LIBROS

LIBROS
Mostrando entradas con la etiqueta posguerra. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta posguerra. Mostrar todas las entradas

viernes, 28 de febrero de 2020

El pan de los años mozos. Heinrich Böll. Seix Barral. 1971. Reseña





     Escrita y publicada por vez primera en 1955 en la Alemania natal del Premio Nobel de Literatura (1972) Heinrich Böll, El pan de los años mozos fue publicada en España por Seix Barral en 1971. Cuando la escribió era ya un autor conocido en toda Europa, aunque todavía faltaban unos años para que, en 1963, saltara definitivamente a la fama gracias a su obra más conocida, Opiniones de un payaso, reseñada también hace algún tiempo en este mismo blog. Como en la mayoría de sus libros, el principal tema tratado fue la situación de la República Federal de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Durante el conflicto, pese a no participar del ideario nazi, fue reclutado por la Wermacht para combatir en Polonia, Francia o la URSS. Fue detenido en 1945 por el ejército de los EE. UU. y pasó por varios campos de detenidos de Francia y Bélgica.

     El compromiso político y social de Böll fue creciendo con el paso de los años. Se opuso a la extrema derecha y a la xenofobia y escribió sobre las clases sociales media y baja para denunciar los abusos de la clase alta. El título de la novela que nos ocupa deja claro su propósito: centrar la atención del protagonista y narrador, el joven Walter Fendrich, en un aspecto tan clave y vital como conseguir el pan necesario para poder seguir con vida durante sus años de juventud. Para ello, como es de suponer, ha de recurrir a todo tipo de argucias. Algunas legales; otras, no tanto. Todo ello, mientras trata de aprender un oficio con el que ganarse la vida de forma honrada. Así, después de ser aprendiz de banca, de vendedor y de carpintero, me inicié como electricista con Wickweber, un explotador que lo obliga a trabajar todos los días de la semana a cambio de un salario y una sopa. 

     Recuerda nuestro protagonista que durante buena parte de los siete años anteriores la idea del pan fresco se me metía estúpidamente en la cabeza. Pan. Deseaba pan como un morfinómano desea la morfina. Aún ahora, reconoce, cuando voy a cobrar y después cruzo la ciudad con los billetes y las monedas en el bolsillo, me viene a menudo el recuerdo del temor de lobo que me asaltaba durante aquellos días, y compro el pan tierno que veo en los escaparates de las panaderías. Aunque durante esos siete años Wickweber no se portó con él nada mal, no peor que con otros de sus operarios, comenzó a odiarlo muy pronto al comprobar el olor que salía de su cocina. El hambre y las agotadoras semanas de trabajo le sirvieron a Walter, sin embargo, para ir ahorrando. Ahora, incluso tiene un coche con el que se mueve por la ciudad.

     Su deseo es ahorrar lo suficiente como para conseguir la fianza con la que pagar su independencia respecto a Wickweber y pasarme a la competencia cuando quiera. También encontrar el amor verdadero. Porque Ulla, la hija de su jefe, con la que sale desde hace unos años, es para él solo un entretenimiento. Supone que es su prometida, pero no concibe la idea de casarse con ella y vivir juntos para siempre. Mientras el pan es la medida de los precios de la vida, el recuerdo de su amada y difunta madre y de su padre, un profesor mal pagado que apenas llega a fin de mes, lo acompañan en su recorrido diario por la ciudad. Una ciudad que lo va conociendo como reparador de lavadoras. Ese es su oficio. Con el que se gana ese pan tan necesario. Pero no solo de pan vive el hombre, parece pensar últimamente Walter.

     Un eterno lunes cambiará su vida. A mediodía debe recoger en la estación a una joven paisana que viaja hasta la ciudad para ganarse la vida como maestra. Su nombre: Hedwig Muller. La mujer que añadirá la gota que colmará el vaso que hará saltar por los aires la vida del protagonista de esta historia. Nada más verla, sentada en su maleta, todo dejará de tener importancia para él. Y seducirla y hacerla suya será su única obsesión desde entonces. Porque El pan de los años mozos es también una historia de amor. El hambre, la imperante necesidad de pan, los problemas de la posguerra, ese ambiente hostil de lobos solitarios y fríos emocionalmente, la pérdida de una madre, la vida al límite de la locura y los anhelos de independencia económica y laboral quedan atrás cuando Walter conoce a Hedwig. 

