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lunes, 9 de septiembre de 2024

El orden del día. Éric Vuillard. Tusquets. 2018. Reseña

 




    Todos conocemos muchos de los sucesos ocurridos durante el nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Es una de las épocas históricas más estudiadas y conocidas de la Humanidad. También sabemos que el aparato de propaganda nazi fue el primero y el más poderoso de todos los que hayan existido durante nuestra larga y a la vez corta Historia. En parte, de eso trata El orden del día, del escritor francés Éric Vuillard. La novela, que también podría calificarse como crónica, narra algunos aspectos de los orígenes del poder nacionalsocialista y del desarrollo de una leyenda que sin embargo fue más creada, idealizada y manipulada que real en no pocos casos. Ganadora del Premio Goncourt en Francia en 2017 -galardón justificado por la originalidad con la que su autor utiliza fragmentos de sucesos para unirlos y crear una imagen de conjunto sólida, inédita y apasionante de los primeros años del nazismo-, la novela llegó a España en 2018 de la mano de Tusquets. El orden del día demuestra que para crear un relato convincente no es necesario recurrir a una obra de mil páginas. Algo que ya vimos en 14 de julio.

    Las portadas de los libros nos dicen a veces algo -poco o mucho- sobre su contenido. En la imagen de la portada de esta novela del también guionista y realizador francés aparece el industrial alemán Gustav Krupp, famoso por ser el propietario del conocido grupo de industria pesada Krupp AG entre 1909 y 1941. ¿Qué pinta la imagen de un industrial en la portada de un libro sobre los orígenes del nacionalsocialismo? Pues mucho. Porque la narración de la novela comienza con una reunión de Goering y Hitler con veinticuatro importantes empresarios alemanes de la época. La fecha, 20 de febrero de 1933, bien podría catalogarse como el inicio del poder de Hitler en Alemania. De esa reunión, a la que acudieron, además de Krupp, los máximos dirigentes de empresas tan potentes como Agfa, Allianz, BASF, Bayer, IG Farben, Opel, Siemens o Telefunken, entre otras, nació la potencia económica de un partido que no tardó en hacerse con las riendas de un país que clamaba venganza tras la humillación sufrida en el Tratado de Versalles.

    La Historia nos cuenta que muchos de estos poderosos empresarios acabaron siendo condenados en los juicios de Nuremberg por apoyar económicamente al nazismo y, sobre todo, por beneficiarse del trabajo forzado de deportados y encarcelados, una mano de obra barata que hizo que sus empresas prosperasen más todavía. Pero eso ocurrió una década más tarde. Lo que importa en El orden del día es todo lo ocurrido en la década de 1930. Y Vuillard utiliza sucesos no muy conocidos para ilustrarnos sobre la importancia que tuvieron en el desarrollo del movimiento el dinero -proveniente en su mayor parte de los citados empresarios y demás círculos de poder alemanes- y la propaganda, que convirtió en leyenda algunos hechos que más bien fueron auténticos desastres. Vuillard llega hasta el punto de ridiculizar al mismísimo Hitler en diversos pasajes de la obra, tal como ya hiciera Charles Chaplin en El gran dictador (1940). Y es que solo un gran aparato de propaganda puede convertir lo grotesco, lo cómico, lo irrisorio en una leyenda nacional. Para ejemplos, diversas épocas y naciones nada lejanas, ¿verdad?

    La novela de Vuillard desenmascara muchos de los mitos del nacionalsocialismo y nos muestra las miserias de unos hombres que fueron elevados a los altares a base de burdas manipulaciones, grandes montajes dignos del gran Hollywood y la creación de múltiples falsas apariencias. Todo para crear una farsa trágica que todavía resuena a día de hoy. El orden del día desvela los mecanismos del mal. Denuncia la vileza. Y muestra cómo el nazismo se benefició de cantidades ingentes de dinero a cambio de la falsa estabilidad prometida a esos círculos del poder alemán. Y, lo mejor de todo, el autor francés lo cuenta de tal manera que al lector le parece estar en el lugar y el momento indicados, viviendo de primera mano, in situ, los acontecimientos descritos. Hasta el punto de llegar a reírse de unos monstruos que en realidad no fueron más que despiadados mequetrefes y de angustiarse al asistir a unos hechos que acabaron costando millones de vidas y millones y millones de las monedas que cada uno quiera utilizar.

    Las novelas de Éric Vuillard comparten una serie de características que también apreciamos en esta. A saber: toman como punto de partida un acontecimiento histórico; denuncian hechos sociales injustos; están narradas desde el punto de vista de la micro Historia, tratando al detalle cada acontecimiento; tienen una extensión corta (en este caso, unas ciento cuarenta páginas); sitúan al lector dentro de los sucesos narrados, convirtiéndolo en un intérprete más de la Historia; presentan altos debates morales y políticos; y se desarrollan a través de una acción fulgurante que atrapa al lector a sus páginas. Son obras de ficción, sí, pero presentan un elaborado proceso de documentación histórica que convierten la ficción en realidad. En testimonio de la realidad narrada. Y, todo ello, desde la concreción. Sin ambages ni circunloquios innecesarios. Haciendo bueno aquello de que lo bueno, si breve, es dos veces bueno. Dejando de lado la paja y centrándose en lo estrictamente necesario para dar luz a los hechos en cuestión.

    De los dieciséis capítulos que componen la novela cabe destacar principalmente tres de ellos. Los dos primeros hacen referencia a la entrevista en el Berghof de Berchtesgaden entre Hitler y el canciller austríaco, Schuchsnigg, el 18 de febrero de 1938 -una de las escenas más fantásticas y grotescas de todos los tiempos, en la que Schuchsnigg sucumbe a la influencia mágica de un Hitler que aparece como un ser sobrenatural, una criatura quimérica- y a la avería masiva de los panzers alemanes en su camino hacia Viena nada más establecerse en Anschluss, el 12 de marzo de 1938 -Hitler está fuera de sí, lo que debía ser un día de gloria, un viaje vivificador e hipnótico, se transforma en un atasco. En lugar de velocidad, congestión; en lugar de vitalidad, asfixia; en lugar del impulso, el tapón. Aquello parecía una película cómica: un Führer hecho una furia, todo lleno de mecánicos corriendo por la calzada, órdenes gritadas atropelladamente. Un ridículo asegurado-, aspecto que explica la teoría de que la denominada Blitzkrieg -o guerra relámpago- no fue más que una mera fórmula, una publicidad.  

    El tercero de los capítulos a destacar narra la surrealista despedida de Ribbentrop de Downing Street en la noche de ese mismo día -12 de marzo de 1938-, alargando hasta límites esperpénticos la cena junto a Neville Chamberlain para impedir la rápida respuesta británica a la anexión austríaca por parte de Alemania. Los Ribbentrop rieron la jugada que habían desarrollado: la misión de hacer perder a Chamberlain, y al resto de su equipo, el máximo tiempo posible. Chamberlain no había podido despachar el asunto más urgente, había estado ocupado hablando de tenis y degustando macarrones justo después de que las tropas alemanas acabaran de entrar en Austria. Como se puede observar, la novela se centra en los años y meses inmediatamente anteriores al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Acciones intermedias entre los orígenes del nazismo y el comienzo de los hostilidades en la frontera polaca. Cuando ya nadie podía pasar por alto los proyectos de los nazis, sus intenciones brutales.

    En definitiva, El orden del día desmitifica muchas de las ampliamente difundidas leyendas del nazismo, mostrándonos las miserias de quienes durante décadas fueron enaltecidos a base de propaganda, publicidad y manipulación. Y, además, nos adentra en la connivencia entre los ricos empresarios y demás poderosos personajes de la época con los miembros de un movimiento que encerraba dentro de sí mismo intereses espurios que ya nadie podía ocultar tras sucesos como el incendio del Reichstag, el 27 de febrero de 1933, la apertura de Dachau, aquel mismo año, la esterilización de enfermos mentales, aquel mismo año, la Noche de los cuchillos largos, al año siguiente, las leyes sobre la salvaguardia de la sangre y del honor alemanes, el inventario de las características raciales, en el año 1935; todo junto era realmente demasiada cosa. Una novela-crónica, como ha quedado dicho más arriba, corta que se hace más corta si cabe debido a su originalidad, interés e intensidad. Una forma muy divertida de aprender la Historia.                     

