LIBROS

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viernes, 25 de marzo de 2016

Tengo en mí todos los sueños del mundo. Jorge Díaz. Plaza Janés. 2016. Reseña





     El 17 de febrero de 1916 --en plena Gran Guerra-- partió del puerto de Barcelona, rumbo a Buenos Aires, el más moderno, lujoso y seguro vapor de Europa, el Príncipe de Asturias. Debía llegar a Argentina unas tres semanas más tarde. Sin embargo, el denominado Titanic español --fabricado también en Inglaterra, poco después del hundimiento del conocido barco, y subsanando en teoría los defectos de fabricación del mismo-- se hundió misteriosamente en la costa de Santos (Brasil) en la madrugada del 4 al 5 de marzo, noche de carnaval. Coincidiendo con el primer centenario de su hundimiento, Jorge Díaz ha escrito una magnífica novela sobre la esperanza de conseguir hacer realidad los sueños.

     Basada en hechos reales, la novela recrea episodios poco conocidos y, no obstante, dramáticos de la situación europea del momento. En el vapor hundido viajaban toda clase de personas, de diversas nacionalidades, que buscaban cumplir en Buenos Aires toda clase de sueños. Curiosamente, su hundimiento cambió la suerte de los poco más de cien supervivientes. En algunas ocasiones, para mal; en otras, para bien (porque a veces la desgracia de unos significa la fortuna de otros). Pero no voy a desvelar aquí más de lo necesario. La cuestión es que Tengo en mí todos los sueños del mundo --título extraído de un poema de Fernando Pessoa que aparece al principio del libro-- es un título más que acertado en este caso.

     Es evidente que Alfonso XIII no pasó a la historia como uno de los mejores reyes de nuestro país. No obstante, no todas sus obras resultaron nefastas. Por ejemplo, puso en marcha la Oficina Pro-Cautivos. Tema, este, que ya noveló a la perfección este mismo autor en su anterior novela, Cartas a Palacio, y cuyos principales protagonistas (Blanca Alerces y Álvaro Giner) hacen aparición también en esta novela. La labor humanitaria del monarca aparece de nuevo aquí: hace posible que la naviera Pinillos, propietaria del vapor, y el capitán Lotina permitan el viaje de jóvenes desertores de los ejércitos europeos y de judíos que huían del horror de la Gran Guerra. Evidentemente, todos ellos viajaron de manera ilegal, escondidos en las bodegas.

     Es el caso de Giulio y otros cinco soldados italianos que buscan iniciar una nueva vida en el continente americano, lejos del terror y de la persecución. Y también de Sara y otras cuatro mujeres ucranianas --y judías-- que, hartas de los pogromos a los que someten a sus pueblos los cristianos, también buscan cambiar de aires. Sin embargo, no todos los viajeros huyen de algo o de alguien. Gabriela, una joven de Sóller, lo hace para encontrarse en Buenos Aires con su esposo, Nicolau, al que todavía no conoce en persona. Hecho que constituye otro de los dramas de la época: los matrimonios concertados entre jóvenes españolas y antiguos emigrados.

     Uno de los puntos centrales de la novela es el tráfico ilegal de mujeres destinadas a vender sus cuerpos en los burdeles latinoamericanos. Jorge Díaz denuncia sin tapujos algo tan real como miserable. Y es que los prostíbulos de Buenos Aires, dominados por la Varsovia, organización constituida por judíos emigrantes que deciden echarse a la vida fácil a costa de las más débiles, las mujeres de su misma condición, eran muy conocidos, incluso al otro lado del Atlántico. Algunos de los testimonios que recoge el autor en esta novela resultan descorazonadores y desgarradores.

     La novela expone minuciosamente los diferentes motivos de cada uno de los protagonistas de la misma para embarcarse en un viaje que resultó una trágica aventura. Al margen de lo ya reseñado, entre los demás viajeros debemos destacar la presencia de Gaspar Medina, periodista de El Noticiero de Madrid, cuyos artículos introducen cada uno de los doce capítulos de que consta la historia. Raquel Chinchilla, conocida cupletista de El japonés, se embarca para tratar de alcanzar en Argentina la fama y la fortuna que se le ha negado en Madrid. Además, Eduardo Sagarmín, emisario enviado por el rey, busca un respiro en su ajetreada vida y en un matrimonio que hace tiempo que naufragó.