     Y la novela se convierte en la crónica de cómo una vida puede cambiar en un solo día. Un día en el que uno ha de dejar de lado su vida anterior para lanzarse de lleno al futuro. En el que un amor inesperado pero fascinante lo anima a uno a vivir. Y las medidas de todas las cosas dejarán de ser el pan y la bondad de aquellas pocas personas que lo habían ayudado en sus peores momentos (sus años mozos de aprendiz) --la unidad es el pan de aquellos años jóvenes, que viven en mi memoria como si estuvieran envueltos en una espesa niebla. La sopa que nos daban sonaba débilmente en el interior de nuestro estómago; caliente y amarga, nos volvía a la boca cuando, por la noche, nos balanceábamos en el tranvía que nos llevaba a casa. Era el eructo de la impotencia, y el único placer que teníamos era el odio..., el odio-- y pasará a ser Hedwig.    

     No es bueno que el hombre esté solo, nos dice la Biblia. Se vuelven igual que los lobos, añade en una de sus canciones el cantautor Víctor Manuel. Desde su ferviente catolicismo, Heinrich Böll parece que en esta novela se apiada del hombre que protagoniza su historia (Walter Fendrich) y se erige a sí mismo como una especie de Dios creador que, como escritor y autor de estas páginas, manda a una mujer (Hedwig Muller) como salvadora del alma del reparador de lavadoras. El lobo que fue en busca de pan y alimentos deja paso a otro animal más dócil que ansía el cariño de quien pretende que se convierta en su mujer. Porque desde el primer momento queda claro que Hedwig no es Ulla. Lo que Walter no ve en la hija de su jefe través de los años, sí lo ve en la recién llegada en apenas un instante. 

     Cuando la Academia Sueca otorgó a Böll el Nobel de Literatura en 1972 destacó de él que por su combinación de una amplia perspectiva sobre su tiempo y una habilidad sensible en la caracterización ha contribuido a la renovación de la literatura alemana. En efecto, su estilo fino y su escritura ágil hacen de sus obras unas lecturas que rozan la adicción. Así me ha ocurrido a mí mismo con Opiniones de un payaso y El pan de los años mozos. A buen seguro, no serán sus últimas obras que lea. Puede que no tenga la fama de su coetáneo Gunter Grass, pero leer su obra siempre vale la pena...
                     

      

miércoles, 30 de noviembre de 2016

La colmena. Camilo José Cela. Clásicos Castalia. 1987. Reseña





     Cela escribió La colmena entre el Madrid de 1945 y el Cebreros de 1950. Cinco años de idas, venidas, correcciones, reeescrituras, más revisiones e incluso luchas contra la censura franquista. Cinco años en los que debió volverse loco encajando las piezas de un puzzle cuya resolución, me temo, solo conoció y conoce él, incluso más de medio siglo después de regalarnos una obra inmortal por varios motivos. Cerca de trescientos personajes en apenas trescientas páginas. Ahí es nada. Tres días. Una ciudad. Sexo, mucho sexo. Prostitución. Homosexualidad. Miseria. Una técnica narrativa que combina el narrador omnisciente clásico y otro, bien diferente, que comenta las actitudes de sus personajes, llegando en no pocas ocasiones a ironizar sobre ellos e incluso a burlarse de ellos. Pero, vayamos por partes. 

     La obra vio la luz en 1951 en Buenos Aires. En España tardó cuatro años en conseguir ganar la última batalla a la censura franquista. Las causas: las continuas referencias al sexo, el ambiente de prostitución y homosexualidad, la miseria de Madrid que presentaba. Aspectos que, en suma, no decían nada bueno de la España de la época. Un verdadero escándalo. Además, la novela no tiene un hilo argumental establecido. Más bien, es la suma de una gran multitud de escenas que en ocasiones nada tienen que ver entre sí. Anécdotas que acaban por conformar un conjunto de vidas cruzadas a modo de celdas de colmena. Una colmena --no se me ocurre un título mejor para esta novela--, la Madrid de finales de noviembre de 1943, que se convierte en la gran protagonista de la historia.