         

martes, 9 de abril de 2024

Soldados de Salamina. Javier Cercas. Tusquets. 2001. Reseña

 




    Una década después de sus novelas de debut --El móvil y El inquilino-- Javier Cercas reemprendió su carrera como escritor con Soldados de Salamina (2001), una obra que cuenta varias historias y desde diferentes puntos de vista. Una novela sobre dos historias reales que tienen que ver con un escritor-político falangista y con un soldado republicano durante el período final de la Guerra Civil Española, aunque en el caso del soldado republicano su historia continúa durante toda la Segunda Guerra Mundial, concretamente hasta la liberación de París. Un trabajo que bebe directamente de otros dos escritores, Sánchez Ferlosio y Roberto Bolaño, quienes hablan a Cercas de Sánchez Mazas y Antonio Miralles, los grandes protagonistas de la novela. Una novela que nace siete años antes de su finalización y posterior publicación. Y es que en 1994 el escritor Sánchez Ferlosio le dio a conocer a Cercas la historia de su padre, Sánchez Mazas. Una historia deslumbrante cuyo punto central es su fusilamiento en el santuario del Collell (Girona) en 1939.

    Un fusilamiento del que sobrevivió de forma milagrosa, aunque existen dos versiones diferentes de los hechos: la primera, contada por el propio Sánchez Mazas durante el resto de su vida, habla de que las balas lo rozaron y se hizo el muerto antes de poder escapar con vida del lugar; la otra, recogida de otros supuestos testigos de los hechos, hablan de su huida a plena carrera aprovechando la confusión creada por el hecho de que los fusilados eran un gran número. Esclarecer la verdad obsesiona a Cercas desde el principio. Y comienza a investigar los sucesos para tratar de dar con la realidad. Y, ya puestos a obsesionarse, los dos relatos hablan de una persecución por los alrededores del Collell. Y de que un soldado republicano encuentra a Sánchez Mazas, lo mira, y decide dejarlo marchar sin delatarlo ni ejecutarlo allí mismo. ¿Quién fue ese soldado republicano que dejó con vida al falangista --e ideólogo-- más antiguo de España, coautor del Cara al sol? La cuestión inquieta a Cercas, quien durante años investiga sobre los hechos.

    Durante las dos primeras partes del libro, Los amigos del bosque y Soldados de Salamina, Cercas nos acerca la figura del ideólogo de la Falange y estrecho colaborador de José Antonio Primo de Rivera, su particular historia --antes, durante y después de la Guerra Civil Española-- y esos días anteriores y posteriores a su fusilamiento en el Collell. Los amigos del bosque son tres soldados republicanos --los hermanos Pedro y Joaquim Figueres y Daniel Angelats-- que han desertado y se esconden por los alrededores del santuario mientras esperan la llegada de los nacionales. Se encuentran con un Sánchez Mazas desarmado e indefenso, uno de ellos lo reconoce, y acuerdan protegerlo a cambio de que después él los ayude a ellos una vez llegue el ejército nacional a la zona. Y así fue. Durante un buen número de páginas, Cercas confronta las diferentes versiones de los protagonistas, buscando llegar a la realidad. Una realidad que por momentos se le escapa entre los dedos de las manos, como si se tratara de agua o arena.

    La novela muestra todos los vaivenes de la investigación llevada a cabo por Cercas. Sus momentos de euforia, cuando consigue logros que hacen avanzar esa búsqueda en pos de la verdad, y otros en los que el autor llega a abandonar la investigación al verse en callejones sin salida. En ese sentido, los métodos de búsqueda de documentos, objetos, identidades, testimonios escritos y de testigos presenciales, muertos o incluso vivos, nos muestran la enorme complejidad del proceso de investigación. Un proceso en el que cuentan las destrezas. casi detectivescas del autor, y también la suerte. Si, porque, sin suerte --hay que buscarla, pero no siempre se encuentra--, a veces no vale para nada la tenacidad. Y son dos conversaciones aparentemente normales --con Ferlosio y Bolaño-- las que ponen a Cercas en el buen camino hacia el conocimiento de la historia real. Una historia real que el autor debe desenterrar, como si de un arqueólogo se tratara, de entre tantas versiones contradictorias y poco esclarecedoras.

    Una de las cosas que más cautivan de la figura de Rafael Sánchez Mazas es cómo su actitud va virando desde la euforia inicial hasta la decepción final. Reconoce el propio protagonista que hizo todo lo que estuvo en su mano para generar la mayor cantidad de crispación en la España de su época. Perdido el país electoralmente, solo cabía la guerra como medio para recuperarlo. Se esforzó y ocupó de ello con todas sus fuerzas. Incluso luchó en la guerra. Y, cuando todo parecía ganado y a la vez perdido, un golpe de suerte le salvó la vida a escasos días de finalizar la guerra. Después de ayudar a aquellos amigos del bosque a los que jamás olvidaría pero a los que nunca más vio en persona, Franco lo hizo incluso ministro. Y, cuando todo parecía ganado, tuvo que asistir al hecho de que la España que él soñó estaba cada vez más alejada de la España que estaba creando Franco. Así, hastiado y deprimido, decidió aislarse del mundo y vivir los años que le quedaban de vida alejado del régimen que había ayudado a crear. Una historia escalofriante.  

    La tercera y última parte de la novela, Cita en Stockton, aborda las conversaciones entre el autor y el escritor chileno Roberto Bolaño; la investigación de Cercas sobre la figura de Antonio Miralles, un soldado republicano que, una vez acabada la contienda nacional, luchó contra el fascismo y el nazismo en Europa y el norte de África hasta la liberación de París y la victoria final; y la búsqueda del soldado por parte del autor. Un autor que sabe que a su novela le falta una pieza importante: conocer a quien perdonó la vida al falangista y, sobre todo, los motivos que lo llevaron a ello. La fe, la cabezonería, la suerte y el saber hacer de Cercas lo llevan, una vez más, por el buen camino en ese obsesivo intento de alcanzar la verdad. Una verdad que a veces hay que inventar. O no. Una verdad que no solo puede salvar a un huido --en este caso, Sánchez Mazas--, sino que también puede salvar la carrera literaria de un escritor --léase Javier Cercas--. Y es que, aunque no sabemos al ciento por ciento quién salvó al falangista, sí sabemos que Miralles salvó al Cercas escritor. Un Cercas que ya había tirado la toalla en lo literario.

    En lo que concierne a Antonio Miralles, su historia no es demasiado diferente a la de Sánchez Mazas. El soldado luchó contra la injusticia, tanto a nivel nacional como europeo. Arriesgó su vida en innumerables ocasiones contra un fascismo que se hizo con España y amenazaba con hacer sucumbir a toda Europa. Pasó por situaciones difíciles de narrar con el propósito de salvar a su patria y a su continente de las garras de la opresión. Y, sin embargo, jamás recibió un solo agradecimiento. Ni en España ni en Francia. Desencantado, deprimido y hasta cabreado --como Sánchez Mazas--, se quedó a vivir en un pueblecito cercano a Dijon, no volviendo a España más que en períodos vacacionales. Unas vacaciones que pasaba en un camping llamado Estrella de Mar, en Castelldefels. Un camping en el que trabajó, ¿casualidades del destino?, un joven escritor chileno que debía ganarse la vida como podía hasta que llegara el momento de ganársela con la literatura. Un escritor llamado, cómo no, Roberto Bolaño.

