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jueves, 23 de febrero de 2017

La buena letra. Rafael Chirbes. Anagrama. 2000. Reseña





     El peor sufrimiento es aquel que no sirve para nada. La sentencia no aparece como tal en la novela que nos ocupa. Simplemente, es algo que se me ha ocurrido nada más acabar de leerla. Porque resulta imposible no compadecer a Ana, la protagonista de la historia que tan bien nos narra Rafael Chirbes. La buena letra es una novela corta --apenas 130 páginas-- pero intensa. Muy intensa. Una de esas obras que nos tocan el corazón y nos obligan a reflexionar hondamente sobre aquello que acabamos de leer. El genial escritor valenciano nos vuelve a conmover con su característico estilo narrativo: claro, directo y sin artificios.

     Ana, protagonista y narradora en primera persona, escribe a su hijo menor, Manuel, sobre la historia de su familia. Una historia que recoge los difíciles años de la II República, la Guerra Civil y la posguerra. Que nos habla no de los grandes acontecimientos históricos de la época sino de una serie de hechos íntimos, cotidianos, familiares que ilustran cómo fue la dura realidad de la mayoría de nuestros ancestros en un momento crucial de nuestra historia. Y Chirbes lo logra contándonos el progresivo distanciamiento de los miembros de una familia que antes era una piña

     Porque La buena letra nos habla de miseria --no solo de la económica--, de soledad --Gloria no tenía maldad sino soledad, le escribe Ana a su hijo--, de culpa --la de quienes la sienten por el simple hecho de no estar encarcelados, como otros familiares o conocidos--, de egoísmo, sueños rotos y heridas que jamás cicatrizan. También de amor --no del amor convencional sino del amor como salvación--, de solidaridad --la existente entre un grupo de gente que debe asumir la situación y luchar juntos para resistir a toca costa--, de la capacidad para vivir con poco y disfrutar de las pequeñas cosas. Y de melancolía.

     Qué tiempos más bonitos, cuando estábamos todos juntos y nos reíamos y no nos faltaba lo indispensable, recuerda a menudo el tío Antonio. Afirmación que va en la línea de aquel conocido mantra que dice que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y no le falta razón al tío Antonio. Porque su historia es también la de la mezquindad, la de los problemas acrecentados a causa del silencio y del licor, la del machismo --las mujeres sois todas unas egoístas, le dice su hermano a Ana--, la de la traición y la de la deslealtad. La de los domingos de fútbol --para los hombres--, cine --para las mujeres-- y casino --para los ricos--. La del estraperlo, la cárcel y el Cara al sol

     Como viene siendo habitual en todas las obras de Chirbes encontramos frases para enmarcar, subrayar y recordar. Algunos ejemplos son estos: No sé a quién le escuché decir en cierta ocasión que hay palabras que son de un vidrio tan delicado que si uno las usa una sola vez, se rompen y vierten su contenido y manchan, escribe Ana en relación a las acciones de Gloria que provocaban suciedad y tristeza en el tío Antonio; Cada vez que se iba, llevándose nuestro dinero, nos hacía sufrir, pero era como si se dejara arrastrar por la corriente de un río en el que quería hundirse. Y tu padre se convertía en culpable porque lo rescataba y lo obligaba a vivir. Sí, la culpa caía siempre sobre nosotros, porque no lo dejábamos perderse de una vez para siempre, añade sobre su esposo y el tío Antonio en su época de más depresiones. 

     La buena letra muestra con toda crudeza cómo el funcionamiento normal de una familia puede cambiar de la noche a la mañana merced a la entrada en la misma de una adevenediza que altera sus bases hasta el punto de incluso acabar con ella. Reproches, rencores, más egoísmos si cabe que llegan a provocar el desahucio de una parte de la familia. La cual puede arrastrar consigo al resto de sus componentes. Hasta un punto en el cual el sufrimiento se antoja estéril, inútil. Isabel, la cuñada de Ana, será esa nuevo miembro familiar que dinamitará los cimientos de todo aquello que tanto había costado levantar en los peores años de la guerra y la posguerra.

     Ana escribe desde la madurez de una situación en que la soledad, la melancolía y las ausencias marcan su día a día. Motivo por el cual decide escribir unas páginas a su hijo. Un hijo que se nos antoja el pilar fundamental de nuestra protagonista en los últimos años. En efecto, Ana parece estar presa de una especie de síndrome del nido vacío, algo por desgracia muy común en mujeres cuyas vidas dejan de tener sentido una vez han abandonado sus hijos el hogar familiar para seguir con sus propias vidas, con sus nuevas familias tan recientemente criadas. 

     La buena letra es el disfraz de las mentiras, afirma Ana en boca de Isabel. Unas palabras dulces que encubren una gran amargura. Ciertamente, la novela no es bella sino muy dura. En ella es casi más importante lo que se deja entrever, lo que se intuye que lo realmente narrado. Un fiel reflejo de una sociedad y una época a través de una pluma seria, original y fuerte que se echa mucho de menos en nuestra literatura actual. Y es que la intención de Chirbes nunca fue escribír bonito sino escribir bien. Y ello se nota en cada una de sus obras. Las de uno de los grandes escritores españoles contemporáneos.     