     Una Madrid descrita a base de retales de historias repletas de miseria, incomodidades, incertidumbre, inestabilidad, marginación. Y un Cela retratando la realidad social y política de la ciudad de manera excelente. Seleccionando solo lo preciso de cada una de las acciones de los trescientos personajes citados en el texto. Todo ello, fruto de un enorme trabajo de encaje, reflexión, estudio sociológico que uno no quiere siquiera imaginar. No es de extrañar que al autor le llevara cinco años plasmar sobre el papel la historia tal y como la tenía concebida en su mente. Y unos personajes, los carnales, que pertenecen a la clase media baja y a la burguesía venida a menos. Personajes que viven atrapados, cuyos mirares jamás descubren horizontes nuevos y que viven en una claustrofóbica mañana eternamente repetida.

     La novela está tan bien escrita que la aparente espontaneidad de la narración logra esconder ese cuidadosísimo trabajo de perfeccionamiento estilístico. La gran multitud de diálogos se combinan con unas narraciones que en unas ocasiones son tan largas que más bien parecen discursos y en otras, en cambio, son cortantes, directas, abruptas. Algo solo al alcance de un escritor de diez. Y valiente, muy valiente. Más todavía, teniendo en cuenta el contexto: posguerra, censura, enfrentamientos, divisiones, miedo. No en vano, la censura civil aconsejó su publicación solo si el autor atenuaba ciertas escenas, mientras que la eclesiástica la rechazó por atacar el dogma y la moral y poseer un escaso valor literario. Por suerte, en breve, podremos disfrutar de esta obra sin censuras de ningún tipo, tal y como fue concebida.

     Dice la crítica que, para escribir La colmena, Cela bebió de la literatura española anterior: de la novela picaresca --de personajes que deben buscarse su sustento de mil y una ingeniosas maneras, olvidando cualquier moral que no sea la de la mera supervivencia--, del esperpento de Valle-Inclán --muy de utilizar la colectividad como un personaje, utilizando técnicas deformadoras de la realidad--, de las novelas abiertas con multitud de personajes de Pio Baroja --para quien la novela ha de reflejar la vida misma--; pero también de la renovación novelística europea (Joyce, Proust, Sartre) y norteamericana (Dos Passos, Faulkner), que buscaba no solo describir sino denunciar la realidad a través de una compleja estructuración y temática. Todo ello, además, salpicado de escenas de sexo nada apropiadas para la época. 

     Si debiéramos resumir el comportamiento de los personajes de carne y hueso de la novela en una sola palabra no habría otra mejor que insolidaridad. Al menos durante el primer noventa por ciento de la obra. Cada uno de ellos, como ha quedado dicho ya, abandona toda moralidad para proporcionarse su propia supervivencia. Así ocurre durante la mayor parte de la novela, salvo en escasas y honrosas excepciones en las que algunos de ellos se prestan dinero, se pagan cafés --¡los cafés son los otros grandes protagonistas no carnales de la novela!--, o incluso piensan en prostituirse para conseguir dinero con el que curar a su novio tullido. En cambio, en las últimas páginas, ante el cariz de unos acontecimientos que desconocemos los lectores pero no los personajes, estos se vuelven solidarios, empáticos, dignos.

     En efecto, ha de meterse en un lío el poeta Martín Marco, protagonista que sirve de nexo de unión entre unos personajes cuyas relaciones parecen no tener nada en común justamente hasta ese desenlace sorprendente y abierto, para que estos saquen lo mejor de sí, dejando de ver únicamente sus propios ombligos, para tratar de ayudarlo y ponerlo a salvo de un peligro que desconocemos y que nos hace quedarnos con ganas de más. Solo entonces la sociedad individualista de la colmena se transforma en una nueva colmena en la que cada uno de sus moradores da la talla de verdad y se preocupa por el prójimo. Ya se sabe: la desgracia, une.  