    Soldados de Salamina --un título ambiguo pero muy significativo desde variados puntos de vista-- relanzó la carrera literaria de Javier Cercas. Un Javier Cercas que recibió, además, la inestimable ayuda del genial cineasta, guionista y escritor David Trueba, quien en 2002, solo un año después de publicarse la novela, la llevó a la gran pantalla. Una adaptación que, aunque con algunos cambios argumentales, resultó muy emotiva, algo que hizo más popular si cabe a la novela. Una novela que también puede calificarse como histórica, pues narra unos mismos hechos históricos desde diferentes puntos de vista. Porque la Historia no se puede conocer fehacientemente desde un único punto de vista. Es necesario ver las dos caras de una misma moneda para hacerse una buena composición de lugar. Y esta novela es un buen ejemplo de ello.     

  

jueves, 14 de marzo de 2024

La última función. Luis Landero. Tusquets. 2024. Reseña

 




    Cuentan los relatores --en plural, pues son algunos vecinos del pueblo en el que se desarrolla la historia-- de La última función, la nueva novela de Luis Landero, que igual que Tito --el protagonista masculino de la historia-- se entregó al mandato paterno de estudiar Derecho sin discusiones ni protestas, lo mismo le pasó a Paula --la protagonista femenina-- con el matrimonio y con el proyecto empresarial --de su esposo--. Los dos sabían que actuaban contra sus impulsos y deseos, y que ese camino podía conducir a la desdicha, pero lo aceptaron como un deber insoslayable, uno por su condición de hijo y la otra por su condición de esposa y madre. Y de eso trata la novela: de los sueños rotos por atenerse a los dictados ajenos y no a los deseos propios. Tito y Paula, sin duda, sienten que han desperdiciado sus vidas por vivir las de otros. Lo llevan lo mejor que pueden, cómo no, qué remedio les queda, pero se preguntan qué habría sido de ellos en caso de haber seguido los caminos que les marcaban sus corazones. 

    Otros temas que trata la nueva novela del escritor extremeño son las segundas oportunidades, el mundo del teatro y el espectáculo, el amor que por él siente muchísima gente --la mayoría de ella, de forma altruista y muy modesta-- y la España vaciada. No en vano, la historia se desarrolla durante los primeros meses de 1994 en San Albín, o solo Montealbín, que de las dos formas se le puede llamar a este lugar, o más bien se le llamaba, porque hace ya tiempo que está abandonado de Dios y de los hombres, como tantos otros de por aquí, de estas tierras pobres de la periferia de Madrid, lindantes ya con Guadalajara y con Segovia, y que tuvieron, aunque cueste creerlo, sus tiempos de esplendor. Y el último, y sin duda el más grande, de esos esplendores, sobrevino precisamente durante esos meses, y con aquella magnífica, deslumbrante explosión, y después de tantos siglos de historia, se extinguió definitivamente este lugar. 

    Tito es un actor vocacional de los de toda la vida que debe renunciar a su sueño porque su padre se empeña en que estudie Derecho para que trabaje con él en su gestoría. Durante años trabaja con su padre. Hasta que este fallece y el negocio pasa a ser de su propiedad. Entonces, fuera de las horas de trabajo, se dedica a montar pequeñas obras de teatro por distintas salas de la capital. Obras de poco presupuesto que, aunque a menudo alcanzan cierto éxito, no le permiten dar el salto a tratar de vivir de ellas y no de la gestoría. Y así, después de 35 años, regresa a su pueblo natal. Todos en San Albín recuerdan a aquel niño prodigio que debería haber triunfado en España y en el mundo entero. Pero allí, donde nunca ocurría nada excepcional o memorable, es una leyenda. Y los vecinos no tardan en pedirle una función que lleve turismo al pueblo. Un pueblo que lucha por no quedar despoblado, abandonado y olvidado para siempre.

    Paula, antes de dormirse y pasarse de estación en el último tren del día, piensa en una juventud arruinada, un matrimonio absurdo, un trabajo odioso, un futuro por delante consabido y vulgar, y la culpa y la rabia contra sí misma por haber desperdiciado su vida sin llegar apenas a vivirla. Lleva una vida aburrida, piensa en abandonar a su marido y querría vivir aventuras. Y se le presenta una, de sopetón, cuando despierta, no reconoce el decorado que ve a través de las ventanas y se baja del tren en la primera estación porque se ha pasado su parada. Encuentra a un único hombre en el andén. De pocas palabras, le pregunta si es Claudia --sin duda, la ha confundido con otra--, la agarra del brazo, la sube a su moto y arranca camino de un pueblo desconocido. Tito ha llamado a una antigua compañera, una actriz llamada Claudia, para que lo ayude en su obra. Claudia no acude, pero la aparición de Paula, aunque sea por error, revoluciona San Albín. Y ella se deja llevar. Por fin va a vivir una aventura.

    Aunque hace tiempo que no ve a Claudia, Tito sabe que no es la mujer que acaba de llegar al pueblo. Sin embargo, sabedor de que su antigua amiga no ha acudido, convence a Paula para que haga de actriz principal en la obra. Y la ayuda a preparar su papel. Ella, por su parte, prefiere eso a los madrugones diarios, las jornadas agotadoras, las más de cuatro horas entre tren y metro y la culpa y la rabia ya referidas más arriba. Se entrega a la tarea de ser actriz como si lo fuera en realidad y no desfallece en su nuevo papel en el mundo. Además, todo el pueblo se vuelca con ella. Y, por primera vez en mucho tiempo, se siente querida, admirada, respetada y bien tratada. Por si fuera poca cosa vivir por fin una aventura excitante y sentirse bien consigo misma, se ve en la situación de poder corresponder el afecto de todo el pueblo participando de forma muy activa en el intento de atraer a esos turistas cuyo dinero podría salvarlo ante el éxodo a las ciudades.

    La mayor parte de la vida de Tito ha transcurrido en Madrid. Su familia se trasladó allí cuando él era un niño ya conocido por todo el pueblo. Los relatores de la historia cuentan su adolescencia, sus estudios, sus trabajos en la gestoría familiar y sus pinitos en escenarios de poca monta de la capital. Escribe los guiones, hace los montajes e interpreta los papeles principales. Y en la mayoría de las ocasiones no cuenta más que con la ayuda de su incomparable voz y de sus inseparables compañeros de andanzas teatrales: Rufete, un electricista del barrio que ansiaba trabajar como luminotécnico en el cine, en la televisión o en el teatro, y Galindo, un profesor de instituto de latín y griego que era medio músico y repartía sus afanes entre la flauta y la guitarra clásica y flamenca. Juntos, los tres forman un equipo entusiasta y muy bien avenido que monta todo tipo de obras y va cosechando pequeños grandes éxitos por toda la capital. Éxitos, sin embargo, insuficientes a la hora de hacerse un hueco y un nombre.

    La última función es la historia de quien quiere pero no puede. De quien da todo lo que lleva dentro pero no consigue más que pequeñas victorias que hacen estériles los esfuerzos por alcanzar una meta mucho más amplia. De quien, pese a ello, atesora una dignidad y una honestidad a prueba de bombas. Porque solo fracasa quien abandona, nunca el que lo intenta con todas sus fuerzas. Por eso, para Tito y sus acompañantes, para Paula y para los ciudadanos de San Albín, esa función se convierte en la gran y última oportunidad de conseguir sus propósitos. A saber: en el caso de Tito, Rufete y Galindo, triunfar en la escena teatral; en el de Paula, vivir una aventura que la lleve a iniciar una nueva vida mucho más satisfactoria; y en el caso de los ciudadanos del pueblo, conseguir que su querido pueblo no caiga en el olvido. La unión de todos ellos hará la fuerza. Sin embargo, algunos conseguirán sus propósitos mientras que otros no. Porque así es la vida.

