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jueves, 10 de diciembre de 2020

Siempre preparado. Víctor Rubio Estarlich. NPQ Editores. 2020. Reseña






    Escribir una reseña resulta a veces muy complicado. Uno, cuando lee, toma notas y citas del libro en cuestión para, una vez finalizada su lectura, ordenar, clasificar y organizar todos aquellos aspectos que cree que debe abordar su reflexión sobre el libro. Sin embargo, sucede en algunas pocas ocasiones que se encuentra uno ante tantas notas y citas que resulta prácticamente imposible construir un relato fehaciente sobre todo aquello que ha leído. Y cuando, además, atribuir un género al libro también es algo complejo, la tarea adquiere un cariz todavía más difícil. Es el caso del libro que nos ocupa en estas líneas. ¿Cómo se puede calificar un libro del que el propio autor afirma que nunca pretendí hacer un libro de liderazgo de grupos, ni una guía vital, ni un compendio de lecciones y soluciones, ni un libro de autoayuda, ni siquiera una recopilación de vivencias autobiográficas... este libro no es nada de eso, pero lo es todo a la vez? Al final, uno puede llegar a renunciar a todas esas notas y decidirse a escribir desde el corazón. Que es otra buena manera de afrontar la situación.


    En efecto, Siempre preparado. Gestiona, afronta y lidera tu vida, de Víctor Rubio Estarlich, abarca tal cantidad de temas, provoca tal cantidad de sentimientos y reacciones y hace reflexionar tanto al lector sobre tantísimos aspectos de la vida cotidiana, personal y profesional que es imposible atribuirle un género --aunque, quizás, el que más se le acerque sea el de psicología y autoayuda--. No obstante, de calificarlo así, sería una autoayuda diferente de la habitual. No tan teórica --porque llega un momento en el que todos nos sabemos muy bien la bonita teoría de lo maravillosa que puede ser la vida y cómo debemos (supuestamente) vivirla a tope, pero echamos en falta casos prácticos, cercanos e ilustrativos de esa teoría--. Y ese es el gran valor diferencial del libro del entrenador de baloncesto, docente y coaching: se desnuda ante el lector para transmitir su filosofía de vida, con sus virtudes y sus defectos, con sus aciertos y sus errores. ¡Qué raro resulta que alguien, en los tiempos que corren, reconozca sus errores en público! ¡Más todavía que los deje escritos para la posteridad!


    Acostumbrado a liderar grupos, a nivel educativo, deportivo y empresarial --Víctor también ofrece charlas sobre motivación, dirección de grupos, emociones y comunicación de diversos colectivos no propiamente deportivos--, reconoce seguir cometiendo errores en alguna de sus tomas de decisiones. Lo cual le otorga mayor credibilidad si cabe. Personalmente, me ha llamado la atención leer que, según él, se equivocó en su manera de enfocar la temporada baloncestística 2011-12, en la que el equipo acabó descendiendo como colista de la competición, y que fue el comportamiento de la afición en el último partido de la temporada --que despidió en pie a un equipo que acabó dando la vuelta a la cancha en perfecta comunión con unos aficionados que, pese a todo, supieron reconocer el esfuerzo de cada uno de los jugadores durante todos los partidos-- el que le hizo ver sus errores en cuanto a liderazgo y gestión del equipo aquel año. Y es cierto, como él afirma, que no solo somos los resultados, sino la forma en que los conseguimos (aunque estos sean negativos).


