La estación internacional de Canfranc, inaugurada en 1928 por Alfonso XIII (también acudió Francisco Franco como general director de la Academia General Militar de Zaragoza, cargo que acababa de estrenar unos meses antes), situada a sólo cuatro kilómetros de Canfranc pueblo, vivió su época de mayor movimiento durante la Segunda Guerra Mundial. Hasta noviembre de 1942 fue un enclave estratégico para las redes de espionaje de los aliados. La Resistencia Francesa y los servicios de inteligencia británicos utilizaron la frontera para pasar mensajes en clave con la finalidad de acabar con el poder nazi.
En esa fecha la situación empeoró con la ocupación alemana de la Francia hasta entonces libre y de la frontera con España. Los nazis se establecieron en la estación aragonesa, aunque eso nunca detuvo a quienes lucharon por salvar el continente de su barbarie. Multitud de judíos, soldados aliados y franceses que huían de su país ocupado utilizaron también el paso fronterizo para ponerse a salvo y tratar de llegar al norte de África (vía Zaragoza y Madrid) o a Portugal (donde embarcaban rumbo al continente americano en busca de la ansiada libertad).
La estación espía es un relato construido a partir de una investigación histórica realmente digna de alabar que recrea cómo era la vida en la estación, el pueblo y sus alrededores en una de las épocas más convulsas de la historia de la humanidad. Su autor, Ramón Javier Campo, periodista de El Heraldo de Aragón desde 1991, sigue el camino emprendido en El oro de Canfranc (2001). Oscense de nacimiento, no pudo negarse a investigar la gran cantidad de sucesos acaecidos tan cerca de su lugar de residencia, algo nada difícil de entender cuando uno ha leído las páginas de sus estudios.
La estación fue también el lugar en el que los regímenes de Franco y Hitler intercambiaron mercancías de alto valor energético (wolframio y hierro) y económico (lingotes de oro y obras de arte). Pese a la neutralidad española a nadie escapa la intensa colaboración que hubo entre los dos dirigentes fascistas, en estrecha unión también con Salazar y Mussolini. El relato muestra, sin embargo, cómo los españoles fueron paulatinamente virando en su política exterior según el signo de la guerra fue cambiando en favor de los aliados.
En el libro se tratan las varias y variadas redes de espionaje establecidas en la zona (de la Resistencia Francesa y de los republicanos españoles asentados en tierras vecinas), los asentamientos de maquis españoles en los montes de la parte francesa de la frontera e incluso de policías y guardias civiles españoles que trataban de impedir a toda costa que sus amigos los nazis vieran cómo sus expectativas de dominio europeo se vinieran abajo.
Dentro de la gran historia de la contienda militar hay multitud de historias o micro-historias que no por desconocidas son menos importantes. Y es gracias a obras como la reseñada que el lector puede asistir a escenas realmente conmovedoras en algunos casos y estremecedoras en otros. La lectura de La estación espía resulta muy agradable en cuanto a forma de escritura y también en cuanto a la vasta información aportada por su autor.
A buen seguro este libro se convertirá - si no lo es ya - en fuente de información y documentación de primera mano tanto para historiadores y demás estudiosos como para escritores. De todo lo que ocurrió en la imponente y majestuosa estación modernista de Canfranc saldrán tesis, libros, artículos y novelas de gran interés. El tema da para mucho y no está demasiado tratado, por lo que lo que nos presenta Ramón Javier Campo es todo un filón que habrá que explotar. Y servidor, que ha paseado por tan magno edificio, puede asegurar que simplemente imaginar en el lugar a miembros de la Gestapo, espías de todo tipo, huidos de toda índole, vagones y vagones de lingotes de oro y obras de arte, etc produce una sensación realmente emocionante.
En definitiva, nos encontramos ante un documento de indudable interés para estudiosos pero también para curiosos y ávidos de adquirir nuevos conocimientos. Una lectura que nos hará reflexionar, más si cabe, sobre la época en que Canfranc vivió su época de mayor esplendor. Muy recomendable su lectura, al igual que la visita tanto al pueblo como a la estación misma y su entorno. Un entorno cambiante según la época del año, desde el extremo frío invernal hasta los calores del crudo verano.