     Los doce capítulos de la novela que completan sus 520 páginas están narrados a la manera acostumbrada por este afamado guionista --Hospital Central, Víctor Ros, Acacias 38, etc--, es decir, elevado ritmo narrativo; ideas telegráficas, sin descripciones que no vienen muy a cuento; pequeñas dosis informativas por parte del narrador o de cualquiera de sus personajes; lenguaje claro, conciso y directo; tratamiento minucioso de la psicología de los personajes --de los cuales cuesta despedirse cuando se finaliza la lectura-- y una documentación y un buen saber a la hora de exponerla que hace que se aprenda historia mientras se lee. En eso, creo yo, debe consistir la buena literatura: en entretener y hacer aprender.

     Dejo para el final al capitán Lotina. Para muchos fue el gran culpable del naufragio. Su obsesión por cumplir los horarios y llegar a sus destinos a la hora exacta quizá pudo estar detrás de la tragedia. Probablemente nunca lo sepamos. Pero me gustaría resaltar aquí --a tenor de lo leído en esta novela-- su profesionalidad, su buen hacer, su preocupación por los más mínimos detalles referentes a su trabajo y también su carácter, profundamente humano y familiar (léanse los fragmentos que narran su relación con Gabriela, Giulio, la camarera Paula, su esposa y su hija). Nadie es perfecto, pero él lo intentó. Y no es fácil llevar a bordo todos los sueños del mundo.

     En definitiva: creo que no me equivoco al afirmar que estamos ante la mejor novela de Jorge Díaz hasta la fecha. Y debo confesar que siempre estaré enamorado de su segunda novela, La justicia de los errantes. Tengo en mí todos los sueños del mundo es una novela histórica (basada en hechos reales), coral (compuesta por muchos personajes y diversas situaciones, más o menos dramáticas), magistralmente narrada (como excelente guionista que es), con unos personajes entrañables o despreciables (según los casos) y que llega directa al corazón. Porque, ¿qué mejor manera de llegar hasta él que tratar los sueños de las personas?     

         

lunes, 7 de marzo de 2016

Investidura fallida de Pedro Sánchez. Y... ahora, ¿qué?





     El pasado viernes, por primera vez en la historia de la todavía corta democracia española, un candidato a la presidencia del gobierno fue rechazado, también en segunda votación, por 219 diputados. Y ahora, ¿qué? El líder del PSOE y el resto de su órgano de dirección siguen sin hacer la más mínima autocrítica. No la hicieron tras el 20D, cuando obtuvieron los peores resultados electorales de su historia pese a haber estado cuatro años en la oposición de un gobierno, el del PP, que ha resultado una enorme infamia para nuestra nación. Y siguen sin hacerla tras el 4M pese a haberse quedado solos debido a un NO rotundo por parte de la totalidad de la izquierda española.

     En lugar de ello, la estrategia de los socialistas es echar la culpa de sus propios fracasos a Podemos. Olvidando, dicho sea de paso, que los compañeros de Pablo Iglesias no han sido los únicos en darle la espalda a él y a su deslumbrante pacto con Ciudadanos. Ese que, además, fue votado en contra por el 21% de los propios militantes del PSOE en una votación en la que solo participó el 51% de la militancia. ¿Para qué?, debieron pensar el resto de sus militantes. Total, una vez firmado dicho acuerdo con Rivera, ya no había marcha atrás.

     Dicen desde el PSOE que 130 suman más que 161 y que Podemos --y el resto de diputados de izquierdas, me permito añadir yo ya que no lo quieren hacer ellos-- ha votado con el PP en contra de su investidura. Y, digo yo: por la misma regla de tres --parece que de matemáticas no van muy bien los socialistas--, los populares han votado con ERC, Democràcia i Llibertat o Bildu, por lo que Rajoy se ha convertido en independentista como por arte de magia. En fin, que olvidan también que no es que Podemos no quiera nada con Ciudadanos, sino que tampoco estos entrarían en un pacto en el que estuviera Podemos. ¿Padecen también los socialistas de memoria selectiva?