    Cómo gestionar y afrontar las sucesivas adversidades que van surgiendo durante nuestras vidas es uno de los pilares del libro. Es ahí donde el entrenador del Units pel Bàsquet Gandia se moja especialmente y se muestra más cercano y humano. Donde toma el gran riesgo --¡qué gran valentía la suya!-- de abrir su mente y su corazón al lector. Como cuando habla de que el tren no solo pasa una vez y narra su divorcio y su posterior nuevo matrimonio. Y más especialmente en el capítulo dedicado a la trágica muerte de su hermano Héctor, a tan solo cinco días de comenzar una temporada --la 2008-2009-- que se presentaba plena de retos por afrontar y disfrutar en la LEB Oro más competida de la historia; su dimisión como entrenador del club, tan solo dos meses y medio después; y su dedicación a una familia que había quedado seriamente tocada --como es lógico y normal--. Evidentemente, hay aspectos de nuestras vidas que escapan por completo a nuestro control. Pero, como bien afirma el autor, la manera en que los afrontamos sí depende únicamente de nosotros. Qué somos y quiénes queremos ser sí son cuestiones sobre las que hemos de decidir. 


    Huelga decir que de una situación así solo se sale apoyándose en los restantes seres queridos --en este punto agradece el autor la magnífica educación recibida de parte de sus padres (fundamentada en valores como la autoestima, la autonomía, la independencia y la autocrítica)--. Y ese es, sin duda, otro de los puntales del texto: la pedagogía. Palabra que, como tal, no aparece en el libro (salvo que se me haya escapado), pero cuyo valor, como buen educador, Víctor conoce y defiende. La cultura del esfuerzo, no limitarse uno mismo --pero conocer nuestros límites--, saber ponerse metas altas pero a la vez realizables, la motivación, la perseverancia, saber relativizar los problemas, tomar decisiones --arrepentirse de lo hecho, jamás de lo no hecho--, y, en el caso de grupos, aceptar y convivir con la crítica, saber comprometerse y respetar la diversidad son los bastiones sobre los que se asienta la filosofía de vida de Rubio. No os perdáis, además, el código ético del liderazgo de grupos con el que se cierra el libro.


    Pese a que el libro está repleto de reflexiones y citas muy destacables --¡recomiendo leerlo con subrayador o con un boli y una libreta al lado!--, como aficionado al baloncesto y antiguo socio del club de baloncesto de mi ciudad --ya no lo soy por razones que no vienen al caso, pero sí sigo su actualidad y evolución, casi a diario-- las partes del libro que más me han emocionado son las que hacen referencia al desempeño profesional de Víctor Rubio como entrenador. Es lógico para alguien que ha vivido el baloncesto desde pequeñito. Que el entrenador de tu equipo cuente las interioridades de lo que tú has vivido desde afuera --y lo haga, además, con semejante lucidez y pasión-- es algo que forzosamente ha de tocarle a uno la fibra. Rubio narra algunos de los mejores momentos de la historia del club. También otros no tan buenos, pero igualmente inolvidables (pese a que los resultados no siempre acompañaran). Pequeños y grandes milagros deportivos cuyo recuerdo lo hacen a uno esbozar una sonrisa. Y digo bien, y sin exagerar un ápice, lo de milagros


    Porque eso es lo que ocurrió, por ejemplo, en el famoso play-out en Gijón (2007) --en el que se consiguió la permanencia en la LEB Oro en un épico partido que terminó, contra todo pronóstico (con medio equipo lesionado y tras un eterno viaje de ida y vuelta en autocar desde Gandía hasta Asturias), con una aplastante victoria visitante en una cancha tan mítica como repleta de unos aficionados que se quedaron atónitos ante lo que se le vino encima a su equipo--. También en las temporadas 2009-10 y 2010-11 --las que serán recordadas por buena parte de la afición como los años de los espartanos, y que finalizaron de forma diferente pero igualmente emotiva (¡en un claro ejemplo de que en determinadas circunstancias las derrotas pueden llegar a ser más épicas que las victorias!)--. Ambos milagros merecen capítulos aparte en este libro. Como el del ascenso a la LEB Plata en 2016, tras una exitosa final a cuatro, esta vez como locales. Y es que, como escribí en cierta ocasión, las grandes gestas deportivas no tienen por qué estar protagonizadas por las grandes estrellas. 