    La historia de esta novela es así de sencilla y complicada a la vez. Puede que haya un buen puñado de historias más atractivas o llamativas que las que nos cuenta Landero en sus obras. Pero, sin duda alguna, la gran fortaleza del escritor extremeño es cómo nos las cuenta, cómo nos las narra, cómo nos las analiza. Porque es ese estilo landerista o landeriano el que lo ha ido convirtiendo en uno de los grandes escritores españoles y europeos de los últimos años. Un escritor en mayúsculas que, apartado de los focos mediáticos, demuestra conocer al dedillo no solo el alma humana sino las mejores formas de hacer literatura. De ahora y de siempre. Y, para muestra, este párrafo magistral: 

    Quinito Maya también tenía alma de artista. Nosotros lo conocimos bien. Quería ser escritor, pero aún no sabía qué escribir. De momento, solo tenía un afán: pulir el estilo; luego, ya buscaría las historias, temas o ideas de los que tratar. Pero esa elección la haría cuando tuviese ya su propio estilo. Es más, el mismo estilo le revelaría qué camino tomar. De momento, dudaba entre los muchos o pocos adjetivos, entre las frases largas o cortas, entre escribir al modo racional y diáfano de Ortega, por ejemplo, o al borrascoso y turbio de Unamuno. ¿Qué era mejor, y qué le vendría mejor a él, contar extenso y por menudo como Galdós o Tolstoi, o breve y por encima como Chéjov o Hemingway? ¿Desatar la fantasía al modo de Poe o de Borges, o atenerse a los rigores de la cercana realidad como Delibes o Baroja? ¿Retorcer y encoger el lenguaje como Quevedo o allanarlo y dilatarlo como hacía Cervantes? Porque era muy lector, y tenía muchos modelos y todos le parecían bien. En realidad, le hubiese gustado escribir como todos ellos a la vez, y ser a un tiempo turbulento, sereno, opaco, transparente, torrencial y lacónico, culto y popular, leve y denso, severo y burlón...            

      

lunes, 2 de mayo de 2022

Los vencejos. Fernando Aramburu. Tusquets. 2021. Reseña

 




    No voy a durar mucho. Un año. ¿Por qué un año? Ni idea. Pero ese es mi último límiteNo me gusta la vida. Y no pienso delegar en la Naturaleza la decisión sobre la hora en que habré de devolverle los átomos prestados. He previsto suicidarme dentro de un año: el 31 de julio, miércoles, por la noche. De esta manera tan descorazonadora vuelve a la novela Fernando Aramburu. Lo hace tras el paréntesis marcado por sus ensayos y libros de poesía y prosa poética Autorretrato sin mí, Vetas profundas y Utilidad de las desgracias y otros textos. Todos ellos publicados tras el tremendo éxito de su anterior novela, Patria (2016). Los vencejos, su nueva obra, es una historia poliédrica protagonizada por Toni, un profesor de filosofía enfadado con el mundo y consigo mismo que un día decide que va a poner fin a su existencia. Mientras espera la llegada de la fecha definitiva se dedica a escribir una especie de diario o crónica donde expone las razones de un desencanto que ha de llevarlo al suicidio.

    Acompañado por su inseparable amigo Patachula, quien perdió una pierna en los atentados del 11M de 2004 y hasta piensa acompañarlo en su decisión final más que nada por no quedarse solo, Toni decide vivir con total libertad el año que le queda de vida. Una libertad que, paradójicamente, le viene del hecho de saber que su fin está cada vez más próximo, lo cual lo hace disfrutar de las últimas veces que hace tal o cual cosa. Algo, disfrutar, que había olvidado los últimos años. Durante esos 365 días va programando las cosas para poder irse dejándolo todo resuelto. Y cada noche escribe sobre los sucesos del día a día junto a Patachula y también sobre los momentos más importantes de su vida. Así, desgrana, por ejemplo, sus tormentosas vidas familiares, primero con sus padres y su odiado hermano Raulito y después con su ex esposa Amalia y su hijo Nikita. Los grandes fracasos del pasado de Toni marcan, sin duda, la decisión de despedirse de un mundo que cada vez entiende menos.

    Las idas y venidas de los vencejos, a los que Toni observa desde las calles de Madrid mientras desea poder volar alto y lejos junto a ellos, marcan el hilo conductor de la novela según pasan los meses y las estaciones. Toni comprende mucho mejor a los animales que a las personas. Vive solo con su perra Pepa y su muñeca erótica Tina, regalada por Patachula. A ambas las trata con igual cariño y dedicación. Y dejar resuelto su futuro cuando él ya no esté es una de sus grandes preocupaciones. Sus historias con ellas constituyen algunos de los momentos más tiernos y a la vez humorísticos de la novela. También sus conversaciones con su fiel amigo y con Águeda, una ex novia --a la que abandonó por la que sería el amor de su vida, su esposa y madre de su hijo-- que de repente vuelve a aparecer en su vida acompañada por un perro que se llama curiosamente Toni, lo cual indica que jamás lo olvidó. Como él tampoco olvida, a pesar de los pesares, a Amalia.

    Acostumbrado a la compañía de Águeda, que era una chica sencilla, buena y, todo sea dicho, carente de atractivo físico, yo observaba encogido de admiración y quizá un poco asustado las dotes organizativas de la bella y sensual Amalia, la energía con que abordaba cualquiera de sus empresas, la obsesión de hacer las cosas bien. Ni por un segundo se me ocurrió prever las consecuencias que me acarrearía el que todas aquellas cualidades se volvieran un día contra mí. Las comparaciones son odiosas, cierto. Pero existen. Toni sucumbió a los encantos de Amalia. Pese al desgaste de los años y al traumático fin de su relación matrimonial no la olvida. Tras el divorcio tomó la decisión de renunciar al amor para siempre. Y lo justifica así: el amor, maravilloso al principio, da mucho trabajo. Al cabo de un tiempo no puedo con él y termina resultándome fatigoso. He sido siempre temeroso de que al final todo el esfuerzo y la ilusión fueran para nada. Y el caso es que siempre fueron para nada.  

    Y sigue: prefiero la amistad al amor. De la amistad nunca me harto. Me transmite calma. Yo mando a Patachula a tomar por saco, él me manda a mí a la mierda y nuestra amistad no sufre el menor rasguño. No tenemos que pedirnos cuentas de nada, ni estar en comunicación continua, ni decirnos lo mucho que nos apreciamos. Cierto es que Patachula, siendo un tanto especial, es digno de aprecio. Y Toni también aprecia a los vencejos. Vuelan sin descanso, libres y laboriosos. A veces miro desde la ventana a unos cuantos que tienen sus nidos bajo las cajas del aire acondicionado del edificio de enfrente. Pronto emprenderán su vuelo migratorio anual hacia África. Si nada se tuerce y mi vida sigue por el camino trazado, aún estaré aquí la próxima primavera cuando ellos regresen. He pensado que me gustaría reencarnarme en uno de ellos y revolotear a partir de agosto sobre las calles del barrio. La libertad de volar alto y lejos, de nuevo.    

    A través de las casi setecientas páginas del diario de Toni asistimos a muchos de los grandes acontecimientos de la Historia de España. Especialmente los que tienen que ver con el presente de la ficción, es decir, el intervalo entre el 1 de agosto de 2018 y el 31 de julio de 2019. Lapso de tiempo protagonizado por el juicio a los líderes independentistas catalanes, el auge de la ultraderecha que representa VOX, los intentos de Ciudadanos y Podemos de intentar entrar en un gobierno de coalición y los procesos electorales y las respectivas negociaciones en pos del imposible establecimiento de un gobierno que dé por fin algo de estabilidad a la nación. Las discusiones políticas entre Toni, Patachula y Águeda en el bar de Alfonso ilustran perfectamente la enorme polarización del país. Y es que tanto la política nacional como los personajes centrales de la novela están magistralmente retratados en el texto de Aramburu.

