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viernes, 15 de abril de 2016

Altamira. Huhg Hudson. 2016. Crítica





     Hace un par de semanas se estrenó Altamira, la nueva película del malagueño Antonio Banderas en la cual encarna a Marcelino Sanz de Sautuola, hombre proveniente de una familia aristócrata cántabra y, lo más interesante para la Historia en general y esta historia en concreto, arqueólogo aficionado, que descubrió, junto a su hija María, de nueve años, la cueva y las pinturas rupestres más importantes de Europa. Fue en 1879. Y ese descubrimiento, que debería haber constituido un hito histórico de primer orden mundial, amenazó con destrozar la hasta entonces tranquila vida de los Sautuola. 

     Pese a que la taquilla le ha dado la espalda --ha recaudado mucho menos de lo esperado en un principio a pesar de contar con uno de los actores más mediáticos de nuestro cine-- la película cumple a la perfección con el doble cometido de enseñar historia y a la vez entretener. Altamira está considerada como la Capilla Sixtina del arte rupestre por contener en su bóveda pinturas de bisontes datadas en 20.000 a. C. No obstante, su descubrimiento se vio envuelto en varias polémicas, las cuales son tratadas en la película con gran rigurosidad.

     La cinta, dirigida por Hugh Hudson (Carros de fuego (1981), Greystoke, la leyenda de Tarzán (1984) o Los secretos de la inocencia (1999)), cuenta con unas magníficas fotografía (José Luis Alcaine), música (Mark Knopfler y Evelyn Glennie) y efectos visuales (las imágenes de los bisontes cobrando vida a partir de las pinturas son dignas de mención, sin duda). Y la ambientación, en Santillana del Mar y la costa cántabra, transportan al espectador a aquella Cantabria de fines del siglo XIX que, al igual que el resto del país, pugnaba por dejar atrás el atraso para tomar el camino del (a veces) mal llamado progreso.

     Son básicamente dos las polémicas desatadas por el descubrimiento de las pinturas rupestres de Altamira. Ambas, tratadas minuciosamente en el film. Por un lado, el eterno dilema --en aquella época-- entre razón y fe; entre ciencia e Iglesia; entre evolución y creación. Los ataques recibidos por Sautuola por parte de la Iglesia Católica fueron muchos y muy duros, incluso llegando a tratarle de herético por sostener que las pinturas eran anteriores a Adán y Eva. Algo inaceptable para una Iglesia retrógrada, inflexible y carente por completo de valores y de buenos modos. Impecable el papel interpretado por Rupert Everett, autoridad eclesiástica local que acusa a Sautuola de atacar las verdades bíblicas.  

     La segunda polémica viene desde el mundo de la ciencia y la controvertida relación que desde hace tanto tiempo ha habido entre España y Francia. A fines del siglo XIX el mundo científico y prehistórico estaba liderado por Émile Cartailhac, respetado arqueólogo francés que no aceptó como reales las pinturas de Altamira. Su nacionalismo y su colonialismo científico le llevaron a acusar de falsificador a su descubridor, que cayó en el descrédito más absoluto. De nada sirvió su conocida rectificación tras similares hallazgos en su país natal. Sautuola no vivió para ver públicamente recompensadas su entrega y dedicación. 

     Pero, Historia al margen, la película trata también la historia familiar de los Sautuola. En ese sentido, cabe resaltar la magnífica relación paterno-filial entre los personajes de Banderas y Allegra Allen, que encarna a María. La dedicación del primero y la adoración mutua entre ellos es uno de los fuertes de la cinta. Hasta el punto de que la niña sigue tan a pies juntillas las explicaciones de su padre que imagina a los bisontes y hasta llega a darles vida. Y sus ojos nos miran tan fijamente desde la pantalla que también nosotros los sentimos como plenamente reales.  

     Sin embargo, lo que de verdad nos tiene en vilo durante la hora y media de duración del film es la relación entre el matrimonio. Porque Conchita (Golshifteh Farahani (Éxodo: dioses y reyes o Red de mentiras)), la esposa de Sautuola, es tan dulce como devota, y según se introduce su esposo en su intento por dar a conocer su hallazgo a la comunidad científica internacional observamos cómo se va resquebrajando la relación entre los cónyuges. Sobre todo cuando su marido es acusado de falsificador y decide cerrar la cueva. Marcelino y Conchita pugnan por sus respectivas verdades y, a la vez, por salvar su matrimonio. Ellos encarnan a la perfección esa dicotomía entre razón y fe, entre ciencia y religión.

     Altamira no es la octava maravilla del mundo del cine. Tampoco la película del año ni la que más pueda recaudar. Ni falta que le hace. Cumple con sus pretensiones de mostranos un pedacito de la historia de nuestros antepasados --los del siglo XIX y los del Paleolítico--, retrata convincentemente la intrincada sociedad de la época en que está ambientada y nos enseña que el amor puede tener algo de redentor y que en ocasiones puede con todo. Incluso con la razón, la fe, la ciencia, la Iglesia y los fracasos.