     Sánchez ha estado empeñado en un acuerdo imposible desde el primer momento. Unir a Podemos y a Ciudadanos es algo impensable, imposible. ¿Cómo se pueden coordinar las políticas sociales de los primeros con las económicas de los segundos? Nunca el aceite y el agua se han disuelto. Tampoco este hecho parece ser conocido en Ferraz. Quizás se viva allí en otro mundo, un universo paralelo en el que todo es posible. Pero, por si todo esto fuera poco, afirma el PSOE que las causas del no acuerdo con los morados se basa en la indivisibilidad del Estado español. Y llegamos, probablemente, a la gran falacia del asunto.

     Porque decir que Podemos es un partido político independentista es querer engañar a la ciudadanía. Una cosa es defender el derecho a decidir y otra muy distinta abogar por la independencia. ¿Tampoco esto se puede entender en Ferraz? Pues claro que sí. Idiotas no son. Faltaría más. No obstante, el PSOE ha de buscar cualquier diferencia con Podemos para justificar su negativa a sentarse de verdad a negociar con él. Porque, lo que le ocurre al PSOE es que tiene miedo. Un pánico indescriptible a dejar de ser el partido mayoritario de la izquierda española.

     Y, de nuevo, en lugar de hacer balance interno, dejar de mirarse el ombligo y tratar de discernir el por qué de sus debacles electorales y en el debate de investidura el PSOE prefiere marcar muy bien las diferencias e intentar hacer ver a la opinión pública que los de Podemos son los malos de la película. Como lo son los indios en las películas del oeste. Incluso, se atreven a afirmar que no entienden por qué Iglesias los odia tanto. Todo menos pararse a pensar un instante un hecho de sobra ya constatado: no solo los odia Iglesias. Cada vez somos más los españoles que nos sentimos traicionados por un partido que ya hace años dejó de ser socialista y obrero para iniciar un viaje al centro-derecha que parece no tener ya vuelta atrás. Algo que deja bien patente ese pacto con el partido de Rivera.

     Pese a todo lo anterior, Sánchez sigue teniendo una gran ocasión para ser presidente. Eso sí, ha de ser valiente y dejar de seguir los dictámenes de los grandes barones de su partido --todos sabemos quienes son y lo que opinan sobre la gran coalición junto a Ciudadanos y PP-- para apostar decididamente por retornar al camino de progreso que jamás debió abandonar. Porque, de seguir por él, no debería extrañar a nadie que Podemos le coma definitivamente la tostada y pase a ser ese referente de izquierdas que tanto perseguimos los ciudadanos que hemos mamado desde nuestra infancia la ideología socialista en este momento perdida.

     Seré sincero. Estoy muy pesimista. Creo que al final la gran coalición se hará efectiva. Ahora o después del verano (suponiendo que, como todo parece indicar, haya nuevas elecciones en junio). Las presiones que nos acercan a ella son muy fuertes. Y no me refiero solo al PP --que, además, tiene mayoría absoluta en el Senado y podría bloquear muchas de las medidas salidas del Congreso--, a Ciudadanos y a una buena parte del PSOE. También a las grandes empresas y a los bancos les interesa. Y no digamos a las instituciones europeas y hasta mundiales. Porque --y esta es otra cuestión trascendental--, los anteriores gobiernos (tanto del PP como del PSOE) han dejado que la economía y la capacidad de decisión nacional sea secuestrada y dirigida desde fuera de nuestras fronteras. En definitiva: seguimos camino del desastre...       
                       

miércoles, 2 de marzo de 2016

La tierra que pisamos. Jesús Carrasco. Seix Barral. 2016. Reseña





     Si merced a Intemperie irrumpió con gran fuerza en el panorama literario español La tierra que pisamos confirma lo que ya su obra de debut hacía intuir: Jesús Carrasco (1972) va para grande de nuestras letras. Capítulos cortos, pequeñas píldoras informativas, léxico rico y variado y un torrente de sentimientos en cada uno de sus párrafos siguen siendo las señas de identidad de un escritor que ya es uno de los referentes para muchos otros autores que pretendemos, con mayor o menor fortuna, hacernos un sitio en tan difícil pero apasionante mundo.