     Por todo ello: por la temática tratada, por su estilo narrativo, por sus variadas técnicas de expresión, por denunciar la realidad de una sociedad patriarcal de puertas para afuera pero matriarcal en la esfera meramente doméstica, por escribir sin tapujos sobre sexo, por reunir en una misma obra las distintas tradiciones literarias españolas y extranjeras, por abrir un nuevo camino a seguir por la literatura de posguerra española, por, en definitiva, contar lo que cuenta y hacerlo como lo hace, La colmena ha pasado, por méritos propios, a la historia de nuestra literatura. Y también de nuestro cine. Conviene no pasar por alto la versión cinematográfica dirigida por Mario Camus en 1982, protagonizada, entre otros, por Paco Rabal, José Sacristán, José Luis López Vázquez, Victoria Abril o Ana Belén.   

          

     

lunes, 4 de abril de 2016

El peso de los muertos. Víctor del Árbol. Castalia. 2006. Reseña





     Que 2016 iba a ser el año de Víctor del Árbol quedó claro cuando le fue concedido el Premio Nadal el pasado mes de enero. Tras la edición y gran éxito de ventas y de críticas de La víspera de casi todo llega, en las próximas semanas, la reedición de su primera novela, El peso de los muertos. Cumplido el contrato editorial de diez años con Castalia, la obra queda libre para ser lanzada de nuevo (sin cambiar ni una sola letra, según se ha avanzado). Y el momento dulce que vive su autor hace prever otro gran éxito en su ya bastante aclamada carrera literaria. Estamos hablando de una primera novela, con todo lo que ello conlleva, pero que en su día --2006-- ya fue reconocida con el VIII Premio Tiflos convocado por la ONCE. 

     Es evidente que la maduración personal y literaria alcanzada por este barcelonés de origen extremeño durante esta última década hace que la obra, leída hoy en día, resulte algo lejana de la maestría adquirida con los años, las novelas y los éxitos. Sin embargo, veo muy acertada la decisión de no variar la obra original, pues permite ver la evolución del autor y, además, constatar que El peso de los muertos ya mostraba pinceladas de lo que estaba por llegar. Entre ellas, la mezcla de géneros literarios --histórico y policíaco-- y la alternancia en la estructura narrativa de épocas, lugares y personajes en cada uno de sus capítulos. Sin duda, uno de los puntos fuertes de Del Árbol.

     La novela nos habla de cómo cada uno de nosotros construye su propia memoria, personal e histórica, según nos conviene. Tema, por otra parte, recurrente en la obra de nuestro autor. Y su valentía está presente ya desde el principio de la obra. Porque vivir en Barcelona, ser mosso de esquadra y escribir una primera novela contextualizada en la Barcelona de los últimos días de vida de Franco (noviembre de 1975) y que denuncie los excesos policiales --violaciones de todo tipo, denuncias falsas, asesinatos injustificados y demás prácticas difíciles de compartir-- de manera tan rigurosa y cruda hace necesario que quien se atreva a escribirla tenga un gran coraje y unos altos valores, tanto personales como profesionales. 

     El peso de los muertos es una novela negra que ya huye de los clásicos asesinos en serie y de heridas y amputaciones narradas con todo lujo de detalles. En ella no hay ketchup sino realismo puro y duro. Porque cualquiera puede convertirse en asesino. Nadie es del todo inocente ni tampoco culpable. Todo tiene sus causas y sus consecuencias. Y en la Barcelona de noviembre de 1975 ocurrieron demasiadas cosas. Muchas de ellas, dignas de ser contadas. Y esto es precisamente lo que hace Del Árbol en una novela que, pese a ser de ficción, cuenta con una extraordinaria documentación histórica y con referencias a algunos personajes reales que la hacen más cercana al lector y, por tanto, creíble.

     Pero para poder comprender lo que ocurre en el presente de 1975 el autor se toma la licencia de viajar hasta 1945, donde encontramos las causas pasadas de ese presente que al principio se nos hace casi inalcanzable pero que, gracias a las justas dosis de información que vamos recibiendo en cada capítulo, al fin llegamos a conocer --algo también clásico en los libros de Víctor del Árbol--. De esta manera, serán los sucesos de la posguerra y del comienzo del régimen dictatorial los que marquen los de los últimos días del franquismo. 

     No obstante, nada de lo escrito más arriba sería factible sin otro de los puntos fuertes de la obra de este autor: la fuerza, cercanía y credibilidad de unos personajes, retratados minuciosamente, que siempre tienen algo que perdonarse y que buscan soltar lastre de su pasado. Un pasado que les pesa, les impide vivir con normalidad y no les deja escapar jamás, aunque sea a base de pesadillas que recrean sus propios fantasmas. Varios de ellos están marcados por la tragedia, pues han asesinado o han perdido dramáticamente a alguien en el pasado. De ahí un título más que acertado.