                   

lunes, 9 de diciembre de 2013

Butcher´s Crossing. John Williams. Lumen. 2013. Reseña





     En 1960 John Williams debutó en el mundo literario con un western. Sí, un western, pero de los de verdad. Una historia de sueños incumplidos, tenacidad, ceguera vital, supervivencia (ante todo, espiritual), cazadores de bisontes y alma, mucha alma. Una de esas historias que nos invitan a reflexionar sobre lo que somos y lo que queremos ser. Y es que, como demostraría más tarde Williams con su obra más conocida, "Stoner", la condición humana es harto compleja.
 
     En 1870 Will Andrews, estudiante de último curso en Harvard, decide abandonar su carrera, su familia y su Boston natal para emprender una huida hacia el oeste americano, una tierra repleta de bisontes, pueblos aburridos (de alcohol y prostitución) y grandes líneas de ferrocarril que buscan descubrir lugares donde establecer pueblos y ciudades de nueva creación. Una tierra donde oportunistas de todo tipo tratan de cumplir unos sueños que suelen acabar en pesadillas.
 
     El joven llega a Butcher´s Crossing, un pequeño pueblo de una única calle en el que comenzará a vivir una experiencia que roza la épica pero también la demencia. Su huida hacia la naturaleza más salvaje le hará conocer a Miller, un experimentado cazador de bisontes que afirma conocer un lugar donde conseguir pieles suficientes como para enriquecerse; Charley Hoge, su fiel acompañante, lector voraz de la Biblia y bebedor empedernido de whisky; y Fred Schneider, un desollador rápido y audaz a la par que amante de la buena comida y de las mujeres.
 
     Juntos, los cuatro hombres emprenden un viaje en el que John Williams nos descubre los más interesantes métodos de supervivencia en las más duras condiciones, el mundo de la caza de bisontes y cómo cocinar con poco más que alubias y harina. No me cabe la menor duda de que el genial escritor debió documentarse a conciencia a la hora de abordar un tema tan complicado de explicar únicamente con palabras.
 
     Los cuatro expedicionarios vivirán varias situaciones límite a lo largo de una historia magistralmente abordada por una de las prosas más realistas, bonitas y a la vez austeras pero ricas en vocabulario que quien escribe ha podido leer en su vida. En distintos momentos parece que todos ellos van a perecer, pero siempre aparece la experiencia de Miller para salir airosos de unas situaciones en las que su propia codicia les había metido.
 
     Descripciones de ambientes, personajes y animales al margen - todas ellas soberbias -, me ha encandilado la relación entre Miller y Schneider, quienes chocan prácticamente en cada una de las tomas de decisiones según se adentran en el corazón del todavía inexplorado oeste americano del siglo XIX. La codicia, la seguridad y la temeridad del primero contrastan con la coherencia y el sentido común del segundo. Esa pugna entre el "querer siempre más" y el "más vale pájaro en mano que ciento volando" me ha parecido de lo mejor de la novela. Sin desdeñar al viejo Hoge, cristiano convencido y gran cocinero y ordenanza de expediciones, y al joven Andrews, verdadera alma de la trama, con sus inseguridades y sus certezas (más o menos erróneas).
 
     ¡Y qué decir de la naturaleza! Aquellos lectores amantes de las descripciones de montes, ríos, praderas y llanuras disfrutarán de la lectura. Porque la naturaleza se llega a convertir en el quinto miembro de la expedición. Desde los cauces de los ríos hasta las altas cumbres de las montañas; desde el crudo sofoco de verano hasta las nevadas de pleno invierno; desde los bisontes hasta los lobos. Y cómo vive y siente todo ello Will Andrews constituye la otra parte importante de la historia creada por Williams.
 
     No obstante, más allá de todo lo anterior, de la obra subyace un cierto trasfondo filosófico sobre la condición humana, la iniciación a la vida y el egoísmo o la bondad de las almas de sus protagonistas. No sería de extrañar que Jon Krakauer, autor de "Hacia rutas salvajes", se hubiera inspirado en "Butcher´s Crossing" como punto de partida de su historia. Personalmente, en diversos momentos Will Andrews me ha recordado a Chistopher McCandless (salvando las distancias). La soledad de los corazones de ambos en plena inmensidad salvaje me ha permitido establecer esta especie de paralelismo entre ambos.
 
     En conclusión, nos encontramos ante otra obra maestra de este desconocido autor norteamericano que, sin duda, merece que su obra (por desgracia, muy corta) sea digna de análisis por parte de todos los jóvenes universitarios de lengua y literatura anglosajona. Como "Stoner", "Butcher´s Crossing" es altamente recomendable. Y os sugiero su lectura encarecidamente.