    Sucede en numerosas ocasiones que cuando uno deposita grandes ilusiones en un libro éste acaba defraudándolo. Dejándolo frío. Poner el listón demasiado alto puede conllevar un buen batacazo. Pues bien, las altas expectativas suscitadas en mí por este libro no solo no me han defraudado sino que, muy al contrario, me han hecho comprobar que el listón ha sido superado con creces, dejándome muy gratamente sorprendido. Sabía de buena tinta que Víctor tenía cosas muy interesantes que contarnos. Pero cómo las ha contado en Siempre preparado, combinando con gran fluidez teoría, práctica y experiencias personales y vitales, incluso dejando en evidencia al lector en ocasiones --¡es muy difícil no verse retratado en sus páginas, a veces para bien; otras no tanto!--, que debo recomendar su lectura a absolutamente todo el mundo. Porque estas ciento sesenta páginas ponen las pilas a todo el mundo. Lo motiva a trazarse planes y a llevarlos a cabo. Y eso es mucho. Muchísimo.    

                          

       

lunes, 27 de enero de 2020

Querido Kobe: gracias por tanto





     Eran las 20:52 de la tarde de un domingo cualquiera. Estaba contento porque mi Estudiantes acababa de ganar el Unicaja de Málaga y dejaba de ser el colista de la ACB, situándose un poco más cerca de la salvación. Sentado en el sofá, observo que mi móvil emite un sonido característico. Un whatsapp. Lo abro tranquilo. Mi sobrino Kike. Supongo que querrá burlarse de mí porque mi Atleti no le gana ni al colista de la liga, que ha jugado los últimos minutos del partido sin portero. El mensaje me remueve: Accidente del helicóptero de Kobe Bryant. Ha muerto al 99%, porque no se sabe nada de él. Me levanto del sofá como un resorte. Mientras camino hacia al ordenador me aferro a ese 1% restante. No puede ser, me digo. Tecleo su nombre en el buscador y abro la primera noticia que aparece. Es cierto. Y está confirmado. Kobe ha muerto. Me paralizo.

     Paso varias horas leyendo detalles del accidente, intercambiando mensajes con familiares, amigos y conocidos y buscando reacciones en las redes sociales. Todo el mundo tiene algo que decir sobre lo ocurrido. No acabo de asimilarlo. Me niego a pensar que sea real. Quiero creer que al final alguien dará la noticia de que él no iba en su helicóptero. O de que no era el suyo. Pero lo es. La incredulidad va dejando paso a la rabia y la impotencia. Busco vídeos con sus mejores jugadas. Veo el cortometraje dedicado al baloncesto con el que ganó el Óscar hace tan solo un par de años, apenas retirado del baloncesto profesional. Me entero, además, de que su segunda hija, de solo trece años, ha fallecido junto a él. Iban a un partido de base de la pequeña cuando el helicóptero se estrelló. Otra hija, de solo siete meses, jamás conocerá a su padre. La vida no es justa, me repito una y otra vez.

     Me acuesto tarde, pasada la una de la mañana. Casi no duermo. Apenas cierro los ojos recuerdo su rostro, siempre sonriente. Veo en mi mente imágenes suyas, jugadas suyas, canastas suyas. Él, que tantas noches mágicas me ha regalado en los últimos años, me ha dado hoy una horrible. Me levanto peor que si me hubiera atropellado un camión de gran tonelaje. Por fin comienzo a asimilar que se ha ido. Tengo que escribir sobre él. Han pasado varias horas. Debería haberlo hecho anoche mismo. Pero no se puede escribir sobre algo que uno no asimila. Porque es como si no existiera. No sé los demás, pero yo soy incapaz de escribir sobre algo que no existe. O que creo que no existe. Comienzo a pensar qué puedo decir sobre él. Es el momento. Me siento ante el ordenador, abro Blogger y me pongo a ello.