     Lucía es una mujer atractiva y enigmática cuyo matrimonio está a las puertas del fracaso. Guarda un secreto que ni su marido, Andrés, conoce. Un secreto que la hace volver a Barcelona treinta años después de su apresurada huida. El moro Ulises, un repulsivo torturador de la brigada político-social, anteriormente héroe de la guerra de África, también esconde algo en su conciencia que cree que nadie más conoce. Octavio Cruz, amigo de juventud de Lucía, es un abogado de la capital catalana incapaz de demostrar su amor a nadie. El fantasma del doctor Nahum Márquez, muerto por garrote vil treinta años antes, amenaza con no dejar en paz a nadie hasta que se haga justicia. Pero, ¿qué clase de justicia?

     En definitiva, El peso de los muertos es una lucha entre dos mundos: el de los vivos y el de los muertos; el de los recuerdos reales y el de los inventados; el de la justicia y el de la injusticia; el de un régimen opresor que agoniza y el de otro emergente que ansía la libertad perdida; el de la responsabilidad y el del esconderse a toda costa; el del amor verdadero y el del sexo y la depravación; el de la verdad y el de la mentira. Una gran historia en la que, como dice uno de sus protagonistas, lo probable y lo increíble son cabos de la misma cuerda: si los juntas, resulta lo inevitable. Una novela escrita no por un mosso de esquadra que quería ser escritor sino por un escritor que iba a dejar de ser mosso de esquadra...                          
                

   

jueves, 22 de octubre de 2015

Chesil Beach. Ian McEwan. Anagrama. 2008. Reseña





     Chesil Beach nos presenta una Inglaterra culta pero timorata y provinciana. Contextualizada en 1962, narra, desde el presente, la peripecia vital de Edward y Florence en su noche de bodas. Una noche que ya desde las primeras páginas se presenta poco pasional y dramática, muy dramática. Su autor, Ian McEwan - más conocido por obras como Amsterdam (1998) o Expiación (2001), además de por la actualmente exitosa La ley del menor (2015)  -, construye una historia de gran emotividad y equilibrio.

     Florence y Edward tienen veintidós años y se casan después de un año de relación. Ella, porque le toca. Él, porque la desea y sabe que únicamente podrá poseerla previo paso por la vicaría. Mal inicio, vamos. Ambos temen por igual lo que pueda ocurrir esa noche. Faltos de experiencia, constatan que la incomunicación solo puede traer aspectos negativos. En el caso de Edward el anhelo sexual le puede al nerviosismo. En el de Florence la cuestión se complica más si cabe, pues siente verdadera repulsión, casi psicótica, hacia el sexo. Tanto que es incapaz hasta de besar con lengua. 

     Estamos ante un drama verídico - ¡todavía en pleno siglo XXI se dan casos como el descrito! - que nos hace reflexionar y analizar cada situación, cada pasaje de la acción. McEwan aprovecha para realizar una fuerte crítica social de una sociedad, la inglesa de postguerra, que impedía la intimidad de los enamorados. Porque, problemas al margen, Edward y Florence se quieren. Lástima que el amor por sí mismo no sea capaz de mantener una relación.

     Los problemas de Florence son dignos de terapia psicoanalítica, algo que ella misma llega a insinuar en la parte final de la novela. ¿Quizás esa repulsión sexual y esa frigidez tengan su causa en esas excursiones en barca y en esos viajes por Europa con su padre, un rico negociante? McEwan pasa de puntillas sobre el tema, dejando simplemente la puerta abierta para que el lector opine lo que considere oportuno. La madre de Edward es una perturbada mental a la que la familia entera sigue la corriente siempre. ¿Puede que sea ese el motivo de su falta de comunicación con las mujeres? El autor tampoco aclara esta cuestión, aunque probablemente así sea.