    Mientras Toni se va deshaciendo de la mayoría de sus pertenencias --su amplia biblioteca, diversos enseres y hasta muebles-- y va recibiendo extrañas notas anónimas que llegan a obsesionarlo por completo, tanto por su contenido altamente ofensivo como por el hecho de no tener prueba alguna del origen ni de la motivación de las mismas, su narración se centra en aspectos centrales de su vida. Como los malos tratos recibidos por parte de su padre; su complicada relación con su madre; el odio mutuo existente entre él y su hermano pequeño; su tormentoso final con Amalia, que prefirió a una mujer de nombre Olga; o la debilidad mental de su hijo Nikita, incapaz de ir superando etapas en la vida a la velocidad del resto de sus iguales. Fracasos que, sumados y almacenados en una enorme mochila, pesan demasiado sobre su espalda. De ahí su necesidad de soltar lastre y buscar la libertad. Incluida la libertad para poner fin a su vida.

    Cómo consigue Aramburu que el diario de un suicida quemado y cabreado con el mundo y con sus congéneres --al más puro estilo del señor Meursault de El extranjero de Camus, del joven Holden Caulfield de El guardián entre el centeno de Salinger o del también desencantado joven Arthur Maxley de Solo la noche de Williams-- acabe convertido en una lección de vida, de amor, de amistad, de dignidad y de esperanza es todo un misterio para la mayoría de los mortales. Incluso después de leída la novela. Alcanzar algo así está tan solo al alcance de un genio literario. Si con Patria Aramburu deslumbró a los lectores, con Los vencejos los hará reír, reflexionar y finalmente llorar en sus últimas páginas. Unas páginas de gran belleza y emoción no carentes de tragedia pero tampoco de esperanza.                      


     

miércoles, 16 de febrero de 2022

Una historia ridícula. Luis Landero. Tusquets. 2022. Reseña




 

    Que el escritor extremeño afincado en Madrid Luis Landero tiene una capacidad sin igual para crear una magnífica novela casi desde la nada es algo que sus lectores sabemos desde hace ya muchos años. Que su prosa es excelente, también. Pero es que, en mi opinión, su estilo, que sabe combinar la ambigüedad con la concreción y lo tajante según lo requiera la situación, es su verdadero gran valor. Y un ejemplo más de todo ello lo encontramos en su última novela, de reciente publicación, y que lleva un título altamente esclarecedor: Una historia ridícula. Porque la historia que narra Landero en boca de Marcial es eso: ridícula. Y ridículo es también su protagonista, un pedante o redicho --emplea términos muy cultos con una autosuficiencia que exaspera en ocasiones al lector-- que encarna a la perfección el papel de antihéroe, de embaucador, de inventor de una realidad falsa con la intención de engañar a los demás sobre su verdadera identidad.

     Porque su identidad es la que es. Marcial sabe que es un estúpido, un tonto, un idiota, y lo que trata por todos los medios posibles es que quienes lo rodean no constaten que lo es. Y para ello necesita inventar, para sí mismo --es fácil entender que el primero en no soportar a una persona así sea uno mismo-- y para los demás, una identidad de filósofo, autodidacta, persona leída e instruida, que siempre está a la altura de las circunstancias. Pero la realidad, la pura realidad, es que Marcial tiene un notable complejo de inferioridad --sobre todo porque dice carecer de estudios superiores--, lo que lo lleva al aislamiento, a odiar a los demás por cualquier motivo, a no perdonar jamás a nadie ni el más mínimo desliz, gesto o palabra, a decir que son los demás los débiles --utiliza a menudo la figura de Kafka y su alter ego protagonista de La metamorfosis para hacernos ver cómo se siente ante el resto de humanos-- y a afirmar incluso que posee determinados poderes sobrenaturales.

    En este sentido, cabe alabar la idea de Tusquets de colocar en la portada de la novela la imagen del pavo real. Porque, aunque no se cite en el texto tal cual, Marcial es una especie de pavo real que se pavonea ante el mundo, tratando de atraer a los demás de la única manera que conoce: llamando la atención. Y también, aunque quiere evitarlo a toda costa, y le da siempre mil vueltas a todo con tal de no llegar a ello, haciendo el ridículo allá por donde va. Y, claro, tratándose de un personaje solitario, aburrido y débil, la aparición en escena de Pepita--mujer que encarna todo lo que él envidia en la vida: belleza, elegancia, buen gusto, posición social y relaciones con personas interesantes--, de quien se enamora a primera vista, acaba de trastocar por completo su vida. Quiere conquistarla como sea, y no duda en sacar a pasear todos sus encantos --sus alas y su enorme cola de pavo real-- para enamorarla. Porque está plenamente convencido de que la merece y es capaz de enamorarla.

    Para acabar de componer el cuadro, ya de por sí desolador, según Marcial --que es quien cuenta su historia en primera persona--, Pepita tiene dos pretendientes. Y él, por tanto, dos enemigos: el historiador Fidel y el violinista Víctor, a los cuales por supuesto odia y desprecia. No se considera en absoluto inferior a ellos y no duda en desplegar todas sus armas para imponerse y hacerse con el amor de su querida Pepita. Y comienza una batalla interna en la mente de Marcial que sí es bastante común en nuestra especie: las reacciones --textuales y gestuales-- de Pepita cuando dialoga con él lo llevan a pensar a menudo que está despertando su interés; en cambio, en otras situaciones lo hacen sentir como si se estuviera burlando de él. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así a lo largo de su vida? Para salir de dudas, su propósito será ser invitado a una de las reuniones de intelectuales --a la que acuden Fidel y Víctor-- que se llevan a cabo en casa de Pepita cada jueves. Lo cual nos conduce a un final coral imprevisto. 

    El humor con el que Landero trata la historia no debe cegarnos: Una historia ridícula no es solo una novela inofensiva que nos entretiene; es también una honda crítica de la condición humana. Y Marcial es un tonto que a veces no lo es tanto. Algunas partes de su filosofía de vida son compartidas por muchos de nosotros. Sobre todo la que hace referencia a que en no pocas ocasiones todo se convierte en un teatro y cada uno de nosotros en sus actores. Basta con echar un vistazo, así por encima, a las redes sociales. En ellas hay una ingente cantidad de historias ridículas. Así, sin entrecomillar. Por descontado, Marcial no es ni de lejos el único pavo real de nuestro tiempo. Y la nueva novela de Landero debería hacernos reflexionar a todos sobre diversos aspectos que parece que estamos descuidando desde hace algún tiempo. Eso sí, lo que no debemos hacer jamás es pasearnos por ahí con una navaja en un bolsillo y un frasco de veneno en el otro. Porque entonces seríamos igual de peligrosos que Marcial.

    Como curiosidad, en algunas de las escenas el lector podrá intuir que la fiesta en casa de Pepita a la que es invitado Marcial aquel jueves de infausto recuerdo se asemeja mucho a la magnífica comedia francesa La cena de los idiotas --dirigida en 1998 por Francis Veber y llevada después al teatro en varios países--. Las singularidades de Marcial, desde luego, podrían hacerlo posible. También ese final coral, con más de diez personas en la misma habitación. Sin embargo, la ambigüedad que utiliza Landero a la hora de desarrollar la historia, a la que ya he hecho referencia antes, nos deja el misterio de si ocurrirá el milagro de que, en efecto, Marcial sea capaz de enamorar a Pepita. El gran problema del protagonista de la novela es, sin embargo, que desconoce por completo los temas a tratar en la reunión, lo que lo incapacita al no poder prepararse en casa las elocuentes frases que lo hagan quedar como un hombre preparado. Arma que sí había podido utilizar en las citas anteriores con Pepita.