     El baloncesto fue desde siempre pieza clave en la vida de Kobe y su familia. Era hijo de Joe Bryant, jugador de la NBA --76ers, Clippers y Rockets-- entre los años 1975 y 1982. En 1984, finalizado su periplo por la liga estadounidense, dio el salto a Europa. Se llevó a su familia a Italia, donde jugó en varios equipos entre 1984 y 1991, momento en que se retiró del baloncesto profesional. Kobe pasó en Italia, pues, siete años de su infancia. Tenía trece años cuando regresó a unos EE.UU. que apenas reconocía ya. El baloncesto no le venía solo por parte paterna. Su madre, Pam Cox, es hermana del también ex jugador de la NBA Chubby Cox --Bulls y Bullets--. Su hija Gianna María, fallecida ayer junto a Kobe, también jugaba al baloncesto. Tres generaciones de baloncestistas, ni más ni menos. Toda una saga familiar.

     Bryant jugó en la NBA durante veinte años (1996-2016), todos ellos en Los Ángeles Lakers, con los que ganó cinco anillos de campeón (2000, 2001 y 2002 con Shaquille O´Neal como acompañante, y 2009 y 2010 junto a nuestro gran Pau Gasol). La franquicia de oro y púrpura le vio jugar con las camisetas número 8 y 24, ambas retiradas en 2017, un año después de su adiós a las canchas. Algo que nadie más puede decir. Ni siquiera Jordan (jugó con el 23 y el 45), en cuyo espejo siempre se miró Kobe. Además, la Mamba Negra, como se le conocía en el mundo baloncestístico, fue MVP en las finales de 2009 y 2010, MVP de la temporada regular en 2008 y máximo anotador de la liga en 2007 y 2008. Es el cuarto mejor anotador de la historia de la NBA y fue designado en el quinteto ideal de la liga en 11 ocasiones. Jugó 18 veces el All Star Game, siendo 4 veces el MVP del partido.

     En el plano internacional, el baloncesto FIBA le vio proclamarse campeón olímpico con la selección estadounidense en los Juegos de 2008 y 2012, en ambas ocasiones venciendo a España en la final. La relación de Kobe con España le viene de esos siete años pasados en Italia junto a su familia. No solo se aclimató a la perfección a la vida cotidiana europea, sino que aprendió el italiano y el español. En aquella época jugaba al fútbol y, según declaró en varias ocasiones, de no haber regresado a EE. UU. se habría dedicado al balompié. Sus equipos preferidos desde siempre fueron el Milán y el Barcelona. También declaró que en caso de abandonar la NBA el equipo al que le habría gustado ir era precisamente el Barcelona. Su gran amistad con Pau Gasol no hizo más que acentuar sus sentimientos anteriores.

     Recién retirado de las canchas escribió, protagonizó y narró el cortometraje de animación Dear basketball. Un corto que, dirigido por Glen Keane y musicado por John Williams, le reportó un Óscar como mejor corto de animación en 2018. La pieza narra la carta de despedida que le dedicó a su amado baloncesto en noviembre de 2015, cuando anunció su decisión de poner fin a su exitosa carrera deportiva. Se proyectó en el Staples Center, cancha de juego de los Lakers, el día 6 de abril de 2017, cuando fueron retiradas y colgadas sus camisetas de juego en el techo del pabellón angelino. Ese mismo día se anunció que había sido preseleccionado para los Óscar. Sin duda, y más allá de los premios recibidos, Dear basketball supuso un broche de oro perfecto para despedir a una leyenda de tales dimensiones. Huelga decir que visionarlo y escucharlo hoy emociona mucho más si cabe.

     Querido baloncesto,

Desde el momento en que comencé a enrollar los calcetines de tubo de mi padre y a lanzar tiros ganadores imaginarios en el Gran Western Forum supe que una cosa era cierta:

Me enamoré de ti.

Un amor tan profundo que me di por entero: desde mi mente y mi cuerpo hasta mi espíritu y mi alma. Como un niño de seis años profundamente enamorado de ti, nunca vi el final del túnel. Solo me vi a mí mismo fuera de mí.

Y entonces corrí. Corrí arriba y abajo en cada cancha detrás de cada pelota perdida. Me pediste mi empeño y te di mi corazón porque vendría mucho más.