     El contexto en el que se desarrolla la acción contribuye a que los dos protagonistas sean como son y actúen como actúan. Finalizada la II G.M. y en plena Guerra Fría, el Imperio británico ha ido perdiendo colonias y posesiones, algo que no todos los ciudadanos - y, lo que es más grave, los políticos - asimilan. Ese ambiente de pérdida de grandeza ahonda en la psicología de una sociedad a la que le cuesta reconocerse a sí misma. Lo cual influye sobremanera en los ciudadanos. Buena prueba de ello son las familias de Edward y Florence. Y huelga decir lo que una familia influye, a su vez, en sus miembros, sobre todo en los menores.

     La novela se divide en cinco partes, a saber: una primera en la que se presenta el ambiente y a la pareja de protagonistas, con sus temores, anhelos y preocupaciones; una segunda en la que el narrador se centra en los pasados individuales y familiares de cada uno de ellos; en la tercera los grandes problemas de la insinceridad y la frustración personal y sexual estalla; en la cuarta, volvemos al pasado para saber cómo, cuándo y dónde se conocieron Edward y Florence; y en la quinta llegan el desenlace y esos fogonazos finales que describen los años y las décadas siguientes a esa fatídica noche de bodas.

     A lo largo de sus 180 páginas Chesil Beach nos presenta varias contraposiciones: la ascendencia de la familia rica de Florence choca con la pobreza de la de Edward; la música clásica, la verdadera vida y pasión de ella, con el emergente rock británico que tanto ama él; la vida moderna en la ciudad de Londres con el atraso y anquilosamiento de Oxford; el auge de la democracia europea occidental de la posguerra con las ideas del comunismo en la parte oriental del continente.

     McEwan describe con perfección casi milimétrica la psicología de ambos personajes. Sus ambiciones, sobre todo en el caso de Florence; sus diferentes anhelos; sus temores - no dar la talla en el caso de él; la fobia al sexo en el de ella -; la falta de sinceridad y de comunicación de ambos. Y, como conclusión, podríamos decir que la historia nos demuestra que una relación no puede sostenerse únicamente con amor. Sin duda, es la parte más importante, pero acabará siempre sucumbiendo ante la falta de comunicación, de sinceridad, de empatía y de sexo. En 1962 y en la actualidad.  


lunes, 2 de febrero de 2015

Opiniones de un payaso. Heinrich Böll. Seix Barral. 2000. Reseña





     Heinrich Böll, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1972 por, según la Academia Sueca, contribuir a la renovación de la literatura alemana por su combinación de una amplia perspectiva sobre su tiempo y una habilidad sensible en la caracterización, fue el máximo exponente de lo que se conoció en la Alemania de su tiempo, en plena posguerra, como literatura de escombros. Böll nació en 1917, cuando la Gran Guerra giró de curso gracias a la retirada del conflicto del imperio soviético y la entrada en el mismo de los USA. Vivió las posguerras de las dos grandes conflagraciones mundiales y retrató la situación en que quedó Alemania tras el desmoronamiento del III Reich.

     En 1963 escribió Opiniones de un payaso, novela escrita en primera persona que analiza el estado de una Alemania dividida por el muro de Berlín y en plena Guerra Fría. El narrador de la historia es Hans Schnier, un payaso de solo 29 años que, pese a su edad, vive en una penumbra que se antoja definitiva. Ateo empedernido, siente que la felicidad le ha sido vetada por completo por tres hechos diferentes pero coincidentes en el tiempo que amenazan con acabar con él para siempre: su abandono por parte de Marie, su compañera sentimental desde la adolescencia, para casarse con un católico; su ruina física y económica; y las críticas de los más conocidos críticos artísticos, que le dan prácticamente por acabado.

     Schnier llega a su piso de Bonn en plena crisis personal y se refugia en su piso, desde donde analiza su delicada situación y busca posibles alternativas: pedir dinero a su familia o a alguna de sus amistades y preparar la revancha, incluso en forma de asesinato, respecto a quienes le han traicionado. Böll, católico declarado, realiza, en boca del payaso, una exacerbada crítica de la sociedad alemana de posguerra, sobre todo en el tema religioso, donde no deja títere con cabeza. Ni en el bando protestante ni en el católico. Además, el autor hace varios guiños al dialecto renano en comparación con el alemán.