    El autor demuestra una vez más que, aunque habitualmente resida en Madrid, no olvida sus orígenes. Por eso, no duda un ápice a la hora de introducir en cada escrito suyo la región que lo vio nacer y crecer. Extremadura, esa gran olvidada, está presente en diversos pasajes de la historia. Tampoco olvida hacer referencias, más o menos veladas, a obras literarias de otros autores --La metamorfosis, de Franz Kafka, El sentimiento trágico de la vida, de Miguel de Unamuno o El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas--. Y en cuanto a la temática, tampoco deja de estar presente el amor. Así, Marcial, que tiene su propia visión del tema, afirma que el amor nos alucina, nos da por castigo la esperanza, nos traslada a una dimensión fantástica de la realidad. El amor es demencia, un puro disparate, madre de todo tipo de necedades y de monstruos. Y le espeta a Pepita que con tu sola presencia también a mí me enaltecías, me transformabas en artista, en bohemio, en filósofo. Así es el amor.

    El pensamiento, si uno no lo controla, se echa al monte, como quien dice, se pone bravo y traspasa todos los límites, rompe todas las reglas, crea todo tipo de disparates y de monstruos, escribe Marcial. Y está bien que lo reconozca, pues eso es exactamente lo que le ocurre a él: cuanto más piensa en algo, más mete la pata, más hace el ridículo. Lo cual hace buena la fórmula que él mismo ha diseñado: O+C=T, donde O es orgullo, C es cobardía y T es temeridad. Y también esto lo reconoce de la siguiente manera: no he sido nunca ni vigoroso ni valiente, aunque sí temerario, precisamente porque en mi cobardía, en mi desesperada cobardía, mi falta de coraje me deja expuesto a arranques incontrolados de temeridad. Una definición perfecta de un personaje ridículo que, como he dicho antes, es tonto pero no tanto en algunas ocasiones. Por eso, pese a su idiotez, en determinados momentos consigue que el lector hasta empatice con él. Algo bueno tendrá. Landero está de vuelta. Gran noticia.     

       


lunes, 4 de diciembre de 2017

La vida negociable. Luis Landero. Tusquets. 2017. Reseña





     Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles. Así, como si estuviéramos esperando turno en su peluquería, comienza a narrarnos su vida Hugo Bayo, el protagonista de la última y magnífica obra del escritor extremeño Luis Landero. Un comienzo de novela de esos que de inmediato presuponemos que van a pasar a la historia de la literatura española contemporánea. Que llama la atención, nos atrapa desde la primera frase y nos transmite unas irrefrenables ganas de saber por dónde va a discurrir la historia que se nos dice que se nos va a contar.

     El autor de, entre otras, Juegos de la edad tardía (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa en 1990), Caballero de fortuna, El mágico aprendiz o El balcón en invierno, hace reflexionar en voz alta a Hugo Bayo, quien nos cuenta en primera persona las vicisitudes por las que atraviesa su existencia desde la adolescencia hasta el cumplimiento de sus primeros cuarenta años de vida. Una vida marcada por los fracasos, los proyectos que lo llevan a empezar de cero de nuevo, una gran capacidad de reinvención y unos pensamientos y unas actitudes que en numerosas ocasiones llegan a escandalizar al lector, quien asiste, conmocionado, a una sucesión de acontecimientos que amenazarían la estabilidad de cualquiera. 

     Hugo es, en lenguaje coloquial, un mal bicho. Un personaje capaz de chantajear a sus propios padres con sus respectivos secretos --el de ella, que tiene un amante que dice ser doctor pero que en realidad es pianista; el de él, que la imagen de recto y digno administrador de fincas es algo ficticio, pues mantiene una serie de chanchullos que permite a su familia vivir muy bien-- con tal de sacarles dinero y vivir de rentas a costa de mantener su boca cerrada y no contar nada a nadie. Y, pese a ello, resulta imposible no empatizar con él en muchísimas de las situaciones que la historia describe. Algo solo al alcance de un autor notable. Como Landero. Un destripador psicológico de primera magnitud. 

     Hugo es egoísta, insolidario, necio, provocador, maltratador --de padres, amigos y novias-- e infiel. Por naturaleza. Pero también soñador empedernido, capaz de lo mejor y de lo peor, aventurero, arriesgado y negociador. Así, afirma que con los años, uno se acomoda a lo que hay, negocia con uno mismo y con el mundo, porque, como bien decía mi padre, todo en la vida es negociable. Ahora comienzo a comprenderlo, ahora que empiezo a vivir en el presente sin otra patria que el presente. Quién sabe, quizá aceptando mi fracaso, es decir, aceptándome, consiga, si no ser feliz, al menos un poco de sosiego y de paz.

     Porque, en efecto, tal y como se desprende de la frase anterior, el protagonista de La vida negociable actúa como actúa porque, pese a creer que tiene innumerables cualidades y que la vida acabará poniéndolo en su sitio antes o después, en el fondo ni se comprende ni se acepta. Por ello, parece deambular por el mundo tratando de cruzarse consigo mismo por algún callejón para preguntarse quién es y qué quiere ser cuando sea mayor. La eterna pregunta del millón que muchos nos hacemos a menudo, tengamos la edad que tengamos. Sí, Hugo es en realidad un sufridor que no entiende sus propias decisiones, sus actuaciones y, lo que es peor, sus formas de pensar.

     Un personaje que sufre continuas crisis de identidad. De las cuales se suele recuperar de manera tan rápida como inconsciente. Porque parece ser de la opinión de que un sueño roto solo puede superarse mediante la auto imposición de un nuevo sueño. Por inalcanzable que este sea. La clave, quizá, sea no perder nunca la esperanza. Por eso, Hugo se reafirma en que dentro de mí hay magníficas cualidades innatas esperando a salir a la luz y también en que con un poco de suerte mi gran momento está aún por llegar. Sin duda, cuando uno se está hundiendo es capaz de aferrarse a cualquier cosa. Incluso a un clavo ardiendo.

     No obstante, las acciones del presente siempre condicionan el futuro. De una u otra manera. Y nuestro protagonista no encuentra la paz consigo mismo porque sabe que en el pasado se ha portado muy mal con sus padres, con sus pocos amigos y con sus chicas: Olivia --un joven amor fugaz pero intenso-- y Leo, la protagonista femenina de la historia, con quien Hugo mantiene desde un primer instante una relación enfermiza, dependiente y violenta carente de sexo, cariño y respeto. En ella vuelca Hugo todas sus iras en sus peores momentos, tratándola cual saco de boxeo. Y ella se deja maltratar porque comparte con su agresor los mismos problemas de falta de autoestima.

     La vida negociable es una novela en la que la soledad, la psicología humana y las bajas pasiones --los celos, las infidelidades, el sexo por el sexo-- son su leitmotiv. Y, sin embargo, el amor --sea o no correspondido--, la esperanza y la necesidad de tener, mantener o crear nuevos sueños son los factores que mantienen con vida a sus protagonistas. Ya se sabe: reinventarse o morir. Porque, a veces, la vida se convierte en un valle de lágrimas y la redención es la única salida para poder seguir adelante y comprobar lo que nos espera al final de nuestro camino. Y es que puede que lo mejor esté a la vuelta de la esquina...                


miércoles, 1 de marzo de 2017

Escucha la canción del viento / Pinball 1973. Haruki Murakami. Tusquets Editores. 2015. Reseña





     Escribe el propio Murakami en el prólogo de esta edición, que recoge en un solo volumen sus dos primeras obras, por fin traducidas al castellano, que las novelas de la mesa de la cocina, escritas a altas horas de la madrugada sobre la mesa del bar que regentaba a finales de los setenta, constituyen algo decisivo e irreemplazable. Y añade que son como las viejas amistades del pasado. Quizás ya no quedemos y charlemos, pero jamás olvido su existencia. Porque en aquellos tiempos fueron algo inestimable, insustituible para mí. Me alentaron, reconfortaron mi corazón. Fiel reflejo de que los inicios de uno como novelista pueden quedar atrás pero jamás olvidarse. Le entiendo perfectamente.