Jugué con sudor y dolor no porque el desafío me llamara sino porque tú me llamaste. Hice todo por ti porque eso es lo que haces cuando alguien te hace sentir tan vivo como tú me has hecho sentir.

Le diste a un niño de seis años su sueño Laker y siempre te amaré por ello. Pero no puedo amarte obsesivamente por mucho más tiempo. Esta temporada es todo lo que me queda por dar. Mi corazón puede soportar los golpes. Mi mente puede manejar la rutina. Pero mi cuerpo sabe que es hora de decir adiós.

Y eso está bien. Estoy listo para dejarte ir. Quiero que sepas ahora que podemos saborear cada momento que pasemos juntos. Lo bueno y lo malo. Ambos nos hemos dado todo lo que tenemos.

Y ambos sabemos que no importa lo que haga después, que siempre seré ese niño con los calcetines enrollados, la basura en la esquina, 5 segundos en el reloj. Balón en mis manos. 5 ... 4 ... 3 ... 2 ... 1.

Te amo siempre.

Kobe.     


         

     Descansa en paz, Kobe. Los vídeos de tus partidos y tus mejores jugadas nos acompañarán siempre. Que sepas que estoy enfadado contigo por irte tan pronto y de esa manera. Pero te lo perdono. Querido Kobe: gracias por tanto...

      
          

lunes, 23 de septiembre de 2013

Un bronce decepcionante pero meritorio





     Cuando un equipo viaja a en campeonato que ha ganado las dos últimas veces y regresa a casa con una medalla de bronce la decepción suele ser la nota más característica. Pero en muchas ocasiones ni lo bueno es tan bueno ni lo malo es tan malo. Estos chicos nos han acostumbrado tan mal (o tan bien) durante los últimos años que el hecho de no triunfar puede hacer parecer un fracaso algo que realmente no lo es.
 
     Cierto es que la selección española de baloncesto se ha mostrado demasiado irregular en el Eurobasket 2013. Ha jugado once partidos y ha perdido cuatro (contra Eslovenia, Grecia, Italia y Francia), algo impensable a priori. Sin embargo, más que demérito de los jugadores españoles, creo que perfectamente se puede achacar este hecho a la nefasta actitud de la FIBA a la hora de organizar este tipo de campeonatos.
 
     Demasiados equipos y demasiados partidos, más de la mitad de ellos total y absolutamente intranscendentes, han convertido la mitad del campeonato en un soberano aburrimiento más allá de los pocos estudiosos del tema baloncestístico. Todos sabemos, los equipos y los jugadores también, que cuando de verdad se juegan el ser o no ser es en el cruce de cuartos. ¿Para qué tantos equipos y tantos partidos si a la hora de la verdad son los mismos los que van a jugarse las medallas? Para muestra, tres botones: Francia, la selección campeona, se va con el oro tras haber perdido tres partidos (Alemania, Lituania y Serbia); Lituania, la subcampeona, cayó ante Serbia, Bosnia y Francia; y Serbia, séptima clasificada y eliminada en cuartos, ha ganado a los dos finalistas del torneo.
 
     Personalmente, me atraían muchísimo más los torneos de hace un par de décadas (quizás, no tanto). En aquella época todos los partidos eran interesantes. Participaban las dieciseis mejores selecciones, había menos partidos y los finalistas eran los que más partidos habían ganado durante el campeonato. En aquellos campeonatos una derrota condicionaba a ese equipo durante todo el torneo. Creo que era todo mucho más lógico. Y también emocionante. Pero la FIBA busca el negocio. Reunir a personas de muchas nacionalidades diferentes durante tres semanas (una barbaridad, desde luego) para llenar la saca es su objetivo principal. Y hasta eso hace mal. ¡Qué pena ver los pabellones vacíos durante todo el campeonato! Excepto cuando jugaba Eslovenia, claro. En fin, ellos mandan. Pero con su actitud y su sistema de competición sólo están consiguiendo aburrir hasta a las ovejas. Ellos mismos. Pero centrémonos en nuestra selección.
 
