Park lo son, pues se aprovechan de la pobreza de los sirvientes para obligarlos a hacerles todo tipo de tareas que ellos podrían hacerse por sí solos perfectamente pese a su indudable riqueza. Parásitos parasitados los Kim, vaya.       

     A tenor de todo lo anterior: ¿merece Parásitos el Óscar a la mejor película del año? Puede que sí, aunque no me atrevería a asegurarlo al cien por cien. Sin duda, en el mundo de Hollywood influye mucho la política. Parte de la trama de la película se desarrolla en una especie de búnker construido en la parte baja de la mansión de los Park. Un refugio en el que guarecerse en caso de un eventual ataque norcoreano. El miedo, pues, forma parte de la trama del guión del film. El eterno enfrentamiento entre las dos Coreas queda patente en varias de sus escenas. Me atrevo, esta vez sí, a asegurar que si el director y la película fueran norcoreanos en lugar de surcoreanos no habría existido ninguna nominación a los Óscars. Seguramente, tampoco a los BAFTA ni a otros galardones similares.

     Pero, ojo, el párrafo anterior no debe ser utilizado bajo ningún concepto para restar un ápice de valor a Parásitos. Simplemente hace referencia a aquello de que toda ayuda siempre es bienvenida. Si no la has visto todavía, sigue mi consejo y ves al cine. Aunque solo sea por curiosidad. A buen seguro valdrá la pena...