     En el mismo prólogo explica cómo se le ocurrió la idea de escribir: mientras veía un partido de béisbol, ni más ni menos. Y también comprendo que ese preciso instante en que la idea pasa por nuestra mente no puede ser borrado. Nunca. Porque es como un fogonazo. El corazón se acelera, la temperatura corporal asciende y uno se pone a sudar. De pura emoción. Y, entonces, escribir se convierte, como por arte de magia, en una obsesión. Un vicio. El único sano que conocemos hasta la fecha. Lógico que esa primera --o primeras novelas-- se conviertan en algo especial e ilusionante para cualquier escritor. ¡Cómo no!

     Escucha la canción del viento y Pinball 1973 son continuación una de la otra. Se trata de dos novelas muy breves --entre las dos ocupan apenas 280 páginas-- en las que el narrador nos cuenta en primera persona su historia personal y en tercera persona la de su fiel amigo, apodado el Rata, y la de Jay, el barman del Jay´s bar, lugar que ambos amigos frecuentan. Son historias de bares, cervezas, cigarrillos, libros, música y máquinas de juego. Las famosas pinball. Pero también de soledad y de incomunicación. Negras, oscuras, lúgubres, casi deprimentes. Pero enormemente atractivas. Quizá esa sea precisamente su grandeza.

     El sempiterno candidato al Premio Nobel de Literatura nos presenta, en estas dos novelas breves, el origen, el germen de su universo. Y es que uno no puede remediar imaginar a Jay, el barman, como un alter ego del propio Murakami. Taciturno, servicial, solitario, poco comunicativo a nivel verbal. Y, sin embargo, con inusitadas ansias comunicativas sobre el papel. Puede que nunca lo sepamos, pero a mí me gusta imaginar que Jay es el Murakami inmediatamente anterior al escritor que hoy en día todos conocemos. No sería algo ilógico. La mayoría de escritores contamos buena parte de nuestras vidas, sobre todo en nuestras primeras novelas. Narrar algo conocido resulta más sencillo y cómodo. Y también catártico. 

     En Escucha la canción del viento (1979) Murakami nos presenta a un joven estudiante de 21 años, sin nombre, que pasa las vacaciones del verano de 1970 en su pueblo natal junto a el Rata, una joven con cuatro dedos en su mano izquierda y el barman. Un escritor ficticio, Derek Heartfield, abre y cierra la novela. En cambio, en Pinball 1973 (1980), el joven protagonista tiene 24 años, vive en Tokio con dos extrañas --en realidad, todos los protagonistas de ambas historias lo son-- gemelas idénticas, trabaja como traductor y cae rendido ante una máquina pinball con la que pasa más tiempo que con cualquier persona. Mientras tanto, el Rata sigue viendo pasar la vida ante él, sin capacidad para vivirla en realidad.

     En cada página de ambas novelas está presente la melancolía. Gatos, pozos, antiguas novias, incomunicación. Y la atmósfera, notablemente poética, nos traslada a esos recuerdos de sus protagonistas. Sin embargo, sus historias parecen deslavazadas. Van a trompicones. Las ideas saltan de unas páginas a otras y en ocasiones desaparecen. Sin duda, el Murakami de hace 37 años era mucho menos maduro y mucho más inseguro y dubitativo. Lógico. Comenzó a escribir con 30 años, sin patrones definidos, sin referencias, sin una larga tradición literaria en su haber. Pero cómo ha mejorado con los años.

     No obstante, en estas dos novelas aparecen ya muchas de las señas de identidad del universo Murakami. Por ejemplo: el surrealismo, el amor por el jazz, la soledad, la huida --incluso de uno mismo--, los bares, las relaciones sentimentales frustradas, lo excéntrico, lo absurdo, un lenguaje extraño, casi alienígena, y unos personajes jóvenes, melancólicos --¡qué puede haber más triste que un joven melancólico!--, perdidos, inadaptados y hasta depresivos. Y también el riesgo. Un riesgo que lo ha hecho grande en el mundo de la literatura. Aunque sin Premio Nobel, por el momento.

     A buen seguro, para los fans del escritor nipón (Tokio, 1949), poder conocer estas dos primeras novelas ahora traducidas al castellano constituirá todo un alimento para su espíritu. Y también para su conocimiento. Porque a todos nos gusta saber más sobre nuestros ídolos. Especialmente sobre sus inicios, cuando todavía eran desconocidos y, por tanto, anónimos. Cuando, precisamente ese anonimato, les permitió ser también intrépidos y arriesgados. Porque, exactamente de esos momentos, nacen las cosas más grandes de nuestra existencia. Como la literatura. Como Murakami.                     


miércoles, 16 de noviembre de 2016

Patria. Fernando Aramburu. Tusquets Editores. 2016. Reseña





     La historia del País Vasco durante los últimos cuarenta años se ha escrito no con tinta sino con sangre. Gran cantidad de sangre. La violencia desatada no dio lugar a demasiada literatura. Hasta hace poco. Concretamente hasta que ETA anunció que abandonaba las armas. En los últimos años los escritores han comenzado a atreverse a abordar la situación dejando de lado el miedo a las posibles consecuencias. Lógico. Por eso una obra como la que nos ocupa resulta tan interesante a quienes sentimos lo ocurrido en una de las tierras más bonitas de nuestro país. A los que siempre creímos que la verdadera Euskal Herria nada tenía que ver con las extorsiones, los impuestos revolucionarios, las bombas, los autobuses ardiendo y los tiros en la cabeza.

     Afirma Fernando Aramburu que no ha escrito Patria para juzgar a nadie. Toda una declaración de intenciones que puede ser tomada al pie de la letra o justamente al contrario. Porque esta novela --para mí, la mejor que he leído durante este 2016 que ya casi agoniza-- es cierto que no juzga a nadie como individualidad, pero sí lo hace como comunidades de ciudadanos. Me explico: a lo largo de sus más de seiscientas páginas aborda temas como la lucha armada, el encarcelamiento de sus héroes, la ocultación de sus víctimas, la mentalidad de pueblo perseguido, el escalofriante papel jugado por la Iglesia católica y la perpetua división  entre buenos y malos. Todo un juicio social donde los haya. Unas sociedades --la vasca y la española-- a la postre tan similares que ponen los pelos de punta.

     Dos familias amigas enfrentadas por el conflicto se huyen y se buscan para solicitar el perdón de los otros. Un pueblo del que se dan datos pero no nombres ni apellidos. Un asesinato a sangre fría en una tarde lluviosa que aparece ya en la misma portada de la novela. Teñida de rojo. Como el paraguas de su portador. Dos amas de casa --Bittori y Miren-- de armas tomar que ejemplarizan la oscura sociedad matriarcal. Unos maridos --el Txato, empresario asesinado, y Joxian, quejón y llorón-- dominados por sus esposas. Y cinco hijos --Xabier, Nerea, Arantxa, Gorka y Joxe Mari-- que viven las tragedias de su época y ven cómo sus vidas se resquebrajan sin poder evitarlo de manera alguna. 

     Hasta nueve historias diferentes pero interdependientes dentro de una misma historia. Ahí es nada. Contadas desde diversos puntos de vista y utilizando una técnica por la cual todos los personajes nos hacen sentir sus impresiones, sus pensamientos, sus acciones en una primera persona narrativa que se entrelaza con la tercera persona del narrador omnisciente. Narrador que hace un cameo en su propia novela en uno de los capítulos, titulado "Si a la brasa le da el viento". Todas las historias contadas, además, a base de capítulos cortos (125) con gran maestría. La de un escritor al que servidor no conocía hasta esta novela. Craso error que desde ya mismo pienso corregir.