     Bronce, sí. Decepcionante, también. Pero si echamos un vistazo a las estadísticas podremos ver que España ha tenido el mejor ataque (78,3 puntos por partido, por encima de los 78,1 de Francia, los 78 de Grecia o los 74,6 de Italia) y la mejor defensa del campeonato (62,8 puntos por partido, por delante de los 68 de Lituania, los 71,5 de Eslovenia y los 71,6 de Francia). Es decir, que la actitud de los jugadores está fuera de toda duda, tanto en defensa como en ataque. Algo que queda demostrado con otros tres datos demoledores. España ha sido la tercera máxima reboteadora (38,7 por partido, sólo superada por Croacia, con 40,6, y Eslovenia, con 40,3), la que más balones ha robado (¡7 por partido!) y la cuarta en perder menos balones (11,8 por partido, por 11,6 de Francia, 10,8 de Italia y 10,7 de Eslovenia). 
 
     ¿Qué ha fallado entonces para no regresar a España con el ansiado oro? Pienso, desde mi modesto punto de vista, que básicamente han fallado estos aspectos:
1- el equipo no ha sabido jugar los minutos decisivos de los partidos igualados. Los cuatro partidos perdidos han sido los únicos que han llegado a los minutos finales muy igualados (Eslovenia, Grecia, Italia y Francia). Los dos últimos se resolvieron en las prórrogas.
2- los jugadores no han sabido matar, deportivamente hablando, esos cuatro partidos. En los cuatro se llegó al último cuarto con ventajas más o menos amplias en el marcador. Ventajas que se diluyeron como el azúcar en el agua a partir de malas decisiones y pérdidas de balón que se deberían haber evitado. Sobre todo cuando es el rival el que debe arriesgar para recuperar el terreno perdido.
3- la excesiva dependencia de Marc Gasol, probablemente el mejor pívot del mundo. Las diferencias de puntos encajados y convertidos cuando no estaba en pista han sido alarmantes, demostrando que no había las suficientes alternativas defensivas y atacantes. Siempre he pensado que por muy bueno que sea un jugador el juego no puede pasar por él siempre. 
4- la falta de un cuatro tirador (tipo Garbajosa). Aspecto básico en los éxitos del pasado que, por desgracia, ha perdido este equipo. Ni Claver ni Aguilar ni Gabriel son ese jugador clave en los esquemas de una selección que quiere ganar el oro. Y eso que los tres, cada uno en sus facetas, han estado a un gran nivel en este campeonato. Lástima que Mirotic no quisiera apuntarse a esta selección.
5- falta de fluidez en los ataques decisivos de los partidos. Y repetición hasta la saciedad de movimientos como el pick and roll. Las defensas pueden adelantarse a un equipo que casi siempre ataca igual, señor Orenga.
 
     En definitiva, que no conviene dramatizar nunca. Y menos cuando el equipo ha dado casi todo lo que tiene. Las ausencias de Pau Gasol, Navarro, Ibaka y Reyes se han notado. Con ellos todo habría sido diferente. Por eso mismo, debemos valorar lo que ha conseguido un equipo con cuatro caras nuevas (un tercio del equipo) y con varios jugadores ejerciendo un rol hasta ahora distinto (véase el ejemplo de Claver, que ha pasado de calentar banquillo a salir de titular). Lo más esperanzador de todo: que sin Gasol, Navarro e Ibaka se ha ganado una medalla en un campeonato, algo muy meritorio. Y, de entrada, el reto era enorme. Sólo la antigua URSS y la antigua Yugoslavia han sido capaces de ganar tres oros continentales seguidos. Y ni la URSS ni Yugoslavia existen ya.
 