     Böll y Schnier se unen en las páginas del libro para criticar la hipocresía de una Alemania que afirma arrepentirse del nazismo y de unos demócrata-cristianos que buscan la fórmula perfecta para conservar una importante parcela en el poder político del país germano. Aunque, en mi opinión, lo verdaderamente importante en la novela es la afirmación de que el mundo de la política sí se inmiscuye en la vida personal de los ciudadanos. Un payaso que solo quiere ensayar y trabajar y ser amado por su esposa - porque, pese a no estar casados, la considera como tal - habrá de rendirse a la evidencia de que todo aquello que sucede a su alrededor - política, economía y sociedad - le aboca a cambiar sus números cómicos para no ofender a nadie. Y, además, verá cómo su compañera cede a las presiones de un grupo de activistas católicos y acaba dejándolo por uno de sus más afamados miembros.

     Parte importante de esa crítica a la doctrina católica imperante es el tema de la concupiscencia carnal. Böll critica la manera en que los católicos vulgarizan el instinto sexual hasta llegar a sublimarlo, impidiendo que las personas vivan el sexo como algo normal e inherente al género humano. Se refiere a la cuestión como hacer la cosa, hasta ridiculizar la hipocresía demo-cristiana. La elección de un payaso como protagonista le da a la obra un mayor dramatismo. Porque, ¿qué puede haber peor que un payaso desencantado que ha perdido la sonrisa con que hacer feliz a la gente?

     Sin duda, el objetivo de Böll al escribir Opiniones de un payaso fue devolver al catolicismo la conciencia de su espiritualidad y de sus deberes con las personas. Y, viendo el notable éxito y las ventas del libro en la época en que fue publicado, cabe pensar que sus demandas eran compartidas por millones de alemanes que vieron en esta historia una manera perfecta de hacer reflexionar seriamente a la sociedad alemana sobre el camino a seguir en la reconstrucción nacional. Y todo ello lo consigue Böll mediante una ironía capaz de conmover y hacer carcajear a la vez.

     El ejemplo de cómo estaba la Alemania de la posguerra lo tenemos en el círculo del propio Schnier. El payaso tiene un hermano seminarista, una hermana muerta en la II Guerra Mundial, una madre rígida e inmóvil, un padre prácticamente ausente, una ex-mujer convertida al catolicismo más bárbaro y un agente artístico que parece ajeno a la realidad de su representado. Su vida, como la de Alemania en general, se caracteriza por la división, la hipocresía, el arrepentimiento, la culpa y la lucha por mantener el poder a toda costa.

     Con todo, lo que más me ha llamado la atención de esta novela es la evolución del propio protagonista. Comienza clamando venganza contra las traiciones recibidas y pensando en pedir dinero a sus conocidos para poder salir adelante. Más tarde, sintiéndose incapaz de sobrevivir y viendo que nadie está realmente dispuesto a ayudarle, llega a verse en el espejo como un futuro suicida. Y, finalmente, decide tomar las riendas de lo que le queda de su vida y hace lo único que en verdad puede y debe hacer para salir del embrollo en que está metido: tira de sus propios recursos y comienza a actuar a las puertas de la estación de tren de Bonn. Un bonito final en el que la esperanza de un futuro todavía posible hace ver algo de luz al final de un túnel realmente muy sombrío.           

         

martes, 27 de enero de 2015

Los girasoles ciegos. Alberto Méndez. Anagrama. 2004. Reseña





     El madrileño Alberto Méndez (1941-2004) es uno de esos autores poco conocidos para el gran público pero capaz de escribir un magnífico libro para la posteridad. Los girasoles ciegos fue su única novela y se publicó meses antes de su muerte. Como si quisiera dejarnos un legado justo antes de abandonarnos para siempre, nos regaló estos cuatro cuentos o relatos basados en historias reales y anónimas de la Guerra Civil Española. Anónimas hasta que dio cuenta de ellas en este libro tan breve como emotivo e intenso. Hijo del traductor y poeta José Méndez Herrera, se licenció en Filosofía y Letras, perteneció al Partido Comunista hasta 1982, trabajó en diversos grupos editoriales tanto nacionales como internacionales y participó en el Premio Internacional de Cuentos Max Aub en 2002 con el segundo de los relatos aparecidos en este libro. Fue finalista del referido certamen. Con Los girasoles ciegos recibió el Premio de la Crítica, el Setenil y el Nacional de Narrativa. Este último ya a título póstumo.