     El autor, que ya trató el tema vasco en 2006 y 2012 con sus obras Los peces de la amargura (Premio Vargas Llosa de Novela, Premio Dulce Chacón y Premio Real Academia Española) y Años lentos (Premio Tusquets Editores de Novela y Premio de los Libreros de Madrid), utiliza como guión/hilo conductor de la novela no la sucesión lineal de los hechos sino una serie de ráfagas o flashes emocionales de cada uno de sus protagonistas. Porque aunque asesinato hay uno, tragedias hay nueve. Porque cada uno de sus personajes lleva a cuestas su propia tragedia personal. Una mochila que en algunos casos parece pesar menos pero que en otros es demasiado pesada para seguir viviendo el día a día.   

     En Patria la tragedia y el dolor no se circunscriben a unos pocos sino que se convierten en algo mucho más generalizado. Sufren las familias de las víctimas, pero también las de los terroristas, que deben cruzar el país una vez al mes para poder ver a sus hijos, hermanos o padres, no solo encarcelados sino víctimas de la sinrazón de un gobierno central igual de inhumano. El desgarro emocional se agranda paulatinamente hasta volverse irreversible. Familias igualmente nacionalistas, con hijos simpatizantes de la izquierda abertzale, que en ocasiones se enamoran de inmigrantes que no saben hablar el euskera, que comparten las mismas ideas... hasta que la violencia los alcanza, divide y hasta destruye. Porque todos, absolutamente todos son humanos.

     Los peligros del nacionalismo --el vasco y también el castellano-- aparecen en cada una de las páginas de la novela. Tradicionalista, casi medieval, sacralizador de la tierra, excesivamente romántico y divisor y violento. Sobre todo, divisor y violento. No en vano, afirma Aramburu sobre las posibles reacciones hacia su libro que lo que de verdad me preocuparía es que gustara a los violentos. Otra declaración de intenciones que no debemos pasar inadvertida. Porque, si algo tiene Patria, es que nos habla de la imposibilidad de olvidar, pero también de la necesidad de perdón en una comunidad rota por el fanatismo político.  

     Existen novelas que nos emocionan por la historia que se nos cuenta. Otras lo consiguen a través de un lenguaje exquisito. Y solo unas pocas, casi contadas con los dedos de las manos, consiguen aunar ambos aspectos. Son lo que solemos llamar obras maestras. Muy raras veces estas se convierten en bestsellers. Pues bien, Patria es todo ello. Nos hace sufrir por la dureza de su contenido. Pero también nos deleita con su lenguaje y su construcción a modo de píldoras emotivas. Porque estamos ante un libro que todo el mundo debería leer: vascos y no vascos; interesados en la política y apolíticos; víctimas y verdugos; grandes lectores y aquellos que apenas leen un par de libros al año. Aramburu no toma partido por nadie. Se limita --¡como si esto fuera poco!-- a compartir con nosotros el dolor resultante de toda violencia. 

                              

martes, 24 de diciembre de 2013

Campo de amapolas blancas. Gonzalo Hidalgo Bayal. Tusquets. 2008. Reseña





     Lo mejor es cuando sucede por casualidad. Cuando lees una reseña sobre una novela de la cual jamás habías tenido noticias y cuyo autor es para ti un auténtico desconocido. Y así es como hace unos días conocí la existencia de esta novela. Se publicó en 2008 en la "colección andanzas" de Tusquets Editores. Es muy corta (no alcanza las cien páginas) pero llega directa al corazón. Cuando una catedrática de Lengua y Literatura castellana afirma que hacía tiempo que una novela contemporánea no me llegaba tan dentro es por algo. Así que, como ella, me hice con un ejemplar de la misma (creo que incluso el mismo) y me dispuse a leerla.
 
     Gonzalo Hidalgo Bayal nos cuenta, como si estuviera junto a nosotros, tomando un café, la historia de una amistad de juventud. Sin artificios, tirando de memoria pura y dura y sin demasiada elaboración previa nos desgrana los catorce capítulos que componen la evolución de dicha amistad, desde un principio casi borroso hasta un final todavía presente veinticinco años después.
 
     Por su escasa longitud y su enorme calidad se lee en menos de dos horas, de una sola sentada, y le deja a uno el corazón encogido. Es la vida lo que ocurre ante nuestros ojos. Con todo lo bueno y con todo lo malo. Y ello viene propiciado, sobre todo, por un final que no puede dejar indiferente a nadie. Por supuesto, no estamos ante una novela de suspense, pero el final nos hará ver cómo encajan en la historia diversas escenas que en un primer momento nos parecían "descartables", sobre todo en una novela corta, donde podemos pensar que "se debe ir directo al grano".
 
     Un viejo brigada de la Guardia Civil con el que se cruza el narrador y protagonista de la historia, un cuadro de Kandinsky recortado de una revista y otros pocos datos en principio inconexos llegarán a unirse en un final que nos dejará melancólicos, pesarosos y hasta tristes. Y, sin embargo, con ganas de releer ciertos pasajes de la novela. Y de volver a vernos reflejados en ellos.
 
     Porque todos hemos compartido alguna etapa de nuestra vida con alguien que fue un amigo especial y que, con el tiempo, se fue distanciando de nosotros (o nosotros de él) hasta dejar de verlo y acabar por no saber si está bien o mal o incluso si vive o no. Y es que "Campo de amapolas blancas" trata de los cambios que da la vida, de lo volubles que somos, de los caminos que se bifurcan o se cortan de repente. En definitiva, de sueños incumplidos, de un viaje hacia quién sabe dónde y por qué, de rebeldía, de cultura en el sentido más amplio de la palabra (porque se aprende sobre literatura, pintura, filosofía y música a través de constantes citas y referencias a grandes artistas nacionales y mundiales).
 
     A lo largo de esas cien páginas nos sumergimos en las profundidades de la psicología humana, con todas sus rarezas y contradicciones, pero también en las enseñanzas que H., el otro gran protagonista de la novela, nos irá dejando dispersas por esos campos imposibles de encontrar. A través de un soneto de catorce capítulos a modo de prosa (homenaje al inicio verdadero de la amistad entre el narrador y H.) Gonzalo Hidalgo Bayal nos mete de lleno en un mundo tan real como la vida misma: repleta de gran belleza, la cual nos hace más humanos, pero también de "elementos" que pueden apartarnos de ella (de la humanidad y hasta de la vida misma) para siempre.
 
     Podría citar muchas frases de la novela, pero me voy a detener en un par de ellas. Una es de Leopardi y dice así: "la felicidad es lo que tenemos antes de empezar a buscarla". La otra es obra de Camus: "los hombres mueren y no son felices". Y en el epílogo de Luis Landero se citan también unas palabras sobre el autor por parte de Rafael Sánchez Ferlosio: "jardinero de la lengua castellana que al cultivar un campo de amapolas blancas hizo extinguirse las rojas amapolas para que pudieran florecer las amapolas rojas". El referido epílogo finaliza así: "el corazón tiene sus secretos (...), y ese trémulo conocimiento es el que indaga este inolvidable y magistral relato: la humilde realidad de los campos de amapolas, y el desesperado sueño de su blancura".  
 
     El narrador finaliza su historia de esta manera: "A mí me quedan los eslabones del tiempo en la memoria; la espinela, los tribunos de la plebe, la náusea, ay, infelice, Butch Cassidy and the Sundance Kid, das Ewigweibliche, la mansarda de Les Halles, Charlie Parker, Lucy in the Sky with Diamonds, el sueño de la script, una sonrisa triste y bondadosa y la persistencia plural de la lluvia, la lluvia que se esconde en las palabras y los libros, la lluvia que azota la ciudad y las ventanas, la lluvia que cae sobre el olvido y la ceniza. Por mi parte, he contemplado campos de fresas, de trigo, de algodón, oigo a veces el sonido compacto de Strawberry Fields Forever, he sabido de campos de batalla, magnéticos y santos, pero, por más que miro a los lados de la carretera cuando viajo en coche por tierras de murgaños, aún no he encontrado campos de amapolas blancas".
 
     Sinceramente, no sé que podría albergar más belleza: si un campo de amapolas blancas o un relato como este. Un gran regalo de Navidad.