     Un Imperio del Norte --inspirado en el comunista-soviético y en el nazi-alemán-- ha invadido España y, tras pacificarla y deshumanizar a sus pobladores, ha dejado que algunos de sus altos mandos se instalen en un pequeño pueblo extremeño para vivir con tranquilidad sus últimos años de vida. Allí, ocupando una casa con una gran parcela, conviven Iosif y su esposa Eva, narradora y protagonista femenina de la historia. De manera despreocupada y ajena a la realidad que los rodea el matrimonio malvive --dicho esto desde el punto de vista de la convivencia-- hasta que hace aparición en la propiedad conyugal un indigente --de nombre Leva-- que parece amenazar su ociosidad.

     La tierra que pisamos es una historia atemporal que defiende valores universales y ataca a los regímenes autoritarios que casi hicieron perecer a la Europa y a la España del siglo pasado. Sin duda, es una novela muy arriesgada que narra con crudeza y gran realismo las atrocidades cometidas por aquellos gobiernos autoritarios, bárbaros y destructores de la humanidad de los invadidos. Y también de los invasores. Porque tanto Eva como Leva saben lo que se siente al perder a seres queridos en nombre de lo patriótico. Estamos, pues, ante una historia emotiva fuerte y dura en la que los personajes resultan intensos y con unos rasgos psicológicos perfectamente estudiados y explicados al lector.

     Como sucediera en Intemperie encontramos un léxico arcaico que recupera nuevas palabras en desuso y otorga a la narración un ruralismo que a estas alturas ya nos va resultando familiar. La prosa --en ocasiones, casi poética-- describe la hostilidad del paisaje del pleno invierno norteño europeo, así como el apego a la tierra de las personas que han vivido en ella junto a otras ya desaparecidas de sus vidas, que no de sus pensamientos. Porque el tipo de novela que escribe Carrasco es mucho más de sentimientos que de hechos; de descripciones que de actos.     

     En ocasiones, las personas necesitamos de la aparición de un extraño en nuestras vidas para poder ver lo que hasta entonces éramos incapaces de ver. Máxime cuando una vida sosegada y sin grandes preocupaciones se ha asentado gracias a la violencia, la barbarie, el horror y la opresión. Es lo que le va ocurriendo a Eva según va sabiendo cosas de ese personaje pasivo, mudo y medio loco que ha ocupado su propiedad. Así, se irá cuestionando su bienestar y acabará convertida en una rebelde capaz de plantar cara hasta al mismísimo cónsul, un personaje incapaz de estar en primera línea de combate pero que disfruta, desde su cobardía, en la retaguardia. Eva parece buscar una especie de redención a través del personaje de Leva.

     La trama de la novela trata los tres temas principales de manera alternativa, dando la información pertinaz según avanzamos en la lectura. Estos tres temas son: el proceso por el cual Eva va sintiendo compasión por alguien de quien al principio desconfiaba (a la vez que su odio respecto a su marido, Iosif, va creciendo); la vida de Leva en el campo de trabajo del norte de Europa; y la detención del protagonista masculino y el exterminio de la población por parte de los pacificadores. Y los personajes ocupan cada cual su espacio. Un espacio que, a veces, llegan a compartir.

     Eva es contradictoria y dubitativa, pero acabará tomando una decisión que le cambiará la vida. Leva está enfermo debido a lo que ha tenido que pasar durante los últimos años. Sufre de ataraxia y parece que nada le preocupa ya. Iosif --¿una especie de Stalin?-- es un machista maltratador, un bárbaro, un criminal. Bloom es un militar del Imperio que, por algún motivo, siente predilección por Leva, al cual protege en determinados momentos de su vida. Y el pequeño pueblo extremeño, otro personaje más, encierra, bajo tierra, el secreto de unas vidas pasadas que no deberían ser olvidadas jamás.

     Quizás La tierra que pisamos no llegue al nivel de su predecesora. Sin embargo, confirma que leer a Jesús Carrasco es una actividad que se debe disfrutar. A pesar, incluso, de que la temática de su obra también nos pueda hacer sufrir por su crudeza y realismo. Intemperie es una obra maestra. Y, como tal, es difícil acercarse a su carácter cristalino. Además: de todos es sabido que las comparaciones son odiosas. El caso es que estamos ante otra obra de indudable valía que no puedo dejar de recomendar a ese tipo de lectores que prefiere leer sentimientos antes que acciones...