      

martes, 15 de septiembre de 2015

En la orilla. Rafael Chirbes. Anagrama. 2013. Reseña





     Un fulgurante cáncer de pulmón se llevó el pasado 15 de agosto al escritor de Tavernes de la Valldigna (Valencia) afincado en Beniarbeig (Alicante) Rafael Chirbes. Demasiado pronto. A los 66 años de edad. Nos ha dejado con unas cuantas obras de importancia, entre ellas París-Austerlitz, novela de amor homosexual que terminaba de corregir cuando le sorprendió esa maldita enfermedad y que verá la luz a principios del próximo año; Crematorio, un fiel retrato de la especulación inmobiliaria que fue llevado a la pequeña pantalla en forma de mini serie de ocho capítulos; y En la orilla, que sigue la historia de la anterior y se centra en las consecuencias derivadas de dicha especulación. Sus dos últimas publicaciones le han valido el calificativo de escritor de la crisis.

     Tanto Crematorio como En la orilla fueron premiadas con el Premio Nacional de la Crítica en 2007 y 2014 respectivamente. Además, la que aquí nos ocupa, recibió también el Premio Nacional de Narrativa y el Francisco Umbral al libro del año. Pero los galardones y demás reconocimientos no fueron precisamente el motor que empujó a escribir a Chirbes, sino la responsabilidad de denunciar la realidad contemporánea de nuestro país. Hombre de pocas apariciones públicas - las justas y necesarias -, que huía de los flashes y los focos de luz, solía dialogar en alguna cafetería de Beniarbeig con vecinos el pueblo. 

     En la orilla es una obra densa y algo complicada de leer. Desde luego, sus largos párrafos, que en ocasiones se alargan hasta más allá de doce páginas, pueden provocar en ciertos momentos agobio en el lector, que no encuentra descansos ni forma de respirar durante unos minutos que pueden hacerse casi eternos. Quizás su autor prefiriera esa forma de presentación de la obra para transmitir esa sensación de desazón de los protagonistas de la historia: gente para la que cualquier tiempo pasado fue, sin duda, mucho mejor. Su lenguaje, directo y hasta obsesivo, ayuda a aumentar dicha sensación de angustia.

     Esto no significa que se sufra leyendo el libro. Cierto es que la historia es muy dura - caer desde tan alto duele, incluso a quien lo ve como simple lector -, pero se disfruta desde el punto de vista de la narrativa. Porque Chirbes narra, describe y transmite como nadie los sentimientos, las desesperanzas, las desesperaciones de aquellos que ven que no pueden seguir con sus vidas anteriores. Y es que, como sabemos, la explosión de la burbuja inmobiliaria se ha llevado por delante a buena parte de la economía de los ciudadanos de este país. Y eso ha conllevado tragedias en multitud de familias. Todos conocemos casos. A veces, varios. 

     Esteban narra la parte central de la historia en primera persona. Cuenta su vida y la de sus familiares. Con 70 años, solo y al cuidado de su anciano padre - que padece demencia senil -, está arruinado, amargado, desolado y acorralado. Solo guarda buen recuerdo de su tío Ramón, un padre para él. Casi no habla de su madre y sus hermanos. Y odia profundamente a su padre, republicano que pasó un tiempo en prisión tras la Guerra Civil y que se convirtió en un ser retraído, apartado de la realidad y maltratador de una familia a la que consideró siempre una carga, un estorbo. Un hombre para el cual la guerra no ha terminado todavía. Como si siguiera en 1939.

     La historia familiar de Esteban es la de la mezquindad humana, la del egoísmo, la de la falta de solidaridad. Cada cual va a la suya y la familia solo importa cuando hay algún tema económico que zanjar. Algo muy común en este país, por cierto. Y la personal es la de la resignación, la rabia y las ganas de venganza. Esteban culpa a los demás de todo lo que le ha ocurrido en su vida. Abandonado por Leonor, el amor de su vida, que acabó huyendo a Madrid con su mejor amigo, se da al licor, las putas y la mala vida. Su carpintería - mejor dicho, la de su padre - le ocupa la mayor parte del tiempo, hasta que se deja liar por el rico del pueblo y acaba perdiendo todo tras el estallido de la burbuja inmobiliaria.

     La crisis le obliga a cerrar la carpintería y a despedir a sus trabajadores y a Liliana, la joven colombiana que cuidaba tanto de él como de su padre. Resulta desgarrador el testimonio de cada uno de sus trabajadores y amigos, quienes se ven, de la noche a la mañana, sin poder pagar sus hipotecas, los libros de sus hijos, los coches y hasta con dificultades para comer. Todo ello, en un ambiente opresivo y agobiante, en el que el bosque de grúas - actividad, actividad, actividad - se ha convertido en un cementerio de esqueletos de hormigón, desesperanzas y dignidades rotas. La única vía de escape que ve Esteban es el pantano, que, situado en plena marjal, es su rincón de desconexión de una realidad insoportable, insufrible. 

     Muchas son las palabras que pueden definir el ambiente, los sentimientos de los personajes y la narrativa de En la orilla. Por quedarme con unas pocas, destacaré las siguientes: crónica (la de una crisis anunciada a la que no se le prestó la atención debida hasta que fue demasiado tarde); realismo (duro, puro y crudo); derrota (la de unos protagonistas sin capacidad de reacción); desolación (la del paisaje de los pueblos y sus turísticas playas); crítica (la de la condición humana y la de los valores de la misma); hipocresía (la de aquellos listillos que se enriquecieron a base de aprovecharse de los demás  poniendo en práctica negocios en parte ilícitos y que vivieron por encima de sus posibilidades - y también de las de los demás -); intimista (porque su lectura nos desgarra al comprobar cómo los distintos personajes se ven perdidos ante sus circunstancias y sin donde agarrarse); y lucidez (la de un autor al que ya se está echando de menos).