     Estamos ante uno de esos libros en los que el cómo es casi tan importante como el qué. Las cuatro historias narradas nos emocionan, conmueven e invitan a reflexionar sobre las devastadoras consecuencias que una guerra, en este caso la civil española, tienen en personajes de la calle. Personajes cuyas vidas dan un giro radical sin vuelta atrás que, en multitud de ocasiones, les pueden llevar a la muerte misma. Con todo, la secuencia de las acciones narradas llega a quedar en ocasiones en segundo plano debido a la exquisitez lingüística empleada por Méndez. 

     Si el corazón pensara dejaría de latir es el cuento que abre el libro. Nos relata la historia de Carlos Alegría, capitán del ejército victorioso de Franco que, justo cuando va a ser tomada Madrid, decide renunciar a la victoria y rendirse al enemigo. Ese mismo día, al llegar a su cárcel provisional los que habían sido sus compañeros hasta escasas horas antes, es declarado traidor y condenado a muerte por fusilamiento. Los últimos días de vida del capitán son dignos de ser como mínimo leídos y recordados. Todo un ejemplo de lo cara que puede resultar una victoria y también de la importancia de los valores y la esperanza en un mundo mejor.

     El libro sigue con Manuscrito encontrado en el olvido, el relato finalista del Premio Internacional de Cuentos Max Aub, recuperado y modificado para esta recopilación. Es el más breve (18 páginas), pero a mi modesto entender también el más descorazonador - junto al que da título al libro -. Nos sitúa en los altos de Somiedo, entre Asturias y León, y nos golpea directo a la conciencia con la historia de un aprendiz de poeta que ha huido con su novia, embarazada de ocho meses, con el propósito de que su hijo nazca en un país libre, en este caso Francia. El invierno y las circunstancias llevarán al joven Eulalio a madurar y a sufrir mucho más de lo normal en un chico de solo 18 años.

     El tercero de los relatos se titula El idioma de los muertos. Juan Senra, soldado republicano preso en una de las cárceles franquistas, roba días a la muerte inventándose historias sobre Miguel Eymar, hijo del coronel que debe dictar sentencia de muerte sobre el protagonista. Gracias a los sucesos ficticios acaecidos en Porlier Juan convierte a un villano en héroe para regocijo de sus padres. Pero seguir con las mentiras llegará a resultar insoportable para Senra, que deberá decidir entre la vida y la muerte, entre lo injusto y lo digno.  

     Los girasoles ciegos pone punto final - y título - al libro. Es el cuento más conocido por ser llevado a la gran pantalla, con el mismo título, por el director José Luis Cuerda (2008). Los tres narradores - el niño Lorenzo, el diácono lascivo Salvador y el acostumbrado narrador omnisciente en tercera persona - cuentan la historia de la familia Mazo-López, que esconde en un armario al padre de familia, buscado por sus ideas. La vida cotidiana y poco normal de su esposa Elena y su hijo Lorenzo se verá obstruida por Salvador, diácono y maestro del niño que se irá enamorando de una madre que cree viuda. El desenlace trágico es también digno de ser conocido por el lector. 

     Los subtítulos de cada cuento - que rezan primera derrota (1939), segunda derrota (1940), tercera derrota (1941) y cuarta derrota (1942) - hacen referencia a algunas de las miles y miles de derrotas individuales, anónimas, que se sucedieron en los años posteriores al fin del conflicto nacional. Años en que demasiada gente contó estas historias en voz baja porque el simple hecho de demostrar su conocimiento podía complicar su existencia y la de su familia. La derrota, la persecución y la represión son los temas principales de los cuatro cuentos de este libro. 

     Los girasoles ciegos fue la única novela de Alberto Méndez. No necesitó escribir ninguna más. Con estos relatos nos dio a conocer algunas de las más desgarradoras historias de nuestra posguerra. Con ellos recuperó la memoria de unos pocos seres anónimos que sufrieron y perecieron por proteger la libertad. La suya y la de los demás. Y todo ello con el valor añadido de contar sus historias de manera que, pese al drama y el horror narrados, los lectores puedan disfrutar también del placer de la buena literatura. Una muestra más del enorme poder de la palabra.