     Además, más vale un bronce en el cuello que una coz en la cara...              

lunes, 19 de septiembre de 2011

Otro éxito de "los chicos de Oro"


     Lo ha vuelto a conseguir. La selección española de baloncesto ha revalidado el título europeo conseguido en Polonia hace dos años. La generación de "los chicos de Oro", denominada así por el título mundial junior conseguido por la mayoría de ellos en el Mundial de 1999 en Portugal, ganando en la final a los EE. UU., ya atesora cinco medallas europeas (dos oros, dos platas y un bronce), un Oro mundial (Japón 2006), una Plata olímpica (China 2008) y es la primera selección capaz de ganar dos títulos europeos consecutivos desde que la antigua Yugoslavia unificada lo consiguiera en 1995 y 1997.

      Y es que esta selección es, por méritos propios, la mejor de lo que llevamos de siglo XXI. Únicamente la selección norteamericana, y con todas las estrellas de la NBA, es capaz de doblegar a un grupo de jugadores que, además, lo es de amigos. Sin duda, la gran clave de sus éxitos. Ciertamente, el Oro en los JJ. OO. de Londres 2012 es el siguiente gran objetivo de nuestros chicos. No obstante, es el único título que les queda por conseguir. Y en China llegaron al último minuto de la final (calificada por la mayoría de entendidos en la materia como "el mejor partido de la historia del baloncesto") con opciones de llevarse el Oro ante el mejor equipo posible de estrellas de la NBA. Y todo ello con un más que discutible arbitraje que permitió que los jugadores norteamericanos hicieran pasos sin señalarlos. Demasiada ventaja para unos auténticos genios de este deporte.

     En el presente campeonato la selección española lo ha tenido muy complicado. La mayor parte de los jugadores europeos de la NBA han querido participar y defender los colores de sus selecciones, haciendo de éste "el mejor Eurobasket de la historia". No me voy a extender en la nómina de auténticos jugadorazos que han tomado parte en este campeonato porque me resulta innecesario. El caso es que España ha ganado 10 de los 11 partidos disputados, perdiendo únicamente uno, ante Turquía, en un enfrentamiento de la primera fase donde ya no se jugaba nada al tener resuelto su pase para la segunda fase. Hasta los genios tienen derecho a un día de relajación. Aunque muchos nos podamos enfadar con ellos por este hecho.

     El juego del equipo ha sido alegre y vistoso en muchos momentos de la competición. Y algo más pesado en otros momentos, todo debe reconocerse. Sin duda, nuestros chicos saben que en Europa, jugando al cien por cien, no tienen rival. Y no es cuestión de soberbia sino de realismo objetivo. Por eso, la mentalización es tan importante en estos casos. Cuando juegas contra un rival teóricamente superior a ti es muy fácil estar al cien por cien para tratar de plantar cara a tu rival. Pero cuando es al revés cuesta mucho volver a pensar en ponerse "el mono de trabajo". Y eso lleva, a veces, al fracaso (cuartos de final del pasado Mundobasket, ante Serbia).

     Nuestros chicos parece que aprendieron de aquella dolorosa derrota y no han dado pie a que se pudiera repetir en un Eurobasket en el que no han tenido que vivir un solo final de infarto, no permitiendo ningún triple sobre la bocina desde diez metros. El aprendizaje estaba claro: "en un final a cara o cruz podemos perder. Pero si llegamos con ventaja a los últimos minutos nada ni nadie podrá derrotarnos". Y esa filosofía ha traído otro título europeo.

     La notícia de este éxito ha levantado menos expectación que en ocasiones anteriores. Sin duda, nos estamos acostumbrando muy mal. Y un día llegarán las vacas flacas y estos jugadores se retirarán. Así que, de momento, disfrutemos de su juego, de su honestidad deportiva, de su saber ganar y perder (algo muy importante en el deporte y en la vida) y de sus logros. Unos logros que parecían impensables hace diez años y que únicamente se consiguen a base de lucha, carácter, motivación, empeño y juego en equipo. Porque otro de los secretos del éxito de estos chicos es que en este equipo no brilla cada una de sus estrellas sino una sola: la selección española de ba-lon-ces-to.